Cantan los animales - Factótum. Revista de Filosofía

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Factótum 11, 2014, pp. 44-51
ISSN 1989-9092
http://www.revistafactotum.com
Cantan los animales
Marco Antonio López Sánchez
Investigador independiente (México)
E-mail: arqmarco@prodigy.net.mx
Resumen: El presente ensayo está basado en el capítulo primero de la obra de Marius Schneider El origen
musical de los animales-símbolo en la mitología y la escultura antiguas. Habla acerca del acercamiento que el
hombre primitivo gozaba con la naturaleza y el cosmos; de la participación y la experiencia que culturas precivilizatorias mantenían con los animales y con el entorno en general. Una visión sagrada, incluyente, integral,
donde la imitación del animal realizada para acceder a sus poderes y esencia tenía más que ver con la hora del
día, el lugar de encuentro, el clima y la disposición anímica, que con un reflejo superfluo de los movimientos
corporales de la bestia. Una lección de vida a la que deberíamos volver con mayor frecuencia. Y como piedra
fundamental de toda la visión cosmológica: la música.
Palabras clave: filosofía, símbolo, hermenéutica, fenomenología, música, animales, ritmo, cultura.
Abstract: The present essay is based on the first chapter of Marius Schneider's book El origen musical de los
animales-símbolo en la mitología y la escultura antiguas. That work is about the approach enjoyed by primitive
humans with nature as well as with the entire cosmos; about the participation and experience those human beings
from the time previous to the formation of civilizations, kept with animals and the environment. A sacred,
inclusive, comprehensive vision where the imitation of the animal (performed to achieve their powers and
essence), had more to do with the time of day, meeting place, climate and psychic disposition than with a
superfluous reflection of the beast movements. A lesson of life we should turn to more frequently. And as a
cornerstone of all the cosmological vision: the music.
Keywords: philosophy, symbol, hermeneutics, phenomenology, music, animals, rhythm, culture.
El símbolo es la manifestación ideológica del
ritmo místico de la creación y el grado de veracidad
atribuido al símbolo es una expresión del respeto que
el hombre es capaz de conceder a este ritmo místico.
‒Marius Schneider
I
“Cantan los animales” es el título del primer
capítulo del libro El origen musical de los
animales-símbolo en la mitología y la escultura
antiguas. Ensayo histórico-etnográfico sobre la
subestructura totemística y megalítica de las
altas culturas y su supervivencia en el folklore
español (Schneider, 1998) del etnomusicólogo
alemán Marius Schneider (1903-1982), eximio
texto que servirá de pretexto para la reflexión
en torno a la relación mística que el hombre ha
llevado con la Naturaleza (y en particular con
los animales) desde las sociedades pre-
RECIBIDO: 18-01-2014
ACEPTADO: 29-04-2014
totemísticas, pasando por las totemísticas 1 y
llegando hasta nuestros días (cf. Schneider,
1998: 17)
Para las culturas primitivas, el animal goza
de una superioridad ante el hombre mismo; es
un ser místico y una encarnación ya sea de
dioses, antepasados o fuerzas sobrenaturales
más allá de la comprensión humana. Es un ser
unívoco, a diferencia del hombre que participa
de una esencia equívoca, de dos o más formas
de comportamiento. Además, el animal goza de
otra característica importante: tiene voz, una
voz silente que se expresa no por la palabra
sino por el ritmo y sonido fundamental de la
fuerza de vida que contiene. Y esta voz, este
canto, este lenguaje particular, es escuchado
con perfecta claridad por la consciencia
primitiva del hombre; participa de este mismo
canto, lo comprende bien y sabe imitarlo.
1
Se ha respetado el adjetivo “totemístico” por ser este el preciso
vocablo ocupado por Schneider en su obra. El equivalente encontrado
en otras fuentes es “totémico”.
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45
Marco Antonio López Sánchez
Este es el secreto que mantiene unido al
hombre con sus hermanas bestias. La
relación mística se da por medio del sonido,
del plano acústico, el más sublime portal que
la Naturaleza puede alcanzar. Así, el hombre
sostiene
una
relación
absolutamente
vivencial con los animales; se acompañan
unos a otros, viven la misma historia, hablan
el mismo lenguaje, cantan la misma
melodía.
Hoy, ese lenguaje místico ha quedado
encomendado a guardianes celosos de la
tradición milenaria; sacerdotes, chamanes o
anacoretas autoexiliados que han sabido
apartarse
del
ajetreo
mundano
y
permanecer en la tranquilidad que brinda
ese apego estricto a las leyes de la
Naturaleza. Ellos aún pueden dar fe de la
existencia de ese lenguaje de los pájaros tan
codiciado por algunos místicos y filósofos de
todos los tiempos, pues quien vive de ese
modo
se
vuelve
quizá
incluso
sin
proponérselo, un verdadero iniciado en los
pequeños y grandes misterios.
Composición a partir de seis animales
Bestiario Aberdeen, University of Aberdeen
II
Demos
una
mirada
a
lo
que
probablemente
fue
el
inicio
de
las
concepciones filosóficas. Ya en los albores
humanos somos testigos de una primera
cosmovisión sustentada principalmente en el
carácter dual de la Naturaleza.
La observación diaria de los blancos y
negros, albas y ocasos, vida y muerte, luz y
oscuridad, cielo y tierra, macho y hembra,
dejaron sin duda profunda e indeleble huella
en la consciencia de nuestros primeros
padres. Sin embargo, esta dualidad que se
manifiesta ante los ojos funciona por medio
de tesis-antítesis que, por sí mismas, no
alcanzan a generar una unidad. El sí
depende del no y viceversa. Solo la unión de
estos dos antagonismos forma un conjunto
integral que merece el nombre de realidad.
Esta visión primitiva, lejos de poner en
conflicto y tensión extrema las dos partes
fundamentales,
permite
entender
los
fenómenos como ciclos que se cierran y en
los que esos opuestos aparentes, pueden
reconciliarse.
Este dualismo no hizo excepciones con
los animales; unos y otros fueron poco a
poco
tomando
parte
en
el
orden
cosmogónico. Si águila o león participaban
de la fuerza diurna y masculina del sol, no
tardaría en aparecer simbióticamente su
contraparte asociada a la luna y sus
aspectos femenino y nocturno, con animales
como el cocodrilo, la vaca o el conejo.
¿Pero por qué razón león o águila
participaban de la cualidad masculina,
mientras que vaca o conejo lo hacían de la
femenina? ¿Cuáles eran los criterios de
“acomodo” de cada uno de los fenómenos
naturales?
La respuesta a estas inquietudes pondrá
de manifiesto una de las más importantes
diferencias en el pensar de las culturas
primitivas frente a la “nueva visión” que
adoptará el ser humano conforme avanza su
paso por el devenir de la consciencia. Hemos
dicho ya que para el hombre de antaño la
realidad estaba concebida como una
actividad de dos fuerzas en constante
oposición. Lo que falta resaltar, que es de
capital importancia, es el hecho de que estas
fuerzas en lucha no eran entendidas sólo
desde la razón, como un evento escindido e
independiente, sino como un fenómeno
integrado por múltiples circunstancias; la
forma del animal sin duda jugará un papel
importante, pero no único, se suman su
peculiar modo de caminar, los sonidos que
emite, los colores que le conforman, la hora
del día, la sensación térmica, el viento en
reposo o soplando enérgico, la lluvia o
sequía, etc. Todos estos factores se
conjugan para dar paso a un ritmo único e
irrepetible para cada fenómeno.
Un animal es eso; un fenómeno,
aparición o entidad viva que se mueve y
participa con el mundo que le rodea y se
empapa del mismo para crear así su ritmoesencia. Yo veo siempre al león por las
mañanas, a la salida del sol, y le escucho
rugir cuando el astro celeste avisa que está
por esconderse. Veo que la piel de la bestia
imita el color solar, y su melena se mueve
como el fuego de la fogata. Puedo entonces
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establecer un patrón rítmico que ligue estos
fenómenos.2 Ahora bien, los ritmos que
concibe el hombre primitivo fijan su atención
de manera peculiar y por obvias razones en
el tiempo más que en el espacio; es decir,
en los movimientos más que en la forma.3
Poco a poco seremos testigos de cómo
las altas culturas irán dando paso a una
concepción paralítica de la realidad basada
en el objeto, en la materia dura y estática,
razonada, delimitada, separada del resto que
la rodea como si se tratase de materia ajena
y en contradicción con su entorno.
[E]l primitivo concibe como esencial el
movimiento en las formas […] las altas
civilizaciones ponen en el primer plano el
aspecto estático y el perfil geométrico de la
forma […] Para un primitivo un león
sentado es un triángulo ardiente, una llama
cuya forma no tiene la menor rigidez […]
Este triángulo ardiente es la imagen
emocional del león y de la cualidad mística
que
éste
simboliza.
En
las
altas
civilizaciones esta misma cualidad se
encarna primeramente en un triángulo fijo,
esto es, una forma geométrica estática […]
la última verdad se verifica sólo en el
reposo. (Schneider, 1998: 20)
46
Y habiendo el Señor Dios formado de
la tierra todos los animales terrestres y
todas las aves del cielo, se las llevó a Adán
para ver qué nombre les ponía, porque
todo ser viviente debería llevar el nombre
que Adán le pusiera. Adán puso, pues, sus
nombres a todos los ganados, a todas las
aves del cielo y a todas las bestias
salvajes. (Gen 2,19-20)
Nombrar aquí es sinónimo de entonar o
repetir ese ritmo esencial del que están
hechos los seres y los fenómenos de la
Naturaleza. Así, el pronunciamiento correcto
del nombre o ritmo-esencial de cada
individuo concluye en el dominio absoluto
sobre el mismo. De ahí la precaución en un
sin
fin
de
tradiciones
de
guardar
celosamente
ese
nombre-esencia
o
cambiarlo llegado el momento indicado, pues
compartirlo ante los demás es sinónimo de
entregarles control total sobre nuestra
voluntad.
Ahora bien, por el carácter equívoco de
la conciencia humana, nos está concedido el
poder imitar los ritmos esenciales de la
Naturaleza. Pero imitar significa conocer; y
conocer
significa
obtener
poder.
La
capacidad imitativa del ser humano le
permite entonces volverse amo de la
Naturaleza, pues en la imitación de sus
ritmos esenciales obtiene el poder sobre ella
por el conocimiento de sus más profundos
secretos. Así, el cazador detrás de su presa
puede encantarla con su voz imitando el
sonido de su enemigo para atraerla, y aquel
que busca hacerse merecedor de la gracia de
su ascendente místico (animal-tótem), debe
aprender a imitar con magistral pulcritud sus
sonidos y ritmos, a fin de poderle cantar,
bailar y con ello conversar y participar de su
presencia, favor y protección. Este ritmoesencial de cada fenómeno, este canto y
lenguaje tan peculiar, es lo que Adán percibe
en la Naturaleza; de ahí el privilegio y tarea
de nombrarla:
2
Recordando quizá con ello la antropología estructural de
Lévi-Strauss (1987).
3
A este respecto podemos citar la Filosofía de las formas
simbólicas de Ernst Cassirer. En múltiples lenguas africanas se
mantiene la peculiaridad de desgajar en sus partes temporales
las actividades, Lo que para nosotros es “él se ahogó”, se
expresa mediante las oraciones “él tragó agua, murió”; “amputar”
equivale a “cortar, caer”, y “llevar” se traduce a “tomar, ir allá”.
(Cassirer, 1998: 188-189).
Nombramiento de los animales en el paraíso
Bestiario Ashmole, Bodleian Library, Oxford
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Marco Antonio López Sánchez
Estas concepciones permanecen vigentes
en las grandes tradiciones místico-religiosas.
Basta recordar por qué la usanza hebrea
prohíbe tajantemente mencionar la palabra
sagrada YHVH4 o por qué en varias escuelas
herméticas se da tanta importancia a la
palabra sagrada y su forma correcta de darla
y pronunciarla. Claro está que no estamos
hablando de una cuestión semántica u
ortográfica sino simbólica. El correcto
pronunciamiento de la palabra sagrada tiene
mucho más que ver con la entonación, el
ritmo, el timbre, el tiempo y demás
circunstancias que con el significado literal
de la misma. Ese significado es letra muerta,
vacía; el significado verdadero de la palabra
sagrada es aquel que, una vez que se
conoce, nos pone en contacto directo con
esa esencia nombrada y nos hace partícipes
de su fuerza y poderes místicos, pues somos
ahora “uno mismo” con esa fuerza con la
cual nos identificamos.
III
Entonces, el hombre tiene la facultad de
imitar, pero para hacer uso de esa facultad
es requisito previo ejercitarla y fortalecerla.
Los ritmos-esenciales no van a descubrirse
ante nosotros sin entablar una lucha sin
cuartel. El nombre verdadero se guarda en
lo más hondo de cada individuo. De querer
obtener la piedra oculta es necesaria e
indispensable la introspección profunda y
cuanto mayor el insondable viaje, más
portentoso será el tesoro que nos aguarde.
Toda cuestión superficial es fácil de
comprender y por consiguiente, de imitar o
controlar. La imitación exterior se reduce a
una investigación somera de la forma en
cuestión. La imitación interior requiere de
manera inabrogable de una comunión, una
simpatía,
una
identificación
con
las
cualidades internas del sujeto. Así, la
esencia interior se vuelve aquello que nos
define y nos lleva a la acción; lo que nos
mueve a actuar y ser de una determinada
forma; única e irrepetible. Esta esencia
interior o ritmo-esencial de cada individuo no
se reduce a ideas intangibles o cualidades
morales, sino a situaciones precisas que, por
su misma manifestación, van moldeando la
personalidad de cada sujeto dándole así su
ritmo específico.
Llevando esto a la problemática actual
que
sufrimos
en
nuestra
sociedad
“posmoderna” nos detenemos ante una
paradoja: Por un lado, se adora al individuo
4
Yod, Heh, Vav, Heh. El tetragramaton (lit. “cuatro letras”) es
el nombre sagrado de Dios en la Biblia.
como máxima existencial; por el otro, se
niega esa individualidad seduciendo a las
masas con fórmulas que convienen a todos
por igual. Ante el implacable frenesí de la
moda y el consumismo desenfrenado,
llegamos a un estado límite que implora
atención
inmediata.
¿Es
el
individuo
posmoderno un ente realmente único e
irrepetible? ¿O somos todos productos
inanimados (sin alma) que responden como
máquinas a estímulos grupales que se nos
venden con la idea de hacernos “originales”
ante los demás, pero que en el fondo no
hacen sino enfrascarnos más y más en el
vicioso círculo del derroche descarriado de
productos que lejos de vibrar con nuestro
ritmo-esencial, no hacen sino mimetizarnos
con un mismo espejo en el que todos los
reflejos se ven identificados? En palabras de
Schneider:
Claro es que un ser humano con poca
individualidad
será
sometido
más
fácilmente a los efectos de la magia
imitativa que un individuo con personalidad
propia. Siendo su manera de ser casi
totalmente formada por el ritmo de la
colectividad,
la
parte
estrictamente
individual e inasequible a la imitación será
tan exigua que la imitación de un ritmo
general ya puede bastar para sujetarlo… La
humanidad moderna, cuya mayoría es una
gran
masa
uniforme
de
seres
no
individualizados, sufre esta sujeción con
una intensidad extraordinaria. (Schneider,
1998: 31)
Así, el diablo con su máxima “Lo que ves
es lo que es” parece pasar los días con plena
sonrisa en el rostro, pues a los hombres con
almas superficiales es fácil imitarlos y por lo
tanto, dominarlos y gobernarlos.
IV
Volvamos
al
hombre
primitivo.
Retomemos la atención en esa voz mística
que identifica al hombre con su hermano
animal y con ese plano acústico que desde
tiempos inmemoriales ha sido el más
sublime
umbral
que
acariciar.
La
manifestación más clara del ritmo-esencial
de un individuo se logra por su voz; su más
intrínseca cualidad. El carácter de un hombre
es puesto a la luz por su voz natural; esto
es, su voz no trabajada, no maquillada, no
enmascarada por artilugios de retórica o
espejismos de palabras mecánicamente
adoptadas.
Si
queremos
hablar
de
fenomenología de lo sagrado, citemos
nuevamente a Schneider:
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[L]as verdaderas substancias de los
fenómenos son los ritmos sonoros… el
espacio y los objetos visibles en él tienen
poca monta en cuanto a la identificación de
la naturaleza verdadera de los fenómenos.
Los objetos en el espacio tan sólo son
recipientes- sin duda con significación, pero
de orden secundario. (Schneider, 1998:
33)
Es la voz entonces, heraldo del alma;
valdrá la pena adiestrarnos a escucharle con
atención a partir de ahora.
Así, no es de extrañar que para el
hombre primitivo en cuya consciencia los
objetos carecen de importancia, la realidad
última fije sus cimientos en ritmos y
experiencias mucho más ligadas al acontecer
temporal, en contraparte del geométricoespacial. Y no se vuelve insólito que el
hombre-mago primitivo, iniciado en esta
sabiduría, pueda concebir la posibilidad de
transformar su ser, no atado a leyes físicasespaciales, en un jaguar o espíritu inmaterial
para el que la forma exterior tiene sólo un
valor de segundo peso.5 La construcción del
objeto como “ultima realidad”; la asfixiante
carga que la modernidad impone con la
racionalización de los fenómenos, ha exiliado
a los más profundos niveles del inconsciente
esa concepción de unidad de la que
participaba nuestra psique hace algunos
miles de años, y con ello nos ha vuelto seres
huraños y apartados por completo de la
comunión con los ritmos-esenciales del
Cosmos.6
Este cambio en la concepción de la
realidad,
llevado
a
sus
últimas
consecuencias, va a dar origen a uno de los
fenómenos artísticos más importantes del
mundo medieval y de muchas regiones del
5
Esto recuerda también las palabras de Eliade respecto a la
ontología arcaica y el indispensable conocimiento de la misma
para poder entender, sin menosprecio, el comportamiento
primitivo. “Poco importa si las fórmulas y las imágenes a través de
las cuales el “primitivo” expresa la realidad, nos puedan parecer
infantiles e incluso ridículas. Lo que es revelador es el sentido
profundo del comportamiento primitivo: este comportamiento está
dominado por la creencia en una realidad absoluta que se opone
al mundo profano de las “irrealidades”… Tenemos, pues, derecho
a hablar de una ontología arcaica, y sólo teniendo en cuenta esa
ontología se llega a comprender –y, por tanto, a no despreciar- el
comportamiento, incluso el más extravagante, del “mundo
primitivo”. (Eliade, 1972: 88)
6
Vale la pena hacer memoria sobre las ideas de autores
como Gilbert Durand o Claude Lévi-Strauss respecto al origen de
la conciencia simbólica y el metalenguaje mítico (Lévi-Strauss,
1987). Durand habla de un primer lenguaje como acción y
expresión corporal; idea sutilmente identificada con la visión
primitiva de realidad entendida como algo desde la acción, el
movimiento y el tiempo. “La mímica, la danza, el gesto-lo que
Husserl llama lo prereflexivo- están antes que la palabra, y con
mayor motivo antes que la escritura” (Durand, 1993). Esta
mímica, danza y gesto toman de la mano a la visión primitiva de
la que aquí hablamos.
48
Oriente: el nacimiento de los bestiarios y la
amplia simbólica zoológica que irá a
extenderse en el arte y las concepciones
filosóficas
de
muchas
corrientes
de
pensamiento mágico-religiosas a lo largo de
todo el planeta.
Quedamos ya que para la mente
primitiva, la forma de captar la esencia de
un ser, y por consiguiente la forma de
obtener la gracia, protección y poder de la
misma, era por imitación. Ésta se logra
luego de una detallada experiencia vivencial
en la que se consuma una simbiosis de todos
aquellos factores que “vibran” al unísono
para generar un ritmo-esencial, que define
al ser en cuestión. Este ritmo-esencial se
traduce en imitar el sonido, la voz, la
frecuencia vibratoria acústica, que viene
acompañada de muchos detalles temporales
y gestuales (más que geométricos o
espaciales). A su vez, este ritmo-esencial,
sonoro, es un símbolo en toda la extensión
de la palabra; está ahí para evocar la
esencia que trata de imitar. El grito-símbolo
que reúne al primitivo con la Naturaleza irá
desvaneciéndose y petrificándose poco a
poco gracias al uso cada vez más frecuente
de objetos. No olvidemos que la cultura,
conforme va madurando, empieza a generar
diversas necesidades y oficios, y estos a su
vez ampliarán el espectro de posibilidades
en la concepción de utensilios; desde los
más prácticos hasta las primeras muestras
de arte plástico y objetos mágico-religiosos.
El trayecto antropológico de Durand, en el
peor de los casos, constituirá una auténtica
prisión de la libertad; transformando en
cultura la naturaleza reflexológica, pasando
en términos nietzscheanos de lo dionisíaco a
lo apolíneo, se abre la puerta a una nueva
forma de comunión con el mundo, sus
criaturas y sus fenómenos.
Para Schneider, este vuelco en la
percepción fenomenológica traerá graves
consecuencias, pues será el inicio de una
visión mucho más teórica y objetiva, alejada
de la Naturaleza, que conllevará a lo que fue
quizá la primer catástrofe espiritual en la
psique humana:
El desviarse de la imitación realista
produce una de las crisis espirituales más
graves de la historia humana, porque en
lugar de seguir conociendo su ambiente
merced a la imitación de los ritmos
naturales, el ser humano, por medio de
ritmos artificiales, se encamina hacia el
pensamiento
especulativo.
(Schneider,
1998: 51)
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49
El contacto íntimo hombre-naturaleza va
en picada. La misma música sufre cambios
importantes pues lo que antes la melodía
ofrecía, irá cediendo plaza para letras con
cada vez mayor peso en la composición
integral. Antaño, el oído prestaba atención al
ritmo y tono para esclarecer lo que
escuchaba. Con la letra al mando, la
atención pasa a la forma, a la palabra, al
lenguaje estructurado, dejando en segundo
plano la esencia acústica que habita en la
obra y ensalzando en vez la reflexión y
comprensión analítica de la misma. El
lenguaje de los pájaros, que conectaba
místicamente al hombre con su entorno
depositando el mensaje cifrado en ritmos
que no en palabras, va quedando atrás;
letra y melodía en breve lucharan por
hegemonía; Euterpe se separa de sus
hermanas. Y habrán de decirme por qué una
fiel mascota o un niño de cuna permanecen
en el más estricto silencio ante el significar
de las palabras y reaccionan en cambio
identificando, reconociendo y resonando con
nuestro lenguaje al prestar atención al tono
en el cual emitimos esas palabras y el
lenguaje
corporal,
gestual,
que
las
acompaña. Ante esto me pregunto: ¿Cuál de
los dos lenguajes es más universal,
mayormente comprendido, o comunica en
todo caso un mayor “contenido” en el
mensaje?
Esta nueva situación de contacto entre el
hombre y su entorno va formulando una
epistemología “de vitrina”; el hombre no
tiene necesidad de acercarse y vivir
experiencias compartidas con la Naturaleza.
Con esta nueva concepción de la realidad a
través de los objetos, se puede ver y
obtener el beneficio y la protección del
animal con la posesión de objetos-símbolo
que funcionan como sustituto presencial. El
conocimiento de la naturaleza no es ya de
primera fuente, sino que se recurre al fetiche
como elemento contenedor de la esencia
misma de la entidad sagrada. El hombre
conoce las cualidades del pájaro, pero ya no
recuerda como “hablar” con él, pues en su
relación se ha entrometido un cristal
transparente que le permite ver, pero no
tocar… y si eso no fuera poco, suficiente es
ahora conseguir tan solo una parte del
cuerpo de ese animal para ser dueño
también de la fuerza y esencia mágica que
representa y contiene.
Estamos sólo a un paso del nacimiento
del universo mágico-bestial, y no es difícil
adivinarlo: si el objeto me permite
adueñarme de los atributos de un animal o
entidad en particular, ¿por qué no habría de
permitírmelo de varios? Así, la fantasía
Marco Antonio López Sánchez
artística y mitológica se da vuelo y
comienzan a aparecer en el imaginario de la
humanidad ya en la era de las grandes
civilizaciones leones alados, toros con
cabezas humanas, pájaros con escamas o
piel de reptiles, andróginos y todo tipo de
mezclas y creaciones maravillosas de seres
que guardan en sí mismos, el ritmo-esencia
que
antaño
el
hombre
imitaba
y
representaba en sus rituales con sus danzas
y gritos místicos. La escultura y los objetos
materiales se vuelven el hogar, el receptor,
y por lo tanto también el guardián de esos
ritmos y esas esencias.
La piedra será depositaria de los poderes
de la naturaleza; la encargada de manifestar
lo que años atrás salía a la luz por medio del
canto y el plano acústico. Centinelas y
guardianes de mármol, granito y cantera, de
nombres diversos como gárgolas, golems o
esfinges, guardarán a partir de ahora las
puertas de templos y palacios, prohibirán la
entrada de todo profano al lugar sagrado y
poblaran las páginas de bestiarios y textos
míticos y legendarios como los grandes
protagonistas. 7
Grifo con su presa
Bestiario Ashmole, Bodleian Library, Oxford
7
Resuenan con estas ideas las líneas del maravilloso texto de
Francesco Zambon El alfabeto simbólico de los animales al que
recomiendo dirigirse a quienes deseen indagar más a fondo
respecto al universo que pide gimiendo ser redimido del pecado y
restituido con ello su ritmo-esencial (Zambon, 2010).
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50
V
VI
Poner orden en este caudal de
imaginería no fue tarea fácil. Hubo que
adecuar y relacionar uno a uno todos los
elementos que participaban en el carnaval.
Nace una teoría místico-simbólica; un
sistema razonado, metódico, matemático y
preciso que da nombre y lugar a cada
fenómeno. Logra el hombre con ello
introducir en un baúl mágico a toda la
Naturaleza, cual caja de Pandora. Animales,
plantas, minerales, instrumentos musicales,
objetos, proporciones geométricas, fases
temporales, astros, sonidos fundamentales…
Hay que dar cabida a Todo.
La mañana es el momento de encuentro
con el león; sus cabellos encarnados evocan
fuego,
luz,
energía
masculina.
Los
instrumentos de cuerdas y las varas o cetros
serán su emisario musical. Es el momento
del canto con la voz de pecho. El mediodía
nos pone en contacto con el águila, sus
plumas, el aire y los instrumentos afines, la
voz proyectada desde la garganta. La noche
y el azul profundo irán a asociarse con la
luna y el agua, las conchas de mar,
cocodrilos y copas que guarden esta esencia
en su matriz. La voz que da cuenta de esta
esencia es la que sale de la cabeza. Y la
tierra con sus reptiles, cascabeles, tambores
y pieles, que en el canto místico generan la
voz desde el estómago. Todo esto ira
tomando forma en el nuevo orden de ideas
que dejarán ir viendo el paso de los pueblos
primitivos
a
las
altas
culturas
y
civilizaciones.
Importante será para este nuevo
sistema el concentrar en un solo elemento
características antagónicas para triunfar
sobre la dualidad natural que requiere de la
síntesis de sus contrarios para transformarse
en realidad.
Quizá el mejor ejemplo lo encontramos
en dos instrumentos de antiquísima edad:
flautas y tambores. El primero de ellos, por
su forma elemental esencialmente fálica se
muestra como un instrumento masculino,
pero al hacerlo sonar se manifiesta su voz
femenina. El tambor en contraparte siendo
en esencia un hoyo cavado en la tierra
(instrumento pot tanto de clara simbología
femenina) se cubre con una piel o tabla que
deberá de ser golpeada con varas o colas de
animales que despierten su espíritu y voz
masculina. En combinación, uno y otro
instrumentos son andróginos portentosos
que darán al hombre primitivo la posibilidad
de invocar las fuerzas esenciales de la
Naturaleza.
Surge con toda esta transformación
ideológica una pregunta fundamental: ¿La
migración del mensaje simbólico en su paso
de un grito y una danza ritual, ejercicio
dinámico-temporal y acústico, a un objeto
quieto y geometrizado, piedra estática e
inerte,8 hace que pierda fuerza ese símbolo?
¿El hecho que la experiencia y el
acercamiento con la Naturaleza se vuelvan
más teóricos y menos prácticos, limita en
algo el poder del símbolo? Me atrevería a
decir que sí, recordando el espíritu de la cita
de Schneider con la que da inicio este
ensayo. Símbolo es ritmo, es acción, es
acontecimiento en el espacio y el tiempo.
Símbolo es una obra sinfónica completa, en
su extensión diacrónica, de principio a fin,
con todo y los silencios entre cada
movimiento; por eso la música se hermana
tan
bien
con
este
lenguaje,
están
compuestos ambos de la misma materia
sutil. Hay que entender al símbolo de ese
modo y no caer en el error que llevó durante
muchos años a la idea casi absurda de
hablar de él en términos de signo y de
objeto comunicador de un significado
unívoco.
El peligro de migrar a una relación
teórica provoca que el hombre deba recorrer
dos caminos. O quizá mejor, deberá recorrer
un solo camino pero tendrá que aprehender
toda una serie de conocimientos previos,
supuestos, que le hablarán del fenómeno
pero no le permitirán jamás llegar a él de
primera fuente. La epistemología “de vitrina”
de la que hablamos con anterioridad
marcará la escisión del hombre con su
contraparte natural. Saber cuál es el camino
que nos lleva a la unión y comunión con la
esencia no es lo mismo que recorrer ese
camino y experimentar sus profundos
recovecos, misterios y enseñanzas. Gana el
intelecto; gana la razón, gana la erudición y
la práctica discursiva, pero se marcha a
lejanos horizontes la comunión mística con
el fenómeno y el conocimiento directo del
mismo. La hermenéutica primitiva acerca al
símbolo con su ritmo-esencia (hoy traducido
a objeto-significado) de una manera
sorprendente, dándole un carácter de
elemento vivo y real; el método discursivo
pone en jaque esta vitalidad simbólica y
dependerá del sujeto que interpreta y recibe
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Luego se verá que la piedra es todo menos un elemento
estático e inerte. Ella vibra, se contrae o se expande cual si
respirara. Participa como el hombre de la posibilidad de repetir,
imitar y por consiguiente ser receptora viva y activa de la esencia
que guarda. La piedra, como el hombre, los animales y el resto de
la Naturaleza, también canta…
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Marco Antonio López Sánchez
ese objeto si le rechaza cual entidad extraña
o le abraza y vibra con él como dos cuerdas
afinadas bajo la misma tensión vital. Ya lo
dice Schneider con las palabras que
concluyen la introducción de su obra:
concepto que tenga el lector de la noción
símbolo. Si lo acepta como una realidad, la
vía está libre; de lo contrario, siempre
quedará
superficial
la
verdadera
comprensión de estas ideas. (Schneider,
1998: 15)
Las antiquísimas ideas expuestas en
este libro quedarán comprendidas de
verdad o solamente “explicadas” según el
Que quede en cada quién decidir la vía a
recorrer.
Referencias
Cassirer, E. (1998) Filosofía de las formas simbólicas. I: El lenguaje. México: FCE.
Durand, G. (1993) De la mitocrítica al mitoanálisis. Barcelona: Anthropos.
Eliade, M. (1972) El mito del eterno retorno. Madrid: Alianza.
Lévi-Strauss, C. (1987) Antropología estructural. Barcelona: Paidós ibérica.
Schneider, M. (1998) El origen musical de los animales-símbolo en la mitología y la escultura
antiguas. Ensayo histórico-etnográfico sobre la subestructura totemística y megalítica de
las altas culturas y su supervivencia en el folklore español. Madrid: Siruela.
Zambon, F. (2010) El alfabeto simbólico de los animales. Los bestiarios de la Edad Media.
Madrid: Siruela.
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