50 TEATRO LA FAMILIA DE MARTA MARDONES Juan Andrés Pina Autor: Fernando Cuadra Dirección: Pedro Mortheiru Teatro: TEKNOS Sala: Camilo Henríquez Si con alguien el teatro chileno ha coqueteado permanentemente, es con el realismo. Y más atrás, con el costumbrismo social. Felices huasos del campo sureño, hipócritas santiaguinos. rudas mujeres de pueblo, peligrosos habitantes de extramuros aparecen como los grandes protagonistas de nuestra dramaturgia. La picara comedia de la ciudad, el hondo drama del pueblo apartado, las miserias y alegrías de los seres ínfimos alimentan nuestras obras hastai hoy día. Moock,'Barros Grez, Acevedo Hernández les enseñaron a nuestros dramaturgos que recrear sobre el escenario ciertos conflictos característicos de Chile, sus problemas y soluciones, era un buen camino por el cual tomar vereda. Inmiscuirse en la mitología popular, estudiar dramáticamente prototipos de las clases sociales, sus modos de vida y costumbres ha sido gran parte de su Larca. El teatro chileno acusa un cambio que rodea la década del 60 en donde los conflictos estrictamente lineales y el retrato fiel de una sociedad eran evitados casi con horror. La realidad plana y a ratos excesivamente chata o superficial era atacada desde oíros ángulos, invertida y rearmada sobre el escenario con disparejos resultados. Después de esta ola de fervorosos innovadores solamente algunos pocos intentos han visto luz. Esporádicamente hemos asistido a estrenos que tanto se desprendían de la apretada camisa de fuerza do» realismo o que conscienletncnLu se sumaban a él. La familia de Marta Mardones viene a engrosar esla última fila. Su autor, Fernando Cuadra, cono- cedor de la mejor producción chilena en el campo del realismo y del costumbrismo social, toma sus elementos más rescatables y con esas herramientas construye una reflexión y una búsqueda dramática de la clase media chilena. Cuadra no ha desdeñado ninguno de los elementos que le dejaron como herencia nuestros autores pasados. Ha situado su drama en el comedor de una casa de la Estación Central, ha puesto como Lvniro dmmático aglutinador a una mujer, la ha rodeado de hijos, de esposo, de amigos, arrastrando cada uno con su tragedia casera y cotidiana. Con todo este material ha echado a andar un conflicto que retrate los modos de vida, de ubicación ante el mundo, de búsqueda de soluciones ya proto1 í picas. Una familia chilena El gran mérito del autor chileno en esta obra estriba en captar un estilo de vida dentro del hogar santiaguino contemporáneo. Cuadra ha escuchado por detrás de las puertas los gritos entre padres i.1 hijos, bs intfminables peleas hogareñas, las risas pausadas o histéricas de sus moradores. Ha sabido instalarse con poderosos lentes largavistas a niirar los llantos y las recriminaciones, el lento alejarse de los hijos, la progresiva angustia de las madres. Ha olfateado el aroma de las comidas hechas con poco dinero y mucho cariño; ha tocado esos muebles pobretones, antiguos y algo cursi que llenan las piezas, los liyings, los desvanes de las casas chilenas de clase media. Y, sobre todo, ha escudriñado en el centro de esa familia, en el núcleo, eti el motor que hace caminar la mayoría de los hogaresla madre, sujeto susceptible de transformarse en esposa, amante. víctima propiciatoria, razón de existir de todos los que la rodean. Marta Mardones, peisonaje que dramáticamente lleva toda la acción y maneja los hilos teatrales de esta nueva ubra chilena. Para hacer coincidir tantos presupuestos y observaciones y después volcarlos sobre «scena, Cua-1 dra ha elegido una anécdota cas característica: las peripecias durante tres significativas mañanas de un hogar formado por el padre.^ Ricardo (Juan Quezada); un inválido de ferrocarriles, su esposa (Gabriela Medina), sostén espMtua! y material del hogar; su hija Elvira (Clara María Escobar), empleada de un local comercial; su hijo Ramiro (Nélson Báezl, estudiante universitario y don Antonio (Enrique Madiñá), un maduro amigo del padre, que asiste iodos los días a almorzar. La frustración laboral y económica del padre, sumada al estado de gravidez de la muchacha, producto de 31 IP relaciones con una suerte de don Juan de barrio (Osvaldo Lagos) y rematada por los amores de Ramiro con una mujer casada desatarán con todo ímpetu el melodrama. A instancias de Marta, LIvirá se casa con don Antonio y el padre sigue sobreviviendo entre amarguras y alcohol. Todo el andamiaje ideado por Marta para salvar su hogar se derrumba con progresivo estrépito ya que Ricardo termina arrojándose a las ruedas de un tren en marcha. Elvira engañando a su marido y yéndose de la casa y Ramiro también emigrando hacia otros lados gracias a una beca ganada en la universidad. Murta femará, entontes, a su nieto y seguirá batallando por uns familia como la que quiso lener. LJS tres horas teatral *s que dura el conflicto servirán para diseñar Mjologías y formas de enfren 51 debido a su exagerada posesión y dominio. Pero es gracias a su lucidez en la aceptación de las circunstanciaa que el espectador queda atrapado con ella. Marta Mardones consigue una efectiva simpatía por su carácter, su entrega y su capacidad de servir de símbolo y modelo. ! Realismo y melodrama Para auscultarle el pulso a este sector de la clase media chilena y a la vez diseñar a este magnífico personaje, Cuadra eligió el camino del realismo y dentro de él al melodrama. Las situaciones de gran efecto que producen entre los personajes risas cósmicas o llantos inconsolables, los pequeños conflictos que buscan en el público una respuesta inmediata, los problemas fácilmente identificables como emotivos, es lo que aquí abunda. La madre soltera, la enfermedad del padre, la frustración económica se suman como capas una encima de otra, amplificando UH conflicto de por sí es- Hogar santiaguino truendoso. !u:¿e al mundo y reclverlc. La familia de Marta Mardones presenta una trama que buscará desenlace después de plantearse convenientemente en los dos primeros actos. 1? ebra está fundada sobre el dominio y excesivo sostén que significa esta mujer para su familia. Ella creará —involuntariamente— en su esposo la idea de que es un inútil y un pusilánime; forzará a don Antonio a declarársele a su hija en un matrimonio que Marta ya tiene preparado de antemano; hará pensar —inconscientemente— a Elvira que debe realizarse fuera de casa, lejos del radio de acción de su madre; formará conciencia en Ramiro que debe buscar otros horizontes. Marta Mardones se erige como un personaje solucionador de todos los conflictos hogareños. Pero la que en un principio nos parece divertida e inteligente intromisión se troca a la postre en dictamen absoluto. Es ella la que fabrica mermeladas e hila costuras para paliar la miseria de sueldo de su esposo. Ella la que asume valientemente y sin llantos histéricos el embarazo de su hija tentándola a casarse con don Antonio. Ella la que despide a puntapiés de su casa al meloso pretendiente de Elvira y la que echa sin más trámite al esposo de la amante de Ramiro. Ella levanta los ánimos, organiza las cenas caseras, pulsa las teclas de la emotividad, ordena y soluciona los problemas. Cuadra ha partido de una idea matriz y la ha volcado sin más trámite sobre el escenario. El motivo primerizo de que el matriarcado femenino es quien sostiene las familias de nuestros pueblos aparece aquí sin ningún velo misterioso. Toda la obra, de comienzo a fin, servirá para mantener la idea de que es la mujer la componedora de entuertos y razón de existir del núcleo familiar, rindiendo un poco velado homenaje a las mujeres. Marta Mardones, alegre, lúcida, dicharachera, parlanchína incorregible no dejará que nada escape a sus dominios. Entiende y lleva el peso de su marido, arregla bodas, estimula, trabaja, ausculta caracteres, se antepone a las situaciones. Cuando et telón de la obra está a punto de caer una chispa ilumina a lodo el mundo: es su carácter el que más ha contribuido a que los conflictos nazcan y se alimenten. Murta Mardones roba las posibilidades de decisión y expresión e sus hijos. De alguna manera les fabrica la vida y les impide ser ellos mismos. Todos los que la rodean caen bajo sus determinaciones recubiertas de cariño y salen afectados. A pesar de todo, el impulso final que mueve a Elvira a irse de casa y a Ricardo a suicidarse, que parecen lógicos de acuerdo al rompimiento, no resultan del todo creíbles. Sus sicologías e historias no entregan antecedentes para que estos personajes tomen esas determinaciones. Con lodo. Cuadra recrea su personaje amorosamente y conmueve. Todo el atractivo de la mujer bien podría llegar a eunverlirse a la larga en características odiosas Cuadra, y el montaje lo subraya, actúa por la vía directa, sin detenerse en remilgos a pequeñel.a obra aparece de esta forma como un gran mural de una clase social fabricado con gruesos tazos. De alguna manera el üiiior se remitió a un estilo de vida de los seres que nos pueblan e imitándolo, lo subió al escenario. Podrá ser discutible la utilización de este género, pero, aquí funciona. Por la vía del efecto rápido y a veces fácil, de la frase típica, de la reacción característica, de la solución obvia o conocida, Cuadra consigue unificar una expresión, a pesar de que el excesivo estiramiento de las situaciones muchas veces le quita ritmo agregando sol» ripio. Con todo, la obra se erige como una totalidad sobre el escenario, haciéndose creíble y verdadera. El montaje entrega el sentido v la intencionalidad del autor gracias, en gran medida, a la no- table actuación de la jprotagonis:,!. Ni es posible que el espectador >e emocione e identifique con el personaje central se debe al estilo realista y melodramático con que la actriz enfrentó su personaje. Al 0 se suman una buena actuación conjunta del grupo teatral y una bien ideada escenografía y ambientación en relación absoluta con el mensaje nuclear de la obra. Muchos de los hogares chilenos de clase media, de sus interminables angustias y de su expansiva alegría respiran por estos días las paredes del Camilo Henríqucz.