El Corazón traspasado Alfonso Álvarez Bolado, s], España Superando malentendidos, contrarrestando una indudable debilitación en la estima de la devoción al Corazón de Jesús en los últimos sesenta años, ya Pío XII en 1956 (Haurietis aquas) y, en la actualidad, Benedicto XVI en 2005 (Deus caritas est) reivindican su actualidad profética, liberada de ocasionales sensiblerías. Es llamativa la afirmación del actual Papa en carta al anterior General de los jesuitas, Peter Hans Kolvenbach (2006): "Sigue en pie la tarea siempre actual de los cristianos de continuar profundizando en su relación con el Corazón de Jesús para reavivar en sí mismos la fe en el amor salvador de Dios, acogiéndolo cada vez mejor en su propia vida . Reavivar en sí mismos parece expresión deliberadamente escogida, frente al clima extintor de tradiciones de nuestra cultura escéptica, agnostizante. Los jesuitas no podrían sentirse no afectados por este reavivar en sí mismos. En las postreras líneas de la carta el papa les recuerda sobriamente que han sido siempre sumamente activos en la promoción ele esta devoción. El Símbolo El costado atravesado con una lanza (Jn 19, 34) revela la inagotable voluntad de salvación de Dios que se expresa en tan dramática imagen. Por tanto -concluye el Papa- la mirada retenida en ese costado abierto no puede ser considerada como una forma pasajera de culto o devoción. La adoración del amor de Dios, que ha encontrado en el símbolo del 'corazón traspasado' su expresión histórico-devocional, sigue siendo imprescindible para una relación viva con Dios. Se esclarece el énfasis de testigo con que narra el evangelista Juan el acontecimiento del costado atravesado, que remata dando por cumplida la profecía de Zacarías: Mirarán aI que atravesaron. Tanto el acontecimiento como la mirada que provoca, le parecen al evangelista transcender cualquier sensibilidad de época. Poseen una trascendencia «meta-cultural», dirían los antropólogos de hoy. Poner la mirada en ese corazón traspasado de Cristo al que Juan alude convierte en Imagen impactante la realidad de que "Dios amor". Es allí, en la culminación de la muerte del Crucificado donde se hace visible el amor en su exceso. La cruda realidad de esta imagen -comenta Benedicto XVI -no permite recibir de modo pasivo aI Logos encarnado, nos implica en la dinámica de la correspondencia, de la entrega. Un símbolo no excluyente No se trata, sin embargo, hacer de una “mirada” reveladora y eficaz algo excluyente. El actual General de los jesuitas, Adolfo Nicolás aclara en una reciente entrevista: Estamos en la era de la 'expresión', de la 'expresividad', de una increíble multiplicación de los símbolos, que complementan, corrigen, sustituyen, o completan otros símbolos. Se ha hecho muy difícil privilegiar un símbolo sobre otros. Por otra parte, el mayor conocimiento de la Biblia y de las fuentes de la vid de la Iglesia desde el principio, ha puesto mucho más de manifiesto el mensaje del Dios-Amor, del Dios de la Misericordia, del Dios compasivo de las Escrituras y del Evangelio de Jesús. Lo que la devoción al Sagrado Corazón hizo en los siglos precedentes sigue válido y profundamente enraizado en la fe de la Iglesia. Pero hoy día forma parte de un patrimonio simbólico y espiritual compartido con otras expresiones simbólicas del amor de Dios manifestado en Cristo, que sigue siendo el centro de nuestro mensaje. Una vez más la Compañía se siente llamada a buscar primero, y apoyar después, en profundidad este núcleo caliente y liberador del amor de Cristo, cuyo mensaje sigue siendo la Buena Noticia para todos los tiempos. Esta afirmación de un hombre tan conocedor de las culturas orientales y de su diversidad, nos ayuda en un doble y complementario sentido. ¿Por qué el Papa actual ha puesto tanto empeño en desarrollar la solidez teológica de una devoción tan válida y profundamente enraizada en la fe de la Iglesia? ¿Y también por qué resulta necesaria la rehabilitación de lo que entendemos, en este caso, por devoción? Lo había subrayado ya Benedicto XVI: el misterio del amor de Dios por nosotros los hombres, su pueblo y los que aún no lo son, no constituye sólo el contenido de la devoción al Corazón de Jesús, es el contenido de toda verdadera espiritualidad y devoción cristiana. Por lo mismo, concluye el Papa, es importante subrayar que el fundamento de esta devoción es tan antiguo como el mismo cristianismo. ¿Qué es la Devoción? Y desde luego necesitamos rehabilitar enérgicamente lo que entendemos por devoción cuando la referimos al Corazón de Jesús. Tiene poco que ver con una suma de prácticas particulares, aunque no se precise desvalorar ninguna. En su carta a Kolvenbach, Benedicto XVI integra esta preciosa cita de Juan Pablo II: Junto al Corazón de Cristo, el corazón humano aprende a conocer el auténtico y único sentido de la vida y de su propio sentido, a comprender el valor de una vida auténticamente cristiana, a permanecer alejado de ciertas perversiones del corazón, a unir el amor filial a Dios con el amor al prójimo. De este modo -y ésta es la verdadera reparación exigida por el Corazón del Salvador- sobre las ruinas acumuladas por el odio y la violencia podrá edificarse la civilización del amor. ¿No resulta clara la afinidad entre esta inteligencia de la devoción al Corazón de Jesús y aquel conocimiento interno del Señor, que por mí se ha hecho hombre, para que más le ame y le siga que busca el ejercitante desde el comienzo de los Ejercicios? ¿De aquel conocimiento interno de tanto bien recibido, para que yo, enteramente reconociendo, pueda en todo amar y servir? El reconocimiento del Dios viviente es una vía hacia el amor; y el sí de nuestra voluntad a la suya abarca entendimiento, voluntad y sentimiento en el acto único del amor. Es éste un proceso que siempre está en camino: el amor nunca se da por 'concluido' y completado: se transforma en el curso de la vida, madura y, precisamente por ello, permanece fiel a sí mismo (Deus caritas est, 17). ¿Es esto lo que pretende la Contemplación para alcanzar amor? ¿Poder en todo amar y servir? Símbolo pero realidad Es bueno estar en el Corazón de Dios, ¿pero Dios tiene corazón? (Kart Barth se lo preguntaba de las manos de Dios). Un Corazón muy diferente, mejor, más amoroso que esa piedra que tantas veces en nosotros ocupa su lugar. Su Corazón nos envuelve y nos abraza, nos ama y protege. ¿Es un símbolo? Lo es por cuanto evoca, pero es algo muy verdadero y concreto en Jesús, el revelador del Padre. Un Corazón que amó al joven rico y a la adúltera, que sintió compasión por cansados y fatigados, que se entregó al extremo por los suyos. El Corazón traspasado del que finalmente brotó sangre, para hacer que nuestros corazones vivieran al ritmo de su palpito sanguíneo, y agua, para que nuestra biografía fuera una inundación. Una devoción que no son fórmulas de otra época, ni siquiera de la nuestra, sino ofrenda del corazón humano que se consagra a amarle a Él con toda el alma; que llama a respetar el amor, a elevarlo, a educarnos para una visión serena de las cosas; que perdona, que se sacrifica sin cálculos, que se hace pobre y bienaventurado, hermano entre hermanos. La devoción al Corazón de Jesús es entrega total al mundo en que vivimos.