“La imagen irrellenable: Los intentos del cine digital de articular su discurso en torno a una imagen inexistente” Clara Santaolaya Cesteros Profesor: Sergi Sánchez Nombre de la asignatura, trimestre, año: Tendencias del cine digital. 2º Trimestre. 2014-2015 Facultad de Comunicación Universitat Pompeu Fabra Resumen: Este trabajo trata de ahondar en el nuevo régimen de representación sustractiva, basada en la no-imagen, que se creó tras la Segunda Guerra Mundial, tras manifestarse la imposiblidad de representación del Holocausto. Y también intentará profundizar en cómo el cine digital pretende, mediante diversas estrategias, rellenar ese vacío de representación, esa inenarrabilidad, gracias a la inclusión del punto de vista múltiple y las voces testimoniales de víctimas y verdugos. Palabras clave: Irrepresentabilidad. Holocausto, Auschwitz, Agamben, DidiHuberman, Farocki, Punto de vista múltiple, Víctimas, Verdugos, Joshua Oppenheimer, No-imagen, Representación sustractiva. Abstract: This project tries to delve into the new regime of subtractive representation, based on the non-image, which was created after the Second World War, after manifest inability to representation of the Holocaust. And also, it will attempt to deepen on how digital cinema seeks, fill that void of representation, that impossibility to narrate, through various strategies, thanks to the multiple point of view and the testimonial voice of the victims and executioners. Keywords: Unrepresentability, Holocaust Auschwitz, Agamben, DidiHuberman, Farocki, Multiple viewpoint, Victims, Executioners, Joshua Oppenheimer, Non- image, Subtractive representation. 1 La imagen sustractiva surgida tras el Holocausto La tesis fundamental sobre la que versará este estudio parte de la concepción de que desde el final de la Segunda Guerra Mundial el régimen de representación estética de las imágenes gira en torno a un centro vacío. Esto supone una carencia que el cine digital pretenderá llenar mediante la inclusión del punto de vista múltiple y el planteamiento de discursos contra-hegemónicos, todo ello conseguido gracias a la democratización de la imagen. Para guiarnos a través de este recorrido emplearemos tres de las obras de Harun Farocki, que nos servirán para vehicular esta argumentación desde los primeros años de la postguerra hasta el momento actual y vertebrar, así, nuestra investigación. Lo que singulariza al Holocausto, por encima de otros genocidios a lo largo de la Historia, no es tanto la planificación rigurosa de la destrucción del pueblo judío, sino la meticulosa preparación de la invisibilidad del acto en sí. “Que desaparezcan en la noche y se desvanezcan entre la niebla” clamaba el gigante Fasolt en “El Oro de Rin” (Wagner. R. 1869), y en eso es precisamente en lo que se basaba la solución final planeada por los nazis; erradicar, no sólo la existencia del pueblo hebreo, sino la total desaparición del propio exterminio. El punto extremo de esta voluntad se llama “Vernichtung” en alemán: la reducción a la nada, es decir, aniquilación, pero también aniquilación de esa aniquilación, desaparición de sus huellas, desaparición de su nombre mismo 1. Desde que se descubrió la magnitud del Holocausto, el régimen de representación cambió indefectiblemente, ya que se topó con una fractura, una falla, un límite. El horror experimentado entre los muros de los campos de exterminio adquirió tal magnitud que se consideró en toda medida irrepresentable, inenarrable. La realidad, en su absoluta brutalidad, había traspasado los límites de la imaginación, y por tanto, de la representación. Y allí, a la luz sobreexpuesta de las puertas de las cámaras de gas registradas en las imágenes tomadas por un sonderkommando, se conformó una imagen sustractiva, liminal, centrípeta. Este nuevo régimen de figuración gravita alrededor de una imagen que no existe, que no puede darse. Un círculo que gira en torno a un centro vacío, un embudo de la representación que absorbe la imagen y su significado, trasgrediendo los límites del anterior régimen estético, y fracturándolo. Tras el Holocausto no queda nada, ni imágenes ni huellas, solo testimonios que tienen que edificar su relato sobre el vacío, sobre una causalidad en suspenso. Esta crisis de representación de la realidad provoca una ruptura con el anterior modelo positivista y objetivista del conocimiento, que concebía los hechos, también aquellos del pasado, de un modo ajeno al sujeto, y susceptibles, además, de ser aprehendidos directamente. Se genera, por tanto, una encrucijada, en la que, si bien la realidad sigue existiendo, ya no puede ser aprehendida y representada bajo el amparo de la objetividad y la certeza absoluta. El evento recodado nunca es total, nunca del todo representado 2. Ante esta falla estética, se conforman dos nuevas opciones de representación antagónicas. Adorno, por su parte, decreta la imposibilidad del arte después de 1 RANCIERE, Jacques, “Figuras de la historia”, Ed: Eterna Cadencia, Madrid, 2013, pp. 44 2 BAER, Alejandro, “El testimonio audiovisual: Imagen y memoria del Holocausto”, Ed: Centro de investigaciones sociológicas, Madrid, 2005. pp. 259. 2 Auschwitz 3. “Escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie” dice, y por ende, toda estilización, ficción o representación inherente al acto artístico supone una victoria póstuma del nazismo. 4 Ranciere, sin embargo, defiende que ante esta irrepresentabilidad, sólo el arte es posible, “porque su trabajo mismo es el de dar a ver algo invisible, a través de la potencia reguladora de las palabras y las imágenes, juntas o disjuntas, porque es, entonces, lo único capaz de volver sensible lo inhumano”. 5 En este sentido, Didi-Huberman observa como Walter Benjamin, Kracauer y Godard coinciden en defender que existe una relación de la imagen con el pasado y que esta juega un papel redentor (en una acepción no religiosa del término) permitiendo, así, pasar a una nueva ética de la imagen 6. Godard afirmaba que el nuevo régimen de representación debía intentar salvar un conocimiento, una memoria de las victimas, que de algún modo podría resurgir a través de las imágenes. Supone que la no-imagen del Holocausto impregna todas las demás imágenes del siglo, las anteriores que vaticinaban lo que iba a ocurrir, y las posteriores, que indefectiblemente se verían colonizadas por ella. La prueba de esta dualidad puede observarse al comparar dos de las más eminentes películas que tratan sobre este concepto de irrepresentabilidad del Holocausto, y que además adoptan posturas contrarias acerca de la cuestión de la transmisión de esa no-imagen, “Shoah” (Lanzmann. C. 1985) y “Noche y niebla” (Resnais. A. 1955). “Noche y niebla” opta por una postura más afín a la vía que marcan Ranciere, Godard, y Didi-Huberman, más partidarios de la iconofilia, que como también hicieran Arendt, Bataille y Antelme, defienden la necesidad de repensar de nuevo al hombre tras el Holocausto, mediante el establecimiento de un nuevo régimen de representación basado en la relectura a contrapelo de las imágenes ya existentes, y de las aún por llegar. Didi-Huberman asegura que pese a que la imagen no nos dicen todo debemos seguir mirando, profundizando, construyendo sus figuras ocultas. Debemos mirar las imágenes y tratar de aprehenderlas pese a todo. 7 La obra se abre mediante un lento travelling a través de las vías de tren que llevaban a Auschwitz, este movimiento de cámara se posiciona “en busca de una huella, un registro, tanta destrucción tiene que dejar marca”, y continúa, “ninguna descripción, ni imagen puede revelar su verdadera dimensión, solo un terror ininterrumpido. Solo podemos mostrar el caparazón exterior, la cubierta, la superficie, es inútil tratar de describir lo que ocurría allí…”. El film trata de dar cuenta del hecho histórico mediante una confrontación entre pasado y presente, entre imagen de archivo en blanco y negro, montadas por corte rápido, conformando jirones de la Historia inimaginable, e imágenes a color del presente, largos travelling de los lugares dónde se produjo el horror, en busca de registro que pueda ser capaz de dar cuenta de lo allí acontecido. 3 ADORNO, T.W, “Dialéctica de la Ilustración”, Ed: Akal, Madrid, 2007. 4 LAGO, Alberto. S, “Imágenes después de Auschwitz”, Ed: Universidad Carlos III, Madrid, pp.1. 5 RANCIERE, Jacques, “Figuras de la historia”, Ed: Eterna Cadencia, Madrid, 2013, pp. 47. 6 DIDI-HIBERMAN, Georges, “Imágenes pese a todo: Memoria visual del Holocausto”, Ed: Paidós, Madrid, 2004. 7 Ibid. 3 En una de las primeras imágenes de “Shoah”, un superviviente del campo de exterminio de Chelmno dice: "Esto no puede contarse. Nadie puede representar lo que ocurrió aquí. Es imposible. Nadie puede comprenderlo". Esta incapacidad de transmisión y esta sensación de innenarrabilidad del acontecimiento están presentes en la mayoría de los testimonios de los supervivientes de los campos. Podemos percibirlo en la obra de Antelme, "A nosotros mismos, lo que teníamos que decir, empezaba ya a parecernos inimaginable" 8, también en la de Améry "Todos los intentos de explicación... han fracasado radicalmente" 9, y en definitiva, impregna todas los intentos de transmisión de la experiencia vivida 10. “Shoah” se basa en una prohibición explícita y autoimpuesta de toda representación del Holocausto debido a su particular régimen de acción. Auschwitz ejerce una agresión contra la esfera del imaginario que imposibilita que la imagen pueda elaborar la memoria. Debido a esto, Lanzmann decide basar su documental únicamente en el testimonio oral de los actores principales del acontecimiento, los supervivientes, verdugos y testigos, renegando de las imágenes de archivo. "No me gustan, no hablan de la verdad, cualquiera puede usar esas imágenes. Además, no existen imágenes sobre los campos de exterminio, no hay archivos, no puede haberlos, el exterminio también es eso. Lo que hay es la nada, no hay huellas y hay dificultad, acaso imposibilidad de contar, de nombrar”, dice el director. Para el autor, contener el horror en una imagen sería intentar comprenderlo y el punto de partida para justificarlo. Por ello, recurre a la voz y al cuerpo del testigo ante la ausencia de archivo, confortándolo con los lugares donde se produjeron los hechos, rodados esta vez en la actualidad, como ya hiciera Resnais en “Noche y niebla”. Muchos de estos parajes se han reconvertido en idílicos campos, que más que lugares de la memoria, parecen lugares de la ausencia, de la sustracción. 11 Agamben, continuando en esta línea, asume esa innenarrabilidad e indecibilidad de Auschwitz, y defiende que los campos nos descubren umbrales hasta entonces no traspasados por la humanidad. Asimismo, de las declaraciones de Primo Levi extrae la figura del Muselmann, el testigo integral de lo que pasaba en los campos, aquellos hombres y mujeres que habitaban un cuerpo marchito, pero que ya habían abdicado de la voluntad de vivir. El Muselmann se erige en símbolo del campo y en representante de la singularidad de Auschwitz. 12 No obstante, el testimonio contiene una laguna en sí mismo. Porque los testigos, por definición, son quienes han sobrevivido. El destino del prisionero común no lo ha contado nadie, porque para él no era materialmente posible sobrevivir. “Los que hemos sobrevivido somos una minoría anómala, además de exigua: Ellos son la 8 ANTELME, Robert, “La especie humana”, Ed: LOM, Santiago de Chile, 1999, pp. 21. 9 AMÉRY, Jean, “Más allá de la culpa y la expiación. Tentativas de superación de una víctima de la violencia”, Ed: Pre-textos, Valencia, 2004, pp. 16. 10 Quizá no hay nadie que haya expuesto con mayor inmediatez esa divergencia y esa desazón, como Salmen Lewental, un integrante del Sonderkommando, que confió su testimonio a algunas hojillas enterradas cerca del crematorio III, que salieron a la luz diecisiete años después de la liberación de Auschwitz. “Ningún ser humano puede imaginarse -escribe Lewental en su sencillo yiddish- los acontecimientos tan exactamente como se produjeron, y de hecho es inimaginable que nuestras experiencias puedan ser restituidas tan exactamente como ocurrieron... nosotros, un pequeño grupo de gente oscura que no dará demasiado que hacer a los historiadores.” AGAMBEN, Giorgio, “Lo que queda de Auschwitz”, Ed: Pre-textos, Valencia, 2010, pp. 10. 11 CAMPA MARCÉ, Carlos, “Instrucciones para ver Shoah”, Ed: Ajuntament de l’ Eliana, Valencia, 2010. 12 AGAMBEN, Giorgio, “Lo que queda de Auschwitz”, Ed: Pre-textos, Valencia, 2010, pp. 10-15. 4 regla, nosotros la excepción... Los que tuvimos suerte hemos intentado, con mayor o menor discreción, contar no solamente nuestro destino sino también el de los demás, precisamente el de los "hundidos"; La demolición terminada, la obra cumplida, no hay nadie que la haya contado, como no hay nadie que haya vuelto para contar su muerte. Nosotros hablamos por ellos, por delegación” 13. Shoshana Felman y Dori Laub, en el transcurso de una investigación llevada a cabo en la Universidad de Yale, definieron el Holocausto como el "acontecimiento sin testigos", en el sentido de que sobre ello es imposible dar testimonio. Ni desde el interior-porque no se puede dar cuenta del acontecimiento desde el interior de la muerte, no hay voz para la extinción de la vozni desde el exterior, porque el superviviente queda excluido por definición. 14 Esa paradoja, como decíamos, emerge de la esencia del testimonio mismo. Por una parte, los supervivientes perciben los hechos como lo único verdadero, inviolable, inolvidable; por otra, esta verdad es a la vez inimaginable, irreductible a los elementos reales que la constituyen. “Unos hechos tan reales que, en comparación con ellos, nada es igual de verdadero; una realidad tal que excede necesariamente sus elementos factuales: ésta es la aporía de Auschwitz.” 15 Aquí, nos detendremos en el primer film de Farocki, “Fuego inextinguible” (1969). En esta obra, el director se centra en tratar de representar lo que no existe, lo que no puede ser, lo que se sustrae a la representación, intentando, a la vez, encontrar otros caminos representativos para poder enunciar lo inimaginable. Tras leer la declaración de una víctima de los daños del napalm ante el Tribunal de Crímenes de Guerra de Vietnam en Estocolmo, Farocki nos interroga, ¿cómo podemos mostrarles el napalm en acción?. Y él mismo se responde. Si se mostraran los efectos tal cual son, cerraríamos primero los ojos, luego los cerraríamos ante la memoria, después ante los hechos y por último, ante todo el contexto. Además, heriría nuestros sentimientos, sería como si lo usaran contra nosotros, como si nos hirieran. Para tratar de clarificar esta aseveración que Farocki expresa en su película, y para dar cuenta, también, de la relación entre las películas que venimos tratando, me permito traer aquí unas declaraciones de Lanzmann, reviviendo su vieja polémica con Godard: "Él decía que un periodista con 20 años de investigación por delante encontraría las imágenes de las cámaras de gas. Es absurdo. ¿Se lo imaginan? Las cámaras de gas estaban a oscuras, en ellas gaseaban juntas a más de 3.000 personas en la más completa oscuridad. Tres mil personas que trepaban unas a otras huyendo del suelo. Los niños quedaban abajo, con las sienes reventadas. Era el combate de la muerte. ¿Quién quiere imágenes de eso? Eso no serviría para nada, no se podría ni mirar. Sobre eso sólo cabe construir, construir desde la nada. Ése era mi propósito". Como venimos explicando anteriormente, a partir de este momento pregnante de la Historia del s.XX la representación de las imágenes falla, y es debido a que se topa con la mayor irrepresentabilidad posible, la experiencia de la muerte. Daniel Diné afirma la incapacidad del ser humano para percibir y asumir su propia muerte. Defiende que solo podemos experimentar la muerte en 3ª persona, “de la muerte en 1ªpersona, es decir, de la mía, no puedo hablar en absoluto porque es mi muerte[...]Se que moriré, pero no lo creo, dice Jacques Madaule. Lo sé pero no estoy íntimamente 13 PRIMO, Levi, “Los hundidos y los salvados”, Ed: El Aleph, Barcelona, 2000, pp. 72-73. 14 AGAMBEN, Giorgio, “Lo que queda de Auschwitz”, Ed: Pre-textos, Valencia, 2010, pp. 55. 15 Ibid. pp-37 5 persuadido. Si estuviera persuadido, totalmente seguro, no podría vivir. Entonces, lo aplico a los otros.” 16 Es debido a esta imposibilidad que el exterminio de los judíos supuso una fractura de tal magnitud en el régimen de representación anterior, porque enfrenta a la humanidad como ente colectivo con su destrucción. El Holocausto supone la destrucción de lo humano, de la representación, el encuentro con la otredad más absoluta, la cita de la humanidad con su propia muerte, algo inconcebible e irrepresentable en sí mismo. El derecho internacional se transmuta tras los juicios de Núremberg, debido a que intentan juzgar un crimen impensable pero a la vez posible: “los crímenes contra la humanidad”. Consecuentemente, una nueva antropología de lo humano se nos aparece: nada inhumano es ajeno ahora a lo humano. La conversión del judío en otro, en no-humano no implica solo la muerte del judío, sin también la muerte del hombre. 17 Por tanto, de la mano de la destrucción del hombre viene dada una destrucción de la representación, una negación de la imagen, que pierde su significancia y sus anteriores códigos de lectura. Esto supone una suerte de muerte de la imagen y de su significado, lo que propicia una incomprensión por parte del lector y una imposibilidad de su aprehendimiento. Esta sustracción de los signos de lectura puede observarse en el siguiente film de Farocki, “Imágenes del mundo e inscripciones de la guerra” (1989), donde la falta de contexto, de marco, de centro que es inherente a la ya explicada no-imagen post-Auschwitz, hace que la propia imagen deje de ser legible, y se convierta en no-experiencial. En Enero de 1944, los aliados pretendían bombardear las fábricas de suministros y municiones de Alemania para acelerar la victoria, y por tanto enviaron varios aviones a realizar fotografías aéreas de reconocimiento. Uno de esos aviones captó varias imágenes de Auschwitz. Sin embargo, pese a poderse observar claramente las instalaciones del campo de exterminio en las fotografías, cámaras de gas y filas de judíos a punto de ser gaseados incluidas, los aliados no fueron capaces de reconocerlas. Los agentes de inteligencia militar se hallaban buscando fábricas de armamento, y no tenían la intención, el tiempo, ni las ganas de leer correctamente y contrapelo esas imágenes, preguntándose más allá de lo que creyeron ver en un primer vistazo. En ese momento no hubo lectura pese a todo, volviendo a DidiHuberman, y a pesar de las continuas protestas de las comunidades de judíos en el exilio, Auschwitz no fue bombardeado, permitiendo que muchas personas siguieran muriendo allí durante meses. No fue hasta 1977, debido al impacto de serie americana “Holocausto” (1978), que dos agentes de la CIA buscaron en los archivos militares de aviación y pudieron leer correctamente esas imágenes, en las que ya estaba inscrito el horror de los campos. Desde el momento en que las propias autoridades nazis comenzaron a sacar fotografías, todo tuvo que ser registrado en imágenes. Incluso los crímenes cometidos por ellos están visualmente documentados. Es preciso documentar el propio crimen a fin de visualizarlo. Una montaña de imágenes se erige junto a una montaña de archivos. Los nazis no se dieron cuenta de que sus crímenes quedaron registrados en una película aérea y los americanos no se dieron cuenta de que los registraron, 16 DINÉ, Daniel, entrevista “A propos d’un libre: La mort”, Ed: Harangue, la revue d’expression en marge, 1967, pp.79-87. 17 LAGO, Alberto. S, “Imágenes después de Auschwitz”, Ed: Universidad Carlos III, Madrid, pp. 1. 6 tampoco las victimas. Esas imágenes permanecieron ilegibles, y por tanto destruidas, deconstruidas, muertas. 18 Si los aliados no distinguieron los campos de concentración, que sin embargo eran muy visibles, en las fotografías aéreas donde buscaban identificar instalaciones industriales, también se debe a que la propia ventana de lo visible cinematográfico es un marco que excluye. La imagen aérea conforma un nuevo lenguaje que el hombre tuvo que aprender a leer y a reconocer sus particulares signos. En este novedoso idioma, los prisioneros fotografiados a 700 m se asemejan mucho al grano negro de una fotografía antigua, y hace falta conocer la magnitud de lo inimaginable para identificar la puerta de la cámara de gas abierta, tanto en las imágenes aéreas de “Imágenes del mundo e inscripciones de la guerra”, como en las tomadas por el Sonderkommando. Esta imposibilidad de reconocimiento de la imagen, esta abstracción de la representación, esta carencia, esta falla ante una prístina imagen del exterminio llevándose a cabo en tiempo real nos da una muestra de esta destrucción de la imagen y del sentido de la que venimos hablando. “El holocausto es único porque erige un circulo de fuego en torno a sí. Un límite que no es lícito transgredir porque una medida determinada, absoluta de atrocidad es intransferible, quien lo hace es culpable de la peor de las transgresiones” Lanzmann. 19 Para solventar esta fractura, este embudo por el que la imagen se escurre a través de su centro vacío, tal y como imaginábamos antes, el cine digital propone una solución. Intentar rellenar ese agujero de sentido a través de la inclusión de múltiples puntos de vista, que mediante argumentos y contraargumentos, discursos hegemónicos y contra hegemónicos, y en definitiva, gracias a la diversidad y pluralidad de sus miradas, traten de abarcar toda la basta oquedad arrasada de representación, que se conformó tras la Segunda Guerra Mundial. Allí donde Antonioni proponía un acercamiento en “Blow Up” (1966), una inmersión en la imagen en pos de esta búsqueda de sentido hasta su total descomposición, el digital propone una fragmentación, una multiplicación de los elementos, una heterogeneidad producida gracias a la democratización de la imagen, que logre, de algún modo, colmar esa imagen sustractiva. La democratización de la imagen gracias al dispositivo digital Esa democratización de la imagen y la consiguiente heterogeneidad de las tesis contenidas en ella viene de la mano de una serie de cambios inherentes a la propia imagen digital y a su registro. El gran abaratamiento de los costes del material de grabación, la casi inexistente preparación técnica previa necesaria para la grabación, la reducción de tamaño de las cámaras, el aumento de autonomía y en definitiva, el bajo esfuerzo que requiere el registro digital supone una total liberación de las imágenes, que pasaron a formar parte de una suerte de libre mercado global, que permite incluir muchos más puntos de vista, con la intención de construir un perlado tapiz social. 18 FAROCKI, Harun, “Crítica a la mirada”, Ed: Altamira, Buenos Aires, 2003, pp. 29. 19 BAER, Alejandro, “El testimonio audiovisual: Imagen y memoria del Holocausto”, Ed: Centro de investigaciones sociológicas, Madrid, 2005. pp. 86. 7 Francis Ford Coppola hacía unas declaraciones bastante esclarecedoras acerca de esta democratización del registro de la imagen digital “Mi gran esperanza es que están apareciendo las cámaras de vídeo de 8mm, y la gente que normalmente no haría películas ahora sí va a hacerlas. Y un día una niña de Ohio va a ser el nuevo Mozart y hacer una hermosa película con la cámara de su padre. El llamado profesionalismo de las películas desaparecerá de una vez y el cine se convertirá al fin en una forma de arte.” 20 Por otra parte, Nick Rowley, cofundador del colectivo Big Noise, tiene una visión más pesimista acerca de la cuestión que nos ocupa. “La democratización que se prevé ahora con las cámaras digitales ya se anunció anteriormente cuando apareció la cámara de 16mm, el Super8, el vídeo, el cable. Todo el mundo iba a tener una voz, y acabaron en manos de las grandes empresas de medios.” Lo importante, según Rowley, es reconocer que la cantidad de información circulando por la Red actualmente es en sí revolucionaria. El enfrentamiento entre las multinacionales y los ciudadanos que desean conservar su independencia se mueve sucesivamente de un campo a otro, en un conflicto que no termina porque siempre aparecen nuevas esferas en el que redefinirlo y continuarlo. 21 Películas como “Capturing the Friedmans” (Jarecki. A. 2003) permiten dar cuenta de cómo el registro digital de la imagen irrumpe con fuerza en la cotidianidad de los hogares, incluidos los de clase media o media-baja, dónde hasta hacía poco era muy dificultoso acceder a un equipo de grabación. El documental está compuesto por los videos caseros que el hijo mayor de una familia americana grababa en su día a día, durante los últimos años 80. La particularidad es que, en ese momento, la familia Friedman estaba asolada por la acusación de pederastia al padre y al hijo menor, y por el consiguiente linchamientos público y mediático al que fueron sometidos. De este modo, la videocámara se transforma, y pasa de ser una herramienta que retratar el acontecimiento cotidiano a una pieza fundamental en el registro del acontecimiento histórico, del momento concreto y crucial que marca un antes y un después. Este punto de inflexión puede darse en una familia, como es el caso de la obra de Jarecki, o bien en una sociedad, como es el caso de “Silvered Water” (2014), de Ossama Mohammed y Wiam Simav Bedirxan. Se trata de un documental que intenta retratar la crudeza de la actual guerra de Siria. Para rodarla, se han utilizado técnicas del cine documental y de periodismo ciudadano, además de vídeos anónimos de Youtube grabados con teléfonos móviles y otros dispositivos de registro digital, conformando un heterogéneo, sangriento y brutal tapiz sobre la desolación de la contienda, que en ocasiones se hace difícilmente soportable en su crudeza. El veterano director, absolutamente horrorizado por el devenir del conflicto, decidió contactar por chat con la joven cineasta kurda, de Homs, a la que preguntó: “Si estuvieras en Homs con tu cámara, ¿qué filmarías?”. La película cuenta la historia de ese encuentro mientras trata de “descubrir un nuevo rostro de Siria y un cine más libre". Ambos ejemplos ayudan a retratar esa democratización del discurso que venimos tratando, y además, sirven como trampolín para la siguiente película de Farocki a la que vamos a hacer referencia, “Videogramas de una revolución” (1992). 20 “El cine digital, o la democratización de la producción cinematográfica” http://www.elmundo.es/navegante/2000/11/14/portada/974227958.html. Consultado: 10/04/2015) 21 Ibid. 8 Esta obra nos permite ahondar en este mismo concepto y ampliarlo, remarcando el momento pregnante en el que el gesto de grabar se transforma en el gesto que hace la historia. En 1989 se produjeron una serie de altercados en varias ciudades de Rumania. En el contexto de la Caída del Muro del Berlín, casi toda Europa oriental estaba siendo sacudida por diversos tipos de revueltas sociales que clamaban por la dimisión de sus dirigentes políticos, todavía demasiado relacionados con el bloque soviético, para constituir mediante elecciones libres su propio gobierno autodeterminado. La diferencia de Rumania, con respecto al resto de países del bloque soviético, es que Ceausescu se negó a dimitir, y además decidió reprimir duramente las revueltas surgidas. Este hecho incardinó aún más el malestar social del país, lo que acabó desembocando en una revolución armada, a la que más adelante se unió el ejercito, y que concluyó con el arresto y la ejecución del dictador comunista. Esta revolución fue la primera en la que la televisión ejerció un papel fundamental, no solo como elemento de registro, sino como generador del acontecimiento histórico. Farocki y sus ayudantes esperaron varios meses a que el conflicto concluyera para viajar a Bucarest, con la intención de comprobar si, como decíamos, las cámaras habían reproducido el acontecimiento o lo habían producido. “Videogramas de una revolución” narra la revuelta vista desde los todos diferentes puntos de vista que el digital permitía en el Bucarest de 1989. El film arranca con la mirada puesta en la televisión gubernamental, que se mantenía fiel al régimen. Las cámaras, que siguen los preceptos del dictador, se niegan a registrar al alboroto durante el discurso del Ceausescu, y la emisión se ve interrumpida al comienzo de los disturbios. Los Ceausescu siempre se atenían estrictamente al protocolo, y en su opinión, todo lo que se desviase de las normas no debía ser mostrado, por lo que los cámaras tenían la orden de grabar el cielo ante cualquier imprevisto, como efectivamente hicieron cuando comenzaron a percibirse los primeros signos de revuelta en la plaza donde se celebraba el discurso. Sin embargo, uno de los cámaras, probablemente más debido a la curiosidad que a un acto de rebeldía, dirige su objetivo al grupo de personas que se agolpa contra las puertas del palacio de la Victoria, contraviniendo las instrucciones. Pese a que estas imágenes no fueron emitidas, ya que las televisiones aún estaban en manos del gobierno, este gesto supuso el primer acto revolucionario en el registro del acontecimiento. Otro ejemplo acerca de esta “cámara que cambia de bando” puede atisbarse gracias a los dos diferentes planos en los que se retrata el despegue del helicóptero en el que huye el matrimonio Ceausescu. El primer plano es registrado por una ciudadana que acude a la plaza a celebrar la victoria de la revolución, y no sería descabellado suponer que responde a un acto de libertad y regocijo. Sin embargo, la segunda imagen es grabada por un policía desde la ventana de un edificio colindante. Aquí, Farocki nos hace detenernos y tratar de preguntar a la propia imagen y a nosotros mismos por la verdadera intencionalidad de esta toma. Esta segunda visión, este segundo punto de vista, ¿responde también a un cambio de bando, y por tanto a una acto de libertad revolucionaria?, ¿o es, más bien, fruto de un control policial estricto y un intento de proteger la huida la dictador?. Las respuestas puede ser variadas, pero de lo que sí podemos estar seguros es de que nos hallamos ante un nuevo mundo en el que se ha dejado de ostentar el control sobre las imágenes y sobre su registro. 9 En este nuevo universo, tanto las imágenes como sus intenciones se vuelven más difusas, más confusas en su pluralidad y su heterogenia. Farocki intenta mostrárnosla todas, con la intención de poder dar fiel cuenta del acontecimiento histórico, sin sesgar la mirada del espectador y releyendo a contrapelo las imágenes, al modo de Didi-Huberman y Ranciare. Pero no podemos abstraernos de que algo de la esencia, de la verdad del acontecimiento se nos escapa entre los dedos, se evapora entre las fisuras que se crean entre los diverso puntos de vista que separan las diferentes imágenes, imposibilitando su total aprehendimiento. Tras la huida de Ceausescu, las televisiones caen en manos revolucionarias y se convierten en herramientas de control de la masa que toma la calle. Los dubitativos y exaltados discursos, que llaman a los militares a unirse a su causa y a los ciudadanos a recuperar el orden social para evitar el baño de sangre, responden al clamor de la gente del pueblo, que exige imágenes que revelen la verdad. Pero ¿qué verdad puede trasmitir una imagen preparada?, se interroga Farocki. Porque, si bien el control es menor que en las emisiones gubernamentales, es igualmente cierto que las emisiones revolucionarias siguen un patrón preestablecido. Estas imágenes, aunque mantengan un cariz espontáneo y precipitado, pretenden conseguir un objetivo, y como tal, están alteradas y preparadas. El mismo plano de varias mujeres huyendo de los disparos de una plaza puede ser leído, como evidencia Farocki, de varios modos distintos en función de nuestra intencionalidad. La más simple es que las mujeres podrían estar huyendo de unos disparos del enemigo. Pero el enemigo podría no ser tal, y tratarse del propio ejército rumano, que se estaban disparando entre ellos mismos para fomentar la imagen de unión con el pueblo y su compromiso con su defensa, y así evitar posibles represalias futuras. Incluso, llevando la descontextualización al extremo, se podría interpretar que las mismas imágenes nos muestran a unas señoras que están huyendo de la lluvia. Esta interpretación múltiple nos permite comprobar que las imágenes pueden mentir, aparentar y ser manipuladas, por mucho que repensemos las diferentes representaciones de los acontecimientos históricos, por mucho que nos preguntemos por ellas, siempre habrá algo que se mantendrá ajeno a nuestra mirada, a nuestra aprehensión, que permanecerá sustraído a toda representación. Por último, pero no por ellos menos importante, estos dos tipos de imágenes, tanto las oficiales, antes de la caída del régimen, como las revolucionarias aparecen confrontadas con un tercer tipo de registro, el de los ciudadanos a pie de calle, que graban con sus videocámaras domésticas los acontecimientos que ocurren en su ciudad. Un plano mantenido de unos edificios en los que a lo lejos, en un segundo término muy difuso, aparecen los manifestantes acudiendo a la llamada de la revolución, nos permite ahondar en este gesto de registro de la Historia. El hombre que maneja la cámara no esta grabando la imagen con la esperanza de difundirla, tampoco pretende alentar la idea de la revolución con ella. Tan solo pretende preservar el carácter fatico del acontecimiento, está tratando de no apartar la mirada. “Su película anhela un futuro en el que ese tipo de imágenes puedan ser mostradas, contribuye a evocar una nueva era. La revolución , un acontecimiento excepcional e imprevisto, llega al campo visual de la cámara. Detrás de las imágenes de la revolución, aparece otra imagen, la del mundo previsible y cotidiano, para cuyo registro fue preparado el equipo de filmación. Los manifestantes pasan frente a una cámara 10 diseñada y vendida para grabar fiestas familiares y vacaciones, y frente a esa misma cámara Ceausescu es sometido a juicio y ejecutado.” 22 El último plano de la película nos muestra a un obrero hablando de la hija del dictador, Zoe Ceausescu. Estas declaraciones se realizan en una fábrica y no en un distrito comercial, lejos de las zonas donde la imagen anterior focalizaba su interés. Solo gracias al cine digital este individuo puede verter su opinión sobre un elemento activo en la Historia de su país y que, además, su discurso que registrado para la posteridad. De esta forma, iguala su discurso al de Nicu Ceausescu, otro de los hijos del dirigente, un político eminente y de gran poder durante el mandato de su padre que es detenido por los revolucionarios y obligado a comparecer ante las cámaras de televisión. Gracias al dispositivo digital estos dos testimonios son registrados de igual manera y quedan equiparados ante los ojos de la Historia. Son igualmente útiles a la hora de recomponer o tratar de representar el acontecimiento histórico concreto, en este caos la revolución de Rumania. Farocki esboza una tesis similar a la establecida en este estudio, pero añade un interesante matiz acerca de la motivación de esa pluralidad discursiva y democrática que el digital proporciona, “desde hace tiempo, nuestra televisión le concede el derecho a opinar a individuos con menos de 97000 dólares en el banco. A partir de 1986, se impuso la idea de que lo importante no es la producción de mercancías sino la producción de consumidores de mercancías. Se le concede la palabra a cualquiera susceptible de desear un producto o un servicio. Al final de la película, el obrero no desea consumir lo suficiente para tener todavía voz y voto en el futuro.” critica en la mirada El punto de vista múltiple de “Videogramas de una revolución” nos permite ver como los discursos institucionales conviven con las otras voces y como suelen intentar acallar esas otras tesis divergentes. Pero al mismo tiempo, nos permite darnos cuenta de cómo, pese al múltiple y diversificado registro del acontecimiento histórico, hay algo de esta violenta transición política que se nos escapa. Tal vez sea debido a los miles de muertos que provocó, o a las terribles circunstancias de represión y tiranía que propiciaron la revuelta, pero es evidente que se nos presente como una figura inasible en cierta medida, poseedora de un matiz inconcreto, evasivo. Tal y como podemos ver, lo inenarrable y lo irrepresentable siguen estado presentes, pese a la intención del digital de rellenar esa inconcreción mediante la reiteración y la captación de la diversidad de enfoques y puntos de vista sobre el mismo acontecimiento. Sigue presente la vacuidad del centro de la representación histórica incluso intentado, tal y como hace Farocki, cuestionarnos acerca de la capacidad de manipulación de las imágenes y las múltiple posibles relecturas que podemos hacer de ellas. La imagen que no se rellena. Conclusiones Para tratar de profundizar aún más en este concepto, la imposibilidad del digital de conseguir rellenar el centro vacío de una imagen irrepresentable, vamos a analizar la obra “The act of killing” (Oppenheimer. J. 2012), mediante el tratamiento 22 FAROCKI, Harun, “Crítica a la mirada”, Ed: Altamira, Buenos Aires, 2003, pp. 44. 11 que da a la voz de los verdugos y su intento de recreación de una imagen que no puede darse, que no existe. En su obra, Oppenheimer retrata el genocidio Indonesio mediante una serie de entrevistas a los verdugos que llevaron a cabo las numerosas ejecuciones que se produjeron durante los años 60. En una película de estas características, es fundamental que se establezca un enorme grado de confianza entre director y entrevistado. No debemos olvidar, que pese a que los verdugos siguen gozando de total libertad y reconocimiento social, la película no deja de articularse en torno al reconocimiento de múltiples crímenes frente a una cámara internacional. Para lograrlo, el director pone al servicio de esa idea de confianza y proximidad todo el dispositivo del digital, que gracias a su autonomía, su tamaño y su discreción, le permite establecer una absoluta cercanía con el entrevistado, eliminado toda barrera entre la figura que filma y la que es filmada. El digital también permite aprovechar herramientas anteriormente impensables para articular el discurso del verdugo, como la autoevaluación del propio “actor”, que ante la cámara revisa su anterior actuación y se permite hacer una crítica de sus actitudes, y la eliminación de cualquier distancia entre artificio y realidad, la cámara digital permite grabar lo que es, lo que está, lo que pervive más allá del ¡Corten! del cine analógico . Lo realmente interesante de “The act of killing”, y que le diferencian de otras películas sobre genocidios asiáticos, es que a diferencia de lo que ocurre en Camboya, por ejemplo, en Indonesia los verdugos siguen en el poder. Debido a esto, no existe un discurso contra-hegemónico, no se ha realizado una labor de memoria histórica ni de recuperación de las imágenes de los crímenes cometidos. Una restauración del imaginario que permite que en películas como “S-21: La máquina de matar de los jemeres rojos” (Panh. R. 2003) o en “Shoah” se produzca la contraposición del discurso de las víctimas con el de los verdugos, propiciando que de alguna manera se permita el juicio histórico, la reevaluación del acontecimiento por todas las partes integrantes. En Indonesia no existe ningún contra-discurso, y Oppenheimer, conocedor de esta eventualidad, no emite ningún juicio con sus imágenes, sino que deja en manos del espectador la posible condena de esta oscura y opaca parcela de la Historia. No hay imágenes que narren el genocidio indonesio, no existe representación alguna de ese enfrentamiento de la humanidad con su muerte. Nuevamente, no puede narrarse ese horror, esa inconcreción inimaginable, por lo que, pese a sus nuevas herramientas y sus buenas intenciones, todo el dispositivo digital se articula de igual modo en torno a una imagen que no existe. Toda la película gira sobre esa falla, esa ausencia. La secuencia seminal de la película nos muestra al anciano verdugo explicando como llevaba a cabo las matanzas, y como tuvo que mejorar su técnica en vista del creciente número de ejecutados a los que tenía que ajusticiar cada día. El hombre gesticula, duda, se esfuerza, intenta narrar lo allí acontecido, incluso haciendo un teatrillo sobre la forma en la que asesinaba a los represaliados, empleando a su acompañante para hacer las veces de reo. En definitiva, la secuencia nos muestra como el verdugo se topa constantemente con la imposibilidad de contar lo ocurrido. El “superviviente” se estrella una y otra vez, ante la indiferencia y la frialdad del plano mantenido de Oppenheimer, con la fractura del régimen de representación, que no puede representar ciertos grados de inhumanidad. 12 Asistimos, por tanto, a numerosos y fallidos intentos de superar esta carencia a lo largo de todo el metraje. El director lo procura mediante diferentes discursos entrecruzados de unos y otros, los posteriores re-visionados y comentarios al respecto, las decisiones y discusiones acerca de ciertos detalles irrelevantes, todo ello retratado desde una cercanía feroz, que resulta inquietante al propiciar una cierta empatía por parte del espectador hacia los invictos verdugos. Dicho de otro modo, todas las herramientas que el digital proporciona se ponen al servicio de la construcción de un régimen de representación que permita suplir esa ausencia, la de la no-imagen que representa el genocidio Indonesio, sin poder lograrlo del todo. Nuevamente, nos hayamos ante la muerte de la representación, producida cuando se topa con el grado más alto de la irrepresentabilidad, la muerte, la destrucción de la humanidad. Por todo ello, “The act of killing”, ejemplo con el que cerramos este estudio, supone una comunión de todas las ideas que hemos ido exponiendo hasta ahora. Tras el visionado de la secuencia descrita, si nos abstraemos y logramos recuperar la figura del círculo de miradas que expusimos antes, podremos lograr ver toda esa circunferencia de puntos de vista que trata, sin lograrlo, de rellenar una inexistencia, una falta, la de la muerte de la representación. Una sustracción que, por más miradas distintas que se adicionen, no se logrará rellenar. Al menos, mientras no logremos encontrar un régimen de representación completamente novedoso, que nos permita aproximarnos al mayor desafío de la figuración del ser humano, la experiencia y asunción de nuestra propia muerte, tanto la individual como la colectiva. 13 BIBLIOGRAFIA ADORNO, T.W, “Dialéctica de la Ilustración”, Ed: Akal, Madrid, 2007. ANTELME, Robert, “La especie humana”, Ed: LOM, Santiago de Chile, 1999. AMÉRY, Jean, “Más allá de la culpa y la expiación. Tentativas de superación de una víctima de la violencia”, Ed: Pre-textos, Valencia, 2004. 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