Las apariciones pueden verse como un fuerte cambio a diez años de la conquista de Tenochtitlán, que transgrede en su momento la concepción evangelizadora principalmente de los franciscanos. Las reacciones incluyeron sorpresa, admiración, sospecha y rechazo, unidos a una devoción inmediata por parte de muchos de los indígenas cercanos al Tepeyac. En 1555 el segundo Arzobispo de la Nueva España, el dominico Alonso de Montúfar, promovió el culto a la imagen de Guadalupe, provocando la crítica por parte del provincial de los franciscanos. Unas décadas más adelante, Fray Bernardino de Sahagún expresa también su recelo por la devoción. A diferencia de los franciscanos, los jesuitas, que llegaron a la Nueva España en 1572, impulsaron el culto a la Guadalupana incluyendo su imagen en todos sus colegios e iglesias. Aun cuando los primeros manuscritos acerca de las apariciones provienen de fuentes indígenas cercanas a la fecha de 1531, quienes difundieron la devoción durante los siglos XVII y XVIII fueron los criollos, apoyados por los jesuitas, el clero y las diversas órdenes religiosas. En el siglo XVII se publican las primeras crónicas criollas del acontecimiento guadalupano en los impresos del bachiller Miguel Sánchez, del clérigo Luis Laso de la Vega, las obras de Luis Becerra Tanco y del jesuita Francisco de Florencia.