Silenciosas palabras musicales

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Número 7, Año 2011
RESUMEN
Un aforismo es un texto en prosa extremadamente breve, de carácter
gnómico, no narrativo y no ficcional. A estos rasgos definitorios podríamos
añadir otros más contingentes como su tendencia al humorismo, a la
agudeza, a la elipsis, al efecto sorpresa o su amor por la discrepancia.
Durante las vanguardias esta discrepancia deviene lisérgica y empieza
a subvertir algunos de los rasgos que le eran supuestamente esenciales.
Contra la eficacia del aforismo clásico, las vanguardias empiezan a
construir aforismos a partir de digresiones, lógicas imposibles, imágenes
arbitrarias, transitando un nuevo territorio transgenérico que bebe más
que nunca de la poesía. Autores como Fernández Moreno, Gómez de la
Serna, Ramos Sucre, Juan Ramón o Bergamín dieron al aforismo una
vitalidad inusitada y lo convirtieron en un nuevo artilugio.
Palabras clave: aforismo, vanguardia, humorismo, géneros literarios,
literatura transatlántica
ABSTRACT
An aphorism is an extremely brief prose of gnomic, non narrative
and non fictional nature. To these defining features, we could add
others plus contingent as its tendency to humor, wit, the surprise effect,
the ellipse, or its passion for disagreeing. During the avant-garde, this
discrepancy becomes lysergic and begins to subvert some of the traits that
were supposedly essential. Against the efficacy of the classic aphorism,
vanguards begin to build aphorisms from digressions, impossible logics,
arbitrary images, moving into a new transgendered territory that drinks
more than ever of poetry. Authors such as Fernández Moreno, Gómez de
la Serna, Ramos Sucre, Juan Ramón or Bergamín gave the aphorism an
unusual vitality and turned it into a new gadget.
Keywords: aphorism,
transatlantic literature
avant-garde,
humorism,
literary
gender,
Letral, Número 7, Año 2011
El aforismo en castellano, tradición y
vanguardia
Erika Martínez (Universidad de Granada)
En todo nuestro ser el bellísimo ejercicio de la elasticidad, y arriba, la agilidad alerta del pensamiento.
(Juan Ramón Jiménez)
José Bergamín es cada vez más alto y delgado —escribió Juan Ramón Jiménez—: se está estirando para alcanzar las ideas inéditas (Jiménez
1984: 43). Todo aforista quisiera crecer para dejar atrás la adolescencia del
pensamiento. Durante la primera mitad del siglo XX, el estirón que dieron
algunos aforistas fue sin duda singular en las dos orillas del castellano.
Autores como Baldomero Fernández Moreno, Ramón Gómez de la Serna,
José Antonio Ramos Sucre o los mismos Juan Ramón Jiménez y José Bergamín dieron al aforismo una vitalidad inusitada y lo convirtieron en un
nuevo artilugio1.
¿Nuevo? Ningún género literario es estático. La crítica, sin embargo,
no parece otorgar la misma historicidad a unos géneros que a otros. En
el caso concreto de las formas breves, su fortuna en el ámbito académico ha suscitado una batalla infructuosa por imponer rubros: donde podría
constatarse una transformación, por muy extrema que ésta sea, a veces
la crítica sucumbe al adanismo, práctica que se intensifica en los géneros
marginales o minoritarios. Novelas y poemarios que discuten casi todas
las convenciones de sus respectivos géneros reciben apelativos y a menudo
prefijos que cuestionan sus cimientos pero, ante todo, son analizados en
su novedad. Mientras tanto, el análisis de cuentos y aforismos se pierde en
discusiones terminológicas. El estudio de un género en sus diferentes modalidades, categorías y escuelas ha demostrado ser fructífero. Quizás no lo
sea tanto pretender que cada una de esas modalidades sea un nuevo género,
sobre todo en un presente tan híbrido, plural y dinámico como el nuestro.
La literatura hoy es transgenérica, si es que acaso no lo fue siempre.
Las Greguerías de Gómez de la Serna se editaron por primera vez en Prometeo (Valencia, 1917). El cohete y la estrella (Madrid: Índice) y La cabeza a pájaros (Madrid: Cruz
y Raya) de Bergamín fueron publicados respectivamente en 1923 y 1933. Los aforismos
de Ramos Sucre aparecieron por primera vez en la revista Élite entre 1925 y 1929 y, más
tarde, fueron recogidos bajo el título Granizada en la antología Los aires del presagio
(Caracas: Rescate, 1960). La primera edición de La mariposa y la viga, de Baldomero
Fernández Moreno apareció en la Editora y Distribuidora del Plata (Buenos Aires, 1947).
Ideolojía (1897-1957) de Juan Ramón constituye el IV volumen de su Metamorfosis,
aunque su primer aforismo fue publicado en la revista Renacimiento en 1907.
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Más allá de la identidad irreductible de cada obra y de sus enormes
diferencias estéticas, la mayoría de nosotros estaría de acuerdo en que Tratado de urbanismo de Ángel González y En la masmédula de Oliverio Girondo son dos poemarios. Entre dos libros de aforismos como los Escolios
de Gómez Dávila y las Greguerías de Gómez de la Serna no hay mucha
más distancia. Esta afirmación obliga a una mínima caracterización sincrónica y diacrónica de la selva teórica del aforismo.
Rebobinando: vestigios de una tradición
La historia de la literatura es con demasiada frecuencia el escenario
de una competición por el establecimiento de récords nacionales. Dentro
de ese escenario, suelen citarse las Maximes (1664) de La Rochefoucauld
como peldaño inaugural de una escalera que conduce al aforismo contemporáneo, al menos dentro de la literatura europea. En 1647, ya se había
publicado en España el Oráculo manual y arte de prudencia de Baltasar
Gracián. Y, más de un siglo, antes los Ricordi (1512-1525) de Francesco
Guicciardini. Podríamos considerar muchos más precedentes y profundizar
en sus diferentes terminologías, pero lo que nos interesa ahora es señalar
el origen de una tradición que surge de la conjunción de tres volúmenes: el
Oráculo de Gracián, las citadas Maximes de La Rochefoucauld y los Pensées de Pascal, publicados en 1670. En dicha conjunción puede cifrarse el
nacimiento del nuevo género literario.
Cultivada durante el Barroco francés por La Bruyère, Vauvernagues
o Rivarol, esta primera veta de la tradición aforística fue bautizada con el
término de máxima moral. Las máximas eran colecciones de sentencias
orientadas a dirigir acciones morales, juicios generales de tipo crítico o
apologético sobre la esencia del hombre y su conducta social, adoptando
a menudo una forma humorística. A la estela de los moralistas franceses,
escribirán ya en el siglo XVIII varios autores italianos (como Algarotti o
Cesare Beccaria) y alemanes (como Kästner o Platner).
Durante el Prerromanticismo y Romanticismo europeo, puede hablarse
ya del surgimiento de una segunda veta de la tradición aforística, en la que
encaja de manera más exacta nuestra concepción actual del género. Desde
ese momento, los aforismos serán concebidos como reflexiones sorprendentes, sintéticas y capaces de comunicar una fuerte verdad derivada de
una iluminación súbita e intuitiva. En la formulación de esta nueva variante del género será fundamental la aportación del teórico alemán Gerhard Neumann, que publicó en 1976 un volumen fundacional titulado Der
Aphorismus. Según Neumann, se debe al pensamiento alemán del siglo
XIX la idea de que el conocimiento nacido del pensamiento aislado no
sólo concierne a la naturaleza del objeto, sino también al yo pensante y
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al propio acto cognoscitivo. A partir de este momento, muchos filósofos
apostarán en su obra por la yuxtaposición fragmentaria de enunciados.
El aforismo sufrirá entonces una notable diversificación. A las antiguas
máximas morales vendrán a sumarse toda una serie de pensamientos truncados, provenientes a menudo de diarios íntimos. Entre 1802 y 1806 se publicarán los aforismos de Lichtenberg, que el autor alemán había anotado
en libretas a la largo de toda su vida. Y en 1838, el Recueil des Pensées de
Joubert. En la misma época, escribió Leopardi su Zibaldone, que no sería
editado hasta 1898 bajo el título Pensieri di varia filosofia e bella letteratura1. Todos ellos fueron publicados póstumamente. Ninguno había sido
previamente preparado por el autor para su publicación. Más allá de las
excepciones, no es extraño tampoco que autores que sí publicaron en vida
sus aforismos lo hicieran concediendo escasa importancia al orden de las
piezas o incluso delegándolo en los editores de su obra.
Esta última circunstancia, tan recurrente en el caso del aforismo, convierte al género en un laboratorio fascinante sobre los conflictos entre la
literatura y el libro como institución. Lejos de constituir obras acabadas,
los volúmenes de aforismos son a menudo artificios editoriales o filológicos construidos a partir de una masa ingente y caótica de fragmentos no
articulados, que dialogan entre sí y demuestran concomitancias, pero cuya
estructura jamás fue prevista. En este sentido los aforismos constituyen
un discurso fractal, de combinatoria irreductible, cuya dinámica aleatoria
recuerda a los móviles de Alexander Calder. En el caso de los aforismos
publicados póstumamente y por tanto no cribados, se añade en mi opinión
otro interés teórico: son obras de arte con su excedente. Materializan la
idea de escritura como proceso y exhiben a menudo el itinerario de su
ejecución.
Lo curioso es que, mientras los aforismos de Joubert, Lichtenberg o
Leopardi tuvieron que esperar a la muerte de sus autores para ver la luz de
la imprenta, el aforismo iba ganando cada vez más popularidad. Entiéndase, una versión aligerada, colorista e inofensiva del aforismo, mucho más
cercana a los antiguos proverbios. En el siglo XIX, tiene lugar por ejemplo
la aparición de los llamados almanaques: volúmenes de reflexiones breves
de carácter divulgativo, que acompañaban las agendas o se publicaban en
los diarios. La aparición de estas compilaciones divide la producción aforística en adelante: por un lado, se producirá un enorme incremento de las
ediciones populares de reflexiones, basadas en tópicos de fácil consumo; y
por otro lado, se mantiene la publicación de los moralistas clásicos y de los
aforistas contemporáneos de menor difusión. Esta bipartición se mantiene
El Zibaldone lo integran los pensamientos que Leopardi habría empezado a anotar a los
19 años y que recopiló entre 1831 y 1835. Años después de su muerte, entre 1898 y 1900,
Giosuè Carducci los editó y publicó en VII volúmenes (Florencia: Le Monnier).
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a día de hoy: la literatura aforística tiene una difusión incluso menor a la
de la poesía entre los lectores, mientras se multiplican en Internet las páginas que recogen frases célebres, a menudo antologadas de forma anónima o falsamente atribuidas, y mezcladas con refranes o lugares comunes.
Además de estas páginas web, la versión actual de los viejos almanaques
serían esas pequeñas antologías temáticas sobre el amor, la amistad o la
maternidad que pueden encontrarse junto a las cajas de todas las librerías
y que se ofrecen como regalo igual que se hacía en el siglo XIX.
Pero la gran aportación al género del siglo XIX será la del yo, que
entrará en el aforismo por la vía del diario íntimo y cuyo protagonismo
era muy inferior en la tradición previa de la máxima moral. La literatura
aforística se convierte entonces en un territorio fronterizo que, como señala Werner Helmich, adopta la forma de confesiones, dudas, consejos,
exclamaciones, observaciones bizarras y experimentos mentales, cada vez
más poéticos y lúdicos (Helmich 2006: 22-23). Probablemente la figura
más importante en la transformación lúdico-poética del aforismo sea Jules
Renard, precedente directo de Ramón Gómez de la Serna, a quien Jorge
Luis Borges atribuyó la invención de las greguerías.
Esta nueva libertad con una gran cantidad de variantes animará la obra
de los grandes aforistas del siglo XX, entre los que se encuentran Valéry,
Scutenaire, Cioran o Perros en la literatura francófona, Von Ebner, Kafka,
Kraus o Canetti en la germana y Gómez de la Serna, Bergamín, Porchia o
Gómez Dávila en la hispanohablante.
Eso que dicen que es un aforismo
Si nos remontamos a su origen etimológico, el término “aforismo” deriva del verbo griego aphorízein, que significa “delimitar, separar, distinguir”. Será a partir del Corpus Hippocraticum cuando el término adquiera
su significación de verdad de conocimiento y posteriormente de sentencia.
Durante el Renacimiento, la palabra aforismo reaparecerá en la literatura
italiana y española con la significación de breve teorema histórico-político.
Pero será Nietzsche quien dará una nueva circulación al término dentro de
la literatura europea. En El crepúsculo de los dioses (1888) puede leerse:
“Los aforismos, las sentencias, en las cuales yo soy el primer maestro entre
los alemanes, son las formas de la eternidad”. Poco después, en 1902, se
publica también en Alemania la obra de Lichtenberg bajo el título Aphorismen. A partir de ese momento, el término se impondrá con su significación
actual.
Partiendo de esa significación, ¿qué diferencia hoy al aforismo de otras
formas breves? Propongo, muy brevemente, algunas distinciones. Frente
a ciertas variantes del periodismo, como los cables informativos o los titu-
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lares de prensa, los aforismos tienen carácter gnómico. Frente a la poesía,
se escriben en prosa. Frente al microrrelato, puede decirse que no son ficcionales ni narrativos. Recopilando lo dicho hasta ahora, un aforismo es
un texto en prosa extremadamente breve, de carácter gnómico, no narrativo y no ficcional. A estos rasgos definitorios podríamos añadir otros más
contingentes como su tendencia al humorismo, a la agudeza, a la elipsis,
al efecto sorpresa, etc. Personalmente, añadiría un rasgo que me atrevo a
considerar identitario: la tendencia a discrepar. Los aforismos discrepan
semántica, formal, poética, ideológica, espiritual y filosóficamente. Discrepan hasta consigo mismos, lo que explica su amor por las paradojas.
Dicho todo esto, no hay que olvidar que en la república de las letras
abundan los ciudadanos contestatarios, lo que implica que toda ley literaria
que se formula sea objeto inmediato de excepciones y subversiones. Veamos algunas de ellas.
Prohibido jugar a la pelota
En una reseña a Calcomanías de 1925, escribió Borges1: “Girondo es
un violento. Mira largamente las cosas y de golpe les tira un manotón [...].
Ante los ojos de Girondo, ante su desenvainado mirar, las cosas dialoguizan, mienten, se influyen” (Borges 1999: 613-14) . Durante el primer
tercio del siglo XX, los aforismos parten de la citada economía de lo breve
(concreción, agudeza, intensidad, etc.) y la violentan. Decía que la forma
específica mediante la cual este género literario ejerce la violencia es la
discrepancia. Durante las vanguardias esta discrepancia deviene lisérgica.
El aforismo empieza a subvertir algunos de los rasgos que le eran supuestamente esenciales, poniendo en cuestión la lógica de la máxima información en el mínimo espacio. Contra la eficacia del aforismo clásico, las
vanguardias empiezan a construir aforismos a partir de digresiones, lógicas imposibles, imágenes arbitrarias, transitando un nuevo territorio transgenérico que bebe más que nunca de la poesía. Aunque fue Ramón Gómez
de la Serna el primer autor que dinamitó la lógica clásica del aforismo
en castellano, autores como Bergamín, Girondo o Max Aub siguieron su
huella. Su perversión del género es tal que un gran número de lectores
y críticos perfectamente autorizados consideran que greguerías, granizadas y calcomanías no son aforismos. Más que renunciar al pensamiento,
predominante en las máximas, puede decirse que estos autores eligieron
pensar con metáforas. La sacudida que le dieron al aforismo se parece a lo
que hicieron Arreola o Monterroso con el cuento: transitar géneros limíLa reseña fue publicada originalmente por Borges en la revista Martín Fierro, 18, 26
de junio de 1925. Posteriormente pasaría a formar parte del volumen El tamaño de mi
esperanza. Buenos aires: Proa, 1926.
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trofes, sabotear sus principios esenciales y hacer de la subversión literaria
una ley.
Más allá de esta búsqueda de la discrepancia, el carácter ocurrente,
lúdico y repentista de los aforistas de vanguardia ha sido siempre un arma
de doble filo: la simpatía que despertaron sus obras impidió en muchas
ocasiones una consideración más profunda de su alcance. Las greguerías,
por ejemplo, siempre se enseñaron en la escuela como si fueran juguetes
desechables, idea que por otro lado no desagradaría al propio Gómez de la
Serna. De hecho hay en toda su obra algo de juego lingüístico, en el sentido wittgensteniano: cada contexto concreto, cada uso del lenguaje, suscita
un nuevo sistemas de reglas.
Las vanguardias de principios de siglo se dejaron encandilar por el
carácter asistemático, discrepante y fractal del aforismo, por su tendencia
centenaria a discutir toda forma de aspiración a la totalidad. Este afortunado encuentro, sin embrago, no debe llevarnos a engaños. Ya en 1605,
Francis Bacon llamó a sus contemporáneos a discutir la lógica monolítica
del escolasticismo mediante pensamientos breves, desperdigados y concisos. Como señala Nora de Marvel:
Pensar y escribir en aforismos —descritos por Bacon como short and
dispersed sentences en las que discourse of connexion and order y recitals of examples are cut off— aventajaba en su sentir al método discursivo porque al exponer el conocimiento empírico en forma fragmentaria,
despertaba de necesidad múltiples resonancias y era, entonces, el vehículo más eficaz para provocar en el lector la cogitación activa y dinámica
(Marvel 1985: 2).
La absoluta actualidad de esta reflexión de Bacon conecta con la siguiente reflexión: “Reaccionar contra lo fragmentario es absurdo porque la
constitución del mundo es fragmentaria, su fondo es atómico, su verdad es
disolvencia” (Gómez 1991: 66 y 67) . Aunque parezca inverosímil, la cita
no es de Lyotard o algún otro teórico de la posmodernidad, sino del propio
Gómez de la Serna.
Más allá de las primeras vanguardias, el ludismo irreverente, la tendencia al repentismo y la metáfora como deporte de alto riesgo reaparecen de
forma intermitente en posteriores manifestaciones del aforismo. Es el caso
modélico de César Fernández Moreno, cuyos Ambages son ya desde su
título una declaración de intenciones. En el prólogo a su edición de 1972,
apunta el escritor argentino:
Decir una cosa sin ambages es decirla sin vueltas, sin rodeos. En este
libro, contrariamente, las cosas se dicen con ambages: con vueltas, con
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rodeos; sugiriendo por la ironía, por la falacia, por la agachada. Es así
como he dado en llama ambages este género de aforismos, y los he ido
acumulando a lo largo de más de treinta años hasta formar este librito.
No se busque lógica en ellos. Búsquese, en todo caso, la lógica del absurdo (que es la del vivir) (Fernández 1972: 13).
Hasta el día de hoy, el aforismo sigue siendo un territorio gobernado
por la prosa del pensamiento. Desde principios del siglo XX, sin embargo,
ese territorio tolera rincones donde los galimatías discuten la lógica moderna, la dispersión boicotea la eficacia literaria y las intuiciones caprichosas usurpan el lugar de la pertinencia gnómica. De la razón moral al rapto
poético, del pensamiento a la imagen, el aforismo navega bien entre dos
aguas.
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Bibliografía citada
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