UNA REFLEXIÓN DE CUARESMA PARA LLEGAR A LA PASCUA

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UNA REFLEXIÓN DE CUARESMA PARA LLEGAR A LA PASCUA
ASE-015-2009
Germán Alberto Méndez.C.P.
Asesor Espiritual.
A todos los guías que se han alejado
Jesús nos hace una pregunta hoy: «¿Quién dice la gente que soy yo?»:
Llegado el tiempo oportuno, el Verbo del Padre se hizo hombre (Gál 4,4). En Galilea
comenzó a proclamar que está llegando el Reino de Dios, por lo que es necesario creer y
convertirse (Mc 1,14-15). Con estas palabras quisiera empezar la catequesis de este mes,
preparación a su vez para nuestro Encuentro Internacional de México.
Jesús empieza su vida y su misión abriendo su corazón a Dios, pero también abriendo el
corazón de quienes son capaces de escuchar atentos su enseñanza. Esto es, de hacer vida su
evangelio que es Buena noticia para todos.
La vida de Jesús puede expresarse en unas pocas palabras, y sus acciones a su vez en la
pasión por hacer el bien a todos los hombres y mujeres: «pasó haciendo el bien» (Hch 10,38). A
partir de esta expresión surge una respuesta de sus discípulos, es decir, lo que muchos han llamado
el seguimiento. Seguir a Jesús es proponerse como misión colaborar con el bien de todas las
personas, en nuestro caso, proponernos con el bien de los jóvenes. El documento de aparecida nos
recuerda este ideal y exigencia a la vez cuando al referirse a la misión del anuncio de Jesús recoge
los métodos propios de algunos Movimientos que se dirigen a los jóvenes para llevarles el anuncio
del mensaje de salvación. Esta es la Tarea y la misión de nuestro Movimiento, permanecer fieles
a nuestra vocación de guías y misioneros.
La misión que Jesús nos da: el anuncio de su Reino:
La misión de Jesús no es una obra buena que Jesús se empeñó en realizar. Es el encargo
que el Padre de Jesús le hace a su hijo, por la cual el se hace hermano de todos y servidor de todos.
Lo que nosotros hemos llamado el Reino de Dios, la construcción de la Civilización del amor, se
realiza en la persona y en las comunidades de jóvenes, por el Encuentro con Jesús, que es la
revelación del amor del Padre, de quien él mismo es obediente. El anuncio del Reino lo hace
Jesús con sus palabras y sus acciones, y aunque en un primer momento tenga como prioridad a los
más sencillos, a los más pequeños, a los marginados, a los jóvenes, es en realidad una oferta para
todos.
Esta cercanía de Jesús con los necesitados y el regalo de la Vida Nueva muestra una
imagen original “del Dios”: Dios quiere reinar como “Abba” o “Padre”, por el perdón y el don de
su misma vida, quiere ser “nuestro Padre” (Mt 6,9). Una exigencia para permanecer en nuestra
comunidad de hermanos emproístas será desarrollar e insistir en el ejercicio de aprender a ser
Hijos y a la vez hermanos.
Así, aceptar a Jesús por el encuentro con él será aceptar la soberanía de Dios, esto es,
aprender a ser obedientes a él en sus enseñanzas, por el solo hecho que Dios es para nosotros un
Padre. Reflexionar en este punto nos dice el manual de encuentros terminará por transformarnos.
Construir la civilización del amor es, entonces, reconocer y favorecer la acción del buen Dios,
Padre, en la historia de cada uno de nosotros, y que nos salva, primero, haciéndose Hermano de
todos en Jesús; y segundo, liberándonos del hombre viejo por su muerte y resurrección.
El ejemplo que Jesús nos da: su propia vida, el Misterio Pascual:
La primera lectura que hicieron los discípulos de la muerte de Jesús en la cruz fue la de una
irremediable derrota del que muchos habían aceptado como “mesías” (Lc 24,21). No fueron
capaces de comprender que en un hombre como Jesús (Mc 12,14), su manera de vivir marcaba,
radicalmente, su manera de morir. Es decir, que Jesús murió por lo que amaba, aunque esta forma
de morir nos pueda parecer un tanto contradictoria. Muchos, no podían comprender que, según la
voluntad del Padre, la muerte del Hijo era fuente de vida fecunda para todos (Jn 12,23-24).
Y, mientras para unos el dolor, la enfermedad, la angustia, el desempleo, los diversos
males, tienen por causa los pecados personales o familiares y los espíritus impuros (Jn 9,2). Para
dar vida, Jesús vence el pecado y los demonios, por poderosos que ellos sean (Mc 5,9). Así que la
muerte y el sufrimiento no tienen cabida en quienes creemos en Cristo. De este modo no sólo
restituía la salud al enfermo, sino su dignidad de miembro del pueblo santo de Dios. La vida que
Jesús ofrece es para ofrecer una vida abundante a todas las personas y generar la comunión con
Dios y con los hermanos. A esto se siguen dedicando los discípulos de Jesús y por su puesto
nuestro Movimiento de jóvenes.
Si este es el sentido de la misión de Jesús, el misterio pascual es el acto de obediencia al
Padre por el cual el nuestro hermano Jesús, dona plenamente la vida que ofrecía. Su entrega, su
sacrificio voluntario, su confianza que pone la vida en las manos del Padre (Lc 23,46), es lo que lo
hace, esencialmente, salvación «para nosotros» (1 Cor 1,30).
La vida nueva es: el Encuentro con el Resucitado:
Los discípulos, después de Pentecostés, dieron un significado nuevo a la vida y la muerte
de Jesús gracias a la comprensión de la Escritura anterior, y del Evangelio anunciado por los
discípulos mismos. No se trata tan solo del anuncio de fe de un “mesías”. Sino, ante todo, de una
experiencia que se tiene de Jesús, por su cercanía con él, por el esfuerzo de vivir también su
enseñanza de palabra y de obra, pero especialmente por la amistad: esa que se construye día a día.
Es por ello que la resurrección es la Vida de Jesús ofrecida a los suyos para siempre.
Las apariciones del Resucitado y el don del Espíritu nos impulsan a compartir la victoria
de la Vida sobre el pecado y la muerte. Ante el mundo, quienes apostamos por este Encuentro
somos testigos de que el Señor, y sólo Él, es «el Camino, la Verdad y la Vida» (14,6), el único que
tiene «palabras que dan vida eterna» (6,68).
El Padre, que resucita a su Hijo, le concede un nombre «que está por encima de todo
nombre» para que todos reconozcan «que Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre» (Fil 2,911). Por ello vale la pena gritar en todas las direcciones que por Jesús vale la pena hasta hacer el
ridículo, como he encontrado muchas comunidades de jóvenes gritando esta nueva Frase
aclamada.
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