EL LENGUAJE DE LOS ESPECIALISTAS: LA NUEVA TORRE DE BABEL Antonio Velázquez Esta fórmula describe un proceso de difusión de moléculas y equivale a decir "esparcir". Para el lego, esto último es más fácil de entender, pero para el científico la fórmula no sólo es más elegante, sino que además tiene un alto valor predictivo y resulta, por lo tanto, mucho más poderosa. J.B.S. Haldane Como ser social, el hombre requiere comunicarse con los demás, que lo entiendan y, a su vez, comprender a los otros; para lograrlo, los humanos tienen en el lenguaje el instrumento más poderoso. Pero paradójicamente, el lenguaje puede ser también una cuña que separa y aísla, como en la mítica Torre de Babel. En nuestro tiempo una nueva torre está siendo construida, cada vez más alta y separándonos cada vez más unos de otros. Sus recios muros son los lenguajes de los especialistas, que se multiplican vertiginosamente. Los avances científicos han requerido y propiciado a la vez nuevas terminologías, que crecen en riqueza y complejidad. No sólo se necesitan nuevos términos para nuevos conceptos sino también para ideas que se tenían con anterioridad, pero que se van haciendo más precisas. Por ejemplo, para los "factores" responsables de la herencia biológica descubiertos por Mendel, resultó útil acuñar un nuevo término: el de gen. Otro nuevo término, cromosoma, se utilizó para los corpúsculos dentro de la célula en donde se encuentran los genes. Existen diferentes variedades de cada gen; por ejemplo, los que determinan distintos colores de ojos o distintos grupos sanguíneos; aquí un concepto antiguo, "variedad", requirió de un nuevo término que fuese más preciso: alelo. Finalmente, hay ocasiones en que para un nuevo concepto se adopta un viejo término, modificando su significado en la nueva acepción, como cuando decimos que dos genes se encuentran "en repulsión", para expresar que están separados localizándose cada uno en un cromosoma diferente. He tomado estos términos de mi propia disciplina, la genética, una de las ciencias naturales que mayor auge ha tenido en este siglo y que nos ha permitido conocer los secretos más recónditos de la vida e ir descifrando aspectos de la naturaleza humana que hasta hace poco parecía que iban a permanecer por siempre en el misterio. Como las demás disciplinas, la genética tiene su propio léxico y no es raro encontrar en los libros de texto sobre el tema un glosario para guiar al que apenas se inicia en la materia. Si no fuese por esta terminología, es probable que la genética no hubiese avanzado tan aceleradamente como lo ha hecho. El contar con términos inequívocos ha permitido describir con precisión las observaciones, enunciar con claridad las hipótesis y someterlas a pruebas que a todos satisfagan. Más aún, estos términos fueron la materia prima con la cual trabajó la imaginación de quienes descifraron la clave genética. Con algún esfuerzo, puede uno deshacerse de la mayor parte de estos términos especializados e intentar explicarse mediante el lenguaje cotidiano. Yo lo hago con frecuencia, al enseñar rudimentos de genética a médicos con otras especialidades (en nuestra universidad, la genética apenas acaba de ser incorporada al currículo de medicina). Pero me es especialmente necesario realizar ese esfuerzo al practicar el llamado "asesoramiento genético", que consiste en explicar, a legos preocupados, el riesgo de que nazca un nuevo ser con taras o malformaciones (pongamos por caso, el de una pareja que ya tuvo un hijo defectuoso); en estos casos la explicación debe ser muy clara, pues de su cabal comprensión depende una decisión de vida o muerte. Sin embargo, estos intentos de traducción son muy imperfectos y no le servirían a quien intente ahondar en los misterios de la herencia biológica por medio de la investigación científica. Además de su utilidad semántica, los nuevos léxicos sirven también como fronteras entre clanes; ayudan a identificar a los miembros del grupo y a excluir a los extraños. Se convierten así en barreras poderosas que hacen accesibles porciones del conocimiento —el principal patrimonio de la humanidad— a sólo unos pocos: los iniciados en las nuevas sectas que son las actuales disciplinas y especialidades. Los lenguajes de los especialistas los separan entre sí y aun dentro de una misma especialidad cuesta trabajo que todos se entiendan, ya que el proceso de diferenciación avanza en forma inexorable. Generalmente y en mayor grado en la civilización occidental, la dicotomía se ha dado entre lo que C.P. Snow ha denominado "las dos culturas", la de los dedicados a las humanidades y a las ciencias sociales y la de los que laboran en las ciencias exactas y naturales. Y el abismo es aún mayor entre ambos y los legos, creando así nuevas aristocracias, no menos peligrosas que las que tiranizaron a la humanidad en el pasado. En el peor de los casos, el lenguaje de los especialistas se ha convertido, de hecho, en instrumento de dominación y, en el menos malo, en obstáculo para la participación plena en decisiones que a todos nos afectan. ¡Cuántas veces se manifiestan petulancias, arrogancias, sincretismos, mediante el uso de oscuras terminologías, incomprensibles aun para quienes las emplean! Bronowski ha dicho que debemos intentar ser una democracia del intelecto y ha propuesto que si bien deben ser los especialistas y los técnicos los que hagan funcionar las herramientas y las instalaciones (y yo agregaría: que hagan avanzar la ciencia por medio de la investigación y la apliquen a través del desarrollo tecnológico), todos debemos tener acceso al conocimiento y comprender cómo funciona la naturaleza. En México, el desafío es aún más difícil. Somos parte de un mundo que llegó tarde a la revolución científica. Además, aquí el poder se ejerce, en buena medida, restringiendo brutalmente el acceso a la información. Así se logra limitar el número de los que en efecto pueden participar. La mayor parte son tratados como menores de edad y no conviene —cual si fuesen niños— que se enteren de asuntos sobre los que "no están preparados para comprender". Si a esto añadimos lo intrincado del léxico técnico, resulta minúsculo el número de compatriotas capaces de participar plenamente en la vida política y social, que cada vez estarán más influidas por los avances científicos y tecnológicos. La situación debe cambiar y hay que buscar medidas que aminoren al menos el problema. Necesitamos con urgencia intérpretes que nos ayuden a cruzar estas barreras lingüísticas y entendernos mejor unos con otros. La divulgación de la ciencia es una actividad que ha sido soslayada y que debe ser apreciada y alentada. Los avances científicos y los métodos y técnicas que los hacen posibles deben convertirse en parte integral de nuestra cultura como son la poesía, las artes plásticas, la música, la historia o la filosofía. Los humanistas deben estar bien enterados de los descubrimientos de la biología molecular, de la tectónica de placas, de la física de las partículas elementales. Dialogando científicos y humanistas deben buscar la sabiduría como la definió Van Potter: "el conocimiento para usar el conocimiento". Se han hecho algunos esfuerzos notables de divulgación científica a través de la radio y, especialmente, de la televisión, por desgracia casi todos extranjeros. El periodismo científico es virtualmente inexistente en México. La mayoría de los descubrimientos científicos efectuados dentro o fuera de nuestro país no son noticias que interese difundir a nuestros diarios y revistas, o temas de comentario para nuestros editorialistas. Y aquellos pocos descubrimientos que son tratados en la prensa no especializada, son frecuentemente manejados sin haber sido bien comprendidos y en forma prejuiciada y sesgada. Podrá argumentarse que dado que las ciencias exactas y naturales son tan vastas y complejas y que se encuentran en continuo cambio, cualquier intento de disminuir la brecha creciente entre las dos culturas es mera utopía. Empero, hay quienes sostenemos que ello es posible y a la vez indispensable si queremos evitar la deshumanización y el suicidio de nuestra civilización. Paradójicamente, a medida que una disciplina científica avanza, surgen conceptos unificadores que van creando un orden del aparente caos de datos e informes inconexos. Podremos no entender los detalles, pero al menos esos grandes conceptos nos deben ser familiares, y naturalmente, los términos para designarlos. Esos términos deben convertirse en parte de nuestro léxico común, al menos del léxico del hombre culto y no exclusivamente del calificado de especialistas. Pero en donde más se podrá hacer para contender con este problema y avanzar hacia su solución es, naturalmente, en el campo de la educación, en especial en el de la educación primaria y secundaria, que es donde la mayor parte de los niños se enemista de por vida con las ciencias exactas y naturales y en particular con la matemática, que es la gramática de casi todos los lenguajes de los especialistas. Soy pesimista en cuanto a la posibilidad de cerrar la brecha entre las dos culturas una vez que se ha abierto. Por ello creo que evitar que se abra es la única opción que tenemos. Y esto sólo es posible en la infancia, antes de que en cada niño se instale el daño irreversible. Los nuevos medios electrónicos pueden ayudar a lograrlo, pero sólo un cambio radical en la filosofía educativa lo conseguirá.