EN BUSCA DE UN LUGAR EN LA CIENCIA POLÍTICA Y DE LA ADMINISTRACIÓN: EL MARKETING PUBLICO EN EL MARCO DE LAS CORRIENTES CONTEMPORÁNEAS DE GESTIÓN PÚBLICA Ramón Bouzas Lorenzo (Universidad de Santiago de Compostela) e-Mail: ramon.bouzas@usc.es Reseña Biográfica: Licenciado en Filosofía y Ciencias de la Educación y Doctor en Ciencias Políticas y de la Administración por la Universidad de Santiago de Compostela, en la que en la actualidad es profesor titular del Departamento de Ciencias Políticas y de la Administración. En la actualidad compagina varias vías de estudio: los procesos de cambio en las organizaciones del sector público desde la perspectiva de la incoporación de las TIC’s; la exploración de prácticas innovadoras en la función de recursos humanos; marketing público; y políticas de igualdad (género). Resumen Se describe la evolución de la aplicación de las técnicas de marketing al sector público, se resalta su peso en el pensamiento administrativo contemporáneo, y se debate su potencial y su encaje en la práctica gerencial contemporánea de las Administraciones públicas, así como su coherencia con los valores democráticos. Palabras claves: Marketing público; Administración Pública; gestión pública; modernización; democracia. 1. Introducción Las corrientes contemporáneas de gestión pública, entre ellas, en particular, la Nueva Gestión Pública [en adelante, NGP], han abierto la vía de entrada en la práctica administrativa del sector público de tecnologías de empleo habitual en el sector privado, orientadas a la adaptación de los servicios a las demandas de los usuarios. La apelación a la racionalización de los servicios, el creciente peso otorgado al entorno y, en especial, la controvertida conversión del ciudadano en cliente han implicado un cambio radical en la concepción de los servicios, transformando la clásica concepción del usuario, objeto del ejercicio de la autoridad, en la de un sujeto activo, que aporta sentido a la provisión del servicio, capacitado no sólo para demandar prestaciones personalizadas, sino para juzgar su utilidad y efectos. Fundamentalmente, el empoderamiento del ciudadano frente a la Administración, entre otros factores, ha abierto la práctica administrativa al conjunto de técnicas que abarca el campo del marketing, cuyo potencial todavía no ha sido bien comprendido por la ciencia política y de la administración, territorio en el que el marketing público trata de encontrar su lugar y derribar las connotaciones que lo ligan a una práctica de prestación acomodada exclusivamente a los dictados del mercado; restrictiva e insolidaria desde el punto de vista de la gestión económica; retórica, complaciente con el usuario, pero vacua en su contenido; apegada a un estímulo excesivo de la competencia; o, por encima de todo, coartada perfecta de la devolución al mercado de amplias áreas de actividad usurpadas por el estado de bienestar. Contrariamente a lo que buena parte de la literatura gerencial actual sostiene, algunas de las prácticas que se pueden concebir dentro del campo extenso del marketing público han sido aplicadas al sector público desde hace décadas e, incluso, ha sido este sector el que experimentó algunas de las técnicas posteriormente difundidas con éxito en el sector privado. Por tanto, hasta cierto punto, se podría decir que ha existido una actitud precedente, alineada con los principios más ortodoxos de la práctica del marketing, que, sin embargo, en busca de su aceptación por parte de la comunidad de estudio del sector público ha debido esperar al descubrimiento de las potencialidades tecnológicas que aporta esta disciplina. A pesar de los logros alcanzados, la literatura se ha afanado en desterrar –para ser honestos, con éxito cuestionable - muchas de las mencionadas connotaciones negativas adheridas al término. Si bien es cierto que el abrazo que muchos Estados han hecho a las prácticas desreguladoras, privatizadoras o liberalizadoras a lo largo de los años ochenta y noventa contribuyó a la difusión de las técnicas de marketing público, también es indiscutible que entender esta disciplina sólo desde esa óptica supone renunciar a los enormes beneficios que cualquier Administración, sean cuales sean las características del sistema político en que se inserta, puede recibir del empleo de las técnicas de marketing. A diferencia de otras prácticas administrativas más velozmente consolidadas en la gerencia pública, la travesía del marketing por los terrenos de la ciencia política y de la administración está resultando más dura de lo que era previsible a principios de los ochenta. Más allá de la adhesión cosechada entre los estudiosos de las ciencias empresariales y de la economía del sector público, los beneficios suscitados y la apreciación de su potencial para el sector público non han conseguido desterrar la desconfianza con que una parte nutrida de los politólogos perciben esta área de trabajo, ni han logrado demoler -como la literatura demuestra- la frivolidad o la irresponsabilidad con que los científicos de la política y de la administración consideran que el marketing se aplica al sector público, impresión fatalmente ligada al activismo propagandista de finalidad meramente electoralista o a los excesos, de escaso fundamento ético, de algunas prácticas llevadas a cabo con fines recaudatorios. La presente ponencia deja al margen la exégesis del concepto de marketing público, un aspecto tratado ya con profundidad y éxito por otros colegas (Vázquez y Placer, 2000: 14-30; Vázquez, Gutiérrez y García, 2009: 7-11). Lo que propone, a través de un recorrido de tres décadas por la evolución de la gestión pública, es aclarar el rol del marketing en su aplicación al sector público y justificar su encaje en la práctica gerencial contemporánea de las Administraciones públicas y su coherencia con los valores democráticos. 2. La Penetración del Marketing en el Sector Público Siguiendo una pauta muy semejante a la de otras disciplinas de segunda y tercera generación (nacidas de los estudios de economía, ciencias jurídicas y sociología), la trayectoria del marketing a lo largo de los últimos cien años discurre a través de varias fases (Wilkie y Moore, 2003: 116): fundación del área (1900-1920); formalización del área (1920-1950); desviación del paradigma (1950-1980); e intensificación y fragmentación de la desviación (1980-actualidad). Si los años sesenta, en lo que se podría considerar la tercera etapa1, el marketing entra en lo que algunos autores (Day, 1992: 324) consideraban “la era de máxima influencia y de las grandes promesas [como disciplina]”, es durante la última etapa cuando el marketing se expande a territorios hasta entonces sólo alcanzados tangencialmente, pero, a la vez, cuando, a juicio de numerosos comentaristas, se produce la segunda2 mayor transformación de su trayectoria: la que desplaza al marketing desde su orientación a la gestión interna de las organizaciones al de la importancia de los consumidores; del interés en el producto a la preocupación por los servicios; de la transacciones a las relaciones; del proceso de elaboración a la creación de valor; y de la atención a los recursos humanos y materiales a la preocupación por los recursos ligados al conocimiento (Webster, 2005: 125). Desde una perspectiva epistemológica, se transita de un marketing de enfoque gerencial a un marketing analítico, que, a juicio de algunos autores, refleja una apreciable, aunque no profunda, pérdida de peso como función gerencial y como apoyo estratégico. Vázquez (2004: 10-12), afinando la distinción de etapas3 que apuntan de forma generalista Wilkie y Moore (2003) -aplicada a toda práctica de marketing-, hace observar el incipiente interés que ya en torno a 1940 se compartía en la naciente comunidad de profesionales del marketing sobre el papel que en la economía tenía el sector público y, por tanto, sobre la importancia de la acción política y administrativa. Un interés no siempre secundado en años posteriores, como muestran los debates sobre los límites disciplinares que se suceden a lo largo de los treinta años posteriores, y del que finalmente se hará eco la comunidad del marketing durante la década de los sesenta. En efecto, cuando a finales de los sesenta, Kotler y Levy (1969: 10), en un 1 Como testimonio de las enormes expectativas que había sobre la expansión del marketing, baste comprobar la proliferación de definiciones del concepto y de la disciplina (Borch 1959; Keith 1960; McKitterick 1957; Kotler y Levy, 1969). 2 La primera transformación es la que tiene lugar hacia 1950, cuando el marketing, todavía sin desprenderse de su identificación con la actividad de ventas, emerge como disciplina y abandona la consideración de simple actividad económica (Webster, 2005: 121). La transición estuvo marcada por dos novedades: la concepción del marketing como una filosofía gerencial que resaltaba el papel del consumidor y la integración de los métodos cuantitativos y del behavioralismo en la disciplina. 3 Vázquez (2004: 10-12) propone una división de la concepción del marketing público y social en cinco etapas: antecedentes (hasta 1940); primeros debates (1941-50); primer periodo de transición (195160); consolidación (1961-80) y expansión y especialización (1991- actualidad). célebre artículo publicado en la revista Journal of Marketing, proclamaron la universalidad del enfoque del marketing, y, en concreto, la validez de la disciplina del marketing para toda organización que dispusiese de clientes y productos, las miradas se volvieron definitivamente hacia el sector público. Éste parecía ofrecer un campo inagotable de experimentación, amparada, en buena medida por la demanda ciudadana de una actuación más eficiente de los poderes públicos y por el combate del despilfarro. La necesidad de contener el gasto público hacia mediados de los setenta generó una respuesta académica todavía contenida en esta materia. Se consideraba que los desequilibrios financieros y los excesos que en esta área cometiesen las Administraciones se situaban en el terreno de la economía del sector público y que, por tanto, deberían provenir de esa parcela disciplinar tanto las grandes soluciones como la delimitación de todas aquellas iniciativas vinculadas más particularmente a la forma de enfocar los servicios y de responder desde éstos a las propuestas programáticas de las organizaciones políticas. Entrados en los ochenta, factores como el decaimiento de la satisfacción de los ciudadanos, su hastío del funcionamiento de los servicios públicos –en contraste con el contexto, predominante en la época, de creciente exigencia al sector privado de mejores prestaciones-, el aumento de la competencia entre las organizaciones, la apatía y la desmovilización de algunos públicos objetivos de las entidades públicas, unidos a una dependencia cada vez mayor por parte del sector público de fórmulas de copago en el acceso a los servicios públicos, animaron progresivamente el interés en las posibilidades del marketing público, como testimonia el nacimiento de diversas publicaciones especializadas. La década de los ochenta lleva al mundo de la gestión (Webster, 2005: 123) a un nuevo escenario en el que las formas de organización van abandonando las rigideces burocráticas y adoptando estructuras y comportamientos más flexibles; la informática avanza, y se difunden velozmente las tecnologías de la información y de la comunicación (TIC), en especial, Internet; se incrementa la competencia entre organizaciones; y se propaga el recurso a la subcontratación como medio de provisión de servicios. En este nuevo escenario se sitúan también las Administraciones Públicas, y la gran pregunta que por entonces se formula es la de qué papel deben desempeñar los Gobiernos al afrontar sus deberes hacia la ciudadanía. En cierto modo, esta es la cuestión que han formulado todos los movimientos que han batallado desde ámbitos académicos y profesionales para transformar los modelos de gestión pública. Las respuestas se expresan en diferentes lenguajes en función del origen de las fuerzas que influyen en las Administraciones: culturas de competencia global [OCDE (1990-2005; 1995); Osborne y Gaebler (1992); Peters (1995)]; crisis económicas y de los sistemas fiscales [Purchase y Hirshhorn (1994)]; innovaciones tecnológicas [Horton (1996)]; cambios demográficos [Borins (1995); Osborne y Gaebler (1992)]; nuevos enfoques de las ideologías de gestión [Aucoin (1990)]; electorados insatisfechos con los servicios públicos [Graves (1995)]; además de la acción de otras corrientes con pujanza en los tiempos actuales, como las que personifican los propagandistas de la eficiencia y de la calidad [Hackman y Wageman (1995); Jarrar y Aspinwall (1999)] o los defensores de la participación ciudadana en el diseño y la provisión de los servicios públicos [Coleman (2003)]. Aunque está fuera de toda duda el destacado papel que en el proceso de penetración del marketing en el ámbito público tuvo el sector de la consultoría –todo un ejemplo neoisntitucionalista de isomorfismo normativo-, resulta, por su magnitud, igualmente incuestionable e incomparable el impulso que tiene el marketing público como efecto –no como medida- del imperio durante las dos últimas décadas de las tesis gerencialistas y de la aceptación de los presupuestos ideológicos de la NGP, enfoques que inspiran y respaldan la mayor parte de los procesos de reforma gerencial de las Administraciones Públicas llevadas a cabo en los países desarrollados durante los últimos treinta años. El gerencialismo, enfoque especialmente influyente en los estudios de ciencia política y de la administración durante los sesenta y setenta, legitimó la línea seguida por aquellos investigadores que desde la teoría de la organización se empeñaron en despojar a las organizaciones públicas de sus características distintivas, asemejándolas en su estudio y práctica administrativa a cualquier otro tipo de entidad. El gerencialismo enfatizaría la difusión de conceptos como el de satisfacción de intereses, aprovisionamiento eficiente, racionalidad y rentabilidad, viabilidad administrativa, movilización de recursos e, incluso, reforma y modernización, siempre desde la pretensión de optimizar la gestión de funciones y recursos (Gross, 1968: 273-274). Por su parte, desde una base doctrinal heterogénea, aunque con un tono marcadamente economicista4, la NGP emergió durante los ochenta como una potente filosofía administrativa transnacional centrada en la gestión, orientada a los resultados y al cliente y comprometida con la idea de transparencia y de rendición de cuentas (accountability). La NGP abogaría por la introducción de mayor competencia e incentivos en el sector público y por el establecimiento de un nuevo estilo gerencial más flexible, descentralizador y sensible a los costes. Como han expresado numerosos autores de esta corriente5, las principales propuestas de la NGP –de mayor impacto en los países de cultura anglosajona, especialmente el Reino Unido, Canadá y Nueva Zelanda- han girado en torno a la reducción del tamaño del sector público; el aumento del control político sobre la burocracia; la incorporación de expertos provenientes del exterior destinados a asistir la labor gerencial, y, si cabe, reemplazar la estructura funcionarial (desburocratización); la intensificación del empleo de incentivos económicos y de mecanismos de evaluación del desempeño (pay for performance) en el ámbito burocrático; el incremento de la competencia con el sector privado en la provisión de servicios; la descentralización y la horizontalización de las organizaciones; y el fomento de una nueva cultura organizativa en cuyo centro se situaría la concepción del ciudadano como cliente. Siguiendo la senda trazada por los teóricos de la NGP, la agenda de prioridades que en materia de política de gestión pública desplegarían los gobiernos de los países desarrollados durante los ochenta y noventa seguiría una pauta común (DeLeon, 2005; Pollit y Bouckaert, 2004) que actuaría sobre diferentes áreas: reducción del tamaño del sector público; descentralización; aplanamiento de estructuras; creación 4 Entre otros principios que impulsan a sus contribuyentes se encuentran la necesidad de reducir el gasto público; el recorte de servicios públicos y la penetración del sistema de mercado en las actividades del sector público. 5 5 Entre los autores más destacados cabe recorder a C.Pollit, Managerialism and the Public Services (Oxford: Blackwell, 1990) y The Essential Public Manager (Filadelfia: Oxford University Press, 2003); R.D.Behn, "The big questions of public management", Public Administration Review, Vol. 55, nº 4 (1995); E. Ferlie, et. al., The New Public Management (Oxford: Oxford University Press, 1996); C.Hood, “A Public Management for all Seasons”. Public Administration, Vol. 69, (1991) y The Art of the State: Culture, Rethoric and Public Management. (Oxford: Oxford University Press, 2000); M.Barzelay, The New Public Management. Improving Research and Policy Dialogue (Berkeley: University of California Press, 2000); D.F.Kettl, The Global Public Management Revolution. A Report on the Transformation of Governance (Washington, D.C.: Brookings Institution, 2000); T.Christensen y P.Laegreid, New Public Management: The Transformation of Ideas and Practice (Aldershot: Ashgate, 2001); L.E.Lynn, “Public Management”, en B.G.Peters y J.Pierre (Eds.), Handbook of Public Administration (Londres: Sage, 2003). En español se puede encontrar una buena síntesis de los fundamentos teóricos e ideas impulsadas por la NGP en el primer capítulo de Olías (2001); para una recensión en lengua castellana de la literatura anglosajona resulta muy completo el artículo elaborado por Barzelay (2001). de agencias; simplificación normativa; modernización de la función de recursos humanos; orientación al usuario; introducción de mecanismos de evaluación; cambio de la cultura organizativa y fomento de las TIC (e-administración y e-gobierno). La mayor parte de estas medidas –directa o indirectamente- han redefinido la relación de las Administraciones con su entorno. Basten varios ejemplos: a) El combate del gigantismo de numerosas organizaciones públicas, además de en decisiones extremas como la de privatizar parcelas tradicionalmente controladas por los poderes públicos, se basa fundamentalmente en la subcontratación de actividades y en la introducción de prácticas de competencia entre organizaciones del sector público. b) Los procesos de descentralización, que han obedecido a la necesidad de actuar de forma más eficiente y combatir la complejidad, la inercia o la tendencia a la evasión de mecanismos de control, propios de las grandes burocracias, conlleva la aproximación al ciudadano de los centros en los que se ejecutan las políticas y, por tanto, un encaje más fino entre la demanda de resolución de problemas y las respuestas para ello dadas. c) La difusión de la agencia como forma organizativa dota a las entidades públicas de mayor flexibilidad, autonomía y encaje ambiental. d) La simplificación normativa influye en el modo en que se introducen las nuevas tecnologías y en el rediseño de las estructuras de producción y de relación con los ciudadanos. e) La “clientelización” comporta un cambio de valores culturales que actúa sobre el unilateralismo que ha caracterizado la tradicional relación de las Administraciones con los ciudadanos, reemplazándolo por modelos de relación bidireccional. Medidas como la mejora de los dispositivos que facilitan a los ciudadanos información sobre los servicios (accesibilidad; tramitación y resultado), el perfeccionamiento de los mecanismos de reclamación y de resolución de conflictos o la introducción de modelos de gestión participativa que implican al ciudadano en diferentes fases del ciclo de políticas, son muestras de una tendencia que fortalece la autoridad de los ciudadanos en su relación con la Administración. f) Al auditar los procesos internos y eliminar trámites innecesarios se procura dar sentido no sólo al diseño de los servicios, sino a las condiciones que deben aceptar los ciudadanos cuando operan con la Administración. Éstos desean que sus líderes, sus gobiernos y sus organizaciones públicas hagan transparente su actuación y los resultados de ésta. La difusión de prácticas de evaluación de programas y políticas constituye una de las bases de la accountability, y ésta es decisiva para conseguir un cambio en positivo, efectivo y prolongado, del comportamiento de las Administraciones y de la acción de gobierno. g) Las TIC facilitan la interacción con los ciudadanos6. El e-gobierno aspira a superar los niveles de desarrollo basados en la interacción baja (simple descarga de información por parte de los receptores), la interacción media (descarga y respuesta telemática no finalista) y la transacción finalista (realización completa de transacciones on-line), y alcanzar el nivel de apertura (realización de transacciones interadministrativas). h) Los cambios en los valores culturales del funcionariado y su impacto social aumentan la preocupación de los responsables políticos y de los burócratas por la imagen que la entidad proyecta interna y externamente y por la necesidad de gestionarla. En este contexto, el policy process comienza a dejar de articularse sobre la arquitectura monolítica, tradicional de los grandes aparatos administrativos, de las 6 El impulso dado a la administración y al gobierno electrónicos gira en torno a varios ejes: facilitación del acceso de los usuarios al ámbito público; el fomento del desarrollo de mejores servicios; y el estímulo del intercambio de información entre los ciudadanos, entre éstos y la Administración y entre las Administraciones. enormes ataduras normativas y de la concepción del ciudadano como receptor pasivo, condescendiente, e indiferente desde el punto de vista de la exigencia a la Administración. El proceso de implementación de políticas públicas cambia de forma sustantiva, como lo hará, posteriormente el diseño de las actuaciones públicas. La intensidad de los cambios tecnológicos, la creciente especialización laboral, el éxito de las ideologías de gestión promotoras de la calidad, los procesos de transferencia de poder (descentralización/ devolución) y la necesidad de proporcionar servicios en un entorno de gobierno multinivel, aumentan el interés en la capacidad del marketing para apoyar las nuevas relaciones que los Estados deben mantener con sus ciudadanos. Al igual que las empresas privadas, las organizaciones públicas identifican su clientela, desarrollan servicios, determinan precios, diseñan los sistemas de distribución y reparto y comunican la eficacia y la disponibilidad de todo aquello que ofrecen. Sin embargo, las organizaciones del sector público difieren significativamente de las empresas privadas. Estas diferencias7 plantean problemas de marketing singulares que requieren soluciones de marketing singulares (Lamb, 1987: 56). Quienes desde una óptima académica testimoniaron la incorporación de las técnicas de marketing al ámbito público (Lovelock y Weinberg, 1978: 413-452; Lamb, 1986) hicieron correr ríos de tinta sobre las principales diferencias (ambientales, económicas y de características de producto y destinatario) entre la aplicación del marketing al sector público frente al privado. La asunción de estas diferencias, unida a la evidencia del ingreso en un terreno que requería una metodología diferente para la que, tal vez, el arsenal empleado en el sector privado no fuera el idóneo, explican el porqué durante la década de los setenta y parte de los ochenta los trabajos sobre marketing del sector público adquirieran un tono apologético, nacido del convencimiento de que la mayor parte de los destinatarios naturales de estas prácticas mostrarían hostilidad, resistencia y desconfianza hacia un conjunto de útiles que eran vistos como una amenaza de 7 Desde el punto de vista ambiental, los autores clásicos ya destacaban varios factores diferenciales al referirse a las Administraciones Públicas: una menor autonomía y flexibilidad; menor grado de exposición al mercado (competencia; dependencia); mayores presiones políticas; y mayor intensidad de interrelación con el público. Respecto a la gestión económica, destacaban la existencia de objetivos múltiples, no financieros; la dependencia de recursos basados en la presión impositiva; o, en términos de evaluación, la ausencia de objetivos más tangibles. Finalmente, en lo relativo a la relación con los destinatarios, recordaban la obligatoriedad de actuar hacia públicos poco receptivos, la tendencia a aplicar técnicas no diferenciales de actuación, o las dificultades de posicionamiento. demolición de los principios más sólidos (equidad, transparencia, solidaridad) de la actuación de las Administraciones Públicas. La literatura se afanó en hacer proselitismo de las virtudes que la práctica del marketing tendría para todas aquellas organizaciones del sector público que lo incorporasen a sus técnicas de gestión (Bovaird, 2003: 75). Y, hasta cierto punto, lo sigue haciendo, al enfatizar los beneficios, el rol de la disciplina en la práctica gerencial y sus diferencias respecto al marketing de organizaciones lucrativas, allí donde la suspicacia hacia el empleo de técnicas de marketing público se mantiene. El marketing público comienza a popularizarse en el sector público a medida que las Administraciones se van responsabilizando de proporcionar nuevos servicios, pero a la vez, su difusión se acelera al ritmo que aumenta la competencia entre entidades públicas y entre organizaciones del sector público y privado. Mientras los Estados asumen nuevos objetivos y servicios, y la estructura de las Administraciones se descentraliza, se produce una quiebra del control monopolístico que muchos Estados detentaban sobre parcelas importantes de la actividad económica, lo que estimula posteriormente la rivalidad entre las organizaciones y, en consecuencia, alimenta el interés en la captación de usuarios, en su fidelización y en responder adecuadamente a sus necesidades. Muchas formas organizativas nacientes dentro del sector público, como es el caso de las mencionadas agencias, comienzan a operar sin la garantía de continuidad que ha caracterizado tradicionalmente, en términos normativos y culturales, a las entidades del sector público: el imperativo es el de fijar objetivos y, si se pretende que el organismo perviva, cumplirlos de la forma más eficiente posible; en suma, el esfuerzo gerencial aumenta. Durante los ochenta y los noventa el marketing contribuye al gobierno de las Administraciones Públicas desde una perspectiva fundamentalmente centrada en el producto (Bovaird, 2003: 77), enfatizando la provisión correcta, resaltando el proceso de desarrollo inicial del producto y posterior atracción de los consumidores/usuarios; interesándose en la producción y, en consecuencia, en la organización interna de los procesos productivos; midiendo el éxito de las actuaciones en función de la imagen proyectada por el organismo, o explicando su fracaso como consecuencia del rechazo de los destinatarios (nunca como fallo de producción). En suma, un periodo en el que las tintas se cargaban, como es propio de una concepción de primera generación (Chías 1995: 7-8), en el desarrollo del servicio y su difusión entre los receptores. Sin embargo, a finales de los noventa se vislumbra un cambio: en el marco de un acusado giro de las Administraciones hacia la ciudadanía, emerge con fuerza una orientación al mercado que sitúa al ciudadano en el punto central de toda la actividad de la organización, y que, en consecuencia, supone un énfasis de sus deseos, el desarrollo de los servicios en función de las necesidades expresadas y potenciales y el impulso de los estudios de satisfacción de los usuarios. Lo que a escala de la disciplina general del marketing supuso una de sus mayores transformaciones, esto es, la apertura, durante la segunda posguerra mundial, de oportunidades de negocio que generaron un considerable aumento de la demanda y una diversificación significativa de los consumidores (en el entorno favorable de la popularización de la televisión y de los medios de masas), sucede a escala del marketing público a partir de la década de los noventa: el terreno abonado por las grandes medidas de reforma y modernización contenidas en la agenda de la NGP, sumado a la incorporación de las Administraciones a la sociedad del conocimiento (inversión en TIC), comienzan a cambiar la visión restrictiva que se tiene del marketing público. En aras a actuar con la mayor eficacia y eficiencia, se refina la metodología (los enfoques precedentes no dejaban de resultar una importación -sin reservas- al sector público de las técnicas más extendidas del marketing lucrativo), y se promueve, dentro de un marco de orientación más centrado en el usuario que en los procesos internos, un empleo generalizado de las herramientas de segmentación del mercado, una mayor interactuación con los ciudadanos -tanto en lo relativo al diseño de las prestaciones de los servicios como al proceso de provisión y apoyo posterior- y un uso más preciso del análisis estadístico en terrenos tan poco cultivados hasta entonces como el del estudio de la satisfacción de los ciudadanos o el de la percepción de la actuación sectorial o global de la Administración. 3. El Marketing Público en el Era de la Accountability y de la Participación En 2004 la American Marketing Association (AMA) estableció una nueva definición de marketing con la que aclara que se trata de una “función organizativa y un conjunto de procesos que tienen como fin crear, comunicar y dar valor a los clientes, y gestionar la relación con los clientes de modo que se beneficie a la organización y a todos los actores involucrados”. La importancia de la definición en cualquier campo del saber es enorme, y contribuye, como en este caso –máxime, al ser aceptada y divulgada por y entre quienes forman parte de la comunidad epistémica del marketing- a definir el horizonte de actuación y su contenido. La definición opera como una declaración autorizada y simbólica sobre el significado y la importancia del área científica que abarca, inspirando durante años el trabajo de académicos y profesionales. Pero, además, si es suficientemente prescriptiva, contribuye a fijar el rol de la disciplina y a darle legitimidad ante otras áreas científicas y ante la sociedad en su conjunto (Gundlach, 2007: 243). Las definiciones precedentes de la AMA supusieron un referente y una guía en la evolución de la disciplina: la primera, que data de 1935, permaneció vigente durante medio siglo8, hasta que en 1985 la AMA definió nuevamente el marketing ofreciendo una concepción9 válida hasta el reciente cambio de 2004. La primera declaración representó la construcción de un campo del conocimiento y abrió un espacio, restringido al ámbito empresarial, que vinculó el marketing a las principales funciones organizativas; la segunda, supuso una formulación de contenidos y aportó una orientación muy marcada a la gestión, válida para cualquier tipo de organización. Es precisamente esta segunda formulación la que ha acompañado al marketing en su entrada en el sector público, no sólo en el ámbito mercantil de titularidad pública, sino, como sabemos, en el corazón mismo de las Administraciones, de sus servicios y órganos centrales desde los que se define y se supervisa la ejecución de las políticas públicas. La definición de 2004 da por supuesto un contenido (un conjunto de tecnologías); destaca su trascendencia intraorganizativa; reitera el papel que para la profesión posee el destinatario, el receptor final de la acción de marketing; pero, y quizás sea este el elemento más significativo frente a interpretaciones anteriores, se remarca la trascendencia social que posee la práctica del marketing 10, un aspecto de 8 Marketing es “una actividad empresarial que permite el flujo de bienes y servicios desde el productor hasta el consumidor”. 9 Marketing es “el proceso de planificación y de ejecución de la concepción, fijación de precio, promoción y distribución de ideas, bienes y servicios con el fin de crear intercambios que satisfagan las metas individuales y organizativas”. 10 Las implicaciones que tiene la definición al establecer el domino y la perspectiva del marketing han gran interés para quienes creen en el rol que el marketing debe desempeñar en la gerencia de las entidades públicas, especialmente dada la importancia social que se concede a la actividad de tales organizaciones. Pero en el vuelco social del que en 2004 se hace eco la AMA, tiene influencia la deriva hacia el mercado, hacia la ciudadanía que se palpa en acción de los gobiernos y en el mundo empresarial desde finales de la década de los noventa. Aunque la orientación al mercado no afectará al contenido de las intervenciones, repercutirá en la forma de actuación de los gobiernos (Kelly, 2005: 76). Los Estados se han alineado tradicionalmente con dos formas de concebir el buen gobierno y la democracia: la primera contempla la democracia como un fin en si mismo y minimiza la importancia del papel del Estado para gestionar sus asuntos y ofrecer servicios de forma eficiente; el segundo enfoque se centra en la capacitación del Estado y en el desarrollo de la provisión de servicios, restando importancia a la actividad política. En la última década las acciones gubernamentales se han desplazado desde el enfoque de capacitación a la perspectiva de la transparencia / rendición de cuentas (accountability) y la atención a las demandas ciudadanas (responsiveness). El concepto de gobernanza democrática, que domina la literatura actual de gestión pública, ilustra la predisposición de los gobiernos hacia la ciudadanía. Supone el tránsito de una visión universal del proceder adecuado de un actor desde una perspectiva centralista, monocéntrica, unidireccional, a un modelo policéntrico, bidireccional de buena actuación en materia de gobierno. La gobernanza democrática es, además, un enfoque que implica a todo el sistema político (gobierno, Administración, Parlamento, y la sociedad en su conjunto) y desde este ángulo adquiere fuerza la participación y, en particular, las relaciones de la ciudadanía con la Administración. La difusión de las prácticas racionalizadoras de los procesos de gestión, la atención a las demandas de los ciudadanos y el fomento de la necesidad de evaluar el impacto de las actuaciones públicas, constituyen algunos de los principios básicos contenidos en la mayor parte de los códigos de buen gobierno actuales. Alejados de sido muy discutidas. Muchos autores critican el excesivo acento en la gestión y la falta de mayor visibilidad de las instituciones, de los actores, de los individuos y de los procesos que forman parte del marketing como subsistema. Asimismo, precisamente, a pesar de acordar una formulación que posee una enorme proyección social, se ha criticado el escaso acento dado a la responsabilidad moral desde una óptica socioeconómica y el posicionamiento del marketing como una función organizativa en lugar de hacerlo como un fenómeno que comporta múltiples aspectos de la sociedad (Gundlach, 2007: 244). las constricciones económicas de los postulados más duros de la NGP, los gobiernos y sus Administraciones se han instalado en la era de la accountability, cuyas máximas aspiraciones se asientan en la idea de participación ciudadana. La idea de rendición de cuentas constituye de por sí toda una doctrina de gobierno basada en el presupuesto de que los ciudadanos desean que sus administradores hagan las cosas bien. Comparte con los enfoques de gestión precedentes la confianza en que las técnicas de gestión pública constituyen la materia prima de la consecución de la eficiencia en las políticas y programas públicos, pero difiere de los mismos en que las reglas encaminadas a limitar las funciones, como modo de evitar una mala praxis, constituyen obstáculos para una acción de gobierno flexible y comprometida con las demandas de los ciudadanos. La accountability es defendida por los Estados como táctica para mejorar la calidad de los servicios ofrecidos; para generar entre la ciudadanía mayor credibilidad sobre las decisiones políticas adoptadas; o para reforzar la legitimidad del gobierno (OCDE, 2001). Los gobiernos no sólo deben interactuar con un conjunto variado de organizaciones de los sectores público y privado (parlamento, poder judicial, fuerzas de seguridad, partidos políticos, sindicatos, empresas, medios de comunicación, organizaciones no gubernamentales, etc.), sino con las instituciones formales e informales que conforman el comportamiento individual y colectivo. En otras palabras, la capacidad del Estado, la rendición de cuentas o la atención a las demandas de la ciudadanía no son conceptos suficientes para comprender la noción que en la actualidad se comparte de una praxis gubernamental y administrativa correcta. La gobernanza democrática abarca igualmente el modo (mecanismos, procesos, relaciones e instituciones) a través del cual los ciudadanos y los grupos articulan sus intereses y ejercen sus derechos y obligaciones, lo que comporta la acción combinada de organizaciones e instituciones (valores; normas; pautas de comportamiento; reglas de juego). Por tanto, la gobernanza requiere cambios en la manera –formal e informal- de hacer las cosas, lo que exige cambios institucionales y constituye el verdadero desafío para los Estados. En sintonía con el complicado escenario que envuelve la acción de gobierno actual, Ozanne, Corus y Saatcioglu (2009: 29) sostienen que la democracia deliberativa ofrece una perspectiva muy sugerente para entender el impacto que el marketing debe tener en la sociedad, al revelar las complejas y conflictivas redes de intereses entre los actores involucrados. Pero también enfatizan la idea de que un buen gobierno basado en la participación de la ciudadanía no debería sustentarse en una concepción restrictiva de las preferencias y necesidades de los ciudadanos11, sino, desde una perspectiva más social del marketing, en la ampliación del concepto de necesidad a la sociedad en su conjunto. Como demandaban algunos teóricos hacia mediados de los noventa (Walsh, 1994: 63), el marketing público contemporáneo abandona lentamente la posición marginal –de apoyo- mantenida respecto a la concepción y producción de los servicios públicos, basada en la simple aportación de técnicas específicas, y comienza a ocupar un lugar influyente, como orientación administrativa de servicios públicos esenciales, como la sanidad o la educación. 4. Reflexión Final Resulta prematuro conocer el efecto que en la demarcación y en las aspiraciones del marketing público surtirá durante los próximos años la definición de marketing aprobada por la AMA en 2004. Incluso, por más que los indicios inviten al optimismo, es temprano para calibrar su ajuste a la agenda contemporánea de la disciplina (marketing público). El marketing ha demostrado poder contribuir a que las organizaciones públicas sean más eficaces, aunque es obvio que posee sus limitaciones 12. Toda práctica administrativa las tiene, y éstas no deberían ensombrecer la utilidad del enfoque y ni impedir la definitiva y merecida ubicación del marketing en el lugar destacado que desde hace casi treinta años busca en el extenso territorio transdisciplinar de la 11 El argumento se basa en la idea de que en un mercado global en creciente interdependencia, la habilidad de los ciudadanos para decidir qué es lo que necesitan o lo que su sociedad necesita resulta reducida. La capacidad de los ciudadanos para expresar sus necesidades mejorará cuando puedan debatir sus preocupaciones con otros interesados (Ozanne, Corus y Saatcioglu, 2009: 29). 12 Como sugiere Bovaird (2003: 85), es necesario reconocer algunas limitaciones en la aplicación del marketing al sector público. Para este autor es cuestionable considerar “clientes” a todos quienes entran en contacto con la Administración, especialmente si se admite que algunos sujetos deben forzosamente interactuar con ella; igualmente, el vínculo entre el Estado y los ciudadanos se caracteriza en muchos casos por la existencia de relaciones de dominación más que por la realización de intercambios de mutuo acuerdo, y en ambos casos la perspectiva de aplicación del marketing tal vez no sea la más adecuada; en tercer lugar, con el fin de hacer más deseable o aceptable la acción gubernamental, la manipulación de los gustos y de las preferencias de los ciudadanos en la que algunos practicantes del marketing han caído también es cuestionable; y, finalmente, sea por un uso de información escasa, por las externalidades que producen o por una mermada comprensión de su interés personal, hay áreas en las que la libre elección e iniciativa de los ciudadanos apenas contribuye al progreso de la sociedad en la que viven, y, cuando es así, las decisiones colectivas basadas en procesos políticos son superiores a las decisiones individuales apoyadas por los procesos de marketing. gestión pública. Como sostiene Bovaird (2003: 76), no hay motivo para pensar que el marketing deba continuar siendo visto en términos negativos, y debe ser posible definir el marketing de modo que sugiera su elevada utilidad para las organizaciones del sector público. Marketing e interés público no son conceptos antagónicos, si se asume que el rol del marketing es el de mediar entre quienes demandan un servicio y aquellas entidades públicas que están dispuestas a proporcionarlo, lo cual puede llevarse a cabo eficaz o ineficazmente, honesta o deshonestamente, respetuosa o insultantemente o, en suma, desde una praxis ética u otra moralmente empobrecida (Bovaird, 2003: 76). Y en este sentido, la aplicación del marketing al sector público, en términos del abuso potencial que la Administración muestre a los actores involucrados, no difiere de otras funciones y prácticas organizativas como la gestión de recursos humanos, la reingeniería, la gestión de calidad, la planificación estratégica, la contabilidad o la evaluación. Desde mediados de los noventa algunos autores han estado sugiriendo que las connotaciones negativas y la imagen estrecha que el marketing arrastra a los ojos de otros contribuyentes al estudio de la Administración –como es el caso de los politólogos- sólo se borrarán cuando los profesionales de la Administración y las elites políticas dejen de ver en el marketing un simple arsenal de técnicas y comiencen a considerar la importancia de la adopción de sus ideas, de su enfoque. Pero, además, la consolidación del marketing público en la comunidad de estudios de la Administración Pública debe vencer otras barreras. Su aceptación en tal vecindad ganará peso cuando desde otras disciplinas se perciba que entre los contribuyentes al marketing público13 existen iniciativas de colaboración transdisciplinar, desde la cooperación en programas formativos y proyectos de investigación hasta la difusión del conocimiento, aspecto en el que se manifiesta un notable déficit: la diversificación de la procedencia científica de los autores en las publicaciones especializadas, tanto de tratamiento monográfico del tema (International Review on Public and Nonprofit Marketing; Journal of Public Policy & Marketing; Journal of Nonprofit & Public Sector Marketing) como de cobertura generalista14 continúa siendo baja. 13 La mayor producción científica proviene de la economía de la empresa y de las ciencias empresariales, seguida de la sociología y la psicología y, en mucha menor medida, de la ciencia política y de la administración. 14 En el ámbito español, y desde la ciencia política y de la administración, se pueden remarcar Administración & Cidadanía; Gestión y Análisis de Políticas; Revista Española de Ciencia Política y de la Los debates que han tenido lugar en el seno del Comitee on Definitions de la AMA no han sido ajenos a la relación de marketing y sociedad. Además de haber discutido temas de macromárketing, economía del interés del consumidor, ética del marketing, políticas internacionales de consumo o marketing social, los debates que condujeron en 2004 al consenso sobre la nueva definición abarcaron también el modo en que el marketing puede ayudar tanto a tomar decisiones en el ámbito gubernamental y a actuar de forma más eficaz y eficiente en términos normativos, como a contribuir a mejorar las políticas públicas (Gundlach, 2007: 244). El marketing público es un gran apoyo para lograr las aspiraciones de los actuales códigos de buen gobierno y, en concreto, para conseguir el compromiso social que demanda la concepción de la democracia vigente en los países occidentales. Para ello, el marketing público no sólo necesita desarrollar, como apunta Walsh (1994: 70) una psicología del usuario (ciudadano) con riqueza semejante a la psicología del consumidor que hace años que lleva edificando, sino que debe situarse sin complejos en un plano ideológico más elevado y exteriorizar su capacidad, ya demostrada (Jocz y Quelch, 2008: 202-206) para contribuir al cambio social y al desarrollo democrático. Reforzadas por la influencia actual del concepto de gobernanza democrática, las Administraciones orientadas a los ciudadanos recurrirán a las herramientas de marketing para ajustar el contenido de sus políticas de acuerdo con las demandas de la población. Quizás, como apunta Buurma (2001: 1287; 1299), el marketing público deberá relativizar la importancia de la “mercantilización / venta” de las políticas públicas, del logro de un número elevado de “consumidores”, y creer, más bien, en la idea de que la verdadera recompensa de la actuación pública está en el comportamiento social. Administración; o la Revista Vasca de Administración Pública. Bibliografía Aucoin, P. (1990), “Administrative reform in public management: paradigms, principles, paradoxes and pendulums”. Governance 3. Barzelay, M. (2001a), The New Public Management. Improving Research and Policy Dialogue. Oxford: University of California / Sage. Barzelay, M. (2001b), “La Nueva Gerencia Publica. Un ensayo bibliográfico para estudiosos latinoamericanos”. Revista Reforme (CLAD). Borins, S. (1995), “Public sector innovation: the implications of new forms of organization and work”. En G.B. Peters y D.J. Savoie (Eds.), Governance in a Changing Environment. 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