Regalo de Navidad Una larga Espera José Acevedo Jiménez Rio Lagos, 24 diciembre de 19.. Queridos reyes magos: Este año, y si bien lo deseo, no les voy a pedir juguetes. Verán, aunque soy un niño y me urge jugar, tengo a mi padre muy enfermo y como sé que ustedes a los niños que se portan bien durante todo el año le conceden regalos, he pensado que en vez de que se me otorgue un juguete nuevo, como es su costumbre, le devuelvan la salud a mi padre. Nos apremia que recupere su salud, pues los ingresos de nuestra madre son insuficientes y apenas alcanzan para cubrir los gastos de la familia. ¡Ah! no me he olvidado de ustedes. Sé que deben recorrer grandes distancias para poder llegar hasta aquí, así que le he dejado algunas galletas, están deliciosas. También hay leche y hierva para los camellos. Bueno, ya me despido de ustedes, pero no sin antes desearles una feliz navidad. Atte.: M. E. Cortés Desde aquel crudo y triste invierno, hacía ya casi treinta cinco años, el corazón de don Manuel Enrique Cortés se había endurecido como roca, hasta tal punto que llegó aborrecer la navidad y todo lo alegórico a tales fiestas. Se cuenta que su odio a la navidad era tan grande que cierta vez despidió a uno de sus mejores empleados sólo porque lo sorprendió cantando villancicos navideños. Gracias a su buena cabeza para los negocios y a unas buenas inversiones, don Manuel logró acumular una gran fortuna, misma que lo convirtió en uno de los hombres más ricos y acaudalados de la región. Para tener una idea de su riqueza, basta mencionar que era dueño de más de un centenar de fábricas diseminadas a lo largo y ancho del país. No era un hombre malo y aunque no sonreía muy a menudo, de cuando en vez, se podía ver una sonrisa en sus labios. Pero, cuando llegaba el invierno aquel personaje, que superaba ya los cuarenta años, se volvía un hombre odioso y amargado. Don Manuel llevaba más de una década casado con la Sra. María Altagracia Martinez de Cortés, mujer de buenos sentimientos. Ella le amaba incondicionalmente y más que nada conocía su dolor. Pese a tener tantos años de unión matrimonial, los Cortés no habían podido tener hijos y aunque era lo que más deseaba Manuelo, como cariñosamente le llamaba su esposa, había perdido toda esperanza de poder algún día tener su propia descendencia. A falta de niños que jugaran por toda la casa, la pareja Cortes debía conformarse con las visitas ocasionales que le hacían los sobrinos de la Sra. María. - Manuelo, mi sobrino, uno de los hijos de Marta, viene a pasarse unos días en la casa. Deseo que seas amable, mira que hace mucho que no nos visita y quiero que, esta vez, se lleve una buena impresión de sus tíos. – Le indicó la Sra. María a su esposo que se encontraba sentado leyendo el diario y fumándose un puro. La noticia poco pareció importarle a don Manuel, quien no dijo nada, por lo que la Sr. María nuevamente insistió en decirle: - Me has escuchado, Pedrito, mi sobrino, viene pronto a visitarnos y quiero que se lleve una buena impresión. - Te escuché la primera vez mujer. Sabes que en esta casa no celebramos la navidad y tu sobrino de seguro va a procurar algún presente. Mejor pídele disculpas a tu hermana y dile que no podemos aceptar a su hijo, eso sería lo mejor. - Sabes que no soy muy buena cuando de hablar mentiras se trata, además, Pedrito sabe que no celebramos la navidad; aun así insistió para que su madre lo dejara pasar, aprovechando que está de vacaciones, la temporada festiva con nosotros…sólo te pido que seas amable y que trates de disimular un poco tu aborrecimiento a la navidad. - Muy bien, haré un gran esfuerzo para que el niño se sienta lo más confortable posible. – Dijo a regañadientes don Manuel. – Pero, no te prometo nada.- Agregó. - Si la gente pudiera ver lo noble que eres, por eso te quiero. – Expresó la Sra. María dándole un tierno beso en la mejilla de su esposo, y dejó salir una ligera sonrisa. Diciembre corría su curso y la fecha de salida del colegio de los infantes no tardaba en llegar. Entre tanto, Pedrito aguardaba ansioso. Como vivía en otra ciudad, casi nunca visitaba a su tía predilecta que era la Sra. María. Pudo elegir otros hogares donde podría jugar con sus primos, sin embargo eligió pasar la navidad en casa de la familia Cortés, pese a saber que no celebrarían la navidad. - Hermanito, ¿por qué has elegido la casa de tía María? – preguntó Carlitos – su esposo es un cascarrabias; dicen que de niño se portaba mal y Santa Claus le regaló un carbón la noche de navidad y esa es la razón por la que la odia tanto. Yo prefiero ir a casa de tía Magdalena, allí podré jugar con el primo Ernesto y su hermana Isabel. Ellos se portan bien y los reyes le regalan buenos regalos, eso sin contar que es una de las primeras casas en ser visitada por los reyes, por eso reciben tan buenos obsequios. Recuerda que hace unos años pasamos la navidad allí y recibimos los mejores regalos de nuestras vidas. En cambio no recibirás nada si visitas la tía María, los reyes nunca visitaran un lugar donde vive un cascarrabietas. - Te equivocas, este año los reyes si visitaran la casa de tía María. Es mi deseo y sé que me lo concederán. – Le dijo Pedrito a su hermano mayor, quien había elegido la casa de la tía Olga para pasarse la navidad. Los padres de los niños de nueve y diez años, estaban pasando por una mala situación económica desde hacía ya varios años razón por la cual preferían que sus hijos pasaran la navidad en casa de sus tías, que gracias a sus maridos, gozaban de bienestar económico. Finalmente terminaron las clases y aquel mismo día, por la tarde, Pedrito empacó maletas y se dirigió con su madre a casa de su amada tía María. - La bendición tía. – Fue lo primero que dijo Pedrito al ver a la Sra. María. - ¡Dios te bendiga!- dijo la Sra. - pero, ¡mira cuanto has crecido!agregó. Dándole un fuerte abrazo al niño, que, seguido de besos y sacudiditas, se extendió por un buen rato. - ¡Y a tu hermana, no le das un abrazo!- exclamó Olga. - ¡Claro!, si no te he olvidado.-Dijo la Sra. María, antes de abrazar a su hermana – entren y pónganse cómodos, esta es su casa. – Añadió. - De ninguna manera, no quiero que me coja la noche; sólo vine a traer a Pedrito. Dale mis saludos a Manuel. – Dijo Olga apurada, y con sus razones ya que tenía que estar a tiempo en la parada para tomar el último autobús. - No te preocupes por el autobús hermana, cuando Manuel llegue del trabajo te puede llevar a casa. - De ninguna manera, no quiero causarles molestias. Eso sí, cuida mucho de mi Pedrito. – Esas fueron las últimas palabras de Olga y, luego de darle un prolongado abrazo, como si no quisiera apartarse del muchacho, se marchó. Al regresar don Manuel, tarde en la noche, el niño se encontraba dormido. Sin hacer ruido y sin que su esposa lo notara, don Manuel se dirigió a la habitación donde se encontraba Pedrito. Al entrar, advirtió que el niño no estaba debidamente arropado. Sin dejar de contemplar al infante, lo cubrió con una manta grisácea. Don Manuel, no dejaba de ver al muchacho, y por un breve instante soñó en lo que pudo ser su vida de haber un vástago en su hogar. Triste y con lágrimas en los ojos, se retiró de aquella habitación. Al día siguiente, todos estaban de pie bien temprano en la mañana. Don Manuel se sorprendió al ver aquel niño tan madrugador; así que le hizo una invitación para que le acompañara a una de sus fábricas. Al llegar a la fábrica, Pedrito se sorprendió al no sentir el espíritu navideño entre los empleados. Ni siquiera un simple adorno, nada ni lo más mínimo que hiciera alusión a tan encomiadas festividades. - Tío Manuel, estamos a pocos días de la navidad y, me pregunto: ¿por qué no hay adornos simbólicos a la fiesta?- Terminó por preguntar Pedrito. Don Manuel permaneció callado por un buen rato, obviamente molesto por la pregunta, pero contuvo su rabia y cuando se calmó dijo: - ¡Navidad!- exclamó – es la peor época del año. Las personas gastan y gastan para luego no tener nada; la navidad es un gran engaño, un invento de los comerciantes para sacarle dinero a los incautos. - Pero, si es un engaño, ¿cómo se explica la visita de los reyes magos a todos los hogares? – preguntó inocentemente el niño. - No quiero desilusionarte, pero de todas formas te vas a enterar algún día. Veras, los niños ricos siempre reciben los mejores regalos. Si existieran los reyes, ¿crees que sería justo? Reciben los mejores regalos porque son los padres, y no los reyes, quienes les obsequian los presentes. Después de aquellas palabras, todo fue silencio. Pedrito se negaba a creer las palabras de su tío político, pero no podía contradecir aquello que tenía tanto sentido. Al ser los padres, quienes otorgaban los regalos, era evidente que los niños más pobres recibieran los juguetes o presentes menos llamativos. Sin embargo, la pureza e inocencia de un niño se imponen a la lógica, y aunque resultaba evidente, Pedrito se mantuvo aferrado a su creencia en los santos reyes. Al llegar a la casa, Pedrito apenas pudo probar bocado. Las palabras de don Manuel le habían afectado, pero no porque le habían cambiado su manera de pensar sino porque sentía que poco podía hacer para cambiar las ideas de su tío sobre la navidad. Faltaba poco para la víspera de navidad, así que Pedrito hizo lo que cualquier niño creyente haría, escribir a los santos reyes. Dobló en cuatro la carta y, como sabía que los reyes no entrarían en casa de sus tíos, abrió la ventana, luego, cruzando por un estrecho pasillo trató de escalar para subir al techo de la lujosa casa; pero antes que pudiera avanzar, se resbaló y cayó de la altura de un segundo piso. Don Manuel fue el primero en salir, al escuchar el ruido, luego la tía María, que al ver a Pedrito tirado en el suelo se desmayó. Aquella noche, tía y sobrino fueron hospitalizados. Gracias a la santísima divinidad y a unos pequeños arbustos que amortiguaron la caída, Pedrito sólo se rompió un brazo. Temprano en la mañana, tía y sobrino regresaban a casa. Pero no sin antes llevarse una sorpresa, aquel día don Manuel pudo escuchar por vez primera los latidos del niño que esperaba la Sra. María, que sin saberlo tenía casi dos meses de gestación. Don Manuel, que apenas podía creer lo que le mostraba el médico y con lágrimas de alegría, sólo pudo decir: - ¡Voy a ser padre, finalmente voy a ser padre! El 25 de diciembre, temprano como siempre, don Manuel se dirigía la fábrica. Al montarse en el carro advirtió que un papel estaba adherido a sus caros zapatos; se abajó para quitárselo y, justo cuando lo iba a arrojar a la basura observó que era una carta de su sobrino. En silencio leyó la carta que estaba dirigida a los reyes magos. “Ciudad Centro, 23 diciembre de 19.. Mis queridos reyes magos: Falta muy poco para que inicien su largo recorrido y desde hoy le quiero desear un feliz viaje. Sabios de oriente, sé que mi regalo está asegurado, pues me he portado bien todo el año. He cumplido con mis deberes tanto en la escuela como en la casa, pero sepan ustedes que no les escribo para procurar presente alguno, pues mi inquietud es otra. Recientemente, el tío Manuel me ha dicho que la época más linda del año no es más que un engaño. Sé que es un grave pecado el sentir de mi tío, pero sepan ustedes que no lo hace por mal. El tío Manuel no ha podido tener la dicha que dan los hijos en una familia y, estoy seguro que de tener sus propios hijos su manera de pensar, respecto a la navidad, sería muy distinta. Es por esa razón que les pido siempre y cuando esté dentro de sus posibilidades, que le den como regalo de navidad un niño al tío Manuel. Muy atentamente y esperando el milagro, Pedrito.” Y después de leerla, en voz baja, dijo: - No hay dudas, ha sido un milagro. Un regalo de navidad. Al llegar a la fábrica, don Manuel les dio el día libre a sus empleados, por primera vez en navidad, y no sólo eso, mandó a preparar un festín para todos ellos y repartió juguetes entre los niños más necesitados. Con el paso de los años aquel hermoso gesto se convirtió en tradición, una que mantuvo el resto de su vida. Siete meses después, la Sra. María dio a luz una hermosa niña, a la que le dieron por nombre Natividad, Belén Natividad. La niña creció y vivió hasta alcanzar una edad muy avanzada. Y continuando con la tradición que le había inspirado su padre llevó regalos y presentes a las familias menos favorecidas; pero eso es parte de otra historia, una muy arraigada a nuestras tradiciones.