Carmelo Jorge Delgado Secretario de Economía y Políticas Sectoriales HAY PARTIDO Ha pasado la huelga general y empiezan a notarse los primeros efectos que demuestran mejor que cualquier argumento, que la movilización de una inmensa mayoría social, que supone en la práctica el soporte electoral del actual gobierno –sin que eso signifique que acepte, en el gobierno, un supuesto carácter de izquierda que ahora no pretendo debatir pero que en todo caso niego- Bien, pues esa movilización ha producido ya cambios y va a seguir produciéndolos en las próximas semanas, pero en mi opinión, pecaríamos de miopía si nos conformásemos con ganar el día de la huelga general, o las semanas después de la huelga, e incluso si nos cegase la euforia ante la caída de alguno de los enemigos mas acérrimos de la huelga. Es obvio y cada día se verá con mayor claridad que la paralización del país con motivo de la convocatoria del 29-S fue prácticamente total, igual que ha sido innegable la participación masiva de la ciudadanía en los actos de protesta que se hicieron aquel día y que quienes soñaron con el inicio del fin del movimiento sindical volvieron a despertar una mañana de ejemplar ejercicio del poder sindical. Pero tan cierto como el éxito indiscutible de la huelga, lo es que todavía no hemos ganado nada que no sea el derecho a seguir batallando, que por otro lado y en esta situación es el máximo posible que se podía obtener con una convocatoria de huelga general. En efecto, la crisis económica y sus efectos sobre el tejido productivo, la cohesión social, el balance de las cuentas públicas y sobre la vida de millones de compatriotas siguen ahí pendientes de solución. Los intereses económicos y políticos que nos han llevado a esta situación siguen contando con un peso mayor incluso que el de los estados e incluso las uniones multiestatales. El poder político, en Europa o bien forma parte de ese entramado o bien se ha plegado a su ofensiva y un porcentaje importante de la ciudadanía considera los recortes sociales como inevitables debido al constante bombardeo mediático sobre la insostenibilidad del modelo social europeo. En el terreno de la batalla ideológica la estrategia de salida de la crisis tampoco va nada bien para los valores que defendemos. Pasado el primer efecto de retirada, que simboliza aquella extraña propuesta del expresidente de la CEOE, el Sr. Durán Ferrer, de suspender temporalmente el capitalismo, recuperada la sostenibilidad mediante la recepción de miles de millones de euros de fondos públicos, ahora se trata de mutilar al estado de bienestar, se trata de generar un sistema mundial de competitividad basado en reducir los costes del factor trabajo. Ni siquiera es cierto que exista una estrategia mundial de salida de la crisis mediante el ajuste en torno a la deuda. Sólo la Unión Europea ha adoptado esa estrategia de salida, mientras EEUU y gran parte de los países emergentes, han optado por políticas de corte socialdemócratas cuyos resultados están por ver, pero cuya eficacia a la hora de paliar los efectos sociales de la crisis son indiscutiblemente mejores. Por otro lado, países como China compiten con el manejo artificial de su moneda como estrategia anticrisis. No es casual que los mercados exijan y los gobiernos acepten, sólo en Europa, que la salida de la crisis suponga un brutal recorte del gasto público, que puede hacer inviable el modelo social que caracteriza a la Unión. En el mundo-aldea en el que vivimos, los propios procesos de deslocalización, consistentes en trasladar la producción allá donde los costes son menores, han llevado también el modelo social europeo para convertirlo en referencia de los anhelos de cientos de millones de personas que ya saben que existe la sanidad o la enseñanza gratuita. Incluso dentro de la Unión, las diferencias de trato entre situaciones como la irlandesa o la griega, demuestran hasta que punto son los intereses de los mercados los que se sobreponen al interés colectivo. Mientras la Unión intervino las cuentas griegas con urgencia ante el creciente interés de la deuda griega, en Irlanda no se hará preciso intervenir hasta que, a base de endeudar al estado irlandés, éste no ponga a salvo a sus entidades bancarias. Es decir, despilfarraron miles de millones de euros procedentes del esfuerzo de millones de pequeños ahorradores, que luego con sus impuestos tuvieron que tapar el agujero que se había creado en el sistema financiero. Ese esfuerzo económico, junto con los sobrecostes que para el gasto público han representado los efectos sobre la economía real de la crisis financiera, generaron una deuda en las cuentas públicas que financiaron con el dinero público que recibieron para evitar la quiebra. En un mundo con valores, se habrían quedado ahí. Habrían obtenido un interés razonable por financiar esa deuda, interés que hubiese contribuido a su sostenibilidad y la crisis hubiese tenido un epilogo doloroso pero útil para el futuro. Pero este es un mundo sin valores y ahora para seguirnos financiando la deuda que nos generó su trapisonda, nos exigen que recortemos nuestra calidad de vida, que retrasemos la edad de jubilación, que paguemos una parte de los servicios públicos hasta hoy gratuitos, que nos dejemos despedir, que dejemos hacer al patrón, que nos olvidemos de lo que hemos conquistado. Frente a esta monstruosa demostración de cinismo, la Comisión Europea, los gobiernos nacionales, las instituciones democráticas lejos de representar a los ciudadanos se pliegan a las pretensiones de los mercados generando un clima de conflictividad social en todo el continente. En este escenario algunos consideran que el movimiento sindical es la última trinchera por superar sin plantearse siquiera que detrás de la última trinchera puede haber un abismo al que conviene no asomarse siquiera. El movimiento sindical forma parte de la esencia del modelo social europeo, pero ni es el modelo social europeo, ni siquiera se puede decir con propiedad que este sea una conquista, en exclusiva, del movimiento sindical. Este modelo social construido entre todos y enriquecido por las aportaciones surgidas con las nuevas incorporaciones que ha sufrido a lo largo de la historia la Unión, forma parte del núcleo duro de la legitimidad, no sólo del proyecto europeo sino de las propias democracias nacionales que lo componen. Cuando los ciudadanos ven como los Estados corren presurosos en ayuda de los bancos mientras recortan las ayudas a los mas necesitados, cuando en lugar de fijar reglas para terminar con la especulación financiera, los gobiernos imponen restricciones a los derechos de los ciudadanos, cuando la gente que necesita ayuda no la encuentra mientras continua el burdel de las primas a los directivos, las jubilaciones de platino, cuando la política y la democracia se arrodillan ante los mercados, quienes se deterioran son la política y la democracia, abriendo peligrosas puertas por las que la frustración y el desencanto con la democracia, acompañan al crecimiento de la extrema derecha, la aparición de presiones xenófobas, la criminalización del disidente. En suma nada que no este ya en la historia de Europa, cuya situación antes del inicio de la construcción de este modelo social no precisa comentarios. ¿Nos corresponde pues a los sindicatos la defensa de la esencia de la democracia? No, afortunadamente no nos corresponde esa enorme responsabilidad, no en exclusiva al menos. La democracia es una conquista ciudadana, civil, arraigada en la cultura europea y es a los ciudadanos a quienes corresponde la responsabilidad de su evolución, los trabajadores y las trabajadoras, sus organizaciones, en su condición de integrantes de la ciudadanía toman una parte de esa responsabilidad. En todo caso convendrá hacer un esfuerzo por mejorar los aspectos sociopolíticos de nuestra actividad y nuestra relación con el reto del tejido organizativo de la sociedad civil. Pero el trabajo de los sindicatos debe ser el que está siendo. En Grecia, en Portugal, en Francia, en España el movimiento sindical mantiene viva la resistencia mientras se inicia la reacción de la ciudadanía que tanto en Francia como en España supera las mejores expectativas previstas. Es imposible saber el resultado de esta batalla entre ciudadanía y especuladores, entre democracia y mercado pero ya si se puede decir que la habrá y que se librará en el marco de la Unión Europea. No habrá desmantelamiento del Estado de Bienestar sin conflictividad social, la ciudadanía europea no se dejará arrebatar sus señas de identidad mas preciadas sin rechistar. En España el 29 de septiembre, los trabajadores y las trabajadoras nos ganamos el derecho a seguir batallando porque quienes pensaron en doblar el espinazo de los sindicatos con un fracaso de la movilización se equivocaron, porque pasado ese día y ganada esa batalla, muchos que pensaban que era imposible se animarán a participar, porque mas temprano que tarde el gobierno tendrá que rectificar su modelo de reforma laboral, porque todos los días se suman movilizaciones y conflictos en otros paises de Europa. Por todo eso el día 29 de septiembre los trabajadores y trabajadoras españolas nos demostramos a nosotros mismos y a nuestros adversarios, que habrá conflicto social, que no está ganado de antemano y que pese a que con el ruido que hicieron parecían con ventaja, la huelga general nos ha demostrado que esa ventaja no existía y que, para decirlo en términos futbolísticos, hay partido y aunque no será fácil ganarlo nos hemos ganado el legitimo derecho de intentarlo.