Acercamiento a Jesús de Nazaret 3

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FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A
JESUS DE NAZARET – 3
Evangelios dominicales
EDICIONES PAULINAS
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© Ediciones Paulinas 1986 (Protasio Gómez, 13-15. 28027 Madrid)
© Francisco Bartolomé González 1986
Fotocomposición: Marasán, S. A. San Enrique, 4.
28020 Madrid
Impreso en Artes Gráficas Gar.Vi. Humanes (Madrid)
ISBN: 84-285-1076-8
Depósito legal: M. 42.171-1985
Impreso en España. Printed in Spain
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Primera multiplicación de los panes
Los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús, y le contaron todo lo que habían
hecho v enseñado. El les dijo:
-Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco.
Porque eran tantos los que iban y venían, que no encontraban tiempo ni
para comer.
Se fueron en barca a un sitio tranquilo y apartado.
Muchos los vieron marcharse y los reconocieron; entonces de todas las aldeas
fueron corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron. Al desembarcar, Jesús
vio una multitud, v le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y
se puso a enseñarles con calma.
(Mc 6,30-34)
Al enterarse .Jesús de la muerte de Juan el Bautista, se marchó de allí en barca
a un sitio tranquilo y apartado. A1 saberlo la gente, lo siguió por tierra desde
los pueblos.
A1 desembarcar vio Jesús el gentío, le dio lástima y curó a los enfermos. Como
se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle:
-Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan
a las aldeas v se compren de comer.
Jesús les replicó.
-No hace falta que vayan; dadles vosotros de comer.
Ellos le replicaron:
-Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces.
Les dijo:
-Traédmelos.
Mandó a la gente que se recostara en la hierba v tomando los cinco panes
y los dos peces alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes
v se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente. Comieron
todos hasta quedar satisfechos y recogieron doce cestos llenos de sobras.
Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres v niños.
(Mt 14,13-21)
Al volver, los apóstoles contaron a Jesús todo lo que habían hecho. El los
llevó consigo, en dirección a una ciudad llamada Betsaida, para estar a solas
con ellos. Pero la gente se dio cuenta y lo siguió. Jesús los acogió, y se puso a
hablarles del reino de Dios, y curó a los que lo necesitaban.
Caía la tarde y los Doce se le acercaron a decirle:
-Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar
alojamiento y comida; porque aquí estamos en descampado.
El les contestó:
-Dadles vosotros de comer.
Ellos replicaron:
-No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a
comprar de comer para todo este gentío. (Porque eran unos cinco mil hombres.)
Jesús dijo a sus discípulos:
-Decidles que se echen en grupos de unos cincuenta.
Lo hicieron así, y todos se echaron.
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El, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la
bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los
sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y cogieron las sobras: doce
cestos.
(Lc 9,10-17)
Jesús se marchó a la otra parte del lago de Galilea (o de Tiberíades). Lo
seguía mucha gente, porque habían visto los signos que hacía con los enfermos.
Subió Jesús entonces a la montaña y se sentó allí con sus discípulos.
Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos. Jesús entonces levantó los ojos y,
al ver que acudía mucha gente, dijo a Felipe:
-¿Con qué compraremos panes para que coman éstos? (Lo decía para
tantearlo, pues bien sabía él lo que iba a hacer.)
Felipe le contestó:
-Doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un
pedazo.
Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo:
-Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y un par de
peces, pero ¿qué es eso para tantos?
Jesús dijo:
-Decid a la gente que se siente en el suelo.
Había mucha hierba en aquel sitio. Se sentaron: sólo los hombres eran
unos cinco mil.
Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que
estaban sentados; lo mismo todo lo que quisieron del pescado.
Cuando se saciaron, dijo a sus discípulos:
-Recoged los pedazos que han sobrado; que nada se desperdicie.
Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos de los cinco panes
de cebada que sobraron a los que habían comido.
La gente entonces, al ver el signo que había hecho, decía:
-Este sí que es el Profeta que tenía que venir al mundo.
Jesús entonces, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró
otra vez a la montaña, él solo.
(Jn 6,1-15; cf Mc 6,35-44)
Estamos en los comienzos del tercer año de la vida pública de Jesús, según se puede
deducir del evangelista Juan.
Los
primeros
cristianos
daban
mucha
importancia
a
esta
narración
de
la
multiplicación de los panes y de los peces. Solamente así se explica el hecho de encontrarla
en los cuatro evangelios. Más aún, Mateo y Marcos nos hablan de ella dos veces (Mt 15,
32-39; Mc 8,1-10), siendo posiblemente la segunda un doblaje de la primera.
Algunos opinan que se trata de una narración legendaria, hecha a base de un texto del
Antiguo Testamento (2 Re 4,42-44). Es cierto que hay semejanzas; pero ¿bastan para
explicar la fuerza y la vivacidad de los relatos evangélicos y el que nos lo cuenten los cuatro
evangelistas, algunos dos veces? No parece que el relato presente rasgos legendarios; más
bien, la sobriedad y la coherencia de las narraciones ponen de manifiesto el impacto
enorme que el suceso produjo en los que lo presenciaron, sobre todo de los discípulos.
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Todos los relatos de la multiplicación de los panes tienen una clara alusión a la eucaristía,
celebración cumbre de la vida del cristiano.
1.Evaluar y reflexionar la acción
Muchas veces nuestra vida de trabajo y de preocupaciones nos impide ir al fondo de la realidad
de las personas y de los acontecimientos. Es fácil quedar atrapados por las ocupaciones cotidianas.
Esto no quiere decir que debamos buscar el mensaje de Jesús fuera de nuestra vida diaria, pero
sí que es preciso profundizar en los acontecimientos, saber descubrir su auténtico sentido, distinguir en ellos lo que es verdaderamente importante de lo que no lo es. Para ello es necesario que
encontremos tiempo para el silencio interior, que nos ayude a ir más al fondo en el ver, juzgar y
actuar de nuestra vida.
En el texto que estamos comentando, y según los evangelios sinópticos, Jesús se retira con sus
discípulos a un lugar apartado y tranquilo. En Marcos y Lucas, para hablar de los resultados de la
misión que les había encomendado; en Mateo, al enterarse de la muerte de Juan Bautista.
Jesús se preocupa del descanso de sus discípulos. Porque el descanso no es un lujo, sino una
necesidad del hombre. La actividad no puede esclavizarnos, y para lograrlo necesitamos momentos
de reposo y de tranquilidad a fin de podernos reencontrar con lo esencial.
Busca un lugar tranquilo para hacer la evaluación y reflexión de la actividad que han realizado.
Deben profundizar en los acontecimientos, ahondar en la reacción de la gente ante lo que hacen,
en la aceptación que logra lo que proponen... para ver qué deben cambiar, qué aspectos deben
continuar, ver si de verdad han respondido a las esperanzas del pueblo. A la vez, les anima a una
profunda vida de reflexión, de silencio y de oración, de lo que él les da ejemplo. No quiere que
caigan en el nefasto triunfalismo del activismo, y menos en esa tremenda burocracia eclesial que se
nos presenta como imprescindible.
Es lamentable que la costumbre cristiana de los retiros y ejercicios espirituales se haya
convertido en una evasión sin sentido -cuando se hacen-, en lugar de ser un tiempo de
profunda autocrítica de lo que somos y hacemos.
El silencio y la soledad son el tiempo necesario para vivir bajo el influjo directo de la palabra
de Jesús, para contemplar y orar. Contemplar y orar implica pararse y saber mirar alrededor,
colocarse en situación de poder ser interpelado por las cosas y por los acontecimientos, coger
fuerzas para seguir buscando la verdad, reconocer la propia pobreza constitucional. Más que juzgar
y decir muchas cosas, contemplar y orar significa situarse en actitud de coloquio, aceptar la
presencia del otro, de su palabra y de su amor; significa siempre un esfuerzo de autodonación
personal, esfuerzo de comprensión. Contemplar y orar es también imaginar, crear, inventar...
Jesús quiere que compaginemos la reflexión y la oración con la acción. Es lo que hacía él:
con frecuencia se retiraba a lugares solitarios para orar; y en otras muchas ocasiones está
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rodeado por las masas que le siguen ansiosas de escuchar sus palabras y de recibir sus curaciones, y
de las que se aparta para retirarse de nuevo a la soledad y a la plegaria.
Jesús nos llama y nos envía a todos los cristianos a continuar su misión de evangelizar. Esta
tarea no la podemos realizar lejos de él. Tenemos que volver siempre a Jesús, sentirle presente en
nuestro intento de comunicar su evangelio, saber "contarle" lo que decimos, hacemos y
queremos ser, lo que nos ilusiona o nos frena en nuestro camino... Sólo esta vinculación personal
con él dará validez a lo que hagamos como seguidores suyos.
¿Qué hacemos? ¿Qué somos? ¿Hacia dónde caminamos? ¿Hay en nuestra vida verdadero amor?
¿Buscamos el reino de Dios y su justicia en nuestras actividades, o nos buscamos a nosotros mismos?
¿En qué ideas o valores estamos ahora apoyando nuestra vida?... Quizá descubramos que detrás
de las ocupaciones cotidianas se esconde un vacío, o un desconcierto, o un miedo, o una huida, o
una desesperanza..., o una vida llena de sentido.
2. No le dejan tranquilo mucho tiempo
La gente lo sigue al ver "los signos que hacía con los enfermos", nos dice Juan, que nunca
llama "milagros” a estos signos. El ver que comunicaba la salud a los enfermos suscitaba en las
multitudes la esperanza de lograr de él una vida más verdadera, una ayuda para verse libres de
todos sus males. Los que acuden a él son personas económica y socialmente débiles que perciben
que Jesús puede ayudarles a salir de sus miserias, porque sus signos van dirigidos siempre
directamente al bien del pueblo. Por eso lo siguen, aunque no tengan necesidad de curación física
ni acaben de saber quién es y qué pretende.
Lo que lleva a la gente a Jesús no es sólo el afecto, o el que fuera un gran orador, o la gratitud
por los beneficios recibidos. Acuden a él porque intuyen que tiene la respuesta para sus anhelos
más profundos, porque perciben en su actuación y en sus palabras la verdadera vida. El Dios de
Jesús -único Dios verdadero- está presente en lo más profundo del hombre: en sus ilusiones,
aspiraciones, ideales, proyectos de infinito... Y Dios está presente en Jesús. Por esta razón lo más
profundo del hombre se identifica con el camino de Jesús. Lo superficial del ser humano no
puede conectar con Jesús porque se lo impide el pecado: la comodidad, el egoísmo, el
individualismo... Desde su ser profundo, cada hombre se identifica con el ser profundo de los demás
y de Dios. Cuando hablamos desde nuestro ser auténtico, nos compenetramos inmediatamente con
los que toman la misma actitud, y a ese nivel se desvela la imagen de Dios que somos cada uno de los
hombres. A ese nivel profundo surge la comunicación y el diálogo verdaderos, la amistad; surge la
comunidad, la comunión de unos con otros, cuyo signo más expresivo es la eucaristía.
Jesús no provoca una revolución superficial, como hacen tantos líderes facilones; busca la
conversión del corazón. No pretende nada para sí mismo ni defender ningún sistema: busca
únicamente el bien del pueblo, al que quiere servir, ayudar, promocionar.
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Marcos resume la postura de Jesús ante la "multitud" al decir: "Le dio lástima de ellos, porque
andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma". No condiciona su acción al éxito
inmediato; sabe que lo auténtico no se logra en un instante, porque hay muchas defensas que lo
impiden. De aquí que la constancia y la paciencia -"la calma"- sea una virtud clave en los que
luchan por el reino de Dios.
Jesús siente "lástima", compasión de ellos. Compasión que es la capacidad de sufrir por los
problemas y sufrimientos de los demás como si fueran propios, y que en la práctica es muy difícil
lograr.
La gente de Palestina le buscaba. Jesús no hubiera podido enseñarles si ellos no le hubieran
buscado. Esperaban que él les diera respuesta a tantos anhelos a los que los pastores del pueblo no
habían sabido responder. Quizá buscaran en él a un jefe al estilo de los zelotes que hiciera realidad
los sueños de cambio que el pueblo humillado lleva siempre tan dentro del corazón.
"Le seguía mucha gente". Juan insiste en la condición previa para poder escuchar a Jesús. Quien
no emprenda el camino, quien no esté dispuesto a salir de sí mismo y a dejarse cautivar por el
seguimiento de Jesús, no tiene nada que hacer. El hombre seguro, el que cree saberlo todo y no
tiene hambre y sed de más vida, de más verdad, de más amor..., no puede captar nada de la
palabra de Jesús. Es un sordo y un ciego.
Pero no vale cualquier seguimiento. Los evangelistas lo repiten con frecuencia, quizá como
advertencia de las primeras comunidades cristianas a aquellos que se contentaban con seguimientos
aparentes. Como es fácil deducir de los textos evangélicos, la mayoría de la gente que seguía a
Jesús no aceptó luego su palabra: le abandonó porque su seguimiento era superficial, no llegaba al
corazón, se movía por motivos engañosos, estaba apoyado en la propia razón y conveniencia.
Todos tenemos necesidad de conocer y de escuchar a Jesús personalmente.
Juan sitúa a Jesús en la montaña, que representa el lugar donde reside Dios. En ella se sienta,
para indicarnos que está en su lugar propio.
3. El pueblo vuelve a estar de moda
"Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos". De esta forma Juan nos precisa la época del
año y la fiesta. Una fiesta de los dirigentes religiosos y en la que el pueblo nada tenía que celebrar, al
estar marginado y explotado por los jefes.
En esta fiesta la gente debería subir a Jerusalén, pero no lo hará; preferirá seguir a Jesús en
lugar de ir en peregrinación a la capital. El pueblo comienza a liberarse del yugo de las instituciones.
Jesús se convierte en el punto de afluencia de una multitud que pone en él su esperanza. Y es que
Jesús representa la alternativa que están deseando, aunque después lo abandonen a causa del
compromiso que les pide.
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La historia nos muestra que el pueblo hace revoluciones, unas de derechas y otras de
izquierdas, empujado por unos pocos. Acabado el esfuerzo, vuelve a quedar reducido a la
ignorancia y al olvido.
Hoy el pueblo vuelve a estar de moda. Entre la gente inquieta, entre los que pretenden cambios
importantes en la sociedad, se ha puesto de moda volver al pueblo, contar con el pueblo, acercarse a
él, promocionarlo... Es como un campo en el que se han sembrado todas las esperanzas, sin más
cosecha que las frustraciones y la explotación.
También se le pide a la iglesia que ayude al movimiento liberador de los pueblos. Pero ¿cómo
hacerlo? ¿Se puede improvisar?
El paternalismo ronda todo esfuerzo por promocionar al pueblo: gentes de "buenas
familias" o viviendo una vida burguesa que pretenden ayudar sin dejar de ser lo que son. Están
también personas muy honorables que hacen con el pueblo lo de siempre: explotarlo.
Sin embargo, el pueblo es la auténtica esperanza de la humanidad. En él está el futuro de la
historia. Pero no debemos idealizarlo, porque está desorientado, sin cultura, sin conciencia, con
muchos años -siglos- de manejo por los poderes.
Solamente es del pueblo el que pertenece a él. Los que pertenecen a las clases altas, por el
poder que ostentan o por la cultura, no son del pueblo. Si alguno de éstos quiere estar con el
pueblo ha de hacerlo con humildad, silenciosamente, en un segundo plano.
Jesús de Nazaret sí es del pueblo: no poseía bienes de este mundo ni había adquirido la ciencia de
las grandes escuelas y culturas. Era un simple trabajador manual. Por eso todos se admiran de
que supiera sin haber estudiado (Lc 2,47; Mc 6,2).
La actitud de Jesús es fundamental para entender el verdadero espíritu de la transformación
social y religiosa. Si la aceptáramos, haríamos al pueblo un servicio incalculable. Es necesario
que lo oigamos a él por encima de tantas voces que nos hablan de oídas porque no contemplan, ni
oran, ni se quieren renovar. Para poder transmitir la palabra de Dios necesitamos vivir con
periodicidad un tiempo fuerte de sosiego, de paz, de encuentro íntimo con Jesús.
Mirándonos en la actitud de Jesús, deberíamos preguntarnos cada uno de nosotros y cada
comunidad cristiana: ¿Somos capaces de ver más allá del pequeño círculo de nuestros intereses y
de nuestro yo, o sufrimos de miopía? ¿Cómo resuenan en nosotros los problemas de los demás?:
el paro, la marginación, la soledad, la enfermedad...
Jesús ve la realidad y ve también sus causas. No ve sólo lo que es evidente a simple vista,
sino que juzga las raíces más profundas de la situación que vive el pueblo, y las pone al
descubierto.
El hombre moderno vive en una "cultura" visual, de imágenes, "teledirigida", en la que
leer -cuando se lee- es sólo "juntar letras"; o sea, no es leer, porque si no vamos leyendo u
oyendo "por dentro" no comprenderemos lo que leemos o lo que oímos, ni nos entenderemos a nosotros mismos al no servirnos para dar respuesta a nuestros interrogantes.
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Nuestra mente avanza únicamente en un diálogo, aunque sea en soledad, desdoblándonos en un
"yo-que-me-hablo" y un "yo-que-me-escucho-y-me-respondo".
Si no vamos a las raíces de los problemas para solucionarlos, nuestro cristianismo puede
resultar estéril y nuestra compasión puro sentimentalismo. Es necesario que pongamos la misión de
anunciar y realizar el reino de Dios en el centro de nuestra vida, que pongamos todo lo demás
-profesión, posesiones, diversiones...- a su servicio.
Jesús, después de hablar al pueblo, va a darnos un signo que haga patente su enseñanza.
Con la multiplicación de los panes y de los peces nos está indicando que también se preocupa de
nuestro alimento corporal.
4. Una situación sin salida aparente
No se cansan de oírle, y llega la tarde. La gente necesita comer. Le han seguido, prescindiendo
de las seguridades que el mundo les ofrece; entra la noche y no tienen dónde refugiarse, sienten
hambre y no disponen de comida... porque se encuentran lejos de las ciudades, a la intemperie,
lugar ideal para poder escuchar las cosas de Dios. Aquí no se puede comprar comida: la sociedad de
consumo no funciona en el desierto. Fuera de las ciudades en donde se refugian los hombres, en
medio del desierto y a la llegada de la noche es donde Dios actúa.
Es difícil encontrar una imagen más evocadora del sentido y de la obra de Dios en Jesús. Los
que le siguen tienen que arriesgarse, dejar atrás sus seguridades. Una vez que se han decidido a
seguirle, no necesitan decir nada: Jesús sabe sus necesidades y les ayudará.
El signo de la multiplicación de los panes y de los peces pretende indicarnos que han llegado
los tiempos mesiánicos: el Mesías dará respuesta a todas las necesidades humanas, vivirá todas sus
posibilidades. Por eso no bastaba con narrar relatos de curaciones.
El signo consta de dos partes: la primera, dedicada a mostrarnos una situación sin salida
aparente; la segunda, la actuación de Jesús y la reacción de los presentes.
Además, el signo admite perfectamente dos interpretaciones: una espiritual o teológica y otra
más material. La primera quiere decirnos que Jesús es el pan verdadero, el único que puede
saciar el hambre del ser humano: esa hambre de vivir en plenitud y para siempre que todos los
hombres llevamos dentro; ese insaciable anhelo de felicidad que anida en lo más profundo del
corazón. Solamente Jesús puede alimentar plenamente el amor y la esperanza que necesitamos para
superar todas las dificultades y desengaños de la vida sin desfallecer. De esta forma la multiplicación
de los panes es un signo que nos introduce en las palabras de Jesús en las que se presenta a sí
mismo como el pan de vida (Jn 6,26-59). Penetrar ahora en el sentido de esta narración nos
ayudará a captar mejor ese discurso de Jesús en la sinagoga de Cafarnaún. La segunda
interpretación nos presenta a Jesús dando de comer a la multitud en el sentido más material de la
palabra.
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Jesús sabe lo que quiere hacer, pero prueba a sus discípulos. Según Juan, plantea el
problema a Felipe; lo enfrenta, y con él a los demás discípulos y a las comunidades cristianas, con
la realidad que tienen delante: el alimento a una multitud que no puede bastarse a sí misma. Lo
pone a prueba abordando directamente la cuestión del dinero: "¿Con qué compraremos panes
para que coman éstos'?" Quiere ver si entiende -si entendemos- la liberación que él trae, si
comprende su ley de amor y la ruptura con la sociedad que lleva unida su llamamiento: el culto al
dinero había sido la causa del desplazamiento del culto a Dios en el templo y en el corazón de la
mayoría de los israelitas. Felipe cree que Jesús es el Mesías, pero no capta su originalidad; para él
es un continuador del pasado.
"Doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un pedazo". La
respuesta de Felipe revela su desaliento e impotencia. Ateniéndose a los principios que rigen la
sociedad, es imposible a los discípulos solucionar el problema. Los Doce se sienten responsables
de la multitud, pero la solución que ven es la clásica: que cada uno se preocupe de sí mismo. No se
dan cuenta de que es precisamente ésa la causa de las injusticias y del hambre. "Comprar"
significa volver a la sociedad de la que proceden y someterse de nuevo a las leyes económicas que
los han mantenido en la miseria. Pero plantear el problema de otro modo es salirse de la realidad
concreta, es no pisar en el suelo.
"Comprar" a cambio de dinero es un sistema que crea dependencia. Y Jesús no lo acepta,
porque así la vida (= alimento) no está directamente al alcance del hombre, sino manipulada por
los que tienen el poder. Y les propone otra solución: "Dadles vosotros de comer". Al
"comprar" Jesús opone el "dar": son los discípulos los que tienen que dar de comer a la gente.
Tan realista como parecía Jesús...
"Dadles vosotros de comer". El pueblo está pasando por una tremenda crisis económica, el
paro se multiplica día a día, la necesidad es angustiosa en muchas familias. El pueblo no sólo experimenta el hambre de una vida más verdadera y feliz, sino también, como la multitud que
acompañaba a Jesús, el hambre o la indigencia material. También tiene hoy, por eso, plena
actualidad el mandato de Jesús. En todo lo que pueda emprenderse para solucionar esta
situación angustiosa, los cristianos tenemos que estar presentes. Hemos de luchar contra las
desigualdades y los egoísmos; contra las excesivas diferencias de sueldo, el pluriempleo, las horas
extraordinarias, la fuga de capitales... Es verdad que los cristianos no tenemos la solución, pero
¿no deberemos infundir en nuestro mundo un nuevo estilo que renueve los sistemas económicos y
haga posible el milagro de la multiplicación de los bienes mediante un reparto más fraternal'?
¿Cómo puede compaginarse el ideal evangélico de la fraternidad universal con el principio de la libre
competencia y el máximo lucro que rige en el sistema capitalista? Si no repartimos el pan material,
¿cómo pretender repartir el eucarístico? Los cuatro evangelistas nos presentan la imposibilidad en
que el pueblo se encuentra de alimentarse a sí mismo. Jesús quiere saciar el hambre de los que le
rodean, por muchos que sean y por desesperada que parezca la situación.
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5. Compartieron y hubo para todos
Andrés vislumbra una solución distinta del comprar: repartir lo que tienen. En Juan, los panes y
los peces los tiene un muchacho, un débil por su edad: es una forma de acrecentar la magnitud
del problema. En los otros tres, los panes y los peces los tienen los discípulos. Es fácil suponer
que el muchacho represente al grupo de los discípulos en cuanto servidores de la multitud y, en
ellos, a las comunidades cristianas, que deben presentarse ante el mundo como un grupo humilde,
sin pretensiones de dominio o poder, dedicadas al servicio de los hombres. El muchacho es pobre
y su alimento de baja calidad (pan de cebada) y escaso (los panes de entonces eran tortas planas de
poco espesor; para la comida de un adulto se requerían al menos tres).
Cinco panes y dos peces suman siete, el número que indica la totalidad. El alimento es poco,
pero es todo lo que tienen. Y es lo que Jesús buscaba: compartir todo lo propio. Quizá resulte que
hay más de lo que parece. Quizá en una sociedad concebida así sea posible el milagro... porque
Dios actúa y pone su parte cuando los hombres hemos hecho lo nuestro. No importa que nuestros
medios sean muy pobres; lo que importa es que sean todos: Jesús hará lo demás.
Sin hacer caso del pesimismo de sus discípulos, Jesús les dijo: "Decid a la gente que se siente en
el suelo". Tomó las provisiones que tenía el grupo y pronunció la bendición, como solía hacer el
padre de una familia judía antes de las comidas para dar gracias a Dios por sus dones. De esa forma
desvincula los panes y los peces de sus poseedores humanos para considerarlos como dones de
Dios, último origen de todos ellos, y hacerlos propiedad de todos. Los gestos que realiza nos
recuerdan la última cena, por lo que la tradición los consideró siempre como eucarísticos.
La oración-bendición manifiesta su deseo de que, a través de los panes y de los peces, se
realice lo que es el reino de Dios. Sólo el compartir todo lo que se tiene y todo lo que se es es propio
del reino. "La acción de gracias" de Jesús crea la abundancia, pero sin sustituir al hombre; su
colaboración es siempre necesaria.
Ha tomado los panes y los peces que posee el grupo, ya que éste debe aportar a la solución
del problema todos sus medios. En la pobreza del grupo humano entra un elemento nuevo: el
Padre. Sólo después de la entrada de Dios podrá ser alimentada la multitud. Sin él nada
podemos hacer (Jn 15,5). La creación da alimentos para todos; basta liberarlos de los que se los
apropian para que vuelvan a ser dones de Dios a toda la humanidad. El milagro lo obra el amoracción de Dios unido al desprendimiento del hombre: dar todo sin reservarse nada. Con esa
actitud nada de lo que nos propongamos será imposible.
Según Juan, el mismo Jesús repartió los panes y los peces a la gente. En los sinópticos los
discípulos actúan de intermediarios, con lo que parecen querer indicarnos la realidad del
ministerio sacerdotal.
Hubo pan y pescado en abundancia para todos. Con el compartir sería desterrado de la
tierra el mundo de los explotados y marginados y surgiría la verdad definitiva de la vida. El
día en que se libere la creación del egoísmo humano sobrará para cubrir las necesidades de todos
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los hombres, se realizará la liberación de los oprimidos propia del reino de Dios. Es lo que quiere
mostrarnos el relato: cuando ya ninguno de los presentes poseía alimento propio, por haberlo
hecho de todos con la acción de gracias, se demostró que había más que suficiente. La solución
no estaba únicamente en el prodigio de Jesús, sino en algo sencillo y elemental, al alcance de
todos: en el compartir los bienes de la creación, esos bienes que Dios ha dado para todos. Porque
el signo de Jesús alimentando abundantemente a la multitud que lo seguía es fundamentalmente un compartir lo que se tiene y lo que se es, aunque eso que se tiene y se es parezca muy poca
cosa. Aquí sólo había cinco panes y dos peces, pero esa pobreza compartida se convirtió en
alimento de miles de personas y sobró aún más de lo que había. Dios, en cada comunidad,
multiplica lo que ésta posee al ponerlo a disposición de todos.
No es posible seguir a Jesús de verdad sin compartir con los demás lo que se tiene y lo que se
es. No valen seguimientos egoístas, individualistas, cerrados, preocupados por uno mismo. Ni valen
las excusas. Lo primero es compartir, aunque se tenga poco. ¡Qué difícil es compartir cuando hay
mucho! Sólo el hombre abierto a los demás, dispuesto a compartir toda su vida, puede abrirse a
la vida que aporta Jesús y participar de ella.
¿Qué pensarán de este pasaje los que defienden que Jesús sólo trajo buenas palabras, que
nunca se metió en cuestiones materiales? Aquí da a los hombres su pan de cada día no en
sentido metafórico, sino realmente. A pesar de todo lo que se diga en contra, el evangelio nunca se
limita a buenas palabras, no es sólo una bella y original interpretación de la historia humana,
sino que es fundamentalmente una fuerza vital que empuja a los creyentes a contribuir de
forma positiva a la transformación de la historia.
Los discípulos recogen lo que ha sobrado: "doce cestos". El doce es símbolo de las tribus de
Israel; nos indica que compartiendo puede saciarse el hambre de la nación entera.
"Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños". Número simbólico que
está en proporción y en desproporción con el número de panes. Designa al hombre realizado,
llegado a la madurez; por eso no incluye el número de mujeres y niños, símbolo de los débiles.
Designa a la comunidad mesiánica, profética; a la comunidad del Espíritu que Jesús quiere crear a
su alrededor. Los miembros de la comunidad de Jesús serán llevados por el Espíritu al pleno
desarrollo humano cuando compartan el "pan". Será así como se construya la nueva comunidad:
poniendo en práctica la primera bienaventuranza (Mt 5,3): poner lo propio al servicio de los que
lo necesiten sin reservarse nada para sí.
El signo provoca -en el texto de Juan- una confesión de fe en Jesús de la gente: "Este sí
que es el Profeta que tenía que venir al mundo". Quieren "proclamarlo rey", pero él "se retiró otra
vez a la montaña, solo". No quiere que el signo sea mal interpretado: al darse cuenta de que ha
provocado una reacción triunfalista, se va solo. La soledad humana de Jesús significa la deserción de los discípulos. Pretenden cambiar su programa mesiánico, conferirle el poder que él siempre
rechazó.
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6. La eucaristía es común-unión
El relato debe ayudarnos a reflexionar sobre la relación que existe entre el misterio eucarístico
y nuestra vida. Relación profunda, ya que la eucaristía es, por definición, una comunión con Jesús; es
decir, con la realidad que Jesús es y significa: comunión con Dios y con los hermanos. La comunión
supone una relación interpersonal; no está en "comunión" el que ama y no es correspondido. Hay
comunión cuando existe unión común entre varios. La eucaristía es el sacramento -signo
sensible- de un amor dado y respondido. Primero es comunión con Dios. No es eucaristía cristiana
celebrar sólo la entrega que Jesús nos hace de sí mismo; necesita nuestra respuesta para ser amor
interpersonal. Si no hay respuesta del hombre al amor de Jesús, no puede haber comunión. ¿No
es esto demasiado frecuente en nuestras eucaristías del "cumplo y miento dominical"? En segundo
lugar, la eucaristía es comunión entre hermanos. Quien entra en comunión verdadera con Jesús
entra en comunión con Dios y con los hombres. Lleva a poner lo propio en común, porque sólo así
puede surgir el amor: ama el que sale de sí mismo y pone su persona y sus bienes al servicio de los
demás.
Estamos demasiado acostumbrados a celebrar la eucaristía sin amor, sin dar nada; más
aún: sin darnos y usándola para caprichos y fiestas de sociedad. ¿No nos importa el negocio que funciona en las primeras comuniones -en trajes, banquetes y regalos-? Nos debería dar vergüenza a los cristianos.
¿Vamos a la eucaristía a darnos en comunión? Se recibe la comunión cuando se
encuentran varios que se dan en comunión; si nada damos, nada recibimos. La comunión es una
amistad: amor compartido. Si nosotros no vamos a darnos en comunión, no esperemos que nos
den la comunión que no tenemos como por un milagro.
La eucaristía se engendra en la vida, surge de ella. Si Jesús no hubiera vivido entregándose,
de poco hubiera servido que dijera que se entregaba. Cuando lo dice, responde tan claramente a la
verdad que se nos entrega como pan partido y sangre derramada. Se hace sacramento.
Cuando Jesús nos recomienda celebrar su gesto hasta que él vuelva no nos manda que
hagamos un ritual perfecto, sino que sigamos el camino de su vida entregada... y lo celebremos.
Si no nos entregamos a la mutua comunión de lo que tenemos y somos, ¿a qué vamos a ella?
¿Nos mandó Jesús hacer comedias? No podemos celebrar la eucaristía más que entregados y
entre una comunidad de entregados. Celebramos lo que vivimos, lo que somos, comunitariamente,
porque la vida es comunidad de amor, como lo es Dios trino.
Deberíamos revisar frecuentemente nuestras celebraciones eucarísticas. Jesús no muere de
vejez, enfermedad o accidente, sino asesinado en una cruz como consecuencia de su vida: por
haber actuado y hablado como lo hizo. ¿Cómo no vamos a sentirnos urgidos a examinar nuestras
vidas a la luz de la vida y de la muerte de Jesús cada vez que celebramos la eucaristía? ¿Confrontamos constantemente con la palabra de Jesús los acontecimientos de la vida y las actuaciones de
las personas?
14
En cada eucaristía renovamos la donación de Jesús, su lucha contra cualquier mal,
explotación, injusticia, mentira...; su fidelidad a la verdad, su amor al Padre... ¿Por qué
olvidamos tan frecuentemente que Jesús es un luchador hasta la muerte, un combatiente de la
verdad y del amor, de la justicia y de la libertad? ¿Por qué pensamos tan poco que su lucha debemos
continuarla nosotros cada día, en un esfuerzo decidido y comprometido de fidelidad a todo lo
que sea verdad, amor, justicia, libertad..., venga de donde venga? Sin olvidar su aspecto festivo,
alegre, porque la vida de Jesús fue feliz al estar llena de sentido, llena de plenitud, llena del Padre.
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Jesús camina sobre el lago
Después que se sació la gente, Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la
barca y se le adelantaran a la otra orilla mientras él despedía a la gente.
Y después de despedir a la gente subió al monte a solas para orar. Llegada la
noche, estaba allí solo.
Mientras tanto la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque
el viento era contrario. De madrugada se les acercó Jesús andando sobre el agua.
Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron, pensando que
era un fantasma.
Jesús les dijo en seguida:
-¡Animo, soy yo: no tengáis miedo!
Pedro le contestó:
-Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua.
El le dijo:
-Ven.
Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua, acercándose a Jesús: pero,
al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó:
-Señor, sálvame.
En seguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo:
-¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?
En cuanto subieron a la barca amainó el viento. Los de la barca se postraron
ante él diciendo:
-Realmente eres Hijo de Dios.
(Mt 14,22-33; cf Mc 6,45-52; Jn 6,16-21)
Este episodio sigue al de la multiplicación de los panes y los peces en los evangelios de
Mateo, Marcos y Juan, aunque con notables diferencias entre los dos primeros y el último en
cuanto a la actitud de los discípulos. Mateo y Marcos parecen querer indicarnos que Jesús
mandó a los discípulos a la otra orilla, mientras él despedía a la gente; Juan prefiere
decirnos que los discípulos le abandonaron, quizá por rechazar el entusiasmo de la gente que
pretendía hacerle rey. Jesús continúa experimentando que las multitudes siguen empeñadas en
ver en él a un mesías conquistador y triunfalista. Tampoco los discípulos acaban de entender.
¿Entendemos nosotros después de casi dos milenios? Es verdad que la gente le seguía porque
buscaba algo, aunque no supiera exactamente qué; pero ese algo parece que no coincidía con lo
que Jesús quería darles.
La barca sacudida por el mar, las aguas agitadas (símbolo de todos los males
desencadenados), las palabras de ánimo de Jesús, el grito de Pedro y el final feliz nos están
indicando que el texto pretende presentarnos a las comunidades cristianas enfrentadas con la
persecución. Jesús caminando sobre las aguas y calmándolas sería una representación del Jesús
resucitado que ha vencido el mal para siempre, lo que nos libera del miedo y nos da la paz.
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Estos dos signos -la multiplicación de los panes y Jesús caminando sobre las aguasrealizados cerca de la fiesta de la Pascua -según nos dice Juan- se complementan. Anticipan
la Pascua definitiva, la victoria final. Jesús está presente siempre entre nosotros (Mt 28,20), de un
modo misterioso, como alimento y como fuerza para hacer posible la llegada feliz a la "otra
orilla", la orilla de Dios.
1. De nuevo la oración
En Mateo y Marcos, Jesús manda a los discípulos subir a la barca y "despide" a la gente,
que le seguía desde hacía más de un año, después de haber saciado su hambre. Son dos grupos
que normalmente iban siguiéndole juntos a los que ahora separa entre sí.
Su vida de maestro itinerante, ídolo de las multitudes, no conduce a nada. Al confrontar los
pobres resultados, Jesús va a cambiar de modo de actuación y a dedicarse a la formación
intensiva del grupo de apóstoles, separados de la multitud. Se niega a ser considerado como un
taumaturgo al que hay que admirar: quiere ser seguido. Se separa momentáneamente de sus
discípulos para evitar que caigan en la tentación de convertirse en unos seguidores fanáticos
suyos que busquen únicamente que dé respuesta a sus intereses personales. Y se retira a la
soledad de la oración.
Juan nos dice que los discípulos esperaron hasta que cayó la noche y que, cuando vieron
que sus esperanzas triunfalistas se esfumaban, "bajaron al lago, embarcaron y empezaron a
atravesar hacia Cafarnaún". Quieren volver a la ciudad, a la vida de todos, en vez de quedarse
con Jesús y con sus planteamientos. Ya que Jesús se niega a secundar sus planes, que se quede
solo. Llegada la crisis por la diferencia de objetivos, bajan en la noche. El mar al que se dirigen los
discípulos y la noche que viven sus corazones contrastan con la altura del monte en que se ha
quedado Jesús en oración.
¡Qué diferencia entre la serenidad de Jesús en oración y las dificultades con que se van a
encontrar los discípulos en el lago! No nos es posible penetrar todo el secreto de esta oración
solitaria. Pero el paralelo que presenta con la oración de Getsemaní y la ocasión de
popularidad que ha rechazado hacen pensar que esta oración de Jesús tiene relación con la
tentación del mesianismo triunfalista que le acechaba por todas partes. Necesita descubrir la
voluntad de su Padre en las nuevas circunstancias en que se halla comprometido. No debemos
pasar por alto este detalle: en los momentos de triunfo, cuando todo sonríe, el reino también debe
ser buscado en la oración silenciosa y humilde. De otra forma es fácil confundir la voluntad de Dios
con nuestra conveniencia. Ha pasado muchas veces.
Su oración no era evasiva, como suele ser la nuestra. Miraba al Padre, pero sin olvidar a los
hombres. El hecho de haberse separado de la multitud y de sus discípulos no le llevaba a olvidarse
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de ellos; más bien rezaría para que unos y otros no cedieran a la tentación de un mesías de poder y
pudieran entenderle para poder seguirle.
Deberíamos quedamos contemplando esta escena: Jesús unido con Dios en la oscuridad de
la noche, en el monte, en la soledad.
2. Dificultades de los Doce
Los discípulos se encuentran en un momento difícil, remando contra el viento que les es
contrario. Avanzan penosamente. Estas dificultades nos deben hacer pensar que hay una
enseñanza escondida para nosotros que debemos tratar de descubrir; porque el lago es pequeño y
de fácil travesía para unos pescadores profesionales como eran los apóstoles. En eso cotidiano,
fácil de superar, fue puesta a prueba su fe y su coraje. Una ironía de la narración que debemos
desentrañar.
Los discípulos se encuentran solos y sin recursos en medio de las aguas del lago, lo mismo que
estaban sin recursos ante la multitud hambrienta. En ambos casos es Jesús el que les sacará del
apuro. Imaginémonos la escena: la barca, sacudida por las olas y el viento en una noche oscura,
no avanza..., y Jesús no está.
Algunas viejas tradiciones concebían el mundo como una forma de combate entre Dios y las
aguas. Las aguas del mar simbolizan, en esas tradiciones, las fuerzas del mal que se oponen a los
designios de Dios sobre el hombre, al que pretenden destruir. El pensamiento bíblico no es ajeno
a estas ideas.
"La barca" simboliza a la comunidad de discípulos y a las comunidades cristianas
posteriores. "El viento contrario" representa la resistencia de los discípulos y de los cristianos en
general a aceptar el mesianismo de Jesús, cambiándolo por las ideas triunfalistas de un
sensacional éxito humano, según el cual Jesús sería un líder indiscutible de multitudes. Han
interpretado el signo de los panes y de los peces como una acción extraordinaria de Jesús y no
como un efecto de su entrega personal a la voluntad del Padre, norma de vida para sus discípulos si
lo quieren ser de verdad. "La orilla" a la que les envía Jesús -según Mateo y Marcos- es
figura de los países paganos, a los que deben ir a comunicar el mensaje del Maestro. Pero ellos
aún no han entrado en la óptica del reino de Dios; más aún: tienden a confundirlo con sus
esquemas humanos. Por eso no han sentido la necesidad de orar, se creen autosuficientes, y el
viento que cae sobre ellos pondrá en evidencia la distancia entre sus puntos de vista y los del
reino expresados por Jesús. Con esas actitudes es imposible que progrese el reino.
Ya vimos cómo en Juan los discípulos abandonan a Jesús al ver fracasados sus propios planes;
al contrario que en los otros dos, en los que Jesús les mandó embarcar y dirigirse a la otra
orilla. Su oposición a Jesús, que les lleva a separarse de él, los hace caer en manos de la noche,
que es el momento en que los ideales se nublan y los falsos valores se presentan como indiscuti-
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bles. Siendo sus discípulos, debían haberle esperado, pedirle explicaciones, dialogar con él,
profundizar juntos en lo que de verdad había que hacer, si no querían defraudar los planes de
Dios. ¿Dónde querían ir sin Jesús y con las fuerzas del mal desencadenadas en su contra? ¿Dónde
queremos llegar con nuestros proyectos, si no le preguntamos al Padre en la oración qué quiere
de nosotros?
3. Jesús sobre el agua
Jesús va hacia ellos "caminando sobre las aguas", lo que era atributo de Dios (Job 9,8;
38,16). Están en peligro y no puede dejarlos solos. Siempre acude cuando lo necesitamos. Está
sobre el agua -por encima de todo mal-, sostenido por la oración al Padre, sin miedo. Como
ha buscado la ayuda de Dios, puede mostrar una actitud valiente en los momentos difíciles. El
lago encrespado y el viento contrario son también símbolo de todas las duras circunstancias con
que tuvo que enfrentarse para ser fiel a sí mismo: la incomprensión de sus discípulos, las
persecuciones de sus enemigos, el abandono del pueblo, la dura sentencia de los jefes religiosos de
la nación. En todo momento demostró que estaba dispuesto a todos los riesgos con tal de ser fiel a
la voluntad del Padre, que no podía ser otra que el bien de la humanidad. Un bien que estaba
reñido con el triunfo fácil, y que sólo podría lograr a través de la entrega de sí mismo.
Caminar sobre las aguas alude, además, a su condición de resucitado: sólo en esa situación se está
por encima de cualquier mal para siempre. También nos indica que no tiene barca
-comunidad-, porque los discípulos le han abandonado. Lo dejaron solo, pero, como ha rezado,
superará todos los peligros.
Ante un fenómeno tan extraño, los discípulos se asustan y gritan. Son presa del espanto. Han
pasado una noche fatal y los nervios están a flor de piel.
"Hizo ademán de pasar de largo", escribe Marcos. No quiere imponerles su ayuda. La
presencia de Dios en nuestra vida no suprime nuestra libertad. Mateo y Marcos nos dicen que los
discípulos gritaron porque "pensaron que era un fantasma", algo soñado por ellos en un
momento de angustia. ¡Cuántas veces hacemos las dificultades aún mayores con nuestra
imaginación! Tienen miedo, que es la peor compañía que podemos tener los hombres en los
peligros. El miedo paraliza a los hombres y hace innecesario que los conflictos actúen.
"¡Animo, soy yo; no tengáis miedo!" Es la frase central de la narración, el fundamento de
toda lucha cristiana. No da ninguna señal para ser reconocido ni menciona ningún nombre. Sólo
dice: "Soy yo". Dos palabras que lo dicen todo, porque sólo hay un hombre que puede hablar
de un modo tan incondicional y absoluto. Los discípulos no debían reconocerlo ni por su voz, ni
por su figura, ni por un gesto. Sólo deben saber que quien habla así tiene que ser él. "Yo soy"
evoca la respuesta de Dios a Moisés en medio de la zarza ardiendo: "Yo soy el que soy" (Ex 3,14).
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Alude a su condición divina; por eso ante él sólo es válida la confianza sin reservas y la entrega
total, que eliminan el miedo.
4. El intento de Pedro
La escena de Pedro es exclusiva de Mateo. Se deja fascinar por el atractivo de caminar
sobre las aguas. Pero no había rezado. Se apoyaba más en el milagro que en la palabra de
Jesús. En pocos instantes va a pasar del entusiasmo a la duda, y de ésta a la confianza en Jesús. Es
modelo de todo creyente. ¿No es nuestra vida un constante oscilar entre la fe en Jesús, el miedo y la
duda? Simboliza la fe imperfecta de quienes seguían -y siguen- a Jesús atraídos por la
perspectiva del poder temporal y del dominio sobre los hombres. Su actitud es valiente, pero
llena de vanidad.
Pedro sale de la barca con gran decisión, muy seguro de sí mismo, desafiando a todo y a
todos. Jesús lo deja caer en la trampa: su orgullo necesita estas lecciones para encontrarse con su
verdadero yo. No será la última vez que su autosuficiencia quedará en evidencia. Cuando
siente el viento, le tiemblan las piernas. Esperaba poder realizar la experiencia sin obstáculos, de
manera milagrosa. Ha olvidado que el hombre se construye en medio de la oposición y de la
lucha. No ha entendido que la misión se realiza a través de la entrega total, apoyado incondicionalmente en Dios, nunca en uno mismo.
¿Cómo es posible que camine hacia Jesús y se hunda? Porque cuando comenzó a dudar dejó de
caminar hacia Jesús, porque la fe no puede ser consecuencia de algo extraordinario y milagroso,
sino fruto de una apertura total a Dios y una confianza absoluta en su palabra, aun en las
circunstancias más adversas de la vida. Al comenzar a caminar, su fragilidad se puso en evidencia y
comprendió que aquello no era fruto de la magia, sino obra de la fe. Es la fe en Jesús la que nos
permite afrontar las dificultades de la vida y salir adelante.
Jesús nunca alimenta ese enfermizo espíritu religioso que sólo busca lo maravilloso y milagrero.
El creyente debe enfrentarse con los problemas de la vida como los demás hombres, sin esperar
jamás que Dios le resuelva mágicamente los problemas. La fe no garantiza el éxito, no da ninguna
ventaja sobre las dificultades de la vida; aporta, eso sí, una nueva perspectiva ante ellas y la
fuerza para tratar de superarlas.
Pedro se hunde y llama a Jesús. ¿Para qué, si sabe nadar`? (Jn 21,7). Porque su
"hundirse" es de otro orden: se le nublan todas sus seguridades y es únicamente Jesús el que
puede rehacerlo por dentro.
Pedro ha entendido: "Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua". Es
necesario lanzarse, comprometerse con el mundo en que vivimos, dejar de pensar sólo en uno mismo. Si queremos encontrar a Dios sin problemas, como quien oye una noticia..., jamás
descubriremos su presencia real en nuestras vidas y en la sociedad. Para hallar es preciso ponerse
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a caminar. Como Pedro. Por eso, y a pesar de todas las deficiencias, pudo llegar a la fe.
Camina sobre las aguas como Jesús, pero no por su propio poder. Puede hacerlo con la palabra
de Jesús: "Ven".
La actitud de Pedro personifica y ejemplifica todo caminar hacia Jesús. Un caminar que no está
exento de dudas ni de inseguridades humanas, porque cuando creemos no nos entregamos a algo
evidente. Jesús rechaza siempre ese deseo de sus contemporáneos de querer tener signos palpables y
seguros para creer. No hay otro signo que la vida asumida con toda su inseguridad, confiando en
Dios, que nos ofrece la orientación de un camino que para nosotros es desconocido en todo
momento; un camino que se nos va desvelando según vamos transitando por él.
Con la fe podemos realizar los mismos signos que Jesús, y mayores (Jn 14,12). Pero para
eso hemos de salir de nosotros mismos y caminar hacia lo que no vemos, fiados de la palabra de
Jesús: "Ven". Sólo una fe perfecta supera el riesgo humano apoyado en la seguridad divina. Pero
¿quién tiene esa fe? Para ser creyente hace falta mucho corazón, echarle valor y coraje... y lanzarse al agua. Sólo lanzándonos al agua hallaremos a Dios, sólo el que se arriesga encuentra el
camino.
También Jesús nos dice a todos nosotros: "Ved', no tengas miedo, y si tienes la impresión de
sucumbir, grita. Verás cómo no falto a la cita. Igual que Pedro encontró a Jesús porque le pidió
ayuda al darse cuenta que se hundía, lo encontraremos nosotros. Nuestro peligro quizá sea que ni
nos enteremos que nos estamos hundiendo. ¡Es tan fácil dejarse hundir en las aguas de la mediocridad, perdidos en el anonimato de "hacen todos lo mismo"!
La fe del cristiano se demuestra en los momentos de prueba, fiados en un Dios que conduce
la historia más allá de las apariencias. Si miramos la historia de la iglesia con la perspectiva que
dan los siglos, veremos que no coinciden en ella los momentos de triunfo con la fidelidad a Jesús,
que muchos de los verdaderos seguidores fueron perseguidos, incluso por los dirigentes religiosos,
como le pasó a Jesús. Después de los siglos podemos apuntar cuáles fueron los verdaderos triunfos
y las auténticas derrotas. Perspectiva que nos debe ayudar a no caer hoy en los mismos
errores. Hemos de buscar en todo momento la fidelidad a las palabras de Jesús, pase lo que
pase. La historia se encargará de hacer justicia.
Es evidente que todo sería más fácil si la presencia de Jesús fuera más clara y nos resolviera los
problemas de golpe. Pero no es así ni conviene que lo sea. ¿A qué quedaría reducida la vida de fe?
5. Con Jesús desaparece el peligro
Jesús subió a la barca y desaparece por sí mismo todo lo que causaba peligro. Entienden los
planteamientos de Jesús y cesan en su oposición. La búsqueda del triunfo humano -el viento- no
tiene razón de ser. Los discípulos le rinden homenaje, aceptan que se han equivocado: "Realmente
eres Hijo de Dios", nos dice Mateo. Son unas palabras grandiosas, las máximas que se le pueden
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dirigir a un hombre. ¿Han entendido los discípulos el misterioso milagro de los panes en un lugar
solitario, el poder de Jesús para caminar sobre las aguas sin riesgo, sus palabras de ánimo, el "soy
yo" y el episodio de Pedro? ¿Les durará mucho? ¿Nos duran a nosotros mucho tiempo los ideales
que descubrimos de vez en cuando?
22
Jesús, pan de vida
Al día siguiente, la gente que se había quedado al otro lado del lago notó que allí no
había habido más que una lancha y que Jesús no había embarcado con sus
discípulos, sino que sus discípulos se habían marchado solos.
Entretanto, unas lanchas de Tiberíades llegaron cerca del sitio donde habían comido
el pan (sobre el que el Señor pronunció la acción de gracias).
Cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y
fueron a Cafarnaún en busca de Jesús.
Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron:
-Maestro, ¿cuándo has venido aquí?
Jesús les contestó:
-Os lo aseguro: me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque
comisteis pan hasta saciaros.
Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura, dando
vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre; pues a éste lo ha sellado el Padre,
Dios.
Ellos le preguntaron:
-¿Cómo podremos ocuparnos en los trabajos que Dios quiere?
Respondió Jesús:
-Este es el trabajo que Dios quiere: que creáis en el que él ha enviado.
Ellos le replicaron:
-¿Y qué signos vemos que haces tú para que creamos en ti? Nuestros
padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: "Les dio a comer
pan del cielo".
Jesús les replicó:
-Os aseguro que no fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi
Padre quien os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja
del cielo y da vida al mundo.
Entonces le dijeron:
-Señor, danos siempre de ese pan. Jesús les contestó:
-Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en
mí no pasará nunca sed; pero como os he dicho, habéis visto y no creéis.
Todo lo que me da el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí, no lo echaré afuera;
porque he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me
ha enviado.
Esta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que me
dio, sino que lo resucite en el último día.
Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en él tenga vida
eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
Criticaban los judíos a Jesús porque había dicho "yo soy el pan bajado del
cielo", y decían:
-¿No es éste Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre?,
¿cómo dice ahora que ha bajado del cielo?
Jesús tomó la palabra y les dijo:
-No critiquéis. Nadie puede venir a mí si no lo trae el Padre que me ha
enviado. Y yo lo resucitaré el último día.
Está escrito en los profetas: "Serán todos discípulos de Dios".
Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende, viene a mí.
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No es que nadie haya visto al Padre, a no ser el que viene de Dios: ése ha visto
al Padre.
Os lo aseguro: el que cree tiene vida eterna.
Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y
murieron: éste es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no
muera.
Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de ese pan vivirá para
siempre.
Y el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo.
Disputaban entonces los judíos entre sí:
-¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?
Entonces Jesús les dijo:
-Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre,
no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y
yo lo resucitaré en el último día.
Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él.
El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que
me come vivirá por mí.
Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo
comieron y murieron: el que come este pan vivirá para siempre.
Esto lo dijo enseñando en la sinagoga de Cafarnaún. Muchos discípulos de Jesús,
al oírlo, dijeron:
-Este modo de hablar es inaceptable, ¿quién puede hacerle caso?
Adivinando Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo:
-¿Esto os hace vacilar?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir a donde
estaba antes? El espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras
que os he dicho son espíritu y son vida. Y con todo, algunos de vosotros no creen.
Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a
entregar. Y dijo:
-Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí si el Padre no se lo
concede.
Desde entonces muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con
él.
Entonces Jesús dijo a los Doce:
-¿También vosotros queréis marcharos?
Simón Pedro le contestó:
-Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabra de vida eterna:
nosotros creemos. Y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios.
Jesús les respondió:
-¿No os he elegido yo a vosotros, los Doce? Y uno de vosotros es un diablo.
Se refería a Judas, hijo de Simón Iscariote, porque éste le iba a entregar, uno
de los Doce.
(Jn 6,22-71)
1. El evangelio de Juan es esencialmente teológico
Es corriente que los hombres nos creamos que lo sabemos todo, que nadie tiene nada que
enseñarnos, que no tenemos ninguna necesidad de la gente que nos rodea. Creemos que nuestra vida
está bien como está, y cuando alguien nos sorprende con su modo de actuar o de vivir, la mayoría de
las veces pensamos que se equivoca, que no sabe lo que hace, que exagera. Es frecuente en cada uno
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de los hombres constituirse en norma y juez inapelable de todos los acontecimientos, aceptando
únicamente aquellos que estén de acuerdo con nuestros intereses personales. Es lo que les ocurría
a la mayoría de los oyentes de Jesús.
El evangelio de Juan es esencialmente teológico; en él los hechos que nos narra han sido
recogidos para destacar una enseñanza, preocupándose menos de lo realmente ocurrido. La
narración, que no ha sido inventada, fue sacada de la realidad con la intención de servir para
ahondar en el mensaje de Jesús.
Por esta razón, en su largo e importante capítulo sexto, Juan no nos narra sólo la
multiplicación de los panes, sino que nos muestra la forma en que Jesús explicó su sentido en el
discurso del pan de vida pronunciado en la sinagoga de Cafarnaún. Pretende que profundicemos en
nuestra fe. Una fe que tiene unos riesgos que hemos de conocer para no caer en ellos: usar la religión como medio para conseguir bienes materiales y comodidad, conformismo y aburguesamiento; y
también el peligro del ritualismo sin vida. ¿No es éste el caso de la mayoría de nuestras eucaristías
dominicales? Juan quiere situarnos en el punto justo: el centro del cristianismo es la persona de
Jesús; más aún: él mismo es el cristianismo, el pan verdadero que debe ser comido y asimilado en
la vida diaria. De esta forma, la eucaristía no es un rito más, sino la celebración del compromiso
total con la lucha por el mundo fraternal que Dios quiere; es comunión (común-unión) con Dios en
los hermanos.
Juan eleva el hecho de la búsqueda de Jesús por el pueblo a un plano superior. El pueblo está
sometido a necesidades materiales, pendiente únicamente de ellas. Ahora Jesús va a ofrecer a la
multitud que le busca un nuevo pan, una nueva revelación.
El discurso se inicia con la búsqueda que hace de Jesús la multitud que ha sido alimentada con
los panes y los peces. La gente sabía que allí no había más que una barca y que Jesús no había
subido a ella. Entonces, ¿por dónde había cruzado el lago? Desean encontrar a Jesús. La
separación -brusca según Juan- de los discípulos y de Jesús les había desorientado.
2. Insuficiencia del "pan" material
"Fueron a Cafarnaún en busca de Jesús". A simple vista, esa búsqueda de Jesús por la
gente parece una actitud positiva. Sin embargo, la reacción de la multitud ante la multiplicación
de los panes fue decepcionante. Es verdad que buscan a Jesús, pero lo hacen por mera
curiosidad o, teniendo en cuenta las duras palabras que Jesús les dirige, por egoísmo. Acuden a
él porque les dio de comer, deseosos de continuar en la compañía de alguien que les asegure el
sustento sin esfuerzo personal. Únicamente esperan de él la solución a su indigencia material. Es
una búsqueda ineficaz, insuficiente.
"Me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros". Este
es el verdadero motivo por el que siguen a Jesús, que, en lugar de responder a su pregunta, les
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revela sus propias intenciones: le habían seguido como a un posible liberador; pero ahora sólo
pretenden que les asegure la comida sin trabajar. ¡Siempre las rebajas! Van en su busca, pero
en realidad no le buscan a él; buscan sus dones, se buscan a sí mismos, su propia satisfacción.
Prefieren el don al donante. Buscaban a Jesús porque los había alimentado, y con aquello ya les
bastaba; creían que Jesús podía asegurarles la alimentación cotidiana y que ya no tenían nada
más que esperar.
Esta actitud de la gente expresa la postura más común en todos los hombres, expresa
nuestra propia actitud: lo que buscamos normalmente es "el pan", signo de todo aquello que
suele despertar nuestra ilusión y mover nuestro modo de hablar y de actuar: aumentar los
ingresos económicos, dominar a los demás, conseguir el éxito, pasarlo bien... A veces lo buscamos
de modo más directo; otras, solapadamente, incluso bajo la bandera de fidelidad a Jesús y a la
iglesia, cuando lo que realmente nos interesa es conservar y aumentar lo que tenemos y evitarnos
quebraderos de cabeza. Es también la postura de nuestra sociedad de consumo: creer que
con elevar la renta ‘per cápita’, subir los sueldos, tener piso y coche propios... es suficiente
para que el hombre logre la felicidad.
Jesús no quiere que nos engañemos: hay otras muchas esferas en el hombre que hay que
despertar y enriquecer. El bienestar material suficiente para una vida humana digna es la tierra
abonada sobre la que se tienen que desarrollar y dar frutos esferas fundamentales de la
personalidad individual y social; esferas que, si se descuidan, acarrean el fracaso del hombre y de
la sociedad.
Jesús desenmascara esa actitud egoísta y limitada. Quiere ayudarles a que le busquen a él. Por
eso los atiende y quiere enseñarles a comprender todo lo que desea darles. Los acoge porque es
una gente que no vive cruzada de brazos, sino que se inquieta y trabaja por encontrarlo, y
espera algo de él. Sólo la satisfacción de su hambre los ha movido a buscar a Jesús. Al quedarse
únicamente en el aspecto material del signo de la multiplicación de los panes y de los peces, han
vaciado de contenido la verdadera intención de Jesús. Lo que debía haberlos llevado a entregarse
a los demás, como Jesús se ha entregado a ellos, los ha centrado egoístamente en sí mismos. Ni la
simple curiosidad o el egoísmo interesado por el "pan" material ni el sensacionalismo orientado hacia
el dominio terreno que pretendía hacer rey a Jesús (Jn 6,15) para que expulsara a los romanos...
eran razones válidas para buscarlo. Jesús no pretendía limitar su acción a satisfacer el hambre
material. Interpretarlo así implica empobrecerlo sustancialmente. El signo apuntaba hacia algo más
importante y que la gente no había comprendido.
"Trabajad no por el alimento que perece". Es verdad que necesitamos comer, gozar de
tranquilidad, tener una casa mínimamente agradable, sabernos aceptados por los demás... Pero
nos preocupamos tanto de estas cosas -necesarias, pero "que perecen"-, que no alcanzamos
ni a comprender las que perduran. ¿Cuántos viven hoy en la desesperación, en el absurdo, en
el vacío o en el hastío, rodeados de abundantes bienes materiales? ¿Es lógico afanarse por la
26
forma de un mueble o el color de un vestido o una moda..., o emplear tanto tiempo ante el
televisor o charloteando de cosas insulsas...? Todos éstos son engaños más o menos pactados, el
engaño que surge cuando ya se tienen cubiertas las necesidades más elementales.
El que se conforma con migajas de vida jamás hallará la plenitud humana. Es el problema tanto
de los cristianos que reducen su fe a una religión tranquilizante de ritos como de los que la limitan a
una simple motivación de lucha humana, sin que pretenda meter en el mismo "saco" a los dos
grupos. Es quedarse siempre en los medios sin llegar a la vida, quedarse en Jesús sin llegar a
Dios, que en el fondo no es quedarse en Jesús. Buscamos los signos, los prodigios, la facilidad, los
éxitos..., no la persona de Jesús. Y de esa forma es imposible la comunión con él.
El hombre busca en lo humano su propia salvación, pero todo lo deja insatisfecho. Sólo Dios
-todo lo que representa, aunque se le niegue o se le ignore- puede saciar, dar vida, llenar, salvar,
liberar al hombre.
Jesús nos invita a revaluar nuestra escala de valores. Es cierto que hay muchas personas cuyos
ingresos precarios, el trabajo abrumador en unos y el paro en otros o las pésimas condiciones de
vida les hacen difícil pensar en algo más allá de la simple lucha por la supervivencia; su primera
exigencia es el pan material. Y es igualmente cierto que el satisfecho con lo que tiene y es está
incapacitado para buscar, porque no necesita nada más de lo que ya posee.
Jesús les explica -y nos explica- que no basta con encontrar solución a las necesidades materiales, sino que deben -debemos- aspirar a la plenitud humana; y que esto requiere la colaboración
del hombre. Propone dos clases de alimentos, que producen dos clases de vida: la pasajera y la
definitiva. "El alimento que perece" da solamente una vida caduca, efímera; poner toda la
esperanza en ese alimento es negar en el hombre la dimensión del espíritu, es reducirlo a la
"carne" y aceptar su destrucción definitiva, mutilando el plan de Dios, que tampoco es eliminar lo
material, como han pretendido y pretenden muchos "cristianos" para evadirse de la lucha por la
justicia.
3. El verdadero alimento
"Trabajad... por el alimento que perdura, dando vida eterna". Trabajad por el alimento
que perdura es uno de los puntos fuertes del mensaje de Jesús (Mt 4,4; 6,19-20; 6,25.33; Lc 10,4142).
¿Cómo no reconocer que hay "un hambre y una sed" insaciables? El hombre es mucho más
que un estómago o un coleccionista de cachivaches. Ni el estómago lleno -aunque es indispensable llenarlo- ni la acumulación de cosas construyen al hombre.
Jesús quiere hacerles ver que el pan que les daba era signo de algo más, que tenía mucho más
que ofrecerles: su palabra, su presencia en medio del pueblo, su persona, el camino de amor que
era toda su vida de fidelidad al Padre y que le llevó a la cruz, su resurrección como garantía de
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la plenitud humana. Este alimento verdadero es la paz, la justicia, la libertad, la eternidad, el
amor, la amistad, la comunicación, la convivencia, la esperanza, la fe, la sensibilidad humana y
artística..., Dios. Es el alimento que hace al hombre acogedor, interesado por los valores verdaderos.
Conformarse con menos, conformarse con ir tirando, es no haber entendido la fe en Jesús.
Conformarse con una vida lánguida, sin esfuerzo, sin ilusión por los hombres y por un mundo
justo..., es indigno de un verdadero seguidor de Jesús.
¡Cuán lleno se encuentra el hombre que ha encontrado este verdadero alimento! y pone toda
su ilusión en la lucha por la justicia y la libertad, viviendo desprendido de las cosas... Es únicamente este hombre el que puede dar a los demás bienes la importancia, siempre relativa, que
tienen.
Jesús les pide y nos pide ahondar en sus ilusiones e ideales, compartirlos y comulgar con
ellos. Sólo así nace la amistad con él y se pueden comprender sus profundos planteamientos. Es el
llamamiento de una persona de grandeza espiritual en medio de un mundo de intereses
mezquinos y preocupaciones mediocres.
Hemos de trabajar por ganarnos el alimento, pero no sólo el que se acaba, sino el que dura
para siempre. Alimento que podemos resumir en el amor, porque es el amor el alimento que
mantiene y desarrolla la verdadera vida del hombre, lo que la construye y la realiza. Amor que
no es verdadero más que en la medida en que incluye el don de sí mismo; y no hay don de sí
mismo sin una real comunicación de bienes y de vida; don de sí mismo que, cuando encuentra
respuesta, lleva a la creación de comunidades cristianas verdaderas.
Para que el don del pan adquiera su sentido ha de ser expresión del amor, y éste puede
expresarse en el don del pan "que perdura, dando vida eterna". El pan que Jesús les repartió era
signo de su propia donación, de su propio amor. Para comprenderlo no bastaba con presenciarlo pasivamente: era necesario entrar en su significado amando a Jesús, porque el amor no
puede ser reconocido si no existe el deseo de corresponder. Es lo que Jesús nos quiere indicar
cuando nos pide "trabajar por el alimento que perdura".
Jesús, que comenzó dando pan, quiere terminar dándose como pan que perdura. Por eso
prosigue: "El que os dará el Hijo del hombre; pues a éste lo ha sellado el Padre, Dios".
Era corriente entre los maestros religiosos ofrecer a sus discípulos esta elección: o el pan que
alimenta la vida material o el pan que garantiza la posesión de la vida eterna.
Sólo siguiendo a Jesús podemos alimentarnos de verdad, podemos llenar totalmente nuestra
vida. Porque en el horizonte de todos y de cada uno de los hombres está Dios. El sentido del
mundo y el destino del hombre están arraigados en el mismo Dios como fuente de la vida.
Todos tenemos que descubrir esa realidad, aunque le estemos dando otros nombres. Si borramos
a Dios del horizonte de nuestra vida, reduciendo ésta a una lucha materialista por un mundo mejor,
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nuestra vida podrá llegar a tener cubiertas sus necesidades elementales -muy importante, por
cierto-, pero nosotros estaremos hambrientos.
No hay ser humano que en el fondo de su ser no busque el alimento imperecedero. Alimento que
no es otro que el decidirse a vivir en el seguimiento de Jesús de Nazaret. Únicamente necesitamos
cumplir una condición para obtenerlo: la adhesión personal a él.
Jesús es el camino de nuestra realización personal y social. Es el hombre nuevo. No es
simplemente alimento para caminar, sino base, fundamento y núcleo de nuestro camino de vida.
El hombre creyente no se contenta con el alimento individual, sino que está preocupado por el
alimento de la comunidad en la que vive y de la que es miembro con derechos y obligaciones.
Los problemas sociales, políticos, económicos, sindicales... no le son indiferentes.
Toda la escena se halla orientada hacia la eucaristía. Aquí solamente hay alusiones. Será
necesario hablar con más claridad. Y así lo hará en el discurso posterior, en el que explicará
sin rodeos y con toda la profundidad posible el sentido del signo realizado.
4. ¿Cómo lograrlo?
"¿Cómo podremos ocuparnos en los trabajos que Dios quiere?" Entienden que hay que trabajar,
pero no saben cómo ni en qué. Creen, como la mayoría de los cristianos, que todo se arregla
haciendo cosas, celebrando ritos. Por eso quedan desconcertados cuando se les dice que de lo que se
trata es de tener fe: "Este es el trabajo que Dios quiere: que creáis en el que él ha enviado". La
vida eterna no es cuestión de obras sin fe, y menos de fe sin obras, sino de la obra de la fe; es
decir, creer en el Hijo. ¿Qué significa creer en el Hijo? Significa que creer que el camino de las
bienaventuranzas que él vivió en plenitud y que explicitan el camino del amor es el único
verdaderamente humano y seguirlo sabiendo que es la única forma de eternizar la vida. Es esencial
no confundirnos: si creemos en la vida eterna y en que ésta consiste en una amistad universal,
plena y para siempre, debemos poner en práctica ya, aquí y ahora, esa vida, desprendiéndonos
de todo lo superfluo. De otra forma creeremos en vano. Cuando aplazamos para más adelante este
modo de vivir es porque no creemos en él, porque preferimos apoyarnos en "el alimento que perece".
Es el error en que caemos frecuentemente cuando rezamos por nuestros difuntos: rezamos para que
logren su salvación, cuando deberíamos rezar para vivir nosotros ya ahora como decimos creer
que viven ellos, dejando su salvación en las manos de Dios, que siempre serán mejores manos
que las nuestras. Rezar para que alcancen su salvación y no tratar de vivir, aquí y ahora, el estilo
de esa salvación es prueba evidente de no creer en ella. ¿No está rodeado el culto a los muertos
de tristeza y desesperanza? De la misma manera, decir que creemos en Jesús y, a la vez, llevar
una vida contraria a la suya es no creer en él. ¿No preferimos la riqueza a la pobreza, reír que
llorar, ser bien vistos por todos antes que perseguidos por ser justos...? Pues entonces...
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No podemos creer en la vida eterna puesto que no creemos en el único camino que lleva a
ella: el camino que siguió Jesús de Nazaret y que acabó tan mal... aparentemente. Preferimos
hacer realidad el refrán: "Más vale pájaro en mano que ciento volando", más vale apoyarse en
los efímeros bienes visibles que en los "problemáticos" bienes eternos...
5. El verdadero alimento "es el que baja del cielo y da vida al mundo"
"¿Y qué signo vemos que haces tú para que creamos en ti? Nuestros padres comieron el maná en
el desierto...". La gente comprende que Jesús se declara Mesías, y le piden un signo. No les basta
como credencial el pan que han comido el día anterior; quieren una señal que esté a la altura de
sus pretensiones y de la adhesión que solicita. Si pretende ser un profeta al estilo de Moisés, debe
realizar signos semejantes. Así aparece, lógicamente, el maná. Hablan de sus padres. Siguen
apegados a su linaje, refugiados en el pasado, en las tradiciones. Oponen los prodigios de Moisés a la
falta de espectacularidad de la obra de Jesús. Exigen lo portentoso, lo que deslumbra sin
comprender al hombre -Lourdes, Fátima...- en lugar de lo cotidiano y profundo. Saben que su
estilo de vida no es el adecuado, pero por lo menos van tirando sin grandes problemas. Y tienen
que justificar su postura: ¡Vete a saber dónde está lo verdadero!, ¡qué andará buscando éste!,
cada uno busca su interés... Es lo de siempre.
El maná que comieron sus padres en el desierto no era pan de Dios ni les dio vida definitiva.
Era una sustancia parecida a la miel que destila el tamarisco cuando le atacan los insectos. En
las frías noches del desierto gotea de estos árboles, solidificándose en gotas pardas. Durante el día
se derrite pronto. Los israelitas, hambrientos, lo consideraron fácilmente como un alimento
concedido por Dios, dulce y sabroso. El carácter milagroso del maná bíblico -"pan del cielo"radica más en las circunstancias de tiempo y lugar en que aparece que en la esencia misma
del alimento. El pueblo, deseoso en tiempos de Jesús de un nuevo Moisés que les librara de la
opresión extranjera, esperaba un nuevo maná.
Moisés les había dado un pan "perecedero" que únicamente podía satisfacer el hambre o la
necesidad física. Si Jesús no hace otra cosa distinta a una multiplicación de panes, como la gente
lo había entendido, su signo sería a lo máximo como el de Moisés. Pero Jesús no se queda ahí.
Después de asegurarles que no fue Moisés el que les dio pan del cielo, sino su Padre,
afirma: "Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo".
Su creencia es ilusoria. Sólo el Padre da el verdadero pan del cielo, el pan que dura para
siempre. Ese alimento-vida que baja del cielo sin cesar y que no se limita al pueblo judío, sino que
se reparte a toda la humanidad a través de Jesús. Ese alimento que es el signo del amor de
Dios a todos los hombres y que sacia también el hambre material, porque es un amor que abarca
al hombre entero.
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En el pan que habían compartido el día anterior tenían que haber descubierto el pan del
amor, ya que éste sólo se da con aquél. ¿Cómo se puede amar a alguien sin compartir con él lo que
se tiene y lo que se es? En el amor humano, expresado con dones humanos, se contiene el amor
y el don de Dios.
"Señor, danos siempre de ese pan". Lo llaman "Señor", creen en sus palabras y en que Jesús
puede satisfacer todos sus anhelos. Quizá no han entendido mucho, pero sí lo suficiente como
para apetecer un pan que sacie verdaderamente el hambre que aflige al hombre. Pero este pan
exige una fidelidad constante, un compromiso serio, una vida de servicio y de amor, un caminar
siempre más allá; y ellos quieren recibirlo sin trabajarlo, sin colaboración personal, pasivamente.
6. Discurso del pan de vida
"Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará
nunca sed". Así comienza el discurso del pan de vida.
Jesús, ante las exigencias y los deseos de la gente, se presenta como ese pan esperado, como el
revelador de toda la verdad de Dios. Un pan que debe ser "comido" por la fe y que lleva a
asimilamos a Jesús si seguimos su camino de vida. Así como el alimento que comemos se convierte
en vida para nosotros, lo mismo sucede si "comemos" a Jesús: nos transformamos en él. Siempre
lo más asimila lo menos. De esa forma obtenemos la calidad de vida que lleva al hombre a su
plenitud. Un pan que es amor y que comunica la vida de Dios al mundo.
Jesús les dice -y nos sigue diciendo hoy a nosotros- que si siguen su camino, si son capaces
de mirar más allá de su pequeña vida, alcanzarán la vida para siempre: no pasarán hambre, no
pasarán nunca sed, alcanzarán la saciedad definitiva y ya no tendrán necesidad de acudir en
busca de otros alimentos, porque él puede llenar el deseo de Dios que anidamos todos los hombres
en nuestro interior.
La fidelidad a la ley dejaba a los israelitas -lo mismo que ahora las prácticas religiosas
entre los cristianos- una continua insatisfacción. Jesús no actúa como la ley: no centra al
hombre en el cumplimiento de unas normas o en la búsqueda de la propia perfección, sino en el
don de sí mismo. Mientras la perfección es abstracta y está sujeta a grandes equívocos por tener
una meta tan ilusoria y tan lejana como la propia conveniencia, el don de sí mismo es concreto y
puede ser total, como el de Jesús.
¿Quién puede afirmar, sin provocar escándalo, que "el que viene a mí no pasará hambre, y
el que cree en mí no pasará nunca sed"? La pretensión de Jesús es absoluta; por ello sólo le
quedarán unos pocos seguidores. ¿Cómo compaginar esto con los cientos de millones de cristianos
actuales sin sostener, fundadamente, que el "cristianismo" de tantos millones de personas nada
tiene que ver con los planteamientos de Jesús de Nazaret?
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Ir a Jesús es lo mismo que creer en él. Es Jesús el verdadero maná, el alimento que da vida al
mundo y satisface toda necesidad del hombre. Es la respuesta plena a todas las búsquedas humanas.
Para irlo descubriendo es necesario buscar... Y se descubre en la medida en que la búsqueda es
más profunda, más desinteresada, más verdadera. Eso es lo que significa ser "el pan de vida". Este
buscador no pasará hambre, porque esa hambre se irá saciando según va surgiendo. Esa hambre
de libertad, de justicia, de amor, de amistad, de fraternidad... No pasará hambre porque, aunque
no llegue a saciarla nunca, intuye el porqué. Y en lo profundo de su corazón se sabe en el camino
de la verdadera humanidad. Y tampoco pasará sed, porque Jesús la irá apagando paulatinamente
en los logros que vaya consiguiendo en su lucha por una vida más verdadera.
Hay en el hombre que lucha por realizarse una lista interminable de esperanzas profundas: librarse de la envidia, del egoísmo, de la cerrazón, de las ganas de criticar, de las enemistades... Esperanza de llegar un día a comunicarse sinceramente con los demás, de amar y de
sentirse amado, de vivir en un mundo solidario y justo -en el que no haya ricos y pobres, la cultura
y el tiempo libre sean para todos, no se destruya la naturaleza, no haya armas ni hambre...-.
Esperanza en que un día desaparezca la muerte como puerta hacia la nada... Es colocándose en
el camino de estas esperanzas como podemos encontrar a Jesús. Si no deseamos solamente "el
alimento que perece", sino que deseamos muy profundamente "el alimento que perdura, dando
vida eterna", significa que, en el fondo, a quien buscamos es a Jesucristo. Porque todas estas
esperanzas de plenitud son, realmente, esperanzas de Dios -de todo lo que Dios significa-. Y
cuantos andan por el camino de estas esperanzas están, aunque no lo sepan, por el camino de
Dios.
"Pero como os he dicho, habéis visto y no creéis". A aquella gente estas palabras de Jesús no
la entusiasmaron lo más mínimo. Sus obras eran manifestación del Espíritu de Dios que habitaba
en él. Ellos lo han presenciado, pero no han descubierto su persona. Desean sus dones, pero lo
rechazan a él. Prefieren mantenerse a distancia, donde no haya peligro de comprometerse. Quieren
recibir, pero se niegan a amar. Y lo que Jesús les presenta no es la aceptación de una doctrina, sino
la adhesión a su persona, manifestada en unas obras como las suyas. Es como si dijera: porque
os quiero os he dado de comer, pero os pido que os queráis unos a otros y os deis mutuamente de
comer. Se han quedado en el comer gratuito, sin ningún tipo de respuesta.
Las acciones de Jesús explican lo que él mismo es, son palabras que explican la Palabra. El
pan que les repartió era una palabra que, significando el amor, lo comunicaba, era un gesto de
común-unión. Al comer el pan sin aceptar su significado se cerraban a Jesús y, por tanto, a todas
sus exigencias y a su vida. ¿No es lo que pasa con nuestras "comuniones frecuentes"?
"Todo lo que me da el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré afuera". "Todo"
subraya la unidad, el bloque que deben formar los que le sigan; es una comunidad humana,
indivisible, de la que nadie puede ser separado y perderse.
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Lo esencial es "ir a Jesús". Pero es una ida que no está al alcance del hombre sin más. La
acción del hombre será siempre una respuesta al Padre, porque ir a Jesús sólo puede hacerse
por la fe en él, y la fe es un don de Dios: es gracia y, al mismo tiempo, tarea y quehacer
humanos; exige una ineludible responsabilidad de decisión. De otra forma el pecado no podría
ser imputado al hombre, nadie podría ser juzgado.
"He bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado".
¡Qué difícil es renunciar a la propia voluntad!, sobre todo cuando arrecian las dificultades y
vemos en peligro el futuro. Es mucho más fácil y frecuente disfrazar de "voluntad de Dios" los
propios intereses. La fidelidad de Jesús al Padre hace de él la presencia de Dios entre los
hombres hasta el punto de poder decir de sí mismo: "El que me ha visto a mí, ha visto al
Padre" (Jn 14,9). El objetivo de ambos es el mismo: comunicar a los hombres la verdadera
vida.
"Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna, y
yo lo resucitaré en el último día".
A través de las acciones que realiza Jesús, de su vida entregada "hasta el extremo" (Jn
13,1), hemos de reconocer en él al Hombre pleno, acabado, cumbre de la humanidad, que
es al mismo tiempo Hijo de Dios, la presencia de Dios en el mundo. El hombre, creado "a
imagen y semejanza de Dios" (Gén 1,26), encuentra en Jesús su plenitud. Y así es la imagen
del Padre (2 Cor 4,4). Por fin, un hombre "copió" totalmente a Dios y "llegó" a Dios. En Jesús
se identifican Dios y el hombre, la "gran realidad" y su "imagen".
Creer en Jesús lleva ineludiblemente a seguirle, y en ese seguimiento se nos va comunicando la
plenitud de la vida definitiva, cuya culminación será la resurrección, que nos abrirá las puertas de
la vida eterna.
La muerte de Jesús será el verdadero "último día", en el que concederá la resurrección a
todos los que el Padre le ha entregado. En ese último día terminó la creación del hombre al
llegar éste a su plenitud en Jesús. Desde él la creación va adquiriendo su condición definitiva.
7. Nos escandalizamos
Las palabras de Jesús provocaron el escándalo de los que le escuchaban. Y no podemos
extrañarnos de ello, porque son palabras realmente escandalosas si las tomamos con seriedad. Si a
veces no lo son para nosotros es porque no las profundizamos. ¿Cómo van a admitir que un
hombre como ellos, del que conocen su origen, pueda pretender haber "bajado del cielo" y poseer y
dar la vida en plenitud y para siempre?
Los adictos a la institución religiosa lo critican. Es natural: es muy difícil que se dejen enseñar
por Dios, al que creen que conocen desde pequeños -como pasa ahora desde que fuimos a la
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catequesis de preparación de la primera comunión-. No quieren que los saque de la condición
terrena en la que viven.
La pretensión de Jesús, hombre de carne y hueso, es inadmisible. La piedra de escándalo es su
humanidad. Para ellos, Dios y el hombre están separados; la ley les impide conocer a un Dios
cercano y humano, encarnado en la vida de cada día, caminando de la mano de la humanidad.
El hombre mundano, superficial -lo mismo que el seguro de la fe que ya posee-, no
comprende ni acepta la revelación que Jesús ha hecho sobre su origen divino. Los primeros sólo dan
valor a lo que pueden tocar y palpar; los segundos leen la Escritura en pasado -ahora, los
evangelios-, en lugar de leerlos en presente, como acontecimientos que suceden aquí y ahora y
que son siempre imprevisibles.
La murmuración sustituye siempre a la fe cuando ésta compromete las propias seguridades.
Aquí, el origen terreno de Jesús les impide ver su dimensión divina, su origen de Dios. Es lo que
sucedió y sucede en la historia de los que nos llamamos cristianos: aceptamos a los profetas
después de muertos, cuando ya no pueden importunarnos demasiado... A los de ahora los
"despachamos" con un "¡vete a saber de dónde ha salido y qué pretende!" Los del tiempo de
Jesús debían vencer un obstáculo: conocían a su familia y el oficio de su padre y el suyo;
nosotros también tenemos que hacer un esfuerzo para comprender dónde se encuentra algo de
verdad y de honestidad, esté donde esté y la diga quien la diga.
La murmuración es el índice más claro de no querer creer. Sólo cuando existe una verdadera
apertura al movimiento de Dios, cuando se cesa de murmurar, puede tener lugar la atracción que
Dios hace del hombre hacia Jesús.
Aquellos judíos estaban dispuestos a ir con Jesús porque les solucionaba problemas y les
permitía vivir tranquilos. Pero ahora se dan cuenta que no es así: que Jesús les pide, y les
ofrece, una vida plena, un constante crecimiento, un serio compromiso. Y eso les resulta
demasiado complicado y exigente, y no quieren aceptarlo. Y se defienden con su origen
humano: "¿No es éste Jesús, el hijo de José?..."
Es posible que también nosotros estemos convencidos de estar bien como estamos, que no
tenemos nada que cambiar. Si es así, cuando oigamos la llamada de la fe, a través de los sucesos
de cada día o de personas muy cercanas, también responderemos como aquellos judíos. ¡Qué
difícil es aceptar el testimonio de gente que conocemos mucho! ¿Qué pueden decirnos que no sepamos ya?
Son inútiles las discusiones sobre el origen de Jesús si cada uno no se deja atraer por el Padre
y no vive impulsado por su Espíritu, que se traduce en la vida diaria en desear y trabajar por lo
justo. Es necesaria la atracción del Padre, una atracción real pero indefinible, fecunda pero
misteriosa; una invitación a caminar, a abrirse a la vida. El que quiera vivir de verdad y con todas
sus consecuencias en la justicia, en la libertad, en el amor..., sabrá reconocer en Jesús al enviado
de Dios, capaz de dar vida eterna a los que creen en él.
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Jesús no entra en la discusión sobre su origen, pero sí denuncia la actitud que muestran los que
le critican. Para acercarse a él hay que dejarse empujar por el Padre. ¿Qué significa esto? Dejarse
empujar por el Padre es lo mismo que descubrir que el único criterio válido para entender a
Jesús es comprender su actividad en favor de los oprimidos, de los marginados, y en contra de
los que detentan los poderes económicos, políticos y religiosos. Entonces y ahora. ¿Cómo van a
dejarse atraer por el Padre los que buscan únicamente sus privilegios y sus sueldos, aunque lo
camuflen con abundantes prácticas religiosas? El Padre empuja hacia Jesús porque éste es su don
a la humanidad, la expresión de su amor a todos los hombres. El pueblo, manejado por sus
dirigentes religiosos, no se interesa por ese don: ni lo esperan ni lo desean. Cada uno busca su
propio provecho. La religión que les han enseñado les impide ser dóciles a Dios: todo se reduce a
unos ritos externos que dejan en toda su crudeza las desigualdades entre los hombres y entre las
naciones.
Conciliar el origen humano de Jesús con su origen divino sólo puede lograrse con el don de la
fe. El Padre atrae al hombre a esa fe; no lo hace a la fuerza, sino en libertad. Nos invita a
descubrirlo en la Escritura. Todos los que la leen rectamente y traten de ponerla en práctica
llegarán a Jesús.
La resurrección, admitida y defendida por los fariseos, era el premio a la observancia de la ley.
Jesús afirma que la resurrección no se logra por esa observancia, sino por la adhesión a su
persona. No hay más resurrección que la que él da y que va incluida en la vida que comunica.
"Serán todos discípulos de Dios". Jesús toma un texto profético (Is 54,13) para indicarnos
que el Padre no enseña a observar la ley, sino a imitarle a él.
8. Escuchar y ver al Padre
"Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende, viene a mí". El Padre no elige a algunos
privilegiados para que crean en Jesús; ofrece a todos la fe en él. Pero es necesario que aprendamos del Padre y nos dejemos empujar. Todo el que descubra que Dios es el aliado incondicional
del hombre, principalmente de los más despreciados y abandonados, se sentirá atraído por Jesús
y querrá continuar su obra de liberación-salvación. Ellos no creen porque no están a favor del
hombre. Por eso se oponen a Jesús.
Jesús habla un lenguaje universal para anunciarnos que la nueva comunidad que está tratando
de fundar estará abierta a todos los hijos de Dios dispersos; no será una continuación ni una
restauración de Israel como pueblo.
Aunque nosotros no le hagamos caso, Jesús sigue llamando. Una llamada que promete todo lo
más grande que podamos esperar, si queremos de verdad ir hacia él, si queremos dejarnos llevar
por el Padre, si queremos vivir como Jesús ha vivido.
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"Nadie ha visto al Padre, a no ser el que viene de Dios..." No es posible una experiencia de
Dios fuera de la vida concreta de cada día. Si los dirigentes hubieran prestado atención a su
antigua historia y la hubieran enseñado al pueblo, les habría bastado para comprender que Dios
está a favor del hombre y, por tanto, a favor de Jesús.
El Padre no es accesible más que a través de Jesús, único que procede de él y le conoce (Jn
1,18). Si ahondamos en las enseñanzas y en la vida de Jesús, iremos conociendo a Dios.
9. "Yo soy el pan de la vida"
"El que cree tiene vida eterna", repite Juan. El seguimiento de Jesús origina en el hombre una
vida plena y definitiva. El que cree que lo más importante de nuestro mundo es el hombre y es
consecuente con esa fe, vive en una nueva realidad, en una nueva calidad de vida: la de Dios,
manifestada en el Hijo. ¿Qué lugar ocupa Jesús en nuestras decisiones concretas?
"Yo soy el pan de la vida". Jesús no es sólo nuestra respuesta a cada pregunta sobre el sentido
del mundo, ni un consuelo para los momentos de desgracia, ni un mero intercesor para conseguir
algo de Dios, ni un lejano personaje ejemplar que admirar... Para los creyentes es mucho más,
aunque aparentemente sea mucho menos. Es mucho más porque es Dios presente en nuestra vida
de cada día, y es mucho menos porque está en ella con la sencillez del pan.
Jesús es el pan de la vida porque asegura al hombre la liberación de la muerte con el logro
de una vida definitiva no sólo en el sentido de duración infinita, sino también de una calidad
nueva. Su duración indefinida es la consecuencia de su perfección, por ser la vida que pertenece
al mundo definitivo, a la creación terminada.
El maná no comunicaba la vida verdadera: todos los que lo comieron murieron antes de
poder lograr llegar a la tierra prometida (Núm 14,21-23). El pueblo formado en el desierto y alimentado con el maná no logró su objetivo. La comunidad que funda Jesús tiene todas las
posibilidades de alcanzar la meta. Si le seguimos en su estilo de vida, gozaremos de la vida que
no puede destruirse. Imitarle evita el fracaso humano, porque es "trabajar por el alimento que
perdura, dando vida eterna".
Jesús "es el pan que baja del cielo" sin cesar, es la constante comunicación de la vida de Dios
a los hombres a través del Espíritu. Una vida que vamos asimilando -"comiendo"- en la medida en que seguimos sus pasos; mejor dicho: una vida que nos va asimilando a nosotros.
¿Qué significa "bajar del cielo"? Significa venir de Dios y vivir su vida: vivir en la verdad,
en la paz, en la libertad, en la justicia, en el amor, en la comunicación... Es dar testimonio con la
propia vida de la verdad sobre Dios, sobre la vida humana, sobre la alegría... Y comunicarlo
con la palabra y con la vida, con un amor total hasta la muerte.
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"Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo". "El pan que baja del cielo" continuamente,
como don siempre ofrecido, se describe ahora como "el pan vivo que ha bajado del cielo"
para señalarnos el comienzo de la presencia de Jesús en el mundo.
"El que coma de este pan vivirá para siempre". Tenemos que estar demasiado acostumbrados
para no sorprendernos y admirarnos ante este anuncio de vida definitiva que nos hace Jesús. Es su
gran anuncio, el anuncio por el que se lo juega todo y por el que pierde a mucha gente que le seguía
hasta ahora.
Con estas palabras nos está indicando que creer en él implica necesariamente "comer el pan".
Existe una relación indisoluble entre la fe y el sacramento; un doble nivel en que debe moverse la
vida del cristiano para ser plena. Por la fe somos atraídos misteriosamente por el Padre hacia
Jesús, somos "instruidos" en nuestro interior para que descubramos que en aquel "hijo de
José", hombre normal, se da la plenitud humana, que es realización divina que sólo puede dar Dios.
¿Cómo deducir por la simple experiencia humana que Jesús es "el pan de vida"? Fiándonos de
Jesús y procurando vivir como él obtenemos los hombres la vida eterna, aunque resulte extraño
y escandaloso. Pero hay otro paso aún más escandaloso: el que ha sido atraído hacia Jesús y se
ha unido a él tiene a su alcance un signo palpable y quien lo come tiene vida eterna: su carne y
su sangre. El primer paso es la fe; sería -es- ridículo celebrar la eucaristía sin ella.
Jesús viene de Dios para ser el alimento y la fuerza del hombre. Sin su ayuda nada podemos
hacer (Jn 15,5). Nos alimenta en el silencio, en la reflexión, en la oración, en la lectura reposada
y comprometida del evangelio, en la lucha en favor del hombre oprimido... A través de su palabra
nos penetra su Espíritu y nos llenamos de su vida. Nos alimenta cuando nos habla del amor a
todos y a todo, cuando anuncia el amor y la paz como una gran alegría, cuando proclama el
gran don del amor de Dios en medio de las irracionalidades humanas. Nos alimenta dándonos el
espíritu que dio sentido a su vida, que le hizo fuerte y fiel en medio de un mundo tan adverso
como el nuestro. Su alimento nos es necesario sobre todo cuando parecen más claras las razones de
la desesperanza, del abandono, del "no hay nada que hacer". Un alimento que adquiere todo su
sentido después de la experiencia de las crueles injusticias humanas, de la oscuridad de la vida y
de la dolorosa constatación de las propias limitaciones.
La fe en Jesús y la participación en el sacramento de su entrega nos hacen participar ya
desde ahora en la vida eterna, al hacernos entrar en la comunión de vida y de amor que se da
entre el Padre y el Hijo. Jesús, aceptado en la fe, es como el alimento que nos asegura la vida
íntegra, imperecedera, sin ocaso: la vida de Dios.
"El pan de vida" es una persona, el Hijo de Dios. Encontrar a Jesús de Nazaret, seguirlo y que
él sea el pan que alimenta nuestro camino de vida es lo que constituye el ser cristiano. ¿Entendemos así nuestra fe?
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10. La eucaristía expresa la fe
"Y el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo". No hay don de Espíritu donde no
hay don de "carne", porque el Espíritu no se da fuera de la realidad humana concreta. Es a
través de la "carne", de la vida diaria, como se manifiesta y se comunica el Espíritu. A través de la
"carne" de Jesús, el don de Dios se hace visible, concreto, histórico. A través de Jesús, Dios busca
el encuentro con el hombre.
Mientras Dios pone su interés en acercarse y en establecer comunión con los hombres,
nosotros tendemos continuamente a alejarlo y a situarlo en una esfera trascendente, donde no nos
moleste.
Es en el hombre y en los acontecimientos actuales donde podemos encontrar a Dios, donde
podemos verle y aceptarle o rechazarle. No está en el "más allá": se ha hecho presente en Jesús.
A los judíos, que piensan en el Dios del "más allá" -como ahora los cristianos-, la
"encarnación" de Dios les escandaliza. No creen que Dios pueda ser visto y tocado; y menos
"comido". Pero el Dios de Jesús quiere entrar -y ha entrado- en el campo de la experiencia
humana.
Jesús dará su "carne" para que el mundo viva, con lo que da por supuesto que la
humanidad carece de vida. Es una experiencia que todos podemos tener si observamos en qué
empleamos el tiempo de la vida la mayoría de los hombres. ¿Cuántos fundan su vida en el amor
sin fronteras? El don de la vida verdadera se ofrece a todos en la realidad humana de Jesús.
Jesús, pan que da vida, nos ha dejado la eucaristía para que reunidos celebremos todo lo
que él nos ofrece: la vida verdadera. Porque en ella no comulgamos con una "cosa", sino con
una "vida": la de Jesús.
La facilidad con que nos acercamos a recibir el sacramento y la pérdida del sentido del pecado
tiene unos riesgos que debemos analizar. Es frecuente comulgar mecánicamente, sin que la eucaristía exprese nada de nuestra vida y sin que influya directamente en nuestras actitudes y
comportamientos.
La eucaristía, como sacramento de la fe nos exige una vida consecuente, nos pide que la
poseamos antes de poder recibirla. El hombre primero cree y conforma su vida con esa fe, luego
sella esta fe con el bautismo y la confirmación y al final la celebra en la eucaristía. Este proceso
es una ley. Nadie puede expresar visiblemente, sacramentalmente, una fe que no tiene. Un
sacramento recibido sin una fe encarnada en la vida diaria es ininteligible, "no dice nada". La
eucaristía sin fe no tiene sentido.
Es necesario que nos planteemos esto en profundidad. Para entrar en comunión con este
sacramento necesitamos haber descubierto y aceptado todo el misterio de Jesús de Nazaret. Descubrir a Dios en Jesús es el acto fundamental de la fe. Una fe que es, a la vez que sabiduría, vida: una
vida iluminada y realizada según Dios, que se manifiesta con un modo de vivir distinto, que choca.
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Juan establece un paralelismo entre "vida eterna" y "pan de vida". Este pan, este estilo de vida,
es el que engendra la vida eterna. Pero nadie puede apetecer este pan sin fe, porque la fe es el
principio vital que informa nuestro comportamiento.
¿Tendrá algo que ver la intención de Jesús con las primeras comuniones actuales y con
nuestras eucaristías dominicales?
11. "¿Cómo puede darnos a comer su carne?"
Del mismo modo que Nicodemo entendió lo de volver a nacer en sentido físico y, por tanto,
absurdo (Jn 3,4), también aquí los judíos parece que entienden literalmente la referencia a la carne
de Jesús. La respuesta de éste no va a ayudarles precisamente a deshacer el equívoco, y más cuando
añadirá la mención de la sangre, que la ley prohibía terminantemente beber.
Los judíos no entienden este lenguaje. Mientras Jesús les habló del pan creían comprender. Pero
al decirles que ese pan es su carne, su misma realidad humana, no entienden. Buscan una explicación, pero no la encuentran.
Juan escribe para su comunidad de seguidores de Jesús, para los que el significado es claro.
Parece que traspasa la narración de la eucaristía, que debería haber hecho como los otros
evangelistas en la última cena, a los versículos que vienen a continuación. Todas las afirmaciones
que siguen son eucarísticas y se entienden perfectamente desde la última cena, por lo que es
muy posible que no fueran pronunciadas en la sinagoga de Cafarnaún, sino en el Cenáculo de
Jerusalén. Las pondría aquí por el parecido que tienen con el discurso del pan de vida, para
profundizar más su significado.
"Si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros..."
Jesús hace su segunda declaración, que completa la primera, añadiendo el elemento "sangre". La
separación de "carne" y "sangre" indica muerte violenta. Cuando su carne y su sangre sean
separadas por la violencia del odio, quedará patente el amor a la humanidad que hay en él y que
fue la base de toda su vida.
La expresión "Hijo del hombre" es la "carne" llena del espíritu, indica al hombre pleno.
"Comer su carne" significa aceptarle, seguirle, asimilar su realidad humana. A través de esa
"comida" recibimos su Espíritu, que nos lanza a la misma entrega a la que llevó a Jesús. El
verdadero discípulo de Jesús es el que, siguiendo sus huellas, se da a sí mismo hasta la muerte
por el bien del hombre; no se detiene, lo mismo que Jesús, ni ante la muerte violenta, pues es
consciente de poseer una vida que supera a la muerte biológica. Sólo siguiendo a Jesús por el
camino del amor, explicitado en las bienaventuranzas, nos podemos realizar en plenitud, porque la
vida se recibe en la medida en que se da, se posee en la medida en que se entrega. Hacer que la
propia vida sirva de "alimento" para los demás, como la de Jesús, es la ley de la nueva
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comunidad humana por él fundada. Comunidad que no se realizará por una intervención
milagrosa de Dios, sino por el esfuerzo y la dedicación de los seguidores de Jesús.
En este segundo discurso se nos dice que la vida eterna se consigue "comiendo su carne y
bebiendo su sangre". En el anterior bastaba con creer en él. Es un paso más: creer en él es seguirle, lo que equivale a "comer" y "beber". Una fe que no lleve a un seguimiento, ¿en qué queda? Ahora el protagonista ya no es el Padre, sino Jesús. El vocabulario es distinto al utilizado en
el discurso del pan de vida: en el primero, "pan", "hambre", "sed"; ahora, "carne" y "sangre".
Carne y sangre es una típica expresión semita que indica a toda la persona en cuanto tiene vida.
Ser carne es ser hombre relacionado con los demás, ser un íntimo del otro. La sangre es la
expresión de la vida. En algunas religiones antiguas los fieles, después de sacrificar ciertos
animales a la divinidad, comían su carne como señal de unión con el dios, pues la carne ya
ofrecida sobre el altar volvía a ellos como si fuese el mismo dios en persona.
12. Jesús vive en el creyente
"El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él". Estas palabras nos muestran la
profunda comunión que se establece, por la eucaristía, entre Jesús y el creyente. La adhesión a Jesús
no queda en lo externo, como si fuera un modelo exterior que imitar, sino que nos lleva a una
comunión íntima. Al ser una adhesión de amor, establece una comunión de vida. Jesús, alimento de
su comunidad, produce en ella la entrega del amor: el don recibido lleva el don de sí; al amor
recibido respondemos con nuestro amor. En la eucaristía comulgamos con la vida de Jesús; una vida
que creemos es "el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6). Una vida que es carne y sangre, lucha y
entrega; una vida que se da hasta la muerte.
"El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come
vivirá por mí". La vida que posee Jesús procede del Padre. "Vivo por el Padre" significa que
vive totalmente dedicado a cumplir su voluntad (Jn 4,34), que es la de descubrir a los hombres la
vida verdadera. Jesús, en lugar de guardar esa vida para él, la comunica a los suyos, que la
reciben según vayan siguiendo sus pasos. El mismo vínculo de vida que existe entre el Padre y Jesús
existe entre Jesús y sus seguidores: vida entregada, recibida y dedicada.
"El que come este pan vivirá para siempre". Tener la vida eterna significa estar en unión con la
vida de Jesús, que es lo mismo que estar en unión con la vida del Padre.
Es preciso estar demasiado acostumbrados -como quizá lo estamos nosotros- para no
sorprendernos y admiramos ante el anuncio de vida que nos hace Jesús. ¿No ha sido frecuente la
presentación del cristianismo como una doctrina de negación, de prohibición, de limitación? ¿No se
vive de la misma manera? Sin embargo, la realidad del anuncio de Jesús es muy distinta: su mensaje,
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por el que se lo juega todo y por el que mucha gente que le seguía le abandona, es un anuncio de
vida para siempre. Una vida que esperamos, pero que también creemos tener ya ahora.
Existen dos panes del cielo: uno falso, el maná; otro verdadero, la persona de Jesús. El primero
no consiguió llevar a los que lo comieron a la tierra prometida; Jesús sí lleva a sus seguidores hasta el
final. Da a la eucaristía un carácter de sacramento escatológico: ahora nos da vida eterna,
después de la muerte Jesús resucitará a quienes hayan participado de él.
Jesús habla aquí en singular; se refiere al individuo, no a la comunidad. ¿Por qué? Porque su
comunidad está formada por hombres adultos, donde cada uno hace su opción personal y libre y
tiene su propia responsabilidad en su seguimiento.
Jesús nos explica la única forma de crear la sociedad humana que Dios quiere, la única que nos
permitirá a los hombres vivir una vida plenamente humana y cumplir el proyecto de Dios sobre la
creación: el don de sí mismo, el amor de todos y cada uno por todos los demás, sin regatear nada,
hasta la muerte. El nos ha dado la posibilidad de ese amor y de esa vida, abriéndonos el camino. No
tenemos más que seguir sus huellas...
Es la última explicación del reparto de los panes. Jesús no ha venido a darnos "cosas", sino a
darse él mismo para enseñarnos a vivir. Viviendo como él, nos vamos redimiendo, liberando,
salvando. El pan que daba contenía su propia entrega, era el signo que la expresaba. Y esta misma es
su exigencia para sus seguidores: debemos dar lo que tenemos como signo del don que hacemos de
nuestro propio ser, como signo de amor a cada uno de los hombres que nos rodean y, en ellos, a
toda la humanidad. Quien no da lo que tiene, ¿cómo podrá darse? Sólo el que dé todo lo que tiene
y todo lo que es -primera bienaventuranza- encontrará la plenitud de la vida verdadera aquí y
ahora. Y como esa entrega es prácticamente imposible mientras vivamos en este mundo, esa plenitud
siempre será para después de la muerte. Todo este estilo de vida se expresa en la eucaristía, en la que
experimentamos el amor del Padre a través del Hijo y lo manifestamos en el amor a los hermanos
con el compromiso de una vida de servicio como la de Jesús.
13. "Este modo de hablar es inaceptable., ¿quién puede hacerle caso?”
El capítulo sexto de Juan termina narrándonos la crisis final del ministerio de Jesús en Galilea y
el paso a una dedicación más plena al grupo de los doce fieles. Las exigencias propuestas por Jesús
provocan una fuerte resistencia en los oyentes, que las consideran excesivas. No sólo porque el
lenguaje de Jesús fuera difícil de entender, sino principalmente porque pedía a los suyos un corazón
desprendido de todo y entregado al bien de la humanidad y a la pobreza en cada momento de la
vida. Este era, en realidad, el lenguaje difícil y duro. Tan difícil como el del sermón de la montaña
(Mt 5-7), tan duro como el silencioso y potente lenguaje de la cruz. Ante esta radicalidad, los oyentes
prefieren -preferimos- defendernos de él. ¿No será esto una exageración?... Nosotros
actuamos de la misma manera. Entendemos perfectamente las exigencias de Jesús, pero preferimos
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evadirnos de ellas. La piedra de tropiezo es que Jesús de Nazaret, cuya familia conocen, se
presente como el modelo a seguir para alcanzar la verdadera vida, y que esta vida les pida un
desprendimiento total, hasta la muerte. Preferían, como la mayoría de nosotros ahora, los grandes
folclores y las ceremonias suntuosas. Son pocos, entonces y ahora, los que están dispuestos a aceptar
esta exigencia de seguimiento.
El discurso de Cafarnaún, en sus dos partes, ha tratado de las condiciones necesarias para
pertenecer a la comunidad mesiánica de Jesús: seguirle en la entrega al bien de los hombres
hasta la muerte. Una comunidad que en ningún momento buscará la gloria y el poder humanos,
una comunidad que renunciará a toda ambición.
Es natural que ante estas exigencias queden pocos. Son más honrados que muchos cristianos y
religiosos actuales: se van. Ahora preferimos quedarnos y fabricarnos un cristianismo a nuestra
medida.
En esta reacción de los oyentes de Jesús nos deberíamos ver reflejados nosotros. ¿No es verdad
que arrastramos mucha pereza y muy pocas ganas de esforzarnos por vivir de acuerdo con nuestra fe? Son muchas las cosas que hacemos mal cada día, y muchas más las que no hacemos y que
deberíamos hacer, las que omitimos porque siempre la pereza y las pocas ganas han sido más
difíciles de arreglar que los errores y los tropiezos. Somos muy conscientes de que vivimos de una
forma que la mayoría de las veces no tiene ninguna posibilidad de animar a creer que llevamos
dentro la fe de Jesús. Pensamos que ya estamos bien como estamos, que no conviene exagerar, que
como ni matamos ni robamos -quizá sea mucho decir- y vamos a misa los domingos, ya hemos
cumplido y que no nos compliquen más.
Sería ideal que nos diéramos cuenta que somos débiles y de horizontes cortos, que nuestra fe
nos exige mucho más, e intentar trabajar en serio en nuestra vida para avanzar en el camino
de fidelidad a Jesucristo.
Jesús, aunque es consciente de la crisis que provoca con ello, no disminuye la dureza de sus
exigencias. No tolera las rebajas. Sabe que si nos pide todo, le podremos dar mucho; y que si
nos pide poco, no le daremos nada. ¿No lo atestigua nuestra devaluada pastoral de sacramentos?
14. Jesús nunca hace rebajas
"¿Esto os hace vacilar?" Jesús se da cuenta de la crisis y afronta decidido la situación.
Rechazan su enseñanza porque consideran a la muerte como un final y un fracaso. No son conscientes de la calidad de vida que él les propone, que compensa seguirle. Lo esperan todo de un
triunfo terreno. Jesús quiere convencerles que la muerte no significa ningún final, que no interrumpe la vida. Es precisamente la entrega de la vida actual hasta la muerte la que logra la vida
en plenitud y para siempre. Su muerte será su gloria, por ser la expresión máxima del amor
(Jn 15,13).
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"¿Y si vierais al Hijo del hombre subir a donde estaba antes?" Aumentaría el escándalo. De
un escándalo menor se iría a otro mayor. Esta parece ser la conclusión que se deduce de las palabras
de Jesús.
Juan escribe con ambigüedad intencionada. Habla del "Hijo del hombre", que volverá a
"subir a donde estaba antes", porque Jesús no es un hombre cualquiera: es el Hijo del hombre,
el hombre en plenitud, que comunica la vida por medio de su carne y de su sangre. El que a la luz
de la fe comprenda esto no se escandalizará, sino que aceptará plenamente la palabra de Jesús,
aunque no acabe de entender, como deja entrever Pedro en su respuesta un poco más adelante.
Sabe que siempre tiene razón y que lo irá descubriendo en el camino del seguimiento.
El escándalo se produce cuando no se reconoce quién es Jesús. Los que lo reconocen como el
Hijo del hombre, como el modelo humano, van sabiendo por experiencia personal que es verdad
lo que dice, que su modo de plantear la vida es el acertado. De lo único que no podemos tener
experiencia es de la resurrección.
"El espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada". Nadie puede llegar a Jesús más que a
través del espíritu. Solamente quien quiera situarse más allá de la "carne" -es decir, más allá
del modo mundano de ver las cosas- y acepte la guía del espíritu será capaz de creer en Jesús y
colocarse en la órbita de la vida.
El espíritu es vida y la comunica. La "carne" sola es débil, no puede superar la muerte. La
"carne" sin espíritu también indica una pertenencia a la comunidad y una participación a la
eucaristía puramente exteriores. Es el drama de tantos cristianos que se han quedado en las
palabras y en el "siempre fue así", sin descubrir que el seguimiento de Jesús es otra cosa.
"Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida". Jesús les quiere hacer ver que todo su
doble discurso, en el que abundan las repeticiones, es una llamada a la superación de todo lo
que hay de mortal y de precario en la existencia humana; es un discurso de vida, de resurrección.
Sus palabras son espíritu y vida, que se comunican a aquellos que saben escuchar. ¿Escuchamos? ¿No son nuestras conversaciones y nuestros planes una huida de lo que la palabra revela?
En toda verdad, libertad, amor..., hay espíritu. Al poseer el "Hijo del hombre" todas esas
virtudes en plenitud, poseerá también en plenitud el Espíritu: el Hijo y el Espíritu serán una
unidad.
"Y con todo, algunos de vosotros no creen". Jesús no se hace ilusiones acerca de su comunidad.
Sabe que existen resistencias y seguimientos puramente exteriores e interesados. Veía ya que Judas
Iscariote, por preferir los valores del mundo, no asimilaba su mensaje. No solamente no cree el que
rechaza sus palabras, sino también el que únicamente las acepta "carnalmente", sin llegar a
captarlas como camino de vida.
"Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede". Es la cuarta
vez que Jesús enuncia este principio, aunque de forma diferente, lo que nos indica la gran importancia que da a la actividad del Padre.
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El Padre es el que nos invita a la plenitud de la vida, que se encuentra en Jesús. A esta invitación
hemos de responder usando nuestra libertad. Podemos aceptar la invitación y vivir para los demás,
o rechazarla encerrándonos en nuestro propio egoísmo. El término es el encuentro con Jesús que
concede el Padre al que aceptó su invitación de amor. En ese encuentro se comunica el Espíritu.
El que se cierre al Espíritu, quedándose en la esfera de lo mundano. rechaza el don del
Padre y no llegará nunca hasta Jesús. Es el caso de los discípulos que desertan y de los cristianos que
pretenden compaginar a Jesús con los bienes materiales. Ambos grupos aceptarían fácilmente la
concepción triunfal del mesías-rey, como pretendían sus oyentes.
El don del Padre nos hace vivir en comunión con el cuerpo y la sangre entregados de Jesús,
entregados a los hombres, nuestros hermanos. El don del Padre no es un toque semimágico; es una
íntima e iluminada comunión con la palabra de Jesús, es cierta experiencia interior en medio de la
oscuridad...
Esto necesita horas de plegaria, de reflexión, de silencio, de lucha por la justicia y la libertad, de
mirada a la vida cotidiana y al evangelio.
Esta es la obra del Padre en nosotros. Tan humana que no nos libera de la reflexión y del
esfuerzo, y tan divina que hace posible dar un paso tan absurdo aparentemente, pero que es en
realidad el más noble y gozosamente humano.
15. Se van la mayoría
"Desde entonces muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él". A pesar
de su explicación, la mayor parte de sus discípulos lo abandonan definitivamente. El programa, que
exige renunciar a toda ambición personal y asumir la responsabilidad propia del hombre libre en
el amor sin límites, provoca el rechazo de la mayoría. Una mayoría que le admiraba y le veneraba,
y que ahora se niega a seguir con él por encontrar desorbitada su exigencia. Buscaban en Jesús
otra cosa. El escándalo de los que se van es muy sensato: realmente es difícil de entender que un
hombre se presente como aquel que es la vida y que pretenda que esta vida se encuentra viviendo en
total comunión con él. Parece que estas palabras están reflejando problemas existentes en la
comunidad de Juan. Y crearían una crisis definitiva en los cristianos si fuéramos capaces de
tomárnoslas en serio. Quizá no nos escandalizamos porque marginamos las exigencias de Jesús.
La crisis llega hasta el mismo círculo de sus íntimos. Con ello indican que estaban con él, pero no
eran de los suyos, porque juzgaban los acontecimientos desde sus propias conveniencias.
El escándalo de Cafarnaún es, en definitiva, el escándalo de la cruz. El camino de Dios nunca
es el camino de los hombres. Dios no ofrece garantías de éxito humano ni promete puestos de influencia. Por eso no es extraño que aquella gente pensara que por aquel camino no llegarían a
ninguna parte, que todo aquello era muy poco de fiar. ¡Y en la cruz quedó mucho más claro que
todo aquello era muy poco de fiar ...! Preferimos que una imagen de la Virgen llore, o se aparezca, o
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haga señales extraordinarias... para mover excursiones y negocios y no comprometernos a nada
personal.
¿Quién de nosotros no ha experimentado a lo largo de su vida momentos de desesperación, de
miedo, de angustia? ¿Quién no ha tenido la tentación de dejarlo todo ante las dificultades de la
vida y las exigencias de la fe? Solamente la fe en Jesús nos capacita para esperar contra toda
esperanza.
16. "Tú tienes palabras de vida eterna"
"También vosotros queréis marcharos?" Ante las defecciones, Jesús se dirige a los Doce y les
pregunta cuál es su opción; no acepta componendas. Quiere saber si aún queda alguien con ganas de
emprender el camino que él ha venido a trazar. Les pide que manifiesten claramente su postura: si
quieren abandonarlo o si aceptan seguir su camino tal como lo ha dado a conocer. Los exhorta a
optar libre y radicalmente. Está dispuesto a quedarse sin discípulos antes que renunciar a su línea.
No acepta un seguimiento a medias. Para él no existe salvación-liberación para la humanidad,
no hay posibilidad de lograr la plenitud humana fuera del programa que les ha expuesto: el de la
propia entrega por amor. Todos los demás caminos, por brillantes que parezcan, dejan al hombre
en la mediocridad y terminan en el fracaso, terminan en la muerte. Lo que el hombre cree que es
vida acaba en la muerte; su camino, que parece de muerte, es el único que lleva a la vida para
siempre.
"Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos. Y
sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios". Es la respuesta de Pedro a la pregunta de
Jesús. Lo hace en plural, en nombre de todos. Los Doce comprenden que fuera de Jesús no hay
esperanza, que sin él van al fracaso.
Es la reacción positiva al programa de Jesús, descrita de modo magistral. No es una respuesta
triunfal y segura de sí misma; en ella existe la duda, la conciencia de la propia debilidad y, a la vez,
la opción a favor de Jesús. ¿Cómo no dudar, si de verdad es más feliz el que da que el que posee o
recibe? ¿No será un gran engaño ser fiel al amor y al perdón sin buscar el propio interés? ¿No
será un idealismo ingenuo y ridículo esto de no estar atado a nada, de buscar la justicia, de no
prestarse a corrupciones, de rechazar el escalafón?... La actitud positiva ante Jesús consiste en
lanzarse en su seguimiento fiándose de su palabra, a pesar de todo, superando la dolorosa sensación
de estar viviendo según unos criterios socialmente poco valorados, poco comprensibles e, incluso,
ridiculizados. Pero unos criterios que, cuando se van experimentando, se descubre que están
llenos de vida.
La única garantía que tenemos en el seguimiento de Jesús no es visible: "Señor, ¿a quién vamos
a acudir?" Palabras importantísimas de Pedro que definen lo que es ser cristiano. No es una
respuesta basada en la seguridad de verlo todo claro. Es una respuesta que supone el reconocer
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algo muy profundo, muy interior. Como si dijera: si no siguiéramos contigo, ya no sabríamos qué
hacer. El ir siguiendo a Jesús se les ha convertido en carne y sangre de su vida, en el nervio de
lo que ellos son. Es verdad que eres exigente, que a menudo tienes pretensiones absurdas, que no
te limitas a pedirnos mucho porque lo quieres todo, que eres difícil de contentar... A pesar de
todo nos quedamos, porque sin ti nuestra vida carecería de sentido.
Pedro encuentra en Jesús aquello que no hallaba en ningún otro, y apuesta por él, aunque no
lo entienda del todo, aunque no pueda asegurar su absoluta coherencia. Su fe -fe ejemplar- es
oscura, intuitiva, visceral; es la fe del hombre que busca apasionadamente y cree en Jesús porque
sólo él es el camino de vida para siempre, la perla y el tesoro escondido (Mt 13,44-46). El
núcleo de su fe es la adhesión al hombre Jesús. Una adhesión a la que le basta saber que Jesús ha
dicho algo para responder "amén" sin dudar, y ponerlo en práctica porque sabe que siempre
tiene razón.
¿Es algo así Jesús en nuestra vida? Si nos faltara, ¿sabríamos qué hacer? ¿Vivimos bien sin
él? ¿Montamos nuestra vida desde él o con los criterios del mundo: tener, poder, subir,
dominar...? ¿Es Jesús quien mueve nuestro quehacer de cada día o son más bien los criterios del
dinero, del negocio, del egoísmo, de la comodidad... los que lo mueven?
"Tú tienes palabras de vida eterna". No siguen a Jesús movidos por un deber, o por miedo, o
por asegurarse la recompensa, o por rutina... Lo quieren seguir porque han descubierto en él el
camino de la vida para siempre. Dejarle significaría abandonar lo único que merece la pena de
verdad. A través de Pedro se está expresando la experiencia de la comunidad de Juan. Toda la
escena está interpretada desde la comunidad cristiana primitiva.
Si nosotros buscáramos el porqué de nuestro seguimiento de Jesús, seguramente tampoco
podríamos decir gran cosa más que Pedro: por diversos caminos, cada uno de nosotros hemos
intuido la vida eterna que se encontraba en Jesús, que todas las demás palabras eran pequeños
o grandes pasos hacia la plenitud, valiosos de verdad, pero pasos solamente, nunca la plenitud total.
Y por eso lo seguimos. "Si nuestra esperanza en Cristo acaba con esta vida, somos los hombres
más desgraciados" (1 Cor 15,19).
"Nosotros creemos". En Jesús han ido descubriendo aquella realidad misteriosa y nunca
conocida por el hombre que llamamos Dios. Han creído como un hecho radicalmente importante
para ellos que, de alguna manera, ha cambiado sus vidas. Es algo que sienten, que viven, algo a lo
que no pueden renunciar. Sencillamente: han creído, lo que implica todo un estilo de vivir, de
pensar y de hacer. Un vivir que exige la lentitud de las horas aparentemente perdidas: el
sacramento central del cristianismo es un banquete, una hora "perdida" de reflexión, charla
familiar y comida... en la que planteamos nuestra actuación cristiana y humana.
Creer no es fácil. En ocasiones todo se nos oscurece y nos parece absurdo. Todo lo que nos rodea
nos sugiere criterios, valores, modos de interpretar los acontecimientos completamente diversos del
evangelio. Cuando se cree, se acepta la fe contra toda evidencia. Ante las dificultades de la fe
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muchos se echan atrás, sobre todo cuando la fe se va profundizando y nos plantea opciones que no
estamos dispuestos a aceptar. La fe supone una elección y una decisión apoyadas en la elección que
Dios ha hecho antes de nosotros. La fe nos ayuda a descubrir la verdad del mundo y del hombre,
cuya profundidad es Dios mismo revelándose en comunión con todo. La fe es un poder ser
hombre con la ayuda del Padre, es aceptar que Dios viene a salvar nuestra débil situación carnal.
Creer, en síntesis, es aceptar el amor que Dios nos tiene.
"Y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios". Es una confesión clara de fe. Afirma que
Jesús posee la plenitud del Espíritu. Es una expresión mesiánica que excluye lo político y temporal que
los discípulos se habían imaginado.
Pedro ha respondido en plural, expresando no sólo la decisión del grupo de los Doce, sino
reflejando también la opción que toda comunidad cristiana debe hacer en favor de Jesús. Unas palabras que deberían provocar una decidida respuesta a favor de Jesús en cada uno de nosotros,
palabras que deberían ser como el norte de toda nuestra vida cristiana.
Jesús responde a Pedro indicándole la traición de uno de ellos. Para él no son las palabras la
medida de la fidelidad, sino las obras. Para ser verdadero discípulo no es suficiente con aceptar las
ideas: hay que llevarlas a la práctica. Tampoco basta el hecho de haber sido elegido por él: su
elección no fuerza la libertad del individuo ni del grupo, ni el seguimiento del grupo es garantía de la
adhesión personal de cada miembro. Cada uno es responsable de sí mismo.
Con esta nota pesimista termina el episodio de los panes. Se ha producido la crisis galilea y se ha
resuelto con el abandono de la mayoría de seguidores. Su enseñanza de amor hasta el don total ha
provocado la deserción de muchos. Y todavía no han terminado los desengaños: "Uno de los Doce
le iba a entregar".
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La verdadera religión
Se acercó a Jesús un grupo de fariseos con algunos letrados de Jerusalén y vieron
que algunos discípulos comían con manos impuras (es decir, sin lavarse las
manos).
(Los fariseos, como los demás judíos, no comen sin lavarse antes las manos,
restregando bien, aferrándose a la tradición de sus mayores, y al volver de la
plaza no comen sin lavarse antes, y se aferran a otras muchas tradiciones, de lavar
vasos, jarras y ollas.)
Según eso, los fariseos y los letrados preguntaron a Jesús:
-¿Por qué comen tus discípulos con manos impuras y no siguen la tradición de los mayores?
El les contestó:
-Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito:
"Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El
culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos
humanos".
Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los
hombres.
Y añadió:
-Anuláis el mandamiento de Dios por mantener vuestra tradición. Moisés
dijo: "Honra a tu padre y a tu madre" y "El que maldiga a su padre o a su
madre tiene pena de muerte".
En cambio, vosotros decís: Si uno le dice a su padre o a su madre: "Los
bienes con que podría ayudarte los ofrezco al templo", ya no le permitís
hacer nada por su padre o por su madre, invalidando la palabra de Dios con
esa tradición que os transmitís: Y como éstas hacéis muchas.
En otra ocasión llamó Jesús a la gente y les dijo:
-Escuchad y entended todos: Nada que entre de fuera puede hacer al
hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre.
El que tenga oídos para oír, que oiga.
Cuando dejó a la gente y entró en casa, le pidieron sus discípulos que les
explicara la comparación. El les dijo:
-¿Tan torpes sois también vosotros? ¿No comprendéis? Nada que entre de
fuera puede hacer impuro al hombre, porque no entra en el corazón, sino en
el vientre, y se echa en la letrina. (Con esto declaraba puros todos los
alimentos.)
Y siguió:
-Lo que sale de dentro, eso sí mancha al hombre. Porque de dentro del
corazón del hombre salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos,
homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia,
difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen
al hombre impuro.
(Mc 7,1-23; cf Mt 15,1-20)
1. Jesús pretende restaurar el auténtico espíritu religioso
En nuestra sociedad lo religioso está en crisis. Se dice que la religión impide al hombre realizarse,
que pertenece a una época de la humanidad ya superada; y se considera al hombre religioso como
un atrasado dentro del progreso humano.
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Es verdad que las formas religiosas o el modo de presentarse las religiones son muchas veces
inadecuados. Y es también un hecho que las religiones, en cuanto instituciones, han canonizado sus
leyes y tradiciones, haciendo de ellas parte esencial de lo religioso. Las tradiciones se han apoderado de la palabra viva; la institución, del espíritu, lo pasajero ha encubierto lo permanente, lo
menos importante ha ocupado el primer lugar.
Este peligro de toda religión ha carcomido también la nuestra en las formas religiosas que
durante muchos siglos ha vivido el cristianismo.
Este pasaje evangélico es una muestra de la lucha constante de Jesús contra buena parte de los
hombres religiosos de su época, que convertían la religión en el cumplimiento de unas normas
externas, pero olvidaban lo más importante: el amor a Dios, que debe concretarse en amor a la
humanidad. Es el peligro constante que acecha a todas las religiones y a todo hombre.
Jesús pretende restaurar el auténtico espíritu religioso. Y no podemos olvidar que su principal
enemigo en ese intento fue la misma institución religiosa. ¿Coincidencia o profecía? Tres fueron las
dificultades más importantes que tuvo que superar Jesús en su lucha con la institución religiosa:
las tradiciones humanas, que habían hecho olvidar la única ley divina del amor al prójimo; el
legalismo, que distorsionaba gravemente el sentido de la moral, y el racismo, que eliminaba del
pueblo de Dios a los extranjeros. Esta lucha, sobre la que tenemos abundantes datos en el libro de
los Hechos de los Apóstoles y en las cartas de Pablo, persistirá en toda la historia de la iglesia.
Jesús y sus seguidores viven y actúan con plena libertad en medio de un mundo lleno de
normas, leyes y tradiciones, lo que origina los constantes enfrentamientos con los fariseos y los
letrados. Jesús acusa, con sus palabras y con su vida, de pequeño, raquítico, escrupuloso, rastrero,
inhumano, hipócrita, esclavo... al mundo religioso que le rodea.
2. El riesgo de las tradiciones
"Se acercó a Jesús un grupo de fariseos con algunos letrados de Jerusalén". Es una comisión
llegada del centro de la institución judía -quizá del sanedrín- para investigar la actividad de
Jesús. Jerusalén daba las normas para toda la comunidad judía, tanto de Palestina como de la
diáspora. Los máximos dirigentes del judaísmo están alarmados por las cosas que se dicen del profeta galileo. ¿Por qué nunca se investiga a los que no hacen nada o defienden las injusticias
establecidas?
Los letrados o teólogos son las máximas autoridades doctrinales, los maestros que
interpretan la ley. Su deseo era el de ser fieles a la voluntad de Dios. Pero creían que esta
fidelidad consistía en hacer cosas, con lo que llegaron a elaborar una casuística cada vez más
complicada, alejándose poco a poco de la auténtica voluntad de Dios. En ese esfuerzo había algo
justo e irrenunciable: traducir concretamente los mandamientos de Dios aplicándolos a los diversos
casos de la vida.
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Los fariseos eran los más minuciosos observantes de esa casuística. El Talmud enumera siete
clases de fariseos, reprobando expresamente y tachando de hipócritas las cinco primeras. Los
textos evangélicos generalizan al referirnos las polémicas de Jesús con ellos. Nos presentan su
figura de una forma esquemática, caricaturizada, lo que tiene el peligro de simplificar la
complejidad de la historia y de los grupos humanos; y el acierto de poner de relieve algunas ideas
esenciales, típicas y provocadoras. El fariseo es la expresión de una postura religiosa que puede
aparecer en cualquier momento. Siempre existe la tendencia a fiarse de las propias obras, a
multiplicar las observancias secundarias a costa de lo esencial. El texto pretende cuestionarnos a los
cristianos.
La vida de los hombres, pese a los muchos cambios sociales, está rodeada de tradiciones. Son
como el ambiente en que se desarrolla gran parte de nuestra existencia: la cena de nochebuena, el
bautizo de los hijos, la primera comunión, la fiesta del patrón del pueblo... Los que se consideran
liberados de ellas viven el "sarampión" de moda: hacen todos lo mismo, hablan todos igual...
Han superado la "alienación religiosa", pero han caído en otras alienaciones peores: la moda
musical, la droga, el libertinaje sexual... Para unos y para otros, lo más importante es no comprometer la propia vida "desde dentro". El formalismo y la moda son la grave amenaza que pesa
sobre las tradiciones humanas y cristianas.
Todos tendemos a hacer un dios de nuestras costumbres y de nuestros criterios, aferrándonos a
ellos. Y los revestimos con solemnes razones que ayuden a sostener su respetabilidad. Lo que
intentamos al conservar nuestras costumbres y criterios es defender nuestro modo de actuar y de
vivir. ¡Qué difícil es ser objetivos!
¿Por qué surgen las tradiciones? La inseguridad es una característica de la existencia humana
y de toda verdadera religión. Para salir de ella buscamos normas establecidas, que con el tiempo
se transforman en costumbres y tradiciones, que se extienden a los grupos religiosos.
Las tradiciones nos ayudan a movernos en todos los ámbitos de la vida, sin tener que estar
siempre improvisando, con el riesgo y el esfuerzo que eso lleva consigo.
El problema de las tradiciones se plantea cuando el hombre, hambriento de seguridades, se
aferra a las costumbres, poniéndolas por encima de la misma palabra de Dios. Toda
sobreabundancia estructural y de costumbres ponen en peligro lo básico, lo interior. Jesús nos
trajo una religión de amor con las estructuras indispensables para poder subsistir.
Otra causa del aferramiento a las tradiciones es el nefasto culto que los hombres tributamos a las
apariencias. Nos llenamos de tradiciones puramente mundanas, de preceptos inventados, de
costumbres, de normas de "educación"..., y así tapamos lo que realmente somos. No importa que
haya divisiones, odios, cotilleos...; lo que preocupa es que se sepa.
Aquella mentalidad asfixiante -más de seiscientos preceptos- pretendía estar avalada por Dios,
cuyo nombre tenían siempre en la boca, lo que daba un barniz religioso a toda su manera de
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vivir. Jesús habla de otro Dios: el Dios que llama a la vida y a la grandeza interior, a compartir el
trabajo y el pan...
Todas estas formas de legalismo son siempre una manera de rechazar a Dios. La raquítica
comprensión de Dios como "el que da normas" conducía a una raquítica comprensión del hombre: el hombre perfecto era el que cumplía detalladamente esas normas.
Contra esta tendencia humana chocan los revolucionarios de cualquier clase que tratan de
cambiar las cosas. Y los jóvenes que pretenden vivir con un estilo de vida distinto al de los mayores.
Pero si ganan, las nuevas costumbres o modas se convertirán también en costumbres a
conservar, hasta que lleguen otros revolucionarios o la próxima generación de jóvenes.
Cuando los jóvenes de ahora ya no lo seáis tanto, también veréis convertir en viejas las
costumbres que fueron novedad; vuestros hijos chocarán con vosotros lo mismo que vosotros
chocáis ahora con vuestros padres. Y esto en el campo social, político o religioso.
Jesús chocó con esta tendencia humana a la conservación, y nos abrió el camino para su
superación.
La escena es en Galilea; el ambiente, hostil a Jesús; los dirigentes religiosos que se acercan a él
forman una especie de grupo de espionaje. Con esta actitud es imposible entender.
3. Lavarse las manos antes de comer
"¿Por qué comen tus discípulos con manos impuras y no siguen la tradición de los
mayores?" Es un ataque indirecto contra Jesús por permitir tales cosas. Es el maestro de sus
discípulos y el responsable de todos ellos. Es un ejemplo más de la dura polémica que pone al
descubierto la diferencia entre la enseñanza de Jesús y la doctrina oficial farisaica, que había
convertido la religión de Israel en un esqueleto sin espíritu.
¿Por qué reprochan solamente la actitud de algunos discípulos y no la de Jesús? Es muy
probable que Jesús observara normalmente estas prescripciones, lo mismo que la mayoría de sus
discípulos. Sin embargo, enseñaba la plena libertad frente a la ley y a todo tipo de prescripciones
humanas. Estas serían las razones de su indiferencia ante la actuación de algunos de sus discípulos
en este punto.
"La tradición de los mayores" es una expresión técnica de la teología rabínica en la que
incluían todos los preceptos que habían elaborado las escuelas de los rabinos desde el siglo v
antes de Cristo, cuyos sucesores eran los letrados o escribas del tiempo de Jesús.
Para los fariseos y los letrados, la ley y la tradición forman una unidad. Para ellos, ambas
habían sido dadas por Dios a Moisés en el Sinaí. Se diferenciaban en que una parte fue puesta por
escrito y otra se transmitió oralmente a través de las generaciones. Esta revelación oral debía gozar
de la misma autoridad que la escrita, al tener el mismo origen; pero, en realidad, eran preceptos
humanos, muchas veces absurdos y ridículos.
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El incumplimiento de la tradición de los mayores era considerado como una trasgresión a la ley
y, por tanto, de Dios. Este era el punto de vista del partido de los fariseos y de los letrados que
pertenecían a él. El partido de los saduceos rechazaba esa tradición oral, tan fácil siempre de
manipular.
"Lavarse las manos antes de comer" no se hacía por higiene, sino por pureza legal. Tenían
que hacerlo cada vez que iban a llevarse alimentos a la boca, siguiendo un complicado ritual. Si
comían sin lavarse las manos, impurificaban los alimentos por el contacto con el mundo exterior,
y éstos, al entrar en el hombre, causaban a su vez su impureza.
En el Antiguo Testamento sólo se habla de esas abluciones al referirse a los sacerdotes que
han de cuidar de las ofrendas (Ex 30,17-21), con lo que es posible que únicamente les obligara a ellos
en la celebración del culto. En la interpretación farisaica de la ley, las prescripciones dadas a un
pequeño grupo de personas son ampliadas a todos -sacerdotes y laicos- y a todas las situaciones de
la vida -en el culto y en la vida doméstica-. Pretenden sacralizar toda la vida humana con una
multitud de prescripciones particulares. Si pretendían que obligaran a todos los judíos, con
más razón debían ser cumplidas por las personas más observantes y piadosas como esperaban
fueran Jesús y sus discípulos, al presentarse como grupo religioso cualificado. ¡Lástima que no
pusieran el mismo entusiasmo en las cosas importantes, las únicas que podrían hacerlos
verdaderamente creyentes! ¡Y lástima también que sigamos sin aprender la lección!
4. La libertad interior del hombre
Jesús no responde directamente a esa pregunta insidiosa, que enfrenta la tradición con la misma
ley divina, como queda patente con el ejemplo de la ofrenda hecha al templo. Según Mateo, les
contesta con otra pregunta: "Y vosotros, ¿por qué quebrantáis el mandamiento de Dios por
vuestra tradición?" (Mt 15,3). Les pone un ejemplo y les recuerda una cita del profeta Isaías
(Is 29,13). La respuesta de Marcos es la misma, aunque no lo hace en forma de pregunta y
coloca primero la cita de Isaías que el ejemplo concreto. Es un contraataque que apunta mucho
más lejos que la pregunta que le han formulado. No defiende a sus discípulos, sino que ataca
duramente a sus acusadores. Ellos cometen una trasgresión mucho más grave al poner la tradición,
que atribuyen a Dios, por encima del mandamiento irrenunciable del amor. Les dice "vuestra
tradición", negándole con ello todo valor revelado.
Les echa en cara un duro texto de Isaías, del que hace la exégesis y lo aplica al caso. De
esa forma intenta hacerles ver que su denuncia cuenta con el apoyo de los profetas. En él Isaías
hace dos reproches: practicar una religiosidad superficial -"con los labios"-, en lugar de la
entrega incondicional a Dios de todo el hombre -"pero su corazón está lejos de mí"-, y
enseñar una moral que aleja de la verdadera voluntad de Dios a los que la practican: "porque
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la doctrina que enseñan son preceptos humanos". Son exactamente los dos reproches que Jesús
desarrolla en este debate.
Los fariseos se preocuparon excesivamente de normas externas y olvidaron el acercamiento
personal a Dios y a los hombres, y creían ser mejores que los demás por el hecho de cumplir escrupulosamente todos los preceptos y tradiciones. Pero habían caído en el absurdo, como les
demostrará con un caso concreto.
Jesús no valora las apariencias de la persona, sino su interior, la totalidad del hombre. Sabe
que debajo de una fachada impecable se pueden esconder intenciones mezquinas. ¡Cuántas
fachadas de religiosidad que violan las más elementales normas de justicia y convivencia humanas!
La fe que no lleve a un amor mayor, concretado en la justicia, no tiene ningún valor y constituye
una anti-religión. Sus palabras son un no rotundo a las prácticas vacías de contenido por ser
hipócritas.
No creamos que son acusaciones para otras épocas. Son muy actuales en el cristianismo de
rebajas que padecemos. Lo que se busca es que la masa reciba los sacramentos, sin importarnos el
porqué y la forma de recibirlos y celebrarlos. Este peligro ha sido constante en la iglesia. Hemos de
estar siempre sobre aviso.
"Dejáis a un lado los mandamientos de Dios para aferraros a la tradición de los hombres".
El mandamiento de Dios y la tradición de los hombres tienen que ser considerados como dos
cosas distintas. No están en el mismo plano, porque el primero es perenne y la segunda provisional.
Jesús no trata simplemente de cambiar unas costumbres por otras. Hace algo mucho más
radical: relativiza cualquier costumbre, las de su época, las de antes y las de después; las de
los jóvenes y las de los mayores. Intenta combatir esa tendencia humana a convertir en sagradas, en
intocables, las propias costumbres. Para Jesús sólo existe un absoluto: el Padre Dios. Un absoluto
que es amor y al que es preciso referirse siempre y según el cual debemos revisar, relativizar y
corregir nuestras costumbres.
La habilidad para confundir las propias costumbres con la voluntad de Dios es una
enfermedad religiosa que suele reproducirse fácilmente en todas partes.
La incalificable tradición del "corbán", que permitía a los hijos desentenderse, con la
conciencia tranquila, del deber de mantener a los padres ancianos e inválidos gracias a una ofrenda
hecha al templo, es el ejemplo que les pone Jesús para desenmascarar su hipocresía. Si la parte de
los propios bienes que habían de destinar al mantenimiento de los padres los ofrecían al templo,
quedaban liberados de lo prescrito en el cuarto mandamiento: quedaban declarados ofrenda
sagrada y retirados del ámbito profano. Resultaba un espantoso contrasentido: cumpliendo un
acto piadoso con el templo se liberaban de su obligación filial mandada por Dios. ¡Cómo se nublan
todas las ideas cuando hay dinero por medio! Lo ofrecido al templo iba a parar, naturalmente, a
los sacerdotes. La pretendida atención al templo se opone al mandamiento divino de amar y
socorrer a los padres. Lo principal es pospuesto a lo secundario, el hombre al templo. Para
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Jesús, y para todo hombre de buena voluntad, el bien del hombre es siempre lo primero; para
los dirigentes, primaban los aranceles.
Jesús considera los mandamientos de Dios de una calidad distinta y con una autoridad diferente
de las que tienen los preceptos de los rabinos. Lo mismo ahora con los mandamientos de la iglesia.
No los considera obligatorios y enseña o permite que estos preceptos humanos sean quebrantados,
como en el caso de lavarse las manos antes de comer. ¿Qué pensar de la obligatoriedad, bajo pena
de pecado mortal, de la asistencia a la misa dominical, precepto mantenido con tanto celo?
El ejemplo que les trae es evidente: el cuarto mandamiento ordena honrar al padre y a la
madre. Pero los rabinos se han inventado una posibilidad de rehuir tal mandamiento, anulando
la misma palabra de Dios.
Les llama "hipócritas" porque defienden sus propias ideas y conveniencias por encima de los
mandamientos divinos. ¿Cómo pueden reprocharle algo a él, cuando lo que ellos hacen es incomparablemente peor'?
Sería importante buscar ejemplos actuales que nos demuestren la perenne actualidad de las
palabras de Jesús dentro de nuestra iglesia y fuera de ella. Toda ley divina o humana tiene
siempre el riesgo de ser tergiversada por los encargados de interpretarla o de aplicarla. Jesús no
niega la tradición, pero distingue lo que hay de humano, de cambiable, en ella y lo que hay de
fundamental. Y subordina siempre a lo inmutable -el amor con todas sus imprevisibles
sorpresas- aun la tradición más respetable.
La observancia externa de las leyes, atacada aquí por Jesús, puede manifestarse también de
forma opuesta: cuando de la "no observancia" de los preceptos se hace un nuevo precepto que, si no
se observa, lleva consigo el riesgo de ser considerados como reaccionarios. ¿No ven con pena
muchos "progres" actuales a los cristianos comprometidos seriamente con el pueblo porque "todavía creen en Dios"? Como está de moda negarlo o prescindir de él...
Jesús defiende la libertad interior del hombre por encima de toda prescripción externa,
defiende la fidelidad a sí mismo; nunca la sustitución de unos preceptos por otros. En toda
evolución existe siempre el peligro de un retorno al "dogmatismo", aunque sea bajo el disfraz
de liberalismo.
5. Lo puro y lo impuro
En la segunda parte del texto Jesús clarifica la cuestión de la pureza o la impureza. Sus
palabras están preparadas por la llamada a la gente, a la que pide poner atención a lo que
va a decirles: "Nada que entre de fuera hace al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que
hace impuro al hombre". Es una sentencia formada por dos frases en paralelismo antitético: lo
que entra en el hombre no lo hace impuro, lo que sale del hombre sí puede hacerlo impuro.
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Jesús hace su declaración ante el pueblo porque no se trata de una interpretación discrepante de
la ley, de una aplicación diferente con respecto a los letrados y fariseos, sino de algo fundamentalmente nuevo: rechaza toda la manera de pensar que se oculta detrás de las prescripciones de los
rabinos sobre la pureza. Los letrados habían hecho una lista de animales y de alimentos puros e
impuros de los que solamente se podían comer los primeros. Jesús declara puros todos los
alimentos, liberando a sus seguidores de todas las prohibiciones en materia de alimentación. Este
enfrentamiento con los dirigentes religiosos le acarreará muchas dificultades y contribuirá a su
asesinato.
Jesús rechaza la distinción judía entre lo puro y lo impuro, entre una esfera religiosa, separada,
sagrada, en la que Dios está presente, y otra esfera ordinaria, cotidiana, en la que Dios está
ausente. No basta que una persona, un lugar, un templo hayan sido consagrados a Dios para que se
hagan automáticamente sagrados e intocables. La única santificación posible viene después, cuando
el hombre libre y conscientemente asume una conducta conforme a la voluntad de Dios. No hay
nada sagrado o profano, puro o impuro en sí. La creación entera es buena por ser obra de Dios.
Las cosas del mundo nunca son impuras. Lo llegan a ser sólo a través del corazón de los
hombres. Una cuestión de gran importancia en el cristianismo primitivo, sobre todo por la participación de judíos y paganos en la misma mesa.
Es necesario "escuchar y entender" de nuevo si queremos ajustar nuestra vida a estas
palabras de Jesús. "No es lo que entra en la boca lo que hace impuro al hombre"; por eso
carece de importancia comer sin lavarse las manos o privarse de comer algunos alimentos por
razones religiosas.
"Lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre". Lo que sale de dentro se le apropia al
corazón: los odios, los pensamientos ruines, las calumnias... Es esto lo que incapacita al hombre
para las cosas de Dios y le hace indigno de la comunidad humana. El hombre no se hace
impuro desde fuera, sino desde dentro. Este es el pensamiento de Jesús, su nueva ley. Es la intención la que hace grandes o mezquinas nuestras palabras y nuestras obras, aunque esa intención
quede encubierta en loables discursos.
El hombre vale por lo que vale su corazón, es decir, por aquello que desea, busca y ama
desde el fondo de sí mismo. Es en el corazón -en lo más íntimo de su ser- donde el hombre
acoge o rechaza a Dios, donde de hecho orienta su vida entera. El corazón es el lugar donde el
hombre se revela.
No podemos seguir engañándonos a base de plegarias y de prácticas religiosas. Lo que
importa es lo que anhelamos y buscamos desde lo profundo de nuestro yo. Hay un signo claro
que puede indicarnos lo que nuestro corazón ama y desea: la vida real que llevamos. Es verdad
que la vida nunca es limpia del todo, que nunca somos fieles plenamente a nosotros mismos..., pero
sí podemos clarificar qué es lo que realmente nos mueve en la vida, a qué damos valor y a qué no...
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Jesús no nos trajo un código de leyes y prescripciones, sino una llamada a la sinceridad en el pensar, sentir y vivir.
6. Guías ciegos
Mateo nos dice que los fariseos se escandalizaron con las palabras de Jesús porque destruían la
tradición que ellos pretendían observar y con la que se ganaban su fama de santidad y su influjo
sobre el pueblo. Jesús niega que su piedad, centrada en la observancia de la tradición, sea cosa de
Dios. Ni por un momento intenta evitar ese escándalo. Han formado con los letrados un frente
firme y endurecido y no están dispuestos a oír y aprender de nuevo. Es el peligro de todos los
hombres muy religiosos.
Se han colocado a un nivel distinto al de Jesús, con lo que su palabra no puede penetrar su
pensamiento y su voluntad. ¿Cómo podrán aprender los que ya lo saben todo? Se escandalizan,
en lugar de tratar de entender y convertirse. Creían formar la comunidad pura e ideal de
Israel, y Jesús les considera "ciegos que guían a ciegos". Están perdidos, sin horizonte, por
haberse aferrado a unas tradiciones muertas. "Serán arrancados de raíz", lo mismo que "toda
planta que no haya plantado el Padre celestial" (Mt 15,13).
Con su recomendación: "Dejadlos" (Mt 15,14), independiza a sus discípulos de la autoridad
de los fariseos y letrados y de sus tradiciones. Piensan ser guías de los ciegos cuando son ciegos
ellos mismos. Su ceguera consiste en poner las normas religiosas por encima del hombre,
contrariando el plan de Dios.
El pueblo vive en tinieblas porque la mayoría de sus guías han perdido la vista. Y de esa forma,
dirigentes y dirigidos tienen que "caer en el hoyo" (Mt 15,14). Pero el pueblo carece de culpa,
porque no puede prescindir de sus pastores y maestros. Sobre éstos recae toda la
responsabilidad.
No es difícil entrever detrás de estas palabras de Mateo una pregunta que asaltaba a los
primeros cristianos de procedencia judía: ¿Deberemos romper con el judaísmo o no? La respuesta
de Mateo es: "Dejadlos". ¿Qué tendríamos que hacer ahora?
7. La pureza del corazón
Después que se separó de los dirigentes religiosos judíos y de la muchedumbre, explicó la
parábola a sus discípulos.
"¿Tan torpes sois también vosotros? ¿No comprendéis?" Ni siquiera los discípulos entienden la
verdadera concepción del mensaje evangélico. ¿Nos tendrá que llamar "torpes" también a
nosotros? La incomprensión ante Jesús existió siempre, sin que se libraran de ella sus seguidores
más directos. ¿,Por qué pretendemos que ahora sea distinto?
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Una vez más Jesús traslada el debate del plano de los preceptos legales al plano humano. En el
centro ya no están los alimentos puros o impuros, sino el hombre. Y percibe el pecado no en las
acciones externas, sino en la intención del corazón. Ya no se trata de manos más o menos lavadas, de
conductas más o menos irreprensibles, sino de pureza de corazón. Es del corazón del hombre
de donde brota el verdadero mal. Marcos enumera trece productos malos de esa fábrica colocada en
el centro de la persona. Mateo sólo siete.
Cuando Jesús habla del "corazón" no lo hace en sentido biológico, sino apropiándole toda la
interioridad de la persona, el centro de la vida, de las decisiones y del encuentro personal con Dios.
Según la mentalidad hebrea, expresada en la Biblia, se piensa, se recuerda, se toman decisiones
con el corazón; que es al mismo tiempo amor, inteligencia, espíritu, memoria, conocimiento,
libertad... Si nuestro corazón es bueno, lo será también toda nuestra actuación, puesto que lo que
hacemos es fruto de lo que tenemos en el corazón, de lo que somos. Aunque muchas veces, en la
práctica, nos cueste actuar según nuestras decisiones personales, o actuemos de modo contrario.
Nosotros tendemos a juzgar a nuestros semejantes por sus actos externos, por sus palabras. Y
esto, que es verdad cuando las obras son buenas, puede llevarnos al engaño cuando una persona
obra mal. Se puede obrar mal como consecuencia de una infancia y juventud vivida en la
marginación y en la explotación. ¡Cuántos hay en la cárcel víctimas de una sociedad radicalmente
injusta! ¡Y cuántos que piden mano dura para los delincuentes comunes deberían callarse y estar
entre rejas por ser la causa de esa delincuencia! El corazón es la expresión de la persona en su
interioridad y en su totalidad. Y como queda lejos de la mirada de los demás hombres,
debemos evitar siempre el juicio sobre las personas y crear situaciones de justicia y de igualdad
entre todos.
Jesús mira el interior, el corazón humano. ¡Qué mirada tan distinta a la nuestra!
Es urgente trabajar por devolver a la religión su verdad, como ha hecho Jesús. No podemos
hacer de lo religioso un aparte del mundo, sino el fundamento de todo lo que tiene sentido. Hemos
de superar el encerrar lo religioso en formas externas y tradicionales humanas, siempre cambiables
y cambiantes, y descubrir la verdad de lo religioso en el corazón del hombre. Ese "corazón" que es
lo que hace al hombre bueno o malo. Llamarse cristiano y no vivir compartiendo lo que se tiene y
lo que se es es la trampa, la hipocresía de todos los que están confortablemente situados en la
sociedad.
Jesús nos ha dicho que lo que importa es lo que sale del corazón. ¿Qué sale del nuestro?
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La fe de la cananea
Jesús salió y se retiró al país de Tiro y Sidón. Entonces una mujer cananea,
saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle:
-Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy
malo.
El no le respondió nada. Entonces los discípulos se le acercaron a decirle:
-Atiéndela, que viene detrás gritando.
El les contestó.•
-Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel.
Ella los alcanzó y se postró ante él, y le pidió de rodillas:
-Señor, socórreme.
El le contestó:
-No está bien echar a los perros el pan de los hijos.
Pero ella repuso:
-Tienes razón, Señor; pero también los perros se comen las migajas que
caen de la mesa de los amos.
Jesús le respondió:
-Mujer, ¡qué grande es tu fe!: que se cumpla lo que deseas.
En aquel momento quedó curada su hija.
(Mt 15,21-28; cf Mc 7,24-30)
1. ¡Qué difícil es aceptar lo verdadero!
Jesús ha ofrecido pan a quien lo ha querido y no ha habido gente suficiente para
terminarlo (Mt 14,13-21 y par.). Las sobras han sido abundantes.
Lo que sigue responde a la pregunta de por qué hubo tantas sobras. La respuesta puede
ser triple: por una parte, los fariseos ponen demasiados obstáculos ante quienes desean comer el
pan, con sus abundantes preceptos (Mt 15,1-20; Mc 7,1-23); por otra, a los paganos se les niega el
acceso a sus sobras -a ello pueden referirse las migajas de pan de este relato-; finalmente,
porque todo lo que exige compromiso y riesgo es rehusado por la mayoría de los hombres, que
prefieren la comodidad.
¡Qué difícil es aceptar lo verdadero! Pasa en el campo de la música, de la pintura, del cine, de
la literatura... ¿Por qué no en el campo de la vida'? El presente pasaje evangélico desarrolla la segunda consideración.
El relato lo han recogido Mateo y Marcos. Cuando se publicaron ambos evangelios, los
paganos ya habían entrado en gran número dentro de la iglesia, y la vieja polémica -relatada
con detalle en el libro de los Hechos de los Apóstoles- estaba ya resuelta. Sin embargo, en sus pocas
líneas puede descubrirse todo lo que le costó al orgulloso pueblo judío aceptar a los paganos en
plan de igualdad.
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2. Petición de la cananea
No se nos dice por qué Jesús se alejó tanto de Galilea. Es posible que su violenta ruptura con la
doctrina religiosa oficial, descrita en el capítulo anterior, lo lleve a salir de Palestina y a
retirarse "al país de Tiro y Sidón". El ambiente de persecución que le rodea crece cada día.
También, gradualmente, sigue alejándose de las multitudes, decepcionado de su falta de
respuesta.
No es casual que el evangelio trate este encuentro de Jesús con una mujer pagana después
de su dura crítica al legalismo judío. Es un modo de dejarnos más clara una constante en la vida
de Jesús: el rechazo de los dirigentes religiosos y del pueblo judío fiel, casi en general, por una
parte; y la fe incondicional en él del pueblo judío marginado y de muchos samaritanos y paganos,
por otra.
El tema de fondo de esta narración es la entrada de los paganos en la iglesia. La cananea y su
hija representan el paganismo. La enfermedad de la hija figura la condición de los paganos, dominados por una ideología contraria a Dios. La petición de la madre es el anhelo de todo
hombre de encontrar sentido a la propia vida.
La escena consta de tres pequeñas partes: la petición de la mujer, unida a un acto de fe; el
diálogo de Jesús con los discípulos y la mujer y la actuación de Jesús en favor de la hija, con la
constatación de la curación.
El país de Tiro y Sidón está situado al norte de Galilea y estaba habitado por gentiles y
hasta por enemigos de los judíos.
Según Marcos, penetra allí en una casa sin temor a contaminarse. Sigue poniendo en práctica
lo enseñado anteriormente: nada de fuera puede hacer impuro al hombre.
No puede mantenerse oculto mucho tiempo. También allí es conocido. Una mujer cananea, que
tenía una hija enferma, "se enteró en seguida, fue a buscarlo y se le echó a los pies". Ha roto todos los prejuicios que impiden a los hombres comunicarse: de clase social, de sistema político, de
raza, de religión... Esos prejuicios que hacen que vivamos ignorándonos unos hombres a otros y que
cuando nos encontramos nos consideremos como adversarios. ¿Quién despertará el alma común
de los hombres y de los pueblos?
"Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo". Las palabras
"ten compasión de mí" -constantes en los salmos- son una oración de petición, fruto de una fe
profunda en que Dios puede hacer lo que se le pide y de una confianza ilimitada en que lo hará. Una
fe que recibe lo que pide, porque lo que pide está en la línea de la voluntad de Dios, que es el
bien del hombre. Le llama "Señor, Hijo de David", que son títulos mesiánicos. Conoce lo que está
oculto a la gran mayoría de los hijos de Israel. Le pide ayuda para su hija.
Mateo nos dice que Jesús no le respondió ni una palabra. Su silencio oculta un deseo más
profundo que la curación que se le pide: quiere que su fe vaya más allá de lo que ella pretende; quie-
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re que aquella mujer llegue a la plena comunión con él. La conoce mucho mejor que los demás; mejor
incluso de lo que ella misma se conocía. Sabía hasta dónde podía llegar, si la ayudaba a
profundizar en su fe y en su humildad...
Había un riesgo: que se marchara llena de rencor. Pero quizá era peor aún dejarla únicamente
con lo que pedía. Lograda la curación, se habría alejado de él. Y Jesús quería que ya no sintiese
ganas de marcharse, que no se quedara con el don, sino que llegara a él... porque era eso lo que
en realidad buscaba: el sentido de la vida que él encarnaba.
Los discípulos desean que la atienda porque les molesta con sus gritos. Parece que para ellos
no cuenta ni la persona ni su sufrimiento.
"Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel". ¿Por qué Jesús limita su acción
al pueblo judío? Es posible que su primera idea fuera mentalizar a su pueblo para que éste realizara
la evangelización de todos los demás. Esa habría sido la intención de Dios al elegir a Israel.
Además, el tiempo de la vida de un hombre es muy limitado y no puede abarcar mucho... Es poco
a poco, al experimentar el rechazo de los suyos, como se abre a los pueblos vecinos; aunque esa
tarea será realizada fundamentalmente por sus discípulos.
"Señor, socórreme". La mujer no se echa atrás, no se desalienta por la negativa inicial.
Está convencida de que Jesús le puede conceder lo que ella desea y no presta atención a las dificultades que éste le pone. Quiere algo más importante para ella y está segura de alcanzarlo de
Jesús. Su fe es enorme.
3. La respuesta de Jesús es cruel
"No está bien echar a los perros el pan de los hijos". La respuesta de Jesús es cruel, al
menos a primera vista: ¡llama "perros" a los paganos! Los judíos se consideraban hijos de Dios y
en ocasiones llamaban "perros" a los paganos, un insulto grave en Oriente y en todas partes.
Porque. aunque no faltan en el judaísmo expresiones relativas a la fidelidad del perro, éste es considerado, en general, como una criatura despreciable. En el Nuevo Testamento el perro continúa
siendo el símbolo del envilecimiento y de la bajeza. Ser comparado con un perro es siempre ultrajante e injurioso. Con tal insulto, sin embargo, se pensaba en los perros vagabundos y callejeros;
nunca en los perrillos que viven en la casa, considerados como animales domésticos, muy queridos
por los niños, que les daban de comer.
No parece que Jesús pretenda insultar a los paganos. Parece, más bien, que se refiere a los
perrillos que viven en la casa. Y así lo entiende la mujer.
"Tienes razón, Señor; pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los
amos". Sabe captar la metáfora e ironía de Jesús y le responde en el mismo tono. Es consciente de la
precedencia de los judíos y la acepta humildemente, aplicando agudamente a su favor la imagen
empleada por Jesús. La lucha que mantiene con Jesús, que la rechaza una y otra vez, está en la línea
60
del sermón de la montaña: "pedid..., buscad..., llamad..." (Mt 7,7). Con su perseverancia
logrará más de lo que pedía. Como no tenía orgullo ni desconfianza, intuyó la inmensa esperanza,
la ilusión que Jesús había depositado en ella. Comprendió que no estaba siendo rechazada, sino
llamada. Está abierta totalmente a Dios y puede nacer una amistad para siempre. Jesús ya podía
ahora, sin peligro, concederle lo que le pedía. Entre amigos, los regalos no hacen daño; entre
extraños, obligan. Ya no corría el riesgo de perderla, porque había escuchado y entendido más
allá de lo que ella había soñado.
4. "Mujer, ¡qué grande es tu fe!"
Jesús cede; reconoce, admirado, su fe. Una fe que es eso: un deseo muy hondo de lo que
Jesús puede dar y la certeza de que lo va a dar. Una fe que -no es privilegio de sabios o de personajes importantes, o de gente que ha triunfado en la vida, sino todo lo contrario.
La mujer sólo le ha hecho cambiar de opinión en apariencia. La había llamado hasta que
brotó en ella aquel ser nuevo que ni ella misma conocía. Dios nunca nos quiere dar algo que sea
menos que él mismo, porque sólo él es capaz de calmar nuestra hambre y nuestra sed de plenitud.
¡Qué pocos lo entienden! Si a veces no nos concede lo que le pedimos, es para que nos abramos al
encuentro y a la amistad con él. Una fe auténtica no se rinde al desaliento, aunque parezca que
Dios ha desaparecido del horizonte para siempre.
Aquella mujer fue adquiriendo la certeza de que en aquel judío existía una fuerza que podía
hacerla feliz. Y es la fe en Jesús -en Dios- lo que vale; nunca los privilegios de raza, religión o situación social.
Esta es la fe que busca Jesús. La mujer nos señala el camino hacia esta fe: la absoluta
confianza en él. Una confianza que no necesita ninguna condición previa, que va más allá de lo
que pedimos y llega a la misma persona de Jesús.
En esta mujer se vislumbra el nuevo Israel, fundamentado en una fe de este estilo.
La mujer se va a su casa y encuentra a su hija curada. Se marchó confiando en la palabra de Jesús: "Que se cumpla lo que deseas". Confía en la eficacia de la palabra de Jesús a
distancia. Es la última prueba a que se somete la fe de la cananea.
Obtuvo lo que pedía porque se mantuvo en una actitud de esencial pobreza. Ella había puesto
su parte: pidió, buscó, llamó... Ahora Dios le había respondido: "Se os dará..., hallaréis..., se os
abrirá" (Mt 7,7). Cada uno había realizado su tarea.
De este pasaje se puede concluir que el designio de Dios es reunir a todos los hombres en un
solo pueblo: la universalidad de la salvación; que no es la pertenencia al pueblo judío -o a la
iglesia- lo que salva, sino la fe. Una salvación que no es para los "perfectos" o "elegidos", sino
para todos los que quieran aceptar la buena noticia. También se puede concluir que pueden existir
-y existen- conductas cristianas que impiden el cumplimiento del plan de Dios; que en el
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hombre religioso pueden existir muchas maneras de cerrarse a Dios: la religiosidad sin influencia
en la vida, la injusticia, la falta de silencio y de oración...
Para ser cristiano lo único que se necesita es la fe en Jesús, que lleva a imitarle en la vida. Las
demás cosas, las formas concretas de manifestar esa fe, dependerán de cada uno y de cada
momento.
No nos iría nada mal tener la tozudez de la mujer cananea: supera el silencio de Jesús,
después su negativa y su aparente desprecio. ¿No encontramos en la conducta de Jesús una
confirmación de nuestra experiencia? ¿Cuántas veces nuestras oraciones han sido aparentemente
estériles y sin respuesta? El final del texto nos enseña que Dios siempre acaba escuchando a los que
insisten con una confianza total. ¿Tenemos claras, al menos, las ideas? ¿Cómo es nuestra
perseverancia?
Jesús hace participar a una mujer pagana del pan del reino de Dios. Si no hubiera sucedido así
desde los comienzos del cristianismo, ¿estaríamos nosotros ahora dentro de él? ¿Qué barreras nos
separan ahora de los demás?: raza, lengua, cultura, religión, clase social... ¿Qué pasos hemos de
dar para el encuentro? ¿No somos extranjeros unos para otros, y sobre todo para con Dios, con
nuestro modo de vivir?
Los cristianos seguimos actualmente representando un porcentaje escaso dentro de la población
mundial, pero ello no nos impide seguir teniendo los aires triunfalistas de los israelitas, sentirnos el
único y auténtico pueblo de Dios. ¿No nos hará caer este texto de nuestras absurdas pretensiones?
Lo único importante es la actitud de fe, reflejada en el modo de vivir.
En lugar de esas pretensiones fatuas, deberíamos preguntarnos: ¿Vivimos con autenticidad la
fe en Jesús? ¿No es cierto que fuera del cristianismo se dan también actitudes humildes y confiadas en Dios? Porque la fe en Dios es perfectamente compatible con cualquier religión y con
cualquier actitud en favor del prójimo. No podemos confundir la universalidad del reino de
Dios con la universalidad de la iglesia. La fe no es cuestión de números y estadísticas de
bautizados, sino de gente que vive en una actitud sincera y humilde ante Dios y los hermanos. No
se trata de preguntarnos "si todas las religiones son iguales". Es evidente que no: las diferencias
saltan a la vista. Lo que importa es descubrir que aun en esas diferencias se está manifestando el
único reino de Dios.
No debemos confundir nuestra miopía con la mirada profunda de Dios, que tiene sus propios
caminos para que ninguno de sus hijos se quede con las manos vacías.
Son muchas las fronteras que los cristianos tenemos que atravesar para encontrarnos con el
reino de Dios; pero quizá ninguna tan difícil como las fronteras de los prejuicios y del orgullo religioso. Es muy difícil enseñar religión a un sacerdote y a un cristiano de siempre. Es lo que parece
indicar el texto: "Incluso muchos sacerdotes aceptaban la fe" (He 6,7).
Poco importa saber ahora quién tiene razón o quién sabe más de religión. La respuesta de Jesús
es clara: importa la fe con obras. La fe elimina las barreras raciales y religiosas. La fe, que es dejar
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que Dios actúe -en nosotros y en los demás- como mejor le plazca. Dejémonos llevar por él:
eso es lo único que importa.
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Curación de un sordomudo
Dejando el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del lago de Galilea,
atravesando la Decápolis.
Y le presentaron un sordo, que, además, apenas podía hablar; y le piden que le
imponga las manos.
El, apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la
saliva le tocó la lengua.
Y mirando al cielo, suspiró y le dijo:
-Effetá (esto es, "ábrete").
Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba
sin dificultad.
El les mandó que no lo dijeran a nadie; pero cuanto más se lo mandaba, con más
insistencia lo proclamaban ellos.
Y en el colmo del asombro decían:
-Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos.
(Mc 7,31-37)
1. Los milagros de Jesús
¿Hizo Jesús milagros? ¿En qué consistieron? ¿Por qué los hizo? ¿Qué sentido tenían
para los que los presenciaron? ¿Qué sentido tienen ahora para nosotros?... Son preguntas
que los cristianos debemos hacernos y tratar de encontrar la respuesta adecuada, si
queremos ahondar en el sentido que tuvo la vida y la obra del Mesías.
Jesús realizó acciones que para aquellas gentes eran superiores a las posibilidades
humanas. Los milagros más seguros realizados por él son los de curaciones. Los demás, los
que se refieren a la naturaleza, parecen relatos simbólicos con el fin de glorificar su
personalidad.
¿Pueden tener los milagros de curaciones alguna explicación natural que fuera desconocida para
los contemporáneos de Jesús? Hoy sabemos que existen curaciones sorprendentes... La respuesta a
esta pregunta queda abierta, y responder positiva o negativamente a ella no denota mayor ni menor
fe. Lo que sí es evidente es que Jesús, con estas acciones, mostraba la proximidad de Dios a los
hombres como ningún otro lo hizo nunca.
El valor de los milagros no está en que sean acciones sorprendentes, sino en que son signos
de la posibilidad que tiene el hombre de poder llegar a una plena realización personal, en la
que no haya enfermedad ni limitación de ningún tipo.
Jesús no hace milagros para demostrar que es Dios, sino para mostrarnos hasta el fondo el
proyecto de hombre que tiene Dios. Con ellos tampoco pretende resolvernos mágicamente las limitaciones y las contradicciones humanas, sino dejarnos signos sobre cuál es el verdadero camino
humano y cuáles sus posibilidades. Pretendía ayudar a levantarse a los que se ven perdidos y sin
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futuro, inculcar el deseo de luchar por una vida digna a los marginados, animar a los pueblos a
descubrir los caminos de la liberación colectiva.
2. Despertar los sentidos
Los hombres nos comunicamos a través del oído y de la palabra, escuchando y hablando. Es así
como nos relacionamos unos con otros y captamos los acontecimientos que están a nuestro
alrededor. Sin olvidar, naturalmente, la vista.
Sólo podemos decir que una persona es adulta cuando interpreta correctamente lo que oye y es
capaz de responder adecuadamente con un criterio personal.
Es corriente tratar a los demás como objetos, metiéndoles a la fuerza nuestras ideas sin
darles tiempo a que las entiendan, a la vez que pretendemos que las acepten sin protestar. Es
frecuente entre amigos, entre padres e hijos, entre esposos, entre profesores y alumnos...
Y esto, que ocurre tan asiduamente a niveles de grupos reducidos, es dramático a escala de
sociedad: la manipulación de los medios de información, entre los que la influencia de la televisión
alcanza cotas incalculables, hace que vivamos en un mundo en el que los pueblos se han quedado
sordos y mudos en su mayoría, con el agravante de que creen que oyen y hablan... ¡Como vivimos en
democracia! La verdad es que oyen palabras como si no las entendieran, y hablan palabras sin
criterio propio, como si todos hubieran aprendido la misma lección. No percibimos el significado
de los acontecimientos, no sabemos recibirlos con espíritu crítico, somos incapaces de pronunciar
un juicio personal y equilibrado sobre las noticias que nos llegan constantemente. Es necesario que
nos curemos de esta sordomudez. Es necesario que los pueblos lleguen a la madurez en cada una de
las personas que los componen; lo mismo como comunidades.
Una de las tareas más urgentes de los cristianos es la de ayudar a despertar los sentidos del
pueblo en el que viven para que llegue a tener conciencia de su situación y quiera salir de ella. La
salvación que nos trae Jesús corre pareja con la promoción de los hombres y de los pueblos.
Jesús increpa a nuestros oídos para que se abran, y a nuestra lengua para que sea capaz,
después de examinar los acontecimientos, de pronunciar un juicio maduro.
3. Dios quiere que nos comuniquemos
El presente texto nos narra un nuevo milagro realizado por Jesús en tierra pagana. Quiere
llevar también su salvación-liberación al mundo que los judíos consideraban como marginado. Se
encuentra solamente en Marcos.
Jesús se encuentra bien en territorio pagano. Leamos el episodio en su realidad concreta y
busquemos, a la vez, su simbolismo.
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El comienzo del relato, más que una descripción detallada y exacta del itinerario seguido
por Jesús, lo que hace es situarnos en el ambiente pagano en que se desarrolla la escena. No
está lejos de la región de Gerasa, de donde fue obligado a alejarse como consecuencia de la
faena de los cerdos (Mc 5,1-20). "Decápolis" -palabra griega que significa "diez ciudades"era una federación de diez ciudades situadas en la Transjordania (al este del río Jordán),
constituida el año 63 antes de Cristo para debilitar los poderes locales y reforzar en la región la
influencia helenista.
El encuentro con el enfermo se produce a través de la mediación de otras personas. La gente
presenta a Jesús "un sordo, que, además, apenas podía hablar"; un sordo que, a causa de la sordera,
sólo puede hablar con mucha dificultad, no logra articular bien las palabras. Toda una imagen
de la impotencia humana; un representante del dolor y la esperanza de la humanidad entera. ¿No
vivimos encerrados, ignorándonos unos a otros? ¿Nos escuchamos y nos hablamos? En la familia, en
el trabajo, entre amigos, ¿no sirven las palabras más para llenar vacíos que para comunicarnos?
¿Podremos romper esta incomunicación?
Suplican a Jesús "que le imponga las manos" para aliviarlo de su indigencia o curarlo del
todo de ella. En ningún momento se habla o se insinúa algo sobre la fe del enfermo o de sus acompañantes. Posiblemente Jesús no se la exige por tratarse de paganos. Le basta comprobar que el
enfermo desea salir de su situación y la buena voluntad de los acompañantes.
Dios quiere que salgamos de nuestro individualismo y nos comuniquemos; quiere que dejemos
de ser sordos y mudos a todo lo que no seamos nosotros mismos, única forma de oír y hablar
como personas adultas; a la vez, quiere que ayudemos a oír y hablar a los sordomudos que se
encuentren a nuestro lado. Porque entre nosotros hay también sordos y mudos: personas que jamás
han escuchado una palabra de amistad, que viven cerradas al mundo que les rodea; personas que
apenas saben hablar, que no saben salir de sí mismas para abrirse y dar algo a los demás... y que
necesitan que alguien las ayude a salir del círculo cerrado en que viven; personas que aceptan sin
más todo lo que ven, oyen o leen en los medios de comunicación -¿manipulación?-.
La curación se realiza "apartándolo de la gente". Jesús busca el silencio y el alejamiento de los
hombres; sus milagros nunca pretenden ser gestos espectaculares destinados a impresionar; no tiene
ningún deseo de conseguir aplausos y fáciles adhesiones bajo el influjo del entusiasmo. No quiere
provocar un mesianismo triunfalista, para el que las masas siempre están preparadas. Quiere
hombres libres a su lado. Esto lo distingue de los taumaturgos helenistas, que buscaban el
sensacionalismo y la admiración de los hombres. Lo aparta de la gente, de la masa, para que pueda
oír y hablar. La multitud, como tal, es incapaz de comprender y de transmitir lo comprendido.
La multitud es curiosa y ávida de novedades, incapaz de profundizar, fácilmente manejable. Para
entender el mensaje de Jesús es necesario que nos apartemos de todo lo mundano: de sus
criterios y valores.
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Jesús nos desvela el secreto de un "milagro" que podemos y debemos realizar frecuentemente también nosotros, ya que nuestra sordera y mudez se suceden periódicamente: quedarse a
solas, en silencio, lejos de la gente, procurando interpretar los acontecimientos con la ayuda de
Jesús. Recobraremos la capacidad de escuchar y la posibilidad de hablar.
4. La curación
"Le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua". Jesús no quiere hacer
magia. Los gestos que realiza eran comunes entre los curanderos de la antigüedad, que atribuían a
la saliva propiedades curativas. De esta forma se acomoda al pensamiento del pueblo y no deja duda
alguna de su intención de curarlo.
Sin embargo, todo eso no es más que la preparación: la curación la va a realizar por su palabra,
después de haber elevado los ojos al cielo -gesto de oración- para pedir la ayuda del Padre y
en comunión con él. El "suspiro" de Jesús hemos de entenderlo como una profunda participación
suya en la miseria humana, que aparece dramáticamente evidente en aquel hombre.
La fórmula "ábrete" la dice en arameo, que el evangelista traduce para sus lectores,
conservándola en el texto. Es una palabra que no se dirige a los órganos enfermos, sino al mismo paciente. En la mentalidad judía es todo el hombre el que está enfermo, y cuando se cura, la salud
penetra también en los órganos dañados.
Por antiguo que sea el relato y por extraño que pueda resultarnos, el cuadro constituye una
imagen adecuada de lo que ocurrió con la curación que Jesús llevó a cabo: todo el hombre ha
quedado sano. Las dolencias que deforman la creación de Dios quedaron eliminadas, volviendo a
aparecer en toda su originalidad la creación de Dios. Al principio de la creación, Dios todo lo hizo
bien (Gén 1,31); en el día de la consumación todo lo hará nuevo (Ap 21,5). La curación es un signo de
esa nueva creación que Dios realizará algún día.
La curación se realizó inmediatamente: "Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba
de la lengua y hablaba sin dificultad". Y aquel hombre, que hasta ese momento había vivido
encerrado en sí mismo, en su pequeño mundo, se convirtió a partir del encuentro con Jesús en una
persona capaz de estar y de relacionarse con los demás hombres. Se abrió a una nueva visión de las
cosas, descubrió otro mundo de valores y adquirió la valentía para expresarse con dignidad y sin
mordaza alguna. Había "nacido al Espíritu" (Jn 3,6).
Cuando a un hombre se le abren los oídos interiores por la experiencia interior de la luz,
inmediatamente se le desata la lengua. Deja de hablar de cosas superfluas, de dar importancia a lo
que no la tiene, y comienza a hablar de justicia, libertad, amor..., de la clase de hombre que hay que
ser para serlo de verdad y de Dios que nos ama. Toda su persona anuncia otros criterios y
otros valores. Sabe escuchar a todos y sabe lo que los otros dicen con la palabra, con el gesto, con
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el silencio, incluso con un grito o con una ofensa. Y sabe expresar el propio interior, hacer partícipes a los demás de las propias ilusiones, decepciones, esperanzas y sufrimientos.
5. Jesús nos libera para que liberemos
"Les mandó que no lo dijeran a nadie". Vuelve a aparecer el "secreto mesiánico" y la
consiguiente trasgresión. Es necesario que la gente no descubra aún en Jesús al Mesías, porque
este título resulta muy ambiguo y es esencial que sea purificado a través de la muerte en cruz:
la gente debe descubrir que el Mesías verdadero es el Crucificado, y para ello estaban todavía
muy inmaduros.
Aunque la consigna de silencio no es respetada, la gente no llega nunca -en el evangelio de
Marcos- a concluir que Jesús es el Cristo; admira sus obras, pero no le da el título que le correspondería por ellas. De esa forma el secreto mesiánico queda a salvo.
Quedan asombrados, pero no llegan realmente a la fe. Y cuando al final del episodio
exclaman: "Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos", están citando unas
palabras de Isaías que se refieren al tiempo final de la salvación (Is 35,5-6). Jesús realiza la liberación
que anuncia Isaías; la curación es el anuncio de su buena nueva, el signo de que un día
podremos oír las noticias como son en realidad, sin intermediarios que las manipulen, dar a las
cosas su valor verdadero y hablar sin ningún tipo de miedo o de trabas.
Jesús nos libera para que liberemos. Una liberación que afecta a toda la persona, a los
aspectos individuales y a las estructuras. Para poder escuchar y transmitir fielmente la
palabra de Dios necesitamos vivir en contacto con la realidad humana. ¿Cómo trabajar por
transformarla si no la conocemos?
El sordomudo ha sido curado: puede oír y hablar; pero son los demás los que hablan. El
prefiere callar. Y es que para hablar hace falta tener algo que decir; para callar necesitamos un
misterio que adorar. ¡Cuánto ganarían la palabra y el silencio si solamente hablasen los que son
capaces de escuchar! Saber escuchar y saber hablar son dos ideas plenamente evangélicas.
Esta sordera y este mutismo, ¿no nos afectan también a cada uno de nosotros? ¿Vivimos abiertos
a lo que sucede a nuestro alrededor, o nos hacemos los sordos para no complicarnos la vida ante los
problemas personales y sociales que nos rodean? Si somos sordos, también somos mudos; si no somos
capaces de escuchar, tampoco seremos capaces de responder adecuadamente a nuestras
necesidades y a las necesidades de los demás y del mundo.
Debemos abrir bien los oídos para poder escuchar qué es lo que se le pide a nuestra comunidad,
qué problemas hay a nuestro alrededor a los que debemos dar una respuesta. Si hacemos así, la
salvación-liberación de Dios estará llegando verdaderamente a nosotros.
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Profesión de fe de Pedro
Llegó Jesús a la región de Cesarea de Felipe y preguntaba a sus discípulos:
-¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?
Ellos contestaron:
-Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o uno
de los profetas.
El les preguntó:
-Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
Simón Pedro tomó la palabra y dijo:
-Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.
Jesús le respondió:
-¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado
nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo.
Ahora te digo yo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y el
poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos;
lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra
quedará desatado en el cielo.
Y les mandó a los discípulos que no dijeran a nadie que él era el Mesías.
(Mt 16,13-20)
Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Felipe; por
el camino preguntó a sus discípulos:
-¿Quién dice la gente que soy yo?
Ellos contestaron:
-Unos, Juan el Bautista; otros, Elías, y otros, uno de los profetas.
El les preguntó:
-Y vosotros, ¿quién decís que soy?
Pedro le contestó:
-Tú eres el Mesías.
El les prohibió terminantemente decírselo a nadie.
(Mc 8,27-30)
Una vez que Jesús estaba orando solo, en presencia de sus discípulos, les
preguntó:
-¿Quién dice la gente que soy yo?
Ellos contestaron:
-Unos, que Juan el Bautista; otros, Elías; otros dicen que ha vuelto a la
vida uno de los antiguos profetas.
El les preguntó:
-Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
Pedro tomó la palabra y dijo:
-El Mesías de Dios.
El les prohibió terminantemente decírselo a nadie.
(Lc 9,18-21)
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1. Un texto clave
Estamos ante un texto clave de los evangelios sinópticos. Es como el final de una
parte de la actividad de Jesús y el comienzo de otra más decisiva; una especie de línea
divisoria. Jesús va a ser reconocido Mesías por Pedro, portavoz de los discípulos. Pero el
mesianismo de éstos no coincide con el de Jesús, como veremos en el capítulo siguiente.
En estas distintas perspectivas tiene lugar el choque entre la verdadera fe y la
incredulidad: los discípulos buscan el éxito, la espectacularidad, el triunfo humano...
Jesús es consciente de caminar hacia el fracaso humano de la muerte en cruz. Un tema
que sigue siendo, lamentablemente, muy actual entre los cristianos, ávidos de grandezas.
Lucas nos presenta a Jesús en oración, como suele hacer sobre todo en los momentos
cruciales de su vida. Esas horas en las que Jesús se recogía para encontrarse con el
Padre y revisar su actividad, consolidar su propia identidad y su misión en el mundo.
Solamente quien ha buscado, en la profundidad de su propio ser, el sentido de la propia
vida en Dios es capaz de formularse preguntas decisivas a sí mismo y a su entorno.
Orando encontró el criterio de Dios, tan distinto y hasta opuesto al criterio de los
hombres.
Todos han crecido en experiencia, en conocimiento de lo que es y necesita la sociedad
palestinense, en sabiduría para interpretar correctamente las Escrituras, en capacidad revolucionaria animada por el Dios de los profetas... Pero no pueden estancarse, tienen que mirar
hacia adelante desde un análisis lo más correcto posible de lo que ya pasó. Detenerse para una
revisión así es, casi espontáneamente, ponerse en actitud de oración.
Los discípulos han captado algo del fondo de la misión de Jesús, pero no acaban de
entender. No han rezado. Jesús ve más que ellos y parece que no está contento de cómo van
las cosas.
Mateo y Marcos sitúan la escena en Cesarea de Felipe, región básicamente pagana, donde hablar
de mesianismo no implicaba las connotaciones políticas que podía suscitar en Galilea. Asentada a
unos treinta kilómetros al norte de Betsaida y a la altura de Tiro, había sido elegida como
residencia por Filipo, tetrarca de Iturea y de la Traconítide y hermano de Herodes Antipas, que la
había transformado en una ciudad de notable importancia y dado el nombre de Cesarea en
honor del emperador Augusto. Sólo se menciona en este pasaje evangélico. Actualmente se llama
Banias.
2. ¿Qué piensa de Jesús la gente?
Aunque cuando le han preguntado no ha respondido claramente a la pregunta, Jesús
quiere saber lo que piensan de él los que le rodean. Esto es básico a todo animador de
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comunidades: saber lo positivo y lo negativo sobre su actuación. Es normal que sólo lleguen las
dificultades, los conflictos. Y eso es bueno; pero deben llegar también los aspectos positivos, si los
hay, claro.
"¿Quién dice la gente que soy yo?" Mateo dice: "el Hijo del hombre", expresión empleada
frecuentemente por Jesús. No quiere interpelar de golpe a los discípulos, y comienza dando un
rodeo. Es una pregunta que debemos hacernos también nosotros: ¿Qué piensan de él las gentes de
los países tradicionalmente cristianos? ¿Cómo lo ven los demás pueblos y religiones?... Sería
muy interesante averiguarlo, ya que en gran medida la imagen que los hombres tengan de Jesús
depende de nuestra fe y de nuestro testimonio. Han pasado tantos siglos sobre Jesús y la primera
experiencia que se tuvo de él, han hollado su figura tantas teorías, lo han pulido los intereses
creados de tantas culturas y poderes, se han dado de él tantas y tan variadas imágenes..., que los
creyentes del siglo xx tenemos necesidad de redescubrirlo tal como vivió y como era. La iglesia
necesita recuperar el papel profético en nuestro mundo, pero son demasiados y demasiado fuertes
los que rechazan lo profético. Los profetas de Dios denunciaban a los responsables de la desdicha
del pueblo, por alta que fuera su autoridad. Esta valentía profética abría los ojos y los oídos de los
marginados y explotados, que se ponían en camino de liberación. Valentía que a muchos de los
profetas les costaba la vida.
En las narraciones evangélicas han ido saliendo distintas opiniones de la gente respecto de
Jesús, distintas interpretaciones que hacían de su actuación. Era normal que quedaran
maravillados, llenos de estupor, admirados... La opinión popular lo considera como alguien muy
importante: lo comparan con Juan Bautista, Elías, Jeremías u otro profeta antiguo. Lo que
dicen de él muestra casi la categoría más excelsa que se podía tener de una persona según la
manera de pensar de Israel. Sólo estaba por encima la de Mesías.
¿Por qué lo identificaban con personajes del pasado? Según la tradición o leyendas judías, las
figuras extraordinarias del pasado -las que habían marcado de alguna manera la historia
religiosa de Israel- debían volver antes de hacer su aparición el Mesías.
Los discípulos dicen la opinión de la gente, no lo que piensan de él sus enemigos: los dirigentes
religiosos y políticos. Han llegado a una conclusión interesante. Hasta el nivel de reconocer a
Jesús como profeta, como un personaje extraordinario, es fácil llegar. A lo largo de la historia
la mayoría de los pueblos lo han reconocido como tal.
Sobre Jesús de Nazaret se han preguntado todas las generaciones, a pesar de la
deformación a que lo hemos expuesto los cristianos. Su figura es suficientemente atrayente y
actual como para seguir interrogando e inquietando a los hombres.
Hay quienes creen que fue un hippy: disconforme con la sociedad, de la que se marginó para
seguir la senda de la naturaleza, oraba en el desierto y en los montes; tenía seguidores de su
estilo de vida, protestaba contra el fariseísmo y se enfrentaba al ritualismo, pronunció palabras
nuevas y proféticas; nunca se alió con los poderes; sin casa, vivía en los senderos y de la
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hospitalidad de los amigos, absolutamente pobre y, por ello, con un amor sin límites a todos y a
todo.
Otros le consideran un super-estrella: un ídolo y un camino que se puede seguir, con una
doctrina llena de la sabiduría de la vida.
Otros lo tienen por un guerrillero: en contra del desorden establecido, luchando junto al
pueblo para defenderlo de todos los sistemas de explotación.
Otros lo ven como rey: coronado de piedras preciosas, vestido con manto de púrpura,
rodeado de riqueza, esplendor y poder, en competencia real con los poderes ambiciosos de la tierra.
En este grupo suelen estar los que más presumen de cristianos.
Muchos creen que es el hombre más honrado que ha pasado por la tierra. Otros admiran
su doctrina por su sencillez, su armonía, su profundidad, su realismo, el sentido común que manifiesta...
3. ¿Qué pensamos nosotros?
Pero Jesús no se conforma con saber qué piensa "la gente". Quiere que aquellos que le siguen
más de cerca digan también su opinión, se comprometan claramente con él: "Y vosotros, ¿quién
decís que soy yo?" Pregunta clave porque la fe cristiana no es solamente una nueva concepción de
la vida u otra religión, sino un seguimiento personal de Jesús. La fuerza de la pregunta está en el
"vosotros". Según sea la respuesta que demos a ella, será nuestra adhesión a Jesús. ¿No
esperamos de cada persona algo que tenga relación con lo que es?: de un médico, que nos cure;
de un maestro, que enseñe bien... ¿Qué esperamos de Jesús?, ¿quién es para nosotros'?, ¿qué
influencia real tiene en nuestras vidas?; la fe en él, ¿nos proporciona una mirada nueva'?, ¿cuál es
nuestra actitud ante los valores cristianos'?, ¿cómo influye el evangelio en nuestras decisiones?... Es
imposible vivir la fe sin plantearnos a menudo estas preguntas.
Jesús exige a sus seguidores una respuesta vital, puesto que la verdadera fe cambia el sentido de
la vida, reclama la entrega personal. Quiere que reflexionemos sobre el misterio de su persona y de
su misión, que superemos toda superficialidad. No basta saber qué piensan los demás, es preciso
que cada uno sepamos lo que pensamos, que nos lo preguntemos y nos lo respondamos. De la
respuesta que demos y de la fidelidad a ella podremos deducir si somos o no cristianos. Jesús
transforma un sondeo de opinión en un diálogo con sus discípulos en el que éstos se encuentran
comprometidos y deben asumir las responsabilidades de lo que dicen.
Hemos de leer constantemente los evangelios y tratar de descubrir en ellos los múltiples rasgos
de la personalidad de Jesús: un hombre en todo semejante a nosotros, menos en el pecado
(Heb 4,15); un hombre del pueblo, nacido de una mujer campesina, trabajador manual, pobre, que
sintió la vocación profética de anunciar el reino de Dios, de convocar al pueblo a la esperanza
de un futuro mejor, de despertar una conciencia crítica, de desenmascarar la mentira, de vivir
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en el amor a pesar de las consecuencias... Siguió su camino con dudas y vacilaciones, hasta
derramar sangre (Lc 22,24; Heb 12,4); muere con la amarga experiencia de la huida de los suyos
(Mt 26,56; Mc 14,50) y con la sensación del abandono del mismo Dios (Mt 27,46; Mc 15,34). La
vida no le fue fácil: anunciar y vivir el amor sin fronteras en medio de un mundo egoísta y a
la defensiva -y pretendidamente querido por Dios- le acarreó excesivas amarguras. Iba
guiado por la confianza en el Padre, pero todo lo tuvo en contra. Es verdad que Dios estaba
en él de un modo único e irrepetible, pero su sufrimiento fue mayor porque cuanto más se ama y se
vive la justicia... más se sufre por el odio y la injusticia... Aprendió, con la experiencia del
sufrimiento, la obediencia (Heb 5,8-9), hasta la muerte en cruz (Flp 2,5-8). La calidad de su vida es
prueba de la esperanza que mantuvo hasta el final sobre su futuro y el nuestro.
La causa de que nuestra fe tenga normalmente tan poca fuerza debe estar en que no nos
hemos hecho nunca con seriedad la pregunta: Jesús, ¿quién eres? Es verdad que hasta llegar a la
pregunta hemos de recorrer previamente un camino: un camino de ir conociendo a Jesús, de
escuchar su palabra, dejando que penetre en nosotros como el agua en la tierra... Entonces
llegará el momento de la pregunta... y de la respuesta. A esta pregunta de Jesús hemos de
responder tarde o temprano todos los cristianos, a no ser que lo sigamos sin saber a quién
seguimos o que llevemos su nombre sin saber qué significa ese nombre y ese Hombre.
La pregunta de Jesús exigía una respuesta clara. Pero ¡qué difícil es pensar! Por eso, ante
preguntas como éstas tendemos a dar respuestas prefabricadas, definiciones de memoria
aprendidas en el catecismo, o a convertirnos en meros portavoces de las dudas y vaguedades del
ambiente que nos rodea. Es fácil expresar las opiniones de los demás, que es lo que habían hecho los
discípulos. Jesús no se conforma, quiere que los que le acompañan piensen por sí mismos.
4. Respuesta de Pedro
Cuando alguien plantea una pregunta así de directa en una reunión, se suele producir un
denso silencio. Todos esperan a que conteste el que más sabe, el que habla mejor... Quizá suceda
que a alguno de los presentes le queme la respuesta en los labios y responda incluso sin llegar a
entender todo el alcance de sus palabras, o dándole otro sentido. Es lo que le sucedió a Pedro.
La respuesta de Pedro es común en los tres evangelistas en su primera mitad: "Tú eres el
Mesías". Mateo añade: "El Hijo de Dios vivo". Jesús es el Mesías y el Hijo de Dios vivo. No se
trata de dos títulos distintos, sino de dos expresiones que responden a la misma realidad.
Porque si Jesús pudo vivir tan perfectamente, tan profundamente, la vida humana, fue porque en
él habitaba el mismo Dios.
Es posible que la respuesta de Pedro se limitara sólo a la primera parte, con lo que esta
confesión, según Mateo, sería un resumen o síntesis de la fe de la primera comunidad cristiana
en Jesús. Decir que Jesús es "el Hijo" significa reconocer su relación filial única con el Padre, que
73
le ha confiado su misión, también única, de ser la respuesta plena a todas las esperanzas de los
hombres, ser el Salvador del mundo.
La respuesta de Pedro sólo la puede dar de verdad un creyente en Jesús, un hombre que ha
tenido la experiencia de no bastarse a sí mismo, que sabe que sus criterios son siempre relativos
y parciales, que es consciente de no poseer la verdad y que busca la salvación -la respuesta a sus
profundas inquietudes-. Pedro reconoce con sus palabras que Jesús es el cumplimiento de
todas las esperanzas humanas, de todas las promesas del Antiguo Testamento. Ha hablado en
nombre de todos los discípulos y de todos los que en lo sucesivo quisiéramos ser seguidores del
"Hijo del hombre".
Jesús no es uno más; es el último y mayor enviado del Padre. Ya no vendrá nadie que lo
supere. Su palabra y su vida transparentan al mismo Dios. Es la gran señal que Dios pone en el
mundo para decirnos que la única forma de ser hombre verdadero es imitando al Hijo, que
seremos hombres en la medida en que vivamos como él, porque su vida es la realización de las
aspiraciones más profundas y auténticas del hombre. Jesús nos conduce a la vida plena, nos
muestra por dónde hay que ir para que nuestra vida merezca la pena, para que realicemos las
esperanzas de vida que los hombres llevamos dentro.
¿Qué entendía Pedro cuando decía que Jesús era el Mesías? En el capítulo siguiente veremos que
no daba a este título el mismo sentido que Jesús, que no había superado las tentaciones del desierto.
Ser cristiano es dar la respuesta que dio Pedro, es creer que Jesús es la respuesta a la
pregunta más honda que hay en el hombre, la respuesta a la gran esperanza en la posibilidad de un
reino universal de fraternidad, de vida, de amor, de justicia, de bien, de verdad... Porque sólo
seremos hombres cuando lo sean también todos los demás. Lo mismo libres, justos, verdaderos,
fraternales... El camino que él vivió es el único para lograrlo. Lo veremos detenidamente en el
apartado siguiente, al explicarnos las condiciones del seguimiento.
5. "Tú eres Pedro"
La respuesta de Jesús a la profesión de fe de Pedro solamente la tenemos en el texto de Mateo.
Aunque Pedro ha hablado en nombre de los discípulos, Jesús ahora le dirige la palabra sólo a
él. Le llama "dichoso" por las palabras que acaba de pronunciar.
"Eso te lo ha revelado mi Padre que está en el cielo". El que ha realizado esa profesión de
fe, el que ha reconocido públicamente que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios vivo, ha sido precisamente Pedro, el apóstol que pocas jornadas antes se hundía en el agua y al que Jesús le había
echado en cara su "poca fe" (Mt 14,31). Eso nos indica que el reconocimiento de Jesús como Mesías no es producto, ni en Pedro, ni en nosotros, ni en nadie, de las propias capacidades de
discernimiento. A esta profesión de fe cristiana no es posible llegar a través de la lógica y
raciocinio humanos. Se hace posible únicamente gracias a la revelación del Padre. Y es frecuente
74
que el mismo que recibe esa revelación no entienda todo el alcance de sus propias palabras, como
es el caso de Pedro, que ha buscado las palabras más fuertes de su vocabulario para definir
aquello que estaba por encima de todas sus ideas.
Pedro pertenece a la categoría de los sencillos, no a la de los sabios y entendidos (Mt 11,25), y ha
podido recibir esta revelación. Aunque su fe es pequeña, está en el camino que lleva a su
plenitud. El que anda por este camino es dichoso porque alcanzará el pleno conocimiento y la
verdadera sabiduría: el misterio del reino de Dios, el sentido profundo de las obras de Jesús.
"Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia". Según la mentalidad antigua en
Oriente, el nombre de una persona no era algo convencional para distinguir a unos de otros,
como sucede entre nosotros. Para ellos el nombre expresaba la naturaleza íntima de esa persona,
de forma que conocer el nombre de un individuo significaba conocer su esencia profunda y
ejercer una especie de dominio sobre esa persona. Por eso, imponer un nombre significa, en esa
mentalidad, el conocimiento de una persona, de un animal, de una cosa; y un poder que se ejerce
sobre esa persona, animal o cosa. Es el sentido que tiene en la Biblia la imposición de nombres
a todos los animales por Adán (Gén 2,20), o el cambio de nombres, hecho por Dios, de Abrán
y de Saray por los de Abrahán y Sara (Gén 17,5.15): expresa la doble realidad de conocimiento
y de dominio.
Cuando Dios cambia el nombre a una persona, significa que esta persona se encuentra en una
encrucijada de su existencia, que está frente a una vocación nueva, una misión especial. Este sentido
tiene el cambio de nombre en el elegido papa y el cambio en algunas órdenes religiosas. El
nombre nuevo es portador de una fuerza que ayuda a la persona que lo recibe a no defraudar
las esperanzas que Dios tiene sobre ella.
"Tú eres Pedro". Jesús le cambia el nombre para encargarle una misión única en la iglesia.
La promesa se la hace en un juego de palabras perceptible claramente en la lengua aramea, hablada
por Jesús: Pedro significa piedra. Será la "piedra" sobre la que se construirá el nuevo pueblo de
Dios, representado por los doce apóstoles, de la misma forma que el antiguo estaba formado por
doce tribus.
Jesús, a la vez que se reconoce como Mesías, dice a Pedro que va a edificar su comunidad
mesiánica sobre esa "piedra", ya que no puede entenderse un Mesías sin comunidad mesiánica:
¿quién continuaría el camino de transformación de la sociedad? Pedro en la primera comunidad y
el papa, como sucesor suyo a través de las generaciones, son los encargados de animar la fe de los
hermanos, de confirmar su fidelidad en las dificultades, de ser el "pastor" de todos, en
nombre de Cristo, como signos visibles suyos.
Al presentar a la iglesia bajo la imagen de una construcción, es lógico hablar de cimiento o
fundamento que consolide y haga posible esa construcción. Pero tengamos en cuenta que estamos
hablando de fundamento o cimiento visible; el invisible y único es siempre Cristo. Pedro y el papa
visibilizan ese verdadero fundamento, al que deben hacer siempre referencia, del que deben ser
75
testigos en todo momento; testigos transparentes por su fidelidad. Papa o primado no significa el
que domina o el señor. El único Señor es Jesús. Significa el servidor, el animador de la comunidad.
Obra de Jesús, la iglesia es una comunidad de creyentes que confiesan a Jesús como Mesías,
como "el Hijo de Dios vivo", confesión que la obliga a vivir de acuerdo con ella.
La comunidad cristiana no es del papa, sino de Jesús. Pero es el papa el que más urgentemente
ha recibido la misión de animar, discernir, unir, confirmar en la fe a sus hermanos, en comunión
con todo el episcopado. Y son el papa y los obispos los que tienen más peligro de desviar hacia
sí mismos el objetivo de sus actividades, como les sucedió a los dirigentes religiosos de Israel.
Apoyada en Pedro, la comunidad de Jesús podrá resistir todos los embates de las fuerzas
enemigas, simbolizadas en la frase: "El poder del infierno no la derrotará". Mientras se
mantenga fiel a Jesús, el poder del mal y de la muerte no podrá nada contra la comunidad
mesiánica reunida por Jesús.
Jesús promete a su iglesia una duración indefinida: hasta la parusía del Señor. Así como la
muerte -último enemigo que será derrotado- ya no tiene dominio sobre él (Rom 6,9), tampoco lo
tendrá sobre su comunidad. Porque la muerte es una consecuencia del pecado (Rom 5,12),
vencido ya por Jesús, y que iremos venciendo sus seguidores según seamos fieles a su camino.
Viviendo como Jesús vivió, siguiendo su camino humano, la vida del hombre desemboca en la vida
para siempre.
Son unas palabras victoriosas de Jesús. No para hacer de ellas ostentación de triunfalismo,
pero sí para tener una confianza ilimitada en Dios.
Jesús define la función de Pedro con tres metáforas: la piedra, las llaves y atar y desatar.
Vimos la primera.
Jesús da a Pedro "las llaves del reino de los cielos" con poder de "atar y desatar", con lo que le
confía una autoridad verdadera y plena: todo lo que ate o desate en la tierra será atado o desatado por Dios. Esta autoridad se manifestará principalmente en el perdón de los pecados y en la
admisión o exclusión de la comunidad; sin que podamos darle la interpretación de poder excluir
de la salvación a una persona por el hecho de no admitirla o separarla de la iglesia. Permanece
oculto quien pertenece al número de los predestinados para el reino consumado de Dios. Se deja en
manos de Pedro y de sus sucesores quien pertenece ahora a la comunidad de salvación que se
prepara para ese reino. Comunidad que debe posibilitar la oportunidad de encontrar esa
salvación para todos los hombres.
¿Qué son las llaves del reino de los cielos? Jesús ha ideado la iglesia como una edificación, una
casa. Las llaves simbolizan la autoridad sobre esa casa.
El auténtico poseedor de las llaves es Jesús: él es el que abre y nadie puede cerrar, cierra y
nadie puede abrir (Ap 3,7). Se las deja a Pedro como fundamento visible de su casa de
piedras vivas.
76
Atar y desatar tiene el sentido de permitir y prohibir, de separar y perdonar. Lo que él ate o
desate quedará convalidado por Jesús. Atar y desatar, según los rabinos, quiere decir que algunos
tienen poder de declarar verdadera o falsa una doctrina y de excluir a alguien de la
comunidad de Israel (de excomulgar) o de acogerlo en la misma. Es la autoridad que Jesús
confía aquí a Pedro hasta su vuelta al final de los tiempos. Estas mismas palabras las repetirá
Jesús más adelante, pero referidas al conjunto de los apóstoles (Mt 18,18).
6. Mesías del dolor y del rechazo
"Y les mandó a los discípulos que no dijeran a nadie que él era el Mesías". En esta orden de
guardar silencio sobre su mesianismo quiso decirles: Sí, soy el Mesías, pero no el que vosotros
pretendéis; jamás enseñéis ese Mesías que pensáis. El Cristo que habréis de anunciar siempre es el
que yo mismo os voy a revelar, un Cristo que aún no estáis preparados para comunicar, porque
no creéis en él. Un Mesías con dos características: el dolor y el rechazo. No sólo sufrirá mucho,
sino que sentirá en carne propia la incomprensión de los suyos y la radical oposición de los altos
dirigentes religiosos de la nación.
Jesús no podía permitir que se hablase de él como Mesías de una forma equívoca. Y para
evitar toda tergiversación, prefiere esperar a la cruz. Será desde ella cuando los discípulos
comprenderán que Jesús no era un mesías triunfador y político, un guerrero en lucha contra los
romanos para liberar a Israel, sino un Mesías en la línea profética más genuina: la del Siervo
de Dios (Is 52,13 - 53,12).
Si Jesús hubiera permitido que la gente manifestara su entusiasmo, que los apóstoles divulgasen
su falso descubrimiento, habría acabado en el triunfo, pero lejos de la voluntad del Padre. Son
las tentaciones del desierto surgiendo constantemente a su alrededor. Ya tendrán tiempo de
proclamarlo Mesías después de su muerte y resurrección, cuando no exista peligro de una comprensión errónea. ¿Cuándo no existirá ese peligro?
Cuando alguien nos pregunte: ¿Quién es Jesús para ti?, ojalá podamos responder como
llegó a responder Pedro al final de su vida -no en este texto- y como han respondido tantos y
tantos cristianos que se lo han jugado todo por seguirlo: Jesús está siendo la respuesta a todas
mis preguntas, el ideal de todos mis anhelos, la plenitud de todas mis esperanzas, el camino que
conduce a la verdadera humanidad..., el Mesías de Dios.
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Primer anuncio de la pasión y dureza del seguimiento
Desde entonces empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a
Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los senadores, sumos sacerdotes y
letrados, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día.
Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo:
-¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte.
Jesús se volvió y dijo a Pedro:
-Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los
hombres, no como Dios.
Entonces dijo a los discípulos:
-El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con
su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda
por mí, la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero si malogra
su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del hombre vendrá
entre sus ángeles, con la gloria del Padre, y entonces pagará a cada uno según
su conducta.
Os aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán sin antes haber
visto llegar al Hijo del hombre con majestad.
(Mt 16,21-28)
Y empezó a instruirlos:
-El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por
los senadores, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar a los tres
días.
Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se
puso a increparlo. Jesús se volvió, y de cara a los discípulos increpó a Pedro:
-¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!
Después llamó a la gente y a sus discípulos y les dijo:
-El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su
cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su
vida por el evangelio, la salvará.
Pues ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si arruina su vida? ¿O
qué podrá dar uno para recobrarla? Quien se avergüence de mí y de mis palabras en
esta época descreída y malvada, también el Hijo del hombre se avergonzará de él
cuando venga con la gloria de su Padre entre sus santos ángeles.
Y añadió:
-Os aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán sin haber visto
llegar el reino de Dios en toda su potencia.
(Mc 8,31 - 9,1)
Y añadió:
-El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos,
sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar al tercer día.
Y dirigiéndose a todos, dijo:
-El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día
y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su
vida por mi causa, la salvará.
¿De qué sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se perjudica a sí mismo?
Quien se avergüence de mí y de mis palabras, también el Hijo del hombre se
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avergonzará de él cuando venga con su gloria, con la del Padre y la de los ángeles
santos.
Y añadió:
-De verdad os digo que hay algunos entre los aquí presentes que no gustarán
la muerte hasta que vean el reino de Dios.
(Lc 9,22-27)
1. El verdadero mesianismo
Esta escena sigue inmediatamente a la confesión de fe de Pedro, con la que forma una unidad, y
es un pasaje también clave que resume con gran fuerza el verdadero mesianismo de Jesús y la
tensión que produjo en sus discípulos. Un mesianismo inesperado y escandaloso que deja al
descubierto la ambigüedad de la misma confesión de Pedro. Los discípulos, por medio de Pedro,
han confesado claramente por vez primera su fe en Jesús como Mesías, y éste les anuncia su
muerte y resurrección. La sorpresa está contenida en el relato.
¡Qué difícil le es a Dios hacer que le reconozcamos los hombres! Todas las ideas que los
discípulos se habían hecho acerca de Dios y de su Mesías las tuvo que ir combatiendo Jesús. Y es
porque tendemos a imaginarnos a Dios a imagen y semejanza de nuestras ambiciones de poder y de
grandeza, de riqueza e invulnerabilidad. Creemos que para acercamos a él necesitamos dinero,
prestigio..., deshumanizarnos. Tendemos a imaginarlo al estilo de los poderosos y triunfadores de
este mundo. Jesús quiere dejar las cosas claras para que sus seguidores no se llamen a engaño.
¿Será vano el intento, como parece demostrar la experiencia?
¿Qué significa que Jesús es el Mesías?, ¿qué implica seguirlo?, ¿cuál es su camino y su
proyecto? Cuanto sigue es explicitación del sentido del mesianismo de Jesús, de la tensión que
existe entre la idea de los hombres creyentes y la realidad manifestada en Jesús. Porque este
texto no se refiere a la incredulidad de los de fuera, sino a la resistencia que la misma iglesia
ofrece a Jesús en su calidad de Mesías sufriente y humilde. Una resistencia que desgraciadamente
ha perdurado durante la mayoría de sus siglos de historia: aceptó el carácter mesiánico de Jesús,
pero no el camino mesiánico del fracaso y del don de sí mismo.
2. La predicción de Jesús
"Desde entonces empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y
padecer allí mucho por parte de los senadores, sumos sacerdotes y letrados, y que tenía que ser
ejecutado y resucitar al tercer día". Es la primera predicción de la pasión, a la que seguirán
otras dos (Mt 17,22-23; 20,17-19; Mc 9,30-32; 10,32-34; Lc 9,44-45; 18,31-33). Son palabras que nos
revelan la conciencia que Jesús tenía de su destino, de estar llevando una trayectoria que
inevitablemente acabaría en la muerte.
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Cuando Jesús predice su pasión no lo hace como si fuera un adivinador de su propio futuro,
como si todo estuviera ya determinado y sabido desde un principio. Si así lo entendiéramos, el
final dramático que tuvo su vida no sería un hecho histórico. Es verdad que todo eso estaba
profetizado en las Escrituras, pero no son éstas las que provocan los acontecimientos, sino los
acontecimientos los que determinan las profecías. Lo que estas palabras indican es que, a estas
alturas de su actividad, Jesús ya contaba con la posibilidad de una muerte violenta: había
violado la ley del sábado -quicio del sistema religioso de Israel- en varias ocasiones, lo que era
motivo suficiente para condenarlo a muerte; había sido acusado por los dirigentes religiosos de
estar endemoniado, penado también con la muerte; se había enfrentado a las autoridades, a los
terratenientes; se relacionaba con gente a la que despreciaban los poderosos y a la que estaba
abriendo los ojos sobre su situación de explotación y marginación... Las autoridades religiosas y
políticas lo consideraban cada vez más como un elemento peligroso. Y no pensaba cambiar... De
esta forma, Jesús tenía que contar con la casi evidencia de morir violentamente, como habían
muerto muchos profetas. Su muerte ajusticiado será la consecuencia lógica de su actividad y de
su toma de posición contra la ideología del poder.
Enumera brevemente los acontecimientos más importantes. El lugar de la pasión será
Jerusalén, porque no cabe que un profeta pierda la vida fuera de la capital (Lc 13,33). Los
ejecutores serán "los senadores, sumos sacerdotes y letrados", los que forman el sanedrín, el
supremo tribunal de Israel. "Los senadores" eran los miembros del sanedrín que pertenecían a
la aristocracia seglar, formada por los grandes terratenientes y que constituían el núcleo del
partido saduceo. "Los sumos sacerdotes" formaban la aristocracia sacerdotal, ocupaban los
altos cargos de la jerarquía, cuyo primado era el sumo sacerdote, y pertenecían también al
partido saduceo. "Los letrados" eran el tercer grupo del Gran Consejo, la mayoría miembros
del partido fariseo.
De esta forma, el sanedrín integraba a todas las clases dirigentes: el poder del dinero y a los
líderes religiosos e intelectuales. Pasarán a la acción contra Jesús, que atacaba tan directamente
esa religión oficial que tanto les servía para defender sus privilegios, adormeciendo al pueblo.
Lo harán en nombre de Dios, como tantas atrocidades de la historia humana. Pero Dios mismo
los desautorizará resucitando a Jesús, dándole de este modo la razón.
"Al tercer día" era una fórmula que se empleaba para indicar un breve espacio de tiempo. Y
aunque es una frase que nos traen los tres evangelistas sinópticos, es muy probable que Jesús no
la dijera. Estos han completado, desde la experiencia de la resurrección, lo que el Maestro vivió y
enseñó.
No es que Dios quiera y haya decidido la muerte de Jesús, sino que ésta es inevitable por la
oposición de los dirigentes al mesianismo que él encarna. La misión de Jesús consiste en liberar al
pueblo de la opresión religioso-política de las instituciones y sus representantes. Era lógico que
sufriera la oposición implacable de esas autoridades. Es fácil aceptar a un mesías triunfador. Los
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hombres de todos los tiempos y las mitologías de incontables ambientes humanos se han sentido
fascinados por unas perspectivas mesiánicas que resolvieran todas las dificultades sin pedir esfuerzos personales a cambio. Pero aceptar a un Mesías crucificado es otra cosa. Jesús se ha dado
cuenta de que lo que él pretende, por ser realmente liberador para el pueblo, encontrará muchas
resistencias. Tantas o más que las que han encontrado, desde siglos, los profetas u otros líderes
populares de la tierra.
Anunciar la palabra de Dios, vivir en cristiano, lleva inevitablemente al sufrimiento, al dolor.
No porque ser cristiano sea sufrir, sino porque ser cristiano verdadero contradice la mayoría de
los "valores" de la sociedad en que vivimos. Si ahora el cristianismo no crea problemas en muchos
ambientes injustos, es porque ha tergiversado el mensaje de Jesús, equiparándolo a la mentalidad
que domina el mundo occidental, con la consiguiente pérdida de credibilidad en los ambientes
que buscan el cambio.
Ser cristiano es una fiesta, un gozo maravilloso, pero sólo para los hombres que esperan y
viven del amor, para los hombres libres y generosos, para los inconformistas con el mundo que padecemos. ¿Y cuántos hombres hay así? Para los demás, el anuncio cristiano es un tremendo
revulsivo que solamente produce irritación y problemas.
Jesús vivió profundamente el amor. Y sabía muy bien que lo que él proponía era demasiado
nuevo para ser aceptado inmediatamente. Orientar la vida según los valores de Jesús significa estar
abierto a sus mismas perspectivas. Nuestra sociedad prefiere enseñarnos a autoencerrarnos en los
límites estrechos que conceden el egoísmo y la ambición. Jesús nos abre al campo ilimitado de la
eternidad, nos enseña que todo lo visible tiene un más allá; que cada cosa tiene su superficie y su
hondura, y que abarcar ambos aspectos es poseer su verdad, darle todo su sentido; que para
responder a las esperanzas, generalmente inconscientes, de todos los hombres es preciso hablar con
profundidad, aunque choque en la superficie, para alimentar a los que ahondan y profundizan.
Lo que nos convencerá siempre de Jesús es esa honda relación existente entre su revelación y lo
que los hombres anhelamos en lo más profundo de nuestro corazón, porque su mensaje está dentro
de nosotros. Es infinitamente iluminador para todos los que aceptan inventar, como él, su camino y
su fe. Pero resulta indignante para los que prefieren seguir caminando cansinamente y sin
problemas, y más aún para los que tienen acaparados los bienes materiales, que deberían ser
patrimonio de toda la humanidad.
Una lamentable tentación de la iglesia es querer recuperar para sí, en beneficio de su
autoridad y de su disciplina, a un hombre que desafió y contradijo a todas las autoridades
religiosas de su tiempo y que hizo de la libertad el signo distintivo de sus discípulos. ¿No echó
por tierra la religión que tan celosamente defendía el sanedrín? ¿Por qué hemos vuelto a caer en
el mismo error? Jesús quiere que superemos todo ritualismo y nos lancemos a la aventura de ser
hombres verdaderos, capaces de un crecimiento sin límites y de una capacidad de inventiva
infinita. Una propuesta tan radical explica las persecuciones de los dirigentes.
81
A pesar de los esfuerzos de muchos siglos por reducir el cristianismo a las dimensiones de una
religión de prácticas religiosas, Jesús sigue escapándose de los que quieren definirlo y apropiárselo. El suyo no es el destino del hombre superior que no es comprendido por sus contemporáneos
y que tiene que morir para ser reconocido. Se trata de una forma de ser hombre tan nueva y
desconcertante, que le hace Hombre en plenitud, Hijo del Dios vivo, Hijo del hombre, Mesías,
Señor.
3. Pedro no está de acuerdo
Los discípulos habían llegado a descubrir a Jesús como Mesías. Ahora comenzaba una nueva
tarea, más ardua que la anterior: ¿Qué Mesías? De nuevo es Pedro -en Mateo y Marcos- el que
nos clarifica el tipo de mesías que esperaban y en el que espontáneamente tendemos a creer
todos los hombres: alguien que resuelva victoriosamente todas las contradicciones de los hombres
y haga que, de repente, todas las cosas vayan bien. ¿No dicen muchos actualmente que Dios no existe
porque si existiera no permitiría el hambre, ni las guerras, ni el sufrimiento de los niños...? Una
de las cosas que menos comprende nuestro mundo es el fracaso de los hombres buenos y el triunfo
de los opresores. ¿No debería ser el éxito la consecuencia de la bondad?
Y resulta que el mesianismo de Jesús no es éste, que él es Mesías desde la impotencia del ser
hombre. Un Mesías dedicado a mostrarnos que se puede ser hombre a fondo, hombre plenamente realizado y abierto a todo lo que sea amor, libertad, justicia... Es impotencia lo que le
condujo a la muerte, porque el mundo tiene poder y no acepta esos valores. Pero una impotencia
que, a la larga, resultó definitivamente victoriosa... porque el hombre que ama gana
siempre..., pero después de morir a sí mismo.
Jesús no será el mesías político y guerrero que esperaba la mayoría del pueblo, sino un
hombre que asumirá en el dolor de la lucha diaria la tarea de redimir al hombre de su
orgullo.
Pedro está en completo desacuerdo con lo expuesto por Jesús. Ha expresado la fe auténtica,
pero no ha sacado las consecuencias de sus palabras. Creía en la mesianidad de Jesús y parecía
que era un creyente, pero en realidad no aceptaba el lado más profundo y singular del
Maestro. Cayó en las redes de su educación religiosa, que reducía todo a dimensiones
"razonables".
Llevándose aparte a Jesús, lo increpa. El verbo es fortísimo, puesto que lo usa Jesús con los
demonios o elementos demoníacos. Indica que el destinatario del reproche se opone al plan de
Dios si no rectifica su postura. Pedro, por tanto, considera que lo que propone Jesús es contrario
al designio divino. Alrededor de las personas comprometidas, o en camino de comprometerse,
hay con frecuencia un coro de gentes que pretenden disuadirlas. Pedro y sus compañeros
acariciaban el sueño de un reino mesiánico terreno y político, sin querer entender que ese reino
82
lo había rechazado Jesús y combatido con energía desde el comienzo de su misión, desde las
tentaciones del desierto.
La reacción de Pedro es muy explicable: no ha entendido todavía que el camino de Jesús
-como todo verdadero camino humano- es camino de renuncia y muerte, antes de serlo de
salvación y gloria.
Jesús deberá comenzar con sus discípulos un nuevo grado de inteligencia, aún más difícil que
el anterior: explicarles el único mesianismo verdadero, la única forma de ser auténticamente
hombre. ¿Cómo van a entender que al Mesías lo matará el sanedrín? ¿Lo entendemos nosotros?
Es inconcebible y no puede suceder. ¿Cómo va a permitir Dios tal contrasentido: que el Hijo sea
condenado por sus máximos representantes en la tierra?
La actitud de Pedro es como una voz de alarma para los cristianos, porque el peligro mayor
de la iglesia no está fuera, sino dentro de sí misma: traicionar a Cristo distorsionando su imagen.
Las tentaciones del desierto se hacen carne en la comunidad cristiana cuando rechaza toda forma
de cristianismo sufriente, cuando se opone a ser perseguida por su fe, cuando quiere terminar
con las formas humildes y pacíficas; cuando busca el poder religioso y político, dominar el
mundo bajo el signo de la cruz... Cuando piensa que, si triunfa, es porque Dios la bendice.
Pedro, como tentador de Jesús, expresa muy bien la permanente tentación a la que se vio sometida
siempre la iglesia: hacer de Jesús de Nazaret un factor de poder y de riqueza.
No olvidemos que si los evangelistas insisten tanto en este tema es por lo mucho que nos
cuesta a los cristianos comprender al "verdadero" Jesús, por la fuerza con que nuestro
egoísmo y comodidad tiende a fabricar un Jesús a nuestra imagen y semejanza. La iglesia y
cada comunidad debemos examinar nuestro modo de actuar con los hombres a la luz de este
clarificador texto evangélico.
4. Pedro piensa como los hombres
"Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como
Dios". Estas palabras manifiestan el colmo de la indignación. Jesús comprendió que estaba ante
la gran tentación de su vida. Le ofrecían el poder, la gloria, las riquezas y los honores.
Comprendió que sus discípulos no habían escuchado la voz del Padre y que a él mismo le era difícil
acatarla momento a momento. Rechaza a Pedro con las mismas palabras que al tentador en la
tercera tentación del desierto (Mt 4,10). Se trata, en realidad, de la misma tentación: aceptar un
mesianismo que descarte los caminos de Dios para imponer los caminos humanos. Pedro y
Jesús están en distintos planos. Así como las tentaciones del desierto están al comienzo de su
actividad mesiánica, esta conversación está al comienzo del camino de la pasión. Deberíamos
meditar profundamente estas durísimas palabras dichas a un hombre que acaba de formular de
un modo perfecto su fe en Jesús. No basta reconocer al Mesías; es necesario aceptar también
83
todas sus consecuencias. La fe no puede quedar en el entendimiento ni reducirse a palabras:
tiene que hacerse práctica. El caso de Pedro es más grave que si no hubiera entendido: reconoce
que Jesús es el Hijo de Dios vivo, pero pretende encauzar su mesianismo hacia el poder y el
triunfo. Lo peor no es no entender una cosa, sino creer que se ha entendido perfectamente sin
que sea así. El que no entiende puede preguntar, el que cree que ha entendido, ¿qué podrá
hacer? ¿Es la gravedad de nuestra iglesia y de cada uno de nosotros?
La oposición de Pedro a Jesús no termina aquí: continuará hasta culminar en las
negaciones (Mt 26,30-35.69-75 y par.).
Pedro es ocasión de tropiezo para Jesús. Esto presupone la existencia de un mesianismo
"satánico", que presenta a Jesús como aliado del triple poder -político, económico y
religioso-. Y, lógicamente, a ese mesianismo le corresponderá una iglesia "satánica", aliada con
esos mismos poderes y siendo ella misma poder.
El tropiezo ocurre siempre en los límites, allí donde lo divino hace irrupción en lo humano. Si
el hombre no se aparta de sí mismo y se queda en sus pensamientos, vive separado de los pensamientos de Dios. Si el hombre se abre al mal, el tropiezo se hace insuperable.
Creer en Jesús significa aceptar su camino y seguirlo, no pretender compaginar la afirmación
de fe en Jesús con seguir un camino de comodidad, poder y ganancia.
En la narración simbólica del pecado de Adán y Eva tenemos admirablemente expresada la más
honda tentación humana: ser como dioses (Gén 3,5). Pero como dioses imaginados según los
valores del mundo: el que más tiene y mejor se lo pasa es el que más vale y el más feliz... Una
tentación que a menudo se queda en el nivel de nuestros pequeños pecados -que nos hacen daño
y se lo hacen a los demás-, pero que puede convertirse también en raíz de los grandes pecados
que crucifican a la humanidad -el gran poder del dinero conduce a la explotación de los
débiles, hace imposibles las relaciones humanas, favorece las tiranías, hace posibles las
guerras-.
El gran escándalo de Pedro -y de todos los cristianos- es que el Hijo de Dios rompa
radicalmente con esta idea-tentación y siga un camino de pobreza, de servicio, de don de la propia
vida. No por masoquismo, sino como única forma de encontrar la verdadera vida y "ser como
Dios". Esos son los caminos y pensamientos de Dios, tan distintos de los nuestros (Is 55,8-9).
Como es experiencia de todos, una cosa es saber todo esto teóricamente y otra muy distinta
vivirlo personalmente. Y no debe extrañarnos: la gran tentación humana es natural que sea difícil
de desenmascarar y más aún de vencer.
Debemos evitar que este camino de cruz se confunda con un negar los valores humanos o una
renuncia al esfuerzo para mejorar la vida de los hombres. Jesús no niega nada de todo eso, sino
todo lo contrario: nos ofrece la posibilidad y el camino para llevarlos a plenitud. Lo que ataca es la
deformación de los valores humanos, los falsos caminos. ¿Tienen algo que ver los valores de Jesús,
reflejados en las bienaventuranzas, con los valores de nuestra sociedad?
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Cuesta pensar como Dios, cuesta esforzarse cada día al servicio de lo que vale la pena.
Tenemos que aceptar la forma de hacer Dios las cosas, aunque muchas veces se opongan a nuestras
esperanzas; empezar desde el principio para comprender fatigosamente algo de los pensamientos
de Dios, guiados por el Espíritu de Jesús. Es necesario elegir entre los pensamientos de Dios y los
criterios mundanos. Es razonable pensar que existan otras formas más fáciles de vivir el
cristianismo, de afrontar la misión de la iglesia en el mundo. Jesús no puede obligarnos a tomar una
decisión u otra. Eso depende de cada uno. Pero no debemos engañarnos: ¿de qué serviría?
5. Condiciones del seguimiento
La misma suerte que el Mesías deben correr sus discípulos. Discípulos de un hombre que murió
colgado de una cruz. Es lo que intenta decirnos Jesús en la segunda parte de este texto, en el que
nos expone claramente las condiciones del seguimiento.
Jesús había llamado a sus discípulos a seguirle, habían formado un grupo que recorría las
aldeas anunciando el reino de Dios. Este seguimiento exterior de ir con él debe convertirse en seguimiento interior. Un seguimiento que requiere otras condiciones distintas del abandono de casa,
profesión y familia. Sólo entonces el seguimiento será verdadero.
"El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga".
Estas son las condiciones que nos pone Jesús para que sea realidad ese seguimiento interior. Es evidente que Jesús no era ningún líder político, porque ¿qué político se atrevería a hacer una
propaganda tan impopular?, ¿quién es capaz de hablar así a las masas, siempre deseosas de
facilidades? Sin embargo, Jesús no hace más que remitirnos a nuestra propia experiencia,
descubrirnos qué es ser hombre, cuál es su meta y sus posibilidades. ¿No hemos comprobado
alguna vez que, cuando nos hemos arriesgado a poner en práctica algo de su mensaje, nuestra
vida adquiría sentido y plenitud?
"El que quiera..." Se es discípulo de Jesús después de un acto libre y consciente. Lo que
supone que analicemos el problema, que estudiemos el evangelio, que comprendamos las palabras
de Jesús y las comparemos con otras teorías y religiones. Y después, decidirnos. No podemos seguir
defendiendo un cristianismo sociológico y masivo, que nada tiene que ver con las exigencias
marcadas por Jesús. El discípulo debe elegir libremente el mismo estilo de vida que el Maestro si no
quiere ser un esclavo cristiano. Las condiciones del seguimiento son dos: "renegar de sí mismo" y
"cargar con la propia cruz"; renuncia y entrega.
"Que se niegue a sí mismo". Una frase que debemos entender bien, porque si significara
anularse a sí mismo como persona, ser incapaz de tomar una decisión, esperar que otro piense y
decida por nosotros, someternos incondicionalmente a la autoridad religiosa, indiferencia y
cansancio de la vida u otras cosas por el estilo, es evidente que ningún hombre digno podría
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aceptarla. Jesús quiere que vivamos en libertad, como personas y como comunidades; que
tomemos las riendas de nuestra propia vida.
Negarse a sí mismo significa renunciar a toda ambición personal y es una nueva formulación
de la primera bienaventuranza: elegir ser pobre (Mt 5,3); significa no ponerse a sí mismo como
centro de la propia existencia. La vida cristiana exige la superación del egoísmo y del hedonismo
-que considera el placer como el único fin de la vida-, dominarse, esforzarse, valorar a Jesús
como la mejor ganancia; leer la historia y la vida humana desde él. Es aceptar el proyecto mesiánico
de Jesús, invirtiendo la imagen de Dios que nos hemos construido. Es una conversión que llega
hasta la misma raíz del hombre y alcanza el centro de la propia mentalidad, desconcertando
constantemente los criterios que tenemos por indiscutibles y las propias valoraciones.
Jesús ha rechazado como venida de Satanás toda forma de religión que sea signo de poder
entre los hombres, porque el poder acaba alienando hasta al mismo que lo ejerce. Lo mismo "el
dinero" (Mt 6,24). ¿No tenemos la ilusión de ser más en la medida que tenemos más? Es como una
trampa sutil que nos incapacita para ser verdaderamente hombres, como un enemigo que está
dentro de nosotros y se hace pasar por nosotros mismos.
Toda tentación externa tiene su aliado en algo que está dentro del hombre. Es insuficiente la
liberación exterior de la persona -de un régimen dictatorial, por ejemplo-, si no culmina en
una liberación interior. Es en el interior de cada uno donde se logra la verdadera libertad. Desde
esta perspectiva, "negarse a sí mismo" significa que aceptar la liberación que trae Jesús obliga a
luchar por liberarse en el propio interior de todas las fuerzas internas que nos aprisionan:
mentiras, orgullo, comodidad, afán de lucro y de poder... No nos queda otra alternativa: o
negarnos a nosotros mismos viviendo para los demás, como hizo Jesús, o vivir para nosotros
mismos rechazando la fe y el camino del Mesías. Nuestra personalidad está en la capacidad de
entregarnos a los demás renunciando a ese "sí mismo" que intenta oprimirnos y oprimir a los
otros.
"Que cargue con su cruz". Es la segunda condición, que complementa la anterior. Los
maestros judíos nunca proponían tal cosa a sus discípulos. Algunos jefes zelotes sí lo pedían a
los suyos, pues sabían que ése sería su final si eran apresados. La cruz era el destino final de
todos los que no bailaban al ritmo del poder establecido y simultáneamente hacían de él una fuerte
crítica. Jesús prevé la cruz, como resultado de su misión profética, para él y para los suyos. La
crucifixión era el terrible suplicio que el poder romano reservaba a los guerrilleros y a los
esclavos rebeldes. Un suplicio que nunca se aplicaba a un ciudadano romano, como fue el caso
de Pablo de Tarso. Invitar a "cargar la cruz" era invitar a una actitud de subversión
directa y activa, arriesgada al máximo, aunque no en la línea de los zelotes.
Muchos parecen pensar -siempre entre los que viven una vida más o menos acomodada- que
cargar con la cruz consiste en aguantar resignadamente todo lo que nos venga encima -sobre
todo si cae encima de los demás-, nunca luchar para que las cosas cambien -sería peligroso
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para sus intereses-, rezar un poco más, ir a misa, celebrar unas fiestas religiosas...-. Son gente que
se sirven de la fe sin importarles el hambre del mundo, el paro... Han llegado hasta el cinismo de
imponer su falsa visión del Dios de Jesús. Pero Jesús no está haciendo apología de paciente
resignación.
Pensar y predicar que "cargar con la cruz" significaba resignarse a la injusticia que
hallamos en el mundo... hizo posible que Carlos Marx pudiera escribir -y mucha gente de antes
y de ahora pensará que tenía razón- que "la religión es el opio del pueblo", una "dormidera"
para facilitar los planes de los poderosos. Y es la causa de que actualmente muchos estén
convencidos de que el cristianismo no sirve para mejorar realmente la sociedad.
Si Jesús fue perseguido, condenado a muerte y clavado en la cruz, fue porque luchó hasta
el final, siguiendo el camino que el Padre le había trazado: el camino de la lucha por la
libertad, el amor, la justicia, la paz... Si se hubiera limitado a una predicación conformista que
dejara las cosas como estaban, sin querer cambiar aquello que también entonces llamaban
"orden", habría muerto de viejo, bien considerado, respetado, merecedor de alguna medalla. Si
lo clavaron en la cruz, fue porque estorbaba; y si estorbó, fue porque luchó por un mundo
distinto.
Cargar con la propia cruz significa aceptar ser perseguido y condenado a muerte por la sociedad
establecida. Es vivir la última bienaventuranza: vivir perseguidos por ser fieles a la causa de Jesús,
que es la causa del pueblo oprimido (Mt 5,10-12). Es amar sin limitaciones, vivir abiertos al
misterio de Dios, aceptar dar la vida por Jesús y su evangelio, ir gastándola en favor de los demás. Es soportar las incomprensiones a causa de la fe, aceptar el dolor y las limitaciones de los
propios pecados. Es preguntarse cada día: ¿En qué puedo servir a los que me rodean?, ¿cómo
puedo dar vida al que la necesita?... Es la renuncia al propio futuro, a la propia seguridad, para
seguir a Jesús. Es, en definitiva, compartir el mismo destino de Jesús, tratar de hacer en cada
momento lo que él haría y colocar este ideal por encima de todo interés personal. La cruz es un
modo de afrontar la vida que debe ser aceptado desde el corazón.
Lucas dice "cada día" para indicarnos que tomar la cruz es una opción que debemos
realizar diariamente. Nos indica su profunda reflexión sobre la cruz del discípulo. Normalmente,
llevar la cruz era avanzar por el camino del último suplicio. Lucas quiere clarificar más: no se va
a la muerte cada día, pero sí cada día pasamos angustias, dificultades... que nos hacen
experimentar una especie de muerte. La cruz de cada día es menos decisiva, pero no supone
menor fidelidad y tenacidad en seguir a Jesús, sino quizá más, porque es mucho más fácil dar de
golpe la vida -nos puede encontrar en un momento de exaltación- que entregarla día a día,
instante a instante.
El que cumple esas dos condiciones -negarse a sí mismo y cargar con su cruz- es el
verdadero seguidor de Jesús. Porque seguirle no significa un mero acompañarle exteriormente o
hablar mucho de él, sino adherirse interiormente a su persona, tomar parte en su destino
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histórico, comulgar con su vida, apuntarse a la procesión de los crucificados por los poderes de
todos los tiempos... No es predisponerse para obtener un cargo en el nuevo Israel liberado de
la ocupación romana.
6. Son las únicas sensatas
Jesús nos propone ahora tres argumentos para probarnos que sus condiciones, aparentemente
tan duras, son las únicas sensatas: perder la vida por él es asegurarla para siempre, no compensa
ganar el mundo entero si es al precio de malograr la vida, al final habrá una retribución para los
que sean fieles.
El primer argumento parece un juego de palabras: "Si uno quiere salvar la vida, la
perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará". No se trata de renunciar a la vida terrena
para ganar la celestial, sino de cambiar el proyecto de esta vida; ni a los valores materiales por los
espirituales. Jesús afirma que la vida entera, material y espiritual, se posee únicamente en la
entrega de sí mismo. No se trata de una renuncia a la vida, sino de un proyecto de la misma en la
línea del amor; de proyectar la existencia en términos de entrega, no de posesión. Porque hay un
modo falso y otro auténtico de vivir. El primero se funda en el egoísmo; el hombre se hace centro
de sí mismo y termina por autodestruirse. El segundo encuentra el sentido de la vida en la
entrega a los demás; da y pierde de sí mismo para que otros tengan vida. Pero es una pérdida
aparente, porque quien da con amor vive en plenitud. Son los dos caminos del sermón de la
montaña (Mt 7,13-14).
Las palabras de Jesús se pueden traducir de la siguiente forma: se gana lo que se ofrece a los
demás, lo que se sacrifica en bien del otro; se pierde lo que se retiene para uno mismo. Y esto se
puede aplicar a los bienes materiales, al empleo del tiempo, a los propios ideales y talentos... Siempre
será realidad que lo que dé es lo que tengo, lo que guarde es lo que pierdo. Resucita lo que ha
muerto en bien del otro. La resurrección de Jesús fue la consecuencia de su entrega. Hace falta
amar mucho la vida para darla de esa forma. A los muertos que mueren "vivos" no hay quien
los mate. El valor supremo del hombre -la vida- sólo se asegura si uno está dispuesto a perderla
por causa de Jesús.
"Salvar la vida" es gastarla en el juego de unos pocos años buscando el propio interés;
"perderla por Jesús" es arriesgarla en bien de los demás. "Salvar la vida" es abandonar el
grupo de Jesús, considerado demasiado revolucionario, para ponerla a cubierto; "perderla por
Jesús" es arriesgarla manteniéndose unido al grupo. Un riesgo que sólo puede correrse a base
de una total solidaridad con la persona de Jesús. El primero acaba por perderla; el segundo la
conserva para siempre. El argumento opone lo efímero del primer resultado a la permanencia
del segundo.
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Ya hemos visto los resultados de esta actitud en el mismo Jesús: llegar a ser plenamente
hombre y a ser resucitado por el Padre, recobrando la vida que había entregado sin ninguna
limitación. Resultados que vemos también, de algún modo, en los hombres que se entregan al
servicio de los demás: acumulan la vida, se les nota la adultez en el amor, aman más y mejor que
los niños...
"¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero si malogra su vida? ¿O qué podrá
dar para recobrarla?" Es el segundo argumento de Jesús para convencernos de lo necesario
que es para el hombre seguir su camino.
La vida es el supremo valor. Debe ser la vida la que condiciona y determina el valor de las
cosas. Luchar por ellas no tiene sentido si peligra la vida misma; ¿para qué servirán después?
El hombre con vocación de almacenista no tiene valor ni sentido a los ojos de Dios (Lc 12,16-21).
Toda ganancia, por cuantiosa que sea -aunque sea "el mundo entero"-, es un mal negocio si
el hombre se autodestruye con ella. En el momento último, cuando el hombre se enfrente con el
"Hijo del hombre", no contará lo que tiene o tuvo, sino lo que es e hizo. Las obras siguen al
hombre como prolongación suya que son. Los bienes quedan atrás, como adherencias que
fueron. La entrega de la vida únicamente puede justificarse por la vida en plenitud y para siempre.
¿De qué le sirve al hombre ganarlo todo, ser el más importante..., si al final se alejó de la
última y más importante felicidad, la que dan los valores de Dios?
Los valores de Jesús no son los que el mundo pretende meternos en la cabeza para alimentar
la inmensa espiral del negocio. Basta recordar las bienaventuranzas para convencernos de ello.
Los principios del triunfo a costa de lo que sea, del tener prestigio y desear ser el dueño del
mundo, están en la raíz última del pecado original, que nunca llegaremos a sacarnos del todo de
encima.
Son otras las cosas que valen la pena: el amor, la amistad, la ayuda mutua, la justicia, la
paz, la solidaridad..., todo lo que sea trabajar por la felicidad de todos, porque eso es lo que da
tranquilidad por dentro. ¿De qué sirve acumular dinero y más dinero, cosas y más cosas..., si no
podemos lograr nunca la felicidad de la amistad desinteresada, la alegría del esfuerzo por los
demás...?
"El Hijo del hombre vendrá... y pagará a cada uno según su conducta", dice Mateo. Marcos
y Lucas afirman que "el Hijo del hombre se avergonzará" del que se avergüence ahora de él y
de sus palabras. La idea es la misma: cada uno se encontrará al final con aquello que sembró
ahora. Es el tercer argumento.
A todos nos gustaría un cristianismo fácil, cómodo, más compaginable con la sociedad; algo
así como el que nos hemos "montado". Pero no es eso lo que nos dicen los evangelistas.
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7. Una frase difícil
"Os aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán sin antes haber visto llegar al Hijo
del hombre con majestad". Con estas palabras, independientes de todo lo anterior, termina este
texto. Es una frase difícil que ha suscitado distintas interpretaciones. ¿Quiere decir Jesús que el
juicio final estaría tan próximo que alguno de los presentes no habría muerto cuando tuviera lugar? ¿Qué entendía con esta misteriosa frase, desmentida por la realidad de los hechos? ¿Participaba
Jesús de la creencia que había por aquellos años de la proximidad del fin de este mundo? Es muy
posible que Jesús creyera en la inminencia de la llegada del reino de Dios, del fin del mundo. No
podemos olvidar que no era un superhombre, sino un hijo de su época, y que tuvo que crecer, como
todos, en "sabiduría y edad" (Lc 2,52). San Pablo también creyó que podría presenciar
personalmente la segunda venida de Cristo (1 Tes 4,15; 1 Cor 15,51).
Nos habla de un acontecimiento clamoroso: el Mesías rechazado intervendrá como rey en el
curso de la historia. Acontecimiento que desarrollarán los tres evangelistas en sus respectivos
discursos escatológicos (Mt 24-25; Mc 13; Lc 21,5-33).
Algunos estudiosos sostienen que estas palabras no son de Jesús, sino de la comunidad
cristiana primitiva, necesitada de consuelo en medio de las atroces pruebas a que se veía sometida.
La proximidad del final era una esperanza para seguir caminando en medio de las dificultades.
Jesús siempre prescindió de hacer afirmaciones de este tipo: el día y la hora sólo los conoce el
Padre (Mt 24,36). Si el lenguaje usado es típico de la tradición profética y apocalíptica, la interpretación tiene que tener en cuenta aquella perspectiva y mentalidad. Cuando los profetas quieren
poner en evidencia la certeza de la intervención de Dios, prescinden de la perspectiva de tiempo
-Dios carece de él, por ser eterno-, afirmando la presencia divina aquí y ahora, enseñando que el
acontecimiento futuro se hace realidad cuando la palabra de Dios llega al hombre. Descubrir a
Jesús como Mesías de Dios, ¿no es lo mismo que verlo "llegar con majestad"? El que profundiza
en él se da cuenta que es ésa la única forma de vivir auténticamente. Y el que vive así intuye el
final gozoso de la historia. La forma del enunciado, que responde a la mentalidad de la época, no
puede ser igual que en nuestro tiempo.
Otros han identificado esta llegada con la transfiguración de Jesús, con su resurrección...
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La transfiguración
Seis días después, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y
se los llevó aparte a una montaña alta.
Se transfiguró delante de ellos v su rostro resplandecía como el sol e sus
vestidos se volvieron blancos como la luz.
Y se le aparecieron Moisés y Elías conversando con él.
Pedro entonces tomó la palabra y dijo a Jesús:
-Señor, ¡qué hermoso es estar aquí! Si quieres, haré tres chozas: una para
ti, otra para Moisés v otra para Elías.
Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra
y una voz desde la nube decía:
-Este es mi hijo. el amado, mi predilecto. Escuchadlo.
Al oírlo, los discípu!os cayeron de bruces, llenos de espanto.
Jesús se acercó y tocándolos les dijo:
-Levantaos, no temáis.
Al alzar los ojos no vieron a nadie más que a Jesús solo.
Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó:
-No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los
muertos.
Entonces le preguntaron sus discípulos:
- ¿Por qué dicen los letrados que primero tiene que venir Elías?
Él les contestó:
-Elías vendrá y lo renovará todo. Pero os digo que Ellas ya ha venido y no lo
reconocieron. sino que lo trataron a su antojo. Así también el Hijo del hombre va
a padecer a manos de ellos.
Entonces entendieron los discípulos que se refería a Juan el Bautista
(Mt 17.1-13)
Seis días después, Jesús se llevó a Pedro, a .Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una
montaña alta y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un
blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo.
Se le aparecieron Elías y Moisés conversando con Jesús.
Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús:
-Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres chozas, una para ti, otra
para Moisés y otra para Elías.
Estaban asustados v no sabía lo que decía.
Se formó una nube que los cubrió, y salió una voz de la nube:
-Éste es mi Hijo amado: escuchadlo.
De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús solo con ellos.
Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó:
-No contéis a nadie lo que habéis visto hasta que el Hijo del hombre resucite
de entre los muertos.
Esto se les quedó grabado y discutían qué querría decir aquello de resucitar de
entre los muertos.
Le preguntaron;
-¿Por qué dicen los letradas que primero tiene que venir Elías?
Les contestó él:
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-Elías vendrá primero v lo restablecerá todo. Ahora, ¿por qué está escrito que el
Hijo del hombre tiene que padecer mucho y ser despreciado? Os digo que Elías ya ha
venido y han hecho con el lo que han querido, como estaba escrito.
(Mc 9.2-13)
Unos ocho días después, Jesús se llevó a Pedro, a Juan y a Santiago a lo alto de una
montaña para orar. Y mientras oraba. el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos
brillaban de blancos.
De repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y E lías. que
aparecieron con gloria; hablaban de su muerte, que Iba a consumarse en Jerusalén.
Pedro y sus compañeros se caían de sueño; y espabilándose, vieron su gloria y a los dos
hombres que estaban con él.. Mientr a s é s t o s se alejaban, dijo Pedro a Jesús .
-Maestro, ¡que hermoso es estar aquí! Haremos tres chozas: una para ti, otra
para Moisés y otra para Elías.
No sabía lo que decía
Todavía estaba hablando cuando llegó una nube que los cubrió. Se asustaron al
entrar en la nube. Una voz desde la nube decía:
-Este es mi Hijo, el escogido; escuchadle.
Cuando sonó la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por
el momento, no contaron a nadie nada de lo que habían visto.
(Le 9,28-36)
1. Simbolismo religioso de la montaña
Para comprender el sentido profundo de la transfiguración es importante tener en cuenta el
simbolismo religioso de la montaña.
La montaña, elevación hacia el cielo, fue considerada por muchas religiones antiguas como
un símbolo del ascender del hombre hacia Dios y como el lugar de la manifestación divina a los
hombres. Es el lugar del encuentro.
Dios se manifiesta en las alturas -Sinaí, Calvario-, y el hombre debe subir hasta él, abandonando la mediocridad de la vida de la "llanura''.
Subir a la montaña significa superarse a sí mismo, trascenderse, ir adquiriendo los criterios
del Padre. Se va logrando a través de un camino largo y oscuro.
La fe nos impulsa a subir hasta lo más alto de ella para hacer allí la ofrenda de nosotros
mismos.
Cada ser humano tiene su propia montaña que subir, cada uno hemos de hacer nuestra
propia búsqueda y nuestra propia ascensión. No son suficientes veinte siglos de cristianismo para
que los cristianos nos evadamos de esta tarea. Tampoco la iglesia universal está libre de esta
búsqueda, de esta subida, si quiere ser fiel servidora de la humanidad.
El relato de la transfiguración forma parte del bloque de pasajes evangélicos que se inicia con
la confesión de fe de Pedro y prosigue con la invitación a seguirle por el camino de la cruz que hace
Jesús a sus discípulos. Está inserto entre el primero v el segundo anuncio de la pasión y señala el
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principio de ese camino; de modo semejante a como la teofanía del Jordán -bautismo de Jesúsinició su ministerio público con las tentaciones.
El hecho se sitúa en "una montaña alta", lugar solitario y apto para la plegaria y el
encuentro con Dios (relación con Moisés en el Sinaí: Éx 24). La montaña es un símbolo: está más
cerca del cielo, desde ella todo se contempla con una perspectiva mucho más amplia; es la
expresión gráfica de la vocación humana: ascensión constante desde los esquemas mundanos hacia
la sublimidad de un nuevo estilo de vida fundado en el amor sin límites. La montaña es como el
punto de encuentro de lo divino con lo humano. Y es también como una fuerza para seguir
adelante, una garantía de la veracidad de lo que esperamos; es como una esperanza en que un
día será realidad todo lo que anhelamos en lo más profundo de nuestros corazones..., aunque antes
tengamos que pasar por el dolor, la soledad y la muerte.
Con un lenguaje figurado pretende transmitirnos un hecho fundamental en el camino de
Jesús y de sus seguidores: la realización del reino de Dios pasa por la dificultad, el dolor, la
persecución..., pero lleva a la plenitud escatológica. Nos anticipa el futuro. Contempla a Jesús
desde la perspectiva de la resurrección. Nos lleva a comprender el ritmo pascual de la ley
evangélica: no hay posibilidad de hacerse prójimo de todos los hombres sin hacer entrega de la
propia vida, día a día.
No se limita a revelarnos el futuro, a señalarnos la conclusión inesperada de lo que ahora está
sucediendo; quiere manifestarnos, además, el significado profundo que tiene la realidad ya, ahora;
un significado escondido que no descubre la mayoría y que las apariencias parecen desmentir. De
esta forma, la transfiguración no es sólo la revelación de lo que será Jesús después de su muerte en
la cruz, sino también lo que es ya a lo largo de su camino humano.
A través de los conocidos símbolos de toda manifestación divina, los evangelistas pretenden
comunicarnos un importante mensaje de fe, por lo que no podemos quedarnos en la materialidad
del relato, sino tratar de penetrar en su rico simbolismo para captar la hondura del mensaje.
Jesús se ha presentado como Mesías y rechazado todo triunfalismo. Ha hablado con toda
claridad de su pasión y muerte, ha invitado a los discípulos a recorrer su mismo camino
doloroso. El choque producido por sus palabras debió ser muy fuerte y no había sido aún
asumido. Los apóstoles tienen necesidad de reanimarse, de recobrar fuerzas y coraje para seguir
con él después de ese cambio imprevisto. Es la misión que tiene el presente pasaje: persuadirles que el
camino de la entrega de sí mismo en favor de la humanidad es el único que lleva a la plena
realización humana. Por eso Dios les concede por un instante intuir el final, anticipar la pascua.
Anticipo fugaz y provisional, ya que el camino que deben recorrer sigue siendo el de la cruz.
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2. Jesús sube con los tres íntimos
La transfiguración tuvo lugar "seis días después" -según Mateo y Marcos- del primer
anuncio de la pasión hecho por Jesús a sus discípulos y que tan profundamente impresionados
los dejó. Es el único dato exacto dado por Marcos en todo su evangelio. Lucas precisa menos:
"unos ocho días después".
Jesús se hace acompañar de los tres discípulos más amigos. Son los mismos que presenciarán
la resurrección de la hija de Jairo (Mc 5,37; Lc 8,51) y su agonía en Getsemaní (Mt 26,37; Mc
14,33); tres momentos claves de su vida: testigos por anticipado de su gloria, de su poder sobre la
muerte y de su debilidad como hombre semejante a todos, respectivamente.
Suben en silencio hacia lo desconocido... Ahondar en el proyecto divino exige y supone ese
silencio. Subir hacia Dios es morir a nuestros proyectos, a nosotros mismos; es abismarse en lo nuevo
y desconocido... Allí está Dios.
Los apóstoles estaban acostumbrados a Jesús. Lo veían todos los días, comían con él, sabían
todo lo que hacía, escuchaban interminables y profundas enseñanzas... Y cuanto más lo veían y
escuchaban, menos atención mostraban. Jesús los tomó aparte, los llevó lejos del bullicio de las
multitudes, donde tanta importancia se daban, y los condujo a la soledad. En ella se sosegaron,
aprendieron a callar y a escuchar, se desprendieron de sus preocupaciones y de sus ambiciones. Y
como estaban solos, sin nada que los distrajera de lo esencial, comenzaron a fijarse en él, a
mirarlo, a verlo de la manera con que siempre había estado entre ellos, aunque no se hubieran
enterado.
También nosotros necesitaríamos algo parecido para darnos cuenta de que estamos tan
acostumbrados a creer en Jesús, que ya no creemos en él; tan acostumbrados a unas oraciones
rutinarias, que ya no rezamos; tan acostumbrados a oír hablar de él, que ya no lo conocemos... ¿No
vivimos tan contentos disfrutando de las tres tentaciones tipo que él rechazó?
Lucas añade el motivo de la subida: "para orar". Necesita encontrarse con el Padre y
necesita la compañía de los amigos porque se halla en un momento difícil: cada vez tiene más oposición y sólo le sigue un pequeño grupo que pretende desviarlo de su camino; intuye cada vez más
claramente que su lucha por el reino terminará mal.
3. "Se transfiguró"
Y Jesús, rezando, según Lucas, en medio de la pesada realidad de su vida, descubre una luz;
intuye que no sólo se le acerca la muerte, sino también el mundo nuevo. Es el proceso del grano de
trigo: algo tiene que morir para que haya vida (Jn 12,24). En medio de la lucha, del dolor, de la
opresión, necesita soñar, ver transfigurado este mundo, descubrir el camino mejor para lograrlo.
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De otra forma, ¿cómo tener fuerzas para ser capaces de destruir lo que tenemos, para alcanzar
lo que esperamos?
"Se transfiguró delante de ellos". Por un momento se corre el velo que oculta la realidad y
queda al descubierto el lado oculto y verdadero de las cosas y de las personas: el lado de Dios.
Dios le llena desde dentro y queda patente su profunda personalidad, su vida íntima; se revela la
fecundidad de su misión: lo que parece lucha sin perspectiva de éxito se manifiesta como futura
victoria de Dios; lo que parecía camino hacia el fracaso se transfigura en lo que realmente es:
camino de vida. Queda paliado, de alguna manera, el escándalo que han experimentado con el
anuncio de la pasión y muerte que acaba de hacerles; y les servirá cuando lo vean muerto y
humillado en la cruz.
La transfiguración no es tanto un fenómeno corporal -esto es sólo el signo- como un
evidenciar el sentido más real, más profundo, más luminoso y verdadero de su camino;
ilumina y relativiza todas las realidades humanas. Es el anuncio profético de lo que está
aconteciendo en la existencia de Jesús: un constante crecimiento de la conciencia que va adquiriendo
de sí mismo, de Dios y de la tarea que debe realizar.
Es también una experiencia, un momento en que los apóstoles perciben con mayor claridad
quién es Jesús. Intuyen algo fundamental para su fe. Lo intuyen sólo, porque hasta después de
la resurrección no lo aceptarán y no creerán en él plenamente. Pero ¿qué intuyen? Parece que la
unión de dos realidades, antagónicas para ellos hasta este momento: una, su fe en el Dios que
está presente en Jesús, que habla y actúa en él; un Jesús que les llevará a la plenitud de vida, a
la total realización humana por la comunicación del amor de Dios; la otra, que este camino de
Jesús hacia la plenitud de la vida pasa por la lucha, el sufrimiento, la persecución, el aparente
fracaso y la muerte. ¿Los tenemos unidos nosotros?
"Su rostro resplandecía como el sol". Transparentaba toda la realidad presente en su interior.
En él se fundieron lo corporal y lo espiritual para reflejar la imagen de Dios, se hicieron patentes los
ideales que planificaban su vida. Su rostro se hizo mensaje.
El rostro del hombre no es apariencia, no es máscara; debe ser el reflejo fiel de la persona.
¿No lo es en el niño? Los adultos preferimos sustituirlo por la máscara, por la apariencia. Y
así pierde su transparencia original; se vuelve opaco. La apariencia, la máscara, es el sustituto de
una realidad ausente, de algo que se añora y no se tiene; es engaño, fraude: lo espiritual no
puede manifestarse al encontrarse con ese muro insuperable.
Es con la vida comprometida, con la oración y con la contemplación como lograremos
desprendernos de la máscara de la apariencia y como nuestro rostro será capaz de expresar un
mensaje de luz. Cuando caigan de nuestro rostro las señales del miedo, del egoísmo, de la pereza,
del orgullo, del materialismo, del individualismo..., nuestro rostro se hará también mensaje y no
decepcionará las esperanzas de nuestros hermanos.
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"Sus vestidos se volvieron blancos como la luz". Como los que ya han alcanzado la gloria
(Ap 7,9.13-14). Esta transformación no la puede lograr el hombre solo: "Como no puede dejarlos
ningún batanero del mundo" (Marcos). Necesitamos la ayuda de Dios. Prescindir de esta ayuda es
cerrarnos el camino a la plenitud humana.
Todos necesitamos buscar momentos en los que la realidad se nos "transfigure", se nos presente
tal como es. No debemos olvidar que la realidad cotidiana no es una realidad transfigurada, que al
"monte" se sube sólo de vez en cuando, como máximo, que es en la realidad dura y oscura de
todos los días donde tenemos que hacer el camino. ¿Buscamos esos momentos que necesitamos de
silencio, de oración, de reflexión, para ahondar en el verdadero sentido de la vida y en el camino
para alcanzar su plenitud?
4. Aparecen Moisés y Elías
Se hacen visibles Moisés y Elías, el primer legislador y el primer profeta. Son los máximos
representantes de la ley y de los profetas. Su presencia es la prueba de la conformidad que existe
entre el camino elegido por Jesús y las profecías del Antiguo Testamento. No existe grieta alguna
entre la antigua y la nueva alianza. La alta montaña -el nuevo Sinaí- y la presencia de estos
dos hombres manifiestan a la comunidad del Nuevo Testamento que es efectivamente de él de quien
hablan las antiguas profecías: Jesús llevará a plenitud la ley y el culto que ellos habían anunciado.
Sólo Lucas nos indica el tema de conversación: "Su muerte, que iba a consumar en Jerusalén".
"Pedro y sus compañeros se caían de sueño", nos dice Lucas, que es el evangelista que nos
da más detalles de este suceso. Cuando un hombre se encuentra con Cristo y se decide a seguirlo,
se enfrenta con una aventura llena de riesgos, de imprevistos, de hechos desconcertantes. Porque
Jesús no nos asegura una permanencia prolongada en el "Tabor". Es verdad que nos puede
llevar consigo mucho más alto, hasta no tener que sentir ya el peso de la vida de cada día. Pero
también puede llamarnos a que vivamos con él interminables noches de angustia, de dudas, de
oscuridad. ¡Cuánto saben de esto los grandes creyentes que han vivido su seguimiento! Cuando
parece que todo se va a hundir, nos invade el desaliento al experimentar la inutilidad de todos
nuestros esfuerzos, rotos al chocar con la dura realidad. Y es en este momento, cuando el creyente
llega al punto crítico de su vida cristiana, cuando Jesús puede acudir en su ayuda.
Una vez más Pedro, contaminado por el mesianismo triunfalista, toma la palabra. Quiere
quedarse en ese momento de luz, dejando de lado el camino que le queda por recorrer. No comprende que sólo se llega a la luz a través de un proceso de purificación y transformación personal.
El rostro de Jesús transfigurado los entusiasma, porque entra dentro de sus perspectivas, de
sus sueños, de sus aspiraciones. Su rostro humillado, perseguido, sufriendo, les asusta, les llena de
miedo, los escandaliza; no entra dentro de sus cálculos.
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"Señor, ¡qué hermoso es estar aquí!" A Pedro le habría gustado eternizar aquella visión clara
e imprevista, aquella experiencia gloriosa. No comprende lo que está sucediendo: aquel suceso no
es el comienzo de lo definitivo, no es la meta, sino sólo una anticipación profética de la misma. El
camino del discípulo sigue siendo todavía el camino de la cruz. Dios le ofrece una anticipación del
final para animarle a seguir adelante.
Querer construir "chozas" en la montaña, fuera de la realidad, es una tentación no sólo de
Pedro, sino también de la iglesia y de cada uno de nosotros. Es la tentación de pretender
refugiarnos en la fe, en la iglesia, en las prácticas religiosas, en un ideal imaginado... No hay cielo
ni tierra prometida para los que se sientan, para los que suspiran por el cielo despreciando la
tierra, para los que quieren alcanzar el cielo sin transformar la sociedad. Sin duda es bueno
acampar junto a Jesús; pero ¿cómo lograrlo sin antes recorrer su camino? Al verdadero y pleno
Jesús únicamente lo encontraremos al final de una incansable búsqueda, al final de un seguimiento
recomenzado cada mañana.
Pedro interpretó la transfiguración como señal de reposo. Pero había que bajar para
continuar el camino, para demostrar con los hechos de la vida la experiencia vivida en la montaña.
La experiencia de Dios engendra nómadas, caminantes..., jamás sedentarios.
No podemos confundir los bonitos paisajes contemplados desde lo alto de la montaña con el
difícil éxodo de Moisés, ni la soledad de los bosques con la lucha de Elías... No son cosas
opuestas, pero es preciso no confundirlas.
5. Las palabras del Padre
"Una nube luminosa los cubrió con su sombra". La nube representa la presencia de Dios.
"Se asustaron al entrar en la nube" (Lucas). Es el miedo que todos tenemos a lo que Dios
pueda pedirnos, porque no acabamos de creernos que nos pide todo para que podamos
alcanzar la propia plenitud. No nos pide para él; nos pide para que dejemos lo que nos estorba y
busquemos lo que nos ayude a ser nosotros mismos.
El centro del relato son las palabras del Padre desde la nube: "Este es mi Hijo, el amado, mi
predilecto. Escuchadlo". Son palabras similares a las escuchadas después del bautismo de Jesús
(Mt 3,17; Mc 1,11; Lc 3,22).
No tenemos otro camino para saber qué espera Dios de nosotros que Jesús. Escuchar a Jesús,
el Hijo amado de Dios, es la única posibilidad de encontrar el camino humano verdadero, de
saber qué debemos hacer. Es en las palabras y en la vida de Jesús donde debemos hallar la luz, la
verdad, la fuerza, para responder a la pregunta: ¿Qué quiere Dios de mí, de nosotros? El Padre nos
dice que el camino del Hijo es el que realmente funciona, es el que lleva a la meta, aunque sea un
camino que nos sorprenda e inquiete.
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"Escuchadlo": haced de su caminar vuestro caminar. No basta con saber quién es Jesús, cuál es
su sentido de la historia en que estamos insertos; es necesario actuar de acuerdo con ese saber. ¿De
qué nos sirve saber si nos desentendemos de los problemas de nuestro mundo? ¿No es una
aberración conciliar una ilusoria perfección individualista y "espiritual" con el hambre de las
clases sociales oprimidas o con la negación de muchos derechos humanos? Es necesario escuchar,
pero escuchar bien, poniendo los pies en la tierra. En nuestro complicado mundo, en nuestros
problemas familiares, en la crisis económica, en la sociedad dividida en clases que luchan..., nos
habla el Hijo, se revela Dios.
La reacción de los discípulos es de miedo, expresado en el gesto de caer de bruces en tierra
(Dan 8,17). Tienen miedo a morir por haber recibido un oráculo divino, según la creencia bíblica (Is
6,5; Dan 10,15.19). Siguen pensando como entonces; son víctimas de las ideas religiosas que han
recibido y que les impiden conocer a Dios. ¿No es el miedo a Dios lo que más nos infundieron desde la
primera catequesis'?
"Levantaos, no temáis". ¿Cómo temer a un Dios que es padre y amor, que no sabe ni quiere
ser otra cosa'? Un Padre que no busca más que el bien de sus hijos, precisamente porque es amor.
Nos enseñaron un Dios todopoderoso, castigador..., y Jesús nos lo presenta todo lo contrario.
En el monte, Dios descorrió ante los tres discípulos el velo del misterio de Jesús. Un misterio
que, en realidad, sólo resulta explicable desde la resurrección, que constituyó a Jesús en Señor: plenitud de todo lo humano. La transfiguración es un anticipo de la resurrección y sólo comprensible
desde ella. ¿Cómo entender, sin más, que todo lo verdadero se abre camino en medio de dificultades, que la vida se encuentra entregándola, que la muerte no es el final de todo?
Pedro, Santiago y Juan han captado la profundidad de la persona de Jesús; han descubierto,
de la mano de Dios, en la vida de aquel hombre la verdadera vida; han experimentado que sólo él
podía dar sentido a sus vidas, que había que escucharlo.
La experiencia de los apóstoles es también la nuestra. En el origen de la fe siempre hay una
"transfiguración": un momento en el que descubrimos que él es el camino, y la verdad, y la vida (Jn
14,6), la resurrección (Jn 11,25)..., que debemos escucharlo y seguirlo.
Podemos comparar la transfiguración con esos momentos luminosos que encontramos a veces
en nuestra vida, momentos gozosos dentro de las fatigas de cada día. No son momentos que se
encuentran automáticamente y de cualquier manera; hay que saber descubrirlos. Sin olvidar que
su presencia es fugaz y provisional.
6. Regreso
Jesús y los apóstoles, al bajar del monte, se encontraron inmediatamente sumergidos en la
trama de la vida diaria: miserias, sufrimientos, luchas...
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El que ha estado en la montaña, el que ha trepado por altos senderos solitarios, el que ha
admirado amplios panoramas..., cuando vuelve abajo, a la llanura, al asfalto, al ruido de la vida
vivida a medias, siente cómo se le estrecha el corazón y experimenta una sensación de ahogo. Todo le
parece pequeño y vulgar en comparación con las cosas que ha contemplado allá arriba. Y se niega a
acostumbrarse.
Es la experiencia que pueden tener todos los que alguna vez han estado en la "montaña", y
han tenido que bajar a la vida cotidiana, a sus diarias ocupaciones, a sus acostumbradas
rutinas, y encarnar en la realidad concreta y desilusionante el elevado ideal sentido arriba.
Es el drama de la llanura, que nos invita a ceder, a adaptarnos, a uniformamos. Sólo
permanecen los grandes, los que aman el ideal por encima de todo lo demás y tratan de llevarlo
adelante aunque lo vean encarnado en una realidad repugnante. Tratan de conservar intacta la
luz que han contemplado "allá arriba".
Pero tenemos que haber estado en la montaña... Sólo el que ha respirado el aire puro de las
alturas logra resistir en medio de la contaminación de la llanura.
7. Otra vez el secreto mesiánico
"Jesús les mandó: No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de
entre los muertos". Un mandato que debemos entender en la línea del "secreto mesiánico":
después de su muerte y resurrección quizá desaparezca el peligro de comprender su mesianismo en
un sentido político de triunfalismo nacionalista.
Los discípulos no entienden lo de "resucitar de entre los muertos" (Marcos). Tampoco
nosotros lo entenderemos si nos quedamos en el terreno de las ideas. Pero si descendemos a las
realidades diarias, experimentaremos en propia carne lo que significa morir a nosotros mismos y
vivir hacia Dios y hacia los hermanos; entenderemos qué es la resurrección a través de esas
"resurrecciones" de cada día que nos van conduciendo a la resurrección definitiva, después de la
muerte.
La transfiguración nos da la seguridad de que si nos jugamos la vida por los demás, si no
buscamos el propio interés y comodidad..., llegaremos a la vida en plenitud. Nos anuncia que la
muerte de Cristo en la cruz no fue el final. Nos ayuda a unir la muerte y la resurrección de Jesús,
porque ambas forman un único acontecimiento salvador. La mañana de Pascua mostrará que
Jesús tenía razón.
8. Pregunta sobre Elías
Mateo y Marcos terminan el relato con una pregunta sobre Elías. Según la creencia general,
antes del Mesías debía volver el profeta Elías como precursor suyo. Así habían interpretado los
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doctores de la ley las palabras de Malaquías (3,1 y 4,5-6). Si Jesús es el Mesías, ¿cómo no ha venido
antes Elías'? Es la pregunta que le hacen los discípulos.
Jesús, en su respuesta, identifica la persona de Elías con la de Juan el Bautista. Elías ya había
venido, pero no se llamaba así. Cumplió el encargo de Elías: ser el profeta de la última hora y
preparar al pueblo para el reino de Dios. Tenían que haberlo reconocido en sus palabras y
en sus acciones. Al no aceptar el pueblo su invitación y llamada a la penitencia, no pudo realizar la
misión que se esperaba de Elías. Sin embargo, el plan de Dios se cumple, incluso en el fracaso del
Bautista.
Finalmente, ambos evangelistas relacionan el sufrimiento de Elías con el del Hijo del hombre.
No hay en la Escritura ningún texto que justifique la creencia de que Elías sufriría en su segunda
venida. La creencia surgió desde la convicción, bastante generalizada entonces, de los sufrimientos
que padecerían los justos en los últimos tiempos, especialmente los que pasaría el precursor del
Mesías. ¿Por qué esta insistencia de Jesús en los padecimientos del Hijo del hombre? Sencillamente
para romper las esperanzas en un mesías político y nacionalista. El Hijo del hombre es,
efectivamente, el Mesías, pero un Mesías sufriente.
A los discípulos se les ha solucionado otro enigma. Se van uniendo -despacio, pero
sólidamente- los anillos de la cadena. La vida verdadera nace de la muerte. Una vida que surge entre
constantes dolores de parto (Rom 8,22). Sólo es posible transformarse y transformar el mundo si
tenemos presente la meta a la que queremos llegar y si no perdemos nunca la esperanza en que ese
futuro mejor, esa meta que nos aguarda, es posible.
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Segundo anuncio de la pasión y la verdadera grandeza
Partieron de allí e iban caminando por Galilea. El no quería que se supiera,
porque iba instruyendo a sus discípulos. Les decía.
-El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo
matarán; y después de muerto, a los tres días resucitará.
Pero no entendían aquello, y les daba miedo preguntarle. Llegaron a Cafarnaún, v una vez en casa les preguntó:
-¿De qué discutíais por el camino?
Ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más
importante.
Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo:
-Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos.
Y acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo:
-El que acoge a un niño como éste en mi nombre, me acoge a mí; y el que
me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado.
(Mc 9,30-37; cf Mt 17,22-23; 18,1-5; Lc 9,43-48)
1. Madurar la opción
En todo creyente verdadero y deseoso de comprometerse con la sociedad en que vive suele
haber un momento inicial, entusiasta y poco conflictivo, en el que va madurando su decisión
de entregarse al amor de Dios en el servicio a los hombres. Luego viene la puesta en práctica, las
constantes opciones en favor del camino emprendido. Y esto un día y otro... Si se es fiel, tarde o
temprano llega la "prueba". La prueba es, normalmente, él mismo: constata que las críticas se
multiplican a su alrededor, la sociedad sigue otro camino, los amigos cada vez lo entienden menos,
va perdiendo la tranquilidad y, muchas veces, hasta la paz... A la vez experimenta que su lucha es
como una gota de agua en un océano... Es la cruz, la pequeña cruz de cada día.
Jesús vivió muy atento a los acontecimientos de su tiempo, y día a día fue madurando su actitud
en favor de quién trabajaría y lucharía, cómo respondería a las inquietudes de los grupos humanos
más oprimidos, que eran los más cercanos a él y los más amados por el Padre. Y cuando su
actuación empezó a mover a las masas, tuvo que cuidar más aún su actuación, ir elaborando y
corrigiendo su proyecto de existencia en favor del pueblo. Y tuvo que buscar colaboradores,
procurando escogerlos bien. Todo ello lleva consigo construir un pensamiento, un modo de hablar
con Dios, un método de reflexión y concienciación para el pueblo.
Para un hombre así, las largas horas de oración, de quietud reflexiva, de lectura y meditación
de los textos bíblicos más importantes, de profundización en todo lo que iba sucediendo..., eran
factores imprescindibles.
Jesús experimenta que es el Espíritu el que le impulsa a la acción en favor del pueblo
desfavorecido y al diálogo íntimo con Dios, y el que le reafirma en las opciones tomadas y le empuja a
101
otras nuevas. La experiencia le va diciendo que el final del hombre que busca de cara la verdad y la
justicia no será halagüeño. De momento, a él le llueven las denuncias, las malas interpretaciones; lo
tienen por endemoniado, blasfemo, trasgresor de la ley, contrario a la religión, dedicado a la
subversión del pueblo... Sabe, porque reflexiona la lectura de las Escrituras, que ése es el camino de
los verdaderos profetas.
A pesar de todo, quiere seguir adelante. Tiene una visión nueva de las cosas, ha descubierto el
objetivo de su vida, intuye hacia dónde camina su historia personal y la historia de la humanidad.
Sueña el futuro, lo imagina y, de algún modo, lo vive, y le da fuerzas para vivir el presente.
Todo esto es una constante en la vida pública de Jesús, no es algo de unos momentos. Pero los
evangelistas tuvieron que simplificar y esquematizar, y nos dejaron, como fotografiados, unos
cuantos episodios en los que estas actitudes, luchas y plegarias de Jesús salen a la luz de una manera
más decisiva. Son los momentos en que se ven con más claridad sus grandes opciones, asumidas en
plenitud y hasta las últimas consecuencias.
2. Segunda predicción de Jesús
Al bajar del monte de la transfiguración con sus tres discípulos, Jesús curó a un niño epiléptico
que los discípulos que habían quedado abajo no habían sido capaces de sanar (Mc 9,14-29 y
par.).
Los evangelistas sinópticos nos presentan ahora la segunda predicción de la pasión, completada
con una nota sobre la incomprensión de los discípulos. Iba todo de un modo demasiado radical en
contra de sus ideas sobre Jesús. Están en dos niveles distintos, absolutamente divergentes: Jesús
anuncia su pasión por segunda vez, y los discípulos continúan pensando en un mesías victorioso que
les distribuirá excelentes puestos. Por ello, Jesús centrará sus esfuerzos -hasta la entrada en
Jerusalén- en hacerles comprender su verdadero mesianismo. Los logros no parecen ser satisfactorios: a la primera predicción le había seguido la bien intencionada intervención de Pedro para
apartar a Jesús de su camino; esta segunda contrasta con la discusión posterior de los discípulos
sobre quién de ellos era el más importante; a la tercera (Mt 20,1719; Mc 10,32-34; Lc 18,31-34) le
seguirá la petición ambiciosa de la madre de Santiago y Juan (Mt 20,20-28), o de ellos mismos
(Mc 10,35-45), para ocupar los dos primeros puestos.
"Iban caminando por Galilea". Van juntos hacia Jerusalén. Los discípulos entran también en
el camino del Maestro. Las comunidades cristianas, y los cristianos en particular, debemos saber
que Jesús nos incluye en sus palabras mientras se encamina hacia la cruz. Esta inclusión les da un
tinte de gravedad, ya que debemos reconocernos en la incomprensión de los discípulos y en su
actitud contraria al Mesías.
"El no quería que se supiera, porque iba instruyendo a sus discípulos". Jesús ha abandonado
prácticamente a las multitudes galileas, testigo de la mayoría de sus obras. Se ha apartado de
102
unos oyentes incapaces de comprenderle. Ya sólo quiere hablar a los amigos. Confía en que, a
pesar de todo, acabarán por comprender.
"Les decía: El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y
después de muerto, a los tres días resucitará". Sólo puede entender la cruz el que previamente haya
descubierto el verdadero mesianismo, la verdadera vida humana. Para aceptar que la vida de Jesús
termine en una trágica muerte -y, sabiéndolo, lo siga- es necesario haber puesto en él toda la
esperanza y haber comprendido que es el único capaz de colmar toda la expectativa del Antiguo
Testamento, que es lo mismo que decir todos los profundos anhelos de la humanidad.
Este segundo anuncio de la pasión es más seco que el primero. Las palabras son claras, pero lo
que quieren decir es misterioso y oscuro. Jesús piensa caer en manos de fanáticos excitados, tiene
conciencia de ir al encuentro de una muerte cruel. Esta conciencia no hay que entenderla como si
tuviera una capacidad especial para conocer los acontecimientos futuros, como si fuera un vidente que conoce perfectamente el porvenir y cuyo objetivo es mantener al público en la
incertidumbre, aunque él ya sabe cómo acabará todo; sino como la de un hombre consciente de la
misión que tiene entre manos y de las dificultades que encontrará para llevarla adelante. Igual
que su conducta, su conciencia es coherente; coherencia que nace de una profundización del
desarrollo de los acontecimientos sucedidos hasta ahora y que le hacen prever un final trágico
(parece que no tenía en mente la crucifixión, sino la lapidación por parte de la plebe).
La figura del "Hijo del hombre" tiene dos facetas distintas dentro de la historia de Israel.
Pertenece originariamente a la apocalíptica judía -comienzo en Dan 7-, en la que representa la
fuerza de Dios que, al penetrar en la tierra, destroza los poderes de este mundo y fundamenta el
nuevo reino de Dios sobre los hombres. En esta perspectiva, el Hijo del hombre ha venido a ocupar
el puesto y las funciones del caudillo triunfador que anhelaban las viejas profecías, tan de acuerdo
con el sentir común humano.
No es ése el sentido que le da Jesús. Dios no se revelará en el esplendor de una actuación
externamente aparatosa y triunfalista, sino en la debilidad de su Hijo. Esto significa que Dios es
diferente de lo que los hombres pensamos normalmente. La revelación de Dios en el sufrimiento de
Jesús escandalizó a los primeros discípulos y sigue escandalizando todavía a todos sus seguidores,
cuando queremos enterarnos.
"Va a ser entregado en manos de los hombres". Indica la total impotencia del Hijo del
hombre para librarse de la maldad humana. Son los mismos que deben ser liberados del
pecado en que se han encerrado los que tratarán de destruirlo. Extraña contradicción la de los
hombres, empecinados en su propia ruina, en no querer comprender la verdadera vida, la única
que nos haría ser nosotros mismos.
La oposición entre "los hombres" y "el Hombre" es común en los evangelistas. Si "el
Hombre" se caracteriza por poseer el Espíritu de Dios en plenitud, "los hombres" son los que
carecen de él y no comprenden ni siguen el plan de Dios. Por eso el que pertenece por
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completo a Dios -"el Hijo del hombre"- llegará a ser presa de "los hombres", será puesto
en sus manos y se convertirá en el instrumento de la arbitrariedad y de la violencia humanas.
No se especifica quiénes serán en concreto los que llevarán adelante su muerte; serán los hombres
en general los que se opondrán a su misión. Sólo esas minorías que optan responsablemente por
el mundo nuevo y luchan por conseguirlo serán sus aliados.
"Y lo matarán". No es un momento de pesimismo; lo de la sangre va en serio. A pesar de tener al
pueblo tan cerca y a su favor, los que quieran seguirle deben tener muy en cuenta la posibilidad de
la muerte violenta. Cuando las cosas se ponen mal, el pueblo no puede ayudar: carece de medios
eficaces. Siempre fue muy peligroso, por ello, ponerse de su parte. El dinero y las armas
apoyan, generalmente, otras posturas. Sin olvidar a los poderes religiosos. Jesús es cada vez más
consciente de la persecución político-religiosa que está desatando su acción.
Es posible golpear y herir de muerte al Hijo del hombre: es vulnerable. Pero cuando esté
prisionero y sea víctima de la violencia de los poderes es cuando será más él mismo. Ser libre de
un modo tan radical -hasta la muerte-, ¿no será ser Dios?
"A los tres días resucitará". Los hombres matarán al Hijo del hombre; pero cuando lo
hayan matado, Dios introducirá un cambio inmediato: lo resucitará. El hombre que entrega su
vida, la recibe plenificada y para siempre. ¡Cómo cambiaría nuestro modo de vivir si
entendiéramos esto! La indicación temporal "tres días" expresa esta intervención inmediata de
Dios.
La muerte de Jesús alcanza su comprensión después de su glorificación. La entrega de la
propia vida compensa cuando se descubre el porqué y para qué.
Lucas aquí es más pesimista: no indica este final feliz.
3. Los discípulos siguen sin entender
"Ellos se pusieron muy tristes", dice Mateo, testigo de la escena. No es éste el tipo de Mesías
que esperaban. Pensaban que Jesús tomaría el poder y pondría en marcha el esperado imperio
universal judío, con el consiguiente reparto de buenos puestos entre los de "la adhesión
inquebrantable", que son ellos.
"No entendían". O no querían entender. ¿No les ocurriría como a nosotros, que muchas
veces vemos claramente lo que significa seguir totalmente a Jesús y nos desentendemos como podemos? No queremos entenderlo, porque cuanto más lo entendamos, más tendremos que
comprometer con él nuestra vida, que es lo que pretendemos evitar.
Muchos dicen que el evangelio tiene respuestas para todos los gustos. Yo les respondo: sobre
todo cuando no se lee. Cuando se lee asiduamente y se profundiza, las respuestas van siendo de un
mismo color: compromiso y lucha por el hombre nuevo, por la nueva humanidad.
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Es muy difícil entender vivencialmente este camino mesiánico. Por eso todos nuestros planes de
apostolado, o del tipo que sean, son triunfalistas. Tenemos demasiado metido dentro de nosotros
mismos que el triunfo humano es signo de la verdad de lo que decimos y hacemos.
Para captar la enseñanza de Jesús tenemos que superar las tesis de los teólogos y las pastorales
de los obispos, los palacios de los poderosos y los teatros de las representaciones mundanas. Sus
exigencias pueden ser comprendidas si superamos las categorías del sentido común y de la
prudencia; si comprendemos la radical injusticia del mundo en que vivimos y luchamos por su
transformación. La captaremos mejor porque... nos caerá encima.
La verdad de Jesús es siempre un ir más allá. Entretenernos en razonar, discutir, sutilizar...,
significa cavar una fosa infranqueable con él.
"Les daba miedo preguntarle". Cuando no entendemos algo y queremos llegar a su comprensión, lo lógico es preguntar. Pero los discípulos -¿no es lo que hacemos los cristianos?prefieren quedarse en la superficie, en lo externo -palabrería, planes de pastoral, ritos religiosos ...con la ingenua pretensión de que la falta de comprensión les dispense de la tarea de seguirle por
ese difícil y oscuro camino que intuyen. Quizá por esta razón temen preguntarle. Es el miedo a
que, a través de la claridad, se les quite la coartada de la ignorancia. Los hombres somos
refractarios a todo lo que no nos guste o nos pide compromiso. Por esta razón no buscamos la
profundización de una verdad desagradable, sino el mantenimiento de nuestras conveniencias.
Es lo que le pasó a Jesús con sus discípulos de entonces y con la mayoría de los cristianos de
todas las épocas. Es lo que le puede estar pasando con nosotros.
Dios es "peligroso". El encuentro con él es siempre desconcertante y nunca se podrá reducir a
un intercambio de cortesías y banalidades. No origina ligeros cambios de postura; sacude la
propia vida desde la raíz. Insinúa pretensiones "imposibles". Lo pide todo. No se contenta con
migajas. Jamás lanza a hacer daño a los demás, a que lo defendamos violentamente. Y nosotros,
que conocemos el riesgo, intentamos buscar algo que retrase o endulce sus exigencias.
Los discípulos no entienden esas palabras, pero adivinan en ellas lo suficiente para esquivar
ese desagradable tema de conversación. Más aún, dejan a Jesús con sus sombríos pensamientos,
retrasan un poco el paso para dedicarse a lo que de verdad les interesa: las posibilidades de
éxitos personales, el lugar que ocupará cada uno en el reino de Jesús. Siguen en otro plano,
fuera de la órbita del Maestro. Y así no pueden comprenderle de ninguna manera. Solamente
cuando tengamos su espíritu, cuando estemos en comunión con él, podremos comprenderlo,
pensar y actuar como pensaba y actuaba él.
4. Imitadores de Dios
La enseñanza de Jesús sobre la humillación y la cruz es, posiblemente, a la que los apóstoles
y nosotros nos resistimos con mayor obstinación. Mientras Jesús camina sumergido por completo
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en los sufrimientos que le esperan, los discípulos van detrás discutiendo sobre quién de ellos era
"el más importante". Jesús mismo había hecho sus distinciones entre ellos: primacía a Pedro en
Cesarea, subida al monte de la transfiguración e ida a la casa de Jairo con Pedro, Santiago y
Juan... Jesús pondrá las cosas en su punto: llamará a un niño -se consideraban como tales
hasta los doce años- y lo colocará en medio de los discípulos, en un gesto plástico, como
solían hacer los antiguos profetas. Al colocarlo en medio, lo hará centro de atención y modelo
para los apóstoles.
Nosotros podemos estar en desacuerdo con los discípulos, pero hacemos como ellos: nos repugna
el fracaso, la humillación, la cruz. No acabamos de entender -ni queremos- el simbolismo del grano
de trigo que tiene que morir para que haya espiga; una espiga que el grano nunca verá. La
resurrección tiene una dificultad muy seria para creer en ella: que viene siempre después de la
muerte (como la espiga del grano). Y nosotros nos resistimos a morir a nosotros mismos.
No admitimos ni a un Dios sin gloria ni a un jefe sin prestigio. Nos las hemos ingeniado
estupendamente para camuflar la realidad de Jesús crucificado.
Jesús nos muestra constantemente los puntos de vista del Padre, pero nosotros preferimos seguir
con los nuestros. Y para eso nos hemos inventado un Dios que compense nuestras limitaciones:
como somos míseros, nos imaginamos un Dios rico; como somos débiles y sufrimos, necesitamos
un Dios fuerte e impasible... No hemos hecho más que compensar nuestras insuficiencias y
divinizar nuestras ambiciones. No estamos dispuestos a dejar de creer que para ser fieles a Dios
tenemos que ser ricos, poderosos, autoritarios... Jesús destruyó este ídolo, aunque sea el dios en
que siguen -¿seguimos'?- creyendo la mayoría de los hombres religiosos.
Jesús desacralizó el poder, la autoridad, el dominio, el prestigio, el dinero. Nos enseñó que
para llegar a Dios es imprescindible rechazar todas esas cosas, que bastaba con amar y servir
cada día un poco más. Que podemos imitar al Padre, parecernos cada vez más a él, sin salirnos
de las ocupaciones diarias, sin cambiar de lugar. Que la omnipotencia de Dios es de amor, no de
fuerza y de autoridad. Y todos sabemos que el amor queda siempre debajo, que prefiere ser
vencido que vencer al que ama. Y Dios ama a todos... Su trascendencia no significa lejanía,
dominio..., sino proximidad, amor, servicio, inmanencia: nadie se entrega como él, nadie puede
comunicarse como él, nadie puede dedicarse a los demás como él, nadie puede amar como él
porque ama "desde dentro" a los amados; nosotros siempre desde fuera.
Si aspiramos a ser jefes, a ser importantes, a "subir" en el escalafón de la sociedad..., ¿qué
puede significar Jesús para nosotros?
Dios es el ser más humilde, más ignorado, menos considerado de todo el universo. Basta
observar las palabras blasfemas que se le dedican, las culpas que caen sobre él acerca del mal del
mundo, el descaro con que se usa su nombre para todo tipo de tropelías y la falta de imitadores
que tiene. La palabra "Dios" está terriblemente gastada, es equívoca, insignificante. El hombre
moderno desconfía de ella o se desinteresa, porque ha sido utilizada para usos muy tristes. Pero
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tiene una fuerza de amor que hace crecer y existir a todo lo demás. Dios pone su gozo en darse, en
servir, se complace en lo que puede comunicar. Por eso es el pobre en plenitud.
Los cristianos hemos cargado sobre Dios todo lo que él nos mandó que hiciéramos con los
hombres. Jesús nos indicó que no deseaba nada para sí, que él no era más que un impulso hacia
los demás, que todo lo que se hacía a los demás se le hacía a él. Y nosotros hemos preferido el
"trato" con él, que nada molesta y a nada compromete, olvidando a los demás. Hemos organizado
un culto brillante, construido millares de iglesias en honor de aquel que anunciaba la destrucción
de los templos y la abolición de los sacrificios, y cubrimos de riquezas al que eligió ser pobre.
5. El más importante en el reino
Jesús se detiene por última vez en Cafarnaún, la ciudad en la que ha vivido gran parte de su
vida pública, punto de partida y referencia de su misión en Galilea.
En varias ocasiones recogen los evangelios estos celos y ambiciones de los apóstoles por los
primeros puestos en el reino.
"Jesús se sentó, llamó a los Doce..." Con estas palabras Marcos nos quiere indicar que Jesús
tiene algo fundamental que decir a los representantes del pueblo de Dios: crear un orden de
valores que nos permitan entrever su reino futuro.
Cuando ve que sus discípulos no entienden nada, no se pone a reprenderlos con aspereza, a
darles voces, a enfadarse con ellos, sino que se sienta y les instruye de nuevo.
No podemos dejar de lado que la mentalidad religiosa de entonces unía la mayor piedad y
observancia de la ley a la aspiración a ser importantes. Los discípulos, planteando estas cuestiones, no hacían más que reflejar el sentir de los hombres de todas las épocas y religiones.
Jesús introduce una nueva perspectiva. La enseñanza que les hace es doble: una sentencia:
"Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos"; y una parábola
en acción: acoger a un niño -símbolo de lo pequeño y desvalido- en su nombre es acogerlo a
él y al Padre.
Aquí el niño ya no es el símbolo de la disponibilidad y de la sencillez, sino el representante
de quien carece de grandeza, de quien no cuenta. En estas palabras de Jesús resuena la
parábola del juicio final (Mt 25,31-46). El niño es, más exactamente, el necesitado: el
hambriento, el desnudo, el prisionero, el marginado... Lo que hace grandes no es dominar, sino
servir a los más pequeños y despreciados.
El servicio prestado al "niño" es servicio prestado a Jesús, y el servicio prestado a Jesús es
servicio prestado a Dios. Los pequeños vienen a ser los mayores, los humildes se transforman en
señores, los dominadores son hechos esclavos. En la comunidad cristiana la grandeza se juzga por
criterios opuestos a los de la sociedad. El que sirve, no el que manda, es el más importante. La
107
importancia depende de las personas sin importancia que seamos capaces de acoger en nuestro
corazón.
La iglesia y cada comunidad cristiana, a través de su entrega de servicio al pueblo, deben
mostrar su carácter escatológico y ajeno a los valores del mundo. Deben seguir con fidelidad las
palabras y el ejemplo de Jesús si no quieren enredarse en las formas mundanas de pensar y
actuar. Cualquier afán de dominio sobre los demás velará el rostro de Jesús que deben
transparentar.
108
Jesús de Nazaret no está limitado a la Iglesia
Dijo Juan a Jesús:
-Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo
hemos querido impedir, porque no es de los nuestros.
Jesús respondió:
-No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede
luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros, está a favor nuestro.
El que os dé a beber un vaso de agua porque seguís al Mesías, os aseguro que
no se quedará sin recompensa.
(Mc 9,38-41; cf Lc 9,49-50)
1. El pluralismo
En nuestra sociedad y en la iglesia se habla hoy mucho de pluralismo, de respeto a
todas las ideologías y formas de interpretar la realidad. Sin embargo, este naciente
pluralismo está creando fuertes tensiones en la sociedad y en las comunidades cristianas,
tanto más fuertes cuando más rígidos han sido el centralismo o el unitarismo padecidos.
Admitir el pluralismo supone tener conciencia de la relatividad de la verdad, de la
laboriosidad de la unidad, de la transitoriedad de las situaciones, aunque ello provoque
ansiedad, angustia e inseguridad en el ser humano. La uniformidad es el fruto de la comodidad y
de la alienación de los que obedecen y de la manipulación de los que mandan. La fuerza
del Espíritu de Dios está más allá de los monopolios, de las instituciones y de las iglesias.
Dios es siempre "más".
A pesar de hablar mucho de pluralismo, es la intolerancia, el exclusivismo, la pretensión de
monopolizar a Dios... los que predominan en la sociedad y en la iglesia. La tentación de pensar
que Dios y Jesús son una propiedad nuestra, de identificar a Dios y el bien de la iglesia con el
propio grupo, con la propia forma de hacer las cosas, con las propias ideas de un modo
exclusivista, que el Espíritu sopla sólo en quienes piensan como nosotros..., es constante.
No podemos dejar de reconocer que los cristianos hemos caído a menudo en este pecado.
Fácilmente desconfiamos -y condenamos- del pensamiento, de las iniciativas o de la acción de
los no cristianos.
La causa más superficial de las tensiones en la iglesia es la diversa manera de pensar, fruto
de la formación religiosa recibida, lo que se manifiesta fundamentalmente en las distintas edades
de los cristianos: es muy diferente en los mayores y en los jóvenes, por ejemplo. Cuando la
causa es únicamente la formación recibida, podemos creer en la buena voluntad.
109
Las cosas se complican cuando entran otros intereses: cuando los jóvenes hacen "su"
religión, "su" vida, "su" conveniencia..., quitando todo lo que les molesta y les complica y
criticando a los adultos porque hacen otro tanto; cuando los adultos pretenden, ante todo,
defender sus privilegios, sus negocios, sus conveniencias, sus posiciones, sus egoísmos, sus
seguridades... y lo enmascaran con la defensa de la verdad, de la que pretenden tener el
monopolio y la única expresión posible.
Otra causa de la intransigencia es el celo desmedido por guardar la pureza de la fe, como si
para conservarla tuviéramos que expresarla siempre con las palabras intocables del pasado.
También la envidia a que otros posean lo mismo o más que nosotros.
Pero la causa mayor de la intransigencia quizá sea la lucha, que han desatado los que se
sienten perjudicados y atacados, contra los que pretenden desmontar el cristianismo burgués
sobre el que está edificada nuestra iglesia de Occidente; lo mismo que en el campo social tratan
de impedir el logro de una sociedad justa y fraterna todos los que se verían perjudicados en el
cambio.
La comunión entre las iglesias, entre las naciones, entre los pueblos y comunidades no está
en la uniformidad, sino en el amor, fruto de la justicia y de la libertad.
Es necesario admitir un pluralismo en todos los ámbitos: por la complejidad de la verdad, de
la que cada uno tenemos una parte; por el respeto a las libertades legítimas de los individuos y
de los grupos; por la independencia del Espíritu en su manifestación en todo esfuerzo humano
que lleve como marca la solidaridad universal.
Todo lo dicho no quiere decir que todos los pluralismos sean verdaderos, aunque no seamos
cada uno de nosotros los que podamos decir cuáles no lo son. Son inviables los que no busquen
como fin último el bien de todo el hombre y de todos los hombres; que para un cristiano significa
todo lo que no tenga como norma el camino que marca el evangelio, aunque no se sepa, pero
teniendo cuidado, porque se han presentado -y siguen presentándose- muchas exigencias
como evangélicas que no tienen nada que ver con los planteamientos de Jesús.
El pluralismo no puede llevarnos a pensar que todo es igual, a relativizar la fe, a hacer de la
religión lo que nos venga en gana. Sí a verlo todo y quedarnos con lo bueno (1 Tes 5,21). Todo lo
bueno que existe en el mundo lleva la misma dirección: el bien, que para un creyente se llama también
Dios. Un bien que no es verdadero mientras no abarque a toda la humanidad por igual. Lo mismo
lo que sea justo... Todo tiene su plenitud en Dios, que es la verdad, la justicia...
2. No podemos monopolizar a Dios ni a su enviado
Este pasaje evangélico descalifica todo intento de monopolizar a Dios, a Jesús o al Espíritu. Y
consagra todo pluralismo legítimo.
110
El suceso a que Juan se refiere no es impensable en tiempos de Jesús, pues sabemos por otras
fuentes (Flavio Josefo) la existencia de exorcistas judíos que empleaban ciertas oraciones y
prácticas mágicas para expulsar demonios -curar enfermedades-. El libro de los Hechos de
los Apóstoles (8,18-19) nos dice que un tal Simón el Mago quiso comprar a Pedro la facultad
de hacer milagros, ofreciéndole dinero.
Juan, uno de los discípulos más allegados a Jesús, se dirige al Maestro para contarle el
encuentro que han tenido con un exorcista que utilizaba su nombre para expulsar demonios.
Personifica la actitud natural del hombre preocupado exclusivamente de reclutar adeptos para el
propio grupo y que, por ello, no tiene en consideración a los que quedan al margen o no quieren
enrolarse.
No se dice nada de quién era el exorcista. A los evangelistas les interesa solamente poner de
relieve la apertura que la comunidad cristiana debe tener con los que, no perteneciendo expresamente a la iglesia, demuestran hacia Jesús una actitud de simpatía y acercamiento. Ya había
surgido en el seno de las primeras comunidades cristianas la tentación de monopolizar y fijar
las características y condiciones que debían tener los verdaderos seguidores de Jesús.
Como los discípulos tenían éxito expulsando demonios en nombre de Jesús -aunque no
siempre (Mt 17,19-20; Mc 9,28-29; Lc 9,40)-, uno de aquellos exorcistas intentó expulsar
demonios también en nombre de Jesús, aunque no pertenecía al grupo de sus discípulos. La
invocación del nombre del joven galileo era eficaz también en los que estaban fuera de la
comunidad.
Se lo quieren impedir, pero sin éxito. Y quedan inquietos, consideran su posición al lado
de Jesús como un privilegio que los coloca por encima de los demás. Lo que hace el extraño merma su grandeza. Quieren dominar, no servir. ¡Qué frecuente es ponernos en contra de alguien y
considerarlo enemigo sencillamente porque hace cosas que nosotros no sabemos o no queremos
hacer! La envidia, muchas veces enmascarada bajo la bandera de pretender defender la ortodoxia, manifiesta la propia impotencia. ¡Cuántas condenas no son más que la demostración de
nuestra propia incapacidad, el camuflaje de nuestros fallos y de nuestra pereza!
"No es de los nuestros". El orgullo de los discípulos se expresa en la pretensión de tener, en
cuanto grupo, el monopolio absoluto de Jesús. Grave peligro de todo grupo: juzgar a una persona o
una actuación según sea o no del propio grupo, sentir la necesidad de afirmar el propio grupo
por oposición, distinción o separación de los demás. Este es "de los nuestros" y aquél no. Los
nuestros son los buenos; los demás, los malos. Las faltas de los nuestros son justificables, las de
los demás son de una extrema malicia. Las cosas buenas de los demás tampoco son tan buenas y se
llegan a negar... Nos cuesta aceptar que las organizaciones de "los otros" tengan resultados
positivos. ¿Será mucho pedir que el nombre de Jesús lo usemos "para" y no "contra", que su
evangelio lo utilicemos, más que para defender posiciones, para dilatar los espacios del reino?
111
Detrás de la protesta de Juan se ve con claridad ese egoísmo de grupo, tan frecuente; ese
mezquino miedo a la competencia que suele enmascararse de fe, pero que es en realidad uno de
sus más profundos desmentidos.
El discípulo mezquino e inseguro soporta mal que el Espíritu sople donde quiere. ¿No debe
estar sólo en nuestras manos, de tal forma que aparezca con claridad que únicamente nosotros
somos sus legítimos transmisores?
Es un problema de siempre (Núm 11,25-29).
Los auténticos seguidores y amigos de Dios se gozan en la libertad del Espíritu. No se
sienten desairados porque buscan en todo los intereses de Dios, al que aman, y no los propios. Y
esto es lo importante: que el bien se abra camino.
El orgullo es algo muy sutil. Es fácil verlo en los demás, pero no en uno mismo.
3. "No se lo impidáis"
Jesús, después de haberles explicado (capítulo anterior) quién es el más grande en el reino de
los cielos en el plano individual, con la respuesta que les da a continuación invita a sus
discípulos a no atribuirse importancia ni siquiera como grupo seguidor suyo. Les llama -y nos
llama- a la sinceridad, a dejarse criticar constantemente por las opciones distintas a las
suyas, a darse cuenta de que él es más que sus interesadas interpretaciones, a aprender a vivir
respetuosamente con todas las opciones, alentando y apoyando todo lo que en ellas haya de
bueno.
"No se lo impidáis..." Pobres discípulos: no dan una. Es la enésima demostración de lo
lejos que están del Maestro. Les corrige su celo imprudente y les pide que toleren todo lo bueno
que se haga en su nombre fuera del círculo reducido de los que le siguen a todas partes.
Quienquiera que trabaje por Jesús y por su obra no debe ser impedido, aunque no pertenezca al
grupo.
Y les dice el porqué: "Uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de
mí". Les exhorta a reflexionar: si uno expulsa los demonios -hace el bien, implanta la
justicia, cura las enfermedades- en su nombre, únicamente puede hacerlo a través de la fuerza
del Espíritu, nunca por una especie de fórmula mágica que funcione automáticamente. Por lo
que es absurdo suponer que pueda después hablar mal de él. De otra forma, el Espíritu actuaría
contra sí mismo. Así Jesús establece una unión entre la acción ejercida en su nombre y las
palabras sobre él. Les indica que hay otras formas de estar a su favor, de ser de los suyos, que
deben ser respetadas. Todo hombre que hace el bien vive según el Espíritu, esté donde esté.
Pero también es verdad que no todos los intentos de liberación pertenecen a Cristo; sólo le
pertenecen los que se hacen "en su nombre", es decir, los que se hacen de acuerdo con sus planteamientos, sin olvidar que el "nombre" no indica el recinto -el grupo, la comunidad o la
112
iglesia-, sino la lógica -el trabajo hecho en bien de los demás-. Al exorcista no deben
considerarlo como un extraño o un enemigo, puesto que invoca su "nombre", sino como un
aliado.
Lo importante es lo que se haga y se viva, se realice consciente o inconscientemente, en nombre
de Jesús. Nombre tan universal que no puede confundirse con ningún tipo de institución ni con
ninguna formulación.
La iglesia no puede pretender el monopolio de Cristo. Jesús es más que la iglesia, desborda las
fronteras de ésta. Por eso, sin renunciar a pertenecer a la iglesia, debemos evitar descalificar a la
buena gente que a su manera se inspira en el Mesías, reconocer todo lo bueno que hay en los
demás, alegrarnos por ese bien y ser vínculos de paz y de unión. Ser fieles seguidores de un Dios
inmensamente misericordioso y universal.
Abramos los ojos: en muchos de "fuera" está actuando hoy eficazmente el Espíritu que
inspira el reino de Dios, el Espíritu de Cristo. También lo contrario es una desgraciada evidencia.
"El que no está contra nosotros, está a favor nuestro". Lucas no habla de "nosotros", sino
de "vosotros", excluyendo a Jesús del proverbio. Prefiere dejar más clara la diferencia entre él
y los cristianos, evitar las identificaciones.
El origen de esta frase parece que está en un proverbio que se había hecho popular desde la
guerra civil de los romanos: "Te hemos oído decir que nosotros (los hombres de Pompeyo) tenemos por adversarios nuestros a todos los que no están con nosotros, y que tú (César) tienes por
tuyos a todos los que no están contra ti". Aquí Jesús da la razón al dicho del César, para
indicarnos la actitud que debe tener la iglesia ante los valores de los hombres que permanecen
fuera de ella.
Esta frase está en aparente contradicción con otra de Jesús que dice: "El que no está
conmigo, está contra mí; el que no recoge conmigo, desparrama" (Lc 11,23; Mc 12,30). Son las
diferentes situaciones las que explican la diferencia de las afirmaciones. Cuando Jesús pronuncia
esta segunda fórmula, mucho más rigurosa, está enfrentado a una total incredulidad y mala fe:
algunos dirigentes religiosos lo han llegado a comparar con "Belcebú, el príncipe de los
demonios" (Mt 12,24; Lc 11,15). Aquí Jesús se refiere expresamente a sus seguidores para
subrayar la radicalidad del compromiso: o estáis totalmente conmigo o estáis en contra; no se
puede hacer trampa. Ambos textos tienen algo común: en ningún caso es admisible la
neutralidad. Nadie puede permanecer neutral ante el anuncio del reino.
Ante la realidad socio-económica de unas masas populares oprimidas y de unos pueblos
sometidos no caben actitudes neutras, no hay "tierra de nadie". Y de entre los que luchan junto
al pueblo nadie puede pretender la exclusiva de la revolución que vaya haciendo posible la
llegada del reino de Dios.
113
Una comunidad cristiana debería siempre tratar de descubrir, con gozo, quiénes están "con
nosotros" entre los muchos que "no son de los nuestros"; y, con tristeza, quiénes "no están
con nosotros" entre los que se dicen "de los nuestros".
El Espíritu es amor, libertad, justicia... Espíritu que está llamando a todas las puertas, sin
exclusivismos de ninguna clase.
4. Habrá recompensa
"El que os dé a beber un vaso de agua porque seguís al Mesías, os aseguro que no se
quedará sin recompensa". Mateo incluye estas palabras al final de su segundo discurso: Misión
de los Doce (Mt 10,42).
Nos habla de recompensa, pero no como algo que podamos reivindicar como un derecho,
sino como un fruto de la benevolencia de Dios. El que obrara por ella mostraría no actuar por
Dios, sino por sí mismo.
El hecho de seguir a Cristo puede autorizar a exigir "un vaso de agua" -lo indispensable
para vivir, al no poderse dedicar a otros asuntos por tener el tiempo totalmente ocupado en
ese seguimiento-, nunca a aprovecharlo para acumular bienes y prestigio en este mundo de la
vanagloria. Es tan importante esto, que posiblemente tendrá también su recompensa el que,
habiendo ofrecido el "vaso de agua", haya negado al discípulo una reverencia, una distinción, un
primer puesto en el "teatro" del mundo. Un "vaso de agua" porque se va de camino y hace
falta para seguir adelante. Lo demás hay que negarlo: es un estorbo, un impedimento a la
fidelidad del seguimiento.
114
El escándalo y la salvación de los pequeños
-El que escandalice a uno de estos pequeñuelos que creen, más le valdría que le
encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar.
Si tu mano le hace caer, córtatela: más te vale entrar manco en la vida que
ir con las dos manos al abismo, al fuego que no se apaga.
Y si tu pie te hace caer, córtatelo: más te vale entrar cojo en la vida que ser
echado con los dos pies al abismo.
Y si tu ojo te hace caer, sácatelo: más te vale entrar tuerto en el reino de
Dios que ser echado con los dos ojos al abismo, donde el gusano no muere y el
fuego no se apaga.
(Mc 9,42-48; cf Mt 18,6-10; Lc 17,1-2)
1. Escandalizar a los "pequeñuelos"
Los tres sinópticos recogen la misma doctrina sobre el escándalo, aunque en momentos
distintos. En el mundo habrá escándalos, dada la condición humana, pero desgraciado
del que escandalice a un "pequeñuelo".
El escándalo nace de la idea humana de un mesías triunfador y autoritario (Mt 16,23;
Mc 8,33). Idea que justifica la pretensión de imponerse sobre los demás.
Según Mateo y Lucas, Jesús agrega: "Es inevitable que sucedan escándalos; pero ¡ay
del que los provoca!" Contempla la situación del mundo de un modo realista; pero
advierte a los seductores que el Padre está decidido a proteger a los que creen en él.
La fe de la gente sencilla, de "los pequeños", es un bien que ningún hombre puede
robar impunemente. La imagen de un hombre que se ahoga en el mar con una piedra de molino
encajada en el cuello resultaba de un particular dramatismo para los hebreos, dada su mentalidad
de considerar la muerte por ahogamiento como la más abominable y el mar como morada de
lo diabólico.
El amor al prójimo exige desearle el bien. Por el escándalo se le empuja al mal moral, que es
el pecado; por lo que es preferible ser sepultado en el mar. El bien moral del prójimo vale más
que la vida física propia.
No se trata de sentencias condenatorias inapelables, pero son palabras que pintan a la
perfección la terrible realidad de un hecho. Será siempre de una extrema gravedad poner en
peligro y destruir la fe en el corazón de los hombres sencillos.
¿Quiénes son los pequeños? Es el discípulo continuamente perturbado en su fe, no sólo por
la sociedad, sino también por su misma comunidad, incluso por aquellos que pretenden ser sus
115
maestros. Son todos aquellos a los que los rabinos trataban con desprecio por ser
"inmaduros"; los simples fieles, incapaces de soportar los manejos de los "maduros".
¿Quién puede decir que tiene una fe adulta? ¿No serán "pequeños" todos los hombres de
buena voluntad, los destinatarios de las bienaventuranzas?
Toda comunidad debe crear un ambiente que facilite el crecimiento en la fe de los
"pequeños".
2. Los irreprochables
Según lo dicho hasta ahora, ¿quiénes no pueden ser considerados "pequeños", qué no puede
ser computado como "escándalo"?
No son "pequeños" los individuos y los grupos que se consideran a sí mismos como únicos
verdaderos creyentes y pretenden imponerse a todos los demás. Más que seguir a Jesús, están atados a su propia mentalidad, a sus propias costumbres, seguridades e inercias. En su boca, la
defensa de la fe es sólo un chantaje para imponer a todos su inmovilismo, su aburrimiento y sus
intereses. Son modelo de cumplimiento externo, de respeto a la autoridad que ellos mismos
representan. Irreprochables, inatacables, irreprensibles. Siempre están "a punto". No hay
nada que les ponga en crisis, que les haga dudar de sus ideas, que les remuerda con fuerza. Se
dedican a la conversión... de los demás. No saben decir: "No sé", "no estoy seguro"... Tienen
siempre la respuesta "exacta" a todas las preguntas que podamos formularles. Son tan "fieles",
que obligan a buscar por otra parte.
En tiempos de Jesús eran los dirigentes religiosos los que engrosaban en gran medida las
filas de estos prohombres.
3. Cada hombre es escándalo para sí mismo
Jesús considera a continuación -según Marcos y Mateo- otro tipo de escándalo: el que
nace dentro de nosotros mismos. Cada hombre es escándalo para sí mismo, lleno como está de
vacilaciones, compromisos y excusas demasiado fáciles. Y alude a la mano, al pie y al ojo como
ocasiones de escándalo. Nos indica que la posibilidad de caída del hombre en lo malo no está
provocada únicamente por los otros, sino también por la propia naturaleza corpórea. La mano y
el pie son los instrumentos de la actividad y del movimiento; el peligro nace, pues, de la mala
actividad o de un camino errado; el ojo en la comparación representa el mal deseo.
Las palabras de Jesús son durísimas: si es necesario, hay que cortarse la mano o el pie o
sacarse el ojo. Y hemos de tener en cuenta que cuando se escribió esto las persecuciones de
Nerón hacían estragos o iban a hacerlos pronto. En esas condiciones estas palabras resonarían
como fortísima llamada a la fidelidad, pasase lo que pasase, aunque fuera al precio del martirio.
116
Ante el valor máximo de entrar en la vida, cada uno tiene que ser capaz de tomar una decisión
personal y radical, debe romper con cualquier obstáculo que se oponga a la entrada en el
reino, el único valor absoluto para el hombre. La plena realización humana -que llamamos
salvación en lenguaje religioso- o seguimiento de Jesús plantea exigencias tan totales, que hay
que estar dispuestos a cualquier sacrificio, a cualquier despego. No entrar en el reino futuro
equivale para el hombre a fallar el objetivo trascendente que se le ha señalado, lo que supone la
pérdida más espantosa que le puede suceder al ser humano.
Los miembros del cuerpo no son mencionados como algo despreciable, sino como las cosas
más preciosas que posee el hombre. Si uno está dispuesto a perder una mano, o un pie, o un
ojo... por la salvación de todo el cuerpo -operaciones quirúrgicas-, mucho más por la
salvación-liberación, por ser hombre verdadero. Siempre debe ser sacrificada la parte por el
todo.
Es evidente que no se trata de cortarnos la mano o el pie o de sacarnos un ojo. Se trata de la
necesidad de seguir de cerca a Jesús, aunque para ello tengamos que asumir decisiones muy dolorosas, aunque seguirle nos lleve a perder la vida en el empeño.
4. La "gehenna"
"Gehenna" se traduce habitualmente por "infierno". Se encontraba al sur de Jerusalén. En
este lugar antiguamente, bajo los reinados de Acaz y Manasés (siglos VIII y VII antes de Cristo), se
habían ofrecido sacrificios a las divinidades paganas, incluso de niños y niñas. Por esa razón los
profetas habían lanzado terribles amenazas. Posteriormente se extendió la creencia de que aquel
valle sería teatro del juicio universal. Después, poco a poco, la "gehenna" se había convertido
en lugar de castigo para los condenados. En tiempos de Jesús, los hebreos, por desprecio, la habían convertido en vertedero público, en el que eran quemados los desechos hasta destruirlos.
La cita de Jesús -en Marcos- está tomada del profeta Isaías (Is 66,24): "Echado al abismo,
donde el gusano no muere y el fuego no se apaga".
El lenguaje de Jesús es metafórico, se sirve de una imagen familiar a los que le escuchaban.
No debemos sacar de aquí pistas relativas a las penas infernales o sobre la vida del más allá.
Según la creencia judía, sólo podían contemplar el rostro de Dios los llamados siete ángeles
del servicio divino. Más tarde, para subrayar la trascendencia divina, se pensó que ni siquiera
éstos podían verlo.
"Tened cuidado con despreciar a uno de esos pequeños, pues os digo que sus ángeles
contemplan sin cesar la cara de mi Padre que está en los cielos" (Mateo).
Con estas palabras Jesús quiere decirnos que los pequeños son los más importantes de los
hombres, que lo que les ocurre a ellos tiene resonancia inmediata ante el Padre del cielo.
117
La corrección fraterna
-Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has
salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para
que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no
les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la
comunidad, considéralo como un pagano o un publicano.
Os aseguro que todo !o que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y
todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo.
Os aseguro además que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra
para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo. Porque donde dos o tres están
reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.
(Mt 18,15-20)
1. La fraternidad responsable
El texto desarrolla la actitud que debe tener el cristiano con los demás miembros de la
comunidad, de la iglesia. Es evidente que debe tratarse de una verdadera falta, lo que
exige mucha prudencia. No podemos olvidar que han sido frecuentes los casos de
"corrección" en los que el presunto ofensor tenía razón.
Apelar al pluralismo, o al respeto a las opciones de los demás, o a las distintas formas
de ver las cosas... para evadirnos de corregir al hermano es una grave responsabilidad.
Es verdad que antes de corregir hay que ver claro, confrontar los propios criterios con el evangelio. Pero, una vez hecho esto, hay que actuar con caridad hasta el final.
Es posible que estas palabras de Jesús reflejen la práctica que existía en las primeras
comunidades cristianas: corregir a solas, ante algunos testigos, ante la comunidad. Ya en la
sinagoga se practicaba algo muy similar a lo que aquí se enseña, aunque los mismos rabinos se
lamentaban de que, en la práctica, esto no existía o que eran rarísimos los que eran capaces de
afrontar esta actitud con objetividad. No faltaban -nunca faltan- las reacciones arbitrarias de los
dirigentes (Jn 9,34). También se practicaba en las comunidades monacales de los esenios
establecidas a orillas del mar Muerto. La corrección fraterna ya se inculcaba en el Levítico (Lev
19,17), pero sin especificar los pasos a dar.
En una comunidad muy grande es casi imposible ejercer este mandato de Jesús: falta
conocimiento mutuo. Sólo es posible en las comunidades pequeñas. Por eso, al masificarse la iglesia
y las comunidades estar insertas en parroquias enormes, se hizo imposible su práctica y se limitó
a un diálogo entre el penitente y el sacerdote en la confesión privada.
La doctrina que aquí se enseña es de una importancia capital. La iglesia está dotada de
verdaderos poderes judiciales, como consecuencia de ser una sociedad perfecta dotada de
todos los medios para poder realizar su fin.
118
En toda comunidad organizada existen normas que rigen la conducta de sus miembros.
Cuando se trata de comunidades cuyo ingreso es libre, es lógico pensar que quien se adhiere a
ellas se compromete a cumplir su estilo de vida y sus normas. Es un principio que se practica en
los partidos políticos, sindicatos, centros escolares, clubes... El bien del grupo exige la defensa del
patrimonio común cuando es afectado por conductas incongruentes.
Es importante notar que Jesús no prescribe al ofensor que vaya a pedir perdón al
ofendido, sino que es éste quien debe tomar la iniciativa para mostrar que ha perdonado y
facilitar la reconciliación. El ofensor debe mostrar su buena voluntad reconociendo su falta.
Si el ofensor no hace caso, debe hacerse una segunda tentativa. Esta vez ante algunos
testigos. Era la prueba testifical que exigía la ley judía (Dt 17,6; 19,15-17). Pero a diferencia de
ésta, que alude a la prueba testifical jurídica, aquí no se trata de llevar la causa ante un
tribunal. Seria contraproducente: en lugar de lograr la corrección, acarrearía el enfrentamiento o un asentimiento puramente externo.
Si esta segunda tentativa tampoco tiene éxito, el caso debe presentarse ante la comunidad
reunida, a la que compete ofrecer la última posibilidad de retorno.
Es difícil concretar de qué manera hay que hablar con la comunidad y de qué forma ésta puede
ser efectiva. Jesús no lo especifica. Sólo cuando todos han hecho todo lo que está de su parte puede
cortarse el vínculo.
Para corregir bien es necesario amar. El que ama puede corregir porque lo hará con
delicadeza y tacto, sabrá encontrar la ocasión y las palabras, sabrá comprender viendo las
virtudes del otro y no sólo sus defectos.
Sorprende el uso de los términos "pagano" y "publicano", dado que Jesús era considerado amigo de ellos (Mt 11,19). Pero el texto no habla de individuos, sino de situaciones. Unas
situaciones que Jesús no aprobaba, pero a las que tampoco consideraba como definitivas y
ofrecía a todos la posibilidad de salir de ellas. Objetivamente eran situaciones de error e
injusticia: el pagano equivale al que no conoce al verdadero Dios; el publicano, al que,
conociéndole, no vive de un modo consecuente.
2. Los poderes de la iglesia
Lo que antes había dicho Jesús a Pedro solo (Mt 16,19), lo dice ahora al conjunto de sus
discípulos y con las mismas palabras. La facultad de atar y desatar se da aquí a la iglesia.
Son expresiones que indican, conforme a la literatura rabínica, el poder de permitir o de
prohibir, respectivamente. Con ellas, Jesús faculta a su iglesia para decidir sobre la vinculación o no de sus miembros. Es evidente que la jerarquía no puede usar de este poder de un
modo arbitrario, sino siempre tratando de interpretar fielmente la voluntad de Jesús, para lo
que es necesario dedicar mucho más tiempo al estudio constante de los evangelios, tratando
119
de traducirlos al momento presente. De otra forma es enorme el riesgo de interpretarlos de
un modo subjetivo y erróneo.
Estas palabras no van en absoluto en contra de la promesa hecha a Pedro. Aquélla era
personal y fundamental; ésta asocia a los apóstoles y a sus sucesores a participar del poder
dado a Pedro.
3. Eficacia de la oración en común
"Si dos de vosotros se ponen de acuerdo..." Es la respuesta de Jesús a la pregunta de la
comunidad y de todo hombre que busca a Dios: ¿Dónde y cómo podremos tener una verdadera
experiencia del Padre? La respuesta es: donde hay una comunidad reunida en su nombre allí está
presente Dios.
Lo que pedimos unidos, el Padre lo concede. Se supone que no pediremos nada que no
deba pedirse. La oración concede a la comunidad una eficacia ilimitada siempre que tenga las
características fijadas por Jesús en el Padrenuestro.
Jesús no dice nada de la oración privada, a la que él tanto acudía. Aquí insiste en la
importancia de la oración en común.
Era ya creencia en Israel la fuerza religiosa de la oración realizada en común en la sinagoga.
Jesús potencia esta oración al no exigir que se realice en la sinagoga -ni ahora en la iglesia-;
es suficiente que sea realizada por dos o más y se haga en su nombre. Cuando esto sucede, él
estará presente en medio de ellos.
En todo lugar donde se encuentren reunidos en oración hombres que estén intentando seguir
el camino de Jesús, allí también se encuentra presente Dios. Es una afirmación que hemos escuchado
en muchas ocasiones y a la que es preciso que no nos acostumbremos, porque la rutina puede velar
su sentido.
Las palabras que pronuncia aquí Jesús equivalen a una nueva afirmación de su divinidad.
Todos los textos que mencionaban una presencia misteriosa en el seno de una comunidad se
referían a la de Dios. Ahora Jesús se pone a sí mismo, reivindica para sí esta presencia, lo que
equivale a considerarse Dios.
120
El perdón fraterno y la parábola del siervo cruel
Acercándose Pedro a Jesús, le preguntó:
-Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete
veces?
Jesús le contestó:
-No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.
Y les propuso esta parábola:
Se parece el reino de los cielos a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus
empleados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil
talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con
su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así.
El empleado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo:
-Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo.
El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la
deuda. Pero al salir, el empleado aquel encontró a uno de sus compañeros que le
debía cien denarios, y agarrándole lo estrangulaba diciendo:
-Págame lo que me debes.
El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba diciendo:
-Ten paciencia conmigo y te lo pagaré.
Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía.
Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle
a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo:
-¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No
debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de
ti?
Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda.
Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo si cada cual no perdona de
corazón a su hermano.
(Mt 18,21-35; cf Lc 17,3-4)
1. ¿Cuántas veces hay que perdonar?
El concepto cristiano de "perdón" no es nunca una actitud de superioridad en quien
perdona: quedaría reducido a un acto de diplomacia y buena educación que no renovaría la
relación con el otro. Cuando esto sucede, la persona perdonada queda en inferioridad con
relación al que perdona, supuestamente inocente.
Posiblemente para ahondar en su sentido verdadero sea preferible utilizar el término
"reconciliación", que implica el común esfuerzo del ofendido y del ofensor por restañar y
superar el mal causado por la ofensa. No se limita a olvidar el mal rato pasado, sino que
busca sobre todo encontrar una fórmula de convivencia capaz de hacerlos sentir
nuevamente hermanos, más que antes si cabe.
121
El concepto cristiano de reconciliación no es sólo el esfuerzo que hacemos para superar
una ofensa, sino fundamentalmente una actitud permanente por eliminar distancias,
recelos, prejuicios..., que impiden una auténtica convivencia fraterna.
El cristianismo no descarta, naturalmente, las relaciones del hombre con Dios, pero
considera que es básico para el hombre saber convivir con los demás hombres, llegando a
superar todas las barreras que los separan. Nuestro amor y relación con Dios los
manifestamos en saber amar y relacionarnos con nuestro prójimo. ¿De qué sirve recibir el
sacramento de la reconciliación si las relaciones con el prójimo no se han restañado? Es
verdad que a veces no es posible pedir perdón directamente al ofendido y otras es difícil
saber a quiénes se ha perjudicado..., pero ¿en las demás?
¿Qué pensaba Jesús sobre la reincidencia del prójimo en las mismas faltas que ya se le
habían perdonado una o más veces? ¿Qué hacer entonces? ¿No está la vida llena de
reincidencias perdonadas? Es lo que trata de saber Pedro y a lo que responde Jesús.
El número siete es en la literatura judía muchas veces simbólico de lo universal, de lo
indefinido. Jesús responde al modo hebreo, recalcando con los múltiplos de siete, para dejar
claro la necesidad de un perdón sin límites: hay que perdonar siempre a todos y todo.
La pregunta de Pedro es en realidad la que todos nos hacemos. Es difícil encontrar a
alguien tan despiadado que no tolere a los demás ni la más leve ofensa; pero de ahí a perdonar
siempre hay una gran distancia.
2. La parábola
Para hacer más gráfica esta obligación de perdonar siempre y destacar los motivos en que se
apoya y hacer ver el plan del Padre sobre los que no perdonan, expone una de sus parábolas
más bellas. Es exclusiva de Mateo.
Dios es como un rey que quiere arreglar las cuentas con sus servidores. Le presentan a uno
que le debe diez mil talentos. El talento era la unidad fundamental de peso e indicaba un peso
determinado de dinero: comprendía sesenta minas o seis mil dracmas áticas, equivalente al
denario, y éste era el importe de un día de trabajo de un jornalero (Mt 20,8). De aquí que la
deuda de diez mil talentos era equivalente a sesenta millones de denarios o de jornadas de
trabajo; lo que orienta el valor real de la deuda y su contraste con los cien denarios que
presentará la segunda escena. La deuda era fabulosa, imposible de poder ser pagada.
Al no poderla pagar, "el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y
todas sus posesiones, y que pagara así". Ante las súplicas del empleado, le perdonó la deuda; el
amo fue mucho más allá de lo pedido.
Al salir de la presencia del amo y contento con lo que había logrado, se encontró con un
compañero que le debía cien denarios, y se repite la escena anterior. Pero ahora todo es inútil.
122
Su actitud despiadada retrata la ruindad del corazón humano cuando se cierra en su
egoísmo.
Los compañeros, que sabían lo que había sucedido en las dos ocasiones, fueron a contarle al
rey el incidente que habían presenciado. El rey le manda llamar y le retira el perdón: pagará
hasta el último céntimo. Pero ¿cómo y cuándo? Y le indica el motivo por el que debía haber
tenido compasión de su compañero: el perdón que él había recibido. ¡Qué fácil nos lo pone
Dios y qué difícil lo hacemos nosotros!
Hemos de perdonar porque Dios nos perdona y como Dios nos perdona. Es una enseñanza
tan capital para los cristianos, que está incluida como una de las peticiones del padrenuestro. La
deuda que todos nosotros hemos contraído con Dios es infinitamente superior a la deuda de los
demás con nosotros. ¿Cuánto pagaríamos por la vida, por la vista, por el oído... si estuviéramos en
peligro de perderlos y pudiéramos hacerlo? Sin olvidar el mal que hacemos y el bien que
omitimos... Nuestra deuda con Dios supera esos "diez mil talentos". ¿Cuánto nos debemos
unos a otros? ¿Nos atreveremos a pedirle a Dios que nos perdone sin perdonar nosotros siempre a
los demás?...
Dios, para perdonamos, no nos pide más que perdonemos también nosotros siempre a
todos y todo lo que nos hagan. ¿Lo haremos?
En los últimos siglos, la confesión sacramental y toda la catequesis y pastoral se ha centrado
en el hecho de ser perdonados por Dios, en la acusación privada, en el temor al castigo..., a la
vez que iba perdiendo su dimensión comunitaria, hasta el punto de quedar tranquilos después
de una absolución sacramental, aunque las relaciones con el prójimo siguieran igual de mal que
antes.
¿Con quién tenemos los conflictos, los problemas, a lo largo del día: con Dios o con el
prójimo? ¿Con quién reñimos y nos enfrentamos, a quién tratamos mal o despreciamos...? Si
nuestros conflictos son con las demás personas, con ellas debemos arreglarnos y reconciliarnos.
El sacramento del perdón, que debe tener una estructura fundamentalmente comunitaria,
debe ser la celebración del reencuentro y de la reconciliación con los hermanos, y con Dios a
través de ellos.
123
El poder de la fe y el cumplimiento del deber
Los apóstoles le pidieron al Señor:
-Auméntanos la fe.
El Señor contestó:
-Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera:
"Arráncate de raíz y plántate en el mar", y os obedecería.
Suponed que un criado vuestro trabaja como labrador o como pastor; cuando
vuelve del campo, ¿quién de vosotros le dice: "En seguida, ven y ponte a la
mesa"?
¿No le diréis: "Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo; y
después comerás y beberás tú"? ¿Tenéis que estar agradecidos al criado porque ha
hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: cuando hayáis hecho todo lo mandado,
decid: "Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer".
(Lc 17,5-10)
1. El silencio de Dios
En nuestra sociedad ya no está de moda ser cristiano, afortunadamente. Lo que ya no es
afortunado es que en ella se valoren, casi exclusivamente, la eficacia y la técnica o la búsqueda
del máximo placer posible con el mínimo compromiso. Es una sociedad que se desentiende
de hacerse más fraternal y justa; que se desentiende de los más necesitados y oprimidos.
En ella, cada uno mira para sí mismo. Y, con frecuencia, los que más trabajan por la
justicia, la fraternidad... -valores del reino de Dios-, lo hacen desde ideologías y
creencias al margen del cristianismo; a la vez que nos acusan a los cristianos de no trabajar
de verdad por aquello que afirmamos pero no practicamos. En un mundo así es difícil vivir la
fe.
Por otra parte, la iglesia oficial no acaba de decidirse por el evangelio sin rebajas. Parece
que teme las consecuencias, perder el protagonismo y el poder de los "fuertes". Son muchas las
voces que se levantan contra ella cuando intenta defender a los privilegiados del reino: los pobres.
Y se refugia en la diplomacia y en los pactos, pensando que por ahí logrará su propósito. Y lo
que está logrando es el desprestigio ante los hombres de buena voluntad.
Nuestra misma actuación personal está regida por otros valores distintos a los de Jesús. Lo
mismo nuestra vida familiar, profesional y social... Parece como si estuviéramos perdiendo la fe en
la vida, en las personas y en Dios. Los contratiempos de cada día nos van desgastando y
endureciendo. Apenas encontramos algo que nos motive.
Mientras tanto, Dios está callado. Por más que le pidamos, por más gritos de injusticia
que se eleven hasta él, Dios calla. ¡Qué extraña manera de gobernar el mundo! Porque entre los
que sufren hay muchos niños e inocentes... ¿Por qué lo soporta Dios? ¿Es que no le importa?
¿Por qué tanto mal ante el que nos sentimos impotentes?...
124
El silencio de Dios nos desespera, nos pone nerviosos. A muchos les lleva a negar su
existencia. Si Dios existe, debería oír el grito ininterrumpido de los oprimidos y ver la injusticia
que nos rodea por todas partes.
El silencio de Dios nos tortura. Pero no tanto porque no hable cuanto porque nos
enfrenta a nosotros mismos, a nuestras responsabilidades ante las injusticias, para que
digamos nosotros esa palabra que estamos esperando de Dios. El silencio de Dios nos obliga a
hablar, a actuar a nosotros. Lo que Dios podría remediar con su palabra es labor del hombre,
en cuyas manos Dios ha puesto la historia y su destino.
Para aceptar el silencio de Dios y trabajar por llevar adelante su reino hace falta una gran
fe. El silencio de Dios nos enfrenta a nosotros mismos y supone un gran respeto a la
responsabilidad dada al hombre sobre el mundo. El silencio de Dios es la libertad de los
hombres. El silencio de Dios deja de ser escandaloso cuando hay un testimonio de creyente.
Dios habla en la medida en que los hombres nos comprometemos. Dios está mudo porque
nosotros no pronunciamos ninguna palabra significativa.
Cristo es la palabra de Dios. Nosotros la proclamamos en el mundo cuando imitamos su vida.
Siguiéndole, vamos llenando la historia de palabras llenas de sentido. Porque la historia, aunque
realizada bajo el impulso del Espíritu, es obra nuestra. Dios no es mudo; los que permanecemos
mudos, por temor a pronunciar una palabra comprometida, somos nosotros.
2. "Auméntanos la fe"
Los apóstoles han comprendido que a su fe hay que añadirle fe si quieren ser fieles a lo que
exige Jesús. Reconocen que tienen fe, pero comprenden que no es suficiente y que esta fe es un don.
No se trata de aumentar cantidades, sino de acoger con disponibilidad el don que el Padre ha
sembrado en nosotros para que lleguemos a dar el fruto que debemos. Es aceptar con nuestra
vida el misterio del Dios que se revela en Jesús, valorar lo que él valora y como él lo valora,
traduciéndolo en una conducta consecuente. Esta petición de los apóstoles nos sitúa en el centro
de toda la oración cristiana.
Pedirle a Jesús que nos aumente la fe es pedirle algo muy serio y arriesgado. No es pedirle
capacidad para aceptar intelectualmente algo que no alcanzamos a entender y que afirmamos
como revelado por Dios. Es pedirle capacidad de acción revolucionaria y liberadora que no deje
las cosas como están; una acción que tenía entonces como riesgo la cruz, en la que se ajusticiaba a los zelotes.
Todos los cristianos deberíamos hacer nuestra esta petición de los apóstoles, porque
aguardamos de Jesús la fuerza necesaria para cumplir lo que nos pide, porque es el don
fundamental de Dios sobre el que descansan los demás dones.
125
"Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: ‘Arráncate de raíz y
plántate en el mar', y os obedecería".
Parece que Jesús no responde exactamente a la petición de sus discípulos. Aprovecha, más
bien, la ocasión para expresar la eficacia de la fe, de la verdadera fe, capaz de obtenerlo todo
de Dios. ¿Obtenerlo todo? Es lo que, sin duda, expresa la comparación. Marcos (11,23) y Mateo
(17,20; 21,21) hablan de desplazamiento de una montaña; Lucas ha preferido pensar en una
morera.
La fe es más poderosa, tiene más valor y consistencia que todas las realidades físicas -el
árbol, la montaña, el río...-.La fe llega hasta el fondo de Dios y de los hombres, a ese fondo de
Jesús en el que todo se sustenta. La fe hace partícipes de la vida del Dios que todo lo puede, del
Dios que no tiene límites en su amor.
La fe es una inmensa fuerza que permite vencerlo todo, superar lo que parece imposible. Es
una convicción que nos hace decir: "A pesar de todo seguimos adelante". Nos hace preguntarnos
por un porqué último, final, absoluto.
La fe nos da el convencimiento de que en la lucha por la transformación del mundo el
mal puede ser arrancado de raíz. Es el poder que vence al mundo (Jn 16,33; 1 Jn 5,4). Es esa
tozuda confianza en la promesa de un Dios que está empeñado en hacer nuevas y de nuevo
todas las cosas (Ap 21,1-7).
La fe es una manera nueva de vivir en el mundo y por el mundo. Es realista: sabe lo
que ocurre en el mundo y el porqué; empuja a solucionar las situaciones de injusticia. Nos lleva a
liberarnos de la reflexión y el pensamiento para trascender a Dios. Nos mantiene en la vertiente
verdadera de las cosas y de las personas: en la vertiente de Dios. Es una fuerza interior que nos
empuja y nos hace capaces de afrontar las dificultades de la vida.
La fe no es sólo creer que Dios existe: también lo creen los demonios (Sant 2,19). Es mucho
más: es fiarse, esperar, caminar por donde Jesús caminó guiados por su palabra. Fiarse, esperar,
caminar... sabiendo desde lo más profundo de nosotros mismos que, si creemos, no es porque
nosotros lo hayamos logrado con nuestro trabajo, sino porque el Padre nos ha llamado y nos
ha dado su mano, nos ha hecho descubrir que todo esto merecía la pena.
Esta fe crece en la noche, en las tinieblas, en las dificultades.
Estas palabras de Jesús han sido interpretadas con frecuencia desde una perspectiva
milagrera, cercana a la magia, como si los problemas se resolvieran con sólo pedírselo a Dios. ¿No
es ésta la mentalidad en que se mueven la mayoría de los cristianos? ¿Qué objeto tienen esos
novenarios infalibles, los santuarios famosos, las devociones mágicas...?
La fe nos obliga a una opción. Una opción que tiene algunas características: se da en el
corazón y arrebata a toda la persona, que tiene la sensación de haber nacido de nuevo (Jn 3,3-8); es
una orientación interior, permanente y global de la vida: todo lo que somos y tenemos se coloca
en una sola dirección; se da cuando somos capaces de arriesgarlo todo..., cuando nos decidimos
126
por la vida, a pesar de experimentar que la estamos perdiendo (Mt 16,25); cuando nos
situamos a favor de la luz, a pesar de seguir en tinieblas; cuando confiamos en la acogida de
Dios, sin saber si nos acoge o no; cuando arriesgamos lo que tenemos seguro por lo que esperamos... ¿No conocemos personas que tienen una nueva sensibilidad, una visión distinta de los
acontecimientos y de las cosas, otra mentalidad, otros valores?
La fe nos concede la sabiduría de la vida, nos permite mirar la realidad desde su verdadera
vertiente: la de Dios.
¿Es ésta nuestra opción? ¿Son nuestros esquemas de valores los del mundo? ¿Cuál es la
dirección fundamental de nuestras vidas? ¿Cuáles son nuestras preocupaciones? ¿Qué
esperamos? ...
La fe nos libera de ataduras sociales, de preceptos, de clases... El que opta por ella descubre
que el cristianismo es fácil (Mt 11,28-30). Este es uno de los prodigios del evangelio. Los que
buscan la facilidad sienten su peso.
3. Todo es don de Dios
Los doctores de la ley entre los fariseos concebían la relación entre Dios y los hombres como
una relación de prestación por prestación. Si se cumple la ley, si se hace lo que Dios tiene mandado, nos debe recompensa.
También hoy muchos piensan que Dios tiene con nosotros la obligación de premiar nuestras
buenas obras; que tiene sobre nosotros unos derechos por los que nos puede imponer unos
mandatos, y que, si los cumplimos, mereceremos recibir la recompensa. Conciben la ley como
una imposición; suponen que el premio corresponde a las obras realizadas, por lo que pueden
exigirle a Dios la "paga".
Para desterrar esta idea farisea de los propios méritos y de un Dios obligado a
corresponder, Jesús propone la parábola del criado que, obedeciendo al amo, no hacía más
que cumplir con su deber. El criado es criado y tiene que hacer lo que se le mande. Jesús no se
pronuncia sobre esta situación social, tan irritante para nuestro modo de pensar; la toma
únicamente como ejemplo para explicarnos nuestras relaciones con Dios.
Parece que en nuestra sociedad el cumplimiento del deber tiene mala prensa. La mayor parte
de las personas ven en él exclusivamente su lado duro, severo. Pero el deber es como un espejo:
presenta el rostro de quien lo mira. Al que lo observa ceñudo, el deber se le presenta como una
carga difícil de soportar. A quien lo considera amigablemente, porque lo lleva en el corazón,
casi no se hace sentir.
Llegaremos a entablar relaciones amistosas con el propio deber si conseguimos ahondar en
su significado, aceptándolo como lo que es: el camino para realizarnos como personas y
colaborar a mejorar el mundo; el camino para pagar la deuda contraída con la vida por el hecho
127
de haber nacido, siendo fiel a esa vida. Decía Tagore que la vida la merecemos dándola. Todo lo
que somos y tenemos lo hemos recibido (1 Cor 4,7). Si no nos sentimos deudores, estaremos
siempre alegando sólo derechos, pretensiones; no sentiremos el deber de corresponder. Quien
no ama el deber no posee el sentido de la grandeza y del valor de la vida y vivirá perdiendo el
tiempo.
La parábola es clara en un significado global: el criado que hace lo que está estipulado en
su contrato no tiene por qué exigir nada. Simplemente, ha cumplido con su deber.
Es lo que sucede con el hombre de fe: su deber es encontrarle un sentido a la vida y ser fiel a
ese sentido. Ya es suficiente premio vivir de esa manera: tener a Dios como punto de referencia
para mirar de frente la propia vida; cuestionarse desde la fidelidad a sí mismo todas las cosas;
construir lenta y trabajosamente un modelo de hombre que viva en la libertad interior y en
el amor... Porque tener fe es aprender a vivir con total intensidad, con gozo sereno, con la
experiencia humilde de sentirse hombre, sin envanecerse por ello porque está haciendo lo que
debe: vivir como persona verdadera aquí y ahora.
Cuando ya no podamos más por el cansancio, cuando nos hayamos dado del todo, cuando
hayamos agotado todos los recursos..., podremos presentarnos tranquilamente ante el Padre y
decirle: ¡Gracias! Porque lo único que hemos hecho ha sido corresponder a un amor que nos lo
ha dado todo, ser agradecidos y dejarnos llevar por la corriente de vida que nos rodea por
todas partes y que el Padre nos ofrece gratuitamente. Sentir la alegría de reconocer que no
somos más que "unos pobres siervos", sin ningún mérito; porque en las cuentas del amor del
Padre no existen las reclamaciones por méritos: sólo hay vida compartida, esperanza compartida, libertad infinitamente compartida...
Vivir en los otros y con los otros, con todos los otros en el Otro, ¿será la felicidad, la vida
verdadera? Creo que por ahí va. Ante esto, ¿cómo reclamar algo?
Para interpretar rectamente estas ideas debemos situarnos en el contexto de una verdadera
amistad, de una confianza profunda y auténtica: amigo es el que ayuda al otro sin hablar de
premio o recompensa. El amigo no necesita leyes ni mandatos; sabe qué es lo que agrada al
amigo y lo realiza porque cree que merece la pena hacerlo.
Esa es la actitud que debemos tener ante Dios. Descubrimos su voluntad y la cumplimos. No
importa en principio el premio. Sabemos que Dios no está obligado a nada. Sin embargo, porque
es amigo, sabemos que se preocupa de nosotros y que podemos confiar en su ayuda. Es un amigo que
nos quiere mucho más de lo que nosotros podamos imaginar. Por eso estamos seguros en sus manos,
que siempre son mucho mejores que las nuestras. No sabemos lo que nos dará, pero tenemos una
inmensa confianza en que siempre será mucho más que todo lo que hubiéramos soñado (1 Cor
2,9).
Esto no significa que las buenas obras sean inútiles y no sirvan para nada, sino que la
recompensa siempre debe ser esperada y recibida como un don de la bondad del Padre.
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Jesús sostiene sin miramientos los derechos de Dios, aunque a primera vista rebaje casi hasta la
nada al hombre. Aparentemente, porque coloca las relaciones entre ambos a un nivel muy superior: el de la amistad.
La traducción que se ha hecho con frecuencia de "siervos inútiles" no es del todo precisa. Los
discípulos no son inútiles nunca. Dios se sirve de ellos -de nosotros- para su obra.
Nos enseña el trabajo generoso y abnegado por el reino, sin exigencias personales, puesto que
todo es un don de Dios. El apóstol, el siervo, "comerá y beberá después", tendrá una recompensa
escatológica, fruto de la esplendidez de Dios.
129
Curación de diez leprosos
Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Cuando iba a
entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a
gritos le decían:
-Jesús, maestro, ten compasión de nosotros. Al verlos, les dijo:
-Id a presentaros a los sacerdotes.
Y mientras iban de camino quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba
curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos, y se echó por tierra a los pies
de Jesús, dándole gracias.
Este era un samaritano.
Jesús tomó la palabra y dijo:
-¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto
más que este extranjero para dar gloria a Dios?
Y le dijo:
-Levántate, vete; tu fe te ha salvado.
(Lc 17,11-19)
1. Lo humano y lo cristiano
Estamos en la última etapa del camino de Jesús hacia Jerusalén. Su actividad anterior la ha
realizado en el ámbito de Galilea, con muy pocos cruces de frontera. La inestable vida errante es
relevada por el camino resuelto hacia Jerusalén. Pronto llegará a Judea, que ya no abandonará
hasta su muerte. Con el nombre de Judea resuena lo crítico y decisivo.
También en este pasaje el centro es la fe, la gratitud para con Dios. Opone el comportamiento
de unos judíos al de un samaritano. Y, como siempre que esto ocurre, el desenlace favorece a
este último. Deberíamos prestar mucha más atención los cristianos a esta constante evangélica y
sacar conclusiones para nuestro ahora.
¿Cómo vamos a descubrir la fe y la gratitud para con Dios si no vivimos y valoramos
ambas en nuestras relaciones humanas? Creer en Dios nos obliga a creer en los hombres; para
ser agradecidos con él es necesario serlo antes con los que nos rodean. ¿Cómo vivir
cristianamente sin vivir hasta el fondo todo lo humano? Quien no vive las realidades más profundas
de su camino humano no podrá vivirlas como realidades del camino cristiano. ¿Cómo entender
y vivir, por ejemplo, la realidad "Dios-amor" si no sabemos vivir de verdad todo lo que hay de
amor en nuestra vida, si no lo valoramos como lo más importante de ella?
Lo que decimos, hacemos o creemos carece de sentido si está desvinculado de nuestra vida
diaria. Y ¿cómo es nuestra vida de cada día? Si nos pudiéramos ver en una pantalla,
objetivamente, es posible que nos viéramos como máquinas vivientes que se saben unas frases,
realizan unas actividades, hacen unos gestos..., siempre los mismos, que vamos repitiendo como
130
si fuera todo lo que se espera de nosotros. No es que no haya más en nuestra vida, pero sí que
esta rutina diaria nos tiene dominados. Y prisioneros de este nivel superficial de nuestra
existencia, apenas nos queda tiempo y libertad para ver y vivir en el nivel más profundo de cada
uno de nosotros, de estas mismas cosas que hacemos, de estas mismas personas que tratamos, de
todo lo que compone nuestra vida. Y es lástima, porque es precisamente en este nivel más
profundo donde se juega lo más importante de la vida humana, lo que caracteriza nuestra vida de
hombres. Y es en este nivel más profundo donde adquiere su valor y sentido todo lo que hacemos. Es fundamental que caigamos en la cuenta de que si somos superficiales, distraídos,
prisioneros de la rutina y de las ocupaciones y preocupaciones más inmediatas, no podremos
progresar en la vida cristiana.
Lucas, siempre preocupado por todos los marginados, nos presenta un milagro de leprosos.
Son signo de los hombres que reciben la gracia salvadora de Dios, que los transforma.
El relato va a constar de cuatro momentos: súplica a Jesús, curación, agradecimiento del
samaritano y su salvación-liberación.
2. Todos quedan curados
Jesús camina hacia Jerusalén. Sólo en función de esta ciudad, donde le espera la muerte,
podemos comprender su camino y su acción, el riesgo y el sentido de todo lo que hace.
"Vinieron a su encuentro diez leprosos". Nueve son judíos y uno samaritano. La
enfermedad y la miseria reúnen a los hombres y les hacen olvidar los odios nacionales. Los
leprosos no podían habitar dentro de las ciudades amuralladas; estaban obligados a vivir solos,
en los descampados (Lev 13,45-46).
La enfermedad les sitúa en posición de búsqueda. ¡Cuántas cosas está dispuesto a hacer un
enfermo para recobrar la salud! ¡Cuántas veces la enfermedad es la única forma de despertar
al hombre de la rutina en que vive muriendo!
A gritos suplican a Jesús que los cure. Lo llaman "maestro", nombre que en Lucas sólo le
han dado hasta ahora los apóstoles. Por sí mismos los enfermos no pueden hacer más que gritar
pidiendo auxilio. En su petición está implícito el grito de todos los hombres que descubren sus
límites y llaman a la puerta del misterio en busca de socorro. Los leprosos gritan a Jesús. Han
oído hablar de sus milagros y le salen al encuentro. Parece que no han oído nada sobre el valor
liberador de su doctrina, si nos atenemos a su reacción posterior.
Jesús les manda al sacerdote, al representante de la sociedad, para que testifique oficialmente
la curación -único que podía hacerlo- y puedan volver a formar parte del pueblo.
Mientras iban al encuentro de los sacerdotes se produce el milagro externo: todos quedan
curados. Los nueve judíos siguieron su camino hacia los sacerdotes, como si nada especial hubiera
pasado por sus vidas; aceptan el prodigio con naturalidad y se muestran dispuestos a
131
integrarse, sin más, en la vida humana y religiosa de Israel, su pueblo. La curación no les aporta
nada nuevo, porque vuelven a ser lo que ya antes habían sido. Se acercaron a Jesús solamente
para la curación física y la habían conseguido. Ahora se reintegrarían a sus respectivas
comunidades judaicas, y su curación sería una anécdota más de la vida. Su encuentro con
Jesús no ha sido más que un episodio superficial y pasajero. Es la reacción de los "hijos
fieles".
3. Sólo uno llega al fondo de lo sucedido
El décimo leproso -samaritano, extranjero y herético-, al sentirse curado de la lepra que lo
tenía apartado de la sociedad, volvió a Jesús para darle las gracias. Lo hace "alabando a Dios a
grandes gritos y echándose por tierra a los pies de Jesús". Sólo uno sabe descubrir el fondo de lo
sucedido. Los otros han quedado prisioneros de las normas establecidas. Sólo uno acierta a sentir
que hay algo más importante que las normas y los ritos: dar gracias. Ha encontrado en Jesús algo
decisivo, verdaderamente liberador, y ha vuelto para darle las gracias y ponerse a su servicio. Ya
iría después a los sacerdotes para poder reintegrarse a la sociedad.
Sólo uno intuyó en su curación el amor del Padre que le llamaba a una plenitud de vida, a
no quedarse en el signo externo. Y actuó en consecuencia. Sólo uno tuvo la capacidad de
sorpresa necesaria para encaminarse hacia Jesús. Los evangelistas tienen un constante interés en
poner de manifiesto la actitud creyente de aquellos de quienes nadie esperaría nada.
Los nueve judíos no saben dar gracias a Jesús porque tampoco sabían hacerlo en la vida
ordinaria. Como eran judíos, miembros del pueblo elegido, creerían que tenían derecho a esa
curación, por lo que no tenían nada que agradecer. Están encadenados a sus prescripciones. No
saben reconocer la propia pobreza ante el don de Dios ni tener la mínima actitud de
agradecimiento. Decididamente, el evangelio quiere convencernos de que la verdadera fe y el
correspondiente amor no suelen florecer donde uno podría esperar.
Jesús parece que confiaba en que todos volverían a dar "gloria a Dios" por él. Una "gloria"
que no significa decir "Señor, Señor", sino descubrir, reconocer, agradecer, vivir de su presencia
en nosotros; vivir en comunión con el Dios que nos ha manifestado Jesús.
Dios no espera de nosotros agradecimientos a la manera paternalista de los llamados
bienhechores. El agradecimiento que él espera es nuestra estima, nuestro abrirnos a la sorpresa,
a la novedad, a la alegría, a la alabanza, a la celebración de sus prodigios cada día. Sin
palabras. Como el niño que dice gracias saltando de alegría mientras abre el regalo.
Llama poderosamente la atención que los que más cerca se creen de Dios son los más ciegos a la
hora de ver lo nuevo de su mensaje y los más reacios a llegar a un verdadero cambio de vida. Lo
más normal es que vivan en la rutina religiosa en la que se muere el espíritu, muere la búsqueda y
cesa todo crecimiento. Detrás de las formas y de las fachadas religiosas es frecuentísimo descubrir
132
un vacío que va causando la muerte de una fe comprometida verdaderamente con el reino de
Dios. Aunque parezca contradictorio, la rutina y la superficialidad tienen una maligna
predilección por los que más se ufanan de su vida religiosa o cristiana. Los obispos, los sacerdotes,
los religiosos y religiosas, los laicos piadosos..., difícilmente podemos evitar ese sopor religioso
que nos va invalidando como personas de fe. Rodeados de palabras, rezos, reuniones, cantos,
sacramentos, cursillos, técnicas..., perdemos de vista lo fundamental: el constante retorno a
Jesús, a su evangelio, el ahondar cada día en nosotros mismos, en purificar nuestras actitudes...
No hace falta demasiada imaginación para darnos cuenta de que esos nueve leprosos reflejan
a la perfección el estilo religioso de nuestros países llamados cristianos y de muchas de nuestras
instituciones religiosas y apostólicas. Es tan enorme la superficialidad y la falta de compromiso,
que ya nada mueve nuestra atención, nada es vivido en profundidad, nada nos empuja a una renovación. Somos capaces de recibirlo todo y de hacerlo todo con una plena indiferencia. Hemos
logrado tener un cristianismo perfectamente cosifícado y codificado: todo se hace según tradiciones estipuladas, pensadas y dirigidas desde arriba, ejecutadas mecánicamente, como si el solo
hecho de hacer cosas piadosas o de recibir sacramentos fuese suficiente para crecer y madurar
en la fe; como si no quedara lugar para el esfuerzo e iniciativa personales, para la revisión o la
crítica.
4. Comprendió que su vida no podía ser la misma de antes
"Levántate, vete; tu fe te ha salvado". ¿En qué manifestó fe el samaritano? En que, al
encontrarse curado de forma inesperada, fue capaz de interpretarlo como un gesto de Dios. Y si
el acontecimiento era una acción de Dios, su autor inmediato tenía que ser por fuerza un enviado
suyo. Y comprendió que su vida no podía ser ya la misma de antes. Se convirtió en creyente: el
don recibido de Dios lo transformó en una forma nueva de existencia. Se introdujo
voluntariamente en el campo del don de Dios que Jesús le había ofrecido, por lo que el milagro
se pudo realizar en él de una forma plena y total. Lo que había comenzado siendo una curación
física se convirtió en "salvación" definitiva. La salvación para un enfermo empieza en la
curación; es verdadera salvación cuando se encuentra en ella a Dios, ya que su presencia le da
infinitud.
La fe para Jesús no significa cumplir unas normas religiosas, sino vivir abierto a la acción
de Dios en nuestra vida. Es decir, vivir en el nivel profundo de nuestra vida, en todo lo que hay
de Dios en ella: amor, verdad, gratitud...
La fe es un acto existencial que integra a todo el hombre. Arranca de la gracia divina y
de la libertad humana. Es un don de Dios y decisión del hombre. La fe, vista desde Dios, es
gracia que crea permanentemente la libertad humana. La fe, vista desde el hombre, es libertad que
se entrega. La fe es acción directa, inmediata y total de Dios, que crea permanentemente la
133
libertad del hombre, y, al mismo tiempo, es acción directa, inmediata y total del hombre, que
acoge el amor de Dios en su corazón y le corresponde con la autodonación, con la entrega, con la
ofrenda de su vida.
Dios y el hombre no están en el mismo plano. Dios constituye el hombre en su consistencia
propia, en su autonomía y en su libertad. El hombre decide libre y autónomamente.
La fe es confianza en Dios, adhesión intelectual a la verdad, al bien; ofrenda y entrega a Dios,
decisión y compromiso, amor.
Existir cristianamente es vivir desde Dios y para Dios, desde Jesús y para Jesús, desde los
otros y para los otros.
La fe es descubrir a Dios siempre presente y activo en nuestra vida, en nosotros y con nosotros,
no con un poder arbitrario e imprevisible, sino con amor y comunión.
De esta fe surge una actitud de alabanza, de gratitud, de no querer reconocer ningún otro Dios,
ningún otro ídolo, ningún otro absoluto.
En este texto evangélico late una esperanza para nuestro cristianismo rutinario y sin fuerza
de convocación: si los que se dicen -nos decimos- amigos de Dios y creyentes terminamos por
sumirnos en una vida vulgar, la palabra de Dios siempre encontrará destinatarios que estén
dispuestos a entregarle la vida. Son esos "leprosos" -incluso ateos y agnósticos-, gente
humilde y marginada social y culturalmente, los que quizá mantengan despierto el espíritu de
Jesús, al margen de la iglesia en muchas ocasiones. Países africanos y latinoamericanos,
principalmente, están dando hoy una respuesta lúcida a este pasaje.
Para vivir en plenitud no basta con conocer nuestras dificultades y defectos; ni basta con
vernos libres momentáneamente de ellos. Es imprescindible que acertemos con el verdadero
enfoque de la vida. De otra forma, pronto se terminan los buenos propósitos y nos volvemos a
encontrar desengañados y sin ánimos para nada.
Vemos cómo todos los leprosos fueron conscientes de su mal y se sintieron curados. Pero ¿de
qué les servirá a los nueve judíos si no han descubierto lo más importante: el sentido de la vida?
Volverán a la rutina de cada día...
Nadie se convencerá de nuestra curación hasta que ésta sea más contagiosa que nuestra
enfermedad.
Este texto nos tiene que ayudar a nosotros para que recordemos una vez más cuáles son las
cosas más importantes, tanto en nuestra vida de cada día en la relación con los demás como en
nuestra vida de fe, de relación con Jesús y con Dios.
Porque nos puede ocurrir que creamos que lo importante es hacer lo que tenemos que hacer,
como los nueve leprosos judíos. Hemos de ser conscientes de que el amor se demuestra con algo
más que cumpliendo el deber. Si lo único que nos preocupa es hacer lo que debemos y cumplir
con nuestras obligaciones, nuestra vida estará lejos de lo que Dios quiere.
134
Lo que valora Jesús es que hagamos con amor lo que tenemos que hacer; que sepamos ser
agradecidos, amables, solidarios; que ayudemos a construir, en cada momento y en cada
situación, esta vida feliz que Dios quiere para todos. Porque si somos muy cumplidores, pero
somos incapaces de decir una palabra de ánimo al que tenemos al lado cuando está triste, ¿de
qué nos sirve tanto cumplimiento del deber?
De los diez leprosos, nueve hicieron lo que tenían que hacer. Pero Jesús sólo alabó al que
volvió a dar las gracias.
El hombre religioso sabe que nada de cuanto posee es merecido; ni siquiera sus pensamientos y
palabras. Sabe que su vida no es suya por méritos propios, por lo que nunca exige nada para sí.
No andemos distraídos ante el milagro de la vida, ante las sorpresas de los acontecimientos
cotidianos. Busquemos las huellas del paso de Dios a través de los hechos más ordinarios. No
demos por sabido todo lo que se nos ofrece, aunque lo hayamos oído mil veces. Aprendamos a
descubrir las "improvisaciones" de Dios aun en sus dones más frecuentes. Y permanezcamos siempre en actitud de agradecimiento.
135
La mujer adúltera
Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el
templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba.
Los letrados y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio y,
colocándola en medio, le dijeron:
-Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de
Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?
Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús,
inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle, se
incorporó y les dijo:
-El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra.
E inclinándose otra vez, siguió escribiendo.
Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos,
hasta el último.
Y quedó solo Jesús y la mujer en medio, de pie. Jesús se incorporó y le
preguntó:
-Mujer, ¿dónde están tus acusadores?, ¿ninguno te ha condenado?
Ella contestó:
-Ninguno, Señor.
Jesús dijo:
-Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más.
(Jn 8,1-11)
1. En la fiesta de los campamentos
Este pasaje no perteneció originariamente al evangelio de Juan. Falta en los más antiguos
manuscritos griegos. Su estilo literario y la forma de presentar los signos el cuarto evangelio
difieren profundamente. Esta escena encaja perfectamente en el estilo de Lucas, el evangelista que
más resalta la misericordia de Jesús para con los pecadores.
Aunque la autenticidad de Juan sea discutida, no lo es su historicidad, como tampoco su
canonicidad ni su inspiración: pertenecía al texto de la Vulgata cuando el concilio de Trento
elaboró el decreto "Sacrosancta" sobre los libros inspirados de la Sagrada Escritura.
Es una joya de la literatura evangélica. En pocas líneas nos da una enseñanza extraordinaria,
partiendo de un caso concreto: Jesús ama y busca el bien de todos los hombres y está en contra de
los violentos y condenadores de los demás, en contra de tantos "jueces" del prójimo incapaces
de reconocer el más mínimo pecado en ellos mismos.
Jesús tenía la costumbre de retirarse, cuando estaba en Jerusalén, a pasar la noche "al
monte de los Olivos" (Mt 24,3; 26,30 y paralelos), y sobre todo pernoctaba en Getsemaní (Jn
18,1-2). Los días los pasaba en el templo, ocupado en enseñar al pueblo, especialmente los
últimos días de su vida (Lc 21,37).
136
Muy de mañana volvió al templo para aprovechar la afluencia de peregrinos y enseñar. Su
auditorio era muy numeroso: "Todo el pueblo acudía a él". Es posible que este hecho tuviera lugar
el día octavo de la fiesta de los campamentos.
2. La acusación
Mientras, sentado, enseñaba al pueblo, pasan por allí en tropel unos letrados y fariseos llevando
a una mujer sorprendida en adulterio. Al ver a Jesús no quieren dejar pasar la ocasión para
comprometerle, proponiéndole un caso espinoso. Parece que se dirigían al tribunal para juzgarla,
aunque también es posible que se la llevaran a propósito para comprometerle en su resolución y
poder acusarlo. Es un grupo que aprovecha todas las ocasiones para expresarle su animosidad.
No dicen que ellos hayan sido testigos. Pero nadie duda que sea verdad el delito del que la
acusan. Le recuerdan lo que dice Moisés: debe ser apedreada. La ley condenaba a la pareja a la
pena de muerte cuando el delito de adulterio se cometía con una mujer casada, pero no precisaba
la forma de ejecutarla (Lev 20,10; Dt 22,22). Pero si la adúltera era una virgen prometida en esponsales, la ley prescribía la lapidación para ambos (Dt 22,23-24).Como la única pena bien determinada
en la ley mosaica para el adulterio era la lapidación, era ésta la pena que solía aplicarse. Más tarde,
los rabinos establecieron que, en los casos en que la ley no determinara el género de suplicio, la
pena de muerte se debía aplicar por estrangulación, menos terrible que la lapidación. En
tiempos de Jesús muchos no compartían la dureza de esta ley, pero no había sido derogada,
por lo que seguía en vigor. Los acusadores hacen suya la ley en todo su rigor.
La actitud de acusar y condenar es fruto de considerarse superiores y mejores que los demás;
limpios de toda culpa ante Dios y ante los hombres.
El celo que muestran por el cumplimiento de lo ordenado por Moisés era una máscara. La
intención inconfesable, el motivo oculto, era comprometer a Jesús, ponerle en un verdadero
aprieto, denunciarle. La encerrona era perfecta. Era lógico invitar a un hombre que se
presentaba como maestro y con ideas propias, incluso sobre la ley, a que se pronunciara en un
caso tan complejo. Los letrados y los fariseos tenían todas las de ganar. Si Jesús se inclinaba a
favor de la ley, su fama de hombre compasivo y misericordioso desaparecería y, además,
podrían denunciarlo a la administración romana, ya que bajo su dominio los judíos habían
perdido el derecho a aplicar la pena de muerte (Jn 18,31). Un pronunciamiento a favor de la ley
hubiera comprometido seriamente a Jesús con las autoridades del imperio por interferirse en sus
asuntos. Podría haber sido detenido por los invasores. En el caso contrario, que se hubiera
pronunciado en contra de la ley mosaica, su situación era aún peor -considerada desde su
misión-: quedaría más patente su predicación sobre la misericordia que tanto gustaba al
pueblo y tan aborrecida era por los dirigentes religiosos. Pero ¿con qué derecho -le
objetarían- exponía la ley un hombre que se pronunciaba en contra de sus mandatos?, ¿cómo
137
podía ser un hombre así el Mesías esperado?, ¿quién le había nombrado maestro? Y le hubieran
denunciado al sanedrín. La trampa estaba bien tendida; se notaba que los estudios que hacían
en las escuelas rabínicas servían para algo...
3. Respuesta de Jesús
Jesús se inclinó hacia el suelo y escribía en la tierra. Se ha especulado mucho sobre el
contenido de lo escrito. San Jerónimo pensaba que eran los pecados de los acusadores. Pero es
una cuestión sin importancia. Quizá no fue más que un gesto para indicar que no quería tratar
con aquella gente, o expresión de su estado reflexivo para poder dar una respuesta pausada y
pensada, consciente de la celada que le tendían. La prueba de ello es que ninguno se inclinó
para leer lo que él escribía.
Ante la insistencia de los acusadores, da una respuesta que, aun reconociendo la culpabilidad de
la mujer y la veracidad de la ley que invocan, les niega la competencia para erigirse en jueces. Se
niega a pronunciar una sentencia condenatoria, dándoles una doble lección de justicia y de
misericordia. Condena ese falso celo de obligar al cumplimiento de unas normas a los demás,
mientras ellos no las cumplen. El hombre pecador -¿quién no lo es?- que se atreve a condenar
a su prójimo es un espectáculo de falta de conciencia repugnante. ¡Qué frecuente es, qué
cotidiano!
Es cierto que Moisés mandó apedrear a los adúlteros. Cuando se pone una ley al lado de un
pecado concreto, la sentencia adquiere un rigor matemático. Pero las cosas cambian cuando al
lado de la ley se coloca a una persona concreta. Esta sustitución no solemos hacerla los hombres.
Es complicado. ¿Dónde iríamos a parar? ¡Así nos va! Por eso las manos están siempre deseosas de
lanzar las piedras, ¡no sobre el pecado, sino sobre el pecador!
"El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra". La ley penal hebrea exigía que, llegado el
momento de la lapidación, el principal testigo de cargo arrojara la primera piedra sobre el condenado (Dt 13,10; 17,7). Jesús pretende con sus palabras ir en contra de los que se erigen en
protectores de la ley, sin preocuparse por ser los primeros en responder a sus exigencias; en
contra de una sociedad que practica una doble moral, con el agravante de condenar únicamente
los pecados y delitos de los débiles y oprimidos. Los delitos de los "fuertes" son de "guante
blanco" y muchas veces se llaman "negocios" o son realizados en nombre del "honor" o del
"servicio a la patria"; no es raro que se premien con condecoraciones. Los delitos de los
"débiles', siempre de menor cuantía, llenan las cárceles...
138
4. Desenlace
El desenlace es inesperado: se van todos; los provocadores desaparecen inmediatamente
cuando se dan cuenta de que también ellos pueden ser acusados de algo. Vieron que lo mejor era
abandonar aquella situación enojosa, ante el riesgo que corrían de quedar abochornados por el
galileo ante la numerosa concurrencia que le estaba escuchando cuando ellos le habían interrumpido.
¿Por qué empezaron a marcharse los más viejos? ¿Porque el más viejo tiene más pecados?,
¿o porque son más prudentes y maliciosos y saben, por experiencia, cómo pueden acabar esos
encuentros con Jesús? Su dignidad de dirigentes corre peligro de quedar malparada ante el
pueblo. Y se van masticando rabia; pero se van. La trampa ha sido para ellos. Con su marcha
todos se han reconocido pecadores. Pocas palabras han sido suficientes para darles una gran lección.
Una vez desaparecidos los acusadores, queda Jesús solo con la mujer. Este quedarse ellos solos
no excluye la presencia de la turba que le estaba escuchando cuando le trajeron a la mujer.
Y hecha la lección de justicia contra los acusadores, da ahora la lección de misericordia. Si los
que la acusaban no han podido condenarla, como era su deseo, menos lo hará Jesús, que vino a
dar vida y no a quitarla.
"Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más". Con estas palabras, Jesús
condena claramente el adulterio; lo trata como un verdadero pecado. No podemos llamarnos a
engaño en nuestra permisiva sociedad: las relaciones sexuales deben reunir unas determinadas
condiciones para que sean lícitas. Al mismo tiempo, niega el derecho a condenar al culpable. Le
pide que no peque más, que deje de hacerse daño a sí misma. En sus palabras hay perdón y
confianza en el futuro de la mujer. No le dice que no tenga importancia ser adúltera ni busca
justificaciones a su pecado, sino que le hace comprender, a través del perdón, la posibilidad de
superarlo, la confianza que tiene en que no caerá más en él, en que vivirá en el futuro
plenamente su dignidad de persona humana.
Ya no pecaría más. ¿Cómo iba a tener ganas de pecar en adelante después de aquel encuentro?
Se sentía curada para siempre por aquella mirada que la había salvado de todos; invadida por el
recuerdo de una bondad, de un afecto y delicadeza jamás experimentados. Ya no tendría necesidad
de llenar su vacío de pecados. Su corazón había encontrado el amor y la alegría. Había encontrado
a un tiempo la vergüenza, el perdón, la gracia y el cambio de vida. Había sido suficiente un
gesto de amigo para transformar su existencia. Jesús había logrado aumentar su clientela reclutada entre aquellos a los que la "decencia" de la sociedad había apartado.
Estas palabras de Jesús deberían quedar grabadas a fuego en nuestro corazón, porque nos
muestran la postura que tiene Dios con cada uno de nosotros y la que debemos tener los
creyentes con todas las demás personas. Son palabras que debemos escuchar como dichas a cada
uno de nosotros. Hemos de hacer presente este estilo de Jesús en el mundo que vivimos. El
139
Padre Dios ha establecido unas relaciones basadas en el amor incansable y sin límites y quiere que
los hombres nos relacionemos también desde la comprensión, el amor, la comunicación, la
misericordia... Sólo así trabajaremos de verdad por la nueva humanidad que comenzó Jesús.
Ni es cristiano quien condena al pecador ni quien deja de luchar contra todo mal o lo relativiza. La
postura de Jesús, que debe ser la nuestra, es clara: la defensa y la búsqueda del bien del hombre y
la lucha contra el pecado que lo esclaviza.
Este episodio debería haber sido suficiente para que hubiera desaparecido para siempre de la
boca de un cristiano toda palabra de condena y todo gesto de castigo. Pero no ha sido así. Este bello
texto evangélico no ha logrado hacer desaparecer uno de los oficios más antiguos y más necios del
mundo: la confesión de los pecados ajenos. Es verdad que ahora somos más "civilizados":
hemos sustituido las piedras por el fango. Después de todo, el fango no hace daño como las
piedras; sólo mancha..., aunque vaya a parar a donde menos lo esperamos. Las piedras
hacen sangre; es mejor calumniar, condenar...
Para condenar a los demás es necesario ser ciego y sufrir de amnesia; olvidarnos de nuestra
realidad más indiscutible: el mal -pecado- que habita en nosotros.
Abundantes páginas de la historia de la iglesia constituyen un escalofriante comentario del
precio que ha pagado por el olvido de este pasaje: inquisiciones, cruzadas... Se ha llegado a lo
increíble: a matar en nombre de Dios.
Como nos da miedo quedarnos a solas con nuestros pecados, buscamos la compañía de los
pecados ajenos. Como mis virtudes son muy frágiles, las apuntalo con las culpas, verdaderas o falsas
- ¡ q u é m á s da!-, de los demás...
140
El ciego de nacimiento
Al pasar, Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Y sus discípulos le
preguntaron:
-Maestro, ¿quién pecó: éste o sus padres, para que naciera ciego?
Jesús contestó:
--Ni éste pecó ni sus padres, sino para que se manifiesten en él las obras de
Dios. Mientras es de día tengo que hacer las obras del que me ha enviado: viene
la noche y nadie podrá hacerlas. Mientras estoy , en el mundo, soy la luz del
mundo. Dicho esto, escupió en la tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en
los ojos al ciego, y le dijo:
-Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado). El fue, se lavó, y
volvió con vista. Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna
preguntaban:
-¿No es ése el que se sentaba a pedir?
Unos decían.
-El mismo.
Otros decían:
-No es él, pero se le parece.
El respondía:
-Soy yo.
Y le preguntaban:
-¿Y cómo se te han abierto los ojos?
El contestó.
-Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, me lo untó en los ojos y me dijo
que fuera a Siloé y que me lavase. Entonces fui, me lavé y empecé a ver.
Le preguntaron:
-¿Dónde está él?
Contestó:
-No sé.
Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. (Era sábado el día que
Jesús hizo barro y le abrió los ojos.) También los fariseos le preguntaban cómo
había adquirido la vista.
El les contestó:
-Me puso barro en los ojos, me lavé y veo.
Algunos de los fariseos comentaban:
-Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado.
Otros replicaban:
-¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?
Y estaban divididos. Y volvieron a preguntarle al ciego:
-Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?
El contestó:
-Que es un profeta.
Pero los judíos no se creyeron que aquél había sido ciego y había recibido la
vista hasta que llamaron a sus padres y les preguntaron:
-¿Es éste vuestro hijo, de quien decís vosotros que nació ciego? ¿Cómo es
que ahora ve?
Sus padres contestaron:
141
-Sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego; pero cómo ve ahora, no
lo sabemos nosotros, y quién le ha abierto los ojos, nosotros tampoco lo sabemos.
Preguntádselo a él, que es mayor y puede explicarse.
Sus padres respondieron así porque tenían miedo a los judíos: porque los judíos
ya habían acordado excluir de la sinagoga a quien reconociera a Jesús como Mesías.
Por eso sus padres dijeron: "Ya es mayor, preguntádselo a él".
Llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron:
-Confiésalo ante Dios: nosotros sabemos que ese hombre es un pecador.
Contestó él:
-Si es un pecador, no lo sé; sólo sé que yo era ciego y ahora veo.
Le preguntaron de nuevo:
-¿Qué te hizo?, ¿cómo te abrió los ojos?
Les contestó:
-Os lo he dicho ya y no me habéis hecho caso: ¿para qué queréis oírlo otra
vez?, ¿también vosotros queréis haceros discípulos suyos?
Ellos lo llenaron de improperios y le dijeron:
-Discípulo de ése lo serás tú; nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros
sabemos que a Moisés le habló Dios, pero ése no sabemos de dónde viene.
Replicó él:
-Pues eso es lo raro: que vosotros no sabéis de dónde viene, y, sin embargo, me
ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino al que es
religioso y hace su voluntad. Jamás se oyó decir que nadie le abriera los ojos a un
ciego de nacimiento; si éste no viniera de Dios, no tendría ningún poder.
Le replicaron:
-Empecatado naciste tú de pies a cabeza, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?
Y lo expulsaron. Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo:
-¿Crees tú en el Hijo del hombre?
El contestó:
-¿Y quién es, Señor, para que crea en él?
Jesús le dijo:
-Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es.
El dijo:
-Creo, Señor.
Y se postró ante él.
Dijo Jesús:
-Para un juicio he venido yo a este mundo: para que los que no ven vean y
los que ven se queden ciegos.
Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le preguntaron:
-¿También nosotros estamos ciegos?
Jesús les contestó:
-Si estuvierais ciegos, no tendríais pecado; pero como decís que veis, vuestro
pecado persiste.
(Jn 9,1-41)
1. El camino de la fe
Este relato -paralelo al del paralítico (Jn 5,1-18)- es la explicación del proceso que sigue
la fe o el nacimiento del Espíritu (Jn 3,6), que se explicita en el bautismo. Jesús ha abandonado el templo, ante el intento de algunos de apedrearlo (Jn 8,59), y ha vuelto a la clandestinidad.
Los protagonistas de la escena son Jesús, el ciego, los vecinos, sus padres y los fariseos. Los
diálogos mantenidos entre unos y otros tienden a manifestarnos el simbolismo del signo realizado:
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la curación simboliza la fe; la capacidad de ver a Dios, a los demás, al mundo y a sí mismo como son
en realidad: como lo son para Dios. Porque hay dos clases de ojos o de visión: los que ven la
realidad tal cual es y los que la ven deformada; los que miran las apariencias de las cosas y de
las personas y buscan esas apariencias y los que profundizan en los acontecimientos y sacan
conclusiones... Los primeros son ciegos; los segundos, "videntes", porque saben ir viendo lo que
hay que ver...
La narración es, evidentemente, más teológica que histórica. Fue un texto básico durante varios
siglos en la preparación de los catecúmenos al bautismo, que recibían durante la celebración de la
vigilia pascual. Lo que a primera vista se nos presenta como el desarrollo plástico de un milagro es, en
realidad, la descripción del camino de la fe para llegar a Jesucristo. Camino que va de la ceguera
a la visión. Jesús es luz para el que es consciente de no ver y está dispuesto a ver, aunque sea al
precio de quedarse solo. Como el ciego, al que los padres no defienden y los dirigentes excluyen
de la comunidad.
El texto se mueve en una paradoja: un hombre ciego de nacimiento llega a ver la realidad tal
cual es, y los que están seguros de tener buena vista en realidad están ciegos. Al escribir este relato,
Juan tiene presente el momento histórico que entonces se vivía: hacía pocos años que la sinagoga
había expulsado de su seno a la comunidad cristiana por creer en Jesús, lo que era para él
indicio de ceguera espiritual.
Los hombres somos como ciegos desde el nacimiento. Andamos a tientas, tropezamos en todo.
Hemos construido una sociedad increíble: desigualdades económicas, guerras, muertos de hambre,
analfabetismo, religiosidad de ritos vacíos... Parece que todo son sombras para nosotros: el
sentido de la existencia, el porqué de las cosas, la vida misma... Una nube enorme se interpone
entre la realidad y el mundo que nos hemos fabricado. Vivimos con poca luz desde el nacimiento.
Somos torpísimos para vislumbrar realidades tan importantes como Dios, el prójimo y nosotros
mismos.
Jesús nos invita a nacer de nuevo, a reencontrar la realidad con unos ojos limpios, con una
mirada profunda. Ser cristiano es entrar en una iluminación progresiva, en una amistad cada
vez más profunda con Jesús. Es lo que se nos quiere decir en este pasaje a través de la
experiencia de un hombre ciego de nacimiento: de su curación y de las dificultades que superó
hasta encontrar en Jesús al Mesías.
2. Curación del ciego
"Al pasar, vio Jesús a un hombre ciego de nacimiento". No se señala lugar ni tiempo. El
encuentro pudo suceder en la explanada del templo o en cualquier otro lugar muy frecuentado
por la gente, ya que el ciego tendría que vivir de las limosnas que le dieran. Sucede en día de
sábado, como el del paralítico de la piscina.
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El ciego es signo de los que nunca han podido saber lo que puede y debe ser el hombre; del
pueblo reducido a la impotencia y privado de su condición humana por la opresión que ejercen
sobre él sus "salvadores".
El ciego era también mendigo; no podía vivir por sus propios medios; su dependencia de los
demás era total. Y, encima, la gente decía que aquello le ocurría por castigo de Dios. Por si esto
fuera poco, la estructura social y religiosa nada hacía para sacarlo de su situación. El ser sábado
va a complicar aún más la difícil situación en que se encuentra Jesús a estas alturas de su vida
pública. Pero no le importa: el bien del hombre está para él por encima de cualquier otra
consideración.
La vista del ciego lleva a los discípulos a preguntar a Jesús si la desgracia que sufría era
castigo por sus pecados personales o por los de sus padres. Era una creencia popular, que
enseñaban los mismos rabinos, que todo padecimiento físico o moral era castigo de algún
pecado personal o de una vida pecaminosa que Dios infligía en proporción exacta a la gravedad de
la culpa. También se admitía la posibilidad de que Dios pudiera castigar por amor en algún
caso, para probar al hombre (caso de Job). ¿Para justificar el mal en "los buenos", en los
mismos dirigentes? En el judaísmo y en todas las civilizaciones antiguas creían, además, que los
hijos podían ser castigados por los pecados de sus padres (con defectos físicos, por ejemplo). No
faltaban tampoco quienes admitían la posibilidad de pecar hasta en el niño en el seno materno.
¡Vaya imaginación! Algo hemos avanzado: ahora muchos creen en la posibilidad de pecar
gravemente en el niño de siete años. Si fuera verdad, ¿qué palabra habría que inventar para
designar los pecados de los adultos, sobre todo de algunos (causantes de guerras, hambres,
injusticias...)? De todo lo dicho se deduce que el sentido de la pregunta de los discípulos no pudo
ser otro que éste: ¿Puede un niño pecar antes de su nacimiento y nacer, en castigo, con algún
defecto físico, o de esto son responsables los padres? No dudan de que son las únicas razones que
se pueden dar al caso.
"Ni éste pecó ni sus padres..." Jesús niega toda conexión entre culpa y enfermedad,
oponiéndose a lo que enseñaban los rabinos y creía el pueblo en general, como atestigua la
pregunta que le han hecho los discípulos. No pretende excluir la posibilidad de que esa conexión
pueda darse en ocasiones, sino negarla en el caso presente. La enfermedad no es un castigo de
Dios, ni el enfermo un pecador mayor que otro, ni sus padres unos malditos. El problema del
dolor tiene una finalidad profunda en el plan de Dios, sin culpa personal del sujeto: "para que se
manifiesten en él las obras de Dios". Dolor y muerte son difíciles de explicar y comprender
fuera del lenguaje simbólico (Gén 3).
Con sus palabras Jesús declara el fin providencial a que está destinada la ceguera de este
hombre, el anuncio de la curación que se dispone a realizar. Dios se revelará a través de ella;
Jesús va a ser conocido por medio de este pobre, de este ciego despreciado, de este mendigo de
profesión, de este ignorante.
144
La ceguera del hombre tiene también sentido simbólico, como todos los milagros de Jesús. Este
ciego de nacimiento representa, al igual que el paralítico, a todos los hombres que desde siempre
han vivido y viven sometidos a la opresión, sin posibilidad de salir de ella al no conocer
alternativa. No sabía lo que era la luz. Ni él ni sus padres tenían pecado. Son otros los
culpables de su ceguera: los dirigentes religiosos capitaneados por los fariseos, como quedará
claro al final del relato.
"Mientras es de día..." Se refiere al poco tiempo que le queda de vida. "La noche"
simboliza el momento de su muerte, el mundo sin Jesús, que es su luz (Jn 8,12). Sin él, la
salvación-liberación del hombre se hace imposible. Dado que su tiempo de acción es limitado,
Jesús debe aprovecharlo para cumplir las obras que el Padre le encomendó. Los suyos deben
seguir su misma línea de liberación.
"Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo". Su afirmación anterior la va a explicar
dando vista al ciego. El fin de su actividad es traernos luz a los hombres y animarnos a que nos
dejemos iluminar por él. Quien acepta la luz, inevitablemente irradia resplandor en torno
suyo. Esa es nuestra tarea ahora que él no está visible. La posibilidad de resistirnos a ella es uno
de los complicados misterios de la libertad humana. ¿Cómo explicar ese afán del hombre por ir
en contra de lo que anhela en lo más profundo de su corazón?: libertad, amistad, fraternidad,
justicia... para todos. Dejémonos inundar, traspasar, llenar, empapar... de esa luz.
A diferencia de la curación del paralítico, la curación del ciego no se va a realizar por un
simple mandato. ¿Por qué? Jesús le cubre los ojos con un poco de fango hecho de barro y saliva,
y lo manda así a lavarse a la piscina de Siloé; no porque el agua de la piscina tenga propiedades
curativas especiales, sino porque quiere poner a prueba su fe en él; que sea el enfermo el que
opte libremente en favor de su curación.
Jesús actúa sin preguntarle ni exigirle nada antes. Siendo ciego de nacimiento, no sabe lo que es
la luz, por lo que tampoco puede desearla. ¿Cómo va a desear lo que no sabe que existe?
La saliva era considerada en la antigüedad como remedio curativo de la vista -además de
otras enfermedades- y como transmisora de la propia energía vital. El barro era
recomendado como remedio para tumores e inflamación de los ojos. Pero ni estos elementos son
colirios curativos, ni a nadie se le podía ocurrir que tapándole los ojos con barro pudieran
curarse, ni Jesús lo pretende. ¿Por qué emplea este tipo de emplasto cuando estaba prohibido
usarlo en día de sábado y aquél lo era? Podía haberle mandado que viera, si quería, sin
recurrir a esos medios, y las dificultades con el sanedrín habrían sido menores. Pero quiere
poner de manifiesto su libertad respecto a las leyes del reposo sabático y la falsedad de la
casuística rabínica, tan celosamente guardada por los fariseos principalmente. Además, al
simbolizar la curación el nuevo nacimiento en el Espíritu, Jesús reproduce con sus gestos la creación
primera del hombre (Gén 2,7) -también simbólica-, y deja así más patente esa significación.
145
Con su acción, Jesús invita al ciego a realizarse según el plan de Dios. Un plan que se había
manifestado en la creación del hombre a imagen y semejanza de Dios (Gén 1,26s). Pone ante los
ojos del que nunca ha visto, por lo que no sabe qué es ser hombre, qué es serlo de verdad. La
decisión quedará en sus manos. Si acepta, deberá ir a lavarse a la piscina; es decir, renunciar a
todo lo que ha sido hasta ahora.
"La piscina de Siloé significa Enviado". Como Jesús es el Enviado del Padre, lo envía a sí mismo. Es Jesús el modelo de hombre que debe imitar y que irá descubriendo progresivamente.
El ciego, a quien todos consideraban incapaz de hacer algo por sí mismo, siguió las
instrucciones de Jesús "y volvió con vista", alcanzó su integridad humana. Ha dado un paso
importante hacia Jesús. ¡Ha creído que era posible lo que parecía imposible! Ha logrado la
capacidad de comenzar a ver lo que verdaderamente es el hombre y el mundo, lo que le permitirá
distinguir los verdaderos valores de los falsos. Sabe ahora por propia experiencia qué significa ser
hombre. Y esa experiencia orientará en adelante su actuar, hasta llegar a descubrir en Jesús al
Mesías.
Cuando volvió, Jesús ya se había ido. Jesús ayuda sin crear lazos de dependencia obligada.
Lo ayudó a que él mismo abriera los ojos y descubriera la corrompida realidad que le rodeaba
y que le había tenido oprimido. Todo es nuevo para él; el encuentro de Jesús le ha
transformado en un hombre distinto, como si hubiera vuelto a nacer (Jn 3,3). Sin embargo, y de
momento, todo van a ser dificultades... Pero todas las que se le presenten no podrán apagar la
ilusión que se ha encendido dentro de él. ¡Qué difícil es querer ser hombre de verdad en este
mundo invadido por las "rebajas" y por los escalafones!
Ya tenía los ojos abiertos, pero aún no estaba en la luz... Le costará llegar a ella a causa de
todas esas estructuras sociales y religiosas que oprimen al hombre para que no pueda ver por
sí mismo la realidad de la vida.
En nuestro mundo sólo el sistema -político o religioso- ve y decide, manejado por el poder
económico, casi siempre en la sombra. Los demás debemos dejarnos guiar, aunque ello implique renunciar a ser personas libres y responsables, a no pensar con la propia cabeza ni sentir
con el propio corazón... Ya otros lo harán por nosotros y mejor que nosotros. Debemos dejarnos
guiar porque estamos ciegos, porque no sabemos, porque somos tontos. El sistema-institución
necesita ciegos para justificarse a sí mismo y poder seguir existiendo y oprimiendo.
Con trazos simples y breves se nos ha hecho una descripción clara de la situación en que
vive el hombre del pueblo, alienado por yugos tan sutiles que hasta tienen apariencias de
humanistas y de religiosos.
Jesús da al hombre opción para que sea él mismo. Es el propio hombre el que tiene que ver
la vida como es, sin sentirse dependiente o ligado a nada ni a nadie, obrando siempre según su
propia conciencia. Quiere que el hombre abra los ojos y mire; que decida, que sea adulto.
146
3. El ex ciego y sus conocidos
El ciego ve. Salta de alegría por los alrededores del templo, maravillándose ante todo lo que
descubre. Mira y mira, no deja de mirar y tocar. Es feliz... Pero su alegría dura poco. Su curación provoca asombro y estupor entre la gente que lo conocía; indignación y miedo entre los
dirigentes. Los que estaban acostumbrados a verle sentado pidiendo limosna, ciego, desdichado,
inmóvil, impotente, dependiendo de los demás, se asombran. Pero ¿qué pasa aquí? La
curación ha producido en él un cambio tan profundo, que los vecinos dudan de su identidad.
Para unos sí era el ciego; para otros, no. Pero él, riendo feliz, decía a todos: "Soy yo". ¿No veis
que me he encontrado a mí mismo? La duda de los conocidos simboliza el cambio que produce
en el hombre el Espíritu cuando se apodera de él: siendo el mismo, es otro. Es la diferencia
entre el hombre absorbido por los valores de la sociedad y el hombre libre; entre el hombre
que ni siquiera sabe lo que significa la verdadera condición humana y el que ha descubierto el
objetivo para el que Dios nos ha creado. Lo que debiera ser normal en una sociedad es causa de
perplejidad: un hombre que ve.
Quieren saber cómo ha sucedido. ¿Es posible evadirse del sistema opresor de la sociedad de
consumo y de la religiosidad alienante y poder ser hombre libre? Esa parece ser, más o menos, la
pregunta que le hacen los vecinos; la pregunta del pueblo. Ellos no veían más que a través de los
ojos de sus dirigentes.
De cuando en cuando aparecen en las comunidades humanas y cristianas hombres que, de
pronto, descubren la trampa en la que han sido engendrados; superan las apariencias de la
sociedad y de la religión y su mirada se dirige al interior de los acontecimientos y al interior del
corazón humano. Se les suele tratar como locos e insensatos, imprudentes, ingenuos o utópicos..., pero son los profetas que surgen en todas las épocas y empujan la historia hacia adelante.
¿Qué ven estos hombres que antes no veían?; ¿qué ven que otros no ven? Ven el fondo de la
sociedad en que viven, la causa de todo lo que acontece, los verdaderos intereses que están detrás
de tantos bellos discursos y palabras. Ven la trampa de la propaganda, el peligro de la sociedad
de consumo, el opio oculto en los sistemas educativos y en muchas predicaciones y celebraciones
religiosas... Por eso estos hombres son considerados como un peligro social: sus ojos pueden
ayudar a otros a ver y a deshacerse de la opresión que consideran inevitable.
El hombre curado enumera las acciones de Jesús, al que de momento considera un hombre como
él. La gente siente interés por el taumaturgo y quiere saber dónde está. Pero el hombre curado no lo
sabe. Jesús se ha marchado, dejándole en libertad para que rehaga la vida a su gusto.
147
4. El ex ciego y los fariseos
El hombre curado es conducido a la presencia de los fariseos, que en la comunidad judía
eran la autoridad competente para todas las causas que tuvieran algo que ver con lo religioso.
Son, sin duda, miembros del sanedrín pertenecientes a dicho partido. La curación les ha sido
denunciada porque Jesús ha perturbado el orden del día en sábado, durante el cual "nada debe
distraer de Dios", por hacer un trabajo prohibido y por el alboroto que ha preparado. Hay
sistemas religiosos que no sólo son incapaces de abrir caminos de vida al hombre liberándolo de
sus ataduras interiores, sino que se oponen sistemáticamente a todo lo que pueda conducir a la
verdadera libertad.
Al preguntar al que había sido ciego, no buscan la verdad, sino una posibilidad para
poder desvirtuar los hechos y acusar a Jesús. Están determinados a no admitir, bajo ningún
concepto, los prodigios que pueda obrar el joven galileo. Por eso no le preguntan sobre el
hecho de la curación, sino sobre el "cómo", porque es ahí donde saben que pueden demostrar
que ha habido infracción de la ley. No les importa el bien que ha recibido el hombre. Miran
todo lo humano a través de lo jurídico.
La respuesta del ex ciego es clara y contundente: "Me puso barro en los ojos, me lavé y
veo". El hecho es incontrovertible.
Los fariseos se dividen. Jesús hace vacilar su seguridad. Hace unos meses curó repentinamente a un paralítico que llevaba postrado treinta y ocho años y ahora a un ciego de
nacimiento. Y una vez más en sábado. Parece que tiene la manía de no respetar las leyes ni el
orden establecido. ¿Cómo puede "venir de Dios" un hombre que "no guarda el sábado"? Y
"¿cómo puede un pecador hacer semejantes signos?"
Por segunda vez preguntan al hombre curado: "Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los
ojos?" Parece como si quisieran convertirlo en árbitro de sus divisiones. Para él no hay duda
posible: "Que es un profeta". Cosa muy natural, puesto que al profeta los judíos le reconocían
la capacidad de obrar prodigios. Aún no ha descubierto toda la realidad de Jesús, pero ha
dado otro paso: de "hombre" a "profeta". Va experimentando un proceso de crecimiento en
su fe en Jesús.
Los principios sobre los que apoyan su doctrina los adversarios de Jesús se tambalean ante lo
sucedido, y llaman a los padres con la oculta esperanza de que el hecho sea un fraude. Se refugian
en su incredulidad; su ideología y prejuicios los ciegan.
Los padres confirman los hechos, pero rehuyen su interpretación por temor a la expulsión de
la sinagoga, que "los judíos -así llama ahora el evangelista a los fariseos- habían acordado" para
"quien reconociera a Jesús por Mesías". La expulsión podía ser triple: la primera y más leve
consistía en excluir de una semana a un mes de los actos comunes; la segunda duraba un mes,
durante el cual el reo debía vestirse de luto, sentarse en el suelo, dejarse crecer el cabello y la
148
barba, privarse de baños y ungüentos y no asistir a la oración común; la tercera y más grave
llevaba anejo el destierro, era de duración indefinida, podía llevar unida la confiscación de bienes
y prohibía todo trato con el culpable. Los padres, al igual que el pueblo sometido, viven atemorizados, no se atreven a desafiar a sus dirigentes. ¿Qué harían si los expulsaran de la institución
judía? Aunque se encuentran oprimidos en ella, es su único horizonte. No podrían vivir fuera.
Dan prudentemente una respuesta evasiva. No se atreven a manifestar su alegría por la curación
del hijo. "Ya es mayor, preguntádselo a él"; ya es hombre consciente y responsable. Actúan como si
ver fuera un delito. Y así era para las autoridades... Son el reflejo de la situación en que vive el
pueblo oprimido por unos dirigentes apoyados en medios de coacción y para los que las
razones no tenían ningún valor. Los suyos -de los dirigentes religiosos- eran actos dictatoriales.
La realidad de la curación es indiscutible. Pero los fariseos no están dispuestos a aceptarla.
Para ellos lo absolutamente cierto es que Jesús, al transgredir el precepto sabático, es un pecador,
por lo que no pudo obrar tal milagro. Los que antes estaban divididos han llegado ahora a la
unanimidad. ¿Qué se hubieran inventado si llega a ser viernes?
"Llamaron por segunda vez al que había sido ciego". Y, apelando a su propia autoridad
-"nosotros sabemos"-, pretenden que reconozca como verdadero el juicio que ellos hacen de Jesús.
Buscan impedir que el hombre siga haciendo publica su curación y atrayendo así nuevos seguidores
de Jesús. La fórmula que emplean -"Confiésalo ante Dios"- es una invitación a luchar por la
verdad. ¡Los muy cínicos! Quieren imponerle su idea de Dios como más válida que su propia
experiencia; lo que hubiera equivalido a admitir que habría sido mejor seguir ciego, ya que la
recuperación de la vista que había obtenido por medio de Jesús se había logrado en contra de
la voluntad de Dios. Son capaces de negar lo evidente por defender sus posturas. Y todo en
nombre de Dios. Lo peor de todo es que cosas de este estilo no sucedieron sólo entonces; han sido
frecuentes en nuestra historia eclesial.
El interrogado no accede a las pretensiones de los judíos. Opone su experiencia a las teorías
de los fariseos: "Si es pecador, no lo sé; sólo sé que yo era ciego y ahora veo". No se mete en
cuestiones teológicas, de las que no entiende. Pero lo que no puede negar, por ser evidente, es que
su estado actual es indiscutiblemente mejor que el anterior.
Vuelven a interrogarle sobre cómo obtuvo la curación. No están tranquilos; buscan una
escapatoria que justifique su cerrazón, obtener algo desfavorable a Jesús. ¿Cómo no va a estar ciego un pueblo dirigido por esta ralea? Yo no puedo evitar -ni quiero- acordarme con
frecuencia de pasajes como éste cuando oigo hablar a la mayoría de los líderes políticos o
dirigentes religiosos: ¡qué pocas veces van al fondo de los verdaderos problemas! ¿No es la injusta
distribución de la riqueza la causa principal de todos los males de la humanidad, el afán excesivo
de lucro el origen del paro?, ¿no habría suficiente para todos, y sobraría, si ninguna nación o
individuo acaparara y pretendiera vivir a costa de otros..., lo que haría innecesarias, ¡por fin!, las
guerras?
149
El recién curado se niega a complacerles de nuevo: ¿para qué perder el tiempo con gente
que lo sabe ya todo y que no piensa cambiar de opinión pase lo que pase? ¡Sigamos con nuestros
ritos rutinarios y "despachando" sacramentos sin ahondar en el evangelio hasta que nos
quedemos solos con los bien situados económicamente! Es verdad que se avanzó mucho en
técnicas de apostolado..., pero Jesús no siguió ese camino: decía lo que vivía y vivía lo que decía.
El conocimiento libresco, teológico y moral de los fariseos no consigue explicar la curación.
Ante tamaña obcecación, el hombre les pregunta irónicamente si piensan hacerse ellos
también discípulos de Jesús, ya que tanto se interesan por lo que hizo.
Los fariseos advierten bien el sarcasmo, y le responden con insultos, rechazando indignados tal
insinuación y proclamándose orgullosamente "discípulos de Moisés". Su ceguera va en aumento.
Es natural: en la vida el que no avanza retrocede. Se refugian en sus tradiciones para no aceptar la
novedad que trae Jesús. Hacen de Moisés un absoluto; se escudan en él, como antes lo han
hecho en Abrahán (Jn 8,33.39.53). Con la ley en la mano pretenden saber lo que Dios puede y
no puede hacer; lo que quiere y no quiere. Ignoran que Dios no es codificable, que se manifiesta en
la vida del hombre. Al no ser capaces de descubrir a Dios en los acontecimientos de cada día,
se empeñan en encasillarlo en una ideología rígida que suplante el dinamismo de la vida
humana.
Dan su argumento para rechazar a Jesús. Les consta "que a Moisés le habló Dios" y que,
por su mediación, este Dios había liberado al pueblo de la esclavitud de Egipto. Como ahora
son ellos los opresores, no quieren reconocer que el mundo necesita una nueva liberación.
¡Siempre justificándonos con profetas del pasado para negar a los profetas del presente!
El que había sido ciego no se deja intimidar por los insultos y ridiculiza el argumento de los
fariseos. Les hace ver la contradicción que existe entre sus teorías y su experiencia. Sus palabras
son ingenuas, simples, transparentes, irónicas. Es increíble el cambio que se ha producido en él. No
hay mordaza que lo haga callar porque "ve". Siendo como son guías religiosos de Israel, de la
realidad indiscutible de su curación deben concluir que Jesús posee una misión divina. Porque
"sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino al que es religioso y hace su voluntad". Si
escuchó a Jesús, lo que es evidente, es porque "viene de Dios".
Incapaces de reducir al silencio al que había recobrado la vista, los fariseos rechazan la
lección que les quiere dar y, acorralados, pasan al insulto. Es una reacción que se veía venir...
No discuten sus argumentos porque son irrebatibles. No comprenden cómo este hombre ignorante
y pobre puede tener tanta valentía y coraje. ¿Cómo se atreve él, que nació lleno de pecados, a
enseñarles a ellos, incansables estudiosos y fieles observantes de la ley? Ellos no tienen nada
que aprender -ésa es su desgracia-, lo saben todo y tienen respuestas para todo; hasta para
negar la evidencia. Lo malo es que los únicos que pueden aceptar sus opiniones son los ciegos, y
este hombre no está dispuesto a volver a cegarse para darles la razón. ¿Hay acaso algo más valioso
que la "vista"? ¿Que tiene que pagar por ello un duro precio? Pues se paga...
150
"Y lo expulsaron" de la comunidad de los "ciegos". Es la única forma de poner fin a la
discusión con este rebelde. Lo mismo que Jesús tuvo que salir del templo, sus seguidores son incompatibles con la sinagoga. Si ve, que se vaya lejos; que no viva más con los otros ciegos. Su vista
es un peligro; su conciencia de hombre responsable es una seria amenaza para la institución que
tan celosamente dirigen. Los ojos de este hombre pueden transformarse en una chispa
revolucionaria. La humanidad y la iglesia pueden despertar de su letargo. Y tienen razón: en un
mundo en tinieblas, la luz es un serio peligro. Pronto acabarán con Jesús..., al que asesinarán en
nombre de Dios.
Los dirigentes religiosos primero interrogaron al ex ciego y finalmente lo expulsaron. La
razón fundamental es porque es un hombre que ve el fondo del corazón de sus jefes y descubre
en ellos los verdaderos móviles de su actuar: sus intereses y privilegios; y en adelante dará a
cada cosa y a cada persona su verdadero nombre. Ha llegado a la religión de la persona y de la
comunión con Dios; está por encima de los libros teológicos y puede relativizar la institución.
Le han abandonado todos los apoyos humanos: los padres, los vecinos, los responsables
religiosos, la comunidad. Lo han tratado como a un guiñapo. Parece que ya no le queda nada,
que el haber recobrado la vista ha sido para él una desgracia. Sin embargo, todo ello le ha ido
desnudando de obstáculos para percibir mejor la luz que progresivamente ha ido descubriendo.
Nuestra sociedad actual no ha cambiado mucho en sus esquemas. Siguen inquietando los
hombres "iluminados". Quizá los admiramos, pero nos alejamos de ellos porque son un
peligro para nuestra estabilidad. Es más fácil buscar un pretexto para condenarlos o, al
menos, para aislarlos... y que todo siga igual.
5. Jesús y el ex ciego
El hombre curado no estaba solo. Le quedaba Jesús. El final del itinerario de su fe no se
produce sin un nuevo encuentro con Jesús. Una fe que es más que una apertura a percibir el
sentido de la actuación de Dios en la vida del hombre, o descubrir en Jesús a un profeta. Para
llegar a reconocer en Jesús al "Hijo del hombre" necesita que él mismo se le revele como
tal.
Jesús no se había desentendido del que había recobrado la vista. No abandona al que ha
sido fiel a sí mismo y a la nueva visión de lo que le rodea. Se enteró de "que lo habían
expulsado" y fue a su encuentro. De nuevo la iniciativa es de Jesús. Busca para llevar a la
perfección de la fe al que tan valientemente le ha defendido ante sus adversarios. Las dificultades
superadas le habían limpiado el camino.
"¿Crees tú en el Hijo del hombre?" Es como si le dijera: ¿Crees que se puede ser hombre
de verdad y que alguien "encarna" a ese hombre? El recién curado "veía" que ser un ser humano era otra cosa muy distinta a lo que él había vivido; ha avanzado en esa dirección en medio de
151
dificultades. Le faltaba descubrir el modelo de hombre que debía imitar para seguir
caminando. "El Hijo del hombre" es la realidad humana llevada a la máxima perfección por la
comunicación de la plenitud del Espíritu; la meta de todas las aspiraciones humanas verdaderas; la respuesta a todas nuestras preguntas; la luz y la vida del mundo. Es lo mismo que
decir "el Mesías".
"¿Y quién es, Señor, para que crea en él?" Ha descubierto una nueva manera de ser
hombre y quiere ser fiel al ideal que ha visto. Pero no se da cuenta de que Jesús se está
refiriendo a sí mismo.
"Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es". Jesús se le revela como Mesías, lo mismo
que tiempo atrás lo había hecho a la samaritana (Jn 4,26). Y la revelación encuentra al hombre
dispuesto a abrazar inmediatamente la fe: "Creo, Señor". Y se arrojó a sus pies.
Jesús ha sido para él, sucesivamente, "ese hombre", "un profeta", "el que viene de Dios"
y "Señor". Ha llegado al final del camino. Poco a poco, a base de aguantar firme, ha llegado
a comprender que Jesús, el que le abrió los ojos, tiene mucha más luz para darle: porque es la
luz misma que nunca se apaga, que vale la pena seguir, porque es la respuesta a toda
oscuridad, a toda inseguridad...
Jesús y el ex ciego ya pueden caminar juntos. Tienen los mismos ojos, la misma visión de la
corrupción que los rodea, el mismo proyecto de existencia. Por eso el hombre creyó. Porque a
Jesús no se le acepta con los ojos cerrados. Se llega a la fe en él después de haber experimentado
personalmente la capacidad de salvación-liberación humana que trae. Es el camino que ha recorrido el protagonista del relato. Primero se da el encuentro: dejarse encontrar, escuchar la
palabra, verificar la enseñanza...
El ciego abrió los ojos al lavarse en la piscina. Pero los ojos del corazón no los abrió de par en
par hasta su segundo encuentro con Jesús al reconocerlo como Mesías. Un Mesías que, quizá,
esperaba desde hacía mucho tiempo, sin saberlo, pero con firmeza, por encima de sus
sufrimientos, sin importarle lo que pudieran pensar de él.
¿Damos pasos nosotros? Jesús es para nosotros, ciertamente, un hombre bueno, un profeta,
un enviado de Dios. Pero ¿y Mesías? -¿la respuesta plena a todas nuestras preguntas e
ilusiones, el modelo del vivir humano?-. Si es así, y lo estamos demostrando en la vida, nuestra
fe en Jesús va por el camino verdadero. Es necesario no confundirse...
6. Jesús y los fariseos
Termina el capítulo con una fuerte acusación a los dirigentes religiosos de Israel. El relato
comenzó con la negación de la relación entre la ceguera física y el pecado, y concluye con la
afirmación de que la ceguera del corazón sí que es causada por el pecado.
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Jesús vino a traer la luz a los que son conscientes de no ver: a los que se reconocen
pecadores y necesitados de salvación-liberación; y la ceguera a los que creen que ven, como
los fariseos. Su misión no es la de juzgar a la humanidad, pero con su mensaje y su vida
denuncia las obras perversas del "mundo" y obliga a definirse. Quienes estén a favor del bien
del hombre, estarán a favor de Jesús; los que busquen sus intereses y privilegios, se le pondrán
en contra. Y resulta que los que buscan el bien de los demás son los pobres..., los que el
"mundo" cree "que no ven"; mientras que los "que ven" andan afanados, preocupados de sí
mismos... Jesús "ha venido a este mundo para que los que no ven vean y los que ven se queden
ciegos". Palabras duras y verdaderas para todas las épocas de la historia. ¡Cuándo descubriremos que es necesario ser pobre para evangelizar y dejarse evangelizar! Y no olvidemos que
no se es pobre por decirlo, como tampoco cristiano.
En las actitudes que con relación a Jesús han adoptado el hombre que recobró la vista y los
fariseos se reflejan los dos caminos que seguirán los hombres. Los que vivan en la ilusión de
tener buena vista, de poseer el debido conocimiento de Dios y de sí mismos..., mientras explotan y
engañan al pueblo con falsas ideas y doctrinas, estarán cada vez más ciegos; los que sean conscientes de sus limitaciones y pecados... verán cada vez mejor la realidad como es.
Los fariseos que se encontraban presentes se sintieron aludidos por las palabras de Jesús, y
le preguntan entre indignados e irónicos si también a ellos los cuenta entre los ciegos a quienes
debe prestar ayuda para que recuperen la vista. Es una pregunta que delata incredulidad y
autosuficiencia.
Con su respuesta Jesús afirma que no es pecado ser ciego, pero sí lo es el no querer abrir los
ojos, el serlo voluntariamente, rechazando toda evidencia. Los dirigentes no sólo no quieren ver,
sino que imponen sus mentiras como verdades. Son ciegos voluntarios que buscan cegar a los
demás. No obran inconscientemente, saben muy bien lo qué pretenden. Van a quedar definitivamente ciegos. ¿No es éste el pecado "contra el Espíritu Santo"? (Mt 12,31-32; Mc 3,28-29; Lc
12,10).
No desprestigia a una comunidad cristiana el descubrir sus errores y pecados, pero sí
justificarlos con bellos argumentos.
El relato es actual, crudo y realista: nadie llega a la luz sin romper las murallas que lo
aprisionan dura y suavemente. El ciego que vio y los ciegos que no vieron, aunque creían ver, son
las dos caras de la realidad de nuestra vida, de nuestro ver parcial. Reconozcamos que no
vemos lo suficiente, que necesitamos de Jesús y de los demás para seguir abriendo los ojos y la
vida hacia la realidad de Dios encarnada en la historia de los hombres.
La salvación-liberación que Dios nos ofrece es como una nueva mirada, la posibilidad de tener
sobre las cosas la misma visión de Dios. Un Dios que escruta las profundidades de todas sus
criaturas, a las que conoce tal cual son, por lo que puede descubrirnos el sentido de todas ellas.
La visión fundamental que Dios nos ofrece somos nosotros mismos desde su perspectiva. Visión
153
que apareció en el mundo con Jesús. Aceptar su luz es empezar un camino y un estilo de vida
nuevos.
Hagámoslo sin miedo. En la medida en que sigamos a Jesús experimentaremos que se nos
cierran muchas puertas, que somos expulsados de muchas "sinagogas"... y que a la vez se van
abriendo otras, siempre más cautivadoras.
Ese fue el camino que siguió el ciego de nacimiento. Un camino difícil y duro, que es el de
Jesús; el único camino en el que le podemos encontrar.
154
Jesús, buen pastor
Dijo Jesús a los fariseos:
-Os aseguro que el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que
salta por otra parte, ése es ladrón y bandido; pero el que entra por la puerta es pastor
de las ovejas. A éste le abre el guarda y las ovejas atienden a su voz, y él va llamando
por el nombre a sus ovejas y las saca .fuera. Cuando ha sacado todas las suyas
camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz: a un extraño
no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños.
Jesús les puso esta comparación, pero ellos no entendieron de qué les hablaba. Por
eso añadió Jesús:
-Os aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes
de mí son ladrones y bandidos; pero las ovejas no los escucharon.
Yo soy la puerta: quien entra por mí se salvará, y podrá entrar y salir y
encontrará pastos.
El ladrón no entra sino para robar y matar y hacer estragos; yo he venido para
que tengan vida y la tengan abundante.
Yo soy el buen pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas; el asalariado,
que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y
el lobo hace estrago y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas.
Yo soy el buen pastor, que conozco a las mías y las mías me conocen, igual
que el Padre me conoce y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas.
Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que
traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño, un solo pastor.
Por eso me ama el Padre: porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie
me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo
poder para recuperarla. Este mandato he recibido del Padre.
Una vez más se dividieron los judíos que oían a Jesús.
Unos decían:
-Está endemoniado y loco. ¿Por qué seguís escuchándolo?
Pero otros decían:
-Estas cosas no son de un endemoniado. ¿Acaso puede un demonio abrir los
ojos de los ciegos?
(Jn 10,1-21)
1. Mezcla de parábola y alegoría
Este pasaje es continuación del enfrentamiento que tuvo Jesús con los fariseos a raíz de
la curación de un ciego de nacimiento. Sus duras palabras hacen referencia a los mismos
-dirigentes religiosos de Israel-, a causa de la abusiva autoridad que ejercían sobre el pueblo,
basada en una ley interpretada según sus propios intereses; nunca en bien del pueblo. Sirven de
fondo para su ataque los escritos de los profetas, principalmente Ezequiel (Ez 34,1-16).
El texto parece responder a una inquietud de los cristianos de siempre: ahora que Jesús
no está visiblemente con nosotros, ¿quién nos reúne, nos guía y nos defiende? ¿Quién es el
auténtico pastor que conduce a la comunidad cristiana? La respuesta es clara: Cristo es el
único pastor de la comunidad cristiana, de la iglesia. Lo cual no significa que deba
eliminarse toda autoridad en la iglesia, pero sí que debemos dirigir siempre nuestra mirada
155
al fundamento y centro de la comunidad: Jesús de Nazaret. Todos, incluido el papa,
estamos bajo el único pastor: Jesucristo. Afirmación que se opone a toda forma de culto a la
autoridad.
También es cierto que su oficio de pastor lo ejerce a través de otros hombres... El texto
nos señala las características del buen pastor, para que la comunidad sepa reconocerlo y
discernir entre el verdadero y el falso..., para seguir únicamente al primero.
Jesús afirma con claridad que la autoridad de los fariseos no es legítima, al ser unos
dirigentes despiadados que aplastan al pueblo -al que tenían paralizado (Jn 5) y ciego (Jn
9)-, en lugar de liberarlo, como era su obligación de pastores.
Cuando Juan escribió este evangelio, muchos creyentes ya se habían negado a obedecer la
ley tal como la exponían los rabinos.
¿Por qué los pueblos han de padecer constantemente la presencia de líderes, jefes, pastores,
diputados, senadores...? La sufren porque se la imponen, como si fueran imprescindibles para la
marcha de la comunidad. Es verdad que estos dirigentes son muy convenientes cuando son
verdaderos. Pero cuando buscan su propio interés y provecho -lo que ocurre a veces-,
aniquilan y enmudecen a los pueblos. Esta es, quizá, la razón principal de la existencia de unos
pueblos manejados, canijos, oprimidos, alienados... con programas de radio y televisión, loterías,
quinielas... ¡Qué difícil es encontrar a una persona que piense con su propia cabeza! Las ideas,
al igual que las modas, se transmiten a través de propagandas bien estudiadas... ¡Cuánta
antigualla en la iglesia!
Esta situación la encontramos en todo grupo humano, por reducido que sea. Los que
tienen más cualidades, o más poder y dinero, o mejores "padrinos", o son más sinvergüenzas, se
erigen en líderes de los demás, a los que arrastran hacia las metas que a ellos les convienen.
Este texto es una mezcla de parábola y alegoría. No todos los detalles particulares se corresponden con la realidad que Jesús nos quiere presentar, pero sí muchos de ellos. Si lo interpretáramos exclusivamente como alegoría, ¿qué significarían, por ejemplo, la cerca del aprisco o el
guarda?; ¿cómo admitir la comparación del cristiano o de la iglesia con la oveja o el rebaño,
cuando son animales que no descuellan precisamente por sus cualidades? Si admitimos que es
sólo una parábola, perderíamos gran parte de la enseñanza y no quedaría suficientemente claro
el que Jesús se identifique, a la vez, como puerta del aprisco y buen pastor de las ovejas.
2. Jesús, puerta hacia el Padre
A Jesús le gustaba partir de las costumbres y experiencias de sus oyentes para comunicar
su mensaje. Si a esto añadimos la vivencia personal de todo lo que decía, nos explicaremos las
muchedumbres que le seguían deseosas de escucharle, aunque ello no les llevara al seguimiento.
Esta parábola-alegoría es una de las mejores muestras de ello.
156
La imagen que Jesús presenta ahora "a los fariseos" supone un redil en el campo hecho con
muros de piedra o con una simple empalizada de madera, en el que se guardaban por la noche las
ovejas de uno o de varios dueños. Un guardián, que hacía al mismo tiempo el oficio de portero, velaba durante la noche para defender al rebaño de posibles robos, mientras los pastores
solían retirarse a descansar a una tienda en la que en ocasiones vivía también su familia. Si los
pastores tenían que ir al aprisco, entraban por la puerta que les abría el guarda; en cambio, el
que iba para robar o para vengarse en las ovejas de su vecino, lo hacía calladamente saltando la
cerca.
Por las mañanas los pastores iban en busca de sus respectivos rebaños entrando por la puerta
que les abría el vigilante. Espabilaban a sus respectivas ovejas con sus llamadas características, y
éstas acudían al reconocerlas. Es posible que acudieran incluso al oír hablar a sus pastores con el
vigilante, al estar muy acostumbradas a su voz. Era frecuente que las llamaran por sus
nombres. Todavía en la actualidad hay pastores que dan nombres, al menos, a los principales
animales de su rebaño. Una vez reunidas en torno suyo, las sacaba fuera y se ponía delante de
ellas, a diferencia de Occidente, en que los pastores suelen ir detrás. De tiempo en tiempo les
lanza un grito agudo para que ninguna se desvíe. Ellas, que conocen su voz, le siguen. Pero si
un extraño lanza el mismo grito, se paran y levantan las cabezas alarmadas; y si se repite este
grito, se revuelven y huyen, al no conocer la voz del extraño... Los oyentes de Jesús tenían en la
mente todo este cuadro cuando les contó este relato a los mismos fariseos que lo acababan de
interpelar irónicamente (Jn 9,40).
Sólo existe una forma auténtica de acercarse a las ovejas: entrando por la puerta del
recinto donde se encuentran. Los que penetren por otros lugares lo harán por razones
inconfesables; no por amor a ellas y buscando su bien, sino para explotarlas en beneficio
propio. A los segundos los califica de ladrones y bandidos. Ladrón es quien se apropia lo que
pertenece a otros; bandido es el que usa la violencia. Ambas cosas son los fariseos y los
dirigentes religiosos: son ladrones porque le quitan al pueblo lo que le pertenece a través de
ofrendas abusivas; y bandidos porque lo someten con la violencia de su sistema -lo acaban de
demostrar con la expulsión de la sinagoga del ciego curado y lo dejarán mucho más patente
cuando asesinen a Jesús-. Se oponen a lo que es Jesús y a lo que hace practicar a sus
seguidores: hacer de todos lo que pertenece a cada uno por medio del amor.
"El que entra por la puerta es pastor de las ovejas". A Jesús le preocupan las personas, vive
para su servicio. Por eso es pastor legítimo. Vino a servir al hombre; jamás a servirse de ellos. No
hay más que un pastor; no hay más que una puerta. Entrar por la puerta significa imitar el modo
de actuar de Jesús, ser signo en el mundo de su presencia y de sus actitudes a través de un
servicio desinteresado a la comunidad humana.
El verdadero pastor de ovejas conoce a todas y a cada una de las suyas. Jesús parte de esta
realidad para decirnos cómo debe ser su relación con nosotros. Afirma que nos conoce a cada
157
uno por el nombre, que tiene de nosotros un conocimiento amoroso, ya que tal es el sentido
bíblico de la palabra "conocer". Un conocimiento superior, incluso, al que tiene uno de sí
mismo. Un conocimiento amoroso que implica un profundo respeto hacia todos y cada uno de
los hombres. Jesús nunca impuso su voluntad a los discípulos o a sus seguidores: hablaba e
invitaba, pero exigía siempre una respuesta personal y libre; sugería sin jamás obligar. Conocer por
el nombre significa invitarnos a cada uno a desarrollar las propias capacidades y a ponerlas
libremente al servicio de los demás. Para él no existe la masa, cada ser humano tiene un rostro
propio y un nombre.
La iglesia no debería ser una masa de gente anónima manejada por un "líder" lejano, que se
crece por su misma lejanía. Es un pueblo, una familia. En ella, las relaciones con Jesús y de unos
con los otros tienen que ser personales para que sean verdaderas. Es nuestra vida entera, tal
como es, la que debe entrar en relación con él y con los demás si queremos que sea liberada
de toda esclavitud. Una relación personal que nos hace personas responsables.
La sociedad tiende a convertirse y a convertirnos en una masa cada vez más anónima,
dejándonos profundamente insatisfechos: no somos amados por nosotros mismos; somos una
simple cifra en clase, en el trabajo, en la seguridad social... No existe la relación de amistad.
¿No pasa lo mismo a nivel parroquial y de comunidades? ¡Cuánto más a nivel de diócesis...!
Jesús nos valora, nos ama y nos libera a cada uno de nuestra soledad y de nuestro individualismo La iglesia debe tender a convertirse en una comunidad de comunidades personales y
personificadoras, en una familia de familias, si quiere ser fiel a su maestro. Una conquista que
nos compete a todos y a cada uno de los cristianos.
"Y las saca fuera". Jesús quiere que salgamos de nuestra inmadurez y de todo lo que nos
impide ser nosotros mismos. Por ello, su misión de pastor enviado por Dios consistirá en sacar
de la institución judía a los que respondan a su llamada, para crear con ellos su nueva
comunidad. Su misión es incompatible con la institución judía.
Una vez fuera, "camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz". El
verdadero pastor camina delante, abriendo horizontes a los suyos, dando ejemplo. Es el primero
en enfrentarse con el peligro, el primero en dar la vida cuando se trata del bien de los demás.
No expone a la comunidad, sino que se expone por ella. Sólo tiene derecho a ponerse al frente
de los hermanos el que esté dispuesto a perderlo todo por ellos.
Jesús nos marca el camino; él mismo es el camino (Jn 14,6) que debemos recorrer. Su voz
anima al seguimiento porque comunica vida verdadera. ¿Cómo no seguir al que vamos experimentando como plenitud de todo lo humano?
Es importante notar que el pastor no mete a las ovejas en otro redil o recinto. Jesús no va a
crear una institución paralela a la antigua, sino a dar libertad. Los suyos vivirán por él (Jn
1,39), unidos a él (Jn 15,1-5).
158
Ser cristiano es asumir la propia vida y seguir a Jesús, que nos precede en el camino. La
vocación cristiana no es vivir esclavo de nada ni de nadie, sino vivir orientados hacia Dios, a
imitación de Jesús.
"A un extraño no lo seguirán..." La voz del extraño anuncia robo y violencia, como ya
vimos. Toda comunidad cristiana debe trabajar seriamente por desarrollar con fuerza el espíritu
crítico, porque es en ellas donde debemos detectar a los pastores cuyas voces no debemos
seguir.
Los fariseos "no entendieron de qué les hablaba". ¿Cómo iban a ser ellos ladrones y
bandidos, con lo seguros que estaban de ser los legítimos e inmejorables jefes del pueblo? Actualmente vemos claro el sentido de las palabras de Jesús... para entonces. ¿Las entendemos para
ahora?
3. Creer en el Dios de Jesucristo
Ante la incomprensión de los fariseos, Jesús les ofrece la explicación identificándose, en
primer lugar, con "la puerta de las ovejas". Más adelante se dará el título de "buen Pastor".
Jesús se declara la nueva puerta, el único lugar de acceso legítimo a las ovejas. Sólo él da la
posibilidad de pertenecer a la comunidad de los elegidos. La puerta antigua sirve únicamente
para dejar entrar a Jesús a sacar las ovejas del redil de Israel. Un redil que ha sido apacentado
por "ladrones y bandidos": todos aquellos que se han presentado usurpando los mismos títulos
que Jesús reivindica para sí, boicoteando el ingreso del pueblo en la fe en él como Mesías. Por lo
que sus palabras "todos los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos" no incluyen a
Moisés ni a los profetas, porque éstos cumplieron fielmente su cometido de anunciar al Mesías
futuro y prepararle el camino. Entrar por la puerta que es Jesús significa poner el bien del
hombre como valor supremo y entregarse plenamente a procurarlo. Entrar por la puerta es
interpretar el oficio pastoral según los criterios de Jesús, que nunca deben improvisarse; es
llamar a cada uno por su nombre: ayudarle a ser él mismo, a desarrollarse como ser distinto
de los demás, respetando su personalidad, su cultura... Por estas razones es la puerta de los
pastores que estén dispuestos a asumir las propias actitudes de Jesús de dar la vida por el
rebaño.
De lo dicho podemos deducir que ser cristiano no es creer en Dios a secas, sino en el Dios
que se nos ha manifestado en Jesucristo. Este no creer en cualquier "Dios" nos puede ayudar
a comprender las palabras de Jesús. Otros hombres también desean la vida, el reino o a Dios...
Pero han escogido otros caminos. Lo que define al cristiano es el creer que la puerta -el
camino- es Jesús de Nazaret. Es decir, creer en su determinada manera de vivir esta vida, este
reino, a Dios.
159
En nuestro país -católico de toda la vida- hay un gran confusionismo cuando se trata de
saber qué es ser cristiano. Parece que todos lo sabemos, pero de hecho se tienen imágenes
desfiguradas, equívocas, no cristianas. Hemos de tener mucho cuidado con no contagiarnos -¿no
lo estaremos ya?- la ceguera de los fariseos de este relato.
En estos tiempos, en que crece el pluralismo de creencias y de ideologías, es especialmente
importante tener muy claro que aquello que define al cristianismo es únicamente Jesucristo.
Jesús es "la puerta" de las ilusiones, esperanzas, alegrías... de los hombres. "Quien entre por
él se salvará", al quedar liberado de sus opresiones, pecados y vacíos; "y podrá entrar y salir,
y encontrará pastos": tendrá libertad de movimientos, pues Jesús hace andar a los inválidos (Jn 5)
y ver a los ciegos (Jn 9), oír a los sordos y hablar a los mudos (Mt 15,31; Mc 7,34-37); será libre
porque habrá entrado en la esfera del amor, y nada hay más libre que el amor cuando es
verdadero; e irá descubriendo la respuesta plena a todas sus búsquedas y esperanzas... al haber
convertido toda su vida en servicio a los hermanos. Jesús es la alternativa más perfecta a toda
injusticia y explotación, al ser "el camino, y la verdad, y la vida" (Jn 14,6).
Jesús es la puerta hacia el Padre. Si para todos los cristianos es importante esta afirmación, lo es
mucho más para los católicos, al darle más importancia al carácter jerárquico de la iglesia que las
demás confesiones cristianas; con el riesgo evidente de exagerar la función de quienes detentan
el oficio pastoral, en menoscabo de las comunidades.
Es importante observar la poca importancia que dan los evangelios y demás escritos del Nuevo Testamento a la forma concreta de gobierno dentro de la iglesia. Las diversas comunidades
cristianas se fueron organizando conforme a las costumbres de cada lugar, respetando siempre
la primacía de los Doce.
Nadie debe sentirse dueño de la comunidad ni de las conciencias. Sólo tenemos un Señor:
Jesús de Nazaret. Entrar por él equivale a recibir todo lo necesario para el oficio pastoral y
para el seguimiento. Ponerlo en práctica es la garantía de la libertad de todos y del sentido de
servicio que deben tener los pastores en el ejercicio de sus funciones. No es la comunidad la que
debe estar al servicio de la institución o de la autoridad. Jesús invierte los papeles: la autoridad
es un servicio a la comunidad (Lc 22,25-27; Mt 20,25-28; Mc 10,42-45), y dio ejemplo lavándoles los
pies a los discípulos (Jn 13,1-15).
Los fariseos, a los que dirige Jesús principalmente estas enseñanzas, representan a los que
utilizan a la iglesia para alcanzar el poder o buenos puestos -subir en el escalafón-, sin importarles las desastrosas consecuencias de su actitud. Porque las palabras de Jesús apuntan más
lejos: nunca su iglesia estará libre de esta terrible tentación.
Con la figura del ladrón pone al descubierto el modo de actuar de los dirigentes religiosos
de Israel, simbolizados por los fariseos. El ladrón no sólo roba -despoja a los demás de lo que
es suyo-; es también asesino -mata a las ovejas-. Los dirigentes han convertido el templo en
un negocio (Jn 2,16; Mt 21,13; Mc 11,17; Lc 19,46), mientras el pueblo vive en la miseria y está al
160
borde de la muerte (Jn 5,3). Las verdaderas víctimas sacrificadas en el templo no eran los
animales, sino los pobres, que andaban errantes "como ovejas sin pastor" (Mc 6,34).
Es lamentable que sean con frecuencia los propios cristianos los que desean ser gobernados
autoritariamente, para verse libres de toda responsabilidad personal. Es más fácil que sean otros
los que piensen y decidan por nosotros: nos permite vivir tranquilos y desentendernos de los
problemas de la propia comunidad y de los de la sociedad. Pero el precio que la iglesia ha pagado
por ello es enorme: formar un inmenso rebaño, en el sentido más peyorativo de la palabra, en el
que el seguimiento personal de Jesús brilla por su ausencia.
4. El Dios de la vida
"Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante". Jesús opone su forma de
entender y de vivir la vida a la de los dirigentes. Su misión es comunicar vida plena a los
hombres (Jn 6,40), sin poner más condiciones que el deseo de ella. ¿No nos sorprende que nos
hable de "vida abundante" quien murió asesinado y joven?
Jesús nos ha traído una esperanza de vida en plenitud, de vida para siempre. Cuando tantas
cosas a nuestro alrededor nos hablan de muerte, Jesús nos ofrece la vida (Jn 11,25), inseparable
de la libertad, del amor y de la justicia. Es una lástima reducirlo todo a comer, dormir,
trabajar y divertirse superficialmente; es una lástima no aspirar más que a "tener".
El modo de vida que llevamos normalmente los hombres esconde dentro de sí la muerte:
egoísmo, incomunicación, placer... Jesús quiere que orientemos nuestra vida en otra dirección;
que reflexionemos y nos demos cuenta de que merece la pena vivir en el amor y luchando por una
vida más humana para todos; que es necesario morir a todo lo que nos destruye como seres
solidarios para que nazca lo nuevo: la vida que él vino a comunicarnos.
Jesús se fijaba en todo, se maravillaba de todo, se alegraba y daba gracias por todo lo que
deja indiferentes a nuestros rutinarios corazones; se enternecía ante todas las miserias,
adivinaba todos los apuros... Su amor hacía brotar en las personas inquietas caminos de fe y de
esperanza. Ante él, los oyentes medían mejor el vacío, el egoísmo, la ceguera de sus propios
corazones. En presencia de Jesús comprendemos que es precisamente su amor lo que nos falta.
Jesús amaba la naturaleza, vivía inmerso en ella. ¿No había sido creada a su imagen de Hijo?
(Jn 1,3). Toda su vida está salpicada de actuaciones al aire libre y de largos recorridos por
Palestina. Habla de ella como alguien que la ha observado con cariño, que conoce las señales del
tiempo en el cielo, las reflexiones de los hombres del campo, la hermosura de las flores más
vulgares, las costumbres de los pájaros del cielo... Es en medio de ella donde le gusta refugiarse y
descansar después de una dura jornada enseñando y curando al pueblo marginado por los dirigentes. Es en ella donde con frecuencia se quedaba solo y rezaba al Padre durante horas y horas.
Le gustaba sentarse a la orilla del lago, contemplar todo lo que le rodeaba... ¿En qué pensaba
161
Jesús cuando dejaba correr su mirada sobre el agua? ¡Qué buena es el agua!; pero ésa no es
todavía el agua verdadera. Soy yo el que da el agua de verdad, el agua que calma la sed para
siempre, el agua que se convierte dentro del que la bebe en un manantial que mana constantemente (Jn 4,7-15). Veía los árboles, las viñas, y nos decía: yo soy la vid verdadera y mi Padre el
verdadero viñador. Vosotros sois las ramas, los sarmientos... (Jn 15,1-2). Tocaba el pan... El pan
es bueno. Pedidle al Padre el pan de cada día (Mt 6,11)... Pero ése no es aún el verdadero. Yo soy
el pan de la vida, el pan bajado del cielo (Jn 6,32-35.48-51). Andaba los senderos, los caminos...
Yo soy el único camino hacia el Padre (Jn 14,6). Observaba a los padres y a las madres, y los veía
inmaduros, sin un verdadero conocimiento y amor hacia los hijos: no los amáis ni los conocéis en
plenitud como el Padre del cielo. Veía a los hijos tan egoístas e imperfectos... El es el Hijo verdadero... En todas las cosas descubría Jesús, como por transparencia, las realidades divinas, a cuya
imagen y semejanza habían sido creadas.
¡En qué cosas tan sencillas podemos reconocer a Jesús y al Padre! Todos los que aman, los
que buscan apasionadamente la justicia y la libertad..., pueden decir que viven algo que vivió
Jesús.
La vida abundante que nos trae es una amistad que lleva a contarlo todo (Jn 15,15); una
aspiración a conocerlo como él nos conoce, como él conoce a su Padre y el Padre a él y a
nosotros (Jn 17,3), para formar una verdadera comunidad (Jn 17,21). Una vida que conduce a
la plenitud y eternidad, porque nada que tenga límites o fin puede saciar el corazón humano,
porque sólo lo eterno y pleno puede ser verdadero. Jesús, con su resurrección, nos abrió a esa
plenitud y eternidad. Si la muerte fuera el final de todo, ¿para qué vivir?, ¿cómo explicamos el
desear una plenitud y eternidad inalcanzables? ¿Para qué las alas del pájaro, si no puede volar?...
Es necesario, para vivir la vida de Jesús, superar los muros de separación levantados incluso
entre los más amigos y cercanos; romper todos los silencios que impidan la comunicación... ¡Qué
fácil de entender y qué difícil de vivir!
Es necesario amar incondicionalmente a alguien, y sentirse amado por él de la misma forma,
para querer ser transparente a sus ojos, para atreverse a decirle todo, para querer vivir en plenitud y para siempre. Es así como tenemos que llegar a abandonarnos a Jesús. Crecemos como
personas en la medida en que nos sentimos amados y amamos, porque ese amor dado y recibido
nos impulsa a comunicarlo a todos los que nos rodean. ¿Hemos descubierto el amor que nos tiene
el Padre, manifestado en la vida del Hijo? Responder a ese amor es alcanzar la vida abundante
que nos ofrece Jesús. Una vida que iremos experimentando como la auténtica según vayamos
siguiendo su camino. Porque, ¿cómo aceptar que el camino que marcan las bienaventuranzas, por
ejemplo, es realmente dichoso sin experimentarlo antes? ¿No parecen cosa de locos a simple vista?
Sin embargo, cuando se experimentan personalmente se descubre en ellas el verdadero sentido
de la vida, al conectar con las aspiraciones más profundas del corazón humano. Es la pobreza, la
162
lucha por la paz y la justicia..., lo que va haciendo útil y feliz al hombre en este mundo, lo que lo va
construyendo y eternizando.
5. Jesús, buen pastor
Es la segunda parte del relato. ¿Por qué hay en la Biblia tantas imágenes para hablarnos de
Dios? Existe una razón muy profunda: Dios se nos escapa, no podemos personalizarlo, siempre
está más allá de nuestras posibilidades... Tampoco podemos someterlo a definiciones precisas ni a
descripciones exactas. No podemos reducirlo a nuestra medida humana. Nos acercamos a él con
paso inseguro y hablamos de él entre balbuceos. Nuestro lenguaje es siempre aproximativo,
analógico. Sólo podemos hablar de Dios con imágenes. Y aunque en este caso no se trata de Dios,
sino de Jesús, no podemos olvidar que Dios está en él y actúa a través suyo de una forma
única: por su resurrección, Jesús ha pasado al ámbito de Dios. ¿Cómo vamos a hablar del
resucitado con el mismo lenguaje y del mismo modo que hablamos de los hechos de nuestra
vida ordinaria? Sólo podemos acercamos al misterio de Jesús a través de imágenes expresivas
como la vida misma, pero que se resisten a nuestras pretensiones de precisión y de evidencia.
La imagen del pastor seguido de su rebaño, aunque muy bella y poética, resulta extraña para
la mentalidad del hombre moderno. El rebaño es para nosotros igual a masa, a gregarismo, a
andar un camino sin responsabilidad personal, a seguir al pastor a donde él quiera. Parece que
la imagen de la oveja o del rebaño es la menos apropiada para expresar a un hombre o a una
comunidad libre y responsable. Pero no podemos olvidar que el simbolismo va dirigido
fundamentalmente a desvelarnos la figura del verdadero pastor. Sólo en segundo término, y
diciendo relación siempre a tal pastor, se habla del rebaño.
Muy distinta a la nuestra era la idea que del pastor tenía el israelita del Antiguo
Testamento y del Nuevo; idea que era compartida por todo el antiguo Oriente. El pastor era el
hombre del coraje y la audacia que tenía que trasladar sus rebaños de unas regiones a otras al
ritmo de las estaciones, en medio de grandes peligros. Era la personificación de una voluntad
decidida, animosa, templada, astuta, prudente. En ocasiones, la defensa del rebaño les costaba la
vida. Por eso se aplicaba el nombre de pastor, como título honorífico, a las personalidades más
destacadas: al rey, al profeta, al Mesías, a Dios mismo. Para el pueblo de Israel era familiar
imaginar a Dios como pastor y al pueblo elegido como el rebaño que él apacienta.
La parábola-alegoría del buen pastor ha influido notablemente en el lenguaje cristiano, hasta
el punto de llamar pastores a los obispos y presbíteros, y "pastorales" a ciertos escritos de los
primeros. La representación de Cristo como pastor con una oveja sobre los hombros es una de
las figuras más antiguas y conocidas.
Aparte de Juan, el Nuevo Testamento da explícitamente el título de pastor a Jesús en tres
ocasiones (Heb 13,20; 1 Pe 2, 25; 5,4).
163
Jesús es "el buen Pastor". Por dos veces aparece esta afirmación. Y lo es porque en él se dan
las condiciones eminentes de un pastor bueno: "da la vida por las ovejas", las conoce íntimamente
y es conocido por ellas de la misma forma y se cuida de todas (universalidad del rebaño).
6. Ama hasta dar la vida
Jesús no es un pastor más. Es el pastor ideal, el modelo de pastor, al actuar
exclusivamente por amor. Quien no ama hasta dar la vida no es pastor. Es un pastor que
viene a dar vida en plenitud a los suyos, razón por la que se da a sí mismo, al ser él esa vida en
plenitud (Jn 11,25-26; 14,6). La vida sólo se puede comunicar a través del amor, que es don de
sí a los demás (Jn 15,13). El que ama hasta dar la vida comunica al amado vida verdadera en
la medida en que la posea -nadie puede dar lo que no tiene-, porque la muerte es el último
gesto de amor de una vida hecha de generosidad. Sólo es capaz de amar hasta dar la vida el
que tiene un gran amor a la vida que entrega, el que le da el verdadero valor que tiene.
Jesús es "el buen Pastor": vive íntegramente para el bien del hombre. Esta es la idea
principal que quiere poner de manifiesto el texto. La actitud del "asalariado" pasa a segundo
término, lo mismo que el comportamiento de las ovejas -respuesta de los hombres-. La
presencia del mercenario sirve sobre todo para hacer resaltar más el heroísmo del pastor
verdadero, aunque también refleje perfectamente el comportamiento de las autoridades religiosas
judías. Mientras el pastor bueno arriesga la vida por defender a las ovejas, "el asalariado, que
no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo" -el enemigo tradicional de las ovejas-,
las abandona y huye, preocupado sólo de sí mismo. Obra por "dinero" (Mt 6,24). Jesús es el
Pastor de la humanidad cuyo pastoreo le ha confiado el Padre, único dueño de los hombres. El
lobo simboliza todo aquello que puede impedir, e impide de hecho, que el ser humano sea plena
realidad -lo llamamos "demonio" en lenguaje religioso-. "Y el lobo hace estrago y las dispersa": ¿cómo vencer el mal del mundo sin luchar contra él? "Y es que a un asalariado no le
importan las ovejas"; tiene cosas más importantes que hacer: una buena carrera, rodearse de
gente de prestigio, triunfar...
Hoy, en lugar de hablar de "pastor", hablaríamos de "conductor de hombres", de
"guía", de "líder", aunque estos términos no respondan fielmente a lo que quiere decir el
evangelio. Porque los liderazgos suelen anular la libertad y la responsabilidad de aquellos que
lideran, imponiendo los propios criterios.
El hombre responsable de hoy tiende a hacer desaparecer los liderazgos tanto individuales
como colectivos. ¿No será ésta una de las razones de la escasa militancia que padecen los
partidos políticos y los sindicatos y del abandono de la iglesia de muchas personas inquietas?
Los movimientos de democratización, de socialización, empeñados en vencer las dictaduras
que ejercen muchos líderes, son profundamente cristianos. Jesús de Nazaret es un Pastor que tra-
164
baja para que los suyos sean críticos, responsables. Es un Guía, pero siendo uno más del grupo,
compartiendo su vida desde dentro, en solidaridad con todos; nunca desde fuera, ni desde las
alturas -ése fue un "invento" posterior-, ni desde esa suficiencia y ese desdén del jefe que se
siente superior a los demás.
Cuando encontremos a alguien que guíe contando con todos, compartiendo todo, impulsando a cada uno para que sea él mismo..., experimentaremos que Jesús-Pastor vive en ese hombre, alienta en él, le ha transformado con su vida de resucitado.
No tiene por qué ser malo el liderazgo ni la responsabilidad sobre los demás. Lo que importa es
que sirva para el verdadero desarrollo de todos y cada uno de los otros, contando con ellos,
aceptando sus sugerencias..., aunque sea a costa de riesgos y demoras, de lentitudes y rodeos. Sólo
así llegaremos al término del camino en grupo, acompañados de personas auténticas. De lo
contrario tendremos la impresión de haber llegado con rapidez, pero sin sospechar, quizá, que
detrás de nosotros vienen arrastrándose las caricaturas de seres deshumanizados. ¿No deberíamos reflexionar más seriamente en las causas que han motivado esa masiva "religiosidad
popular"? Me preocupa cuando oigo o leo a teólogos progresistas defenderla sin matices.
La actitud de Jesús-Pastor es una lección que nunca se acaba de aprender. El pastor bueno
es el que sabe dejar de ser pastor en beneficio del pueblo, no el que sacrifica o diezma al grupo
para conservar el poder. El verdadero guía es aquel que ayuda a que la comunidad sea capaz de
enfrentarse responsablemente con su propio destino, el que ayuda a que cada uno se promocione y se haga pastor de su propia vida. ¿Por qué han dejado el sacerdocio tantos hombres
preocupados por el pueblo y por las necesarias reformas de las estructuras clericales?...
Jesús es el único Pastor de la iglesia. Esta verdad nos tiene que liberar de todo tipo de
servilismo y de cualquier culto a la personalidad. Una verdad que debe acentuar la responsabilidad en todos aquellos que colaboran en el trabajo pastoral, para que no olviden que son
enlaces, medios para llegar a Jesús y al Padre; nunca fines. Una verdad que convierte en
adultos a todos los miembros de la comunidad cristiana cuando se pone en práctica.
7. Conoce a los suyos y es conocido por ellos
Jesús "conoce a los suyos y los suyos le conocen a él". Es otra cualidad -la segunda según el
texto- del buen pastor, un aspecto concreto del "dar la vida". Antes había afirmado que
conocía personalmente a cada uno: los llamaba "por el nombre". Ahora nos declara que entre
él y la comunidad, como suma de individuos, existe una relación personal de conocimiento
profundo e íntimo, de mutua pertenencia, de verdadera comunión. Su conocimiento no se limita a
mera información, a saber cosas de alguien...: es creativo y personalizador a la vez. El conocimiento de Jesús -como el de Dios- nos convierte en hombres nuevos y verdaderos, porque es un
conocimiento que implica donación personal, compromiso, presencia, comunión de vida. Es un
165
conocimiento que transforma al hombre desde dentro de sí mismo. ¿No necesitamos sentirnos
conocidos y amados desinteresadamente para desear ser dignos de ese amor y trabajar para
conseguirlo? Y el conocernos unos a otros, el sabernos comprendidos y amados tal como somos,
¿no es el comienzo de una verdadera comunidad?
Esta relación de conocimiento-amor es tan profunda que Jesús la compara con la que existe
entre él y el Padre. ¿Nos resignaremos las comunidades cristianas a una vida superficial y rutinaria, cuando el objetivo que debemos alcanzar entre nosotros es la unidad que existe entre el Padre,
el Hijo y el Espíritu? (Jn 17,2123). La pertenencia a la comunidad de Jesús se fundamenta en esa
experiencia.
Es normal encontrar personas que viven juntas y que no se conocen más que superficialmente, que su conocerse no llega a lo más importante de cada uno. Entre esposos, entre padres e
hijos, entre amigos... Podría afirmarse que la convivencia humana se reduce casi en general a
un baile de carnaval: todos escondidos detrás de unas máscaras y sin apenas preocuparnos por
conocer qué hay debajo de las máscaras de los demás -,y de la propia?-. De ahí el vacío y la
soledad, la insatisfacción que se respira en la sociedad, alienada con los cachivaches y diversiones
que se le programan...
Para formar comunidad, para vivir en comunión con los demás, compartiendo sus penas y
alegrías, es indispensable conocer y amar teniendo como meta el conocimiento y el amor que
existe entre las personas divinas. Una meta inalcanzable, desde luego, pero a la que debemos
asemejamos tanto como nos sea posible, porque en esa dirección va la verdadera vida.
8. Se cuida de todos los hombres
Jesús distingue entre redil y rebaño. Redil es cada comunidad o grupo religioso; rebaño, la
comunidad universal. El hombre nuevo que proclama Jesús no vive encerrado en las fronteras
de una nación, de una cultura o de una raza. El hombre nuevo está allí donde alguien deja de
considerar a los otros como extranjeros.
El buen Pastor se cuida de todos los hombres, sin ninguna excepción: "Tengo otras ovejas... y habrá un solo rebaño, un solo Pastor". Es la tercera y última característica que distingue
al verdadero pastor, según el relato.
Para el Antiguo Testamento, el rebaño es el pueblo de Israel. Juan introduce una notable
diferencia: no todas las ovejas que hay en el rebaño -redil- le pertenecen. Establece un nuevo
principio de pertenencia: son del rebaño las ovejas que escuchan la voz de Jesús y le siguen. Lo
que implica que algunas del rebaño o del redil no le pertenezcan, y sí otras de otros rediles.
Jesús nos descubre el horizonte de su futura comunidad. Su misión no se limita al pueblo
judío: tiene por término la humanidad entera; su comunidad estará formada por personas de
166
todos los pueblos y razas de la tierra. El lazo de unión será "el Espíritu de la verdad" (Jn
16,13).
Jesús forma "un solo rebaño", que no crea una institución paralela y opuesta a la judía, de
la que saca a los que escuchan su voz. Su comunidad universal -católica- no está encerrada en
ninguna institución o cultura. Su meta es la plenitud del hombre, lograda por el Espíritu que nos
empuja al seguimiento del Pastor.
Jesús hunde rediles y derrumba paredes. No tiene fronteras. Las rompe durante su vida en
aquel pequeño, pero enormemente dividido, pueblo judío. Tampoco ahora se encierra en nuestra iglesia. El buen Pastor no fija límites a su amor. Desea un mundo fraternal en el que todos los
hombres, por fin, podamos vivir una vida digna. ¿Entenderemos alguna vez que el cristianismo es
un seguimiento?
Las tres características del verdadero Pastor que trae la presente parábola alegorizante se
cumplen plenamente en Jesús: ha dado la vida, conoce profundamente al ser humano -los
evangelios son testigos de la hondura de ese conocimiento- y su reino se proclama por todo el
mundo.
"Por eso me ama el Padre: porque yo entrego mi vida para poder recuperarla". Alude a
los tres aspectos de su muerte. Uno es el triunfal: muere para resucitar. Otro, la libertad con
que muere. El tercero, el amor con que lo ama el Padre, fruto de su obediencia al "mandato"
que le dio. Es la doctrina de los apóstoles (Flp 2,6-11; Rom 5,19; Heb 5,8-9). Si el rebaño
pertenece al Padre, es lógico que aquel que ha dado la vida por él sea amado por su verdadero
dueño.
Ya vimos repetidas veces (Jn 5,41; 8,50) que Jesús nunca buscó su propio interés o gloria, sino
únicamente el bien del hombre. Esa actitud le llevó a la plenitud del propio ser, a posponerse a sí
mismo y a poder entregarse. ¿Cómo podrá darse el que no se posee, el que es veleta de todos
los vientos? Para el que llega a esa plenitud de amor, la muerte deja de existir, porque el amor es
la vida y el amor en plenitud la vida total. Jesús recobró entera y para siempre la vida que
había ido entregando en favor de los hombres. Y es que la vida es como el agua: si se guarda para
sí mismo -si se estanca-, se corrompe; si se da, se recobra para siempre. Lo que di es lo que
tengo; lo que guardé, lo perdí.
Jesús afirma ante los fariseos su absoluta libertad en el don de su vida. Estaba tan convencido
de la verdad de su misión, que no podía volverse atrás ante las dificultades que se le presentaran,
ni aunque sus principales enemigos fueran los representantes oficiales de Dios. ¿No hubiera sido
mejor que hubiera cedido antes de dar semejante escándalo? Un escándalo del que nos
cuidamos mucho de no hablar, pero que se descubre inmediatamente cuando nos ponemos a leer
personalmente el evangelio. ¡Menos mal que la mayoría del "rebaño" -nunca mejor empleada
la palabra- cristiano tiene otras cosas más importantes que hacer!: distraerse, ver la televisión...
167
El Padre dejó a Jesús en plena libertad. ¿Cómo podría ser verdadero un amor sin libertad?
Como Hijo, dispuso totalmente de sus actos. Su relación con el Padre era de amor, no de sumisión. Es obrando libremente como muestra su unidad con el Padre y le expresa su amor. El
mandato del Padre no era una orden, sino un encargo. Es más, era lo mismo que él deseaba
realizar, fruto de la unidad de ambos en el Espíritu (Jn 17,10).
Jesús quiere que seamos ahora nosotros los continuadores de su obra, que lo imitemos como
verdaderos pastores. Leamos el texto desde nuestra propia realidad y saquemos conclusiones. No
nos quedemos en decir "qué bueno era Jesús"..., sigamos su camino. Es el que lleva a la vida...
9. Reacciones
De nuevo sus oyentes se dividen. Jesús nunca suscita pasividad. Unos siguen acusándolo de
"endemoniado y loco". Tengamos en cuenta que atribuir entonces obras buenas a un endemoniado era lo mismo que afirmar ahora la posibilidad de hacer un círculo cuadrado. ¡Tal era su
obstinación! Los altos títulos que se atribuye son para ellos una señal evidente de que ha
perdido la cabeza. Es la reacción esperada de los que nunca tienen nada que aprender. ¿Cómo
va a tener razón si va en contra de sus inmutables enseñanzas y de su impecable vida? Sólo un
insensato podría ir en contra de lo que ellos pensaban o vivían.
Otros dudan; son capaces de dejarse derribar de sus seguridades. Les mueven a ello las cosas
que hace, sobre todo la curación del ciego de nacimiento. Quizá algún día lleguen a comprender...
168
Parábola del juez y la viuda
Jesús, para explicar a los discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse,
les propuso esta parábola:
-Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los
hombres.
En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: "Hazme justicia frente a
mi adversario"; por algún tiempo se negó; pero después se dijo: "Aunque ni tema a
Dios ni me importen los hombres, como esa viuda me está fastidiando, le haré
justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara”.
Y el Señor respondió:
-Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus
elegidos que le gritan día y noche?, ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia
sin tardar. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?
(Lc 18,1-8)
1. Hemos cambiado los valores
Nuestra sociedad está pasando por una grave crisis, motivada por múltiples causas.
Algunas son de orden social: la crisis económica que sufren los de siempre con la tragedia del
paro, la violencia estructural y el llamado terrorismo -muchas veces única posibilidad de
responder a la violencia de los poderes-, la descomposición de la familia, el dominio que la
técnica ejerce sobre el hombre, la contaminación y los residuos radiactivos, que están
convirtiendo el mundo en un enorme basurero... Otras son más internacionales: las
tensiones entre los dos grandes bloques políticos, que pueden conducirnos a una guerra
nuclear de imprevisibles consecuencias -o muy previsibles-, la ineficacia de los organismos
internacionales, manipulados por los "grandes"..., son indicios de la grave enfermedad que
padece nuestro siglo.
También en la iglesia ha entrado el desaliento, la amargura, el desconcierto; que lleva, a unos,
a endurecer sus posturas inmovilistas y, a otros, a la búsqueda de una respuesta evangélica para el
mundo de hoy.
Quizá deberíamos buscar las causas de esta crisis en el interior de las personas. Porque hemos
cambiado la escala de valores: el tener lo hemos convertido en algo más importante que el ser persona; hemos hecho de la utilidad práctica, el beneficio inmediato y el placer de los sentidos el dios
de nuestra vida, llegando al extremo de subordinar a este dios los verdaderos valores humanos, como la propia dignidad, la amistad, la justicia o la libertad...
Las consecuencias las estamos pagando todos: la ausencia de verdaderos ideales para una vida
digna, la tensión constante en un mundo cargado de injusticia y de soledad... y ese superficial
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mariposear buscando en sensaciones externas y en nuevas experiencias lo que somos incapaces de
encontrar en nuestro interior.
¿Tenemos algo que aportar los cristianos en esta hora del mundo? Lucas nos presenta
seguidas dos parábolas relacionadas con la oración: la del juez y la viuda -que comentaremos en
este capítulo- y la del fariseo y el publicano, que veremos en el siguiente. La finalidad de
ambas es enseñarnos cómo debe ser la verdadera oración.
2. El lento crecimiento de todo lo verdadero
Tengo la impresión de que la mayoría de los pasajes evangélicos son más comprensibles para
una mentalidad rural, ligada a los ciclos normales de la naturaleza, que para la mentalidad tecnológica y electrónica del hombre moderno, habituado al funcionamiento automático de las
máquinas y las computadoras: basta con apretar un botón para lograr lo que se pretende. Sin
embargo, este hombre que habita en las grandes ciudades sabe por propia experiencia que,
normalmente, sólo por una solidaria tenacidad se llegan a conseguir, de los que gobiernan la
sociedad en sus diferentes estamentos, logros que de otra forma jamás se hubieran alcanzado.
Nuestros mayores, más vinculados al lento ritmo de la naturaleza, sabían bien que toda obra
que merece la pena requiere grandes inversiones de tiempo y de constancia. Lo saben
perfectamente los investigadores, los artistas y los poetas de todos los tiempos. Toda auténtica
creación supone una paciencia inagotable. Lo saben muy bien también los padres y los educadores... Lo expresa maravillosamente Saínt-Exupéry en su libro El Principito: "El tiempo que has
perdido por tu rosa es lo que la ha hecho tan importante". ¿Por qué pasar por alto esta ley
universal, inscrita en el proceso del mundo y de la historia, cuando se trata del crecimiento
del reino de Dios en nosotros y en la humanidad?
La parábola nos presenta una visión de la vida desde la óptica de la fe. El contexto refleja la
actitud y situación en que vivían los cristianos de entonces. Sabemos que esperaban la venida inmediata y salvadora de Jesús y que cada día elevaban su plegaria de llamada y de esperanza en su
propia llegada, convencidos de que era la única forma de escapar de la maldad de un mundo
incapaz de cambiar. Pero la venida del Hijo del hombre se hace esperar; las dificultades son
grandes, arrecian las persecuciones, amenaza la tentación de apostasía. Sólo la venida gloriosa
de Jesús les librará de todos los problemas que les afligen.
Olvidaban, lo mismo que ahora nosotros, que Dios no es el papá bueno que hace las cosas
que debemos hacer nosotros. Sí es el Padre que nos ayuda a que luchemos para superar las
dificultades que se nos presenten, la garantía de una justicia definitiva que resuelva los
interrogantes de tantas injusticias como sufren los explotados y oprimidos a lo largo de sus
vidas. Justicia-venida que podemos acelerar mediante una vida auténtica y una oración
perseverante. Ni todo depende exclusivamente de un Dios absoluto y paternalista ni todo queda a
170
expensas de los hombres y su justicia. La fe cristiana es síntesis de ambas posiciones, tan difícil de
conseguir en la práctica, como lo atestigua la historia del cristianismo. En todo tiempo tenemos
que luchar y rogar para que venga la justicia del Hijo del hombre; incluso cuando parece que la
lucha no sirve para nada y la oración no es escuchada y estamos a punto de sucumbir a la
fatiga y al hastío.
¿No tenemos la impresión ahora de que el mundo no tiene remedio, hagamos lo que
hagamos? El pecado social es hoy más fuerte que nunca; al menos hay más conciencia de él. Son
millones y millones las voces que claman justicia constantemente... ¿Negaremos la actualidad
de esta parábola de Lucas, siempre que la interpretemos adecuadamente?
3. Necesidad de orar siempre
"Tenemos que orar siempre sin desanimarnos". Son muchos los textos de Lucas que nos
hablan de oración. ¿Por qué su insistencia? Porque prevé que las dificultades, que ya vivían los
cristianos cuando escribió su evangelio, iban a continuar y era grande el riesgo de perder la fe, la
confianza, la esperanza... Porque la oración confiada y constante es el clima propicio para que
pueda madurar en nosotros la semilla del reino de Dios. Porque en ella muchas de las peticiones
que considerábamos urgentes para nuestro pequeño círculo se van relativizando y dando paso
a otras más importantes para la humanidad y con más riesgo y compromiso. Porque de ella
brota un estilo de vida verdaderamente cristiano...
La oración supone en el que la realiza una actitud humilde. Por eso sólo podemos rezar a
Dios, único ser mayor que el hombre. Humildad que debe ir acompañada de la perseverancia.
Muchos, al oír hablar de perseverancia, piensan inmediatamente en la machaconería, en
repetir fórmulas y palabras; nunca en esa oración más profunda de encuentro silencioso,
iluminador, con la verdad de Dios que nos revela nuestra propia verdad y nos esclarece la
situación humana. Es ésta la oración que es indispensable y necesaria, porque es el clima en que
nace y madura la fe y la vida.
La oración fortalece la esperanza cristiana, que no podemos confundir con la simple espera
de algo que quizá se realice. La esperanza cristiana consiste en la certeza de conseguir algún día,
en plenitud y para siempre, lo añorado en lo más íntimo y verdadero de nuestro corazón, a pesar
de todas las situaciones y contradicciones que hagan difícil mantener esta actitud. Una esperanza que respeta el "tiempo" de Dios, pero que lleva a trabajar para adelantarlo.
Si la oración es la forma habitual de alimentar nuestra comunión con Dios y con los
hombres, dejar de orar es exponernos a su lejanía, dejar de tener el "sentido de Dios" en los
acontecimientos. Si la oración es tan importante para el hombre, ¿nos extrañaremos de la
ausencia de Dios y de la radical injusticia en una sociedad que no reza? ¿Rezamos los cristianos?
¿Cómo?
171
4. Los protagonistas de la parábola
La protagonista principal de la parábola es una viuda que acude a un juez para que le haga
justicia, seguramente en cuestiones de herencia, contra un adversario mucho más rico, poderoso e
influyente que ella. Era la mujer pobre y viuda, junto con el huérfano, la imagen viva del
desamparo y la marginación en el ambiente bíblico. No tiene más medios para lograr que le hagan
justicia que su constancia y tenacidad. Está segura de lograr una sentencia favorable, con tal que se
celebre el juicio. Pero ¿cómo inducir al juez a su celebración? Ella no tiene medios económicos para
hacer regalos, ni amigos influyentes... No le queda más solución que ir una y otra vez al juez en
demanda de justicia, convencida de que terminará por acceder.
El juez es un hombre caprichoso, maligno y comodón que desempeña su función judicial
como no debe. No le importan en absoluto ni Dios ni los hombres. Pero es el único que puede administrar la justicia.
El monólogo del juez consigo mismo descubre sus ruines pensamientos. Comprende que la
mujer no tiene intención de ceder y al fin se harta de verse molestado continuamente. Quiere
acabar con tanta importunidad y tanta molestia; que lo deje en paz de una vez. Y le hace
justicia. Podía haber tenido una reacción distinta y castigar a la mujer por su tozudez o
prohibirle volver al tribunal; pero parece que está convencido de que nada ni nadie la hará
abandonar su propósito.
Jesús nos invita a tener una tozudez semejante a la de la viuda. Si un juez sin entrañas fue capaz
de dictar una sentencia favorable, ¡cuánto más Dios "hará justicia a sus elegidos que le gritan día
y noche"!
Aunque la parábola está centrada principalmente en la actitud de la viuda, la aplicación que
Jesús hace de ella se fija en el juez. No es la actitud perseverante de la viuda lo más importante, sino
la certeza de ser escuchada. Sus oyentes deben dar un salto y trasladar la conclusión del juez a
Dios: si este juez injusto, movido exclusivamente por motivos egoístas, ha sido capaz de hacer
justicia, ¿cómo no escuchará Dios siempre a todos y especialmente a los pobres y necesitados? La
conclusión no puede ser otra que la seguridad y confianza en que la oración será siempre escuchada, que el Dios de Jesús trabaja junto a los hombres que buscan la verdadera humildad.
Cada uno, con su oración y trabajo, colaborará a que llegue ese día. Dios, con su intervención
insustituible, no nos fallará, aunque el proceso sea largo y desesperadamente lento. Sólo una
condición nos ha puesto Jesús para que la actuación del Padre no quede bloqueada: "orar
siempre sin desanimarse". Y es que es en la oración donde adquirimos la fuerza necesaria para
seguir adelante a pesar de todas las dificultades que tengamos que superar. Una oración que
no nos quita los obstáculos del camino, sino que nos da la fuerza para superarlos. Jamás en el
evangelio la oración consistió en un cruzarse de brazos para esperar que Dios haga lo que
172
debemos hacer nosotros. ¿Será porque no rezamos por lo que hemos colocado la palabra
"imposible" tantas veces en nuestra vida?
Esta parábola nos anima a una oración llena de esperanza, de utopía, a no desanimarnos
nunca, porque no se apoya en nosotros, sino en Dios. Quizá nos equivoquemos en lo que
pedimos y no sepamos rezar ni vivir coherentemente con lo que decimos... Pero el Padre no deja
de amarnos. Orar sin desanimarse es creer en este amor incondicional de Dios.
Toda la vida de Jesús fue una constante oración. Para ponernos en el camino de su oración
es necesario que creamos y descubramos muy en lo profundo de nosotros mismos que entre los
hombres y el Padre de todos existe una corriente de amor, de amistad verdadera, de deseo de
compartirlo todo: las ilusiones y las esperanzas, las tristezas y los fracasos, los proyectos... Llegar
a creer que todo lo que a los hombres nos interesa y constituye el entramado de nuestras vidas le
interesa también a Dios, es fundamental para que seamos capaces de ponernos delante de él con
mucha frecuencia para presentarle todas esas innumerables cosas que nos hierven por dentro y
que nos animan o nos desasosiegan. Y que se las presentamos no para que nos conceda unas y
nos libre de las otras mágicamente, sino para clarificarlas y actuar conforme a la luz
recibida a solas con él.
5. El Hijo del hombre
"Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?" Con esta pregunta
de Jesús a sus discípulos termina el texto. Parece que este final no pertenecía originariamente a la
parábola; enlaza mejor con el final del capítulo anterior. Sea lo que sea, la frase expresa la
situación de la iglesia y de cada cristiano de entonces y de ahora; la necesidad de "orar
siempre sin desanimarse", para ser fieles al camino de Jesús. Porque el riesgo de interpretar la fe
de una forma menos rigurosa, de hacernos un mesías a nuestra medida, existirá siempre. ¿Hará
falta poner ejemplos? ¿Tiene algo que ver nuestra vida cristiana con la de Jesús? Es fácil ceder
ante las dificultades de la vida, olvidar que hemos de vivir en nosotros el “misterio" de muerte y
resurrección del "Hijo del hombre".
Cuando Lucas escribe, los cristianos vivían desconcertados por las dificultades que tenían
que vencer si querían seguir adelante. ¿Serán capaces de mantener, después de la ascensión de
Jesús, la fidelidad a su Señor durante el tiempo en que esperan su retorno? Esto debe preocuparles mucho más que el querer saber si Dios escucha su oración, sobre lo que no deben tener
ninguna duda.
A todas las generaciones de cristianos les ha sido difícil aceptar que el camino hacia la vida
pasa por la muerte; que la muerte de Jesús asesinado no fue un accidente, sino una lógica
constante en nuestro mundo. Quizá por eso nos hemos conformado con un cristianismo de
rebajas que poco o nada tiene que ver con el evangelio.
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Viene la salvación; tarde o temprano, el Hijo del hombre vendrá, pero... ¿encontrará esta fe en
la tierra cuando llegue? Ciertamente encontrará gente que diga que tiene fe, que cree en Dios y en
Jesús, pero ¿gente que se lo juegue todo por seguirle? Una salvación -plenitud humana- que
alcanzarán aquellos que, manteniendo una dura lucha, hayan perseverado hasta el final.
La historia avanza, la cultura cambia..., todos tenemos conciencia de la nueva humanidad que
se está gestando. ¿Sabremos encontrar un estilo de fe cristiana que sepa dar respuesta a los
nuevos tiempos? ¿Seremos capaces de anunciar el evangelio de forma que represente algo positivo
para los hombres de hoy? Mucho tenemos que cambiar la iglesia y los cristianos para ello…
174
Parábola del fariseo y el publicano
Dijo Jesús esta parábola por algunos que, teniéndose por justos, se sentían
seguros de sí mismos y despreciaban a los demás:
-Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era un fariseo; el otro, un
publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: "¡Oh Dios!, te doy
gracias porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como
ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que
tengo".
El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los fijos
al cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo: "¡Oh Dios!, ten compasión de este
pecador".
Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquél no. Porque todo el que se
enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido.
(Lc 18,9-14)
1. Orar con humildad
El auditorio de esta parábola es distinto del de la anterior -el juez y la viuda-. Pero
está unida con ella por el tema: en ambas se trata de la oración.
Enfocar bien la oración y dedicarle un tiempo fijo cada día es difícil. ¡Es tanto lo que
tenemos que hacer!, decimos para justificarnos. La verdad es que la consideramos una
pérdida de tiempo -cuando no una alienación-, influidos por el ambiente de eficacia
inmediata que nos rodea y por nuestra autosuficiencia de creer que podemos ser cristianos
de verdad sin necesidad de orar.
Jesús no pensaba lo mismo. Prueba de ello es el mucho tiempo que le dedicó.
Como toda actitud creyente, la oración puede verse reducida a una caricatura de lo que
debería ser. La oración es alienante cuando nos evade de la realidad, cuando no surge de los
problemas concretos de la vida, cuando refuerza nuestras seguridades y la instalación en este
mundo.
Orar es comprometerse con una acción. Contemplar y trabajar por el mundo nuevo son
caras de la misma moneda. El cristiano verdadero reza porque sabe que no puede entrar en
contacto con la realidad del mundo y con los hombres si no entra en contacto con Dios. ¿Cómo
acertar a trabajar por el mundo que Dios quiere sin preguntarle a él en la oración? Por no
hacerlo de verdad, los cristianos somos considerados -por los que luchan por un mundo justopolíticamente de derechas y conservadores, económicamente bien situados y con escaso o nulo
sentido de la justicia distributiva. ¡Lamentable espectáculo, ajeno totalmente al evangelio!
La oración verdadera nos va dando la fortaleza necesaria para luchar por una sociedad como
Dios quiere; supone confiar en un Padre capaz de hacer fuerte al débil, comprometido al hombre
sin preocupaciones. La oración es una actitud política, es decir, tiene íntima relación con el medio
175
ambiente en que vive el que reza y, a través de él, con toda la humanidad. Compromete tan
seriamente con la situación histórica que busca fundamentalmente que se realicen, aquí y
ahora, los valores del reino de Dios.
La oración verdadera llega hasta Dios, pero partiendo de la realidad humana. Cada
momento de oración es como un juicio que adelanta el juicio de Dios al manifestarnos la
verdad y la mentira de las situaciones humanas. Lo económico, los problemas laborales, la
defensa de los derechos humanos... están tan unidos a la oración y a la fe, que sin ellos la
oración sería una actividad a extinguir y la fe un lujo sin consecuencias positivas. En la oración
descubrimos la verdad de las cosas y de los acontecimientos desde el mismo Dios y adquirimos la
fuerza para llegar a transformarlos. También descubrimos en ella nuestra propia verdad, ya
que en Dios quedamos iluminados y descritos tal como somos; hace que la imagen y semejanza que
somos de Dios trino se vaya realizando porque nos entrega como arcilla en manos del alfarero. En
ella vamos adquiriendo el conocimiento de Dios.
La oración, como entrega máxima, nos hace serenos, infantiles, objetivos. En la medida en que
seamos capaces de orar, penetramos en el fondo de lo humano. Las grandes cosas de la
existencia se dan a los que rezan... Es la síntesis del ser humano: según sea la oración, es la vida. El
tiempo que pasamos en oración es el más fecundo de toda nuestra existencia. Decía san
Agustín: "Dios gobierna el mundo, y a Dios lo gobierna la oración". Y santa Teresa de Jesús:
"La vida de oración da el coeficiente divino a todas nuestras obras"; "para la eficacia apostólica
lo que interesa es ir cargados de oración".
La oración es el diálogo de las tres personas divinas. Por la oración participamos en ese
diálogo. Por esa razón, la oración nos eleva por encima de la capacidad que nos corresponde
por herencia y educación, nos llena de una paz capaz de contagiar a los que se cruzan en
nuestro camino.
2. La parábola
Esta parábola, propia de Lucas, nos presenta el tipo de plegaria que Dios escucha, el modelo de
hombre en que Dios se complace. Completa el sentido de la parábola del juez y la viuda: orar
siempre sin desanimarse, nos decía la anterior; pero desde un corazón humilde y sincero, añade
ésta. Está dirigida a los fariseos, que se tenían por superiores a los demás y criticaban la actitud
de Jesús.
La parábola del fariseo y el publicano habla por sí misma; tiene tal fuerza que supera todo
intento de explicarla. Es tan clara que debió resultar inaudita para los oyentes del tiempo de Jesús y
herética y ofensiva para los fariseos. Ofrece un cambio radical en la manera de entender la
oración, la piedad, la salvación de aquellas gentes. Nos presenta dos actitudes religiosas totalmente diversas en el momento de la oración y que tienen unos resultados muy distintos a los que
176
cabria esperar: el "malo" es el que lo hace bien; y el "bueno", mal. El primero reza como Dios
quiere; el segundo, con criterios mundanos.
Es posible que a nosotros, cristianos desde pequeños, nos resbale el mensaje de esta parábola, lo
mismo que nos dejan indiferentes la mayoría -¿todas?- de las páginas evangélicas. ¡Qué
vacuna más eficaz la que hemos recibido a través de la catequesis, de las clases de religión...! Sin
embargo, debemos tomar conciencia de que todas las enseñanzas y actuaciones de Jesús son un
mensaje personal para cada uno de nosotros. Al que diga: "eso no es para mí", o lo piense
aunque no lo diga, ya es seguro que es para él. Es verdad que es una parábola dicha en una
situación y ambiente muy determinados, pero válida en cualquier situación y ambiente humanos.
Principalmente en los ambientes más "religiosos". Debemos ser lo suficientemente lúcidos para
reconocer que todos llevamos dentro un fariseo.
3. El fariseo
"Dos hombres subieron al templo a orar..." La escena nos presenta una oración privada.
Contrapone a dos hombres considerados de muy distinta manera en el ambiente judío. Y,
como tantas otras veces, será el de mala fama el que salga bien librado, al contrario que "el
bueno".
Los fariseos eran un grupo de judíos nacionalistas, en su mayoría laicos, de una exactitud
escrupulosa en el cumplimiento de los muchos y difíciles preceptos de la ley. Muy seguros de sus
opiniones personales, estaban incapacitados para captar la necesidad que tenían de conversión.
Su orgullo de casta les impidió reconocer en Jesús al enviado de Dios, cerrándose herméticamente a sus críticas. Defendían una religión formulista y exterior, más atenta a la letra que al
espíritu. Eran celosos guardianes de la pureza legal y muy minuciosos; soberbios e hipócritas al
sobrevalorar sus obras frente a Dios. Se fijan más en la fachada que en el interior, en el
aparentar que en el ser.
El fariseísmo no es sólo de aquella época: es una forma de vivir lo religioso en todos los
tiempos, y es lo más opuesto al espíritu cristiano. Constituye una constante amenaza para el cristianismo, al que pretende reducir a unas cuantas prácticas religiosas. Todos los hombres
poseemos dentro de nosotros zonas de fariseísmo: todo lo que nos resistimos a revisar por estar
seguros de ser verdadero. Y es, quizá, el reconocerlo con sencillez la única forma de luchar
contra él.
El fariseo se presenta ante Dios muy seguro de sí mismo. En el judaísmo se rezaba de pie.
El fariseo está "erguido", lo que revela su estado de ánimo, de superioridad. Pero no reza;
finge ignorar que los dos polos de la oración son Dios y nuestra nada. Y los cambia por otros
dos: sus propias virtudes y el desprecio de los demás. Es lo mismo que hacemos nosotros tantas
veces. Se cree grande porque empequeñece a Dios; virtuoso porque desprecia a los demás. Si algo
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va mal, la culpa es siempre de los demás. Nunca nuestra. El fariseo se reza a sí mismo, se cuenta
su historia, poniendo por delante la lista de los pecados ajenos.
Comienza su oración con una acción de gracias, como estaba establecido en el judaísmo. Pero
pronto Dios pasa a segundo término. Lo olvida. Lo que importa es el "yo", la orgullosa complacencia en sí mismo al compararse con los demás. En su acción de gracias se hace patente la
confianza en su propia justicia y su desprecio de los otros. Es un "justo".
No encuentra nada de qué arrepentirse: no es ladrón, ni injusto, ni adúltero. Incluso va más
allá de lo que exige la ley y hace buenas obras. "Ayuna dos veces por semana", cuando no
había obligación de ayunar más que un día al año (el día de Kippur, que correspondía al día 9
de abril). "Pagaba el diezmo de todo lo que tenía" (Lev 27,30-33; Dt 14,22-29).
Lo que el fariseo decía en la oración era verdad. Pero no todo. ¿Qué puesto puede
ocupar Dios en la religiosidad de este saco de vanidad y de suficiencia? ¿Cómo podrá ser
escuchado por Dios si no habla más que de sí mismo, de sus buenas obras? Dios sólo puede curar
a los enfermos (Mt 9,12). Los "sanos" no lo necesitan.
El fariseo tiene necesidad de que Dios exista; de lo contrario, ¿ante quién podría cacarear sus
"méritos"? Su oración la podríamos traducir así: tú existes, oh Dios, porque si no existieras,
¿de qué me servirían mis virtudes y mis buenas obras, y quién castigaría a los demás como se
merecen?
La oración del fariseo es frecuente siempre, principalmente entre los muy "piadosos". Son los
que ven a Dios como el aliado de su "casta", de sus "buenas costumbres", de su "pureza", de su
"religiosidad". No lo ven -no pueden verlo por el montaje que tienen de vida- en la lucha por
la justicia y la libertad que debemos realizar entre todos. Están tan llenos de sí mismos, que es
prácticamente imposible encontrar una fisura por la que pueda entrar Dios.
“Voy a misa todos los días y comulgo, rezo el rosario diariamente, visito al Santísimo y hago
lectura espiritual..., doy limosna de vez en cuando, rezo por los que pasan hambre..." ¿Qué más
puedo hacer? ¿Cómo no va a estar Dios contento conmigo? "No soy como esos que nunca van a
misa, se emborrachan, se drogan, roban, blasfeman... No tengo nada que reprocharme..."
El fariseo de todas las épocas está convencido de lo que dice. Es santo, se siente santo y su
orgullo es santo. Una santidad que da distinción y categoría, que separa a los hombres en clases,
que otorga privilegios. Es la santidad de los fuertes, de los que nunca tienen nada que aprender,
de los que invocan el "humanismo cristiano" para hacer de las suyas, de los que lograron la
máscara perfecta amparados, muchas veces, en su privilegiada situación económica y social;
máscara que oculta frecuentemente los sentimientos reprimidos o bloqueados al promocionar una
religión que sacrifica al hombre a las formas y a las estructuras.
Si se les dice que su religiosidad es una caricatura, pensarán que nos estamos burlando de ellos
o que les ofendemos por envidia. Han logrado convencerse de tal manera de la verdad de lo que
hacen que jamás podrán cambiar, simplemente porque ellos no tienen nada que cambiar o modi-
178
ficar. Esta es la causa principal de la enorme dificultad que tenemos los cristianos de siempre, los
religiosos y los sacerdotes para ser seguidores de Jesús. El fariseo es santo: ¿,cómo hablarle de
conversión, de cambio interior y de mentalidad? Eso queda para los pecadores, para los que no
creen en Dios... El está más allá: es de Dios y sólo escucha lo que Dios le diga, porque su dios
siempre le "dice" lo que le conviene, al habérselo fabricado a su imagen y semejanza. De esta
forma la trampa en que se ha metido es perfecta.
Son ciegos voluntarios (Mt 15,14; 23,16-19.24.26; Jn 9,40-41); están incapacitados para descubrir
los tremendos atropellos e injusticias que se cometen en nombre de su "santidad" formalista, al
no estar incluidos en sus listas de malas obras.
La santidad farisea destruye al hombre al transformarlo en un robot religioso, en una
máquina de cumplir órdenes y preceptos externos.
No tranquilicemos nuestra conciencia pensando que los fariseos aquellos a los que atacó Jesús
ya se murieron. La figura y la oración del fariseo estarán presentes en nuestros templos hasta que
comprendamos que el hombre está por encima del sábado y de la ley; que las prácticas
religiosas no son el objetivo final del hombre, sino solamente un medio para que éste pueda
asumir y realizar su vida con libertad, justicia y creatividad.
Cuando Jesús critica la oración del fariseo, está atacando todo un sistema y una
concepción de la vida en la que el hombre sólo cuenta como una pieza del sistema al que debe
servir.
La santidad del fariseo es institucional, la acomodación de una conducta a los esquemas
preestablecidos, la envoltura con que se nos obliga a vestirnos. Pero nunca va más allá. En ella, el
hombre no cambia, ni progresa, ni mejora. Solamente sirve para que la institución siga adelante:
bautismos, misas para cumplir el precepto, ayunos y abstinencias, primeras comuniones, confirmaciones... ¿Qué son y para qué sirven hoy? ¿Qué está pasando con esta mascarada en la actualidad,
al estar cambiando el modelo de sociedad?
4. El publicano
El publicano distaba mucho de ser un hombre ejemplar; indudablemente, no era buena
persona. En aquellos tiempos, los publicanos o recaudadores de impuestos eran hombres sin
escrúpulos, que se habían puesto al servicio de los invasores romanos para enriquecerse a
costa de sus hermanos de raza; eran unos colaboracionistas, unos traidores. No se preocupaban de lavarse las manos cien veces al día ni de rezar poco ni mucho; tampoco se preocupaban de los demás. Para estos hombres cambiar de vida y practicar la justicia era una grave
complicación. Nadie les ayudaba a realizar este cambio porque eran odiados y tenidos por
indeseables; menos los que tenían mucho dinero, como es natural. Según la doctrina de los fariseos,
179
si querían ser perdonados tenían que restituir todo lo que habían adquirido injustamente y dar
un quinto de todas sus propiedades.
Que se hubiera atrevido a entrar en el templo era audaz, indicaba una buena dosis de
libertad de espíritu. Suponía dejar de lado el temor a verse afrentado públicamente. Pero una vez
que se había decidido a entrar para hacer su oración, comprendió que aquello tenía que
significar el comienzo de una nueva vida.
Se presentó ante Dios como era, sin esconderse detrás de unas fórmulas aprendidas de
memoria o de prácticas rutinarias. Su oración es humilde y espontánea: no se gloría de nada
ante Dios ni se compara con los demás. Sólo tiene conciencia de su culpa y de la bondad de Dios
para perdonarle. Necesita salir de su pecado y pide ansiosamente auxilio. Sabe que está solo,
hundido en la miseria, que no se puede apoyar en lo que tiene... Pero es consciente de que le
queda Dios.
Se queda lejos y no se atreve a levantar los ojos a Dios; es consciente de no merecer
presentarse entre las personas religiosas ni dirigirse al Santo, puesto que él no lo es. Su oración
consta de muy pocas palabras: se lamenta de su propia culpa y pide perdón. No muestra ningún
interés por su propia persona. ¿Qué podría encontrar en ella de satisfactorio, si toda su vida no
es más que la de un pecador? Ni siquiera tiene necesidad de confesar detalladamente sus pecados:
su confesión ya se la ha hecho el fariseo. El no tiene más que sacar conclusiones. El fariseo ha puesto
la enumeración de sus culpas; él pondrá el arrepentimiento. Se reconoce enfermo, necesitado de
médico. Y el médico se preocupa de curarle. Y quedará curado; podrá empezar una nueva vida.
Es un ejemplo más de la constante enseñanza evangélica: el marginado, el hombre mal
considerado..., tiende a abrirse a los cambios, a la conversión, a buscar la verdad y la justicia, a superar unos límites que parecen intocables, a reconocer sus errores...; mientras el hombre religioso, el
poderoso y encumbrado, instalado en su seguridad y buena conciencia..., tiende a cerrarse totalmente.
5. Lección para nosotros
Entra en escena el personaje principal y dicta una sentencia sorprendente. Para el
publicano es la salvación. Para el fariseo, hombre que conocía perfectamente el ritual de la
plegaria, no pronuncia siquiera una condena explícita. ¿Qué va a responder a la bufonada que ha
representado? Si su oración hubiera merecido una respuesta, ésta habría tenido un tono
irónico: "Ayunas dos veces por semana..., otros ayunan más para adelgazar o porque no tienen ni
lo indispensable para vivir... Das el diezmo de lo que tienes..., otros no pueden hacerlo porque no
ganan lo suficiente, porque no disponen de los bienes que tú tienes, y será mejor que indaguemos
sobre cómo los has conseguido... No eres ladrón, ni adúltero, ni injusto... porque has vivido en
un ambiente que te ha defendido de esos pecados, interpretados a nuestra conveniencia...
180
¡Habría que haberte visto en las condiciones en que viven los que tú condenas!..." Pensándolo
bien, el fariseo no merece ni una respuesta irónica.
La oración del fariseo es rechazada no porque los actos concretos que dice cumplir no lo
sean de verdad, sino porque se ha olvidado de que, en cualquier caso, es un pecador como los
demás, que necesita el perdón de Dios y de los hombres, que su respuesta es muy insuficiente
habida cuenta de las posibilidades que ha tenido.
Y eso es precisamente lo que sabe hacer el publicano, que desconocía totalmente el modo
ritual de rezar. Porque es evidente que Jesús no justifica ni aprueba en la parábola la conducta
de los publicanos de la época. Pero sí aprueba su sinceridad, consciente de las dificultades que va a
encontrar para rehacer su vida: deberá abandonar su profesión y restituir lo estafado en la
medida de sus posibilidades. ¿De qué vivirá?
A Dios no le asusta la verdad del hombre; la desea como punto de partida para iniciar con él un
diálogo. ¿De qué sirve una oración que no surge de la verdadera realidad del que ora? Pero ¡qué
difícil es partir de la realidad al haber convertido la evangelización en una religión formulista! Es
posible vivir una vida entera inmersos en un cristianismo institucional sin haber sido nunca
seriamente evangelizados. La religión formulista se limita a pedirnos que hagamos unas cosas
consideradas buenas y dejemos de hacer otras por ser malas. La evangelización nos invita a
caminar detrás de Jesús, a conocernos tal como somos, a tomar nota de nuestras inclinaciones,
necesidades e ilusiones; a asumir responsable y personalmente los riesgos de la propia vida, a ser
cristianos no porque nos hablaron de ello desde pequeños, sino por haberlo experimentado como
válido.
Jesús nos invita a comenzar su seguimiento desde lo que consideremos más indigno en
nosotros mismos y nos dé más vergüenza; desde aquello que no queremos dejar y que
encubrimos con tanto empeño y es causa de nuestra incapacidad para seguir caminando.
Aunque el fariseo nos sea antipático, casi sin darnos cuenta imitamos su postura de
suficiencia y presunción. Jugamos a ricos con Dios. Le exponemos nuestras "buenas obras" y le
invitamos a que nos admire: "Vengo a misa, pertenezco a una comunidad y busco para mis hijos
buenas compañías; gracias a Dios, mi hija sale con un chico de buena familia y que tiene una
buena colocación..." No venimos a la iglesia para escuchar a Dios y sus exigencias sobre nosotros.
Venimos para recibir lo que nos interesa, no para dar.
Aceptemos la lección que nos da el publicano. Convenzámonos de que no tenemos nada
presentable que podamos ofrecer a Dios que él no nos haya dado primero. Desconfiemos de la
oración ritualista que tan a la perfección conocía el fariseo. No tengamos miedo a descubrir
cuanto haya de pecado y miseria en nuestras vidas y en las estructuras de la iglesia.
La parábola termina con una sentencia, repetida varias veces en los evangelios, que le da
sentido: "Porque todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido".
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Bella y dura parábola para los que participamos en la eucaristía semanal... Busquemos en la
oración el descubrimiento de Dios y de nosotros mismos. La gran diferencia existente nos llevará,
sin duda, a reconocernos pecadores y a pedir perdón. Los santos eran muy conscientes de esta
realidad. Todos debemos golpearnos el pecho...
182
En la fiesta de la dedicación del templo
Se celebraba en Jerusalén la fiesta de la dedicación del templo. Era invierno, y
Jesús se paseaba en el templo por el pórtico de Salomón. Los judíos, rodeándolo, le
preguntaban:
-¿Hasta cuándo nos vas a tener en suspenso? Si tú eres el Mesías, dínoslo
francamente.
Jesús les respondió:
-Os lo he dicho y no creéis: las obras que yo hago en nombre de mi Padre,
ésas dan testimonio de mí. Pero vosotros no creéis, porque no sois ovejas mías.
Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy
la vida eterna; no perecerán para siempre y nadie las arrebatará de mi mano.
Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos y nadie puede arrebatarlas de la
mano de mi Padre.
Yo y el Padre somos uno.
Los judíos agarraron piedras para apedrear a Jesús. El les replicó:
-Os he hecho ver muchas obras buenas por encargo de mi Padre.- ¿por cuál
de ellas me apedreáis?
Los judíos le contestaron:
-No te apedreamos por una obra buena, sino por una blasfemia: porque tú,
siendo un hombre, te haces Dios.
Jesús les replicó.
-¿No está escrito en vuestra ley: "Yo os digo: sois dioses"? Si la Escritura
llama dioses a aquellos a quienes vino la palabra de Dios (y no puede fallar la
Escritura), a quien el Padre consagró y envió al mundo, ¿decís vosotros que blasfema porque dice que es hijo de Dios? Si no hago las obras de mi Padre, no me
creáis a mí, creed a las obras, para que comprendáis y sepáis que el Padre
está en mí y yo en el Padre
Intentaron de nuevo detenerlo, pero se les escabulló de las manos.
Se marchó de nuevo al otro lado del Jordán, al lugar donde antes había
bautizado Juan, y se quedó allí.
Muchos acudieron a él y decían:
-Juan no hizo ningún signo; pero todo lo que Juan dijo de éste era verdad.
Y muchos creyeron en él allí.
(Jn 10,22-42)
1. Más cerca del final
Estamos en la fiesta de la dedicación del templo, unos dos meses después de la fiesta de
los campamentos. Jesús aparece en el templo enfrentado, por última vez en este evangelio,
con los dirigentes judíos. En adelante no volverán a discutir. Las autoridades religiosas ya
han tomado hace tiempo una decisión irrevocable: matarlo como sea. Les costará aún cuatro
meses lograrlo. Lo harán, como es natural en hombres tan "piadosos", en nombre de Dios
(Mt 26,63-66; Mc 14,61-64; Lc 22,67-71).
183
Esta fiesta tenía por objeto la conmemoración anual de la purificación del templo que
había realizado Judas Macabeo en el año 165 antes de Cristo, después de la profanación
que de él había hecho Antíoco IV Epífanes (1 Mac 4,36-59; 2 Mac 10,1-8). Caía en diciembre -mes de Kisléu- y duraba ocho días. Tenía un ceremonial calcado al de la fiesta de los
campamentos (2 Mac 1,9.18). Más tarde se caracterizó por las lámparas que se encendían
delante de las casas durante todos los días de su celebración (2 Mac 1,18-22), por lo que
vino a llamarse también fiesta de las luminarias.
Era también una fiesta muy popular, aunque no obligaba la peregrinación a Jerusalén,
como en las otras tres grandes fiestas (pascua, pentecostés y campamentos). En la escena no
aparecerá para nada el pueblo. Será un enfrentamiento entre Jesús y los dirigentes
religiosos, a solas.
"Era invierno". Una precisión innecesaria, pues la fiesta caía siempre en invierno. Quizá
Juan nos quiera indicar la "muerte" que reina en Jerusalén y en su templo, causada por los
malos pastores. Puede ser también una indicación para precisar a los lectores de la gentilidad la época del año en que se celebraba la fiesta.
La escena tiene lugar cuando "Jesús se paseaba en el templo por el pórtico de Salomón". El
atrio de los gentiles del templo estaba rodeado todo él por pórticos cubiertos adosados a sus muros. El del lado oriental recibía el nombre de Salomón, porque se decía que había sido
construido por este rey. Desde este pórtico se dominaba el profundo valle de Cedrón. Sus
muros medían unos doscientos metros de largo y estaban construidos con piedras de sillería
blanquísimas, de unos diez metros de largo y tres de alto cada una. Era el pórtico más antiguo de
los conservados. En invierno era un lugar muy acogedor porque resguardaba de los vientos
fríos.
En este escenario, un día de la fiesta, "los judíos", que son, indudablemente, los fariseos
por su argumentación, le salen al encuentro y, "rodeándolo" -expresión que indica
hostilidad-, quieren forzarlo a una respuesta que, de haber sido afirmativa, habría provocado
su inmediata detención. Quieren que les diga sin rodeos si él es el Mesías; acabar de una vez con
las divisiones que hay entre ellos a causa de la curación del ciego de nacimiento (Jn 10,19-21). La
exigencia que muestran deja entrever que nos acercamos al punto culminante de las
hostilidades entre Jesús y los dirigentes religiosos de Jerusalén.
Parece extraño que los fariseos acusen a Jesús de mantenerlos en la incertidumbre acerca de
su mesianidad, cuando sus palabras y sus obras han manifestado suficientemente que él es el
enviado de Dios. Con todo, la pregunta no carece completamente de razón, si tenemos en cuenta
que únicamente se ha dado a conocer explícitamente como Mesías delante de la samaritana (Jn
4,25-26), de los discípulos (Mt 16,15-17; Mc 8,29-30; Lc 9,20-21) y del ciego de nacimiento (Jn 9,3537). Se ha dado a conocer cuando sus interlocutores se han mostrado dispuestos a aceptar su
testimonio, dando pruebas de su voluntad de creer. Y ése no es el caso de los dirigentes,
184
evidentemente, a los que siempre ha hablado indirectamente de su mesianidad, evocando sobre sí las
profecías, presentándose como el enviado del Padre y confirmándolo con milagros-signos.
2. Sus credenciales son las obras
Tampoco ahora responde Jesús directamente a su pregunta, sino que vuelve a presentarles sus
credenciales: "Las obras que yo hago en nombre de mi Padre". Es verdad que nunca afirmó ante
ellos explícitamente su mesianismo, pero las pruebas que les ha presentado repetidas veces deberían
haber sido suficientes, si hubieran estado dispuestos a creer. El problema no está en sus declaraciones. El verdadero problema está en los dirigentes, que no están dispuestos a aceptarlo
como Mesías bajo ningún concepto. ¿Qué lenguaje puede ser tan elocuente como el de las
buenas obras realizadas a favor del hombre? Pero son precisamente esas obras la causa de su
incredulidad: no las toleran porque derriban su posición de poder y opresión sobre el pueblo. Son
sus intereses personales los que les impiden admitirlas. La culpa es suya por defender intereses
distintos a los de Dios, por ser mercenarios en lugar de pastores del pueblo.
No es posible comprender a una persona sin tener una elemental simpatía por ella. Mucho
menos seguirla. Es una verdad que los textos evangélicos nos ponen de relieve con mucha frecuencia. Cuando el hombre intenta con sinceridad y desprendimiento un conocimiento de Jesús y
una adhesión a sus palabras y obras, termina por creer en él al experimentar su verdad en sí
mismo.
Jesús quiere que analicemos, con un corazón desprendido de prejuicios e intereses, sus obras
y sus palabras. Si aceptamos esto y lo llevamos a la práctica, no tendremos inconveniente en
creer en él: toda su vida -excepto la resurrección, que siempre está más allá- se irá transformando en experiencia personal en la medida en que sigamos su camino.
Los dirigentes no podían aceptarlo en absoluto al acercarse a él con unas ideas preconcebidas,
que excluían totalmente su realidad mesiánica. ¿Cómo iba a ser el Mesías si no estaba de acuerdo
con ellos? ¿Podía Dios estar en contra de Dios? ¿No tenían ellos toda la verdad al ser seguidores de
Abrahán y de Moisés? Tengamos cuidado, porque también ahora es frecuente acercamos a Dios y
a Jesús con unas ideas fijas sobre ellos que no estamos dispuestos a cambiar y con las que defendemos nuestra mediocridad y falta de compromiso con las exigencias del reino de Dios.
Jesús, aunque sin pronunciar el título, se ha declarado Mesías muchas veces y con suficiente
claridad. Las únicas credenciales que les presenta son sus obras, que ellos deben analizar para
sacar sus conclusiones. No está dispuesto a someter a discusión su mesianismo con gente que
está cerrada a él. Para hablar de él tendrían que aceptar una condición previa: reconocer
que sus obras son las mismas que las del Padre Dios, del que se describe como Hijo. Obras que
tienen como objetivo la vida plena del hombre, por encima de cualquier ley, institución o
doctrina. Quien pretenda abordar la cuestión de su mesianismo tendrá que pronunciarse
185
primero por esta cuestión fundamental. Cuestión a la que ellos no responderán nunca, porque
tendrían que renunciar a sus intereses y privilegios, o confesar que en realidad están en contra del
bien del hombre oprimido y, por tanto, de Dios. El mesianismo de Jesús no es una cuestión
abstracta, como ellos pretenden, sino vital. Jesús no acepta una discusión sin compromiso,
como ellos desean. Quien esté a favor del hombre sin condiciones, está con el Dios de Jesús;
quien esté en su contra de alguna manera, aunque tenga el nombre de Dios todo el día en los
labios, está contra él.
Ellos no creen "porque no son ovejas suyas". Nunca han escuchado la voz de Dios; por eso no
escuchan la de Jesús.
3. De nuevo la imagen del pastor y las ovejas
Ante los dirigentes, que se niegan a aceptarlo, Jesús nos describe qué significa ser de los
suyos: "Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida
eterna".
Es posible que ninguna persona se sienta halagada si se la compara con una oveja, animal
débil y que no parece demasiado inteligente, siempre obediente al pastor y al perro del rebaño. En
una sociedad como la actual, en la que el individualismo y la agresividad parecen ser el ideal
de muchos hombres, proponer el ejemplo de la oveja como modelo de seguidor de Jesús no
parece muy afortunado a simple vista.
A pesar de todo, la enseñanza que se encierra detrás de estas palabras de Jesús, y aunque él
hablara en una época de costumbres muy distintas a las nuestras, sigue siendo muy actual; sigue
siendo la misma que entonces. Lo que necesitamos es profundizar qué quiso decir.
Jesús nos describe, en pocas palabras, la intimidad de las relaciones existentes entre él y sus
discípulos de todos los tiempos. Los suyos escuchan su voz no sólo verbalmente, sino entregándose
sin reservas con él y como él en favor del bien de la humanidad. Eso es lo que significa el
seguimiento: los suyos oyen su voz y lo siguen como a su pastor y modelo. Porque seguir es
mucho más que creer intelectualmente: es aceptar su camino, hacer nuestra su mentalidad, ir
asimilando sus criterios de vida... Y es en ese seguimiento y mutuo conocimiento donde irán
encontrando la vida verdadera. Vida plena y eterna; única que puede satisfacer y llenar el
corazón humano. Una vida que nos da entregando él la suya, y que damos a los demás siguiendo
su ejemplo. Entrega que nos va abriendo la puerta de la vida verdadera. No hay más camino que
éste.
Las ovejas no van solas, cada una por su lado, sino en rebaño. Con ello nos está diciendo que
el cristiano forma parte de un pueblo, que no hay vida cristiana, no hay seguimiento de Jesús ni
pertenencia a la iglesia sin saberse miembros de un pueblo; que no se puede ser cristiano
desentendiéndose de los demás, cada uno a su aire, sin aceptar que formamos parte de una
186
iglesia; aunque haya en ella muchas cosas que no nos gustan. No podemos ser "ovejas" que se
separan del "rebaño".
Como vemos, Jesús habla de unas "ovejas" que mantienen con el pastor unas relaciones
muy profundas. No basta pertenecer a un pueblo -iglesia- de una forma rutinaria y
multitudinaria. Es necesaria la relación personal con Jesús. El nos conoce y nos ama profundamente a cada uno. ¿Cómo podremos seguirle, responsable y libremente, sin saber de su
conocimiento y amor y sin responderle adecuadamente? ¿Cómo seguir y amar a alguien del que no
sabemos su conocimiento y amor por nosotros? Sólo podemos seguir -con el seguimiento que
nos pide Jesús- a quien nos conoce y nos ama, porque sólo al que reúne esas condiciones se le
puede confiar y hacer entrega de la propia vida, al ser la respuesta plena y para siempre de
todas nuestras búsquedas, la razón última de nuestra esperanza y optimismo.
Jesús desea una comunidad madura, en la que los miembros se sientan personas y sean
reconocidos en su individualidad. No quiere una masa amorfa y servil, sino una comunidad unida
por el amor que respete la pluralidad de razas, culturas... Más importantes que los lazos institucionales y visibles son los lazos íntimos que unen a cada uno con Jesús. Lazos que es necesario
reforzar constantemente. Nuestro cristianismo no puede consistir solamente en el cumplimiento de
unas normas. No hay fe cristiana sin una relación interior, personal y libre con Jesús de Nazaret.
La "voz" de Jesús resuena siempre que alguien vive y anuncia como él el mundo nuevo, la
nueva humanidad, el reino de Dios; siempre que alguien pregona, como él, la justicia, la libertad, la
verdad, el amor, la paz, la fraternidad universal; siempre que alguien nos descubre el verdadero
sentido de la vida, de Dios... Seguidor de Jesús es el que reconoce su voz en los profetas de hoy; el
que sabe discernir -en un mundo en el que todo está mezclado y todo se presenta como
verdadero- dónde está realmente la verdad que salva, la diga quien la diga, y sabe adivinar
dónde se encuentra el engaño: los pobres, los sencillos, los limpios de corazón... (Mt 5,3-12).
Ninguno de ellos "perecerá para siempre", porque no hay ni habrá en el mundo poder capaz
de "arrebatarlos de su mano". Tal es la fuerza que une a Jesús con sus seguidores, fruto del
conocimiento y del amor mutuos.
Esta absoluta seguridad que los suyos experimentan al lado del Pastor tiene su máximo
fundamento en las relaciones de unidad que existen entre Jesús y el Padre. Como el Padre es
más fuerte que todos los poderes del mundo, nadie será capaz de "arrebatarle de las manos"
a ninguno de sus seguidores; como tampoco de las de Jesús, como él mismo acababa de afirmar.
¿No vienen a ser las mismas? Al cuidado que el buen Pastor tiene por sus "ovejas" se suma la
solicitud del Padre "que se las ha dado", para formar juntos una indisoluble unidad (Jn 17,21).
Con estas palabras, Jesús previene a los dirigentes para que no intenten recuperar lo que ya
han perdido. Perderán el tiempo si pretenden interponerse entre él y los que quieran seguirle.
"Yo y el Padre somos uno". Esta expresión encuentra su máxima clarificación en la
"oración sacerdotal" (Jn 17) y en el "prólogo" de Juan (Jn 1,1-18).
187
"Son uno", pero no en el sentido de la unidad que existe entre la voz o el anuncio de un profeta
y la voz o el anuncio de Dios mismo. Los profetas hablaban explícitamente en nombre de Dios, y
nadie se extrañaba. La afirmación de Jesús tiene un sentido trascendente: presupone una
unidad o identidad de naturaleza. Así lo entendieron sus adversarios, como veremos más
adelante.
Las obras de Jesús son las mismas del Padre. Nada en él queda fuera de la actividad del
Espíritu. Esta identificación con el Padre excluye cualquier intento de pretender estar por
encima de él. La crítica de Jesús es crítica de Dios; la oposición a él es oposición a Dios;
negarle o rechazarle es negar o rechazar a Dios. No pueden apoyarse en nada para juzgarlo: está
por encima de toda ley, como lo está Dios. Por esa razón puede pedirnos un seguimiento sin
condiciones, como ha hecho. Ante él no cabe más opción que aceptarlo o rechazarlo, pero
sabiendo que ambas opciones incluyen la misma actitud respecto a Dios.
4. Cuando faltan las razones...
Los judíos entienden bien sus palabras: se hace Uno con Dios, lo que equivale a hacerse Dios.
Para ellos tales palabras suenan a blasfemia. "Agarraron piedras para apedrear a Jesús",
decididos a hacer justicia por sí mismos. No era la primera vez que lo habían intentado (Jn
8,59). Como corresponde a lo que son, su reacción es la violencia y la muerte. Cogieron piedras de
las que había allí mismo en el templo, y de las que se habían servido los judíos en más de una
ocasión para apedrear a la guarnición romana.
Las palabras de Jesús iban mucho más allá de la idea que ellos tenían del Mesías. Eran
unas palabras intolerables. ¿Por quién se tenía? Los representantes oficiales de la ortodoxia religiosa quieren matarlo, invocando su obligación de defender la ley divina. Así ocurrirá con Jesús
dentro de unos meses; y así ha sucedido muchas veces a lo largo de la historia de la iglesia.
Dice Erich Fromm: "El hombre ordinario con poder extraordinario es el principal peligro para
la humanidad". Evidentemente, la fe de los dirigentes religiosos judíos no estaba a la altura del
poder que se les había confiado. Sigue el mismo autor: "Sobre el supuesto de que los hombres son
corderos erigieron sus sistemas los grandes inquisidores y dictadores". El problema surge cuando
el "cordero" usa su propia cabeza. Los ejemplos que se pueden traer son casi infinitos. Confío
en que ninguno sea tan ciego que no sepa de alguno...
Esta vez Jesús se enfrenta con sus adversarios (en la ocasión anterior se había ocultado),
resuelto a convencerlos de su equivocación. Les pregunta el motivo de su intento de apedrearlo. El
no ha realizado más que buenas obras. Son éstas las que merecen alabanza o condenación. Si
ellos las condenan, deben explicarle cuál o cuáles de ellas merecen la muerte. Las obras son,
principalmente, los milagros que ha obrado en su calidad de enviado de Dios. Con sus palabras
pretende que abran los ojos y se den cuenta de que lo que ha afirmado de sí mismo está
188
suficientemente acreditado por Dios con los signos que ha realizado en su nombre. Si no
pueden negar los milagros, es lógico que saquen las conclusiones y reconozcan la legitimidad de
lo que les ha dicho.
Jesús les ha propuesto sus milagros como prueba de la verdad de sus palabras. Ellos, al no
poder negarlos, separan las obras de las palabras. Y es una lástima: por primera vez en la
historia de la humanidad ambas, obras y palabras, coincidían. Lo quieren apedrear "por una
blasfemia: porque tú, siendo un hombre, te haces Dios".
Hablan de blasfemia. Haber convertido la casa de Dios en un mercado (Jn 2,16), explotar al
pueblo y tenerlo abandonado... no cuenta, con tal de tener todo el día el nombre de Dios en los
labios y guardar unas normas puramente externas. Es el culto a la palabra vacía y el asesinato de la
vida. Es el error en que acaba cayendo el hombre "piadoso" si pierde el contacto constante con el
Dios de Jesús.
Jesús se defiende de la acusación de blasfemia que le han hecho, apelando a la Escritura.
Alude al salmo 82,6. Usa un argumento muy del agrado de los rabinos, empleado ya otras veces
(Jn 7,22-23): partir de lo menos importante a lo más. Su demostración escriturística puede
formularse así: si en la misma ley Dios da el apelativo de "dioses" a unos hombres por haber sido
objeto de una comunicación divina transitoria, ¡cuánto más a él, en quien se realiza el proyecto
total de Dios! Si a aquellos que recibieron la ley, la palabra de Dios, y fueron encargados por
Dios de interpretarla y aplicarla, se les llama "dioses", ¡cuánto más se podrá llamar "Hijo de
Dios" al que es la misma palabra de Dios! (Jn 1,1). Teniendo en cuenta, además, que muchos de
aquellos hombres habían sido infieles a la misión que se les confiara, como lo demuestran los
mismos escritos revelados. Infidelidad que no se le puede aplicar a Jesús en absoluto.
El no es uno de tantos a los que Dios haya dirigido su palabra. El es "a quien el Padre
consagró y envió al mundo". Consagrar, en el lenguaje bíblico, significa escoger para Dios y
para su servicio o para una misión relacionada con él. Aquí indica que Jesús, el consagrado
por Dios, toma el lugar del templo y de la ley. Seguirle a él será lo único necesario en adelante.
¿No hemos vuelto a edificar otro "templo" y otra "ley" y olvidado a Jesús?
Vuelve a remitirse, una vez más, a sus obras, para demostrar el derecho que tiene a
llamarse "Hijo de Dios". Es su desafío final a los dirigentes. ¿No es prueba la calidad de un
hombre por sus obras? Si él demuestra con sus obras "que el Padre está en él y él en el Padre",
será verdad. ¿Quién podría hacer lo que él ha realizado sin la ayuda del Padre? ¿Y cómo va a
ratificar Dios con una ayuda tan singular a un hombre que no le fuera fiel? Es lo mismo que les
decía el ciego de nacimiento: Dios no oye a los pecadores (Jn 9,31). Por otra parte, sus obras no
son sólo los milagros, sino toda su actividad mesiánica, todo el conjunto de hechos y palabras
que las manifiestan.
Ante unos oyentes hostiles, armados de piedras, Jesús no se ha retractado de nada de lo
dicho anteriormente. Es más: con sus palabras los condena indirectamente. ¡Son incapaces de
189
rendirse ante la evidencia! Es el no hacer caso "aunque un muerto resucite" (Lc 16,31). Si
hubieran reconocido que su actividad era propia de Dios, indiscutiblemente tendrían que
haberlo aceptado como Mesías, lo que implicaba ponerse a favor del hombre, renunciando a la
opresión que ejercían sobre el pueblo.
Jesús identifica el aceptarlo como Mesías con el compromiso con él y con el Padre. No hay fe
en Jesús sin que esté precedida de una opción en favor de los oprimidos. Las discusiones teóricas, tan abundantes cuando falta el compromiso, no llevan a ninguna parte.
¿Qué obras concretas estamos haciendo que demuestren que seguimos a Jesús? Si no hay
obras, no hay seguimiento. Creemos en Jesús, le seguimos, en la medida que tratemos de
identificar nuestra vida con la suya.
Tampoco los fariseos ceden en su postura: "Intentaron de nuevo detenerlo", sin duda
para lapidarle. Ya no responden a sus palabras. Ha dejado al descubierto sus verdaderos
intereses y no tienen respuesta. Apelan, como de costumbre, a la violencia. Pero Jesús "se les
escabulló de las manos". No se dice cómo. ¿Se puso el pueblo de su parte? ¿Se impuso su fuerte
personalidad, como en otras ocasiones, para pasar entre ellos? (Lc 4,30). No lo sabemos ni
importa demasiado.
Lo que sí interesa destacar es que Jesús sale del templo para no volver a entrar en él, en
este cuarto evangelio.
5. Jesús se retira al otro lado del Jordán
Ante el definitivo rechazo de los dirigentes religiosos de Israel, Jesús sale fuera del territorio
judío, simbolizado con el paso del río Jordán. Es allí donde formará su comunidad, frente a las
instituciones opresoras que lo han rechazado. El lugar donde se instala, y donde Juan
bautizaba al principio, se llama Betania (Jn 1,28); el mismo nombre de la aldea de Lázaro, lo
que indica que también éste pertenece, con sus dos hermanas, a la comunidad de Jesús. El
alejamiento de Jesús es simbólico; sus comunidades vivirán en medio del mundo, pero sin
pertenecer a él.
Jesús, que quiere un pueblo libre y responsable -es el sentido que tienen las curaciones-,
sitúa su comunidad fuera del país judío, que lo ha rechazado. Ha salido de los límites de
Israel, pues la que había sido tierra prometida se ha convertido en tierra de opresión.
"Allí" permaneció algún tiempo. Lejos de Jerusalén y del templo, de las disputas y
persecuciones, debieron ser días de tranquilidad. Al acudir "muchos" a él, tuvo que dedicarse
también al apostolado. Ya no habla de "multitudes" despersonalizadas. La nueva comunidad
comienza a existir. Van optando por él frente a los dirigentes que lo persiguen a muerte.
El recuerdo del Bautista estaba muy vivo aún entre las gentes; y lo comparaban con Jesús. A
pesar de la grandeza del primero, contrastaron y proclamaron dos cosas: que el Bautista no
190
había hecho ningún milagro y que todo lo que había dicho de Jesús era verdad. Jesús ha
cumplido plenamente lo que anunciaba Juan. Es posible que este dato, aportado únicamente en
este evangelio, se deba al interés que ha manifestado el evangelista y apóstol Juan en todo su
relato por situar la figura del Bautista por debajo de la de Jesús, a causa del excesivo relieve que
le habían dado algunos seguidores suyos y que estaba originando enfrentamientos entre
seguidores de ambos. Por esta misma razón es el único evangelista que no narra el bautismo de
Jesús por Juan.
"Muchos" -personalizados- reconocen por sus obras su calidad de Mesías y "creyeron en él
allí".
191
Matrimonio y virginidad
Jesús se marchó a Judea y a Transjordania; otra vez se le fue reuniendo gente por
el camino, y según costumbre, les enseñaba.
Se acercaron unos fariseos y le preguntaron a Jesús para ponerlo a prueba:
-¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?
Él les replicó:
-¿Qué os ha mandado Moisés?
Contestaron:
-Moisés permitió divorciarse, dándole a la mujer un acta de repudio.
Jesús les dijo.
-Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto. Al principio de la
creación, Dios los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y
a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. De modo que ya
no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el
hombre.
En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo. El les dijo:
-Si uno se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra
la primera. Y si ella se divorcia de su marido v se casa con otro, comete adulterio.
Le presentaron unos niños para que los tocara, pero los discípulos les regañaban.
Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo:
-Dejad que los niños se acerquen a mí - no se lo impidáis; de los que son como
ellos es el reino de Dios. Os aseguro que el que no acepte el reino de Dios como
un niño, no entrará en él.
Y los abrazaba y los bendecía imponiéndoles las manos.
(Mc 10,1-16; cf Mt 19,2-15; Lc 18,15-17)
En los relatos anteriores a la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, Mateo y Marcos nos
presentan, entre otras, tres actitudes concretas que nos ayudan en gran manera a ahondar en el
sentido del seguimiento que nos pide Jesús a los que queramos ser sus discípulos, y que leemos en
tres domingos sucesivos del ciclo B (27, 28 y 29 ordinarios): sexualidad humana responsable,
desprendimiento de toda riqueza y espíritu de servicio. De alguna manera responden a las
tentaciones que superó Jesús y que debemos ir superando sus seguidores. Lucas parece que se centra
más en el peligro de las riquezas. De esta forma, el seguimiento se hace concreto. ¿Qué significa
vivir el seguimiento en el matrimonio o en la virginidad, en el uso de las riquezas, en una
situación de autoridad? Son tres cuestiones de una gran actualidad y a las que la iglesia
primitiva daba mucha importancia.
Veremos la primera: la sexualidad humana en el matrimonio y en la virginidad.
192
1. Sexualidad humana
Desde siempre, al llegar a cierta edad, los chicos y las chicas, los hombres y las mujeres, se
atraen y se emparejan. Se atraen porque los hombres y las mujeres estamos hechos de tal
forma que nos atraemos. Y se atraen en concreto este muchacho y esta muchacha, este hombre
y esta mujer, porque encuentran entre sí unos lazos indefinibles que les hacen sentirse como hechos
el uno para la otra. Es lo que llamamos enamoramiento.
Junto a esto, y también desde el principio, los hombres y las mujeres que se atraen y se
emparejan sienten dentro de sí mismos como una llamada a mantenerse siempre juntos. No por
un mandato exterior, sino porque experimentan que en esa unión estable podrán realizarse más
plenamente como personas. Es verdad que esa atracción mutua tendrán que alimentarla
constantemente, para que sea cada día más verdadera y profunda y lograr algún día ser "dos
en uno". Realizar este camino hacia la unidad es motivo de gozo.
Y creó Dios al hombre a su imagen:
a imagen de Dios lo creó:
hombre y mujer los creó.
Y los bendijo Dios y les dijo:
Creced, multiplicaos,
llenad la tierra y sometedla;
dominad los peces del mar,
las aves del cielo,
los vivientes que se mueven sobre la tierra.
(Gén 1,27-28)
El Señor Dios se dijo:
-No está bien que el hombre esté solo; voy a hacerle alguien como él que le
ayude.
Entonces el Señor Dios modeló de arcilla todas las bestias del campo y todos los
pájaros del cielo, y se los presentó al hombre para ver qué nombre les ponía. Y cada
ser vivo llevaría el nombre que el hombre le pusiera.
Así el hombre puso nombre a todos los animales domésticos, a los pájaros del
cielo y a las bestias del campo; pero no se encontraba ninguno como él que le
ayudase.
Entonces el Señor Dios dejó caer sobre el hombre un letargo, y el hombre se
durmió. Le sacó una costilla y le cerró el sitio con carne.
Y el Señor Dios trabajó la costilla que le había sacado al hombre, haciendo
una mujer, y se la presentó al hombre. Y el hombre dijo:
-¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Su nombre será
mujer, porque ha salido del hombre. Por eso abandonará el hombre a su padre y a
su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne.
(Gén 2,18-24)
En estos dos textos bíblicos se encierra una reflexión sobre el hecho universal de la
atracción recíproca del hombre y la mujer. El autor busca la explicación de este fenómeno
natural remontándose a los orígenes, ya que para el semita el origen es lo que explica el
193
sentido y realidad de un ser. Y lo expresa poéticamente, como hacemos siempre que las
palabras son incapaces de reflejar toda la hondura de lo que queremos decir.
Son varias las enseñanzas que encierran en sus líneas: la mujer es una compañera que
Dios da al hombre, un ser semejante a él, de su misma naturaleza y con la que puede
dialogar y multiplicarse; están hechos el uno para la otra, en total igualdad -con sentido de
complementariedad-; ambos son imagen de Dios y representantes suyos en el dominio de
la creación.
El creador se ha servido de la sexualidad como medio para sacar constantemente a los
hombres de sí mismos hacia la relación con los demás. La relación más universal y conocida, pero
no única, es la de hombre y mujer. La sexualidad sirve al desarrollo de los seres humanos
llamándolos a una constante creatividad, a la apertura total al ser, a la realización de todas las
capacidades personales, a la expresión y al descubrimiento del yo más auténtico. La sexualidad
para un cristiano es lo mismo que amor humano -semejante al de Jesús (Jn 13,34)-, expresado
a través de las distintas formas de manifestarse el hombre y la mujer. Porque el amor no existe en
abstracto, sino "encarnado" en hombres y mujeres; es "sexuado".
La procreación es un aspecto de esta llamada a la creatividad, pero no la única razón de la
expresión sexual. La invitación de Jesús a la virginidad "por amor al reino" es muy significativa y digna de tenerse en cuenta para enjuiciar acertadamente el significado de la sexualidad
humana. Los valores trascendentes deben pesar de manera decisiva.
El comportamiento sexual -como todo en la persona humana- no tiene un significado
objetivo y absoluto; depende de las intenciones o madurez de las personas implicadas. Lo
cual no quiere decir que la moral sexual sea subjetiva, relativa y mudable conforme a los gustos
del individuo. Ni el rigorismo del pasado, que veía pecado mortal hasta en los actos inmaduros
del adolescente -masturbación-; ni el laxismo actual, en el que todo lo que apetece es bueno.
Modernamente la valoración moral del comportamiento sexual carga el acento sobre la actitud
de la persona más que en la acción concreta. Es decir, tiene en cuenta toda la vida de relación de
la persona o personas. Desde el concilio Vaticano II se tiende a considerar la moralidad como
una vocación, un estilo de vida, una respuesta total a la invitación de Dios vivida desde las
profundidades del ser de la persona.
Podemos afirmar razonablemente que el comportamiento sexual es sano y moral si promueve
unos valores y en la medida en que los promueve, aunque la última norma de esa moralidad será
siempre la propia conciencia bien formada.
Esos valores pueden ser: la autoliberación personal, en cuanto la expresión sexual está al
servicio de la plenitud de la persona; enriquecimiento del otro, al que ayuda a que aflore lo mejor
que hay en él; honradez, evitando toda simulación o traición a la mutua confianza que debe regir
cualquier expresión sexual; fidelidad al mantenimiento de unas relaciones estables, intentando
194
que sean cada vez más ricas y profundas; responsabilidad social, que les una con la comunidad en
que viven; servicio a la vida y gozo...
2. Unos fariseos le preguntan a Jesús sobre el divorcio
Las discusiones en torno al divorcio son tan antiguas como el hombre. Es posible que todos nos
hayamos preguntado alguna vez: ¿qué pensar y qué hacer ante tantos matrimonios en situaciones
difíciles e insolubles, o ante la actitud tan superficial de tantas parejas en el momento de casarse,
o ante el ambiente más o menos pro-divorcista que se va abriendo paso...? Si queremos conformarnos con lo que hace la mayoría, es fácil que nos equivoquemos. Vivimos en una
sociedad en la que todo es válido, y cuando hay problemas coloca parches. Parches en ocasiones
necesarios, como puede ser a veces el divorcio; lo que hace legítima una ley civil que lo regule.
¿Qué queda de un matrimonio cuando falta el amor entre los cónyuges? Pocas veces nuestra
sociedad profundiza para solucionar los problemas desde sus raíces. ¿No debería preocuparse más
el cine y la televisión, por ejemplo, de presentar el amor entre hombre y mujer de una forma
auténtica y no como relación de placer entre dos "objetos"?
El seguimiento de Jesús implica apuntarse a un ideal de plenitud humana, como veremos
también ahora en la cuestión del matrimonio. Pero esto no significa que debamos imponerlo a
los demás, imposibilitando o negando el derecho que tiene toda sociedad aconfesional a elaborar
una ley civil sobre la disolución del matrimonio civil. El matrimonio canónico es una cuestión
que afecta únicamente a los cristianos, y que tendremos que resolver los creyentes en el seno de la
iglesia, tratando de ahondar en el pensamiento de Jesús.
El texto del Deuteronomio (24,1-4), que regulaba la ruptura del compromiso matrimonial, había
estado expuesto a diversas interpretaciones. En tiempos de Jesús la discusión sobre él estaba
polarizada por dos escuelas: la representada por el rabino laxista Hillel, que lo admitía "por
cualquier motivo" (Mateo): era suficiente para despedir a la mujer, dándole "el acta de
repudio", el que se le hubiera ahumado y quemado un poco la comida, no llevar el tradicional
velo calado sobre la cara, entretenerse en la calle a hablar con todos, ponerse a hilar en la vía
pública, o simplemente haber encontrado otra que le gustara más...; y la del rigorista Shammai,
que únicamente lo aceptaba en caso de adulterio. En todo caso, el divorcio era concedido por la
legislación en vigor con mucha facilidad. La iniciativa, salvo raras excepciones, la tomaba el
hombre, con grave perjuicio para la mujer, que llegaba a niveles increíbles de degradación y
envilecimiento. El hombre es el sujeto; se repudia a la mujer, que es el "objeto". La única
restricción, en la práctica, era el dinero. El hombre, además de conceder a la mujer el acta de
repudio -con la que conservaba su honra y libertad-, estaba obligado a darle una suma de
dinero ya estipulada en el contrato matrimonial para si surgía este caso. Si no podía hacerlo, y
para resarcirse del inconveniente de tener que soportarla, se le permitía llevar a casa a otra
195
mujer. De esta forma se dieron casos de poligamia. Solamente la comunidad de Qumrán se oponía
a esta última práctica.
La pregunta de los fariseos es desleal; no van a Jesús con ánimo de recibir una enseñanza
ni de progresar en el conocimiento de la voluntad de Dios, sino "para ponerlo a prueba". Ellos ya
tienen su respuesta, que les basta. Posiblemente también intuyen que la respuesta de Jesús no será
cómoda. Pretenden envolverlo en las disputas de escuelas, que habían desembocado en una casuística vergonzosa; enfrentarlo y enemistarlo con la ley mosaica, el poderío de los hillelistas y el
ambiente mayoritario, siempre a favor de la ley del mínimo esfuerzo, si no defendía sus posiciones.
¿Y enfrentarlo con el rey Herodes, como había hecho Juan Bautista, por el repudio de su
mujer legítima?
Marcos omite lo que resalta Mateo: "por cualquier motivo". Según éste, los fariseos dan
por supuesta la posibilidad del divorcio, y encuadran la pregunta dentro del ambiente judío
que se vivía. Marcos prescinde -por no interesar a sus destinatarios: las comunidades cristianas de
origen pagano que vivían en Roma y alrededores- de las disputas judías de escuelas; quiere dejar
clara la absoluta indisolubilidad del matrimonio. Ambos pretenden poner de relieve la necesidad
que tiene la comunidad de Jesús de superar la mentalidad legalista, característica de los
fariseos, y que la había llevado ya a separarse de las prácticas judías y paganas en este tema.
En Marcos, Jesús responde con otra pregunta, como primer paso hacia su planteamiento
diverso de la cuestión: "¿Qué os ha mandado Moisés?" En Mateo, la pregunta sobre Moisés se la
hacen los fariseos. En los dos, Jesús evade la trampa que quieren tenderle y, como hace siempre en
las discusiones en que intentan mezclarle, pone al descubierto la voluntad más genuina de Dios
frente a su complicada y absurda casuística. La permisión de Moisés, que ellos interpretaban
como una conquista y signo de la benevolencia divina hacia ellos, es en realidad un testimonio inquietante para su tozudez o terquedad, al mostrarse incapaces de vivir el amor en la relación
hombre-mujer. Pero el período de permisión había terminado con Jesús. Se entiende que para
aquellos que quisieran seguirle.
3. El matrimonio cristiano
El matrimonio en la Biblia es el signo del amor de Dios a su pueblo, de Cristo a su iglesia.
Ante la pregunta que le han hecho los fariseos, Jesús aborda el fondo de la cuestión;
restituye el matrimonio a su primitiva indisolubilidad. ¿Cuál es el ideal al que debe apuntar la
vida matrimonial, el fundamento de una vida en pareja? Jesús no se limita a responderles qué
pueden y qué no; se coloca en el plano de la dignidad de la persona y de la seriedad del amor
remontándose a los orígenes, a la voluntad del Creador. Para él, lo que Dios hizo y dijo al
principio vale para siempre, nunca puede ser derogado ni cambiado por un precepto adicional.
196
Las palabras del Génesis expresan de manera auténtica, íntegra y perfecta el deseo de Dios de
que el hombre y la mujer vivan formando una comunidad de vida, indisoluble por su misma
naturaleza y meta de una plenitud humana; una comunidad en la que cada uno se entregue incondicionalmente al otro. No es el hombre el que asume en propiedad a la mujer, sino que uno y
otra deben ayudarse a construirse mutuamente como personas. Las prescripciones mosaicas
fueron inspiradas por la mediocridad humana, pero el proyecto primordial de Dios era más
amplio y generoso.
El autor inspirado del libro del Génesis no es un soñador. Está atacando las normas de
su tiempo -no podemos olvidar que fue escrito en la época de Moisés-, acentuando la unión
de por vida de un hombre y una mujer, unidos ambos en íntima amistad entre ellos y con
Dios. Es notable constatar que en un tiempo y ambiente en que la mujer era considerada
generalmente como inferior y sometida al varón, la Biblia nos dé a conocer su igualdad con el
hombre, como una compañera semejante a él, creada también "a imagen y semejanza de
Dios" (Gén 1,27).
"Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos
una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne". La atracción mutua de
hombre y mujer, el ansia de complemento personal, es tan intenso que supera los vínculos de
la sangre. Se deja a la familia para buscar la nueva unidad de vida con el otro consorte. Una
vida que les lleve a ser "una sola carne". Carne, en hebreo, significa el hombre en su totalidad. La unión matrimonial implica la donación completa de una persona a otra, de la que el acto
sexual es la expresión sensible. Reducir la unidad conyugal a la unión física es vaciarla de contenido, es prostituirla. El designio de Dios es que cada uno de los cónyuges se realice como persona
en el encuentro y la comunión profunda con el otro; encuentro y comunión de cuerpo y
espíritu. ¿No será una forma de adulterio cualquier rotura de esa comunión plena de vida?
La mutua atracción de los sexos buscando la unión plena es un hecho que el hombre de la
Biblia ve y constata; y su reflexión teológica le lleva a esta conclusión: si el hombre y la mujer tienden
a ser una sola carne es porque al principio eran ya una sola carne. De ahí la narración poética
de la creación de la mujer de una costilla del varón (Gén 2,21-23).
"Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre". Jesús propone el ideal del matrimonio humano según el plan inicial de Dios. La opción por el amor que lo fundamenta debe ser
definitiva. Estas palabras de Jesús, tan duras aparentemente, son en el fondo un alegre anuncio: el
hombre y la mujer tienen la posibilidad real de crecer indefinidamente en el amor, a pesar de la
fragilidad y debilidad humanas. Es Dios el que realiza la unión, siempre que esa unión reúna las
condiciones necesarias para que exista un verdadero amor. Ninguna autoridad humana tiene poder para separarlos. El hombre y la mujer se hallan en las mismas condiciones: ni uno ni otra
pueden romper el compromiso, entre otras razones porque lo que desean es seguir creciendo en el
amor que les ha unido.
197
Jesús no se detiene en problemas de leyes; anuncia la posibilidad de una unión de amor entre
hombre y mujer fecunda y para siempre. Más que discutir sobre leyes, nos ofrece el ideal de una
realidad a construir. Nos traza el camino de la felicidad humana y nos revela que las relaciones
conyugales y familiares son una fuente inagotable de creación y de gozo. Sus palabras debemos
entenderlas a la luz de toda su doctrina evangélica sobre el amor: total, gratuito, fiel, eterno,
único camino de la vida auténticamente humana. En el anhelo profundo del amor palpita el
deseo de ser eterno, de crear una fidelidad que invente el futuro, de exigir un compromiso, de
aspirar a un descubrimiento sin fin. Por su naturaleza, el amor matrimonial tiende a
desarrollarse sin cesar y a renovarse indefinidamente; nunca a prolongar de mala gana el pasado.
El verdadero sentido de la indisolubilidad no es prohibir una separación; su valor es
plenamente positivo: los esposos nunca acabarán de conocerse y de amarse. Conocimiento y
amor que son como la base de la creación de una persona, de una pareja, de una familia, de una
obra. Y una persona es inagotable, tiene mucho más porvenir que presente o pasado, y podrá
desplegarse eternamente sin agotar sus recursos.
Casarse es vivir juntos ese desarrollo indefinido, es ayudarse a inventarse sin cesar. Cuando
una persona empieza a ser amada, comienza a cambiar, a descubrirse como tal. A través del
mutuo amor, los esposos van experimentando que son capaces de crearse, que cada uno es capaz
de transformar al otro, que el tiempo corre de una forma distinta desde que se han unido. La
mayor desgracia de los esposos es buscar en la superficie lo que tienen que encontrar dentro, en la
profundidad de sí mismos.
Jesús nos presenta su ideal matrimonial como el único que realiza verdaderamente el
proyecto de Dios sobre los hombres. Ideal difícil, como todos los ideales que nos ha presentado: el amor a los enemigos, perdonar siempre, venderlo todo y darlo a los pobres, dar la
vida... Pero todos sabemos -intuimos- que la sociedad que realizase todos estos ideales sería, de
verdad, la sociedad de Dios: el mejor mundo para los hombres. Si esto es así, ¿cómo no seguir
anunciando estos ideales y luchando por realizarlos? El mejor modo que tiene una pareja para
hacer realidad esta utopía matrimonial es planificar seriamente el noviazgo. Jesús, que vivió en sí
mismo el amor hasta la muerte, no podía responder de otro modo: hay que amar siempre, crecer
continuamente en el amor.
Estas palabras de Jesús están en la base de la posición tradicional de la iglesia, que defiende
el matrimonio estable e indisoluble y rechaza el divorcio. Palabras que tienen aplicación para los
cristianos y por las que deberían dejarse guiar todos los que desean alcanzar una cierta plenitud
humana. Jamás estas palabras deben imponerse a nadie. A la larga, sólo las mayores exigencias y
compromisos pueden saciar al ser humano.
De todo lo expuesto se deduce que la indisolubilidad no es una cuestión de ley, sino un
programa de vida. No viene impuesta por la autoridad civil o religiosa, sino que es la consecuencia de un verdadero amor, base del matrimonio. La garantía de la indisolubilidad jurídica
198
puede adormecer a los esposos. Cuando deberían estar trabajando toda su vida por crecer en el
amor y unidad, se confían en el vínculo y cada uno se encierra en sus cosas. Lo que mata a un
hogar no son las discusiones, ni las dificultades, ni la falta de dinero..., aunque todo influye. Es
la rutina que se cuela entre los esposos cuando ya no tienen nada que decirse, cuando no se
miran, cuando ni siquiera discuten...
Por otra parte, ¿podemos decir que Dios ha unido a dos personas sin amor, que sólo se
"gustaban"? ¿Podrá ser declarado indisoluble un matrimonio en el que los contrayentes,
carentes de la mínima madurez, se comprometen a la ligera? Es verdad que no debería romperse un matrimonio mientras exista. Pero también debemos reconocer que, con frecuencia, ese
matrimonio no ha existido nunca o, por las causas que sea, se ha roto. La falta de amor entre
los esposos, debidamente comprobada y experimentada, ¿debe desligarlos? Creo que sí. Mateo
dice que "no habla de prostitución" (también en Mt 5,32), dando a entender que en tal caso la
separación era posible (aunque hay quienes sostienen que esa frase es una interpolación o que
se refiere a uniones ilegales: entre familiares...). Actualmente, ante las graves crisis que se plantean
en numerosos matrimonios, es necesario buscar las razones que llevarían a una separación como
mal menor. La prohibición absoluta de separación en caso de un matrimonio válidamente
contraído es rechazada por las iglesias ortodoxas y reformadas, y por muchos católicos, amparados
en la excepción de Mateo y porque un ideal no puede imponerse a todos. Sin embargo, una
interpretación superficial del matrimonio ha llevado a la sociedad actual prácticamente a su
destrucción. La iglesia y la sociedad deben buscar caminos, evitando los dos extremos; pero
dejando claro el ideal a que debe tender todo matrimonio por su propio bien y el de los hijos.
Sólo la presencia de un verdadero amor es lo que determina si una unión ha nacido de Dios
o si no es más que un malentendido, al que es preciso poner remedio. Los intereses, los contratos,
las declaraciones, las promesas y Dios mismo son incapaces de unir a dos personas que no se
aman. La indisolubilidad, más que una ley divina o humana, es una responsabilidad personal. Si
no hay unidad de amor y de vida, es inútil plantear la legalidad de la separación o del divorcio
porque, con o sin ley que lo autorice, ya existe. El problema para el cristiano -y creo que para
todos los hombres- no es de leyes, sino de vida. El problema no es prohibir la separación, sino
construir la unidad.
Son los esposos cristianos quienes tienen que anunciar al mundo -nunca con manifestaciones e imposiciones, sino con su modo de vivir el matrimonio- que el pensamiento de Jesús no
es una utopía irrealizable, sino el camino de la verdadera realización humana. Aunque para llegar
a ella haya niveles diversos, y no se pueda ni rebajar su propuesta ni olvidar los problemas
concretos, imponiendo por ley algo que es de tan libre aceptación como todo el evangelio.
199
4. La virginidad o celibato cristiano
La respuesta tajante de Jesús causó sorpresa en los discípulos. El hombre que despide a su
mujer no anula por ello su matrimonio; si vuelve a casarse, comete adulterio. Mateo sólo habla del
hombre, conforme a la ley judía, que le daba la iniciativa casi en exclusiva; Marcos también lo
plantea desde el punto de vista de la mujer al tener en cuenta el derecho grecorromano.
La réplica de los discípulos -"si ésa es la situación del hombre con la mujer, no trae
cuenta casarse" (Mt 19,10)- va a dar lugar en el texto paralelo de Mateo a que Jesús hable
de otro camino para la sexualidad humana: la virginidad o celibato.
Pero él les dijo:
-No todos pueden con eso, sólo los que han recibido ese don.
Hay eunucos que salieron así del vientre de su madre, a otros los hicieron los hombres, y hay
quienes se hacen eunucos por el reino de los cielos. El que pueda con esto, que lo haga.
(Mt 19,11-12)
Un tema difícil en aquellos tiempos, en que el matrimonio era obligatorio para todo judío que
no fuera impotente, basados en el "creced y multiplicaos" (Gén 1,28).
Los discípulos han entendido la absoluta indisolubilidad del matrimonio. Su sorpresa es comprensible: por una parte, el matrimonio es prácticamente obligatorio; por otra, es irrealizable sin
la permisión del divorcio. Y es que no sólo la virginidad es la respuesta a una vocación: también el
matrimonio cristiano exige penetrar en la lógica de la fe.
El celibato y la virginidad consagrada están atravesando una grave crisis, no sólo de parte
de la sociedad, sino también en el interior mismo de la comunidad eclesial. Incluso se manipulan
los descubrimientos de la psicología profunda para insinuar que una vida de castidad perfecta
constituye como una disminución de la personalidad, impide el desarrollo integral y hace casi
imposible una plena humanización. Y les es fácil componer una lista de defectos: abundantes
egoísmos, desequilibrios, dureza de corazón, inmadurez, autoritarismo, angustias... Aunque
tengamos que reconocer que no les faltan ejemplos en que apoyarse, es justo constatar las
ventajas que puede proporcionar al hombre que dedica su vida totalmente a la construcción
del reino.
Es un tema relatado sólo en Mateo e íntimamente ligado al anterior, al completar el sentido
que para Jesús tiene la sexualidad humana: no es el matrimonio el único camino para su desarrollo. Lo expone metafóricamente.
El rabinismo conocía dos grupos de "eunucos": "los que salieron así del vientre de su
madre" y "los que hicieron los hombres" como castigos penales o pasionales. Jesús añade un
tercer grupo: los que voluntariamente "se hacen eunucos por el reino de los cielos". Orígenes y
algunos otros entendieron esta tercera clase en el mismo sentido real que las otras dos y
llegaron, para poder pertenecer a este tercer grupo, a la mutilación física. Pero la idea de
Jesús no iba por ahí. No es lo físico lo que importa, ya que a nada conduce; la única razón que
200
propone Jesús para abstenerse del matrimonio es la dedicación voluntaria de la vida a trabajar
por el reino de Dios, por la nueva sociedad que él vino a comenzar, libre de las ataduras lógicas
del casado. El celibato lleva a la entrega a un ideal, a una misión, a una obra, de por vida.
Es posible que Jesús, al presentarnos el ideal del celibato, esté intentando darles -y darnos- a
conocer las razones de su propia elección y responder a los que le acusaban de no tener familia.
Tanto el matrimonio cristiano como el celibato son un camino de exigencia al servicio del
reino, como toda realidad humana. El reino de Dios -la verdad, la justicia, la libertad, el
amor...- ha de estar por encima de todo lo demás; debe ser la razón fundamental de nuestra
vida, de tal forma que para hacerlo realidad entre nosotros no sólo es necesario construir matrimonios indisolubles, sino también renunciar a él. Jesús, al colocar el celibato junto al matrimonio,
relativiza el segundo y nos recuerda su provisionalidad -en el cielo no habrá matrimonios (Mt
22, 30)-; el matrimonio no es ni la única ni la definitiva realización del amor humano. Lo único
absoluto y definitivo es el reino, es Dios. Al relativizar el matrimonio, en un mundo que lo consideraba como único camino, Jesús no lo vacía de contenido ni lo disminuye en su realidad humana;
simplemente lo coloca en su justo lugar.
Toca a todos los cristianos, y hombres de buena voluntad, trabajar por construir el reino.
El que optó por el matrimonio debe ocuparse de contentar a su marido o mujer, y puede estar
dividido. El que permanece célibe está en situación ventajosa para poderse dedicar exclusivamente a la edificación del reino, como fue el caso de Jesús. Ser profeta y constructor del reino,
transmitir sin rebajas todo el mensaje evangélico, es una aventura difícil, para cuya realización se
requiere estar libre de preocupaciones familiares. ¿Para qué el celibato, si nos limitamos a ser
"funcionarios parroquiales"? Esta es la razón verdadera del celibato y no una depreciación de la
vida matrimonial.
La virginidad es una característica de los últimos días, ya que la vida futura resucitada excluirá
el matrimonio al ser innecesaria la procreación. Es un estado extraordinario que no se puede pedir
a todos. Es objeto de una llamada de Dios y ha de vivirse por amor a los valores del reino.
Cuando se vive con una dedicación total, se convierte en signo de los tiempos escatológicos.
No todos son capaces de entender la virginidad. Nuestra sociedad moderna parece que se ríe
de ella. Es natural: vive en un ambiente que la considera absurda e imposible. Quizá sólo sean
capaces de entenderla aquellos a quienes se ha concedido este don del Espíritu. Por esta razón,
Jesús no empleó muchas palabras para explicarla. Se trata de algo que sobrepasa los caminos
ordinarios de lo razonable y que sólo puede ser comprendido por una intuición interior. El
compromiso de una vida de castidad es un misterio, como lo es la vida de Cristo -no en el
sentido de algo que no entendemos, sino de algo que siempre está más allá-, que no es
comprensible hasta el fondo ni siquiera para aquellos que la viven.
201
"El que pueda con esto, que lo haga". El célibe no es un mutilado ni un inhibido... Es
alguien que, por amor al reino de Dios y sus grandes valores, ha elegido dedicar toda su vida
al servicio del prójimo, a crear comunidad.
El celibato y la virginidad, elegidos por el reino de Dios, constituyen la forma más radical de
pobreza. Se renuncia a una familia propia y a la íntima comunión de vida y de amor con otra
persona humana; a ser mirados con sospecha y conmiseración..., a vivir en la más completa soledad
en los momentos cruciales de la vida. Ese es su precio.
5. Jesús y los niños
Es la segunda vez que aparece Jesús con los niños en los sinópticos (la anterior: Mt 18,2-4; Mc
9,36-37; Lc 9,47-48). Eran tiempos en que los niños formaban otro de los grupos marginados de
la sociedad. Los fariseos añadían a las razones lógicas para excluirlos del círculo de adultos la
de su ignorancia de la ley y, por tanto, su incapacidad para practicarla. Con esta escena, Jesús
rompe otro molde, otra barrera social opresora.
"Le presentaron unos niños para que los tocara" (Marcos y Lucas), "para que les
impusiera las manos y rezara por ellos" (Mateo). Era costumbre hacer bendecir a los niños
por los jefes de las sinagogas, para que a través de ellos -por su vinculación a Moisés al ser
dirigentes- recibieran la bendición de Dios. También que los hijos y los discípulos se presentaran
a sus padres y rabinos famosos, respectivamente, para hacerse bendecir por ellos. La fórmula de
bendición era improvisada. El padre de familia bendice el sábado a los niños, antes de la cena,
imponiéndoles las manos. El que pide la bendición confiesa su insuficiencia, se pone bajo el poder
de uno más fuerte, no se basta a sí mismo.
Acuden a Jesús con los niños para que los bendiga, porque la fama que ha adquirido este
joven rabino con sus enseñanzas y milagros es muy grande. También como persona de
oración. Quieren que les comunique la virtud que sale de él.
Es fácil imaginar la escena de las madres aglomerándose y queriendo tener la preferencia
en la presentación de sus hijos, con grandes gestos y gritos, tan característicos de los orientales.
Todo esto incomodó tanto a los discípulos, que reñían a las gentes. Les parece ridículo importunar
a Jesús con tales simplezas y alborotos, cuando los niños no representan nada. Su protesta no
carece de fundamento: era rebajar la categoría de Jesús. Los doctores de la ley y los rabinos
famosos nunca trataban con niños; su categoría era muy superior a la de los jefes de las
sinagogas. Para los discípulos, el reino de Dios era un asunto de adultos; y para alcanzarlo era
necesario hacer opciones conscientes, tener determinados méritos, realizar las obras correspondientes..., cosa imposible para los niños. No estaban lejos de la mentalidad de los dirigentes
de Israel. ¿Y de la nuestra?
202
Jesús va a derribar otro obstáculo esencial para hacer posible la nueva comunidad
mesiánica: el orgullo.
"Jesús se enfadó" con los discípulos. Es curioso: nunca les ha regañado por su comprensión,
por el exceso de confianza hacia los demás, por su demasiada humildad, por ser acogedores... Era
la incomprensión, el rechazo, la indignación, el triunfalismo... las actitudes que se repetían
siempre. ¿Será porque nos consideramos incapaces de seguir de cerca a Jesús por lo que nos
damos tanta maña para echar a los demás?
"Dejad que los niños se acerquen a mí". Con sus palabras, Jesús nos revela la ternura que
siente por los niños, su aprecio por ellos, frente a la mentalidad judía. Los llama junto a sí, los
aprecia y estima sin idealizar su inocencia infantil, pues también conoce sus travesuras (Mt 11,1617; Lc 7,31-32).
"No se lo impidáis". Recordemos lo de la piedra de molino atada al cuello... (Mt 18,6; Mc
9,42; Lc 17,2).
"De los que son como ellos es el reino de Dios". Es como una nueva bienaventuranza: Dichosos
los que son como los niños, porque de ellos es el reino de los cielos. ¿En qué se puede considerar
modelo al niño? No se trata de volver atrás, como entendió Nicodemo (Jn 3,4), sino de caminar
hacia adelante hasta... convertirse en niño. La infancia a que se refiere Jesús es lo más contrario al
infantilismo. El niño es un símil. Se trata de recuperar los valores fundamentales de la infancia.
Nos convertimos en viejos no cuando se nos cae el pelo, o nos salen canas, o perdemos la memoria..., sino cuando perdemos la capacidad de maravillarnos, cuando empezamos a "estar de
vuelta". Los niños conservan la capacidad de maravillarse, nunca dan nada por perdido.
Los niños representan la más clara actitud antifarisaica: no tienen posiciones que guardar,
ni prestigio que mantener, ni privilegios que defender. Están preparados para responder a las
llamadas que se les dirijan. Al igual que los pobres, están disponibles a los cambios que el reino
reclame. No se han acostumbrado todavía a la vida. Poseen algo fundamental que los distingue
de los adultos: están dispuestos a recibir lo que se les da; y el reino es don, no conquista
personal: primero se recibe, después se entra en él. El que se cree justo, el que invoca sus propios
intereses y méritos, queda excluido. Los niños se dejan guiar, tienen el don de vivir en el momento
presente. Poseen la sencillez de la mirada y del corazón; al llegar lo nuevo, lo miran, se acercan
y lo aceptan. Entienden mejor a Dios que los adultos, porque Dios se revela a los sencillos y se
oculta a los sabios y entendidos (Mt 11,25; Lc 10,21). Es penoso comprobar cómo los niños, al
crecer, se van haciendo autosuficientes, creen que lo saben todo, no se flan de los demás..., y
comienzan a destruirse, a parecerse a la mayoría de los adultos.
Jesús permaneció siempre niño ante su Padre: no esperaba nada de sí mismo, sino todo
de Dios. Solamente quien ahora se abandona en las manos de Dios, a su revelación, y se fía
totalmente de Jesús, podrá entrar en el reino escatológico.
203
Si muchos revolucionarios actuales tuvieran la sencillez y demás cualidades que Jesús resalta
en los niños, su lucha por la liberación de los explotados sería mucho más eficaz y creíble.
Los discípulos de Jesús debemos ser como niños ante Dios. Lo que no nos dispensa de la
obligación de no tolerar que nadie ponga sus botas sobre la libertad y la justicia del ser humano...
Marcos -único evangelista que señaló el enfado de Jesús con sus discípulos- hace ahora lo
mismo con su gesto de ternura expresado en el abrazo final. Su narración resulta, una vez más,
la más completa y cercana a la realidad, al no dudar en poner juntos los elementos más
contradictorios.
Este mensaje de Jesús es difícil de aceptar por las personas mayores. Sus ojos están
cegados; sus oídos, sordos; su corazón, endurecido. Son demasiado "adultos". El pueblo judío,
los fariseos y los doctores de la ley, los sacerdotes y los sumos sacerdotes, ¡qué "adultos" son!, ¡qué
viejos! La sabiduría les ha venido de Dios y de sus largas experiencias humanas. Son clarividentes,
inteligentes, correctos, poseen toda la verdad. Examinan, distinguen, reflexionan..., y cuando llega
el cumplimiento de todas las profecías con el Mesías, se parapetan en sus tradiciones humanas, en
su templo y en su ley..., se hacen duros y obstinados... y dejan pasar la hora de Dios. ¿Por qué
estamos tan seguros de que ahora es distinto?...
204
El joven rico
Cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló y le
preguntó:
-Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?
Jesús le contestó::
-¿Por qué me llamas bueno? No hay , nadie bueno más que Dios.
Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no
darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre.
El replicó:
-Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño.
Jesús se le quedó mirando con cariño y le dijo:
-Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres (así
tendrás un tesoro en el cielo), y, luego sígueme.
A estas palabras. él frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico.
Jesús, mirando alrededor, dijo a los discípulos:
-¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el reino de Dios!
Los discípulos se extrañaron de estas palabras. Jesús añadió:
-Hijos, ¡qué difícil les es entrar en el reino de Dios a los que ponen su
confianza en el dinero! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja
que a un rico en el reino de Dios.
Ellos se espantaron y contentaban:
-Entonces, ¿quién puede salvarse?
.Jesús se les quedó mirando y les dijo:
-Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo.
Pedro se puso a decirle:
-Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido.
Jesús dijo:
-Os aseguro que quien deje casa, o hermanos, o hermanas, o madre, o padre,
o hijos, o tierras, por mí y por el evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien
veces más (casas, y hermanos, y hermanas, y madres, e hijos, y tierras, con
persecuciones), y en la edad futura, vida eterna.
Muchos primeros serán últimos, y muchos últimos serán primeros.
(Mc 10,17-31; cf Mt 19,16-30; Lc 18,18-30)
1. Peligro de las riquezas
El gran tema de este pasaje evangélico es la radicalidad que implica el seguimiento de
Jesús, el desprendimiento que exige y la total incapacidad que tienen los ricos para ser
fieles a ese seguimiento. Los cristianos no podemos tener más valor absoluto que Dios y
su Mesías. Es una clara advertencia a las comunidades cristianas de todos los tiempos
sobre la imposibilidad de seguir a Jesús -de ser cristianos- rodeados de riquezas.
Descalifica la idea, tan extendida siempre, según la cual las personas ricas, por el mero
hecho de serlo y por dar algunas limosnas, son piadosas y buenas. Y como, además, estas
personas suelen presumir de ello... Nos narra el encuentro y el diálogo de Jesús con
205
"uno" (Mateo y Marcos) o con "cierto hombre importante" (Lucas), la enseñanza a los
discípulos sobre el peligro de las riquezas y el comentario de Pedro sobre que ellos lo han
dejado todo, seguido de la promesa de recompensa. Mateo y Marcos terminan con una
frase sobre muchos primeros que serán últimos, y viceversa.
Tocar el tema del dinero es tocar fuego, hacerse impopular, crearse muchos enemigos. ¿No es el gran aliado de los cristianos, el financiero de un apostolado "eficaz"? ¿Qué
se hace sin dinero?... Jesús parece que tenía otra opinión. El episodio que vamos a
comentar es otro fuerte palo para los ricos y para las riquezas. Tener riquezas para sí es
irremediablemente alejarse de la comunidad fraternal humana, alejarse de Dios.
Ser rico no es una bendición, como se creía en el Antiguo Testamento y se sigue
creyendo hoy entre la mayoría de los cristianos. La riqueza tiene poca consistencia (Lc
12,15-21) y muchos peligros. Tampoco podemos decir, sin más, que la pobreza sea una suerte:
cuando entraña carencia de los bienes más elementales para la vida -vivienda, alimentos,
vestidos, libertad, cultura...-, la pobreza (más bien miseria) es una desgracia. Y todos tenemos
la obligación de trabajar para suprimirla en todas sus dimensiones. La existencia de la pobrezamiseria es un hecho escandaloso que clama al cielo.
Jesús de Nazaret se identificó con los pobres y declaró bienaventurada la pobreza (Mt 5,3)
-nunca la miseria-, por la disponibilidad total que proporciona a los que la practican. El pobre
es capaz de recibir, y puede estar en disposición de dar lo que posee y es: su propia persona.
Dentro de la pobreza, asumida con decisión, puede hallarse la verdadera libertad.
El tema de fondo del texto es la verdadera vida, la conquista de la plena comunión con
Dios para siempre. Así lo indica la pregunta inicial del joven y la respuesta de Jesús a Pedro.
Solamente viviendo orientados hacia la grandeza de esta meta, hacia el valor absoluto de este ideal,
pueden palidecer las otras realidades terrenas y ajustarse los demás valores a su verdadera
realidad.
El relato de Marcos parece el más fiel al desarrollo de la escena, a pesar de ser el que menos
detalles nos dé del protagonista del hecho. Además de su reconocida habilidad narrativa, se nota la
aportación de un testigo ocular, que en este caso sería Pedro.
Las narraciones de los tres evangelistas son plásticas: dominan las imágenes pintorescas, que
ayudan a fijar en la memoria las enseñanzas de Jesús: la mole del camello ante el ojo de una aguja,
los muchos familiares con el fondo de casa y campos... En Marcos hay dos detalles que hacen la
narración más entrañable: la triple mirada de Jesús (de cariño al joven, a su alrededor y a los
discípulos) y el elemento dramático de las persecuciones.
206
2. ¿Cómo heredar la vida para siempre?
La escena la sitúa Marcos: "Cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se
arrodilló y le preguntó: Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?" En Lucas el
que le pregunta es un "hombre importante", posiblemente miembro principal de un consejo o
sinagoga, incluso del sanedrín; un hombre destacado, que encarna el espíritu del judaísmo. Hace
la pregunta típica del judío piadoso, en la que se nota el individualismo farisaico. La pregunta que
le hace no es sorprendente: la hacían los discípulos a sus maestros, porque eran conscientes de
que el estudio sin la guía de un enseñante inducía fácilmente a error. Había una diferencia:
preguntaban sobre la vida, sin más; solamente en el judaísmo tardío se convertirá en pregunta
sobre "la vida eterna".
"Se arrodilló" ante él -detalle de Marcos- y le llama "maestro bueno" (Marcos y
Lucas). En Mateo sólo "maestro"; pero la respuesta que pone en labios de Jesús tiene también
relación con "bueno". Está fascinado, posiblemente, por la bondad que ha manifestado Jesús hacia
los niños, a pesar de la oposición de los discípulos (capítulo anterior).
Sólo si nos ponemos ante el absoluto de Dios nuestras preguntas no serán dudas
académicas ni se reducirán a satisfacer una curiosidad, sino que manifestarán nuestra voluntad
de aceptar la seriedad de un compromiso y las consecuencias de las opciones más decisivas.
El individuo pretende "heredar la vida eterna" (Marcos y Lucas), "obtenerla" (Mateo), en
cuanto miembro del pueblo de la alianza, gracias a las promesas divinas. No pretende "conquistarla". Conoce el fin -"la vida eterna"-; por eso pregunta por el camino. Además, sospecha
que tiene que hacer algo que aún no hace. El don de Dios no se logrará con independencia del
esfuerzo del hombre, aunque nunca se pueda merecer. Ya es mucho saber estas cosas y poder
preguntar tan atinadamente.
La respuesta de Jesús consta de dos partes. En la primera rechaza que lo llame "bueno"
(Marcos y Lucas). Los fariseos se tenían por buenos porque observaban la ley y practicaban obras
de supererogación. Sólo Dios es bueno; el hombre lo es sólo si Dios lo hace. Sólo el que reconoce que
no es bueno puede dejarse realizar por Dios y llegar a serlo. Si Dios es el único bueno y Jesús
es Dios, ¿por qué lo rechaza? No podemos perder de vista que su conciencia de ser Dios fue evolucionando, afirmándose con el paso de los acontecimientos. Si muchas veces parece lo contrario, es
porque los evangelistas escriben después de su resurrección. ¿No fue probado en todo como
nosotros, menos en el pecado? (Heb 4,15). Mateo, como en otras ocasiones, pretende evitar la
dificultad de las palabras de Jesús según la versión de los otros dos y desvía lo "bueno" hacia las
obras: para obtener la vida definitiva no basta con ser fiel a unas normas; es necesario que éstas
tengan relación con "el Bueno". La observancia de los mandamientos -segunda parte de la
respuesta- es consecuencia de esa relación personal; los mandamientos son buenos porque expresan
la voluntad "del Bueno". Dios es la plenitud de lo bueno, y cada una de las cosas buenas que se ven y
207
hacen participan del bien absoluto que es el mismo Dios. Así, cuando se pregunta a Jesús por lo
bueno, se le pregunta por Dios. Sólo por Dios -desde Dios- se mide todo lo bueno que el
hombre puede conocer y anhelar como valor.
En su enumeración de los mandamientos, Jesús le recuerda únicamente los relativos a sus
relaciones con el prójimo -aunque no todos-, que son citados sin respetar el orden (Ex 20,1216; Dt 5,16-20). Así se indica la dirección de la respuesta de Jesús: importa hacer lo bueno en
favor del hombre si se quiere alcanzar la vida eterna. Es la relación con los hombres la que
determina la verdad de la relación con Dios. Mateo añade, como compendio, la regla de oro
del amor al prójimo como a uno mismo (Lev 19,18; Mt 7,12; Lc 6,31), que no estaba en el
Decálogo.
El rico ha formulado la pregunta refiriéndose a las obras que hay que hacer. Jesús, en cambio,
ha centrado su respuesta en la relación global con Dios y con el prójimo, centrando su atención en
este último como camino único para llegar al primero. ¿Entenderemos algún día? Todos sabemos
muy bien de palabra eso de obedecer a Dios, honrarle y amarle, pero lo del prójimo se nos
tiene que decir constantemente para que se nos grabe. Y así y todo...
Es importante añadir que Jesús, con su respuesta, le muestra indirectamente que para
obtener la vida eterna o salvación final no se requiere la fe en él. Los mandamientos que le propone
formulan la más elemental honradez según el concepto de toda cultura o filosofía humanas. La
ética salva al hombre. Así se manifestará -en la parábola del juicio final (Mt 25,31-46)- con los
paganos que, sin conocer a Jesús ni la ley de Moisés, escucharán palabras de salvación. Pero el
cristianismo es algo más, como veremos a continuación.
3. El cristianismo no es sólo cuestión de mandamientos
El rico asegura que "todo eso lo ha cumplido desde pequeño". Es fiel a la convicción de los
fariseos que afirmaban en sus oraciones: "Señor del mundo, he recorrido los doscientos cuarenta
y ocho miembros que tú formaste en mí, y no he hallado haberte irritado con uno solo de ellos".
Jesús no encuentra nada que corregir a esta afirmación; se trata, en efecto, de un joven recto,
que observa irreprensiblemente la ley. Pero ve en la enseñanza de Jesús algo superior a la ley
mosaica, algo que ignora y que necesita hacer para seguirle, porque su persona y su actividad
tienen, para él, una apariencia nueva. Mateo lo dice: "¿Qué me falta?"
El rico -el joven según Mateo-, aunque honesto y sincero, parte de una moral a nivel de
hombre; piensa que es posible combinar la posesión de bienes con el cumplimiento de los
mandamientos divinos. Habituado a garantizarse y a garantizar todo con su riqueza, creía que
también la herencia de la vida eterna le sería garantizada sólo a través del cumplimiento
escrupuloso de las normas legales, a las que quizá Jesús añadiera alguna. Pero Jesús establece
nuevas reglas, abre un nuevo camino: el hombre sólo tiene o posee cuando da; uno que se da a sí
208
mismo es sí mismo; uno que da todo es todo. Es el camino mesiánico que trae Jesús: vaciarnos
de lo vacío para llenarnos de plenitud.
Marcos es el único que destaca que "Jesús se le quedó mirando con cariño". Sabe que no es
un hipócrita, sino un hombre religiosamente sincero, y por eso se dirige a él con simpatía. Algunos comentaristas dicen que esa mirada puede incluir un gesto de ternura, como una caricia,
un beso u otra prueba de amistad.
Es verdad que puede haber ricos que sean buenas personas, caritativas, abiertas, cumplidoras
de lo mandado... Pero no basta. El reino de Dios se abre camino únicamente si creamos una sociedad distinta hasta en sus mismas estructuras. La decisión en favor del reino o en su contra no se
juega entre el bien o el mal en abstracto, en el cumplimiento mejor o peor de unas prácticas religiosas, en lo correcto o incorrecto de una ley..., sino entre el compartir total propio del reino de
Dios o el dinero acumulado en propiedad privada y privante. Es necesario salir de los esquemas
de una sociedad clasista, o simplemente reformista, para plantearnos, como primer horizonte
moral, la construcción de una sociedad sin clases. Y para comenzar a construir esa nueva sociedad,
lo mejor que se le ocurría a Jesús en aquel tiempo y circunstancias era dar a los pobres toda la
riqueza que uno tenía acumulada. Las formas que este seguimiento deba tener en cada época y
lugar de la historia es tarea nuestra irlas encontrando según los "signos de los tiempos". Al rico,
Jesús le va a pedir que deje su posición de privilegio. Hasta ahora ha seguido una religión que le
permitía ser rico y que consideraba las riquezas como una bendición de Dios; una religión que
justificaba las injusticias que causaba la explotación; una religión que incapacitaba para la vida
fraternal. ¿Por qué hemos vuelto a las andadas?
4. "Vende lo que tienes"
Llegamos al punto central del diálogo. El rico habló con convicción, por eso Jesús le tomó en
serio sus palabras: "Si quieres llegar hasta el final" (Mateo), "una cosa te falta: anda, vende lo
que tienes, dales el dinero a los pobres -así tendrás un tesoro en el cielo- y luego sígueme".
Jesús ha dado un giro imprevisto al diálogo. Ha captado en el joven una cierta insatisfacción.
Le faltaba una cosa, y ésta era tan importante como para destruir todo lo que parecía ir tan
bien. Está muy cercano a Dios, pero aún existe un obstáculo: los bienes que posee y que le
impiden ser él mismo. Debe deshacerse de todo, si quiere compartir con él la vida. Su
programa no son los mandamientos, sino las bienaventuranzas. La mirada de cariño se
transforma en pedirle todo. El amor, por su misma naturaleza, es exigente. No se conforma con
poco: lo quiere todo. Debemos desconfiar de las personas que nos piden poco. El amor de Dios
manifestado en Jesús es siempre una invitación a ir más allá.
"Vende lo que tienes". Jesús lo sitúa en una nueva dimensión: para tenerlo todo debe
desprenderse de todo; para ser hay que dejar. No le añade nuevas prescripciones a las ya
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existentes. Para seguir a Jesús no basta cumplir los mandamientos -vivir honradamente-, sino
que es preciso liberarse de todo lo que sea un impedimento: bienes materiales, tiempo libre,
seguridades, ideología, cultura... Dejar todo lo que me aliena para vivir una actitud clarividente con
respecto a las cosas, entender y vivir que las riquezas no constituyen el gran valor de la vida
humana, que el hombre no se define por lo que tiene. Dejarlo todo es entender que la única vida
verdadera es vivir según Dios, amando como él ama. Es comprender que donde se juega el todo
de nuestra vida es en nuestra opción más profunda, aquella que dirige realmente nuestras
decisiones. Claro que los hombres necesitamos algo para vivir, como lo necesitaba el mismo
Jesús. La cuestión está en dónde ponemos nuestro afán, nuestra seguridad, nuestro corazón,
nuestra alegría. Jesús nos pide un desprendimiento sin límites. Y esto es lo que con frecuencia
olvidamos los cristianos. Nos quedamos al nivel del Antiguo Testamento, y no pasamos a la
novedad que nos aporta el evangelio. Y así seremos personas honradas, pero no seremos
cristianos.
"Dales el dinero a los pobres -así tendrás un tesoro en el cielo- y luego sígueme". Le indica
una buena forma de desprenderse de lo que posee, acomodada a aquellos tiempos. El desprendimiento de los bienes no queda reducido a su aspecto negativo: los vende para darlos y, al quedar
libre de ellos, poder seguirle a él. Es también una forma de indicarle el carácter de irrevocabilidad
que tiene el seguimiento; como un quemar las naves para impedirle la vuelta atrás.
El joven rico desea hacer más..., pero sin dejar lo que tiene. Jesús le propone hacerse discípulo
suyo, ser uno de los amigos que le acompañen a todas partes, ser uno de sus íntimos. Pero antes
tiene que dejar todo lo que tiene y es. Esto estaba en oposición con toda su formación religiosa,
que consideraba las riquezas como una prueba de la benevolencia de Dios. Dada la mentalidad
judía, su razonamiento al acercarse a Jesús podía haber sido así: con una observancia más,
me haré más agradable a Dios, que me dará más riquezas; teniendo más riquezas, podré
hacer más limosnas y, por tanto, aumentar mi capital en vistas a la vida eterna... Una doble
contabilidad: para el presente y para el futuro. ¿Tendrá algo que ver con el afán de algunos
ricos por encargar muchas misas por sus difuntos? Si Dios pensara como nosotros, ¡pobres de los
pobres, por los que nadie reza! La respuesta de Jesús es escandalosa porque trastoca esta
práctica religiosa basada en la doble ganancia.
El joven debe deshacerse de todo lo que tiene sin esperanza de recuperarlo ahora. Lo
recuperará "en el cielo", símbolo de Dios mismo. La seguridad, el apoyo del que lo deja todo
está en Dios. Dejada la seguridad de la riqueza, encontrará otra seguridad superior (Mt 6,2534).
Jesús le pide cambiar de mentalidad. ¿Quién está dispuesto a invertir la dirección del camino?
Un Dios que nos asignase una tarea más difícil, pero que no tocara nuestras posesiones, quizá lo
toleraríamos. Pero un Dios que no sigue nuestro juego nos escandaliza. Si ni siquiera Dios
respeta nuestras reglas religiosas, ¿dónde iremos a parar?
210
5. "Se marchó pesaroso"
Ante las exigencias de Jesús, el joven "frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era
muy rico". Le parece excesivo el precio que tiene que pagar para pertenecer a los seguidores de
Jesús. Esperaba de él otra cosa: que le hubiera mandado hacer obras buenas, dar más limosnas...,
algo que pudiese hacer desde su riqueza. La invitación de Jesús ha dejado al descubierto su
verdadera situación interior. ¡Qué peligroso es dialogar tan abiertamente con Jesús! Pero ¿de
qué sirve hacerlo de otra manera? Tiene muchos bienes, y su corazón está pendiente de ellos, aunque haya cumplido los mandamientos. Vive dividido entre su deseo de ser fiel a Dios y su amor a los
bienes.
Por conservar la propia fortuna, ha perdido la gran ocasión de su vida. No es que haya
dejado de cumplir algún mandamiento de la lista. Pero le sobra algo, lleva consigo una carga
que le impide seguir a Jesús, que lo esclaviza: tiene demasiado dinero, es rico. La contraposición
que presenta el texto es clara: en un plato de la balanza, el cumplimiento de todos los mandamientos; en el otro, el ser rico. Y pesa más el segundo que todo lo del primero. Y este hecho es
suficiente para impedirle ser un hombre libre para seguir el camino de Jesús.
El joven ha comprendido mejor que la mayoría de los cristianos las exigencias del
seguimiento. Se ha ido abatido y triste, porque ha medido hasta el fondo lo que Jesús pretende
de quienes quieran ser sus discípulos. Nosotros procuramos eludir el planteamiento. Queremos
ser buena gente, cristianos decentes, entrar en el reino... Pero también queremos disfrutar y
poseer. El joven es más honrado que los que se quedan con la intención de negociar, de obtener
rebajas, de compaginar...
"Se va triste", en su misma condición de joven, incapaz de llegar a la madurez. ¡Qué
engañoso es creer que las riquezas dan la felicidad! ¿No es ése el planteamiento de nuestra
sociedad de consumo, las quinielas y la lotería? La riqueza no es más que la máscara de la
felicidad. ¡Cuánto vacío, aburrimiento... debajo de esa máscara! ¿Cómo ser felices experimentando que el crecimiento personal se ve aplastado por la obsesión de la riqueza? La solución es
no pensar con la propia cabeza, tan frecuente en esta "civilización" del progreso y de la técnica,
en esta "cultura teledirigida".
La felicidad, la alegría, se halla -según el evangelio- no en el tener, sino en el ser. Más que
una vida rica, Jesús nos propone una vida plena; rompe la relación tradicional entre fidelidad
a Dios y prosperidad terrena; derriba otro pilar de la religiosidad de entonces y de ahora: la
riqueza no es signo de la bendición de Dios. Aviso permanente para los cristianos que creen vivir
el seguimiento de Jesús contemporizado con la posesión tranquila de los bienes terrenos: riqueza,
poder, prestigio... Jesús no asegura nada a quienes no estén íntimamente dispuestos a prescindir de
las riquezas.
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No se dice el nombre del joven. Así, muchos podrán -podremos- identificarnos con él, entender
como dirigidas a nosotros las palabras de Jesús y, lo que es más importante, dar la respuesta
positiva que él no ha sabido o no ha querido dar. Porque Dios nos invita siempre a no contentarnos, a no acomodarnos, a caminar constantemente; a ir más allá de nuestros planes, de nuestros
horizontes, de nuestros sueños...
6. El camello y la aguja
Por segunda vez Marcos hace mención a la mirada de Jesús. Mira "alrededor" suyo, como
indicando su experiencia personal de lo que les va a decir a continuación sobre el tema de las
riquezas; convicción que la marcha del joven rico no ha hecho más que confirmar.
"¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el reino de Dios!" Tema clave para toda la
comunidad cristiana. Toda su predicación está marcada por esta realidad, experimentada por él
en tantas ocasiones. Las riquezas y el bienestar ejercen tal influencia perniciosa en el hombre,
que llega a prescindir de todo lo que no sea él mismo. Nadie puede sustraerse a su seducción mientras no se aparte por completo de su influjo y se adhiera a Dios. De nada sirve hacerlo a medias.
Las riquezas son como un ídolo que encierra al hombre en sí mismo, le lleva a ignorar y despreciar a los demás, a cometer con ellos toda clase de injusticias (Lc 16,19-21; Mc 4,19; Mt 6,19-21).
En el evangelio de Jesús el rico no tiene nada que hacer, a no ser que deje de ser rico; como
hizo Zaqueo (Lc 19,1-10). El joven del texto ha encallado en este escollo, a pesar de su honradez,
de haber preguntado a Jesús tan acertadamente y estar dispuesto a una exigencia mayor. La
salvación de Dios es siempre ofrecida a los pobres; y cuando algún rico es invitado a participar en
ella, se le pide que deje las riquezas y las reparta entre los pobres. Sólo cuando la riqueza es
puesta al servicio de la comunidad deja de ser obstáculo para el seguimiento.
Rico es sinónimo del hombre que ante nada se detiene con tal de conseguir sus objetivos
personales. Cuando esta actitud cristaliza en poder político-económico puede llegar a suprimir el
mundo. ¿No lo estamos viendo en la actualidad con el peligro de una guerra atómica? Pensamos
que estamos dirigidos por seres diabólicos o deficientes mentales, cuando la realidad es que son
"ricos" según el concepto que de ellos tenía Jesús. Detrás de las guerras actuales entre pequeñas
naciones, ¿no están los intereses económicos de multinacionales y gobiernos poderosos? Entre el
rico -persona o nación- y el resto de los seres humanos se levanta siempre el dinero para
suprimir todas las resistencias, falseando las verdaderas razones de las conductas opresoras. ¿No
es el dinero el que subvenciona y dirige el inmenso poder de la información? El rico no conoce esa
pequeña posesión que constituye el don de sí mismo. Se cree que posee el mundo porque ha
suprimido su verdadera razón de ser. Posee una psicología raquítica en su constitución y ante la
vida.
212
Ante la extrañeza de sus discípulos, Jesús no retira nada de lo dicho anteriormente: "Hijos,
¡qué difícil les es entrar en el reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero!" Es curioso
constatar la diferencia entre nuestra habitual presentación de obstáculos para ser fieles a Jesús y
los que presenta el evangelio. ¿Cuántas veces hablamos de las riquezas como la gran dificultad?
El peligro de la riqueza no es algo que afecte sólo a los multimillonarios. Jesús habla para todos. Así
lo entienden los apóstoles, que no eran ciertamente ricos. Porque "el tener la confianza en el
dinero", el querer tener cada vez más, el dejarse aprisionar por la espiral del consumo, afecta a
todos, aunque estemos muy lejos de ser millonarios. Jesús sabe que los bienes no son neutrales;
como tampoco lo son ese conjunto de actitudes que propicia la explotación de los demás, el fraude
a la comunidad camuflando los deberes de contribución, la evasión de capitales, el paro obrero,
el gasto en armamentos, el despilfarro familiar, la división de la sociedad en clases... Actitudes
que tienen su origen en el hombre y en los grupos que poseen dinero. La fuerza de los ricos es
tan grande que provoca la primera violencia: la institucional.
La dureza de la proposición contrasta con el dulce principio: "Hijos". La conclusión es
evidente: el ser rico es el gran obstáculo para seguir a Jesús. Donde priva y manda el dinero
no puede haber cristianismo. El desprendimiento de las riquezas es la piedra de toque de la
autenticidad de nuestra fe y de nuestro amor.
Para Jesús, el rico es un necio (Lc 12,20), un infeliz, un desdichado. El hombre que cae en la
espiral de las riquezas sigue un camino muy preciso hacia su destrucción como persona auténtica: las riquezas le van adormeciendo el corazón, la vista, el cerebro y, finalmente, toda la
persona.
Sin pretender ahora averiguar cómo han llegado a ser poseídos, los bienes se apoderan del
corazón del hombre, centro de la persona según el sentido bíblico, fuente de sus acciones libres.
Cuando llega allí el dinero, Dios se va. En un corazón "poseído" por las riquezas no queda sitio
para él. El evangelio es tajante: o Dios o riquezas (Mt 6,24). No es posible quedarse con los dos:
o uno u otras. Un corazón ocupado por el dinero es un corazón vacío de Dios.
Una vez ocupado el corazón, las riquezas extienden un velo ante los ojos para impedirle ver la
realidad humana o viéndola de una forma equivocada: el parado es un vago que no quiere trabajar, siempre hubo ricos y pobres, los gastos de armamentos y de ejércitos son necesarios para
defendernos -¿de qué y de quién?-; ve normal el lujo incalificable de unos pocos y de algunas
naciones a costa del hambre y el subdesarrollo de la mayoría.
Al estar nublada la visión de la realidad, el cerebro queda embotado. ¡Lástima que la
propaganda embote también los cerebros de los pobres! Cuando el rico ve que se mueve algo, que
hay algún tumulto que pueda hacer peligrar su situación de privilegio, en seguida se defiende
diciendo: "¡No entiendo nada!, ¡qué querrán!..." El rico necesita que no cambien las estructuras
de privilegio en que vive, tiene necesidad del "desorden establecido".
213
Finalmente, las riquezas se apoderan de toda la persona. Es la última etapa: echa al hombre
de sí mismo, y en su lugar introduce su caricatura: el egoísmo.
Al ocupar las riquezas su corazón, el rico se ha quedado sin Dios; al nublarle la visión de
la realidad, pierde su solidaridad con el prójimo; al apoderarse de su cerebro, tergiversa el
sentido de la historia; al dominar su persona, se ve echado de su casa. Sin Dios, sin prójimo, sin
historia, sin sí mismo, ¿quién más desdichado que el rico? ¿Qué proporción de rico hay en nosotros
cuando vivimos tan alejados del Dios de Jesús, tan despreocupados de las luchas que mantienen
tantos pueblos por su liberación, tan alienados por la sociedad del progreso y de la técnica, tan
vacíos de nosotros mismos?
"Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico en el reino de
Dios". Con esta hipérbole Jesús afirma categóricamente la práctica imposibilidad que tienen
los ricos de renunciar a sus riquezas para hacerse discípulos, para participar en la construcción del reino de Dios. Pero no parece que pretenda establecer una imposibilidad absoluta,
como veremos más adelante. Es una triste constatación suya. Se refiere a la riqueza en sí misma,
no a su mala utilización.
Algunos autores, sorprendidos por la tremenda desproporción entre la aguja y el camello,
pensaron que, en lugar de "camello" (kámelos), Jesús había usado una palabra parecida
(kámilos), que significa cable, soga gruesa, maroma de navío, con lo que se lograría una menor
desproporción y una mayor relación con la aguja. También dicen que la palabra "aguja"
indicaba una puerta que existía en Jerusalén, tan baja y estrecha que se la llamaba por eso "ojo
de aguja". Pero de esa puerta no se habla hasta el siglo IX ni tiene fundamento alguno en la
arqueología, lo que hace muy improbable su existencia.
Todas estas divertidas cábalas parecen ignorar el gusto de los orientales por los fuertes
contrastes, por las expresiones exageradas, tan características de su mentalidad. Así, Jesús habló
de la paja y la viga en el ojo (Mt 7,3-5), de filtrar mosquitos y tragarse camellos (Mt 23,24), de
trasladar montañas (Mt 21,21; Mc 11,23). Eran comparaciones muy usadas. Por ejemplo:
"Practicad en mí, por la penitencia, una apertura como el agujero de una aguja, y yo os abriré
una puerta por donde los carros y los vehículos podrán pasar". En la literatura rabínica se había
cambiado el término "camello" por el de "elefante": "Nadie piensa, ni en sueños..., un elefante
pasando por el agujero de una aguja"; "Tú eres de Pumbeditha, donde se hace pasar un elefante
por el agujero de una aguja"... Son expresiones para designar algo imposible por medios humanos.
Aquí, para que caigamos en la cuenta de la gravedad de la situación en que se encuentra el
rico.
Se dice ordinariamente que con el dinero se puede conseguir todo. Pero hay una cosa que
jamás podrá llegar a conseguir el dinero: que estas palabras de Jesús no hayan sido pronunciadas,
a pesar de los intentos de rebajarlas con pintorescas interpretaciones, como vimos.
214
7. Reacción de los discípulos y respuesta de Jesús
La sentencia de Jesús aterroriza a los discípulos: "Entonces, ¿quién puede salvarse?" Es
difícil explicar esta reacción por parte de quienes son pobres y lo han dejado todo. Aunque su
espanto es lógico: están todavía influidos por las ideas de entonces, que unían rico a piadoso. Jesús,
en lugar de decir que se "salvan" los ricos y algunos pobres, parece estrechar más la puerta al
afirmar que los ricos no pueden "entrar en el reino de Dios". Su pregunta viene a decir: Si ni
siquiera los ricos pueden salvarse -únicos que tenían medios y tiempo para cumplir aquella ley
tan complicada-, ¿quién lo logrará? Entienden que Jesús no habla de dificultad, sino de
imposibilidad.
La sorpresa y la pregunta de los discípulos reflejan la preocupación por salvarse y la cuestión
de si es posible llevar a la práctica las palabras de Jesús. Es una pregunta repetida constantemente
ante las radicales exigencias de Jesús: ¿Es posible vivir según el evangelio, caminar el camino del
reino?; ¿sus exigencias no son una quimera? Ahí está la experiencia de tantos millones y millones de cristianos que no saben ni de qué va el mensaje de Jesús. ¿No ha sustituido la iglesia
institución el seguimiento por prácticas y burocracia?
Quien ha comprendido el amor de Dios y ha optado por el seguimiento de Jesús no
pregunta ya por la renuncia que esto le exige: cada donación que se le pide le compensa. Por
eso, en lugar de renunciar a ser rico, habla de elegir ser pobre; lo mismo libre, justo..., en lugar
de seguir viviendo en la esclavitud y la injusticia... ¿Por qué no decir que el hombre al crecer
renuncia a ser hombre en la mayoría de los casos?
Por tercera vez (Marcos) Jesús dirige la mirada a sus interlocutores, diciéndoles: "Es
imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo". No trata de tranquilizarlos,
como hacemos nosotros cuando notamos que hemos asustado a alguien con nuestras palabras. De
hecho, es imposible salvarse; sólo es posible ser salvado. Supone la doctrina de la gratuidad, el
recurso a la oración: la salvación es un "milagro" de la gracia.
"Es imposible para los hombres". No deberíamos pasar de largo rápidamente estas
palabras, para consolarnos y tranquilizarnos con las que siguen. Es necesario que nos sintamos
tambalear antes de pasar a las siguientes. Hemos de experimentar y confesar que por nosotros
mismos no tenemos la menor esperanza de salvarnos, de liberarnos del mal que nos rodea por
todas partes; percatarnos de que no tenemos escapatoria posible, antes de abrirnos al camino que
Jesús nos muestra. Sólo al borde del precipicio seremos capaces de reconocer la verdad de las
palabras que siguen.
"Dios lo puede todo". No son palabras para levantar los ánimos de una manera fácil. Jesús ha
dejado bien claro que seguirle exige los mayores esfuerzos (Mt 7,13-14; Lc 14,25-27). No retira nada de
lo dicho anteriormente. Pero cuando el hombre reconoce que por sí mismo no puede hacer
nada (Jn 15,5), consigue la condición fundamental para lograr la salvación: se ha hecho pobre. Y
215
entonces es posible para Dios salvarlo. Estamos en la misma línea del "nuevo nacimiento' (Jn 3,38).
La respuesta de Jesús ha brotado de las profundidades de su pensamiento anclado en Dios. El
hombre que ha comprendido el amor de Dios ya no pregunta por la medida y límites de lo que se
le pide; quiere amar a Dios con todo su corazón y demostrarlo con el amor a los demás. Únicamente
podrán trabajar por la fraternidad universal, por el reino de Dios, los desprendidos, los pobres, los
que buscan ante todo los valores del espíritu. El rico, si quiere salvarse, tiene que reconocer los
derechos privilegiados del pobre. Reconocimiento que sólo será capaz de lograr con la ayuda de
Dios.
El asunto es lo suficientemente serio como para darle muchas vueltas en lo profundo de
nuestras conciencias. El apego a las riquezas del joven rico ha desvalorizado todo lo demás. Su
propia riqueza lo ha traicionado.
El peor servicio que podemos hacer a los ricos es el de callarnos. Y no olvidemos que en cada
ser humano anida un alma de rico...
8. Los que le sigan no quedarán defraudados
Pedro quiere que Jesús concrete el porvenir que les espera a ellos, puesto que han cumplido
las condiciones puestas al rico: "Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido".
Mateo añade: "¿Qué nos va a tocar?" En Marcos y Lucas no pregunta por la recompensa.
¿Cuándo puede decir un hombre que lo ha dejado todo? ¿No tienen las palabras de Pedro
mucho de fanfarronada? Cuando decimos "todo", ¿no dejamos siempre fuera algo?; el
sentimiento de vacío que sentimos frecuentemente en nuestra vida, ¿no es fruto de lo que no
hemos dejado?... De todas formas, la observación que hace en nombre de los discípulos está en
contraste con la actitud del joven rico que se había negado a seguirle. Es la otra cara de la
moneda; aunque parece que no han descubierto la recompensa incomparable de estar
viviendo la vida de Jesús. Al menos, no son conscientes de ello.
Al tema del peligro de las riquezas sigue ahora el de la pobreza apostólica.
Si lo dejo todo, ¿qué es lo que tendré?, ¿dónde podré asirme?... Es el miedo del discípulo
que se imagina el seguimiento como un camino hacia la muerte, con un precio demasiado elevado
que pagar.
La respuesta de Jesús es inesperada y profunda, como es habitual en él: "Os aseguro que quien
deje... por mí y por el evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más..., y en la edad futura,
vida eterna". Marcos añade: "Con persecuciones". También Mateo hace su aportación
personal a la respuesta de Jesús: "Creedme, cuando llegue la renovación y el Hijo del hombre se
siente en el trono de su gloria, también vosotros, los que me habéis seguido, os sentaréis en
216
doce tronos para regir a las doce tribus de Israel". Lucas no habla del ciento por uno de
recompensa; se limita a decir que recibirá "mucho más en el presente".
El hombre nace de aquello que deja. La pobreza lo libera de la idolatría del tener y lo
capacita para relacionarse con Dios, con los demás y con las cosas de una manera nueva. La
pobreza le abre al compartir, le descubre a Dios como bien inalienable e inagotable. Gracias a
la pobreza, el hombre se abandona en las manos de Dios, se despoja de toda ansia de posesión,
de todo hábito de apego a las cosas, de todo afán de prestigio, de toda pretensión de dominio, y
puede dejarse re-crear por el Padre como nueva criatura. San Juan de la Cruz afirmaba que el
camino para poseerlo todo era no poseer nada.
La posesión es limitación. Nuestro espíritu y nuestro corazón tienden a empequeñecerse, a
reducirse a las dimensiones de las cosas poseídas. Las cosas que poseemos siempre nos dejarán
insatisfechos, porque siempre serán ajenas a nuestro ser profundo. Para poseer verdaderamente
una cosa sería necesario entablar con ella una relación de participación, de contemplación, de comunión..., nunca de posesión o agresividad. Es el hombre contemplativo, no el posesivo, el que
vive en armonía con todo lo creado; el hombre que no reivindica nada para sí.
Solamente el que reza teniendo las manos vacías, libres, puede orar en las cosas y con las cosas.
El hombre posesivo, egoísta, trata de apropiarse de las cosas y se queda en la superficie de
todo; el contemplativo, el desprendido, descubre la verdad profunda de todo lo creado y de
Dios.
La recompensa es doble: el céntuplo ahora y la vida eterna después. No entendamos que los
bienes que se dejan sean centuplicados matemáticamente, sino en el sentido de que el que sigue a
Jesús encuentra en él todo lo que ha dejado, vivido de una forma nueva.
La relación con los padres, hermanos, amigos o bienes materiales se vive en otra dimensión. Esta
idea de plenitud, Marcos la expresa enumerando las cosas dejadas con o..., o..., o..., y las recibidas
con y..., y..., y... Más que una suma detallada, la operación hay que entenderla en el sentido de
plenitud. La totalidad ofrecida por Jesús lo incluye todo. Creo que es una experiencia que pueden
tener todos los que se han decidido a seguir a Jesús de verdad, en todos los tiempos y lugares, a pesar
de las propias limitaciones y pecados.
Jesús habla de lo que se ha dejado "por él y por el evangelio". Lo que importa no es tanto lo
que se deja como el porqué se deja. Se deja todo para estar libres de impedimentos, como lo estaba
él, para vivir como hermanos a disposición unos de otros. Es desprendimiento al tener, nunca
al ser. Jesús, al no tener nada, lo es todo (Lc 9,58; Mt 8,20). Es en la dimensión de la comunidad
cristiana donde se puede manifestar el ciento por uno.
Marcos resalta que la recompensa irá unida a "persecuciones". El estar con Jesús es
siempre un gozo amenazado. Si la sociedad humana vive unos valores contrarios a los que
propone Jesús, es lógico que se defienda atacando a los testigos molestos. Es lo más fácil. El otro
camino es el casi imposible de la conversión al amor. La verdadera "recompensa" está aún por
217
llegarles: es "la vida eterna" para después de la muerte física. Vida que consistirá en el
encuentro Dios-hombre, en el cumplimiento del proyecto humano sin ninguna limitación y para
siempre; sin sombra alguna de muerte.
Mateo habla de otro premio para los Doce: "También vosotros os sentaréis en doce
tronos..." Es la hora del juicio final, cuando "el Hijo del hombre se siente en el trono de su
gloria". Parece que los apóstoles ejercerán con Cristo glorioso una especie de senado para juzgar a
"las doce tribus de Israel", que representan a todo el mundo.
Pero los discípulos no deben trabajar por esta recompensa. Deben trabajar por Dios y su
justicia. Lo demás vendrá por añadidura (Mt 6,33).
9. "Muchos primeros serán últimos..."
Marcos y Mateo terminan con una sentencia: "Muchos primeros serán últimos, y muchos
últimos serán primeros". En la vida futura, cuando llegue el cambio definitivo, muchos que aquí
han desempeñado los cargos más importantes -por su riqueza, cultura, poder...- serán entonces los
últimos; y otros, que habían pasado desapercibidos o habían sido mal considerados y perseguidos, ocuparán los lugares de honor. Es una frase para recordar a la comunidad de seguidores de
Jesús que en su constitución terrena soportarán, como Jesús, el arrinconamiento y el oprobio (1
Cor 4,9-13). Y malo si no ocurriera así. Lo ganará todo el que todo lo dejó. Perderá su vida el que la
buscó lejos de los valores marcados por Jesús; la encontrará el que la perdió por él.
En la perspectiva de Jesús, el cambio no estará nunca concluido. Lo mismo que en su tiempo
los dirigentes religiosos perdieron la oportunidad de seguirle, lo que les llevaría a los últimos lugares, les puede pasar a los dirigentes y a los que ocupan los lugares de privilegio en la iglesia -de
ahora y de siempre-. Porque deja todo por Jesús el que de verdad lo hace...
218
Parábola de los obreros de la viña
En efecto, el reino de los cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a
contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario
por jornada, los mandó a la viña.
Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin
trabajo, y les dijo:
-Id también vosotros a mi viña, y os pagaré lo debido.
Ellos fueron.
Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo.
Salió al caer la tarde y encontró a otros parados, y les dijo:
-¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?
Le respondieron:
-Nadie nos ha contratado.
El les dijo:
-Id también vosotros a mi viña.
Cuando oscureció, el dueño dijo al capataz:
-Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y
acabando por los primeros.
Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno.
Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también
recibieron un denario cada uno. Entonces se pusieron a protestar contra el amo:
-Estos últimos han trabajado sólo una hora y los has tratado igual que a
nosotros, que hemos aguantado el peso del día y del bochorno.
El replicó a uno de ellos:
-Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario?
Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad
para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy
bueno?
Así, los últimos serán los primeros, y los primeros, los últimos.
(Mt 20,1-16)
1. El Dios de Jesús
¿Qué pensamos de Dios? Es una pregunta fundamental, a la que todos los creyentes
deberíamos responder con frecuencia. Porque hemos de reconocer que, quizá sin darnos
cuenta, tendemos a construirnos un Dios a nuestra imagen y semejanza, cuando debe ser
todo lo contrario. Atribuimos a Dios nuestros rasgos, nuestra manera de pensar y de
vivir..., con lo que corremos constantemente el riesgo de construirnos una caricatura de
Dios. ¿Qué Dios rechaza el agnosticismo y el ateísmo contemporáneos: el de Jesús de
Nazaret o la desagradable caricatura que los cristianos hemos puesto tan frecuentemente
en circulación`? La mayoría de los cristianos lo son demasiado fácilmente. Y muchos ateos
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y agnósticos lo son difícilmente: ¿no trabajan, aunque sea sin saberlo, por la construcción
del reino de Dios, que ellos llaman libertad, justicia...?
Los cristianos no somos ajenos, por ejemplo, al empeño del materialismo actual por
presentar a Dios como un peligroso rival del hombre. Y es el mismo hombre el que sufre
las consecuencias al quedar limitados sus esfuerzos a esta tierra, forzados por la
caricatura del Dios cristiano preocupado únicamente del más allá, para regocijo de los
explotadores que defienden este "Dios' con uñas y dientes. La insatisfacción, la soledad y
el vacío es un precio demasiado alto pagado por la sociedad moderna al haber eliminado
a Dios de su futuro, en lugar de haber ahondado en el Dios presentado por los
evangelios. ¿Ha ganado algo el hombre con el cambio? ¿Trabajaremos por restituir la
verdadera imagen del Dios Padre y amor?
Otro tremendo error del cristianismo ha sido -y es- el de presentarse como una moral supeditada
al premio o al castigo. ¿No es ésa la reacción más característica de la mayoría de los
cristianos? ¿No es el miedo al castigo o el conseguir un premio lo que nos impulsa muchas
veces a unas prácticas determinadas? ¿Qué pasaría si los cristianos nos convenciéramos de
que tal premio o castigo no existen? ¿Seguiríamos siendo los mismos? ¿Cuál es el motivo profundo
de nuestro actuar?...
Jesús, con su concepto del reino de Dios, asumió una clara posición en esta cuestión del
premio o castigo: a un amor recibido gratis respondió con su amor también gratuito. Las
relaciones del hombre con Dios no pueden establecerse más que como amistad: amor compartido.
2. La parábola
Mateo ha seguido fielmente el capítulo diez de Marcos. Pero, después de la pregunta de Pedro
y la respuesta de Jesús sobre la recompensa que les corresponderá a los que le han seguido dejando todas las cosas (Mt 19,27-29), interrumpe de improviso la narración del segundo evangelista e
introduce esta parábola -único que la trae- para indicarnos que el reino de Dios no se rige por
términos fiscales de dar tanto y recibir cuanto, sino por otras leyes. No es una interrupción al azar:
Jesús echa por tierra nuestra justicia distributiva, derriba nuestros conceptos de mérito y de
salario justo, de premio a la laboriosidad.
Las parábolas no son alegorías, es decir, no debemos buscar un significado concreto en cada
uno de sus elementos, como sucede en las segundas. En las parábolas abundan los rasgos irreales,
artificiosos, que ayudan a que quede más clara la enseñanza fundamental que quiere hacerse.
La escena está tomada del medio ambiente palestino, como la mayoría de sus comparaciones.
En la época de Jesús, de fuerte crisis social, el desempleo era muy abundante, como ocurre ahora. Los obreros solían reunirse en una plaza a la salida del sol, donde acudían los amos para
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buscar los braceros que necesitaban para la jornada entera. De esta forma la contrata se
realizaba con suma facilidad.
Los judíos dividían el día, desde la salida del sol hasta su puesta, en doce horas. Pero
ordinariamente utilizaban las horas de tercia (de las nueve de la mañana al mediodía), sexta (del
mediodía a las tres de la tarde) y nona (desde las tres hasta la puesta del sol). Es artificioso que el
propietario salga a buscar jornaleros a diversas horas del día -sobre todo "al caer la tarde"-,
cuando normalmente el trabajo requería los servicios ya desde la mañana.
Sólo con los primeros trabajadores se concierta el jornal: "Un denario por jornada". A los
contratados "a media mañana" les indica que les "pagará lo debido". De los demás no se dice
nada. ¿Dónde estaban "al amanecer" los contratados de las horas sucesivas? Todo indica que
estaban sin trabajo y que no se preocupaban demasiado por encontrarlo.
Al oscurecer, el amo manda al administrador que llame a los obreros y les dé su jornal. Es lo
que decía la ley: al trabajador "le darás cada día su salario, sin dejar que el sol se ponga sobre esta
deuda; porque es pobre, y para vivir necesita de su salario" (Dt 24,15; Lev 19,13). Quiere que
les pague en orden inverso a como han sido contratados y que todos reciban la misma cantidad.
A todos se les da un denario. ¿No es una injusticia? En la vida no todos somos iguales, ni tenemos la misma inteligencia, ni rendimos lo mismo en el trabajo... Sin embargo, todos los hombres
somos solidarios en el trabajo de transformación del mundo. Y todos, por igual y según las propias
necesidades, debemos recibir el mismo provecho del trabajo realizado.
Por desgracia, no es así en la realidad. Están los que acumulan bienes, proclamando que son
suyos porque ellos los han trabajado, y se niegan a repartir equitativamente los bienes producidos.
No quieren caer en la cuenta de que muchos otros no pueden llegar a lo que ellos por la injusticia que padecen, la falta de cultura, de alimentación y de promoción social. Y que estos muchos
tienen el mismo derecho que ellos a vivir con dignidad, porque todos somos solidarios para bien o
para mal. El que tiene más capacidad la posee para servicio de quien carece de ella. Es la única
forma de amparar al más débil, de salvaguardar la igualdad entre todos, de no matar la
fraternidad universal por la ambición. Este es el plan del Dios de Jesús. Estamos tan acostumbrados
a las injusticias, se nos ha educado en ellas de tal manera, que toda la situación actual -a nivel
personal y de naciones- nos parece bien, siempre que nos encontremos en el lugar de los
privilegiados. ¿Por qué ha de vivir igual el ingeniero que el peón de albañil, el médico que la
enfermera, el empresario que el trabajador...? El plan de Dios está cambiado en el mundo, hasta
tal punto que las injusticias se han legalizado y convertido en justicia.
3. Los primeros protestan
Los primeros "se pusieron a protestar contra el amo". Es natural: la conducta del
propietario es arbitraria, extravagante, injusta. Así piensan otros obreros, así piensa el hombre en
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general. Es la envidia al ver la generosidad del amo. Porque no se quejan de haber padecido una
injusticia (han recibido lo que habían acordado), sino de las ventajas concedidas a los otros. No
pretenden recibir más, sino que los demás no sean tratados como ellos. Quieren mantener las
diferencias. No quieren darse cuenta de que a ellos no se les hace ningún perjuicio por el hecho
de darles lo mismo que a los demás. Es la envidia del que se cree bueno enfrentado a un Dios
que perdona e iguala a los que ellos consideran inferiores y pecadores. Muchos cristianos van a
misa, reciben los sacramentos... para ganar el cielo, con el deseo inconfesable de que se condenen
los que no hacen como ellos.
El amo les responde con amabilidad y con cierto reproche al mismo tiempo. Les llama
"amigos" a la vez que les indica que no les hace "ninguna injusticia". Convinieron en un denario
y lo han recibido. Con ellos ha sido justo; con los demás, generoso.
En la forma de obrar el propietario se revela la manera de pensar del Padre del cielo. El
propietario rural no puede decir tranquilamente: "¿Es que no tengo libertad para hacer lo que
quiera en mis asuntos?" Pero Dios sí puede hacer lo que quiera, porque lo que quiera siempre
será lo mejor para la humanidad. Los dones de Dios no se pueden merecer; en ellos no tiene
cabida la lógica humana. Dios puede regalar libremente lo que quiera; y el hombre no le puede
impedir -¡menos mal!- que dé a quien quiera y cuanto quiera.
4. "Los últimos serán los primeros..."
El pasaje termina con una sentencia: "Así, los últimos serán los primeros, y los primeros, los
últimos". Algunos piensan que aquí está la clave para interpretar correctamente la parábola. Pero
parece que no: todos reciben lo mismo; no hay en ella primeros ni últimos, fuera del orden en
que recibieron la retribución, explicable para facilitar el que se enteraran los primeros de las
intenciones del amo y pudieran presentar sus quejas.
Más bien parece un apéndice, repetido en los evangelios (Mt 19,30; Mc 10,31; Lc 13,30).
Algunos la consideran una interpolación de la iglesia del siglo II.
Los primeros son el pueblo judío, en especial los fariseos y los dirigentes religiosos, que se creían
con peculiares privilegios ante Dios y con el derecho de exigirle la recompensa. Los últimos, los
pueblos paganos. El evangelio de Mateo, al subrayar el predominio de los paganos sobre los judíos,
lo ha colocado aquí para ayudar a los primeros cristianos a comprender el cambio total de
situaciones habido en las relaciones entre Israel y las demás naciones desde el momento en que
éstas abrazaron la fe.
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5. Interpretación
Para entender adecuadamente esta parábola hemos de tener en cuenta la perspectiva histórica
del evangelio de Mateo: se dirige a los cristianos que provenían del judaísmo y escribe desde la
perspectiva del Nuevo Testamento, pero teniendo en cuenta el Antiguo.
El hombre actual, sensible a la justicia, lo es también a la retribución. Muchos de sus esfuerzos
por una sociedad más justa van dirigidos a un reparto equitativo de sus bienes. Por ello esta
parábola tiene para nosotros, a primera vista, un cierto aire de injusticia. Pero es evidente que
Jesús no pretende aquí hablar de relaciones económicas o laborales, sino de nuestro trabajo por el
reino de Dios en esta viña que es el mundo. Un trabajo que nosotros tendemos a identificar
demasiado con el que realizamos para cobrar un salario. Quiere que todos trabajemos, según
nuestras capacidades, desde el momento en que caigamos en la cuenta de ello. Porque es posible
que muchos no sean conscientes de la necesidad de la colaboración de todos para que el mundo sea
cada vez más el reflejo del deseo de Dios.
La parábola insiste en que Dios llama siempre, a todas las horas, cuando y como le parece. El
momento en que llegue esa llamada, pronto o tarde, no tiene importancia. Lo importante es estar
preparado para recibirla cuando llegue. No podemos mantener distinciones entre quienes acogieron su llamada los primeros o los últimos. Lo importante es el trabajo por el reino, nunca los
méritos que se pretenda tener por él. Un aspecto que afectaba a los judíos de entonces y sigue
afectando a los cristianos de siempre. Nos conviene ahondar en que todo es don y en que el amor de
Dios supera, afortunadamente, nuestros méritos. Nuestras relaciones con Dios no pueden expresarse en términos de justicia: están reguladas exclusivamente por la gratuidad. Todo es gracia, podría
ser la síntesis de esta parábola.
Con esta parábola, Jesús también quiere defenderse de las críticas de los fariseos, que le
acusaban de igualar a los pecadores con los que cumplían la ley. No establecía diferencias entre
justos y pecadores -más bien se colocaba a favor de los segundos-, y por ello se sentían ofendidos los "justos". Jesús viene a decirles que se apoya en el ejemplo de Dios.
Los primeros llamados fueron los judíos. Después, paulatinamente, todos los demás pueblos. El
pueblo judío hacía muchos años que había sido contratado por Dios. Los demás pueblos, largo
tiempo ociosos porque no habían oído el llamamiento del dueño de la viña, al ser invitados
acuden con prontitud. Sólo con los primeros se fijó el salario. Los demás se confían a la
liberalidad del amo; no se preocupan del salario. Ni siquiera lo mencionan. Firmaron en blanco.
Por esa razón pudieron saborear la generosidad del propietario. A todos les propone lo mismo. La
única condición es que respondan a la llamada cuando la reciban. Todos obtendremos nuestro
jornal: el reino de Dios.
El único propietario de la viña es Dios. Es también el único que sabe y puede valorar el trabajo
de cada uno, de acuerdo con el conocimiento que posee de la historia de cada hombre; el único
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capaz de saber por qué unos han empezado a primera hora y otros más tarde. A nosotros
no nos toca juzgar el trabajo -la vida- de los demás; nos toca sentirnos felices por haber
sido llamados a trabajar en la viña, por haber sido invitados al reino de Dios. El que no entienda la
belleza de todo esto, el que prefiera la calculadora al corazón del Padre, es un mercenario.
La cantidad o calidad del trabajo o del servicio, la antigüedad, las diversas funciones de la
comunidad, el mayor rendimiento, no crean situaciones de privilegio ni son fuente de méritos,
puesto que son respuestas a un llamamiento gratuito.
El sentimiento de los propios méritos es causa de descontentos y divisiones. El llamamiento
gratuito espera una respuesta desinteresada. El trabajo por el reino no se vende: sería prostituirlo; no nace del deseo de recompensa, sino de la voluntad espontánea de servicio a los demás.
Equivale al seguimiento de Jesús; ser fiel al espíritu de las bienaventuranzas, al estilo de vida que ya
ahora nos hace felices.
El Dios de Jesús es un Dios de amor, que mira a todos los hombres con cariño, que invita a
todos. No es éste, por desgracia, el Dios en que hemos vivido. Es un Dios que no quiere que acaparemos méritos, sino que vivamos.
Como el propietario no tiene nada que esconder, quiere que el capataz pague el salario a los
trabajadores empezando por los últimos. No les paga por el rendimiento o la ganancia que le han
producido; les premia la voluntad de trabajar. La paga de Dios, dueño de la viña, siempre es
pura gracia; el hombre nunca tiene derecho a pasarle la factura. Los trabajadores se
encuentran alegremente admirados de verse pagados por un día entero.
No podemos olvidar nunca que lo que hacemos depende en buena parte de las circunstancias,
que suelen ser ajenas a nuestra voluntad: lugar en que vivimos, educación recibida, situación
económica... Somos cristianos por haber nacido en un país de influencia cristiana; lo mismo que
los nacidos en la India, por ejemplo, son en su mayoría hinduistas o budistas. Además, ¿cómo
saber con certeza si trabajamos mucho o poco por el reino? No es cosa que pueda medirse ni
pesarse. Por eso no tiene sentido exigir o esperar esta o aquella paga.
Lo que sí depende de nosotros es la voluntad de trabajar por el reino, de construir todo lo
que sea posible la justicia, la libertad, el amor, la paz... para todos. Hemos de hacer lo que
podamos, pero sin preocuparnos por la paga. No trabajamos por obligación, sino porque apreciamos todo lo que llamamos reino de Dios. Y lo que se quiere no se hace por obligación.
El salario lo da entero porque quiere, porque sus planes son de salvación universal, porque
sus medidas no son de una justicia mezquina y exacta. El premio no va a depender de la hora de
llegada ni de la cantidad de trabajo realizado, sino del amor de Dios y de la respuesta de fe que
el hombre ha sabido dar a su llamada. Uno puede haber trabajado mucho, todo el día -toda la vida-,
porque encontró tarea a primera hora. Y otro puede ser que haya trabajado poco porque no
encontró tarea hasta más tarde, aunque sea culpable de no haberla buscado antes (los con-
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tratados después no estaban esperando el trabajo a la primera hora). El reino es como un tesoro,
que el que lo descubre... (Mt 13,44).
Siempre queda el don por encima de nuestros méritos. Dios habla otra lengua, tiene otra
gramática. Sus caminos nunca son nuestros caminos; sus planes nunca son nuestros planes (Is 55,89). Tiene corazón de Dios; afortunadamente, no tiene corazón de hombre...
6. Tentación constante del hombre religioso
Los primeros protestan. Históricamente es la protesta de los judíos ante el ingreso de los
paganos en el pueblo de Dios y por el igual trato recibido. Se habían olvidado de que su pertenencia
al pueblo escogido era un don gratuito de Dios que no les confería ningún privilegio sobre los
demás. En sus palabras está presente la mentalidad de los fariseos, que se consideraban con derecho
a la salvación como premio a su meticuloso cumplimiento de la ley y que excluían a los demás
porque no la cumplían según ellos habían estipulado. ¿Cómo iban a ser igualados ellos a los
paganos y a los publicanos y pecadores? De este pensamiento participaban la mayoría de los judíos,
principalmente los más "devotos".
Son las tentaciones del hombre religioso de siempre. A nivel racional es posible que estemos
de acuerdo con las ideas presentadas aquí por Jesús. Pero cuando tratamos de aplicarlas a
casos concretos, surgen inmediatamente las resistencias y las protestas: ¿No estamos llenos de
prejuicios hacia otras religiones e ideologías?, ¿no nos consideramos con más derechos ante Dios
que los que no piensan o actúan como nosotros?, ¿cómo un ateo o agnóstico va a recibir lo mismo
que nosotros? El escándalo llega al máximo si igualamos a muchos cristianos tradicionales con los
comunistas. ¡Nos cuesta tanto comprender que, ante Dios, no tenemos ningún mérito que exigir, que
no merecemos nada, que es Dios quien nos ama y nos llama a su reino, quien nos ofrece gratis su
amor! ¡Nos cuesta tanto comprender que nuestro esfuerzo no nos autoriza a considerarnos
superiores a los demás, a mirarlos por encima del hombro, que creer en Jesús no nos convierte
en una raza superior de hombres!
Son muchos los cristianos que piensan que la religión se reduce a lo que ellos le dan a Dios. No
han descubierto -¿lo verán algún día?- que la religión consiste en lo que Dios hace por
nosotros. Si no borramos de nuestra mente la idea de mercenarios, si esperamos la vida eterna
como una "justa" recompensa a nuestros méritos, nos cerramos la posibilidad de asombrarnos,
como los obreros de las horas tardías, ante la generosidad de Dios.
Los primeros no han protestado porque su paga haya sido escasa, sino porque los han igualado a
los demás. Hace tanto tiempo que servimos a Dios, que nos creemos dignos de una recompensa
superior a la de aquellos que no han tenido que someterse a tantos trabajos como nosotros.
Hemos hecho tantos sacrificios a Dios, nos hemos aburrido tantas veces en la misa, nos hemos
visto obligados a tantas renuncias y privados de tantos placeres, que hemos llegado hasta a
225
tener envidia y celos de los jornaleros de la última hora. Pensamos que para ellos todo ha sido
fácil. Han tenido suerte: han gozado de la vida y a última hora cambiaron... Al pensar así
demostramos que no hemos conocido la vida ni la verdad de Dios. Porque si las hubiéramos
conocido, diríamos: ¡Qué gran suerte hemos tenido al haber descubierto tan pronto el sentido
que tiene la vida, haber conocido y amado al Padre desde pequeños...! Y nos comportaríamos de
otra forma con los recién llamados o con los que, según nuestros conocimientos, parece que no
han sido llamados. Y le pediríamos al Padre que les diese el mismo denario que a nosotros, que
compensase así la tristeza de la larga separación y soledad, del largo vacío.
El escándalo ante la postura del Padre es la prueba de nuestro mal servicio, de nuestro
desconocimiento de su bondad y amor. ¿Revelaría que somos los obreros de la hora duodécima?
Con su actuación Dios no hace agravio a nadie. Ha cumplido con el contrato verbal hecho a
los primeros. Nada le impide ser generoso con los demás. Igual que Dios no establece diferencias,
tampoco las podemos poner nosotros.
Apliquemos la parábola a nuestra vida, a nuestras ideas... Y saquemos conclusiones. Debemos
reconocer la soberana libertad de Dios en sus caminos, sin intentar marcarle la hora ni la medida.
Hemos de vivir abiertos a sus sorpresas y a sus métodos, eliminar nuestra tendencia a
"comprar" sus dones con nuestros méritos. No podemos mirar con suficiencia a los demás
considerándonos nosotros los perfectos, ni sentir envidia del bien ajeno... La actitud cristiana
verdadera no es la del jornalero que trabaja por la paga, sino la del hijo que lo hace por amor al
Padre; o la de la madre que no pasa factura por su trabajo en favor de los hijos. No continuemos
pretendiendo que Dios valore a las personas con criterios humanos, ni queriendo convertirlo en
imagen y semejanza nuestra. La Biblia dice todo lo contrario: dejarnos construir a imagen y
semejanza suya.
226
Resurrección de Lázaro
Un cierto Lázaro, de Betania, la aldea de María y de Marta, su hermana, había
caído enfermo. (María era la que ungió al Señor con perfume y le enjugó los pies
con su cabellera; el enfermo era su hermano Lázaro.)
Las hermanas le mandaron recado a Jesús, diciendo:
-Señor, tu amigo está enfermo.
Jesús, al oírlo, dijo:
-Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios,
para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.
Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que
estaba enfermo, se quedó todavía dos días en donde estaba.
Sólo entonces dice a sus discípulos:
-Vamos otra vez a Judea.
Los discípulos le replican:
-Maestro, hace poco intentaban apedrearte los judíos, ¿y vas a volver allí?
Jesús contestó:
-¿No tiene el día doce horas? Si uno camina de día, no tropieza, porque ve
la luz de este mundo; pero si camina de noche, tropieza, porque le falta la luz.
Dicho esto, añadió:
-Lázaro, nuestro amigo, está dormido; voy a despertarlo.
Entonces le dijeron sus discípulos:
-Señor, si duerme, se salvará.
(Jesús se refería a su muerte; en cambio, ellos creyeron que hablaba del
sueño natural.)
Entonces Jesús les replicó claramente:
-Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de que no hayamos estado allí, para
que creáis. Y ahora vamos a su casa.
Entonces Tomás, apodado el Mellizo, dijo a los demás discípulos:
-Vamos también nosotros, y muramos con él.
Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Betania distaba
poco de Jerusalén: unos tres kilómetros; y muchos judíos habían ido a ver a Marta
y a María para darles el pésame por su hermano. Cuando Marta se enteró de que
llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa. Y dijo
Marta a Jesús:
-Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero aun
ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá.
Jesús le dijo:
-Tu hermano resucitará.
Marta respondió:
-Sé que resucitará en la resurrección del último día.
Jesús le dice:
-Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá;
y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?
Ella le contestó:
-Sí, Señor; yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que
venir al mundo.
Y dicho esto, fue a llamar a su hermana María, diciéndole en voz baja:
-El Maestro está ahí y te llama.
227
Apenas lo oyó, se levantó y salió a donde estaba él: porque Jesús no había
entrado todavía en la aldea, sino que estaba aún donde Marta lo había
encontrado. Los judíos que estaban con ella en casa consolándola, al ver que
María se levantaba y salía deprisa, la siguieron, pensando que iba al sepulcro a
llorar allí. Cuando llegó María a donde estaba Jesús, al verlo se echó a sus pies,
diciéndole:
-Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano.
Jesús, viéndola llorar a ella y viendo llorar a los judíos que la acompañaban,
sollozó y muy conmovido preguntó:
-¿Dónde lo habéis enterrado?
Le contestaron:
-Señor, ven a verlo.
Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban:
-¡Cómo lo quería!
Pero algunos dijeron:
-Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que
muriera éste?
Jesús, sollozando de nuevo, llegó a la tumba. (Era una cavidad cubierta con
una losa.)
Dijo Jesús:
-Quitad la losa.
Marta, la hermana del muerto, le dijo:
-Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días. Jesús le dijo:
-¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?
Entonces quitaron la losa.
Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo:
-Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas
siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has
enviado.
Y dicho esto, gritó con voz potente:
-Lázaro, ven afuera.
El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas y la cara envuelta en
un sudario. Jesús les dijo:
-Desatadlo y dejadlo andar.
Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho
Jesús, creyeron en él.
Pero algunos acudieron a los fariseos y les contaron lo que había hecho Jesús.
(Jn 11,1-46)
1. Dar vida a los que viven en la muerte
Jesús se va acercando cada vez más al momento decisivo de su camino. La resurrección
de Lázaro es el último -el séptimo- de sus grandes signos en el evangelio de Juan y el más
importante, aparte, naturalmente, de su propia resurrección. Jesús está al final de su
actividad pública. Sus signos comenzaron con cosas materiales (transformación del agua en
vino en las bodas de Caná); después se ha ocupado de la enfermedad, del hambre, caminado sobre
el mar (símbolo de la superación del mal); finalmente ha derrotado a la muerte misma. En todos
ellos, a través de un acontecimiento sensible, ha querido llevarnos a una realidad mucho más
profunda.
228
Lázaro resume y personifica a todos los enfermos presentados por Juan. Jesús, al resucitar a
un muerto, nos revela la suprema epifanía de Dios: dar la vida a los que viven en la muerte.
Es un pasaje cargado de símbolos. En él los personajes y las palabras aluden a la situación
del hombre que vive presa de la muerte en sus múltiples manifestaciones, incluida la muerte física
o biológica.
Sin fe la resurrección de Lázaro es un hecho vacío y absurdo. Nos anuncia la resurrección de
Jesús y la de todos los hombres y el futuro del mundo. Nos invita a una decisión fundamental.
Sólo viviendo el nuevo estilo de vida que nos presenta Jesús la podemos comprender, más que
como un hecho biológico, como un acontecer espiritual.
Muchos se preguntan: ¿Resucitó de verdad Lázaro o no? Es la pregunta de los que viven como
muertos. ¿Qué importancia tiene la resurrección física de Lázaro si nosotros seguimos muertos? ¿Y
para qué queremos resucitar después de la muerte si ahora vivimos como ciegos, paralíticos,
sordos..., muertos? ¿Podrá Dios darle vida al que se niega a vivir? Las resurrecciones de Lázaro y
de Jesús son como el signo anticipado de eso a lo que todos debemos aspirar: vivir aquí y
ahora con la nueva vida del Espíritu.
Muchos piensan que Juan no hubiera traído esta historia, y menos tan detallada, si de verdad
no hubiera tenido lugar. Para ellos no es una simple alegoría inventada en función de una enseñanza. Pero, sea lo que sea de su realidad histórica, lo importante para nosotros está en ahondar
en su significado. ¿Es la muerte física el final de todo? ¿No estará tomando a broma el evangelio
una realidad tan grave? Jesús no es ningún charlatán. La seriedad de su vida exige que nos
tomemos en serio sus palabras.
Todo hombre tiene la vida para vivirla con ilusión y la debe defender de todo peligro.
Hemos de superar esa idea de "esta vida" y "la otra vida". No hay más que una vida: la que
tiene su origen en Dios. Podemos vivirla de un modo engañoso -para la muerte- y de una
forma verdadera -para la vida-. Jesús de Nazaret nos enseña que aquel que vive la vida
con sentido, la reencuentra plenificada y eternizada; que al final no hay un derrumbamiento de
todo, que la vida se va acumulando, construyendo, fortaleciendo... cuando se vive de verdad.
Por ahí va el mensaje de este episodio.
2. Es el enemigo que le queda por vencer
La enfermedad de Lázaro representa la universalidad de la muerte física que alcanzó
también a Jesús y a sus seguidores, y que el Mesías de Dios vino a derrotar en su propio terreno. Es
el enemigo que le queda por vencer. Lo logrará muriendo... y resucitando.
Es la primera vez que un enfermo tiene nombre propio en este evangelio. Nos indica que
Lázaro (significa "Dios socorrió" o "Dios presta ayuda") pertenecía a la comunidad de Jesús.
Juan nos lo presenta por referencia a sus hermanas, sobre todo a María, por la huella que había
229
dejado en la comunidad primitiva su "unción" a Jesús en el transcurso de una cena en Betania (Jn
12,1-11). El nombre de Lázaro, forma apocopada de Eleázaro, era frecuentísimo.
Betania se encontraba a "unos tres kilómetros" de Jerusalén. Etimológicamente significa
"casa del dolor" y "casa de ruego", entre otros. Algunos se apoyan en esto para pensar que esta
escena no tiene realidad histórica, sino simbólica. Se la identifica topográficamente con el actual
villorrio árabe de El-Azariyé, alteración árabe del nombre latino Lazarium.
Lázaro enferma gravemente, y sus hermanas lo hacen saber a Jesús, que tenía un gran afecto
a esta familia. A su salida de Jerusalén, y de camino hacia el otro lado del Jordán (Jn 10,40),
Jesús debió pasar por Betania y comunicar sus planes a los tres hermanos. Por eso pueden avisarle
en seguida y con toda seguridad. La noticia no es sólo informativa: incluye una súplica discreta de
ayuda. Apelando al afecto que los une, le dan a entender que esperan llenas de confianza que acuda
para curarlo.
Jesús comenta la noticia recibida. La enfermedad de su amigo Lázaro no acabará en la
muerte, por ser uno de sus seguidores. Esta enfermedad está destinada a dar gloria a Dios y a
su Hijo. Será para Jesús la ocasión de obrar un milagro inaudito que mostrará a sus discípulos
con toda claridad los profundos fundamentos de la fe; percibirán todo el alcance del amor de Dios
al descubrir que la vida supera a la muerte. Los discípulos tendrán una garantía de la
resurrección futura, un anticipo de la de Jesús al ser testigos de lo que acaecerá con Lázaro.
Jesús no dice en qué forma va a prestar ayuda. De sus palabras los oyentes pueden deducir que
intervendrá para devolver la salud a Lázaro; palabras que parecen excluir que el enfermo deba
morir. Pero no es esto lo que Jesús pretende afirmar, ya que su glorificación y la del Padre se logrará
gracias a la inesperada resurrección de Lázaro, realizada cuando llevaba ya cuatro días
enterrado. Son palabras ambiguas que encierran, además, otro sentido más profundo: el
anuncio de que la resurrección de Lázaro será la gota que colmará la oposición de sus
adversarios y lo llevará a él a la muerte en la cruz y, a través de ella, a su definitiva glorificación
y la del Padre, artífice principal de la resurrección del Hijo.
Jesús no parte para Betania hasta el tercer día. Su retraso es deliberado; no quiere llegar a
tiempo. Deja que el hecho de la muerte se consume. No ha venido a alterar el ciclo normal de
la vida física liberando al hombre de la muerte biológica, sino a dar a ésta un nuevo sentido.
Otro sentido que puede tener su retraso es el de mostrarnos que su regreso a Judea, que es
prácticamente el viaje a su propia muerte, lo hace por una decisión personal y no motivado
únicamente por la petición de las dos hermanas.
Ante el deseo de Jesús de volver a Judea, los discípulos le recuerdan la intención de los
judíos de apedrearlo y tratan de disuadirlo. Tienen miedo por Jesús y por ellos. Presienten el final
de todo y quieren evitarlo. Quieren protegerlo del peligro y, al mismo tiempo, protegerse ellos.
Pero Jesús no quiere abandonar al amigo a su suerte ni dejar el camino que ha emprendido
hace ya casi tres años.
230
Jesús responde al miedo de sus discípulos: "Si uno camina de día, no tropieza, porque ve la luz
de este mundo; pero si camina de noche, tropieza, porque le falta la luz". Para él es aún de día,
aunque ese día toca a su fin. "El día" designa el tiempo de su vida. De las doce horas de su
"día" está en la undécima: se acerca "la noche" de su pasión. Pero mientras no haya llegado a la
duodécima -la "jornada" de trabajo que el Padre le ha fijado-, sus enemigos no podrán nada contra
él. De momento "no ha llegado su hora" (Jn 13,1), por eso el temor de los discípulos es infundado.
Les descubre el motivo del viaje: "despertar" a su amigo Lázaro, que "está dormido". Los
discípulos no entienden las palabras ambiguas de Jesús y le responden que, si Lázaro ha
podido conciliar el sueño, pronto se curará. Los rabinos señalaban el sueño en los enfermos
como uno de los diez síntomas favorables a la curación. Y así lo interpretan, ingenuamente, los
discípulos: "Si duerme, se salvará". No hace falta ir a curarlo. Todo lo entienden en función
del miedo que les atenaza.
¡Qué difícil es pretender hacer reflexionar a personas que tienen miedo, a personas que sólo
piensan en su seguridad personal! El miedo "mata" al hombre, causándole esa muerte interior que
lo va destruyendo lentamente al hacerle perder la confianza y el coraje de vivir. Lo mismo a las
comunidades. ¿No es el miedo el principal protagonista de nuestra sociedad?: miedo a los militares,
miedo a los que tienen el poder económico... Es verdad que la vida está llena de peligros y que la
muerte es un grave riesgo, pero cuando un hombre tiene miedo no hace falta que el peligro
actúe: ese hombre está ya derrotado de antemano, muerto.
Entonces Jesús les comunica claramente la muerte de Lázaro y que se alegra, en atención a
ellos, de no haber estado presente para que la fe que tienen en él se acreciente y se haga más sólida.
Si hubieran estado allí los discípulos, habrían sido testigos de una curación más; ahora, en cambio,
podrán ver el gran prodigio de la resurrección de un muerto ya sepultado, lo que les servirá para
robustecer fuertemente su fe. Una fe que aún no les evitará dejarlo solo en Getsemaní. ¡Qué fácil
es creer en Jesús para muchos cristianos, con lo difícil que fue para los apóstoles! ¿Será la misma fe?
Ante la invitación de Jesús a los discípulos de volver a Judea con él, Tomás exhorta a sus
compañeros a ir también ellos a compartir la suerte del Maestro. Sus palabras están llenas de
pesimismo. Parece que no sólo ha muerto Lázaro. La suya es una muerte física; pero existe
también la muerte del espíritu, presente en los discípulos, y que es la más grave. El miedo puede más
que la amistad y la gratitud hacia el hombre en cuya casa se han hospedado muchas veces. Sólo les
quedan dos caminos: la resignación o el abandono. Optan por el primero: resignados, seguirán a
Jesús a casa de Lázaro; lo harán sin convencimiento, muertos por dentro. El abandono vendrá
después.
231
3. Llegaron a Betania
Cuando llegaron a Betania, "Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado". En los lugares
calurosos la descomposición del cadáver comienza pronto, por lo que existía en Oriente la
costumbre de sepultarlo el mismo día de la muerte. Pero no es necesario suponer cuatro días
completos de su muerte, pues los rabinos computaban por un día entero el ya comenzado.
Juan nos habla de dos Betanias: ésta, cercana a Jerusalén, y otra situada al otro lado del
Jordán (Jn 1,28). Esta doble localización simboliza dos estados en las comunidades cristianas: la
de Judea representa a los discípulos de Jesús que todavía no han roto con la institución judía;
la otra, situada en el extranjero, a los seguidores que han creído en Jesús y han abandonado la
antigua institución. Los tres hermanos pertenecen, por tanto, a la comunidad de discípulos
que siguen vinculados a la institución y mentalidad judías.
El luto duraba siete días: los tres primeros estaban dedicados al llanto y los otros al luto.
También se ayunaba (1 Sam 31,13). En aquellos tiempos el ritual consistía, al volver del
entierro, en sentarse en el suelo con los pies descalzos y tapada la cabeza. Durante los siete
días eran abundantes las visitas de duelo, que eran una de las obras de caridad más estimadas
por los judíos y que los rabinos inculcaban con insistencia. Muchos amigos y conocidos habían
venido de Jerusalén para consolar a las dos hermanas, conforme se acostumbraba.
Al acercarse Jesús a Betania, alguien debió de adelantarse a dar la noticia de su llegada a las
hermanas. Marta le sale al camino. El encuentro de Jesús con los suyos es siempre el resultado de
dos movimientos: él viene a nosotros, pero cada uno ha de acercarse a él. No entra en la casa,
donde la muerte, tomada como final definitivo, ha eliminado toda esperanza de vida y paralizado
a los que permanecen en su ambiente de dolor. En ella sigue María -parece que no se ha enterado de la llegada de Jesús- con los que habían ido a darles el pésame. La muerte del hermano
ha significado para ella el término de su vida y la ha reducido a la inactividad.
4. Jesús y Marta
El encuentro de Marta con Jesús tiene lugar fuera de la aldea. Jesús no le da el pésame,
como era costumbre. Marta le llama "Señor", le muestra su pena y le insinúa un reproche.
Jesús podía haber evitado con su presencia la muerte de su hermano. Tiene pesar por no
haberlo podido tener presente cuando todavía era posible librar a Lázaro de la muerte. No se
queda en la pena: inmediatamente le manifiesta su fe profunda en que Dios le concederá
cualquier cosa que le pida, incluso el volver a su hermano a la vida. No se atreve a decirlo
expresamente, pero su fe en él es muy grande. Y Jesús se va a encargar de conceder a una fe
tan sólida lo que Marta no se atreve a pedirle directamente.
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Jesús vuelve a recurrir a una expresión ambigua: "Tu hermano resucitará". La muerte de
su hermano no es definitiva; pero no se compromete a nada de momento.
Marta interpreta la resurrección a la que se refiere Jesús como una alusión a la resurrección de
los muertos que sucederá al fin de los tiempos: "Sé que resucitará en la resurrección del último
día". Es una respuesta que delata decepción. Lo que Jesús le dice lo ha oído muchas veces. Le
parece que Jesús la consuela con la frase que dicen todos. El último día queda lejos... Se imagina
una resurrección lejana. Los judíos, con la sola excepción de los saduceos, creían en la
resurrección de los muertos.
Jesús les responde con las palabras cumbres de este relato: "Yo soy la resurrección y la vida:
el que cree en mí, aunque haya muerto vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para
siempre. ¿Crees esto?"
El concepto de "vida" o de "vida eterna" es una de las ideas claves del evangelio de Juan.
El término "vida" se lee veintiuna veces, y la expresión "vida eterna", quince veces.
Jesús no se refiere explícitamente a la resurrección del último día. No hacía falta, porque Marta
ya creía en ella. Sí lo hizo en otras ocasiones (Jn 5,28-29; 6,39-40.44). Tampoco son palabras que
indiquen a Marta que piensa resucitar a su hermano. Es otra importante realidad la que los
cristianos debemos ahondar.
Jesús se identifica con "la resurrección y la vida". No es necesario esperar hasta el "último
día" para poseer la vida eterna, como pensaba Marta participando de la creencia del judaísmo.
Jesús no viene a prolongar la vida física; no es un médico ni quiere ser un taumaturgo. Viene a
comunicar la vida que él mismo posee y de la que dispone. Una vida que anula la muerte en el
hombre que la recibe. Una vida que es él mismo y que comunica a los que le siguen, y que no se
consigue en plenitud más que en el futuro: sólo entonces se tendrá libre de deficiencias e
imperfecciones. Una vida que requiere el nuevo nacimiento del agua y del Espíritu (Jn 3,5), y que no
tiene nada que ver con la vida biológica. "Vida" y existencia terrena son en Juan dos realidades
completamente distintas. Sin Jesús la muerte es la ruina el hombre, el fin de su existencia; para los
que creen en él, sólo un sueño.
Creer en Jesús significa aceptar su forma de vida como única norma de la propia vida. El que
lo va haciendo se va transformando desde dentro en un hombre nuevo, adquiriendo una calidad de vida indestructible. Es la salvación-liberación que nos trae Jesús y que solamente
podemos ir alcanzando imitando su vida. En esta liberación no sirven los actos aislados, y
menos las solas palabras: es toda la vida del hombre la que debe estar comprometida en ella. El
paso de la muerte a la vida definitiva se va realizando a través de toda la vida, "escuchando" a
Jesús y realizando lo escuchado. Después de la muerte física el creyente fiel recibirá, como
don del Padre, toda esa vida que ha ido acumulando día a día. Es lo que hizo Jesús: su
resurrección comenzó en Belén al elegir la pobreza; continuó en Nazaret -prefiriendo la vida
irrelevante- y en su vida de profeta itinerante entregado al bien de los hermanos... Su
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resurrección fue, además de don del Padre, el resultado de todo lo que había ido asimilando
desde su nacimiento.
La vida que nos trae Jesús no está relegada al futuro, sino que se vive como experiencia en el
presente. La "resurrección" y la "vida eterna", que son en sí bienes escatológicos, Jesús los
otorga a los que creen en él ya desde ahora. La muerte física no tiene para el discípulo realidad
de muerte porque vive a otro nivel. De hecho, la muerte para él ya no existe. La muerte física,
por la que pasará irremediablemente, no será ya una interrupción de la vida, sino únicamente
una necesidad biológica. La resurrección de Lázaro será un anticipo del don de vida
destinado a todo el que cree.
"¿Crees esto?" Con estas palabras, dirigidas a Marta, Jesús nos plantea a todos la gran
pregunta: ¿Creemos en la resurrección de Jesús? ¿Creemos de verdad que en él está la vida
definitiva y que esta vida se comienza a vivir aquí y ahora, en la medida en que vivamos como él
vivió? ¿O, por el contrario, permanecemos escépticos ante ella, como ante otros muchos
elementos de nuestra cultura, que no nos molestamos ni en desterrar? Sin resurrección después
de la muerte, ¿qué queda de la fe? De este futuro, esperado o negado, dependen importantes
actitudes del presente.
Creer que Jesús es "la resurrección y la vida" es estar convencidos de que él puede resucitar
en nosotros todo lo que está dormido o muerto: la ilusión en el trabajo por la justicia y la libertad, por la fe y el amor, por la fraternidad universal... Nuestra fe en Jesús está en relación con
la utopía que empuja nuestra existencia; su falta estará siendo la causa principal de nuestro
derrotismo sobre el futuro de la humanidad. Jesús tiene que ser para nosotros aquel que
puede llenarnos de vida verdadera, aquel que puede despertar dentro de nosotros todo lo
que está muerto y convertirlo para siempre en salvación, en esperanza, en renovación.
La respuesta de Marta es una perfecta profesión de fe cristiana: "Creo que tú eres el
Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo". Pero ¿entiende de verdad lo que
dice? Parece que no: se marcha en seguida a llamar a su hermana.
No respondamos con rapidez y superficialmente, con palabras aprendidas de memoria que no
entendemos del todo. No olvidemos que es preferible ser incrédulos honrados que creyentes
inconscientes, que con su rutina y palabras vacías niegan la fuerza y la novedad salvadora del
mensaje de Jesús.
Marta "fue a llamar a su hermana María". Le comunica "en voz baja" la llegada de Jesús y
su deseo de hablar con ella. El recado en secreto a María indica la hostilidad que había contra
Jesús en los ambientes religiosos oficiales, a los que pertenecían, al menos como simpatizantes,
algunos o todos los judíos que habían ido a visitar a las hermanas. Insinúa la existencia de
comunidades clandestinas en ambientes enemigos. Ya lo indicamos al hablar de las dos
Betanias. También es posible que se lo anuncie en secreto para que le sea posible hablar a solas
con Jesús.
234
María sale inmediatamente. Responde sin vacilar a las palabras de su hermana. Jesús la saca
de la inmovilidad en que se encontraba a causa de su dolor sin esperanza. Va a hacer el mismo
recorrido que Marta. Debe oír de labios de Jesús lo que su hermana ya ha escuchado.
Pero "los judíos que estaban con ella en la casa consolándola, al ver que María se levantaba
y salía de prisa, la siguieron, pensando que iba al sepulcro a llorar allí". Era costumbre, una
vez sepultado el cadáver, ir por varios días consecutivos a llorar a la tumba.
5. Jesús y María
María se encuentra con Jesús. Su dolor es más expresivo que el de Marta: "Se echó a sus
pies", llorando. Las palabras que le dirige son idénticas a las de su hermana en su primera
parte: "Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano". María no tiene aún
esperanza, no saca las consecuencias de su fe, a pesar de creer en él. No llega en la fe a la altura
de su hermana Marta. Su llanto es como el de "los judíos que la acompañaban" y que no
conocen a Jesús. La precisión y el dramatismo del relato sigue siendo actual: muertos que
lloran a un muerto; es decir, muertos que se lloran a sí mismos.
Junto al miedo conviven el llanto y la desesperanza. Un llanto y una desesperanza que
conocemos bien los cristianos -y todos los seres humanos-. María y sus acompañantes no
miraban al futuro; sólo comparaban el presente con el pasado, como si la victoria de la muerte
fuera lo definitivo. ¡Cuántas personas y grupos se pasan la vida llorando, lamentándose!
Cristianos sin futuro, muertos, incapaces de leer bien el evangelio a causa de sus lágrimas.
Al ver llorar a María y a los judíos, Jesús "sollozó". Está apenado por el poder destructor de
la muerte, que ha sumido en el luto a las dos hermanas, y por la escasa fe de los presentes en el
futuro de vida que él trae. Marta y María creen en la resurrección final, pero... ¡queda tan
lejos!
Pregunta por el lugar del sepulcro y lo invitan a ir a verlo personalmente. Se encamina a la
tumba.
Jesús, que no se ha dejado llevar por el desconsuelo de los que le rodean, llora de nuevo,
mostrando su afecto personal a Lázaro y su dolor por la ausencia del amigo. Es un dolor que
expresa su amor por el hombre, amor de amigo que nace de la misma condición humana. Pero
es un llanto distinto: está lleno de amor y de esperanza en el futuro.
Los judíos presentes interpretan correctamente el llanto de Jesús, ven en él una prueba
del gran amor que tenía al amigo muerto. Pero hablan de su cariño a Lázaro como de cosa
pasada. Sin embargo, el amor de Jesús es siempre actual, presente.
Algunos se preguntan por qué Jesús, que con la curación del ciego de nacimiento había
dado pruebas evidentes de su poder de hacer milagros, no lo ha empleado también para
preservar de la muerte a su amigo. Es el constante cotilleo de los humanos, siempre dispuestos a
235
poner pegas a todo. ¿Es una defensa ante los acontecimientos extraordinarios que puedan
comprometer nuestra comodidad? Pero están convencidos de su incapacidad ante la muerte.
Piensan que Jesús, al que consideran un taumaturgo como tantos otros, perdió la oportunidad
de librar de la muerte al amigo. Ni se imaginan que es mucho más de lo que ellos piensan: el
Enviado de Dios y, como tal, la luz y la vida de los hombres.
"Jesús, sollozando de nuevo, llegó a la tumba". No ha venido a llorar, sino a enfrentarse con
la muerte, único enemigo que le queda por derrotar. Quiere que los "muertos" que le rodean
vuelvan en sí y comprendan que la vida es más fuerte que la muerte. Ninguno cuenta con la
resurrección de Lázaro.
Parece que el sepulcro no era de los excavados horizontalmente en la roca y cerrados con
una piedra giratoria, como nos lo suelen presentar los pintores, sino que estaba, conforme al
otro tipo de tumbas judías, excavada verticalmente en el suelo y a la que se bajaba por una
pequeña escalera desde la abertura practicada en la superficie y cerrada por una gran piedra.
6. Victoria de la vida, ya ahora
El sepulcro simboliza la total ausencia de vida. Ha sido el destino de la humanidad desde
el principio. Dio orden de "quitar", no de rodar, como se dice de su propio sepulcro, la losa que
lo cerraba. La losa separa dos mundos: el de los muertos y el de los vivos, en espera de la
resurrección del último día, según la concepción judía expresada por Marta. Simboliza el poder
de la muerte; oculta la presencia de la vida en la muerte.
Dentro de la tumba, cavada por los propios hombres, está el cadáver de Lázaro con los
pies y las manos atados con vendas y envuelto su rostro en un sudario. Representa el estado de un
hombre y de una comunidad que todavía no han recibido el Espíritu de la vida. ¿No es la
caricatura de la sociedad que padecemos y fiel reflejo de nosotros mismos, aplastados por la
losa de la existencia, incapaces de ver, de caminar, de hablar, de hacer algo con nuestras propias
manos? ¿No vivimos resignados ante el mal que nos rodea por todas partes? ¿No somos, como
Lázaro, dignos objetos de lástima y de llanto?
Marta le advierte que el cadáver ya ha entrado en proceso de descomposición, pues lleva
cuatro días sepultado. Trata de impedir que el sepulcro se abra y la fetidez se difunda. Quiere
evitar que Jesús, llevado del afecto a su hermano, quiera ver el cadáver, lo que era presenciar un
tremendo espectáculo, además del mal olor. No adivina las intenciones de Jesús. Su fe, que tan
claramente ha expresado antes, vacila ante la cruda realidad. Según la creencia judía, el alma
permanecía tres días sobre el cadáver y lo abandonaba al cuarto, en que comenzaba la
descomposición, la pérdida completa de la vida; el rostro ya no se podía reconocer con
seguridad y el cuerpo estallaba. Lázaro está definitivamente muerto. Nadie puede dudar de ello. El
embalsamamiento judío era muy superficial, al contrario que el egipcio, por ejemplo: de-
236
rramaban aromas sobre el cadáver, después de lavarlo, para evitar algo el hedor de la
putrefacción, procediendo posteriormente a la colocación de las vendas y el sudario.
"¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?" Jesús le había prometido resucitar a
su hermano, pero ella había interpretado sus palabras como anuncio de la resurrección
universal. Si cree en él como "resurrección y vida", podrá contemplar ahora los efectos del amor
de Dios al hombre: la vida de su hermano. El creyente no está destinado al sepulcro: aunque
muera, sigue viviendo. Jesús busca en ella un cambio de mentalidad ante la muerte. El amor del
Padre ya ha realizado su obra en Lázaro, pero ella no podrá verla hasta que no llegue a
creer. La fe es condición indispensable para ver-experimentar personalmente el amor de Dios al
hombre, manifestado en el don de la vida definitiva.
Un grupo de personas va a cumplir la orden: "Quitaron la losa". Desaparece la frontera
entre muertos y vivos. Le va a resultar más fácil resucitar al muerto, aun después de cuatro
días, que levantar el espíritu de los que le rodean, que viven como muertos. ¿Cómo resucitar
a uno que se cree vivo, dar la vista a uno que cree ver bien...'?
Ante la negrura del sepulcro abierto, Jesús oró al Padre, como hacía siempre en los
momentos solemnes. Quiere dejar claro que la acción que va a realizar es obra de Dios. Eleva los
ojos al cielo y agradece al Padre el haberle escuchado, antes de ver el resultado de su petición. No
duda ni por un momento de la ayuda de Dios. Es un dato para tener muy en cuenta. Sabe que
el Padre "le escucha siempre" porque toda su vida ha consistido en hacer su voluntad. Le
agradece en voz alta su constante apoyo en atención a "la gente que le rodea". Esta debe
reconocer que no se halla en presencia de un taumaturgo como otros, sino en presencia del
Mesías, del "Enviado" de Dios. Esta oración que dirige al Padre con total confianza es la que
le va a dar el poder para devolver la vida a Lázaro.
Terminada la plegaria, Jesús, de pie delante de la tumba, gritó: "Lázaro, ven afuera". El
grito es señal de la solemnidad del momento, más que un medio de llegar al difunto colocado
en lo profundo de la fosa.
"El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas y la cara envuelta en un sudario".
Las vendas y el sudario hacen resaltar la realidad de la muerte; las piernas y los brazos
atados muestran la incapacidad del hombre para cualquier movimiento y actividad. La aparición
de Lázaro a la entrada de la tumba debió ser escalofriante. El milagro parece doble: uno, la
resurrección del muerto, y otro, hacer que este resucitado, inmovilizado como estaba, pudiera
salir hasta el umbral del sepulcro.
Este hecho nos manifiesta la plenitud de la obra de Jesús para con la humanidad entera. Nos
muestra hasta qué punto es poderosa la vida que él nos comunica: vida definitiva, que supera
la muerte física y así es ella misma la resurrección. Nos presenta a Jesús venciendo a la muerte
en su propio terreno, en un hombre del que ya se había adueñado. Aparecen en él las dos
clases de escatología: la futurista, representada por las palabras de Marta: “Resucitará en el
237
último día", y la actual, aunque no plena, provocada por la presencia de Jesús en nosotros y la
fe en él.
Los destinatarios del acontecimiento son los discípulos, que, habiendo recibido de Jesús la vida
definitiva como una simiente, no perciben su calidad, por lo que están angustiados ante la
muerte. Deben -debemos- confiar en Jesús, que ha afirmado de múltiples formas que la muerte
física no interrumpe la vida del discípulo.
"Desatadlo y dejadlo andar". Tiene que caminar mucho todavía; tenemos que desprendernos de todo lo que nos impida ser hombres libres. Creer en Dios es lo mismo que creer en la
vida. Y si creemos en la vida, hemos de trabajar para que sea cada vez más lo que Dios quiere
que sea. La muerte está dentro de nosotros, somos nosotros mismos en cuanto nos negamos a
vivir... Evitemos morir, como Lázaro, antes de tiempo.
Al desatar a Lázaro, los presentes se desatan de su miedo a la muerte que los tiene
paralizados. Ellos lo han atado y ellos han de desatarlo. ¡Cuántas ataduras y limitaciones
-prohibiciones- de unos hombres a otros para tenerlos dominados!: económicas, religiosas,
políticas, culturales... Todos quedan liberados de la esclavitud de la muerte. Ahora, sabiendo
que morir no significa dejar de vivir, podrá el creyente entregar su vida como Jesús para
recobrarla plenificada y eternizada al final de los tiempos. Lo mismo la comunidad.
Juan no nos ofrece el menor detalle sobre las impresiones de Lázaro resucitado, sobre lo que
ha podido ver en la muerte, sobre lo que experimenta al ser devuelto provisionalmente a la
vida terrestre. Esto no tiene para él ningún interés. Ya hemos visto que su enseñanza es mucho
más honda que el mero relato de la resurrección de un muerto que, años después, tendría que
morir definitivamente. Una enseñanza que conservaría toda su fuerza, aunque se demostrara que
el hecho no era más que una alegoría del evangelista.
7. Reacciones
La reacción lógica debió ser la fe en Jesús de todos los presentes. Sin embargo, el prodigio
provocó una disensión entre los judíos llegados de Jerusalén. Muchos de ellos creen en Jesús;
mientras otros se dirigen a los fariseos, sus enemigos jurados, para ponerles al corriente del
hecho inaudito. Parece que siguieron tan muertos como antes...
"Muchos judíos... creyeron en él". Se ponen de su parte. Con Jesús ha amanecido la
esperanza de la vida para siempre, aspiración suprema del hombre. Les ha mostrado que la
vida que él comunica vence a la misma muerte, que la muerte no tiene la última palabra. Y
ahora, entre la institución religiosa de Israel y Jesús, el rechazado por ella, optan por Jesús.
Conocen el sistema religioso judío y saben que no da solución al gran problema del hombre.
Jesús, sí. La muerte seguirá siendo un hecho biológico, señalando el final de la vida terrestre,
el punto máximo de la debilidad humana, que incluye todas las demás debilidades y hu-
238
millaciones. El miedo a la muerte, como desaparición definitiva, hace al hombre impotente para
resistir a la opresión y fundamenta el poder de los opresores. El hombre está dispuesto a dar la
vida como Jesús cuando se convence que ésta es indestructible. Sólo la certeza de poseerse plenamente más allá de la muerte hace capaz al hombre de una entrega generosa y total.
Mientras los cristianos tengamos ante la muerte -y ante los valores mundanos- los mismos
planteamientos y reacciones que los demás hombres, estaremos incapacitados para interpelar a la
sociedad; con lo cual el mensaje de Jesús queda prácticamente anulado. ¿Estará aquí la razón
fundamental de la apatía de tantos cristianos y del desinterés y burlas de muchos que no lo
son'?
"Algunos acudieron a los fariseos y les contaron lo que había hecho Jesús". Los
incondicionales del orden injusto, los que no se rinden ante la evidencia de los hechos porque no
desean la vida, los muertos que buscan la muerte, los preocupados únicamente de sí mismos, los que
viven en la comodidad y sin problemas, los adictos a los ritos externos..., fueron con el cuento a los
fariseos, que controlaban la situación. Que el hombre tenga vida y sea libre es un escándalo
para ellos, un motivo de inquietud. Denuncian lo realizado por Jesús, preocupado de la existencia
del hombre nuevo.
Las consecuencias del chivatazo no se harán esperar. Los sumos sacerdotes y los fariseos
convocarán el sanedrín y decidirán matar a Jesús (Jn 11,47-53). Es curiosa la paradoja: el hecho de
resucitar a un muerto le va a acarrear a Jesús la muerte. Su actividad es insoportable para la
institución judía, que ve en ella un peligro y una amenaza a sus intereses. El Mesías y la institución
religiosa de Israel son incompatibles.
Otro pensamiento podemos sacar del texto, aunque no aparezca en él directamente: a mayor
revelación por parte de Jesús le corresponde una mayor oposición de los dirigentes. Su milagro
mayor será la razón última de su muerte.
Y como final, reflexionemos seriamente sobre estas preguntas: ¿Creemos en la resurrección de
Jesús y de toda la humanidad? ¿Creemos que la resurrección está ya presente en nuestra vida
diaria, como está ya presente la muerte? ¿Somos testigos de vida eterna o tristes muestras de una
vida sin sentido`? ¿Luchamos por hacer realidad la resurrección en esta vida: en los que viven
muertos por el dolor, la soledad, el hambre, la enfermedad, la injusticia, el vacío, la
incultura...?
239
Tercer anuncio de la pasión
y pretensiones de los hermanos Zebedeo
Los discípulos iban subiendo camino de Jerusalén, y Jesús se les adelantaba; los
discípulos se extrañaban y los que seguían iban asustados.
El tomó aparte otra vez a los Doce y se puso a decirles lo que iba a suceder.
-Mirad, estamos subiendo a Jerusalén, y el Hijo del hombre va a ser
entregado a los sumos sacerdotes y a los letrados, lo condenarán a muerte y lo
entregarán a los gentiles, se burlarán de él, lo escupirán, lo azotarán y lo
matarán; y a los tres días resucitará.
(M c 10,32-34; cf Mt 20,17-19; Lc 18,31-34)
Entonces se acercó a Jesús la madre de los Zebedeos con sus hijos v se
postró para hacerle una petición. El le preguntó:
-¿Qué deseas?
Ella contestó:
-Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y
el otro a tu izquierda.
Pero Jesús replicó:
-No sabéis lo que pedís. ¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de
beber?
Contestaron::
-Lo somos.
El les dijo:
-Mi cáliz lo beberéis; pero el puesto a mi derecha o a mi izquierda no me
toca a mí concederlo; es para aquellos para quienes lo tiene reservado mi Padre.
Los otros diez, que lo habían oído, se indignaron contra los dos hermanos.
Pero Jesús, reuniéndolos, les dijo:
-Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los
oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que
sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro
esclavo.
Igual que el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para dar
su vida en rescate por muchos.
(Mt 20,20-28)
Se acercaron a Jesús los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron:
-Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir.
Les preguntó:
-¿Qué queréis que haga por vosotros?
Contestaron:
-Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda.
Jesús replicó:
-No sabéis lo que me pedís. ¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de
beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?
240
Contestaron:
-Lo somos.
Jesús les dijo:
-El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y os bautizaréis con el bautismo
con que yo me voy a bautizar; pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no
me toca a mí concederlo; está ya reservado.
Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan.
Jesús, reuniéndolos, les dijo:
-Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan,
y que los grandes los oprimen. Vosotros, nada de eso: el que quiera ser grande,
sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque
el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su
vida en rescate por todos.
(Mc 10,35-45)
En sus recorridos por las tierras de Palestina, junto a la gente que lo mira con malos ojos y
lo ataca porque comprenden perfectamente lo que dice y no les interesa en absoluto, encontramos siempre con Jesús una multitud que lo acompaña, que va con él. Son gente que busca, que
no se encuentra satisfecha de su vida, que espera algo, que se da cuenta de que en el mundo que
les ha tocado vivir hay demasiado mal y demasiada angustia, y desea algo distinto. Gente que va
descubriendo que en Jesús, que presenta unos ideales de vida interesantes y cura a los enfermos, puede encontrar lo que busca. Un Jesús que estaba dedicando toda su vida, desde hacía
unos tres años, a la tarea de comunicar la gran noticia de la vida, de la libertad, de la justicia,
del amor, de la salvación definitiva. Una gran noticia que podía llenar de alegría a los que fueran
capaces de creer que los hombres no estamos condenados a vivir siempre de una forma aburrida y resignada, que Jesús tiene siempre algo importante que decirnos para nuestras vidas.
La escena que vamos a comentar consta de dos partes: el tercer anuncio de la pasión y la falsa
concepción del reino, expresada en la petición de dos de sus discípulos más destacados, con la
consiguiente enseñanza de Jesús.
1. Ultima predicción de lo que le espera en Jerusalén
Esta tercera y última profecía de la pasión no está incluida en las lecturas dominicales. Las
otras dos, sí. Pero es importante unirla al texto que le sigue para comprender mejor lo difícil que les
fue a los apóstoles aceptar el mesianismo de Jesús. ¡Con lo fácil que nos parece a los
cristianos!
El tercer anuncio de la pasión es mucho más pormenorizado y preciso que los dos anteriores:
es un verdadero y minucioso resumen de la pasión, en el que se recogen los detalles y personajes de
ella. Parece que en su redacción se ha tenido presente el hecho ya cumplido de su pasión, muerte
y resurrección.
241
Marcos y Lucas colocan este último anuncio a continuación de la pregunta de Pedro sobre la
recompensa que les espera por la renuncia a los bienes que ellos han hecho. Mateo intercala la parábola de los obreros de la viña. Los dos anuncios anteriores los habían situado, los tres, poco
antes y poco después de la transfiguración, que iba a quedar como hecho iluminador del sentido
de su muerte.
Jerusalén se aproxima. Cuanto más cerca están del centro del poder establecido, más parece
contar Jesús con la posibilidad de que lo asesinen. Se van a cumplir las Escrituras sobre él. El Mesías tiene que sufrir afrentas por parte de los judíos y de los gentiles. Jesús quiere hacer ver a los
suyos que es consciente de todo y que acepta libremente todas las consecuencias del mensaje que
está comunicando, conforme al plan del Padre. Quiere hacerles ver que los jefes religiosos de
Israel y los doctores de la ley son sus enemigos mortales, a pesar de ser los representantes más directos de Dios.
Jesús caminaba delante de ellos... Cuando terminan las palabras y llega la hora de vivir de
verdad y de jugarse la vida por los demás y por los propios ideales, ¡cómo disminuyen las filas y qué
lenta y perezosa se hace la marcha! ¡Y qué escándalo para el mundo esta cobardía cristiana!
Le siguen "asustados", nos dice Marcos. Lucas dirá claramente que "ellos no comprendieron
nada de esto, era un lenguaje misterioso para ellos y no comprendían lo que les decía". No
podían comprender cómo el Mesías, que según la creencia judía casi general había de ser glorioso
y triunfador, el salvador del pueblo, habría de ser condenado por el sanedrín y morir.
El anuncio concluye con la resurrección. El fin no será la muerte, sino la vida; no será el
fracaso, sino la victoria.
2. Verdaderas intenciones de Santiago y Juan
Inmediatamente después del tercer anuncio de la pasión, en un contraste sin duda
intencionado, Mateo y Marcos -Lucas lo ignora- nos cuentan la petición de los hijos de
Zebedeo, en la que aparece con claridad que las palabras anteriores de Jesús no han sido
asimiladas en absoluto. Mateo, compañero de Santiago y Juan, menciona a la madre para justificar
a los hijos. Marcos, directamente a los hermanos, que es lo más probable.
Tres veces ha anunciado Jesús su pasión, y tres veces no ha sido comprendida. Que el
triunfo nazca de un gran fracaso es algo que no estamos dispuestos a creer. Ni ahora ni
nunca. La primera ocasionó la oposición de Pedro y la dura respuesta de Jesús (Mt 16,21-28 y
par.). Después de la segunda vuelve a retoñar la ambición, y Jesús les da otra lección (Mt 17,22 18,10 y par.). El tercero es contestado con la petición de los hermanos Zebedeo. ¿Cuántos
harán falta para que entendamos hoy?
242
Los "hijos del trueno' (Mc 3,17) y Pedro fueron los tres discípulos más cercanos a Jesús, que se
entendía mejor con la gente despierta y apasionada que con la gente que no hace daño a nadie,
pero que también es incapaz de hacer el bien por faltarle valor.
Santiago y Juan eran dos discípulos entusiastas de Jesús, que se habían planteado el estar
cerca de él en el reino de Dios como una operación de prestigio y de búsqueda de ventajas personales sobre los demás, como si se tratara de gobernar a unos súbditos. Interpretaban el reino
que anunciaba Jesús como la instauración de un estado teocrático poderoso que dominaría
sobre todos los demás pueblos. Inconscientemente, están conspirando contra el verdadero reino de
Dios al distorsionar su significado. Además, están fomentando la división entre los apóstoles, celosos
y envidiosos como ellos.
Santiago y Juan son inquietos, tienen deseos de caminar detrás de Jesús, pero son esclavos del
estilo del "mundo"; y por eso entienden el ir adelante como un tener prestigio, poder, buenas posiciones, estar por encima de los demás.
La pretensión de los dos hermanos es una llamada de atención para todos nosotros:
podemos creer que estamos cerca de Jesús y de su palabra y, sin embargo, estar muy lejos de su
pensamiento y sentimientos. Su petición es uno de los tropiezos más fáciles para los creyentes de
todas las épocas, en especial para los que ocupan los primeros puestos en la institución eclesiástica. ¿No lo atestigua la historia de la iglesia?
No escamoteemos esta tentación. Tengámosla siempre presente como el gran peligro que
debemos superar si de verdad queremos seguir a Jesús.
3. "No sabéis lo que pedís"
Jesús les responde en dos tiempos, señalándoles el precio que deben pagar por el seguimiento.
Un seguimiento que pasa por "beber el cáliz". Cáliz que, en lenguaje bíblico, significa ser fiel al
camino que Dios espera de cada uno, y que en labios de Jesús indica su camino de lucha y
de martirio, su "bautismo".
"Beber el cáliz" es aceptar ser considerado basura del mundo, escoria, desecho de todo (1 Cor
4,9-13). Es el antitriunfalismo más radical, como quedó patente en la muerte ignominiosa de
Jesús y de tantos de sus verdaderos seguidores.
Los dos hermanos dicen que pueden beberlo, sin saber lo que contiene ese cáliz. Están dispuestos a todo con tal de conseguir el poder. Son las palabras fáciles que decimos cuando en nuestras
vidas no hay compromiso.
"Mi cáliz lo beberéis'. Deben tener claro que le siguen no para triunfar con él en medio de
los hombres, sino para compartir con él su destino. Lo mismo que él no llegará a la gloria más
que a través de la muerte, les sucederá a todos los que quieran ser discípulos suyos de verdad.
243
¿Tiene algo que ver con estas palabras nuestro seguimiento? ¿Qué "cáliz" estamos bebiendo
los cristianos? ¿Con qué "bautismo" nos hemos bautizado?
Sus ambiciones de los primeros puestos están fuera de lugar. Solamente el Padre sabe quiénes
ocuparán los primeros puestos en el reino; puestos a los que ni el martirio da derecho. El discípulo no debe preocuparse nunca de esto; su única preocupación debe ser la de "beber el cáliz" de
Jesús; es decir, estar en comunión con su mismo destino, compartir su bautismo. ¿Le faltarán
páginas al evangelio de los cristianos?
Jesús les rompe los esquemas a los dos hermanos: no hay premio por encima de los demás.
Solamente existe el servicio hasta la muerte como único camino de vida verdadera. Y es a través del
servicio a la humanidad como uno se convierte en hombre. Esto es lo único que debemos
buscar y desear.
4. La verdadera autoridad
La indignación de los otros diez contra los dos hermanos va a servir a Jesús para enseñarnos
cómo debe ser ejercida la autoridad entre los suyos, para instruirnos sobre el camino de la verdadera grandeza.
La indignación de los diez se debe más a la envidia que al hecho de que hayan comprendido las palabras de Jesús sobre su próxima muerte. Ellos también deseaban los primeros puestos, las influencias, las vanidades... Un poco sin norte, cansados de no saber a dónde va tanta esperanza anunciada por el joven galileo, se dejan llevar por sueños de grandeza y de poder. Y nosotros
no somos mejores...
Esta perícopa fue compuesta en un tiempo en que empezaban a sentirse las primeras luchas por
el poder en la iglesia. Nos indica las lacras del poder.
"Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen". Con estas
palabras Jesús quiso vacunarnos contra el gran peligro, contra la peor enfermedad del hombre -junto a la riqueza y el triunfalismo (son las tres tentaciones que superó Jesús)-, la más
arraigada y la más difícil de curar.
En todo hombre duerme la bestia que ambiciona poder. Un poder que es el antiamor.
Dice Arturo Paoli: "En todas las manifestaciones de poder se crea una relación de superior a
inferior, lo que engendra una rivalidad... El poder es la salida natural de todas las frustraciones, el
refugio del miedo, la compensación del no-valer... A través de él me formo una personalidad que no
es la mía. Me disfrazo de lo que no soy... Y cesa el crecimiento y se irrumpe violenta y falsamente en el
mundo. Cesa la relación y se pasa a la emulación y a la tentación de destruir todo lo que obstaculiza
la estabilidad en la posición lograda... El miedo reemplaza a la relación y el orgullo oculta la
frustración de no haber logrado lo esencial, la comunión con los otros, la liberación de la
soledad".
244
Los campos humanos de la política, la economía, la cultura, la religión y el sexo son invadidos
y pervertidos por el poder, generando el poder político, el poder económico, el poder cultural, el
poder religioso y el poder sexual. El poder llega a corromperlo todo.
Parece ser que Jesús, viendo lo que ocurría en su tiempo, daba como hecho comprobado
el que los jefes de los pueblos tiranizaban a sus súbditos y que los grandes personajes oprimían a
los demás.
Podríamos preguntarnos si, veinte siglos después, las cosas han cambiado mucho. No nos fijemos únicamente en el poder político o en el sistema con que una nación es gobernada. Fijémonos sobre todo en el poder económico, que es hoy la forma de dominio más fuerte y cruel.
"No será así entre vosotros". Sus seguidores no podemos concebir la autoridad como los
"jefes" y los "grandes" de este mundo.
"El que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de
todos". La autoridad tiene que concebirse como el lugar en donde se hace más clara y evidente la
lógica de la cruz. El máximo honor es para el que más ama, y el mayor amor lo manifiesta el que más
sirve; hasta el máximo servicio, el que Jesús realiza: morir para dar la vida a los hombres.
Servir es responder a una necesidad profundamente humana.
Y es que para vivir hay que morir, para ser hay que dejar, para amar hay que olvidarse
de sí mismo... Es la realización en la vida del proceso del grano de trigo (Jn 12,24-25).
Lo que vale para el reino de Dios es lo contrario de lo que rige en el mundo: el que quiera
ser de verdad un ser humano debe despojarse del poder, el que quiera ser grande debe hacerse
pequeño, el que quiera ser el primero debe hacerse el último. El espíritu del reino es el servicio;
su ley, la entrega a los demás; su grandeza, la pequeñez...
El hombre tiende a revelarse contra este espíritu de servicio, con lo que muestra que todavía
no se ha encontrado a sí mismo, no ha encontrado su vocación verdaderamente humana. El hombre se encuentra al desasirse de sí mismo, se libera dedicando su vida al servicio de los demás.
Encuentra su vida el que la pierde (Mt 16,25).
Para los judíos era un honor llamarse servidores de Dios -es la mejor forma de no serlo
de nadie-, pero no de los hombres. Jesús estableció las relaciones entre los suyos en el amor
que nada ambiciona para sí y que no es competitivo, ni engaña, ni zancadillea. Con las
bienaventuranzas (Mt 5,1-12) declaró la grandeza de este estilo, la gloria de los pobres, de los
hombres de buen corazón, de los que por carecer de cualquier tipo de poder son marginados
por todos los poderes y sufren sus embestidas sin dejar que despierte la fiera de la propia
ambición. Son las bienaventuranzas el pasaporte del evangelio que, en un mundo sujeto a la
locura del poder, trae la buena noticia de la liberación-salvación a todos los pobres, pequeños y
oprimidos.
El hombre verdadero, el que realiza la auténtica vida, es el que sirve, el que se coloca al
lado de los demás hombres, de todos, en actitud de acogida y de servicio.
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Amar hasta servir comporta muchas pruebas y sufrimientos. Cuando sabemos servir
entregando trozos de la propia vida, entendemos la verdadera grandeza del evangelio.
5. El ejemplo de Jesús
El servicio que nos propone Jesús tiene un modelo muy claro: su misma vida. Lo dice y lo hace
para que lo hagamos. Una vida que nunca profundizaremos bastante.
Jesús vivió esta actitud a la perfección. Sus palabras podrían ser consideradas como
deliberadas exageraciones, destinadas sólo a sacudir los ánimos, si no se hubieran cumplido al pie
de la letra en su propia vida. Su doctrina no nos presenta un ideal inasequible, sino un ideal
que puede ser comprobado en la vida de un hombre: Jesús vive según esta ley. Su misión fue
servir a la humanidad abriéndole el camino de la vida, hasta morir por ello. El amor -que ha
salido del Padre y ha entrado en el Hijo- le impulsa al servicio, y el servicio le empuja
hasta la entrega de la vida. Siendo el amor su única arma, acaba sucumbiendo ante los poderosos.
No recurre, en su lucha por la liberación de la humanidad, ni al dinero, ni a las armas, ni al
prestigio... para lograr el éxito de la causa.
El discípulo debe marchar por el camino del Maestro, que "no ha venido para que le
sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos".
Con su palabra y con su vida Jesús denuncia como inhumanos la opresión y el dominio, aunque
sea la tendencia de la mayoría, sabiendo que habla en un mundo que piensa y vive al revés. Nos
invita a cambiar las categorías, a servir abandonando de una vez la engañosa ilusión de dominar
y ser servido. Tender a mandar para utilizar y para afirmarse, intentar ser el primero según las
categorías tradicionales, es el error, el engaño que nos ha perdido. Ser hombre es ser como Jesús
de Nazaret: sólo se logra por el amor que lleva al don de sí. Pagando el precio de la propia vida
se compra la inmunidad de la muerte.
"Dar la vida" no significa sólo y ante todo morir, sino proyectar la existencia entera como
donación.
¿Qué quiere decirnos Jesús con la palabra "rescate"? Rescate es el precio dado por la
liberación de un secuestrado, un prisionero de guerra, un esclavo... Lo que está en primer plano
no es la exigencia de la justicia, sino la solidaridad con el cautivo. Nuestro mundo es un mundo de
esclavos, manipulados por fuerzas autoritarias que, en el fondo, son demoníacas. Jesús no viene a
quitarles el poder a los que de hecho lo ejercen, y que seguirán manipulando las conciencias
hasta el fin de la historia. Jesús inicia el rescate de la humanidad enseñándonos a vivir como
auténticos seres humanos, abriéndonos el camino de la verdadera vida, dando la suya. Todos los
que le sigan estarán siendo "rescatados" por su mediación. Superando la triple tentación tipo
que él superó nos convertimos en hombres libres (Mt 4,1-11 y par.).
246
6. Iglesia, ¿qué dices de ti misma?
Seguir a Jesús no es algo que se respira en el ambiente o que surge espontáneamente. Ser
cristiano no es una decisión que se toma de una vez por todas, puesto que ser cristiano es seguir
a Jesús, y un seguimiento está formado siempre por muchos pasos. Podemos afirmar que vamos
siendo cristianos en la medida, y sólo en la medida, en que vamos dejando que el Espíritu de
Jesús nos renueve. Deberíamos reflexionar seriamente qué actitudes y actuaciones hay en cada uno
de nosotros, en nuestras comunidades y en nuestra iglesia, que no han sido aún evangelizadas. ¿No
hemos preferido olvidar las palabras de Jesús para realizar las pretensiones de Santiago y Juan?:
ser los primeros, los grandes, tener éxito en la vida, que no haya problemas..., empleando el poder, la
vanidad, las apariencias, el individualismo, la diplomacia, la hipocresía... Un camino nada cristiano,
por más adornos que se le pongan.
No podemos confundir la llamada de Jesús al servicio con la dimisión de las propias
responsabilidades. Da la impresión, con frecuencia, de que en nuestra sociedad se pasa de unas
estructuras o costumbres de poder -en la sociedad, en la familia, en la escuela, en las
comunidades cristianas...- a una dimisión de las responsabilidades que implica cualquier cargo,
cualquier servicio. Servir no es evadirse de las responsabilidades. Servir puede implicar que se
deba mandar, que se deba saber exigir el cumplimiento de las propias responsabilidades. Jesús,
que vivió un servicio modélico, supo exigir, mandar, no dimitió nunca de sus responsabilidades.
Difícilmente encontraremos a alguien que no tenga poder. Por esta razón, las palabras de
Jesús nos afectan a todos, aunque afecten más a los que tengan más poder. Poder tienen los
padres respecto de sus hijos y los hijos sobre los padres, los hermanos mayores sobre los
pequeños, el político, el militar, el jefe de oficina o de taller o de almacén, el maestro, el alcalde
de cualquier pueblo, el sacerdote, el policía... Tendemos a imponer nuestra manera de ver las
cosas, a decir la última palabra... Revisemos nuestro poder en cualquier cargo en que nos
encontremos. ¡Qué frecuente es ejercerlos despóticamente, arbitrariamente, estúpidamente!
Los cristianos hemos recibido de Jesús el mandato de vivir el amor sin ningún poder y la misión
de servicio desinteresado a los débiles del mundo. Los apóstoles, según nos cuenta el libro de los
Hechos, vivieron y anunciaron el evangelio de Jesús sin más poder ni guía que el espíritu de Jesús.
El poder religioso ha pervertido el evangelio y ha desvirtuado la evangelización. Ha vaciado los
signos de la pobreza, la castidad, la fraternidad y el servicio evangélico. Algunos se han mantenido
vacíos o, si han sido vividos fielmente por personas creyentes, se han visto contrarrestados por el
antitestimonio institucional, que convirtió todo en poder. ¿No está la iglesia atrapada por
títulos, riquezas, estructuras y relaciones de poder y de dominio? Los pobres y los oprimidos
siguen acusando.
Desvirtuamos el evangelio siempre que lo anunciamos con poder, desde "arriba"; siempre que lo
apoyamos en los poderes político, económico, cultural o religioso; siempre que lo envolvemos en
247
signos de autoridad o de paternalismo. Lo recuperamos cuando rompemos nuestros pactos con
los poderes de este mundo, cuando vivimos con sencillez las bienaventuranzas, cuando somos
servidores de todos.
Los jóvenes, al iniciar en Taizé su concilio, dicen a la iglesia: "Iglesia, ¿qué dices de tu futuro?
¿Vas a renunciar a los medios de poder, a los compromisos con los poderes políticos y financieros'?
¿Vas a abandonar los privilegios y a renunciar a capitalizar? ¿Vas a llegar a ser de una vez
‘comunidad universal que comparte', comunidad al fin reconciliada, lugar de comunión y de
amistad para toda la humanidad'? En cada lugar, y en toda la tierra, ¿vas a llegar a ser semilla de
una sociedad sin clases y sin privilegiados, sin dominación de un hombre sobre otro, de un
pueblo sobre otro pueblo? Iglesia, ¿qué dices de tu futuro? ¿Llegarás a ser `pueblo de las
bienaventuranzas', sin otra seguridad que Cristo; un pueblo pobre, contemplativo, creador de paz,
portador de la alegría y de una fiesta liberadora para los hombres, a riesgo de ser perseguida a
causa de la justicia?" (Taizé, 1 de septiembre de 1974).
248
Curación de dos ciegos
Al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo (el
hijo de Timeo) estaba sentado al borde del camino pidiendo limosna. Al oír que era Jesús
Nazareno, empezó a gritar:
-Hijo de David, ten compasión de mí.
Jesús se detuvo y dijo:
-Llamadlo.
Llamaron al ciego diciéndole:
-Animo, levántate, que te llama.
Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús le dijo
-¿Qué quieres que haga por ti?
El ciego le contestó:
-Maestro, que pueda ver.
Jesús le dijo:
-Anda, tu fe te ha curado.
Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.
(Mc 10,46-52; cf Mt 20,29-34; Lc 18,35-43)
1. El último milagro
Estamos ante el último signo de Jesús antes de su pasión. Está ya cerca de Jerusalén, ciudad
en la que será asesinado. Quiere dejar este último milagro antes de revestirse voluntariamente
con la debilidad de la pasión, porque está convencido de que un mundo que da culto a la injusticia y a la fuerza bruta sólo puede ser vencido con la debilidad y la derrota humanas.
Marcos y Mateo lo relatan a continuación de la petición de los Zebedeos. Lucas, que ha
suprimido esa escena, acaso por tener menos interés para sus lectores gentiles, la intercala entre el
tercer anuncio de la pasión y el pasaje de Zaqueo, lo que da lugar a la primera dificultad (la otra
es si fueron uno o dos los ciegos curados): para Mateo y Marcos, Jesús "sale" de Jericó; para Lucas, "se acercaba" a la ciudad. Entre las varias soluciones que se dan, la más probable es que la
diferencia se debe a la necesidad redaccional de Lucas, que coloca a continuación, dentro de la
ciudad, el episodio de Zaqueo.
Jericó, segunda ciudad en importancia de Palestina, está situada a trescientos metros bajo el
nivel del mar -la más baja del mundo-, en la depresión del valle del Jordán, al norte del mar
Muerto. Está separada de Jerusalén por el desierto de Judá, atravesado por un camino impracticable de unos treinta y siete kilómetros, y en el que Lucas había situado la parábola del buen
samaritano (Lc 10,29-37). Está rodeada de un oasis fertilísimo, con una temperatura media de diez
grados más que Jerusalén, lo que la convertía en una zona de descanso muy frecuentada. Espe-
249
cialmente en primavera -tiempo del viaje de Jesús- presenta un panorama inolvidable por el
verdor de sus jardines y plantaciones.
Las curaciones de ciegos desempeñaban un papel especial en las tradiciones antiguas. Las
muchas enfermedades oculares de Oriente tenían entonces pocas perspectivas de curación, y el
destino de los pacientes era muy duro. Por lo general, no les quedaba otra salida que la
mendicidad, a lo que se sumaba la angustia interior derivada de semejante situación: una vida
en constantes tinieblas. De esta forma, los ciegos aparecen como los representantes de la miseria y
desesperanza humanas -individuos y naciones-: sin camino, sin meta a la que dirigirse y sin
poder trabajar en la construcción de su propia persona y de su vida. Necesitados de todo,
tienen que vivir de las limosnas de los que pasan por el camino.
Una de las razones que nos impiden ser de verdad nosotros mismos y encontrar nuestro
camino en la vida es el no comprender hasta qué punto estamos ciegos. Son muchas las cosas
que tenemos ante los ojos para que nos demos cuenta de lo esencial: de lo invisible que no
sabemos ver. Vivimos en una sociedad llena de reclamos que captan nuestra atención y se nos
imponen, y que no tenemos necesidad de buscarlos y descubrirlos: están delante de nosotros
solicitando toda nuestra atención. Lo que es invisible, en cambio, no se impone, debemos buscarlo y
descubrirlo. El mundo exterior pretende nuestra atención; Dios se dirige a nosotros desde nuestro
ser más profundo y auténtico. Ciegos por la lluvia de objetos, olvidamos que éstos no agotan las
aspiraciones del hombre. Ser incapaces de percibir lo invisible y esencial es quedarse fuera del
pleno conocimiento, fuera de la experiencia de la realidad total que es la creación de Dios.
2. Son conscientes de su ceguera
Jesús va acompañado de "sus discípulos y bastante gente", posiblemente muchos de ellos
peregrinos que iban a la fiesta de la Pascua y que son los que le aclamarán al entrar en Jerusalén.
La gente, en Jericó y en Jerusalén, se contenta con hacer fiesta, con acudir llena de curiosidad donde
haya novedades, con agitarse, pero sin decidirse..., todas ellas actitudes estériles que no producen
frutos.
¿Son uno o dos los ciegos "sentados junto al camino"? Mateo habla de dos; Marcos y Lucas,
de uno, del que el primero da el nombre: "Bartimeo". La solución admitida ordinariamente
es que se trata de dos ciegos. Es posible que Bartimeo fuera un cristiano bastante conocido en las
primeras comunidades y que Marcos hubiera hablado con él, lo que le llevó a prescindir del
otro.
Estos ciegos eran dolorosamente conscientes de su situación porque, privados de la luz de los
ojos, no podían captar el mundo visible ni confundirlo con toda la realidad, como nos puede suceder a nosotros.
250
Este relato vivo, conciso, esquemático, sintetiza la obra de Jesús y expresa la actitud del
discípulo ante él. Los ciegos son ejemplo de lo que significa creer y seguir a Jesús.
Al oír que pasaba Jesús por el camino, no quieren dejar pasar su oportunidad. Gritan con
fuerza para llamar su atención, al estilo tan característico de los orientales: "¡Señor, ten compasión
de nosotros, Hijo de David!" (Mateo). Llaman a Jesús "Hijo de David", título mesiánico popular
que incluía las esperanzas políticas y nacionalistas centradas en el restablecimiento de la monarquía
davídica. Son conscientes de lo que les falta, algo tan difícil de descubrir a los que creemos que
vemos. Porque también nosotros somos ciegos, no de ceguera corporal, sino de esa otra ceguera
que nos impide ver más allá de nuestras preocupaciones inmediatas. No sabemos ir al fondo,
romper el velo que nos oculta la verdad.
¿Cómo estos ciegos mendicantes proclaman a gritos la mesianidad de Jesús? Porque la gente ya
hablaba así de Jesús; que era el Mesías era ya sospecha de muchos, incluso creencia. ¿No lo
confirmaba constantemente con sus signos? A pesar de la oposición de los dirigentes..., Jesús les deja
que le proclamen Mesías, ama a hombres como éstos, que se atreven a gritar lo que otros se limitan
a susurrar, que no temen comprometerse.
La gente que acompaña a Jesús les manda callar (Mateo y Lucas). Consideran aquellos gritos
inoportunos y comprometedores... ¿Cómo pueden callarse unas personas en esa situación? ¡La pena
es que la mayoría se callan! También hoy son numerosos los cristianos que creen razonable dejar
que millones y millones de seres humanos, que viven en situaciones infrahumanas, se callen y
renuncien a llevar una vida digna. Les tocaría menos a ellos. Es duro seguir a Jesús en medio de un
cristianismo paganizado como el nuestro.
Ellos no hacen caso a la gente y gritan con más fuerza las mismas palabras.
Jesús los manda llamar. A la gente que le acompaña no le importa la suerte de los ciegos,
pero a Jesús sí: es parte importante de su misión. Ahora no hay nada más importante que ayudarlos. ¿Nos importa la suerte de la humanidad más desfavorecida?
La gente, siempre tan voluble y oportunista, cambia de actitud ante los andrajosos. Los anima
cuando se da cuenta del interés de Jesús por ellos.
A la llamada de Jesús, no dudan en soltar el manto y dirigirse hacia él. El manto solían
extenderlo en el suelo para recoger en él las limosnas. Representa la situación de dependencia en que
viven. Se desprenden de todo lo que les permitía sobrevivir porque creen que ha terminado su
situación de ceguera; ¡antes de producirse la curación! Su fe en Jesús es grande.
3. Recobraron la vista
Alrededor de Jesús hay mucha gente, pero sólo dos son dignos de escuchar sus palabras
consoladoras: "La fe os ha curado". No creyeron porque fueron curados, sino que fueron
curados porque tenían fe. ¿No habían dejado "el manto" antes de la curación? Se han curado
251
al aceptar que ya es tiempo de liberarse de las opresiones, de no aceptarlas como una fatalidad
insuperable y querida por Dios; se han curado al creer en el hombre concreto, en la posibilidad
de los pobres de cambiar el injusto orden establecido y construir la fraternidad universal.
Posibilidad que está ya entre nosotros en la medida en que creemos en ella.
"Y al momento recobraron la vista y lo siguieron". La curación es símbolo de un
descubrimiento más profundo, por obra de la fe: con los ojos, a los ciegos se les ha iluminado el
corazón; siguen a Jesús por el camino, lo que les convierte en hombres nuevos, esperanzados,
acogedores, reconciliados con lo que son y con los demás, creadores de paz y de justicia, verdaderos
hombres llenos de Dios. Han descubierto toda la novedad de Jesús y no se limitan a darle las
gracias. Ahora, en el camino hacia Jerusalén, en la decisión y el riesgo de cada día, en el esfuerzo
por cumplir una a una las palabras del Maestro, los ciegos irán aprendiendo y experimentando en
propia carne lo que implica el seguimiento. Lo que sólo a duras penas hacían los discípulos, incapaces de entender la enseñanza de Jesús, lo realizan los ciegos de Jericó y se convierten en la imagen de
la curación que el Mesías realiza en los suyos cuando están disponibles. Son modelo del auténtico
discípulo de Cristo.
Creer en Jesús no es cosa de palabras, sino de hechos. Creer es seguirle. Sería -es- una
tentación fácil pensar que basta ver, saber, creer en esto o aquello. Es la tentación que lleva a
contentarse con la doctrina cristiana, con las fórmulas de la fe y los ritos, con la ortodoxia.
Sin preocuparse por aquello que es lo realmente importante: vivir según esta verdad, vivir
coherentemente con esta fe.
La enseñanza del texto es clara: la luz que creemos haber encontrado en Jesús nos debe llevar a
seguirlo. Por un camino que pasa por la cruz, por el esfuerzo, por la lucha... Pero que conduce a
la vida, a la libertad...
Lucas recoge la reacción de la gente: "Y todo el pueblo, al ver esto, alababa a Dios". ¡Cuánto
bien hace el verdadero creyente!
La curación tiene para nosotros un valor simbólico. Es el anhelo de ver, de oír, de vivir, de
amar... lo que puede romper la muralla de la habitual ceguera, de la rutina cotidiana, del egoísmo
que nos corroe. ¿Qué anhelos son los nuestros? Todos somos ciegos. Si lo reconocemos, podemos
hallar la luz para caminar. Es preciso anhelar la salvación, desearla desde lo más profundo de
nuestro ser, para acogerla. El evangelio no será nunca acogido por los que creen ver, sino por los
que se saben ciegos, paralíticos, leprosos, pecadores..., pobres.
252
Zaqueo
Entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad.
Un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de distinguir
quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura. Corrió
más adelante y se subió a una higuera para verlo, porque tenía que pasar por allí.
Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo:
-Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa.
El bajó en seguida, y lo recibió muy contento.
Al ver esto, todos murmuraban diciendo:
-Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador.
Pero Zaqueo se puso en pie y dijo al Señor:
-Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno
me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más.
Jesús le contestó:
-Hoy ha sido la salvación de esta casa; también éste es hijo de Abrahán.
Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido.
(Lc 19,1-10)
1. A las puertas de Jerusalén
La ciudad de Jericó, deliciosa villa en medio del desierto, a once kilómetros del río Jordán,
con sus frescos manantiales y sus plantaciones de palmeras, está convulsionada. Jesús, el famoso
profeta, ha llegado, y toda la ciudad se vuelca para verlo. Sólo para verlo... Está el pueblo, y
están sus jefes espirituales, y los hombres piadosos.
Jesús entra en la ciudad y es bien recibido. Le rodean, acuden a él. Probablemente deseaban su
visita y se honraban concediéndole hospitalidad. Era mucho lo que se hablaba de él y sienten
curiosidad.
En este ambiente festivo, Lucas -único que lo narra- nos presenta un hecho sencillo,
cargado de humildad y de alegría. A la fascinación que causan las riquezas, y que el evangelista
expuso en el pasaje del joven rico (Lc 18,18-30 y par.), la conversión de Zaqueo presenta la otra cara.
Jericó, ciudad asentada muy por debajo del nivel del mar, permite acentuar el simbolismo
de la "subida a Jerusalén" que Jesús está realizando.
253
2. "Jefe de publicanos y rico"
Zaqueo, que significa "el puro", "el justo", es presentado por Lucas con dos rasgos
íntimamente unidos entre sí: es "jefe de publicanos y rico"; doble inconveniente para entrar en
el reino. Tenía poder y dinero, cosas que casi siempre van juntas... Y muy mala fama. Es un hombre
odiado por todos.
Los publicanos eran los que recaudaban los impuestos de Roma al pueblo de Israel. Las
autoridades romanas admitían de éstos una cantidad alzada, y luego ellos podían resarcirse en los
cobros que hacían a los ciudadanos judíos. Ello dejaba un margen de abuso manifiesto en los
publicanos, por lo que eran aborrecidos por los judíos. Los jefes de recaudadores eran los que
normalmente más robaban, pero sin enfrentarse directamente con los contribuyentes. Por eso y
porque tenían mucho dinero, algunos lograban pasar por personas "honorables", lo que parece
que no sucedía con Zaqueo, jefe sin escrúpulos de los publicanos de toda aquella zona de Jericó.
Por eso era "rico". Es un hombre polarizado por el dinero, y la injusticia es el instrumento
normal para alcanzar sus objetivos.
Zaqueo "era bajo de estatura": un hombre de espíritu ruin, objeto de envidia y de
resentimiento. Por eso se ha refugiado en la acumulación de riquezas, cualquiera que sea su
precio y su riesgo. No ha podido crecer como hombre, y eso lo humilla ante sus propios ojos y los
de los demás. Tendrá que subirse a un árbol para sentirse un poco más "grande" y poder
ver a Jesús. Tendrá que caminar hacia su infancia.
Zaqueo tiene lo que envidia la mayoría -dinero-, pero que a él ya no le ilusiona porque
vive insatisfecho de sí mismo y sin salida posible porque la sociedad lo ha condenado a la marginación, a la más espantosa soledad. Nadie se le acerca más que para pagar deudas y para mirarlo con
odio.
Pero el amor de Dios vence todos los obstáculos cuando el hombre sabe reconocer su
pecado. Un día, sin saber con claridad el cómo ni el porqué -así son las conversiones-, una
mirada le traspasó el corazón, encontró a alguien que le amó y creyó en él.
"Se subió a una higuera". Desafía el ridículo con tal de ver a Jesús. Realiza un gesto que le
libera de todas las trabas sociales. Se desprende de las buenas formas y se encarama a un
árbol. Como un niño: está ya en la condición ideal para ver a Jesús. Ha desafiado todos los
comentarios de la multitud, sus burlas..., con tal de ver quién era el profeta del que tanto se
hablaba.
El que quiera saber quién es Jesús tiene que "romper" con las normas de la sociedad, no
dejarse arrastrar, iniciar y consumar una búsqueda personal.
Un rico subido a un árbol para ver pasar a un pobre... ¿No indica ya un cambio de actitud? Dice
san Agustín: "No me buscarías si no me hubieras encontrado ya". Al desear ver a Jesús, parece que
Zaqueo lo había encontrado ya.
254
3. "Hoy tengo que alojarme en tu casa"
Todas las personas honorables, piadosas, patriotas... de Jericó han subido al encuentro de
Jesús. Pero él se fijará en un hombre acurrucado en un árbol y se invitará a su casa para quedarse
en ella. Ha descubierto en él algo que no veía en los demás. Es el encuentro de dos hombres que
se estaban buscando desde hacía tiempo. Zaqueo buscaba a Jesús desde su mismo inconsciente, no
con la mirada superficial de los curiosos, sino con esa mirada cargada de sentimientos, de
preguntas, de búsquedas. Una mirada en la que estaba reflejada su vida, su aislamiento, el callejón
sin salida en el que se había metido. Quería ver a Jesús, pero sin ser visto.
Jesús le estropea el espectáculo y le propone otro que no estaba en el programa. Todos los
encuentros de Dios con los hombres se caracterizan por su afán de desinstalarlos. Zaqueo tiene que
bajar del árbol: Jesús será su huésped, rompiendo todos los esquemas sociales y religiosos: comer
y alojarse en casa de un pecador público. Zaqueo jamás se hubiera atrevido a formular tal
invitación.
Jesús lo ha mirado con plena conciencia porque la conversión es un encuentro personal en el
que cada interlocutor expresa todo lo que tiene dentro: miseria o misericordia, pecado o perdón.
Zaqueo quizá vivía así porque nadie lo había tomado en serio, porque nadie lo había amado.
¿Cómo entrar en comunión con los demás sin amarles? Y ¿cómo amar sin sentirse amado?
El amor purifica la mirada, la hace limpia, penetrante. Se dice que es ciego, cuando la verdad
es que es el único que ve perfectamente, ya que descubre cosas que se escapan a una mirada indiferente y superficial, el único que logra ver valores donde el que no ama sólo percibe defectos y fango.
¿No es una experiencia que pueden tener todos los enamorados?
El amor de Jesús va más allá de los pecados; se sumerge en la hondura humana y busca,
descubre, despierta, urge todo lo que hay de intacto y de puro, incluso en los seres más perversos.
Y es que en el hombre más abominable subsiste siempre un rincón de inocencia, sólo accesible al que
vive esa inocencia. ¿No somos todos los seres humanos imagen y semejanza de Dios? Una imagen
frecuentemente saboteada, corrompida... Pero una imagen a la que es necesario llegar si
queremos ser hijos del Padre.
El amor de Jesús es creador. Llega hasta el fondo. No ama a los demás porque sean buenos,
sino que los hace buenos porque los ama.
Es preciso que los cristianos seamos espejos, criaturas transparentes que poseamos a Dios, si
queremos hacer de mediadores del encuentro de Dios con los hombres. Porque Dios se reconoce en
Dios; Dios responde exclusivamente a Dios. Sólo Dios es capaz de "despertar" al Dios que duerme en
el rincón más profundo de los hombres. En todo Zaqueo que encontremos en nuestro camino,
Dios está esperando; un Dios que sólo responderá a la voz de Dios.
"El bajó en seguida y lo recibió muy contento". Es el contraste de la frialdad con que lo
habían invitado algunos fariseos.
255
Los dos se van juntos, en medio del escándalo general. También Zaqueo debe estar muy
extrañado con lo sucedido.
¿Qué pasó después?, ¿de qué hablaron?, ¿que más le dijo Jesús?... No lo sabemos, aunque sería
muy interesante conocer una conversación que tuvo un final tan extraordinario. Es posible que
dialogaran largamente, como había hecho con Nicodemo o con la samaritana y como hacía con
sus discípulos. Es evidente que Zaqueo descubrió que las riquezas jamás le harían feliz y libre;
aquel Jesús, que se había alojado en su casa, sí. Y fue consecuente.
La murmuración de los judíos no podía faltar al ver que se hospedaba en la casa de un
pecador legal -así consideraba la ley a los publicanos- y moral -por sus abusos en el cobro de
las tasas-. La multitud hubiera visto lógico que se hubiera dirigido primero a la sinagoga y después
a la casa de uno de los principales jefes religiosos.
¿Por qué Jesús, el profeta bueno, escogía la casa del rico estafador y colaborador del enemigo? Sus paisanos no lo habrían tocado ni con pinzas -¿tampoco su dinero?-: estaba demasiado sucio por su dinero y sus relaciones sospechosas.
Jesús no teme provocar el escándalo y la crítica mordaz de los presentes cuando se trata de
liberar-salvar a alguien, de ayudarle a que sea él mismo. Hay muchos sectarismos: de
izquierdas y de derechas, de los que odian a los pobres y de los que odian a los ricos.
Sectarismos que suelen identificar al hombre con lo que hace.
Jesús nos da ejemplo de gran madurez. Sabe lo que quiere y dice, humildemente, su verdad.
Tiene una clara personalidad y no teme perderla en el trato con unos o con otros. Por eso
sabe encontrarse con el adversario ideológico, con las personas preocupadas de los demás y con las
de mal vivir..., pero sin dejar de ser él, sin perder su personalidad y sin ofender la dignidad de
los demás. Afronta la crítica de los que se creen buenos y la risa de los que no aceptan su utopía,
pero no cede. No vende su verdad al mejor postor, ni da culto a las apariencias, ni busca el camino
fácil para salvar la cara o la vida. Su juego es limpio y desinteresado, porque su único interés es el
bien y la libertad interior del hombre. No hay trueque de mercancías: sólo una oferta de su
parte, porque quien actúa como Jesús sólo juega a perder. Y así salva al hombre.
Si hubiera venido a mi casa, ¿hubiera sido la casa de una persona justa, de una persona
digna de hospedarlo? No sabemos aceptar a los demás como son; los queremos meter a la fuerza
en nuestros esquemas. Y si no entran, peor para ellos. Tenemos que ser capaces de descubrir los
valores que hay en muchas personas que viven al margen de nosotros.
4. La doble oferta de Zaqueo
El encuentro llegó a su punto culminante cuando Zaqueo se levantó y dijo: "Mira, la mitad
de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré
cuatro veces más". Lo que Jesús acaba de hacer por él tiene prisa por hacerlo con los demás.
256
Zaqueo está insatisfecho de su vida y muestra con estas palabras la verdad de su conversión. Ha
descubierto que aceptar a Jesús implica un cambio de actitud y de conducta. Que no bastan
los buenos deseos. Su oferta es doble: la primera es como una indemnización general, por no saber
los destinatarios de muchos defraudados; la segunda, un acto de generosidad muy por encima de lo
que la justicia exigía entonces. En efecto, la ley sólo exigía devolver lo defraudado más un quinto (Lev
5,24; Núm 5,7).
Zaqueo es otro enfermo que empieza a andar, otro niño pequeño que se pone de pie. Es un
hombre nuevo que, decidido, cambia radicalmente el rumbo de su vida y todos sus esquemas, su
modo de pensar, su sistema de valores, su relación con la gente... Ha descubierto que puede "elevar"
su estatura. Ha cogido la mano que Jesús le ha tendido y quiere caminar por su mismo
camino. Hasta ahora sólo sabía usar y abusar del prójimo; ahora está decidido a compartir su vida y
sus bienes con los pobres. Ha aprendido a decir "nosotros". Comprende que tiene que darle la
vuelta a todo; comprende que el "tener" le impide "ser".
Cuando Jesús curó a enfermos -marginados- con problemas corporales, la liberaciónsalvación había consistido en reintegrarlos a la vida normal de la comunidad, como signo de la
salvación definitiva. Para el rico -fabricador de marginados-, la liberación llega cuando sabe
comenzar a compartir lo que tiene y trabaja por la igualdad entre los hombres, base de una sociedad
realmente fraternal.
La conversión de Zaqueo está cargada de realismo material y económico, porque la conversión de
corazón no se limita a que cada individuo tenga una moral privada elevada. Una verdadera
conversión de corazón debe traducirse en demostraciones patentes, debe tener efectos sociales y
económicos. Porque la fe en Jesús no será nunca efectiva y real si no se traduce y se convierte en una
fe inserta en la comunidad. Los cristianos que viven en situaciones de privilegio difícilmente
perciben el carácter pecaminoso de muchas estructuras e instituciones sociales contemporáneas, ni
las causas de muchas injusticias que padecen los individuos y las naciones más débiles.
A Zaqueo no le ha llegado la liberación por profesiones de fe en verdades o dogmas ni por ritos
sacramentales..., sino por la práctica del compartir, por la fidelidad a la justicia social, por hechos
concretos. No es el rico que da algo, aunque sea un gran donativo; es el rico que acepta ser
reclamado y juzgado desde el punto de vista de la justicia social. Acepta ser cuestionado por los
explotados, a los que ahora reconoce como hermanos defraudados. Así será reintegrado al pueblo,
a la verdadera comunidad, de la que estaba excluido por su misma profesión. A los fariseos y a los
dirigentes religiosos no les importaba el problema de la justicia social, sino el cumplimiento de las
leyes y ritos de tipo religioso. Así les iba con Jesús... ¿Ahora?
Sería ingenuo trasladar a nuestros días los detalles de la conversión de Zaqueo; es distinta la
situación social. Sin embargo, podemos afirmar que allí donde el mensaje de Jesús no repercute en
la manera de emplear los bienes, ha perdido toda su credibilidad y exigencia.
257
La acción de Zaqueo no sólo ha repercutido en él. Afecta de manera inmediata a todos los que
viven en su casa, a toda su familia. Con su gesto ha dado a todos los suyos lo mejor que
puede darles: el sentido de la justicia, la honradez, el amor... Aunque hayan sido económicamente perjudicados, Zaqueo les ha dejado la mejor de todas las herencias.
¿Qué fue de su negocio, de su puesto de trabajo? ¿En qué paró todo aquello? Los evangelistas
no suelen narrar la historia completa y acabada de los personajes que salen en los evangelios. Lo que
sí sabemos es que Zaqueo es un ejemplo para todos nosotros.
5. Buscar y salvar lo perdido
También Zaqueo, aunque degradado por los fraudes y los sucios negocios, era "hijo de
Abrahán". También el rico y el explotador es un ser humano, un hombre al que muchos desprecian
y pocos comprenden. Es necesario amarlos hasta que dejen de ser ricos y explotadores, única forma
de amarlos de verdad, de evangelizarlos.
Para evangelizar a los ricos es necesario haber elegido ser pobre. Jesús no envidiaba las
riquezas de Zaqueo; por eso no le tenía resentimiento ni odio, sino compasión. Y así había
entrado en su casa sin doble intención: ni para volcar agresividad y rabia ni para pedirle dinero
para sí y los suyos. Entró como hombre libre para expresar su verdad en toda su radicalidad. Le
hizo descubrir la raíz de su soledad e insatisfacción, por qué lo odiaban...
Finalmente, Jesús nos descubre su misión: "Buscar y salvar lo que estaba perdido".
Intentemos descubrir la originalidad de la conducta de Jesús para con los ricos. Por una parte,
actúa sin contemplaciones con ellos; no los trata delicadamente, con cuidado, para no herirles, como
hacemos tantas veces los hombres de iglesia; menos aún buscaba su ayuda y su protección
(nunca organizó Jesús una "colecta" entre los ricos para sus obras apostólicas o de caridad).
Todo lo contrario: los evangelios abundan en palabras duras para los ricos y sus riquezas. Pero
la dureza de Jesús es fruto de su amor: los trata con severidad porque los ama. Una severidad
que intenta salvar, que va directamente al núcleo de los problemas humanos. Por eso lucha contra
la riqueza sin contemplaciones, porque sabe que es la perdición de los hombres.
¿Cuál es nuestra actitud ante las riquezas? ¿Qué postura tenemos ante el dinero, el placer, el
afán de dominio y de poder..., diosecillos todos ellos de nuestra sociedad?
258
Índice
Primera multiplicación de los panes (Mc 6, 30-34; Mt 14, 13-21;
Lc 9, 10-17; Jn 6, 1-15; Cf Mc 6, 35-44)
1. Evaluar y reflexionar la acción
2. No le dejan tranquilo mucho tiempo
3. El pueblo vuelve a estar de moda
4. Una situación sin salida aparente
5. Compartieron y hubo para todos
6. La eucaristía es común-unión
Decimosexto domingo ordinario. Ciclo B
Decimoctavo domingo ordinario. Ciclo A
Fiesta del Cuerpo de Cristo. Ciclo C
Decimoséptimo domingo ordinario. Ciclo B
4
6
7
8
10
12
14
Jesús camina sobre el lago (Mt 14, 22-33; Cf Mc 6, 45-52; Jn 6, 16-21)
1. De nuevo la oración
2. Dificultades de los Doce
3. Jesús sobre el agua
4. El intento de Pedro
5. Con Jesús desaparece el peligro
Decimonoveno domingo ordinario. Ciclo A
16
17
18
19
20
21
Jesús, pan de vida (Jn 6, 22-71)
1. El evangelio de Juan es esencialmente teológico
2. Insuficiencia del “pan” material
3. El verdadero alimento
4. ¿Cómo lograrlo?
5. El verdadero alimento “es el que baja del cielo y da vida al mundo”
6. Discurso del pan de vida
7. Nos escandalizamos
8. Escuchar y ver al Padre
9. “Yo soy el pan de la vida”
10. La eucaristía expresa la fe
11. “¿Cómo puede darnos a comer su carne?”
12. Jesús vive en el creyente
13. “Este modo de hablar es inaceptable, ¿quién puede hacerle caso?”
14. Jesús nunca hace rebajas
15. Se van la mayoría
16. “Tú tienes palabras de vida eterna”
Decimoctavo domingo ordinario. Ciclo B
Decimonoveno domingo ordinario. Ciclo B
Vigésimo domingo ordinario. Ciclo B
Fiesta del Cuerpo de Cristo. Ciclo A
Vigésimo primer domingo ordinario. Ciclo B
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24
25
27
29
30
31
33
35
36
38
39
40
41
42
44
45
La verdadera religión (Mc 7, 1-23; Cf Mt 15, 1-20)
1. Jesús pretende restaurar el auténtico espíritu religioso
2. El riesgo de las tradiciones
3. Lavarse las manos antes de comer
4. La libertad interior del hombre
5. Lo puro y lo impuro
6. Guías ciegos
7. La pureza de corazón
48
48
49
51
52
54
56
56
259
Vigésimo segundo ordinario. Ciclo B
La fe de la cananea (Mt 15, 21-28; cf Mc 7, 24-30)
1. ¡Qué difícil es aceptar lo verdadero!
2. Petición de la cananea
3. La respuesta de Jesús es cruel
4. “Mujer, ¡qué grande es tu fe!”
Vigésimo domingo ordinario. Ciclo A
58
58
59
60
61
Curación de un sordomudo (Mc 7, 31-37)
1. Los milagros de Jesús
2. Despertar los sentidos
3. Dios quiere que nos comuniquemos
4. La curación
5. Jesús nos libera para que liberemos
Vigésimo tercer domingo ordinario. Ciclo B
64
64
65
65
67
68
Profesión de fe de Pedro (Mt 16, 13-20; Mc 8, 27-30; Lc 9, 18-21)
1. Un texto clave
2. ¿Qué piensa de Jesús la gente?
3. ¿Qué pensamos nosotros?
4. Respuesta de Pedro
5. “Tú eres Pedro”
6. Mesías del dolor y del rechazo
Vigésimo primer domingo ordinario. Ciclo A
Vigésimo cuarto domingo ordinario. Ciclo B
Duodécimo domingo ordinario. Ciclo C
69
70
70
72
73
74
77
Primer anuncio de la pasión y dureza del seguimiento (Mt 16, 21-28;
Mc 8, 31-9, 1; Lc 9, 22-27)
1. El verdadero mesianismo
2. La predicción de Jesús
3. Pedro no está de acuerdo
4. Pedro piensa como los hombres
5. Condiciones del seguimiento
6. Son las únicas sensatas
7. Una frase difícil
Vigésimo segundo domingo ordinario. Ciclo A
Vigésimo cuarto domingo ordinario. Ciclo B
Duodécimo domingo ordinario. Ciclo C
La transfiguración (Mt 17, 1-13; Mc 9, 2-13; Lc 9, 28-36)
1. Simbolismo religioso de la montaña
2. Jesús sube con los tres íntimos
3. “Se transfiguró”
4. Aparecen Moisés y Elías
5. Las palabras del Padre
6. Regreso
7. Otra vez el secreto mesiánico
8. Pregunta sobre Elías
Segundo domingo de Cuaresma. Ciclo A
Segundo domingo de Cuaresma. Ciclo B
Segundo domingo de Cuaresma. Ciclo C
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Segundo anuncio de la pasión y la verdadera grandeza (Mc 9, 30-37;
cf Mt 17, 22-23; 18, 1-5; Lc 9, 43-48)
1. Madurar la opción
2. Segunda predicción de Jesús
3. Los discípulos siguen sin entender
4. Imitadores de Dios
5. El más importante en el reino
Vigésimo quinto domingo ordinario. Ciclo B
Jesús de Nazaret no está limitado a la Iglesia (Mc 9, 38-41; cf Lc 9, 49-50)
1. El pluralismo
2. No podemos monopolizar a Dios ni a su enviado
3. “No se lo impidáis”
4. Habrá recompensa
Vigésimo sexto domingo ordinario. Ciclo B
El escándalo y la salvación de los pequeños (Mc 9, 42-48; cf Mt 18, 6-10;
Lc 17, 1-2)
1. Escandalizar a los “pequeñuelos”
2. Los irreprochables
3. Cada hombre es escándalo para sí mismo
4. “La gehenna”
Vigésimo sexto domingo ordinario. Ciclo B
La corrección fraterna (Mt 18, 15-20)
1. La fraternidad responsable
2. Los poderes de la iglesia
3. Eficacia de la oración en común
Vigésimo tercer domingo ordinario. Ciclo A
El perdón fraterno y la parábola del siervo cruel (Mt 18, 21-35;
cf Lc 17, 3-4)
1. ¿Cuántas veces hay que perdonar?
2. La parábola
Vigésimo cuarto domingo ordinario. Ciclo A
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El poder de la fe y el cumplimiento del deber (Lc 17, 5-10)
1. El silencio de Dios
2. “Auméntanos la fe”
3. Todo es don de Dios
Vigésimo séptimo domingo ordinario. Ciclo C
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Curación de diez leprosos (Lc 17, 11-19)
1. Lo humano y lo cristiano
2. Todos quedan curados
3. Sólo uno llega al fondo de lo sucedido
4. Comprendió que su vida no podía ser la misma de antes
Vigésimo octavo domingo ordinario. Ciclo C
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La mujer adúltera (Jn 8, 1-11)
1. En la fiesta de los campamentos
2. La acusación
3. Respuesta de Jesús
4. Desenlace
Quinto domingo de Cuaresma. Ciclo C
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El ciego de nacimiento (Jn 9, 1-41)
1. El camino de la fe
2. Curación del ciego
3. El ex ciego y sus conocidos
4. El ex ciego y los fariseos
5. Jesús y el ex ciego
6. Jesús y los fariseos
Cuarto domingo de Cuaresma. Ciclo A
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Jesús, buen pastor (Jn 10, 1-21)
1. Mezcla de parábola y alegoría
2. Jesús, puerta hacia el Padre
3. Creer en el Dios de Jesucristo
4. El Dios de la vida
5. Jesús, buen pastor
6. Ama hasta dar la vida
7. Conoce a los suyos y es conocido por ellos
8. Se cuida de todos los hombres
9. Reacciones
Cuarto domingo de Pascua. Ciclo A
Cuarto domingo de Pascua. Ciclo B
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Parábola del juez y la viuda (Lc 18, 1-8)
1. Hemos cambiado los valores
2. El lento crecimiento de todo lo verdadero
3. Necesidad de orar siempre
4. Los protagonistas de la parábola
5. El Hijo del hombre
Vigésimo noveno domingo ordinario. Ciclo C
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Parábola del fariseo y el publicano (Lc 18, 9-14)
1. Orar con humildad
2. La parábola
3. El fariseo
4. El publicano
5. Lección para nosotros
Trigésimo domingo ordinario. Ciclo C
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En la fiesta de la dedicación del templo (Jn 10, 22-42)
1. Más cerca del final
2. Sus credenciales son las obras
3. De nuevo la imagen del pastor y las ovejas
4. Cuando faltan las razones...
5. Jesús se retira al otro lado del Jordán
Cuarto domingo de Pascua. Ciclo C
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Matrimonio y virginidad (Mc 10, 1-16; cf Mt 19, 2-15; Lc 18, 15-17)
1. Sexualidad humana
2. Unos fariseos le preguntan a Jesús sobre el divorcio
3. El matrimonio cristiano
4. La virginidad o celibato cristiano
5. Jesús y los niños
Vigésimo séptimo domingo ordinario. Ciclo B
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El joven rico (Mc 10, 17-31; cf Mt 19, 16-30; Lc 18, 18-30)
1. Peligro de las riquezas
2. ¿Cómo heredar la vida para siempre?
3. El cristianismo no es sólo cuestión de mandamientos
4. “Vende lo que tienes”
5. “Se marchó pesaroso”
6. El camello y la aguja
7. Reacción de los discípulos y respuesta de Jesús
8. Los que le sigan lo quedarán defraudados
9. “Muchos primeros serán últimos”
Vigésimo octavo domingo ordinario. Ciclo B
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Parábola de los obreros de la viña (Mt 20, 1-16)
1. El Dios de Jesús
2. La parábola
3. Los primeros protestan
4. “Los últimos serán los primeros”
5. Interpretación
6. Tentación constante del hombre religioso
Vigésimo quinto domingo ordinario. Ciclo A
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Resurrección de Lázaro (Jn 11, 1-46)
1. Dar vida a los que viven en la muerte
2. Es el enemigo que le queda por vencer
3. Llegaron de Betania
4. Jesús y Marta
5. Jesús y María
6. Victoria de la vida, ya ahora
7. Reacciones
Quinto domingo de Cuaresma. Ciclo A
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Tercer anuncio de la pasión y pretensiones de los hermanos Zebedeo
(Mt 20, 17-28; Mc 10, 32-45; cf Lc 18, 31-34)
1. Última predicción de lo que le espera en Jerusalén
2. Verdaderas intenciones de Santiago y Juan
3. “No sabéis lo que pedís”
4. La verdadera autoridad
5. El ejemplo de Jesús
6. Iglesia, ¿qué dices de ti misma?
Fiesta del apóstol Santiago
Vigésimo noveno domingo ordinario. Ciclo B
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Curación de dos ciegos (Mc 10, 46-52; cf Mt 20, 29-34; Lc 18, 35-43)
1. El último milagro
2. Son conscientes de su ceguera
3. Recobraron la vista
Trigésimo domingo ordinario. Ciclo B
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Zaqueo (Lc 19, 1-10)
1. A las puertas de Jerusalén
2. “Jefe de publicanos y rico”
3. “Hoy tengo que alojarme en tu casa”
4. La doble oferta de Zaqueo
5. Buscar y salvar lo perdido
Trigésimo primer domingo ordinario. Ciclo C
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