COMENTARIOS AL PROGRAMA por Claudia Guzmán GIUSEPPE VERDI (1813-1901): Obertura de la ópera “La fuerza del destino” Un poderoso llamado de atención constituido por la incisiva triple enunciación al unísono de la nota Mi da inicio a una obertura operística que ha devenido una de las más inconfundibles rúbricas verdianas. Y es que luego de la reiteración de esas tres columnas sonoras y el suspensivo silencio que las sucede hace su aparición ese gesto inquietante, siempre insatisfecho, de direccionalidad ascendente, que contiene en sí la esencia misma de ese sino fatal que envuelve a Leonora, a Don Álvaro, a Don Carlo, a la gitana Preziosilla y, desde las nieblas del pasado al Marqués de Calatrava, a través de los cuatro actos de esta ópera mosaico inspirada en una obra teatral de Ángel de Saavedra, Duque de Rivas. Un motivo de cuatro notas será el impulsor de esta ópera que le fuera encargada a Giuseppe Verdi desde San Petersburgo y que se estrenó en noviembre de 1862 en el antiguo Teatro Bolshói Kámenny (actual Teatro Mariinski), de esa “Venecia del Norte” por entonces capital del Imperio Ruso. Sin embargo, en aquella primera audición y en las que se sucederían, con variaciones diversas, en Roma, Madrid, Nueva York, Viena, Londres y aún en Buenos Aires (ciudad a la que llegó en 1866), la ópera no se presentó con esta inolvidable pieza orquestal como exordio sino con un modesto preludio. Fue en 1869, ante el inminente estreno de la obra en La Scala de Milán cuando, entre otras numerosas reformas que incluyeron aún al libreto, el ya laureado campeón de la escena lírica italiana compuso la obertura utilizando para tal fin algunas de las ideas musicales más destacadas contenidas en la ópera: Verdi en Rusia, cuando viajó a ese país para el estreno de La Forza del Destino, 1862. Fotografía anónima. el apesadumbrado andantino que corresponde al dúo de la protagonista con Don Álvaro en el Acto III, el rezo de Leonora en la cueva a la que se retira a expiar sus culpas en el segundo acto así como un esperanzador coral presidido por los bronces se suceden con el recuerdo velado mas siempre presente del motivo del destino. Una coda fulgurante culmina esta obertura que, desde que atrajera al público presente en La Scala ese 27 de febrero de 1869, ha logrado trascender aún a la obra escénica a la que daba inicio, convirtiéndose en una página del repertorio sinfónico por derecho propio y en una de las creaciones más populares del genial “campesino” oriundo de Le Roncole. PIOTR ILICH CHAIKOVSKI (1840-1893): Concierto para piano y orquesta n°1 en Si bemol menor, Op. 23 Fue en Boston, muy lejos de la Sociedad Musical Rusa de Moscú donde Chaikovski imaginara su primera audición, donde el 25 de octubre de 1875, se estrenó esta obra concertante para piano y orquesta que estaría destinada a convertirse en una de las preferidas del género tanto para el público como para los más renombrados intérpretes. Tampoco el solista que tuvo a cargo el debut de la obra era quien tenía originalmente en mente el compositor como destinatario del primero de los tres conciertos para piano que surgirían de su pluma. Mientras se dedicaba a la creación de esta obra en tres movimientos, entre los meses de noviembre de 1874 y febrero de 1875, Piotr Ilich esperaba contar con el apoyo y entusiasmo de Nikolai Rubinstein. Piotr Ilich Chaikovsky en 1874, año en que creó el Concierto para piano y orquesta en Si bemol menor. Biblioteca del Congreso, Washington D.C. Por entonces una autoridad del mundo musical ruso, director-fundador del Conservatorio de Moscú, Rubinstein era tanto un virtuoso del piano como un reconocido director. A él en cuanto protector musical que había estrenado sus primeras dos sinfonías así como otras creaciones orquestales como Fatum, La Tempestad y Romeo y Julieta, se dirigió Chaikovski unas horas antes de los festejos de Navidad del 25 de diciembre de 1874, buscando consejo en lo que hacía a los retoques que fueran necesarios en la escritura pianística. Expectante, al llegar a casa de Rubinstein con esa novel creación con la cual esperaba homenajearlo dedicándosela, se lanzó a tocar en el piano el primer movimiento. “(…) Ni una sola palabra, ninguna observación. Si usted supiera lo incómodamente tonto que uno se siente cuando uno coloca frente a un amigo un plato que uno ha preparado con sus propias manos, y aquel lo come mas permanece en silencio” – relataría en una carta Chaikovski, aún disgustado y tres años después del hecho, a su mentora y confidente, Nadezhda von Meck. “Al menos diga algo (…), por el amor de Dios, hable, diga algo, no importa qué. Pero Rubinstein no dijo nada; estaba preparando la tormenta”. En efecto, recién cuando hubieron transcurrido los tres movimientos, Rubinstein comenzó, primero quedamente, a criticar una a una todas las partes de la obra, hasta llegar finalmente a aseverar que la creación era mala, trivial, carente de ideas y que solo podían llegar a servir un par de páginas de la misma. Herido y profundamente ofendido, Chaikovski no solo se retiró antes que comenzaran los festejos navideños en casa de Rubinstein sino que completó la orquestación de la obra y la editó haciendo caso omiso a los consejos de aquel. Entonces la dedicó a una de las grandes figuras musicales del panorama internacional de la segunda mitad del siglo XIX: el eminente director y pianista germano Hans von Bülow. El gran colaborador de Liszt y Wagner, primer esposo de Cósima Liszt (antes de que la hija del gran músico húngaro se convirtiera en la compañera del compositor de ópera germano) a quien Chaikovski había apreciado como pianista pocos meses antes en un recital en el Teatro Bolshoi, recibió de buen grado la obra y la estrenó como parte de su serie de conciertos en Boston bajo la dirección de Benjamin Johnson Lang. Un telegrama de von Bülow al compositor le informó a este que no solo la obra había resultado un éxito sino que además el público había requerido se reiterara el Finale. Hans von Bülow y Nikolai Rubinstein: dos grandes figuras de la música decimonónica. Dos virtuosos del teclado estrechamente vinculados a la historia del Concierto para piano y orquesta en Si bemol menor de Chaikovski. Difícil resulta evitar la atracción y el magnetismo que genera, con su amplio despliegue, la introducción de este concierto en Si bemol menor. Luego de la fuerza expansiva de esos motivos que no retornarán ya más a lo largo de la obra, desde el llamado inicial de los cornos a la virtuosa cadencia para el instrumento solista, la intensidad decanta para dar paso a un Allegro cuyo primer tema es una canción tradicional ucraniana, “Oy, kryatshe, kryatshe” que Chaikovski había escuchado interpretada por músicos callejeros, ciegos, en el mercado de Kamenka, cerca de Kiev, localidad donde acostumbraba pasar los meses de estío. A esa melancólica danza de concisa y definida articulación opondrá un segundo tema original de vocación ascendente, basado en amplios arpegios del instrumento de teclado. Andantino semplice, el segundo movimiento es un delicado scherzo que se inicia con una melodía de la flauta traversa solista por sobre el toque pizzicato (pellizcado) de las cuerdas cual si se tratara del acompañamiento de un instrumento de cuerda punteada en una serenata. Chaikovski recurre nuevamente al recurso de la cita de una obra musical preexistente en el dinámico sector central de este movimiento tripartito. Se trata aquí de la aparición en forma de vals de la melodía de “Il faut s´amuser, danser et rire” (A divertirse, bailar y reír), canción que había popularizado la belga Désirée Artôt, magnífica soprano a la cual el compositor ruso habría cortejado unos años antes. El más breve de los tres momentos de la obra, Allegro con fuoco, tiene forma de rondó, insistiendo sobre una nueva canción folklórica ucraniana que se presenta una y otra vez a cargo del piano con una escritura ágil y brillante, la cual contrasta con un segundo tema cantabile signado por frases de largo aliento. Paradojalmente, poco antes de cumplirse un año de las rudas críticas que lanzara sobre este Primer Concierto para piano de su compatriota, Nikolai Rubinstein dirigía, el 3 de diciembre de 1875, el estreno moscovita de la obra con el gran Sergei Taneiev como solista. El mismo Rubinstein interpretaría la parte solista del Concierto en Si bemol menor en numerosos escenarios europeos durante los seis años que le restaban de vida. Sinfonía n° 5 en Mi menor, Op. 64 Sería recién en la década de 1870, cuando por vez primera un compositor ruso lograría imponerse en occidente. Piotr Ilich Chaikovsky se convertiría a partir de entonces en el más aclamado y famoso creador de esa nacionalidad. Si bien el músico compartía los ideales del denominado “Grupo de los cinco” ”, integrado por Balakirev, Borodin, Cui, Mussorgsky y Rimsky-Korsakov, en cuanto a la invención de una música de rasgos nacionalistas, también recibió influencia de la música europea durante su formación académica en el Conservatorio de San Petersburgo y, más tarde, en su labor como profesor del recientemente fundado Conservatorio de Moscú (creado en 1866 por Nikolai Rubinstein). Su interés por el estudio y rescate del folklore musical ruso perduró sin embargo durante toda su vida y no sólo se manifestó en sus más grandes producciones, como en los famosos ballets, en un Concierto para piano como el n°1, a través de sus seis sinfonías y diez óperas, sino también en tareas como la recopilación y publicación de canciones populares de las diversas regiones del Imperio Ruso. Durante su vida el músico emprendió numerosas y extensas giras por Europa occidental durante las cuales daba a conocer sus propias obras y también las de otros compatriotas, llegando así a ganarse el ya mencionado reconocimiento internacional pero al mismo tiempo recibiendo en Rusia ciertas críticas que lo calificaban de “europeo”. Fue al retornar de una de aquellas giras, durante el inicio de la primavera de 1888 y mediando once años desde la composición de su Cuarta Sinfonía, cuando Chaikovsky emprendió la creación de su Sinfonía en Mi menor Op. 64. El compositor culminó la obra en el mes de agosto y el 17 de noviembre de ese mismo año dirigió su estreno en la Sociedad Filarmónica de San Petersburgo. Sin por ello dejar a un lado la tradición sinfónica alemana, el compositor planteó la obra como la progresión cíclica y dramática de un tema principal, continuando así las ideas que implementara Franz Liszt en sus poemas sinfónicos. Rasgo inequívocamente romántico debido a que la obra pasa a ser la historia de una subjetividad, una individualidad, esto es, de un “tema”. Dicho tema principal aparece con diverso carácter a lo largo de los cuatro movimientos y se presenta por primera vez en la introducción, a cargo de los dos clarinetes bajos, con un tono de denso pesar y en modo menor. Esta marcha oscura, fúnebre, antecede el inicio del Allegro con anima, tempo que enmarca a este primer movimiento de forma sonata y pasajes épicos por sus poderosos clímax expresivos. Chaikovski, Sinfonía n° 5, Tema principal en su primera aparición La cumbre lírica de la sinfonía se alcanza en el segundo movimiento, Andante cantabile con alcuna licenza, escrito en Re mayor. El tema de este movimiento, presentado por los cornos, alcanzaría una fama aún independiente de la obra y sería reutilizado por la música popular norteamericana en la década de 1940 con el nombre de “Moon Love”. El tercer movimiento, Allegro moderato, es un vals, la danza de moda en la Europa de entonces y poco usual hasta ese entonces como movimiento de una sinfonía. Escrito en La mayor este movimiento tiene gran influencia de las obras para ballet del mismo compositor. Sobre el final del mismo el tema principal de la sinfonía reaparece, esta vez con un tono grave y sereno. El mismo tema da comienzo al cuarto y último movimiento que se inicia con un grave y solemne Andante maestoso, esta vez en Mi mayor. Este movimiento de forma sonata es un progresivo crescendo en intensidad, potencia y velocidad hasta lo apoteótico. Durante su desarrollo interactúan reminiscencias y variaciones de los diversos temas expuestos en los tres movimientos anteriores e imponiéndose por sobre todos ellos, en la re-exposición, el tema principal. El falso final que se genera en la coda incrementa el suspenso y el carácter triunfal del auténtico y apoteótico final de esta Quinta Sinfonía. Piotr Ilich Chaikovski hacia el año 1888