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TEMA 7: LA ESPAÑA DE LA RESTAURACIÓN (1875 – 1902) LA RESTAURACIÓN DE LA MONARQUÍA El restablecimiento de la monarquía La tarea de traer de nuevo a España a la dinastía de Borbón, aunque fuera en la persona de Alfonso, no era tarea fácil, dada la antipatía que los dos últimos reyes de esta casa habían logrado despertar entre distintos sectores sociales y, sobre todo, su incapacidad para conciliar la monarquía con el estado liberal. Por ello, el principal valedor de Alfonso, el abogado, historiador y político malagueño Antonio Cánovas del Castillo (quien de joven había redactado el manifiesto de Manzanares con que se abrió el bienio progresista) tuvo que preparar minuciosamente el camino y no sólo dentro del país, sino también en las cancillerías extranjeras, dado que el cambio de régimen en España podía alterar el equilibrio establecido en el continente. Cánovas asumió la tarea de integrar a parte de la clase política del Sexenio en el proyecto de restauración monárquica, garantizando el carácter liberal que adoptaría la monarquía de Alfonso; tuvo además que asegurarse el apoyo o cuando menos la neutralidad del ejército, que había ido adquiriendo un protagonismo cada vez mayor en la vida política del país y tuvo, finalmente, que asegurarse la aquiescencia de Francia, Austria-­‐Hungría, Gran Bretaña y el Vaticano para que admitiesen al nuevo rey. En lo que respecta a la aceptación del cambio de régimen por los distintos sectores sociales españoles, la tarea fue más fácil: la nobleza nunca había aceptado ni a Amadeo ni, mucho menos, la república; la burguesía sólo deseaba una estabilidad política que los gobiernos del Sexenio no habían sabido asegurar; el pueblo, en general, deseaba también estabilidad y la juventud del nuevo rey despertaba bastantes simpatías. Con estas premisas, Alfonso de Borbón y Cánovas dieron el paso de publicar el Manifiesto de Sandhurst, en el que el hijo de Isabel II (en quien esta había abdicado en 1870) se postulaba como monarca constitucional; el camino lo completó con precipitación y contra la voluntad del propio Cánovas, el general Martínez Campos, al pronunciarse en Sagunto en favor de la restauración monárquica en diciembre de 1874. El 14 de enero de 1875 Alfonso de Borbón entraba en Madrid. El sistema de Cánovas Con el retorno de la dinastía borbónica en la persona de Alfonso XII se inicia el período de la Restauración o Primera Restauración. Su gran artífice es el historiador y político Antonio Cánovas del Castillo, el cual mantiene como objetivos fundamentales de su acción política la salvaguarda de la Monarquía y la estabilidad institucional. Para lograr esos objetivos, Cánovas diseña un orden político, profundamente conservador y antidemocrático, que coincide en líneas generales con el moderantismo isabelino, aunque mantiene con mayor cuidado las apariencias pseudodemocráticas. Organizará un sistema basado en el turno pacífico de dos alternativas de gobierno que permitan “oxigenar” la política tras una crisis, sin poner en cuestión el orden fundamental, especialmente la monarquía. Tal modelo bipartidista sólo podía desarrollarse mediante una falsificación sistemática de los resultados electorales, lo cual será posible gracias a la importancia social y política que adquiere en este período el fenómeno del caciquismo. El bipartidismo Aunque el turno de partidos sólo se institucionalizará a partir del llamado Pacto del Pardo, al iniciarse la Regencia de María Cristina en 1885, en la práctica ya está presente durante el reinado de Alfonso XII. Consiste sencillamente y como ya se ha dicho, en la alternancia pacífica y pactada de dos partidos: el Conservador Dinástico del propio Cánovas y el Liberal Dinástico, de Sagasta. De esta manera se conseguía por un lado una cierta apariencia de sistema parlamentario, y por otro, se abría la posibilidad de aliviar la presión sobre el gobierno tras una crisis por el sencillo procedimiento de disolver las cámaras, celebrar nuevas elecciones y dar paso a un gobierno diferente, que sin embargo, mantendría en lo esencial la política del anterior. Tal sistema tenía que estar basado necesariamente en una mínima participación de las masas, lo que se lograba dejándolas al margen de la política mediante el sufragio censitario y por otra parte, manipulando o si era necesario, falsificando directamente, los resultados electorales mediante las redes caciquiles. Efectivamente, el modelo funcionó: tras un primer gobierno del conservador Cánovas entre 1876 y 1881, pasó a gobernar el liberal Sagasta, de 1881 a 1884 y nuevamente Cánovas de 1884 a 1885. En este último año, el fallecimiento prematuro de Alfonso XII llevó a la regencia a su viuda María Cristina y obligó a los políticos a mantener con mayor celo el sistema de turno tácitamente establecido en los años anteriores. El caciquismo La red de caciques requería para su correcto funcionamiento de una población mayoritariamente rural, analfabeta y poco politizada, susceptible de ser fácilmente manipulada por los poderosos locales, que en connivencia con los gobernantes, determinaban la orientación del voto en cada proceso electoral. De esta manera el sistema funcionaba “al revés” que en el modelo democrático tradicional. En éste, la población vota por unos representantes y conforma así una mayoría, la cual recibe el encargo de formar gobierno. En el modelo canovista se hacía la operación inversa: cuando se consideraba necesario, el rey nombraba un presidente e inmediatamente se convocaban nuevas elecciones para proporcionar al mismo una mayoría en las Cortes que le permitiese gobernar. Para ello, el Ministro de la Gobernación transmitía a los gobernadores civiles (su representación en cada provincia) las instrucciones necesarias. Estos a su vez, informaban a los caciques locales (alcaldes, terratenientes....) de cuántos votos eran necesarios para cada candidatura. Los resultados deseados se obtenían finalmente mediante la compra o la presión sobre el electorado o incluso, si era necesario, mediante el “pucherazo”: la simple falsificación de los resultados. La Constitución de 1876 El tercer pilar que sostenía el régimen del la Restauración fue la Constitución de 1876, que con 55 años de vigencia ha sido hasta la fecha la más duradera de la historia de España. Se trató de una constitución caracterizada por su conservadurismo, pero también por su flexibilidad, pues se elaboró con la intención de crear un marco político aceptable para conservadores, liberales, progresistas, unionistas y, en fin, todas las opciones políticas de carácter burgués y que aceptasen la monarquía como forma de Estado. Inspirada por el doctrinarismo de Jovellanos, establece la soberanía compartida entre el Rey y la Nación, el reconocimiento oficial de la religión católica y un sistema bicameral para unas Cortes que serían elegidas mediante sufragio censitario. El modelo de organización territorial era básicamente centralista y la declaración de derechos y libertades, aunque de cierta amplitud, remite a una regulación posterior que los limita. EL REINADO DE ALFONSO XII (1875-­‐1885) Las primeras elecciones de la Restauración, celebradas con el sistema de sufragio universal, dieron naturalmente la victoria al partido de Cánovas, aunque se reservó un importante número de escaños para la oposición e incluso se permitió que algunas opciones republicanas estuviesen representadas. Las prioridades de estas primeras Cortes eran la redacción de una nueva constitución y atender a las guerras carlista y de Cuba. La constitución quedó redactada y aprobada en 1876. En febrero de ese mismo año y con la conquista de Estella, se puso fin a la guerra carlista; consecuencia de esta victoria fue la supresión de los fueros vascos y su sustitución por un régimen de conciertos económicos a partir de febrero de 1878. En Cuba quedó a cargo de la situación el general Martínez Campos. La combinación de negociaciones, presión militar, el cansancio de la guerra y la nueva estabilidad de la situación española, permitieron alcanzar un principio de acuerdo entre Madrid y los independentistas, con la Paz de Zanjón de febrero 1878, fruto de la misma fue la abolición de la esclavitud, aprobada en febrero de 1880. Con todo, un sector de los patriotas cubanos había reanudado la lucha por la independencia en la llamada "guerra chiquita", a partir del verano de 1878. En el orden político interno, Cánovas iba dando forma al nuevo régimen: legislando un nuevo régimen electoral que restablecía el sufragio censitario y poniendo límites a algunas de las libertades y derechos básicos, como los de imprenta y reunión. Cánovas ya gobernaba con el apoyo de su formación, el partido conservador dinástico, pero era urgente la formación de un gran partido de oposición que permitiera desarrollar el sistema del turno político. Este partido estuvo listo a partir de mayo de 1880 con la formación de un partido liberal dinástico, denominado inicialmente partido fusionista, en torno a Práxedes Mateo Sagasta. En 1881, el rey Alfonso XII ordena a Sagasta formar gobierno, iniciándose así el turno liberal. El primer gobierno de Sagasta se prolongó entre 1881 y 1883 y en él trata de consolidarse como la alternativa política "de izquierda" integrada en el sistema de la Restauración. Sagasta deseaba incorporar a su proyecto a los sectores más progresistas del liberalismo y para ello deberá hacer suyos algunos de los puntos básicos del programa revolucionario de 1868, como una extensión y garantía de los derechos y libertades ciudadanos y la recuperación del sufragio universal masculino. En 1883 vuelve Cánovas a la presidencia del gobierno, por un breve período, que concluye en 1885 con la muerte del rey, víctima de una epidemia de cólera. LA REGENCIA DE MARÍA CRISTINA (1885-­‐1902) La muerte prematura del rey puso al recién establecido régimen de la Restauración ante su primera situación de crisis grave. Sin embargo, la habilidad de la viuda de Alfonso XII y reina regente, Maria Cristina de Habsburgo, la colaboración de los dos principales líderes políticos, Cánovas y Sagasta y la propia debilidad de los partidos contrarios al sistema, republicanos y carlistas, así como del movimiento obrero, permitieron que el sistema ideado por Cánovas funcionase a la perfección incluso en estas circunstancias. Inmediatamente fue llamado a formar gobierno Sagasta, dando comienzo a un período largo de gobiernos liberales, que se prolongaría desde 1886 hasta 1890. El programa liberal permitió entre otras cosas consolidar definitivamente el régimen canovista, al impulsar una serie de reformas que incorporaron a las filas del liberalismo dinástico a los más reacios: restablecimiento del sufragio universal, ley de asociaciones mucho más permisiva, juicio por jurados e importantes reformas en la Hacienda y la administración colonial. Al final de su largo mandato, el partido liberal comenzó a resquebrajarse por divisiones entre algunos de sus principales dirigentes, lo que debilitó la base política del gobierno y llevó a la decisión de la regente de volver a llamar a los conservadores. En 1890, Cánovas vuelve a asumir la presidencia. A partir de 1890, sin embargo, el sistema de la Restauración comienza a dar algunas muestras de desgaste, acentuadas por la crisis económica, la aparición de tendencias diversas dentro de los dos grandes partidos dinásticos y una complicación creciente del problema colonial. Esto conducirá a que los períodos de gobierno del turno sean cada vez más cortos, pues los gobiernos agotan antes sus soluciones. Cánovas gobierna entre 1890 y 1892, cuando retoma el poder Sagasta, pero ahora, además de los problemas tradicionales, se desarrollan otros nuevos: el movimiento obrero y los nacionalismos periféricos. Entre 1868 y 1871 llegan a España agentes de la Asociación Internacional de Trabajadores con el objetivo de constituir en nuestro país los primeros núcleos obreros organizados en la Internacional. Se trata de Giuseppe Fanelli, de ideas anarquistas y enviado por Bakunin y Paul Lafargue, marxista. De las actividades de ambos y su influencia nacerán las primeras organizaciones obreras españolas, de las que la pionera fue el Partido Socialista Obrero Español, fundado por Pablo Iglesias en Madrid en 1879. No obstante habrá que esperar hasta la Ley de Asociaciones de 1887 para que tanto el PSOE como otras organizaciones de sus características pudieran ser legalizadas. Al amparo de dicha ley, en 1888, se funda en Barcelona la UGT, sindicato obrero vinculado al PSOE. El socialismo español tiene aún escasa fuerza, pero la posibilidad de actuar en la legalidad y de difundir sus propuestas a través de medios propios ("El Socialista" comienza a publicarse a partir de 1886) le permitirán un rápido crecimiento en estos años. Por su parte, los anarquistas aparecen divididos entre los partidarios de la acción sindical no violenta y los que se inclinan por las acciones terroristas, en lo que se dio en llamar "propaganda por el hecho". Este último sector es el responsable de la dinámica de atentados-­‐represión policial que marca las luchas obreras al final del siglo, especialmente en Barcelona, donde existe un proletariado bien desarrollado y una fuerte implantación del anarco-­‐sindicalismo. En cuanto a los nacionalismos periféricos, éste es también el momento de su desarrollo. En Cataluña, los intereses de una burguesía industrial proteccionista, dañados a menudo por las políticas librecambistas aplicadas desde Madrid y la corriente cultural nacionalista conocida como Renaixença confluyen en la formulación de un proyecto político que tiene su primera expresión en la Unió Catalanista, formada en 1891. Esta formación aprueba, al año siguiente, las Bases de Manresa, redactadas por Prat de la Riba, que constituyen el primer programa político del nacionalismo catalán. Dichas bases establecían la reivindicación de la autonomía catalana y la cooficialidad de su idioma. Una década después, el proyecto nacionalista adquiere forma con la constitución de la Lliga Regionalista de Françésc Cambó y el propio Prat de la riba, que pronto se convertirá en la opción política mayoritaria en su territorio. En el País Vasco emerge también un sentimiento nacionalista cuyas peculiaridades arrancan de la supresión de los fueros, la rápida transformación de la sociedad agraria tradicional en una sociedad industrial y un fuerte componente integrista en el terreno religioso. Sabino Arana da forma al nacionalismo vasco y funda el PNV en 1895. El problema colonial es el que marca los años finales del siglo. Desde 1892 funciona la Liga Filipina, fundada por José Rizal y en 1894, José Martí funda el Partido Revolucionario Cubano, con un programa político claramente independentista. Pero la cuestión colonial no era un problema sólo de metrópoli y colonias, sino que otros factores externos jugaban con fuerza en el desarrollo del conflicto, particularmente los intereses de Estados Unidos. Ya a mediados del siglo XIX, la mayor parte de las exportaciones cubanas iban a EE.UU., mientras que los lazos económicos con España iban atenuándose cada vez más. Estados Unidos desarrollaba además un proyecto de expansión colonial que tenía como objetivo su área inmediata de influencia (Hispanoamérica) y el Pacífico, donde le era vital contar con puntos de apoyo sólidos. En ese sentido Estados Unidos tenía gran interés en apropiarse de los archipiélagos españoles en el Pacífico, especialmente las Filipinas, frente a un Japón que buscaba igualmente la formación de su propio imperio colonial. En 1895 estalla la última y definitiva insurrección cubana, cuyo aplastamiento va a concentrar todos los esfuerzos de los gobiernos españoles. Como efecto inmediato, el levantamiento cubano supone la caída de Sagasta y la vuelta al gobierno de Cánovas, quien intentará varias vías para retener la isla: para empezar envía de nuevo a Cuba a Martínez Campos, con la esperanza de poder repetir el resultado de Zanjón en 1878, pero la tentativa fracasa y el propio Martínez Campos recomienda sustituir la política de negociación por otra de mayor dureza. Se envía a Cuba al general Valeriano Weyler, quien, con el brutal sistema de concentraciones, recuperó el control de gran parte de la isla. En 1897 Cánovas es asesinado y los liberales, ahora en el gobierno, deciden sustituir las prácticas de Weyler por una táctica de contención y negociación que debía llevar a cabo el general Blanco. Pero la situación cambia radicalmente en 1898: a comienzos del año, el incidente del Maine proporciona a Estados Unidos el pretexto para declarar la guerra a España. El enfrentamiento se resuelve de manera fulminante dada la inmensa superioridad naval de los norteamericanos, que destruyen las escuadras españolas primero en Cavite y pocas semanas después en Santiago. En agosto, España firma el protocolo de Washington, que marca el fin de las hostilidades y abre el camino al Tratado de París de diciembre de 1898. Por este acuerdo, España cede Filipinas, Puerto Rico y Guam a los Estados Unidos y otorga la independencia a Cuba. Tres meses después, la venta a Alemania de Las Marianas, las Carolinas y las Palaos liquida definitivamente el imperio colonial español, que queda limitado a los enclaves del norte de África. El sistema del turno había determinado que la derrota ante Estados Unidos y la pérdida de las colonias les tocara gestionarla a los liberales, por lo que inmediatamente después de la misma, los conservadores vuelven al poder en la persona de Francisco Silvela. Ya en este político conservador se aprecia el nuevo talante de lo que se llamó el regeneracionismo, un movimiento político-­‐intelectual que tras el desastre del 98 toma brusca conciencia de la crisis española y busca caminos para regenerar política, económica y culturalmente el país. Figuras destacadas dentro de este movimiento fueron Valentí Almirall, Lucas Mallada, Macías Picavea, Miguel de Unamuno, Ángel Ganivet o, sobre todo, Joaquín Costa. El proyecto reformista de Silvela chocó con las diversas tendencias representadas por sus ministros, lo que provocó su dimisión en marzo de 1901 y la llegada nuevamente al gobierno de Sagasta; bajo su mandato, el 17 de mayo de 1902, el hijo póstumo de Alfonso XII cumple dieciocho años y es coronado rey como Alfonso XIII. 
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