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John PoweII
Las estaciones
del corazón
Sal Terrae
Colección «PROYECTO»
John Powell, SJ
55
Las estaciones
del corazón
Editorial SAL TERRAE
Santander
índice
Presentación
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INVIERNO
Título del original en inglés:
Through Seasons ofthe Heart
© 1987 by John Powell, SJ
Tabor Publishing,
a división of RCL Enterprises
200 East Bethany Drive, Alien (Texas)
Traducción:
Ana María Velasco Gil
© 1999 by Editorial Sal Terrae
Polígono de Raos, Parcela 14-1
39600 Maliaño (Cantabria)
Fax: 942 369 201
E-mail: salterrae@salterrae.es
http//:www.salterrae.es
Con las debidas licencias
Impreso en España. Printed in Spain
ISBN: 84-293-1302-8
Dep. Legal: BI-677-99
Fotocomposición:
Sal Terrae - Santander
Impresión y encuademación:
Grafo, S.A. - Bilbao
Enero . . . .*
Febrero
Marzo
11
42
71
PRIMAVERA
Abril
Mayo
Junio
105
135
166
VERANO
Julio
Agosto
Septiembre
199
230
261
OTOÑO
Octubre
Noviembre
Diciembre
293
324
354
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Presentación
Estoy realmente en deuda con mi colega y amiga Loretta Brady,
pues suya fue la idea de publicar un libro de lecturas diarias
tomadas de mis escritos y mis programas audiovisuales, y le
estoy sumamente agradecido por su paciencia y perseverancia
en la selección y edición de estas lecturas. Contando con mi
apoyo, Loretta ha modificado en varias ocasiones la redacción y
la puntuación de los textos originales, cambios que en algunos
casos han proporcionado un contexto y en otros han contribuido a una mayor fluidez y continuidad del texto.
Al leer y escuchar las diversas obras y los distintos trabajos
publicados a lo largo de los últimos veinte años, Loretta ha
seleccionado cuatro temas: 1) hacerse persona; 2) hacerse una
persona amante; 3) lograr comunicarse; y 4) llegar a ser creyente. En su selección de las lecturas de cada día ha entrelazado
hábilmente estos cuatro temas en cada estación del año: primavera, verano, otoño e invierno, las estaciones del corazón.
Cuando leí la versión final de esta selección, estuve varias
veces a punto de ruborizarme, porque era dolorosamente consciente de las discrepancias entre lo que decía y mi modo de vivir.
Mi inquieta conciencia me azuzaba diciéndome: «Si estás verdaderamente convencido, ¿por qué no lo pones en práctica mejor?»
Por tanto, desde el principio era consciente de la necesidad de
advertir al lector que los ideales presentados en esta selección
son para mí precisamente eso: ideales. Desgraciadamente, no
los he hecho realidad. Pero, como el lector verá en las páginas
siguientes, le ruego que sea paciente, porque «Dios aún no ha
acabado conmigo».
En 1966, mi viejo amigo de los días escolares Dick Leach
asistió a un retiro que dirigí en la Casa de Ejercicios de los jesuítas en Barrington, Illinois, y me insistió mucho en que diera a
conocer parte de los contenidos del mismo, prometiendo publi-
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car en el futuro todo lo que yo escribiera. De modo que nos estrechamos las manos y formamos un equipo. Argus Press se
convirtió en Argus Communications y recientemente adoptó el
nombre de Tabor Publishing.
Ya han pasado veinte años desde aquel apretón de manos, y
Tabor ha publicado hasta la fecha casi trece millones de ejemplares de diez libros míos, que han sido traducidos a diez idiomas. También los programas audiovisuales producidos y editados por Tabor son ya muchos millones. Se trata de un vigésimo
aniversario muy feliz.
Nadie está más sorprendido que yo de todo ello. En lo más
profundo de mi interior hay un tímido chaval que parpadea deslumhrado preguntándose: «¿Todo esto me está sucediendo de
verdad?» Mi corazón no deja de repetir las palabras del salmista: «¿Qué puedo dar al Señor a cambio de todas las cosas que él
me ha dado?» Gracias, Señor.
Y gracias también a ti, Loretta. Gracias Dick Leach. Gracias
queridos lectores. Y, por íavor, recordad que os amo.
JOHN POWEIX, SJ
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Invierno
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DE
ENERO
J—Ja más importante de todas nuestras percepciones es la forma
de percibirnos a nosotros mismos. El folklore de los indios americanos incluye un relato que ilustra muy claramente este hecho. De
acuerdo con la leyenda, un indio muy valiente se encontró un
huevo de águila que había caído del nido sin romperse. Como no
podía encontrar dicho nido, el indio colocó el huevo en el de un
pollo silvestre, donde fue incubado por una gallina clueca y donde
la cría de águila, con sus poderosos ojos, vio el mundo por primera vez. Y como su único modelo eran los pollitos, se limitaba a
hacer lo mismo que ellos: caminar, escarbar la tierra, picotear aquí
y allá buscando granos y cascaras desperdigadas y revolotear de
vez en cuando a poca distancia del suelo para descender de nuevo.
El águila aceptaba e imitaba la rutina diaria de los pollitos incapaces de volar. Y pasó la mayor parte de su vida viviendo de este
modo.
Cierto día, otro águila sobrevoló la nidada de pollos, y nuestro
águila, ya vieja pero pensando aún que era un pollo silvestre, miró
hacia arriba con temerosa admiración ante aquella gran ave que
surcaba los cielos. «¿Qué es eso?», preguntó asombrada. Uno de
los viejos pollos respondió: «Yo ya he visto otra antes. Es un águila, la más orgullosa, fuerte y grandiosa de todas las aves. Pero ni
sueñes con ser como ella. Tú eres un pollo silvestre como el resto
de nosotros». Y así vivió y murió el águila, encadenada por esta
creencia, pensando que era un pollo silvestre.
Nuestras vidas están configuradas por el modo de percibirnos
a nosotros mismos. Las actitudes mediante las cuales nos percibimos y evaluamos nos dicen quién somos y describen el comportamiento adecuado para ese tipo de persona. Vivimos y morimos de
acuerdo con nuestra autopercepción.
De The Christian Vision.
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DE
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JL ú y yo miramos la realidad (nosotros mismos, los demás, la
vida, el mundo, Dios...) con los ojos de nuestra mente. Pero todas
esas cosas las vemos de manera diferente. Tu visión de la realidad
no es la mía, y viceversa. Tanto tu visión como la mía son limitadas e inadecuadas, aunque no en idéntico grado. Tanto tú como yo
hemos malinterpretado y distorsionado la realidad, pero lo hemos
hecho de maneras diferentes. Cada uno de nosotros ha visto una
parte de verdad y de belleza que el otro no ha sido capaz de ver. Lo
decisivo es que las dimensiones y la claridad de dicha visión son
las que determinan las dimensiones de nuestros mundos respectivos y la calidad de nuestras vidas. En la medida en que no hayamos sabido ver ó hayamos distorsionado la realidad, en esa misma
medida han quedado reducidas nuestras respectivas vidas y nuestra felicidad. Por tanto, si queremos cambiar (crecer), primero ha
de producirse un cambio en dicha visión o percepción fundamental de la realidad.
Suele admitirse que una auténtica y plena vida humana se
asienta en tres factores que son como las tres patas de un trípode:
la dinámica intrapersonal, las relaciones interpersonales y el
marco de referencia. En mis anteriores ensayos me he referido
principalmente a los dos primeros. Ahora me interesa fijarme en
el tercero: el marco de referencia, la percepción básica de la realidad por la que integramos, valoramos e interpretamos a nuevas
personas, acontecimientos e ideas. Cuando una persona lo suficientemente flexible continúa integrando lo «nuevo», su propia
percepción o visión básica resulta transformada. Pero es siempre
dicha visión, aunque cambie, la que controla la calidad de la vida
humana y la participación en ella.
De Plenamente humano, plenamente vivo.
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DE
ENERO
JLodo niño que viene a este mundo es un interrogante viviente.
Y la primera pregunta que se hace se refiere a sí mismo: ¿Quién
soy yo? El niño procede inmediatamente a descubrir la realidad
física: sus manos, sus pies, etc. Luego vienen experiencias como la
de sentirse húmedo o la de tener hambre... Finalmente, sobreviene el descubrimiento de la realidad emocional personal: seguridad, inseguridad, necesidad de gratificación y de cuidados... En
algún momento, a lo largo de este progresivo proceso de autoconcienciación, el niño empieza a descubrir que él no es toda la realidad, que los demás seres no son una mera prolongación suya. Se
inicia aquí el sorprendente descubrimiento de la otrrídad: ¿Quiénes
son esos seres? Unos son cálidos, otros son fríos; a unos se les
puede manipular llorando, a otros no...
Lo que todas las demás personas tienen en común con el niño
es que están ahí, que forman parte del mundo, y el niño tiene que
aprender a relacionarse con ellas. Así pues, desde los primeros
días de su vida, el niño ha de abordar la tarea de interpretar la realidad y acomodarse a ella. A medida que sus ojos van captando la
realidad física, su pequeña mente comienza su propia labor de
comprensión, interpretación y evaluación. Es el comienzo de una
«visión» que habrá de configurar una vida humana.
El cuerpo humano tiene una capacidad instintiva de adaptación: los poros se cierran cuando hace frío; las pupilas se contraen con la luz... Del mismo modo, a medida que va creciendo, el
niño irá desarrollando todo un repertorio de reacciones psicológicas de adaptación comparables a las del cuerpo; y así, cada vez que
perciba en su mundo un nuevo ser, tendrá que hacer un reajuste.
Con el tiempo, este proceso dará lugar a la interpretación personalizada de la realidad y la adaptación a la misma propias de un
ser humano que siempre será único.
De Plenamente humano, plenamente vivo.
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DE
ENERO
JL odos hemos nacido con un valor único e incondicional. A lo
largo de la historia de la humanidad, cada uno de nosotros es un
misterio irrepetible, creado a imagen y semejanza de Dios. Pero
sólo podemos conocernos a nosotros mismos cuando nos reflejamos en los ojos de los demás. Consecuentemente, nuestra dotación básica de autoestima es, en gran parte, regalo de nuestros
padres. Sin embargo, la mayoría —y pienso que todos en cierta
medida— hemos percibido que su amor por nosotros era sólo condicional, que sólo nos lo manifestaban cuando satisfacíamos sus
condiciones y que desaparecía cuando dejábamos de hacerlo. De
lo cual hemos concluido que su amor no se basaba en lo que
somos, sino que estaba condicionado por nuestros resultados. Y
así hemos terminado pensando que nuestro valor está, en cierto
modo, fuera de nosotros mismos. Dentro de nosotros no hay motivo alguno para el amor, la estima y el aprecio verdaderos por nosotros mismos. No hay ocasión para la celebración.
Cuando el merecer el amor es cuestión de aprobar exámenes
y satisfacer condiciones, comenzamos a experimentar más fracasos que éxitos. Y ante la experiencia del fracaso repetido, aparecen
el conflicto, el miedo, la frustración, el dolor y, por último, alguna
forma de autoaborrecimiento. Por eso pasamos el resto de nuestras vidas intentando escapar de ese sufrimiento a través de alguna estratagema. O intentamos adoptar alguna apariencia que
agrade a los demás y nos proporcione la aceptación deseada.
Renunciamos a ser nosotros mismos y jugamos a ser alguien distinto, alguien que sea digno de reconocimiento y amor.
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• J a importancia de la autoimagen está acertadamente ilustrada en el cuento de hadas Rapunzel, que es la historia de una joven
encarcelada en una torre con una vieja bruja. La chica era realmente muy bella, pero la vieja bruja le decía insistentemente que
era fea. Naturalmente, ésa era la estratagema de la bruja para
mantener a la joven presa en la torre. La liberación de Rapunzel se
produjo un día en el que ella contemplaba el exterior desde la ventana de la torre, a cuyo pie se hallaba su Príncipe Encantado.
Rapunzel dejó que su cabello, en largas y bonitas trenzas, cayera
por la ventana (las raíces de sus trenzas, por supuesto, permanecían unidas a su cráneo), entonces el príncipe realizó una escala
con el cabello de Rapunzel por la que ascendió para rescatarla. En
realidad Rapunzel no estaba encarcelada en la torre, sino presa del
temor ante su propia fealdad, tal como la bruja se la había descrito con tanta frecuencia y eficacia. Sin embargo, cuando Rapunzel
vio reflejado en los ojos de su amante que era bella, se liberó de la
auténtica tiranía de su imaginaria fealdad.
Esto no sólo ocurre en el caso de Rapunzel, sino en el de todos
nosotros, que necesitamos desesperadamente ver en el espejo de
los ojos ajenos nuestra bondad y belleza si queremos ser verdaderamente libres. Hasta que llegue ese momento, también nosotros
permaneceremos encerrados en nuestras propias prisiones. Y si
bien el impulso del amor nos exige salir de nosotros mismos y preocuparnos de la felicidad y la plenitud de los demás, no amaremos
lo suficiente hasta que hayamos tenido esta visión.
De Why Am I Afraid To Love?
De El secreto para seguir amando.
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JL odos tenemos en nuestro interior muchas cosas que nos gustaría compartir. Todos tenemos nuestro pasado secreto, nuestras
secretas vergüenzas y sueños fallidos, nuestras secretas esperanzas... Pero, por muy grande que sea esa necesidad y deseo de compartir dichos secretos y de ser comprendidos, cada uno de nosotros debe tener en cuenta sus propios temores y los riesgos que
corre. Sean cuales sean mis secretos, parecen formar parte de mí
más profunda y singularmente que ninguna otra cosa. Nadie ha
hecho jamás las mismísimas cosas que yo he hecho, nadie ha pensado mis pensamientos y nadie ha soñado mis sueños. Ni siquiera estoy seguro de poder encontrar las palabras con las que compartir estas cosas con otro; pero hay algo de lo que estoy aún
menos seguro: ¿qué le parecerían esas cosas a ese otro?
La persona que tiene una buena imagen de sí misma, que se
acepta a sí misma real y verdaderamente, tendrá mucho adelantado en este momento de dilema. No es muy probable, en cambio,
que una persona que nunca se ha dejado compartir pueda gozar
del apoyo de una buena imagen de sí. La mayoría de nosotros
hemos experimentado y realizado cosas y hemos vivido sensaciones y sentimientos que sabemos que jamás nos atreveríamos a
contar a nadie, porque podríamos parecer ilusos, ridículos o
engreídos. Toda nuestra vida podría parecer un espantoso fraude.
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ecuerdos. Las personas estamos hechas de recuerdos. La
mitad de lo que somos está determinado por nuestros recuerdos.
Los acontecimientos que suceden hoy en nuestras familias son
los recuerdos del mañana. La bondad, el aliento o la solidaridad
que invirtamos en otra persona será una inversión para siempre.
Y producirá cuantiosos dividendos a lo largo de la vida de esa
persona.
Algunos recuerdos simplemente ocurren mientras que otros
deben planificarse. Sí, algunos recuerdos simplemente suceden:
como el primer día de colegio y los múltiples acontecimientos que
son simplemente parte de la vida cotidiana. En cambio, otros
recuerdos tenemos que planificarlos, como las Navidades, las
excursiones y los cumpleaños. En mi opinión, planificar las cosas
es muy importante, porque permanecerán para siempre como
recuerdos en nuestra mente y en nuestro corazón. De hecho, la
mitad de lo que somos está determinada por los recuerdos que llevamos dentro.
Del programa de vídeo Families.
De ¿Por qué temo decirte quién soy?
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X iF o cabe duda de que la actitud que cada uno de nosotros tiene
hacia sí mismo es la más importante de todas las actitudes.
Hemos comparado la actitud con una lente de la mente. Siguiendo con esta comparación, la lente o actitud con la que cada cual se
ve a sí mismo está siempre ante los ojos de la mente. Cuando reaccionamos ante algo, otras lentes o actitudes pueden superponerse, pero esta visión a través de la lente del «yo» afectará favorable
o desfavorablemente al modo en que vemos todo lo demás.
Nuestras diversas actitudes siempre están dispuestas a interpretar, evaluar y dictar una respuesta apropiada en función de lo que
se trate. Sin embargo, es importante caer en la cuenta de que la
actitud hacia uno mismo está siempre en acción, afectando al resto
de nuestras actitudes y matizando nuestro modo de ver cada parte
de la realidad. Ésta es, sin lugar a dudas, la actitud básica y fundamental en todos y cada uno de nosotros.
JL JLdce algunos años, un psicólogo llamado Cari Rogers proporcionó a sus colegas unas ideas revolucionarias. Su planteamiento
era que, en realidad, todos tenemos el mismo problema, aunque
presentamos síntomas diferentes. Según Rogers, independientemente de los síntomas, el problema real es siempre el mismo: no
nos comprendemos, aceptamos y amamos a nosotros mismos.
Este problema puede manifestarse con diversos síntomas, pero
sigue siendo radicalmente el mismo: que no nos proporcionamos
comprensión, aceptación y amor. Por ello, Rogers sugiere que, en
lugar de centrarnos en el síntoma, debemos simplemente aceptar
a las personas tal como son. Lo que tenemos que decir a cuantos
forman parte de nuestra vida es esto: «Te acepto. Te comprendo.
Me preocupo por ti». Si podemos aceptarnos así los unos a los
otros, creceremos todos individualmente en autocomprensión y
autoaceptación.
Puede que la función y el resultado más cruciales de esta actitud hacia uno mismo sea que cada uno de nosotros lleva a la práctica su autoimagen. Por ejemplo, si me percibo como un perdedor,
actúo como tal y me aproximo a cada nueva persona o situación
con mentalidad de perdedor. Todas mis expectativas están
impregnadas de dicha percepción de mí mismo. Y, como todos
sabemos, la expectativa suele ser la madre del resultado. Nuestras
expectativas de fracaso originan nuestros fracasos reales. Y cuando de hecho perdemos o fracasamos, nos ratificamos en nuestra
actitud original de autoderrota. «¿Lo ves? ¡Ya te dije que yo no servía! He fracasado otra vez». Es verdaderamente un círculo vicioso.
Pensad en vuestros esposos y esposas, en vuestros hijos, vuestros padres y vuestros amigos. En cierto sentido, tenemos el destino de cuantos amamos en nuestras manos. Si los aceptamos y
amamos, serán capaces de aceptarse y amarse a sí mismos. Nosotros somos como un espejo situado frente a ellos que les dice:
«¡Mirad! Sois bellos. Sois estupendos. Claro que tenéis problemas,
no lo niego; pero quiero insistir en que sois espléndidos y deciros
que os acepto como sois y me preocupo por vosotros». De acuerdo
con el concepto de Rogers, cuando unas personas facultan a otras
para comprenderse, aceptarse y amarse a sí mismas, los problemas sintomáticos (sean cuales fueren) desaparecen milagrosamente. No se trata de un tema para debatir, sino de algo que tenemos que poner en práctica en nuestras vidas.
De The Christian Vision.
De la cassette My Vision and My Valúes.
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n cierta ocasión, un sabio y viejo profesor se dirigió a un grupo de jóvenes y entusiastas estudiantes a los que encargó la tarea
de encontrar una flor insignificante en la cuneta de un solitario
camino, pidiéndoles al mismo tiempo que estudiaran la flor largo
rato. «Haceos con una lupa y estudiad las delicadas nervaduras de
las hojas y fijaos en los matices y tonos del color. Girad la hoja lentamente y observad su simetría. Y recordad que esa flor podría
haber pasado desapercibida y haber sido despreciada si no la
hubierais encontrado y admirado». Cuando los estudiantes regresaron después de haber cumplido su tarea, el sabio y viejo profesor comentó: «Así son también las personas. Cada una es diferente, minuciosamente trabajada y singularmente dotada. Pero...
tenéis que dedicarles tiempo para apreciarlo. Demasiadas personas pasan desapercibidas y son despreciadas porque nadie les ha
consagrado nunca tiempo ni ha admirado su singularidad». En
verdad, cada uno de nosotros es una obra maestra única de Dios.
De The Christian Vision.
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A b u r a n t e mucho tiempo tuve la impresión de que había cierta
oposición entre el amor a uno mismo y la virtud cristiana de la
humildad. Mi antigua interpretación de la humildad exigía que la
persona negase rotundamente todo lo bueno acerca de sí misma y
que centrara toda su atención consciente en las faltas y los fallos
personales. Pero no dejaba de tener la sensación de que se trataba
del camino hacia la autodestrucción psicológica.
Por eso me encantó descubrir que uno de los Padres de la
Iglesia, san Ambrosio, obispo de Milán de finales del siglo iv, tenía
una idea muy diferente acerca de la humildad, puesto que afirmaba que la «expresión perfecta de la humildad» se encuentra en
el Magníficat de María, la madre de Jesús.
Según los evangelios, el contexto fue el siguiente: la prima de
María, Isabel, estaba a punto de dar a luz (a Juan el Bautista), y
era costumbre entre los judíos que todos los parientes de sexo
femenino visitaran a la futura madre para ayudarla en el momento del parto. Yo sospecho que además de querer ayudarla, María
estaba también ansiosa por compartir el secreto de su seno con su
prima. En todo caso, poco después del anuncio del ángel, María
emprendió un viaje de ciento veinte kilómetros desde Nazaret a
Ain Karim, un barrio situado al suroeste de Jerusalén. Cuando
María llegó, Isabel se quedó sorprendida: «¿A qué debo el honor
de que la madre de mi Señor venga a visitarme?» Podemos perfectamente imaginar que María abrazó cariñosamente a su prima
y le explicó:
«Engrandece mi alma al Señor, y mi espíritu se alegra en Dios mi
salvador, porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava,
por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo
es su nombre» (Le 1,46-49).
De The Christian Vision.
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E
s un hecho que no podemos amar a los demás si no nos amamos a nosotros mismos, y así es precisamente como el mandamiento del Señor nos dice que amemos a nuestro prójimo. Una
versión psicológica de este mandamiento podría perfectamente
decir: «Amate a ti mismo y amarás a tu prójimo. Niégate a amarte a ti mismo y no serás capaz de amar a tu prójimo». El Jesús al
que yo conozco nos dice con insistencia que prescindamos de los
platillos de nuestra balanza, que dejemos de sopesar lo que damos
y lo que recibimos, que hagamos del amor la norma y la razón de
nuestra vida. «Amaos los unos a los otros como yo os he amado».
Y más adelante Jesús nos asegura: «Dichosos seréis si lo cumplís»
(Jn 13,17). Sin embargo, es de crucial importancia caer en la
cuenta de que nuestra actitud hacia nosotros mismos determina
nuestra capacidad activa de amar a los demás. La dura realidad es
que sólo en la medida en que nos amemos a nosotros mismos
podremos amar verdaderamente a los demás, incluido Dios.
Si nuestra actitud hacia nosotros es mutiladora, nuestra capacidad de amar se ve proporcionalmente menoscabada. El dolor
causado por una pobre autoimagen es como una violenta guerra
civil en nuestro interior que centra toda nuestra atención en nosotros mismos y nos deja muy escasa libertad para ir hacia los
demás. Cuando sufrimos, incluso por algo tan simple como un
dolor de muelas, estamos mínimamente disponibles para los
demás. Si nuestra actitud hacia nosotros mismos nos provoca el
dolor del vacío, no tenemos ni fuerzas ni deseos de ir hacia los
demás. Sin embargo, a medida que esa actitud hacia nosotros
mismos se vaya haciendo más positiva y alentadora, nuestro dolor
se irá reduciendo en la misma proporción, y seremos más libres
para interpretar las necesidades de los que nos rodean y responder a ellas. En suma, cuanto mejor sea nuestra autoimagen, tanto
mayor será nuestra capacidad de amar. Por el contrario, cuanto
mayor sea la influencia del dolor, tanto menor será nuestra capacidad de amar y de preocuparnos por los demás.
DE
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r
\*J uando era joven y apasionado, le dije en cierta ocasión a un
hombre mayor y más sabio que yo que pensaba emplear toda mi
vida y mis energías en amar a los demás. Él me preguntó amablemente si pensaba amarme a mí mismo con igual determinación.
Le contesté que amar a los demás no me dejaría tiempo para
amarme a mí mismo; y aquello sonaba a muy santo. Pero mi
amigo, mayor y más sabio que yo, me miró fija y pensativamente
y, finalmente, me dijo: «Estás embarcado en una carrera suicida».
Mi fácil respuesta fue: «¡Qué hermosa manera de morir!, ¿no le
parece?» Pero, naturalmente, él tenía razón. Ahora sé lo que él ya
sabía entonces: que el amor verdadero a los demás tiene como
premisa el amor verdadero a uno mismo.
Para entender lo que significa amarse a sí mismo, preguntémonos primero qué significa amar a otro. El amor hace al menos
estas tres cosas:
1. El amor estima y afirma el valor incondicional y único de la
persona amada.
2. El amor reconoce e intenta satisfacer las necesidades de la
persona amada.
3. El amor perdona y olvida los fallos de la persona amada.
Cuando se nos pide «amar al prójimo como a nosotros mismos», lo que subyace, evidentemente, es que cualquier cosa que
hagamos por nuestro prójimo estemos dispuestos a hacerla también y sobre todo por nosotros mismos. En otras palabras, es un
acuerdo que lo incluye todo. Son dos las personas a las que tienes
que amar: tú y tu prójimo. No puedes amar a uno realmente sin
amar al otro.
De El secreto para seguir amando.
De The Christian Vision.
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Jtmagina que eres una de esas personas a las que amas de veras.
Distancíate un poco y pregúntate: ¿He intentado realmente ver y
afirmar mi valor incondicional y único tal como lo veo y afirmo de
ellas? ¿Intento verdaderamente considerar y satisfacer mis propias necesidades tal como considero y satisfago las suyas? ¿Me he
perdonado realmente a mí mismo por mis faltas y errores del
mismo modo que les he perdonado los suyos? Medita sobre ello.
¿Piensas de ti mismo con la misma amabilidad y afecto con que lo
haces de aquellas personas a las que más amas? ¿Te concedes a ti
mismo el mismo afecto y comprensión que les ofreces a ellas?
Supongamos que alguien te pide un favor. El amor te pide que
intentes satisfacer la necesidad de tu amigo, pero hay alguien más
al que debes considerar con igual atención: a ti mismo. Veamos
tus necesidades. Una de tus necesidades primarias es darte con
amor a los demás. La única forma de ser amado es amar. Las únicas personas verdaderamente felices son las que han encontrado
a alguien o alguna causa a la que amar y pertenecer. Sin embargo,
puede que tengas también otras necesidades que debas tener en
cuenta. Puedes tener necesidad de descansar, o puedes tener otra
obligación más urgente. Es posible que, consideradas todas las
cosas, tengas que negarte a complacer la petición de tu amigo.
DE
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r
\^J ada vez es mayor el convencimiento de que tenemos una necesidad tan fundamental y tan esencial que, si se satisface, es casi
seguro que todo lo demás se armonizará en una sensación general de bienestar. Cuando esa necesidad se alimenta como es debido, todo el organismo humano está sano, y la persona es feliz.
Esta necesidad es la de un verdadero y profundo amor a uno mismo,
una auténtica y gozosa autoaceptación, una verdadera autoestima, cuyo
resultado es un sentido interior de celebración: «¡Es bueno ser uno
mismo... Estoy feliz de ser yo mismo!».
¿Te has sentido incómodo e inquieto al leer esto? Condicionados como estamos por nuestra cultura, parece que somos emocionalmente alérgicos al vocabulario que habla del amor a uno
mismo. La idea de alegrarnos y celebrar nuestra propia y singular
bondad nos resulta extraña y fuera de lugar, porque la asociamos
inmediatamente con el egoísmo, la vanidad y la autosuficiencia.
Sospecho que la mayoría de nosotros nunca hemos atravesado la
corteza de este difícil vocabulario y de estas sospechas para descubrir la realidad más importante de cualquier vida humana y el
principio de todo amor humano.
De El secreto para seguir amando.
No estoy hablando de narcicismo. Me limito a describir lo que
debe ser un amor equilibrado, que se extienda a uno mismo y al
prójimo con igual interés. El equilibrio puede deshacerse tanto si
nos preocupamos exclusivamente de nosotros mismos como si
nos preocupamos únicamente del prójimo. Pero ninguna de
ambas actitudes es humanamente viable. Ninguna de ellas representa un amor verdadero y equilibrado.
De El secreto para seguir amando.
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lugar de mostrar un yo que imaginamos inadecuado o desagradable, instintivamente construimos muros, en contra del consejo que nos da Robert Frost: no construyas un muro hasta que
sepas lo que estás encerrando dentro y dejando fuera del mismo.
En la medida en que experimentamos ansiedad, culpa y sentimientos de inferioridad, sentimos la tentación de llevar máscaras
y de representar un papel, porque no confiamos en nosotros mismos ni nos aceptamos. Los muros y las máscaras son medidas de
autodefensa, y viviremos tras nuestros muros y llevaremos nuestras máscaras siempre que las necesitemos.
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Aunque pueda parecemos que estamos más seguros detrás de
esas fachadas, se trata de una vida solitaria. Dejamos de ser auténticos y, como personas, nos morímos de hambre. Lo más triste
de enmascararnos, sin embargo, es que nos aislamos de todo contacto genuino y auténtico con el mundo real y con otros seres
humanos que tienen en sus manos nuestra madurez y plenitud
potenciales. Cuando recurrimos a representar papeles o llevar
máscara, no existe ninguna posibilidad de crecimiento humano o
personal. Sencillamente, no somos nosotros mismos y, por lo
tanto, no podemos evolucionar como deberíamos en una atmósfera de crecimiento. Estamos meramente actuando en un escenario. Cuando caiga el telón después de nuestra representación,
seguiremos siendo las mismas personas inmaduras que éramos
cuando dicho telón se alzó al comienzo de la obra.
\*J ada uno de nosotros es una persona única y singular. Algunas
veces bromeamos con otros diciéndoles: «Después de hacerte, Dios
rompió el molde». De hecho, cada uno de nosotros ha sido formado en un molde único. Nunca ha habido y nunca habrá nadie
exactamente igual a ti o a mí. Sin embargo, al comienzo de su vida, la persona está, como si dijéramos, cerrada, como el capullo de
una flor o la yema de una planta. Sólo cuando el capullo de la flor
reciba el calor del sol y el alimento de la madre tierra, se abrirá y
pondrá de manifiesto toda la belleza latente que tiene dentro de
sí. Análogamente, también los seres humanos, al comienzo de la
vida, deben recibir el calor del amor humano, la seguridad y el alimento del afecto de sus padres, para abrirse y poner de manifiesto la singular belleza de la que Dios ha dotado a cada individuo.
Sabemos que si unas fuerzas hostiles, como una helada inesperada, dañan el capullo de una flor, éste no se abrirá. Del mismo
modo, una persona que viva sin el calor y el aliento del amor y que
deba soportar la escalofriante ausencia del elogio y el afecto, permanecerá encerrada en sí misma. Las dinámicas de la personalidad se verán obstruidas. Y si las dinámicas de la personalidad se
ven seriamente bloqueadas, el resultado será lo que los psicólogos
denominan neurosis. Aunque hay muchas descripciones válidas de
la neurosis, ésta se reconoce básicamente por la paralizante incapacidad de relacionarse bien con los demás, de acercarse a ellos y
de aceptarlos como son sin temor al rechazo.
De Why Am 1 Afraid To Love?
De Why Am I Afraid To Love?
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JL e amas realmente a ti mismo? ¿Puedo pedirte que hagas una
pequeña prueba que tiene que realizarse por la noche en el baño?
Asegúrate de cerrar bien la puerta, porque cualquier observador se
quedaría asombrado. Dirígete al espejo y di, «¡Eh tú, te amo!»
Ahora bien, ésa no es la prueba —ya supongo que eso eres capaz
de hacerlo—, sino la siguiente: ¿cómo te has sentido al decirlo?;
¿puedes pronunciar esas palabras con convencimiento o tienes la
sensación de que tal acto de amor hacia uno mismo es una tontería y una ridiculez? El gran psiquiatra Cari Jung observó en cierta
ocasión que todos estamos familiarizados con las siguientes palabras de Jesús: «Cada vez que hagáis eso al más pequeño de mis
hermanos, a mí me lo haréis». Y Jung planteaba una cuestión
exploratoria: «¿Qué ocurriría si descubrieras que el más pequeño
de los hermanos de Jesús, el que más necesita de tu amor y al que
más puedes ayudar amándole, la persona para la que tu amor tendría mayor significado..., qué ocurriría si descubrieras que el más
pequeño de los hermanos de Jesús... eres tú?».
Del programa de vídeo Free To Be Me.
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DE
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M—i as personas que acuden a los profesionales en busca de ayuda, suelen hacerlo porque sus reacciones emocionales de carácter
negativo se han hecho demasiado problemáticas o porque tienen
la sensación de que su mundo se les viene abajo. El primer problema con que se topa al tratar de ayudar a estas personas lo constituye ese período de desintegración o desorientación que atraviesan al pasar de lo viejo a lo nuevo: una especie de «limbo» incierto y caótico, aun cuando el dolor es muy real y muy convincente.
Puede haber individuos que, hartos ya de luchas, de depresiones,
de constantes estados de ansiedad o de hostilidad latente, hayan
tocado fondo y estén deseando salir nuevamente a flote, dispuestos a realizar el necesario esfuerzo y a asumir los riesgos de pensar y obrar de distinta manera. Hay que tener en cuenta, sin
embargo, que hay personas que parecen no llegar nunca a «tocar
fondo» y que tienen, literalmente, que romperse en pedazos antes
de decidirse a recomponer éstos de una forma nueva y diferente.
Otras personas, en cambio, «tocan fondo» enseguida y están fácilmente dispuestas a cambiar, porque intuyen que la trayectoria que
siguen no las va a llevar, lamentablemente, a ninguna parte y, consiguientemente, están dispuestas a realizar una reevaluación y a
adquirir una nueva visión.
Finalmente, están los destinatarios de la nueva «bienaventuranza»: ¡Dichosos los que tienen hambre de una vida en toda su
plenitud! Estos no sienten gana ni deseo alguno de conformarse
con nada que suene a mediocridad. Son los «pioneros» que escriben nuevas canciones, estudian nuevas teorías y hasta construyen
mejores ratoneras; y, aunque se les puede encontrar en las oficinas, en las escuelas, en las fábricas o en los supermercados, todos
ellos tienen, por así decirlo, sangre de aventurero en sus venas.
Dicen abiertamente «sí» a la vida y «amén» al amor y están dispuestos a reconsiderar su sistema de creencias, a someterse a la
terapia de la visión y a cualquier otra cosa que augure crecimiento. Para ellos, el dejar de crecer es dejar de vivir: cuando has acabado de crecer, ¡estás acabado!
De Plenamente humano, plenamente vivo.
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DE
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j L / a s experiencias de hoy son los recuerdos de mañana. En mi
opinión, el recuerdo más importante que los niños tienen de su
vida familiar es el del amor que se profesan sus padres. Las únicas
personas que conozco que no creen en el amor como algo permanente, como algo fiable, son las personas que nunca lo han experimentado u observado.
Yo suelo visitar las tumbas de mis abuelos y de mis padres y
me fijo en sus nombres. Recibí el nombre de John Powell por mi
abuelo. Me fijo en «John Powell y Mary Ellen Hardin Powell» y en
«Jennie y William Powell». Me fijo en sus nombres y digo: «No
estáis muertos. No estáis muertos, porque sin duda estáis con Dios
en el cielo. Estoy seguro. Sé que estáis vivos, que vuestra vida no
finalizó con la muerte, sino que tan sólo cambió. Pero quiero deciros algo más: estáis muy vivos dentro de mi. Recuerdo todas las
historias que me contasteis, todos los momentos que compartisteis conmigo, todas las veces en que me sentasteis en vuestro
regazo... Todo está vivo dentro de mí. Y quiero daros las gracias,
deseo agradeceros tantos recuerdos hermosos».
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DE
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c
\_> uando el encuentro y la relación de auténtico amor han desaparecido de una vida humana, suele ser porque la persona, ya sea
por timidez o por egoísmo, ha cerrado a cal y canto las puertas de
su corazón. Es incapaz o no está dispuesta a arriesgarse a ser
transparente, a mostrar a otras personas las áreas más sensibles
de su alma. Sin esa capacidad de riesgo, la vida humana no puede
ser más que una prolongada y dolorosa inanición, y el mundo una
prisión deprimente. Responder a la llamada del amor exige mucho
valor y mucha decisión, porque el exponerse conlleva siempre el
riesgo de resultar gravemente herido. Pero el amor sin transparencia es imposible, y la vida humana sin amor resulta irremediablemente incompleta.
Los que están dispuestos a amar, al final acaban encontrando
el amor. Y entonces ya disponen del espejo que refleja la imagen
de una persona que ama, lo cual constituye el comienzo de una
genuina autoestima y autocomplacencia. Por eso es por lo que dice
Viktor Frankl que el origen de la verdadera autoestima se encuentra en «la valoración que se refleja en aquellos a los que hemos
amado».
Del programa de vídeo Famüies.
Si algo es el amor, es un proceso gradual, una larga y pronunciada curva que debe tomarse con sumo cuidado, no un ángulo
recto que pueda doblarse de golpe y de una vez por todas. Hasta
descubrir la auténtica dicha del amor, el hombre o la mujer deben
emprender un largo viaje y recorrer muchos kilómetros, atravesar
densos y oscuros bosques y afrontar innumerables riesgos. Por eso
el amor requiere más cuidados que la mayoría de las cosas. El
amor exige abstenerse de todo cuanto pueda emponzoñarlo. Exige
mucho valor, mucha perseverancia y mucha autodisciplina.
Pero el viaje hacia el amor es el viaje hacia la plenitud de vida,
porque sólo en la experiencia del amor podemos conocernos a
nosotros mismos. Sólo amando podemos aceptar gozosamente lo
que somos y lo que seremos y descubrir la plenitud de vida que es
la gloria de Dios.
De El secreto para seguir amando.
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DE
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• ' a persona plenamente humana mantiene un equilibrio entre
«interioridad» y «exterioridad». Tanto el introvertido extremo
como el extrovertido extremo están des-equilibrados. El introvertido está interesado casi exclusivamente en sí mismo; él es el centro de gravedad de su propio universo; y, debido a la preocupación
que siente por sí mismo, es ajeno al vasto mundo que le rodea. Por
su parte, el extrovertido extremo se prodiga hacia fuera, pasando
de una distracción externa a otra; su vida no es en absoluto reflexiva y, consiguientemente, apenas tiene profundidad. Como
dijo Sócrates: «La vida sin reflexión no merece la pena ser vivida».
La primera condición pare el crecimiento humano es, pues, el
equilibrio.
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m 4 a «interioridad» implica que una persona se ha explorado y
experimentado a sí misma. Esa persona es consciente de la vitalidad de sus sentidos y emociones, de su mente y de su voluntad, y
no le producen extrañeza ni miedo las actividades de su cuerpo y
de sus emociones. Sus sentidos le hacen experimentar tanto la
belleza como el dolor, y no rechaza ninguna de las dos cosas. Es
capaz de experimentar toda la gama de emociones, desde la aflicción hasta la ternura. Su mente es viva y perspicaz; su voluntad
busca poseer cada vez más todo cuanto es bueno y, al mismo tiempo, saborea lo que ya posee. Esta persona se ha escuchado a sí
misma y sabe que nada de lo que ha oído es malo o aterrador.
De ¿Por qué temo decirte quién soy?
El equilibrio entre «interioridad» y «exterioridad» es lo que se
entiende por «integración de la personalidad». Todos somos capaces de exagerar, y todos podemos volcarnos excesivamente hacia
dentro o hacia fuera. Todos podemos hacernos esclavos de nuestros placeres sensoriales, sin pararnos a reflexionar sobre nuestra
paz anímica o sobre nuestra necesidad social de amar y darnos a
los demás. O podemos también exagerar en sentido contrario y
dejarnos esclavizar por el «intelecto» y vivir únicamente del cuello
hacia arriba.
Cuando el hombre vive plenamente con todas sus facultades y
armoniza todas sus fuerzas, la naturaleza humana demuestra ser
constructiva y digna de confianza.
De ¿Por qué temo decirte quién soy?
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M—i a «interioridad» implica autoaceptación. La deseada interioridad significa que esa persona «que funciona plenamente», «que
se auto-realiza» y que es «plenamente humana» no sólo es consciente de sus necesidades y actividades físicas, psicológicas y espirituales, sino que además las acepta como buenas. Se siente a
gusto con su propio cuerpo, con sus emociones (tanto afectuosas
como hostiles), con sus impulsos, pensamientos y deseos. Y no
sólo se siente a gusto con lo que ya ha experimentado en sí
misma, sino que esta persona está abierta a nuevas sensaciones, a
nuevas y más profundas reacciones emocionales y a distintos pensamientos y deseos. Acepta su condición cambiante, porque el crecimiento es cambio. Su destino último como ser humano, es decir,
lo que será al final de su vida, es algo deliciosamente desconocido. No hay ninguna pauta de crecimiento humano que pueda ser
pre-estructurada para todos. No ambiciona llegar a ser como cualquier otra persona, porque ella es ella misma; y su yo potencial,
que se realiza a diario a base de nuevas experiencias, posiblemente no sea susceptible de ser definido en ninguna fase de su crecimiento. Su potencial es explorado constantemente.
La persona plenamente humana se acepta tal como es física,
emocional e intelectualmente. Sabe que lo que ella es, es bueno; y
sabe que su yo es aún mayor en potencia. Pero es realista acerca
de sus propias limitaciones, y por eso no pierde el tiempo en soñar
en lo que querría ser ni emplea el resto de su vida en tratar de convencerse de lo que es. Ha escuchado y escudriñado en su interior y
ha amado lo que realmente es. Confía en sus propias dotes y
recursos y en su capacidad para adaptarse y hacer frente a todos
los desafíos que la vida le presente.
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J /a «exterioridad» implica que la persona está abierta no sólo a
sí misma y a su interior, sino a su entorno exterior. La persona plenamente humana está en profundo y significativo contacto con el
mundo exterior a ella. No sólo se escucha a sí misma, sino que
escucha también las voces de su mundo. La amplitud de su propia
experiencia individual se ve infinitamente multiplicada gracias a
una sensitiva empatia con otros. Sufre con los que sufren y se alegra con los que están alegres. Renace con cada primavera y siente
el impacto de los grandes misterios de la vida: nacimiento, crecimiento, amor, sufrimiento, muerte... Su corazón late al ritmo del
de los jóvenes enamorados y comparte en cierto modo su júbilo.
También conoce la filosofía de la desesperación del «ghetto» y la
soledad de los que sufren sin remedio, y la campana nunca dobla
sin que, de alguna extraña manera, doble también por él.
«Crea en mí, oh Dios, un corazón atento», reza el salmista.
Lo contrario a esta apertura es una especie de actitud defensiva del que oye únicamente lo que quiere oír y ve exclusivamente
lo que quiere ver, conforme a su manera de ser y a sus pre-juicios.
La persona defensiva no puede crecer como es debido, porque su
mundo no es mayor que ella misma, y su horizonte es un círculo
cerrado.
De ¿Por qué temo decirte quién soy?
De ¿Por qué temo decirte quién soy?
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ecimos que las personas son maduras o inmaduras, pero la
verdad es que toda vida humana debería representar un crecimiento continuo hacia la plena madurez. En este proceso de autorevelación y autoexpansión están implicadas las que hemos denominado «dinámicas de la personalidad». En consecuencia, todos
los signos de inmadurez se caracterizan de algún modo por converger en uno mismo. El egocentrismo se delata a sí mismo de
muchas maneras: mediante el rencor, los prejuicios, las malas
caras, los pensamientos irracionales y los sentimientos de inferioridad exagerados, la preocupación excesiva por la opinión que los
demás tienen de nosotros, la inquietud, la dependencia excesiva
de los padres o de la familia, las actitudes rebeldes o irascibles, la
jactancia o la intimidación, las rabietas, la negatividad de las críticas destructivas, la desidia, la autoindulgencia, las burlas humillantes para los demás, los flirteos, etc., etc.
Los signos de la madurez se reconocen en la capacidad de
darse a los demás y llevarse bien con ellos, de practicar una autosuficiencia razonable, de marcarse metas realistas, de ejercer la
discreción y de diferenciar las cosas importantes de la vida de las
nimiedades, así como en la flexibilidad, la capacidad de adaptación y la estabilidad emocional.
De Why Am I Afraid To Love?
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%^/na antigua canción irlandesa dice así: «Vivir arriba con los
santos que amamos es una pura gloria. Pero vivir abajo con los
santos que conocemos es otra historia». Al reflexionar sobre cómo
vemos a los demás, recuerdo la época de mi vida que siguió inmediatamente a mi ordenación. Todavía tenía en las manos el óleo de
la misma, cuando me pidieron que diera un retiro sacerdotal.
Dado que ya tenía una larga experiencia hablando, acepté. Sin
embargo, cuando llegué y vi a los asistentes reunidos en la capilla
para escuchar la primera conferencia, me quedé horrorizado al
darme cuenta súbitamente de que iba a ser el más joven en aquella capilla, y con una diferencia de al menos quince años. Tenía
que predicar a aquellos hombres considerablemente mayores que
yo durante toda una semana. Vi que algunos de ellos entraban con
majestuosa altivez con sus fajines rojos, y juro que oí los acordes
de la marcha «Pomp and Circumstance» de Elgar. Estaba aterrorizado, y para colmo también había dos obispos. Y yo estaba allí,
viéndoles entrar en la capilla con el monseñor que dirigía la casa
de retiro. Con una amigable sonrisa, el monseñor me preguntó:
«¿Cómo te sientes?» Yo respondí: «¡Aterrorizado!», «¿Aterrorizado?, ¿por qué?», preguntó el monseñor. Y yo le pregunté a mi
vez: «¿No les ha visto?» Entonces el monseñor se acercó más a mí,
puso su brazo paternal alrededor de mis hombros y me dijo: «Lo
que necesitan es lo mismo que el resto del mundo un poco de
amor y de comprensión». Y recuerdo que yo le repuse: «¿Y por qué
no lo parece?» ¿Es eso lo que las personas realmente necesitan, un
poco de amor y comprensión? Por supuesto que sí, pero tanto tú
como yo solemos preguntarnos por qué no lo parece.
Del programa de vídeo Free To Be Me.
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JL odos nosotros soportamos en alguna medida las agonías de la
soledad, la frustración y la inanición emocional y espiritual. De
alguna manera, estos dolores se deben a fracasos en el amor. La
tristeza esencial de ese dolor consiste en que se convierte en el
centro de nuestra atención, obligándonos a preocuparnos de
nosotros mismos. Y la autopreocupación es un obstáculo absoluto
para llevar una vida de amor.
En cierta ocasión pregunté a un psiquiatra amigo mío:
«¿Cómo se puede enseñar a amar?» Lo menos que se puede decir
es que su respuesta fue sorprendente, puesto que me respondió
haciendo a su vez unas preguntas: «¿Te han dolido alguna vez las
muelas? ¿En quién pensabas mientras te dolían?» Su argumentación estaba clara. Cuando sentimos dolor, aun cuando se trate tan
sólo de la pasajera incomodidad de un dolor de muelas, pensamos
en nosotros mismos.
DE
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JL A. unque es difícil de aceptar, las cicatrices psicológicas adquiridas durante nuestros primeros siete años de vida permanecen,
de alguna manera, con nosotros para siempre. La mayoría de los
problemas psicológicos profundos no se originan después de esta
edad, aunque esas cicatrices u otras derivadas de ellas puedan
agravarse o inflamarse por circunstancias posteriores de nuestras
vidas. Una idea preconcebida bastante común es que nosotros
somos personalmente los dueños de nuestro destino y los que dirigimos nuestras almas, pero la verdad es que estamos en gran
medida configurados por otros que, de manera casi terrorífica, tienen nuestro destino en sus manos. Todos y cada uno de nosotros
somos producto de quienes nos han amado... o se han negado a
hacerlo.
De Why Am I Afraid To Love?
El psiquiatra continuó: «El mundo en que vivimos está lleno
de dolor. Y el dolor que reside en lo más profundo de los corazones humanos que nos rodean no es como un dolor de muelas. Nos
acostamos con él y con él nos levantamos. Nuestro mundo está
lleno de dolor, y por eso es un mundo sin amor. La mayoría de los
seres humanos se vuelcan tanto en sí mismos a causa de su propio dolor que les cuesta mucho dar amor a los demás».
De Why Am I Afraid To Love?
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x l parte de todo lo demás que pueda y deba decirse del amor, es
bastante evidente que el verdadero amor exige olvidarse de uno
mismo. Para todas aquellas personas que utilizan la palabra y reivindican la realidad sin conocer el significado del término o sin
poder apenas amar, la prueba es la siguiente: ¿Podemos realmente
olvidarnos de nosotros mismos? Hay muchos productos falsificados en
el mercado a los que se llama amor, pero de hecho no les corresponde ese nombre. Algunas veces podemos etiquetar la gratificación de nuestras necesidades como «amor»; incluso podemos
hacer cosas por los demás sin amar realmente. La prueba de fuego
es siempre la pregunta por el auto-olvido.
¿Podemos realmente situar el foco de nuestra mente en la felicidad y la plenitud de los demás? ¿Podemos realmente preguntar
no lo que los demás harán por nosotros, sino lo que nosotros
podemos hacer por ellos? Si queremos amar de verdad, debemos
hacernos estas preguntas.
De Why Am I Afraid To Love?
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humano sentir una fuerte tentación de juzgar a las personas
en términos de sus actos o máscaras. Es muy raro que seamos
capaces de ver a través de la apariencia y la simulación que enmascaran un corazón inseguro o herido que al mismo tiempo se
está camuflando y protegiendo de ulteriores daños. Por consiguiente, nos resistimos con los puños de hierro de la crítica y el
sarcasmo o intentamos arrancar las máscaras de nuestros hermanos humanos con una ira feroz. No nos damos cuenta de que las
máscaras sólo se llevan puestas mientras se necesitan. Únicamente la certeza de un amor que acepta y comprende hará que las personas ansiosas, presuntamente culpables y supuestamente inferiores abandonen sus defensas. Puede que también nosotros estemos ocultos tras máscaras y muros y, en consecuencia, sólo logremos un mínimo encuentro y comunicación humanos...; sólo una
máscara frente a otra máscara, un muro frente a otro muro.
Por lo general podemos reconocer las máscaras. Tenemos la
sensación de que nuestro hermano o hermana no es auténtico,
sino un presuntuoso, y le calificamos de farsante. No nos damos
cuenta de que en las raíces ocultas de estas fachadas sólo hay un
grito de dolor y la necesidad de ser comprendido y amado en la
vida. La mayoría de las características detestables que encontramos en los demás son resultado de algún tipo de convergencia
defensiva sobre uno mismo, y nos contraría esta postura egocéntrica. Entonces es cuando debemos recordar la pregunta del psiquiatra: «¿Has tenido alguna vez dolor de muelas?» Debemos
aprender a ver a través de la apariencia y la simulación de nuestros hermanos humanos. Debemos intentar aliviar el dolor y el
solitario vacío que han construido esos muros defensivos. Los ataques directos a estas defensas sólo provocarán su reforzamiento.
De Why Am I Afraid To Love?
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• / a manera más segura de encontrar a Dios es entregarse a los
demás: amarlos, aceptarlos como son, preocuparse por ellos, tener
paciencia con ellos... Dios se encuentra tanto en la persona que
ama como en la que es amada.
Lo que nos impide entregarnos y amar a los demás de esta
forma afectuosa es una palabra de cinco letras: «dolor». El dolor
psicológico, las dudas, las ansiedades, los miedos...; éstos son los
tiranos que nos aprisionan. Todas las características detestables
que poseemos los seres humanos son realmente gritos de dolor y
llamadas de socorro. El mentiroso, el fanfarrón, el impostor, el
arrogante y el egoísta no son más que poses destinadas a sofocar
y ocultar el dolor de los corazones de quienes no pueden amarse a
sí mismos.
Si estuviéramos verdaderamente convencidos de ello, dejaríamos de considerar detestables a las personas. Las veríamos como
seres que sufren y que necesitan todo nuestro amor. Veríamos a
personas que necesitan que las aceptemos, que las revistamos de
dignidad, que creamos en ellas. Piensa, por favor, en las personas
que te rodean, que sufren, que no son cariñosas simplemente porque están demasiado heridas en su interior. De hecho, esperan un
milagro: alguien que las ame y que las llame de la muerte.
De la cassette My Vision And My Valúes.
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-A Tácticamente cualquier apologética de la fe cristiana puede
memorizarse, practicarse y exponerse sin efecto alguno, excepto la
apologética del amor. El amor, que por esencia sólo busca lo bueno
de los demás y está dispuesto a pagar el alto precio del auto-olvido, es un producto difícil de imitar o falsificar.
Para amar debemos tener una enorme motivación. En un
mundo codicioso, en un mundo que lucha encarnizadamente por
sus riquezas, los cristianos, por su compromiso con el amor, deberían destacar como subyugadoras excepciones. Los verdaderos
cristianos sólo deben buscar el bien, la plenitud y el verdadero
destino de sus hermanos humanos, haciendo siempre del amor su
argumento más elocuente y su medio más efectivo. Es difícil. Pero
el Señor Jesús del Evangelio está con nosotros y nos expone el
imperativo cristiano: «En esto conocerán que sois mis discípulos,
en que os amáis los unos a los otros».
El poeta Archibald MacLeish dijo que nos afectan más los símbolos que las ideas. Según él, el símbolo de la soledad se representa por medio de dos luces sobre el mar; el símbolo de la aflicción es una figura solitaria en el umbral de una puerta. Y el símbolo de Cristo en este mundo es el cristiano. Sobre los altares de
nuestras iglesias cuelga un gran crucifijo bajo el cual hay una
leyenda no escrita que dice: «Ningún hombre tiene mayor amor...
Amaos los unos a los otros como yo os he amado». Es un recuerdo constante de nuestra vocación como testigos de Cristo.
De WhyAm IAfraid To Love?
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• 4\ núcleo de la cuestión y el punto crucial del problema es
éste: ¿es verdad que nos realizamos intentando tener todas las
experiencias que podamos?, ¿es cierto que cuantas más experiencias posea una persona, más se desarrollará y realizará como tal?
o, por el contrario, ¿no es más cierto que la persona se realiza comprometiéndose y después eligiendo experiencias en función de su
respeto, fomento y reafirmación del compromiso?
Comprometerse con el amor permanente e incondicional significa, en mi opinión, que ciertas experiencias que, de lo contrario, podría haber tenido, ahora son imposibles para mí. El hombre
que elige a una mujer como esposa y compañera de su vida, por el
mismo hecho de elegir, ha eliminado a todas las demás mujeres
como posibles esposas y compañeras de su vida. Y esta eliminación es la que nos aterroriza a la hora de comprometernos. Cada
compromiso es como cada momento de la vida: hay un nacimiento y una muerte en cada uno de ellos. Algo es, y algo no puede
nunca ser de nuevo. Hay una elección y una renuncia, un «sí» y un
«no». Amar es, sin duda, costoso. Amar incondicionalmente es
una apuesta vital. Al amar nos situamos en una senda en la que
no hay vuelta atrás. Y en este preciso instante muchos parecen
colapsarse. Con la grandeza al alcance de la mano, desfallecen ante la idea de no retornar jamás. Éste es el camino menos
transitado.
De Unconditional Lave.
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\±J risto nuestro Señor no dejó duda alguna acerca de las credenciales del cristiano. Dijo: «Por esto conocerán que sois mis discípulos, porque os amáis los unos a los otros... Amaos los unos a
los otros como yo os he amado... Éste es el mandamiento que os
doy, que os améis los unos a los otros». San Juan nos recuerda en
su primera epístola que es imposible amar a Dios, a quien no
vemos, y no amar a cuantos nos rodean, a quienes sí vemos.
Todas estas cosas las hemos leído, pero quizá hablemos de
ellas sin practicarlas. Sabemos que Cristo considera que lo que
hacemos a los demás se lo hacemos a él mismo; que acepta como
dirigidos a él nuestra preocupación y nuestro respeto por los
demás. Sin embargo, en la batalla cotidiana, cuando nuestras
necesidades son tan apremiantes y dolorosas, lo olvidamos.
La única actitud digna del cristiano es la de Cristo, que siempre pensaba en los demás, que se entregó a sí mismo hasta que no
tuvo ni una gota más de sangre que ofrecer. En sus propias palabras: «Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos». Esto es, por supuesto, lo que nos pide el amor, que demos la
vida por los demás. Sólo cuando consintamos en hacerlo, nos
encontraremos a nosotros mismos y hallaremos también nuestra
felicidad y consumación, y sólo entonces seremos verdaderos cristianos. Si no lo hacemos, quizás haya alguna justificación para la
pregunta que el filósofo agnóstico Nietzsche se hizo en cierta ocasión: «Si los cristianos desean que creamos en su Redentor, ¿por
qué no parecen un poco más redimidos?» Nietzsche fue también
quien acuñó esta frase tan tristemente común en nuestros días:
«Dios ha muerto».
De WhyAm IAfraid To Love?
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E
-«—/ncontrar a Dios en otros seres humanos es la parte mas costosa del diálogo entre Dios y nosotros. Nuestra naturaleza nos
exige que, de algún modo, nos pongamos en contacto con Dios de
una manera física o perceptible a través de los sentidos. En el Antiguo Testamento, Dios se presenta como un trueno y un relámpago sobre el Sinaí, y su voz emerge de una zarza ardiente. En el
Nuevo Testamento, la bondad de Dios hacia nosotros es incluso
más sorprendente. Se hace hombre y es alzado en agonía sobre
una cruz por ti y por mí. «Esto es lo que quiero decir cuando digo
que os amo». En la Encarnación, Dios nos ofreció sus dones en la
vasija de barro de la humanidad para poder hablar nuestro lenguaje y para que nosotros pudiéramos saber cómo es realmente.
Del mismo modo que Dios esperaba que le encontráramos
bajo el velo de la humanidad, aun cuando esa humanidad fuera
una máscara roja de sangre y agonía, ahora espera que le encontremos bajo otros velos humanos. Y nos resultará sumamente costoso si nos tomamos en serio las palabras de Dios:
«...porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me
vestísteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a
verme.
...Y el rey les dirá: "En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno
de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis"».
(Mt 25,35-36.40)
De Why Am 1 Afraid To Love?
M—J o recuerdo bien. Cuando yo era niño, mi familia tenía grandes dificultades para salir adelante, mientras que la familia vecina era de las que se conocen como «acomodadas». El pequeño de
esa familia era de mi edad, y su padre le había regalado un coche
de juguete que era una auténtica maravilla. Tenía pedales, pero
también era posible empujarlo. ¡Debió de haber costado por lo
menos cincuenta dólares! Bobby y yo lo pasamos en grande con
aquel coche. Subíamos y bajábamos la calle embalados, todo lo
rápido que nuestras pequeñas piernas nos lo permitían. Fue un
coche magnífico y una época magnífica de nuestra vida. Pero un
día Bobby me trajo malas noticias: iba a desprenderse de nuestro
bonito coche, se lo iba a dar a los niños del orfanato. «¿Por qué?
—le pregunté—, ¿está roto o algo por el estilo?» «No —respondió
serena pero firmemente—, no se lo regalaría si estuviera roto». Así
que me rasqué la cabeza y le pregunté de nuevo: «Entonces, ¿por
qué se lo vas a regalar?» Bobby me lo explicó: «Bueno, ya sabes,
los chicos que viven allí... no tienen madre ni padre como nosotros». Entonces yo le sugerí: «¿Y por qué les vas a regalar nuestro
coche?, ¿por qué no les regalas una madre o un padre?».
Bobby y yo nos turnamos, empujándonos el uno al otro, camino del orfanato. Justo antes de llegar, le pregunté por última vez:
«Bobby, ¿estás seguro de que quieres regalárselo?» Bobby me
explicó que su madre y su padre únicamente le habían pedido que
lo pensara. Le dejaron tomar la decisión final, y lo que íbamos a
hacer era lo que él había decidido. Fue un día triste, pero siempre
me he alegrado de haber recibido aquella lección: los valores se
adquieren, no se enseñan. Aquel día aprendí algo importante
sobre el valor del amor, sobre el valor de dar algo a los menos afortunados; y aprendí a hacerme la más importante de todas las preguntas: «¿Qué es lo que el amor me incita a hacer?» Aquel día
aprendí mucho acerca del amor.
Del programa de vídeo Families.
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X ir uestra llamada al Reino, la que cada uno de nosotros debe
afrontar, es ésta: no puedo pronunciar mi «sí» de amor a Dios, sin
pronunciar mi «sí» de amor a ti. Tampoco tú puedes pronunciar tu
«sí» de amor a él, sin incluirme a mí en tu acto de amor. Jesús es
muy claro a este respecto. Si nos acercamos a depositar nuestra
ofrenda de amor sobre su altar y recordamos que sentimos un rencor imperdonable, debemos darnos media vuelta. Primero debemos estar en paz los unos con los otros, y sólo entonces podremos
acercarnos a él con el don de nosotros mismos, el «sí» del amor.
Él no desea mi ofrenda de amor, a no ser que también te la ofrezca a ti; ni desea tu ofrenda de amor, a no ser que la compartas
conmigo.
«Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro
gozo sea colmado. Este es el mandamiento mío: que os améis los
unos a los otros como yo os he amado... Lo que os mando es que
os améis los unos a los otros» (Jn 15,11-12.17).
En el Reino de Dios nunca soy menos que un individuo, pero
nunca soy sólo un individuo, sino que soy siempre un miembro de
un grupo, llamado por Dios a una respuesta de amor que debe
incluir a todo el grupo o es realmente inaceptable para Dios.
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JL JL ay una historia sobre el evangelista Juan, el que escribió,
«Dios es amor... Si alguno dice: "Amo a Dios", y aborrece a su hermano, es un mentiroso, pues quien no ama a su hermano, a quien
ve, no puede amar a Dios, a quien no ve». De este mismo Juan se
cuenta que, en el crepúsculo de su larga vida, se sentaba durante
horas con sus jóvenes discípulos reunidos a sus pies. Un día, tal
como se relata en esta vieja tradición, uno de sus discípulos se
quejó: «Juan, siempre hablas del amor, del amor de Dios por nosotros y de nuestro amor mutuo. ¿Por qué no nos hablas de algo más
aparte del amor?» Y el discípulo que en cierta ocasión, cuando era
joven, había reclinado su cabeza sobre el corazón de Dios hecho
hombre, contestó: «Porque no hay nada más, sólo amor... amor...
amor».
El amor es el único camino hacia nuestro destino humano y
hacia los pies de Dios, que es amor.
De Why Am I Afraid To Love?
La Iglesia es verdaderamente la familia de Dios, y el Señor, que
nos llama a una respuesta de amor, considera hecho a sí mismo lo
que nos hagamos los unos a los otros: «Lo que hagáis al más
humilde de mis hijos me lo hacéis a mí». No puede haber ninguna relación de amor con Dios, a no ser que nos relacionemos los
unos con los otros en el amor. Algunas veces esto parece el coste
más alto por ser cristiano, porque es mucho más fácil amar al Dios
al que no se ve que al prójimo al que sí se ve.
De The Christian Vision.
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V J onsidera la siguiente conversación:
Autor: «Estoy escribiendo un librito que va a titularse ¿Por qué temo
decirte quién soy?».
Interlocutor: «¿Deseas una respuesta a tu pregunta?».
Autor: «Ésa es precisamente mi intención, responder a la pregunta».
Interlocutor: «Pero, ¿deseas saber mi respuesta?».
Autor: «Por supuesto que sí».
Interlocutor: «Temo decirte quién soy, porque, si te digo quién soy,
puede que no te guste cómo soy, y eso es todo lo que tengo».
Este breve diálogo, que es parte de una conversación real y totalmente espontánea, refleja en cierto modo los tremendos temores
y dudas que nos paralizan a la mayoría de nosotros y nos impiden
avanzar hacia la madurez, la felicidad y el verdadero amor.
De ¿Por qué temo decirte quién soy?
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* A a mayoría de nosotros practicamos juegos con los demás en
nuestra conducta habitual. Provocamos a los demás para que
reaccionen ante nosotros tal como nosotros deseamos que lo
hagan. Y puede ser que, por ejemplo, no lleguemos jamás a madurar en auténticas personas, porque hemos decidido seguir siendo
niños pequeños y necesitados. Emitimos nuestras señales de desamparo con el tono de nuestra voz y la expresión de nuestro rostro, y condicionamos a los demás para que reaccionen ante nosotros con la mayor amabilidad posible. Damos la impresión de estar
tan desvalidos como un niño, y la mayoría de la gente es tan servicial que obedece dócilmente nuestras instrucciones «escénicas».
Otros asumen un papel mesiánico e insisten en querer salvar
a los demás a toda costa. Desean ser «los ayudadores» y convertir
en «ayudados» a todos los demás con quienes se relacionan.
Ocurre a veces que el «niño perpetuo» establece un curioso maridaje con el «mesías», y ambos hacen de ello un juego para toda su
vida. Y como la cosa funciona bastante bien, ninguno de los dos
tendrá necesidad jamás de madurar.
Si, a pesar de nuestros miedos y nuestra inseguridad —que
nos incita a asumir diversos «estados del ego» y a jugar diversos
juegos—, fuéramos capaces de contactar honradamente con nuestras emociones y de referirlas con sinceridad, entonces aparecerían y se nos harían evidentes los estereotipos de las «señales de
desamparo» o de la «mística mesiánica».
El «niño perpetuo» descubriría que nunca se relaciona bien
con los demás, excepto cuando les expone sus problemas y su desvalimiento; el supuesto «salvador» comprobaría que nunca se relaciona bien con los demás, a no ser que el otro se encuentre en apuros... y le necesite. No es fácil ser así de honrado consigo mismo,
porque para ello hay que permitir que las emociones reprimidas
puedan ser reconocidas como tales, y ello, a su vez, exige relatar
dichas emociones a los demás.
De ¿Por qué temo decirte quién soy?
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• / os «juegos», en este contexto, no son en realidad divertidos.
Se trata de reacciones estereotipadas ante determinadas situaciones vitales; reacciones que han sido programadas para nosotros en
algún remoto momento de nuestra personal historia psicológica.
A veces estos juegos son extremadamente reñidos, porque todo el
mundo juega para ganar... para ganar algo. Al objeto de lograr una
comunicación sincera con los demás, experimentar la realidad de
los demás, llegar a integrarse y madurar, resulta sumamente útil
que seamos conscientes de nuestras reacciones estereotipadas, de
los juegos que jugamos. Si nos hacemos conscientes de dichos juegos, tal vez consigamos abandonarlos.
LJ i realmente deseo «verlo tal como es... y contarlo tal como es»,
debo hacerme a mí mismo una serie de difíciles preguntas acerca
de las pautas de acción y reacción que aparecen en mi conducta,
y debo preguntarme qué es lo que dichas pautas me revelan acerca de mí mismo.
Los mencionados juegos son casi siempre pequeñas maniobras de las que nos servimos para eludir la auto-realización y la
autocomunicación. Son como pequeños escudos que llevamos delante de nosotros cuando entramos en la dura batalla de la vida y
que han sido pensados para protegernos de los golpes y ayudarnos
a obtener algún pequeño trofeo para nuestro ego. Eric Berne denomina estas pequeñas victorias con el deportivo término de
«strokes» (golpe, jugada, tacada, etc): pequeñas victorias o éxitos
que nos proporcionan protección y reconocimiento. Los juegos son
de lo más diverso, porque la historia psicológica y la programación
es siempre algo único en cada caso, y porque además hay una
diversidad de «estados del ego» que podemos adoptar, según las
necesidades del momento y la situación vital.
Mi firme voluntad de ser sincero conmigo mismo y con estas preguntas será el factor decisivo y esencial para crecer como
persona.
Lo que tú y yo realmente necesitamos es un momento de la
verdad y un hábito de sinceridad con nosotros mismos. En la tranquila y personal privacidad de nuestra mente y de nuestro corazón, tenemos que preguntarnos: ¿En qué juegos participo? ¿Qué
es lo que trato de ocultar? ¿Qué es lo que espero obtener?
De ¿Por qué temo decirte quién soy?
Lo único que todos estos juegos tienen en común es que frustran el autoconocimiento y eliminan toda posibilidad de autocomunicación sincera con los demás. El precio de la victoria en estos
juegos es muy elevado: hay muy pocas probabilidades de que la
persona experimente verdaderos encuentros interpersonales, que
sería lo único que podría encaminarla hacia el crecimiento humano y hacia la plenitud de una vida realmente humana.
De ¿Por qué temo decirte quién soy?
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• / a mayoría de nosotros, debido a una mala información, nos
obstinamos en creer que podemos resolver nuestros propios problemas y gobernar la nave de nuestra vida, pero lo cierto es que,
en lo que de nosotros depende, no podemos dejar de vernos abrumados por nuestros problemas y naufragar. Lo que yo soy, en cualquier momento dado del proceso de mi hacerme persona, vendrá
determinado por mis relaciones con los que me aman o se niegan
a amarme y con aquellos a los que yo amo o me niego a amar.
Lo que es seguro es que una relación sólo será buena si es buena
¡a comunicación en que se basa. Si tú y yo somos capaces de decirnos con toda sinceridad el uno al otro quiénes somos, es decir, qué
es lo que pensamos, juzgamos, sentimos, valoramos, respetamos,
estimamos, amamos, odiamos, tememos, deseamos y esperamos,
en lo que creemos y con lo que nos comprometemos, entonces
—y sólo entonces— podremos ambos crecer. Entonces —y sólo
entonces— podrá cada uno de nosotros ser lo que realmente es,
decir lo que realmente piensa y expresar lo que realmente ama.
Éste es el verdadero sentido de la autenticidad como persona: que
mi exterior refleje verdaderamente mi interior. Lo cual significa
que yo puedo ser sincero en la comunicación de mi persona a los
demás, pero que no puedo hacerlo a menos que tú me ayudes. Sin
tu ayuda, yo no puedo crecer ni ser feliz ni estar realmente vivo.
Tengo que ser libre y capaz de expresarte mis pensamientos,
hacerte saber mis opiniones y mis valores, exponerte mis miedos
y mis frustraciones, reconocerte mis fallos y mis motivos para
avergonzarme, y compartir mis éxitos, antes de poder estar realmente seguro de lo que soy y de lo que puedo llegar a ser. Debo ser
capaz de decirte quién soy antes de poder saberlo. Y debo saber
quién soy antes de poder obrar auténticamente, es decir, de acuerdo con mi verdadero yo.
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Kj i yo puedo comunicarme contigo, y tú conmigo, únicamente
a nivel «sujeto-objeto», es muy probable que ambos nos comuniquemos con los demás, e incluso con el propio Dios, a ese mismo
nivel. Nosotros seguiremos siendo sujetos aislados; y los demás y
Dios seguirán siendo meros «objetos» en nuestro mundo, pero no
experiencias. La persona que no ha experimentado la revelación
de un encuentro, probablemente tenga lo que llamamos «amistades», y tal vez conserve una supuesta fe religiosa (una especie de
relación con Dios), fundamentalmente porque esas son cosas que
de algún modo se esperan de ella, pero dichas relaciones con los
demás no pasarán de ser meras conveniencias sociales y no tendrán auténtico significado personal.
El mundo de dicha persona es un mundo de objetos, de cosas
que pueden ser manipuladas para servir de distracción y proporcionar placer. Las posesiones de tal persona podrán ser hermosas
y caras o vulgares y baratas, pero la persona estará sola, y llegará
al final de sus días sin haber vivido jamás. El proceso dinámico de
personalización se tornará algo tan estático como un pedrusco en
un charco de agua. Y cuando el proceso de personalización es
sofocado, la vida entera se convierte en un terrible aburrimiento.
Si las aristas de la vida son muy afiladas, la vida puede resultar
sumamente dolorosa para una persona, la cual sentirá necesidad
de una serie de estímulos artificialmente provocados y efímeros,
pero que son pequeños intentos de evadirse de la vida, breves
«escapadas», en un desesperado esfuerzo por huir de la inexorable
intrusión de la realidad y de la esencial soledad de la persona
carente de verdaderos amigos.
De ¿Por qué temo decirte quién soy?
De ¿Por qué temo decirte quién soy?
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s
i la amistad y el amor humano han de madurar entre dos personas, debe darse entre ambas una absoluta y sincera revelación
mutua, y esta clase de auto-revelación sólo se consigue mediante
lo que hemos llamado comunicación «gut-level» (comunicación
«visceral»). No hay otra forma de conseguirlo, y todas las razones
que podamos aducir para racionalizar y justificar nuestros disimulos y nuestra falta de sinceridad deben ser consideradas como
un puro engaño. Sería mucho mejor para mí decirte lo que realmente siento acerca de ti que enredarme en la viscosa dificultad e
incomodidad de una relación insincera.
La mentira tiene siempre la rara virtud de volverse contra uno,
y puede dar lugar a verdaderos disgustos. Aun cuando yo tenga
que decirte que no te admiro ni te amo emocionalmente, será
mucho mejor que tratar de engañarte y tener que pagar el precio
que, a la larga, exigen todos los engaños de este tipo: un mayor
daño tanto para ti como para mí. Y también tú tendrás que decirme, en ocasiones, cosas que te costará muchísimo decir. Pero la
verdad es que no tienes otra alternativa; y, si yo deseo tu amistad,
debo estar dispuesto a aceptarte tal como eres. Si cualquiera de
nosotros entabla la relación sin esta determinación de comportarse con absoluta sinceridad y transparencia, entonces no hay amistad ni crecimiento posible; lo único que habrá será, más bien, una
especie de asunto sujeto-objeto que podríamos tipificar en las
riñas, las malas caras, los celos, los enfados y las acusaciones propias de adolescentes.
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JL X. pesar de lo reacios que somos a decir a otros quienes somos,
todos y cada uno de nosotros estamos habitados por un profundo
e intenso deseo de ser comprendidos. Todos tenemos muy claro
que deseamos ardientemente ser amados; pero, cuando no somos
comprendidos por aquellos cuyo amor necesitamos y deseamos,
cualquier clase de comunicación profunda se convierte para nosotros en algo inquietante e incómodo, algo que ni nos ensancha el
corazón ni nos anima. Es evidente que nadie puede realmente
amarnos de veras si no nos comprende verdaderamente. En cambio, quien se siente comprendido, ciertamente se sentirá amado.
Si no hay nadie que me comprenda y me acepte tal como soy,
me sentiré «extrañado». Ni mis talentos ni mis bienes me consolarán en absoluto. Incluso rodeado de gente, siempre tendré una
sensación de aislamiento y de soledad. Experimentaré una especie de «reclusión en solitario». Es un axioma, tan cierto como la ley
de la gravedad, que quien es comprendido y amado crecerá como
persona; en cambio, quien padece esta situación de «extrañamiento» acabará languideciendo solo en su solitaria reclusión.
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1 é a comunicación no es sólo el alma del amor y la garantía de
su crecimiento, sino que es la esencia misma del amor en la práctica. Amar es compartir, y compartir es comunicar. Por tanto,
cuando decimos que la comunicación es «el secreto para seguir
amando», lo que realmente queremos decir es que el secreto para
seguir amando consiste en amar, en seguir compartiendo, en
seguir viviendo el propio compromiso. Por supuesto que hay un
primer «sí», un primer compromiso con el amor; pero ese primer
«sí» conlleva un número ilimitado de pequeños «síes».
\ ^ u i e n haya pensado alguna vez en asumir el riesgo de la
transparencia emocional se habrá preguntado también: «¿Puedo
confiar en ti?; ¿hasta qué punto puedo hacerlo?; ¿vas a comprender mis sentimientos o a rechazarlos?; ¿te vas a reír o te vas a compadecer de mí?...» El procedimiento habitual consiste en jugar al
bañista que comprueba la temperatura del agua metiendo primero los dedos del pie. Desgraciadamente, la mayoría de nosotros
decidimos esperar hasta estar seguros, y por eso terminamos no
entrando en las benéficas aguas del diálogo.
Una de las formas más comunes de huir de realidades como la
del amor consiste en sustituir la acción por la discusión.
Preferimos discutir, pensar y cuestionar dichas realidades, en
lugar de ponerlas en práctica. Es mucho más fácil discutir las verdades que vivirlas.
Lo de esperar hasta tener la absoluta garantía de poder confiar
me recuerda un caso que escuché en cierta ocasión. Al parecer, la
madre de un niño dijo a los amigos de su hijo que le invitaban a
ir a nadar: «No permitiré que Michael se meta en el agua hasta
que aprenda a nadar». Obviamente, el único modo de aprender a
nadar es meterse en el agua. Análogamente, el único modo de
aprender a confiar consiste en confiar.
Lo mismo sucede con el amor. Preferimos discutirlo a vivirlo.
No hay cuota de entrada en los foros de debate, pero la práctica
del amor sí requiere un costoso aprendizaje. Como escribía Dag
Hammarskjóld en su libro Señales:
«El "gran" compromiso oscurece con demasiada facilidad el
"pequeño"».
De El secreto para seguir amando.
El diálogo no puede aplazarse. El tribunal no puede llegar a un
veredicto hasta que no se lleve a cabo el juicio. Por eso el diálogo
requiere un acto de voluntad: «Voy a confiar en ti. No puedo estar
seguro, y quizá me decepciones, pero voy a arriesgarme; voy a probar fortuna y a revelarte mis sentimientos más profundos, porque
quiero darte mi don más preciado..., porque te quiero. Y porque te
quiero, el primer don que voy a ofrecerte es mi confianza».
De El secreto para seguir amando.
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^ / n a de las necesidades más fuertes, que puede fácilmente convertirse en una preocupación neurótica, es la necesidad de sentirnos seguros. Por eso a la mayoría nos gusta tener una habitación
propia con mensajes colgados en la puerta como los siguientes:
PRIVADO, NO PASAR o NO MOLESTAR. Queremos tener un lugar seguro,
atrincherado contra la invasión de los demás con sus interrogatorios y su inquisitivo deseo de saberlo todo acerca de nosotros. No
hay desnudez más dolorosa que la desnudez psicológica. De la
necesidad de sentirse seguro y protegido de los penetrantes ojos
ajenos surge el mito de que todos necesitamos un refugio privado
donde nadie más pueda entrar. Es algo que suena bien y parece
conveniente, y la mayor parte de la gente probablemente se lo
cree. Sin embargo, es un mito equívoco: algo que desearíamos que
fuera cierto, pero que en realidad no lo es.
En lugar de un espacio reservado exclusivamente para nosotros, lo que de verdad necesitamos es tener a alguien (un auténtico confidente) que nos conozca de arriba abajo, y algunas otras
personas (amigos íntimos) que nos conozcan suficientemente a
fondo. Los refugios privados que creamos para tener un lugar en
el que escondernos y al que nadie pueda seguirnos, son letales
para la clase de intimidad que tanto necesitamos para alcanzar la
plenitud de nuestra vida humana.
A estas alturas, algo que ya se ha convertido en un tópico es
que sólo puedo conocerme a mí mismo en la medida en que sea
capaz de confiarme a ti. Si puedo sentirme contigo totalmente
libre en un lugar sin ningún letrero que prohiba el paso, sin duda
alguna entraré, con la seguridad de tu compañía, en lugares de mi
interior cuya existencia nunca habría podido conocer; entraré en
lugares en los que nunca habría podido entrar solo. Necesito tu
mano en la mía y la seguridad de tu amor comprometido e incondicional incluso para tratar de ser sincero acerca de mí mismo.
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• -J a comunicación entre los seres humanos es difícil. Cuando
nos comunicamos, compartimos algo que, en consecuencia, se
convierte en una posesión común. Por ejemplo, si contamos un
chiste o explicamos una receta, el hecho de compartirlos hará de
ellos nuestra propiedad común; poseeremos algo juntos. A través
de la comunicación relacional humana, la posesión común que
obtenemos es nosotros mismos. Mediante los actos con que compartimos nuestros sentimientos o nos comunicamos, conocemos y
somos conocidos. El otro nos entrega el don de sí mismo, y nosotros le correspondemos con el don de nosotros mismos.
Parece obvio que la comunicación humana es el elemento
nuclear de toda relación. También parece evidente que el don del
propio ser entregado al auto-revelarse es el don esencial del amor.
Todos los demás regalos —las joyas, las colonias, las flores y las
corbatas— no son más que símbolos. El auténtico regalo del amor
es el don de uno mismo.
De alguna manera, percibimos que nuestras vidas marchan
bien en la medida en que también marchan bien nuestras relaciones; somos tan felices como nuestras relaciones lo sean. Un
humano solitario es una contradicción en los términos. La existencia de un humano aislado es como la de una planta que trata
de sobrevivir sin agua o sin la luz del sol: no podrá crecer y se irá
marchitando y muriendo lentamente. La calidad de nuestra existencia humana se fundamenta en nuestras relaciones.
De El verdadero yo: ¡en piel
De El secreto para seguir amando.
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JL arece obvio que cuanto más frecuente sea nuestro uso de la
comunicación verbal precisa, tanto menos espacio habrá para los
mensajes imaginarios y los consiguientes malentendidos. Cuando
ocultamos nuestros verdaderos pensamientos —simulamos, nos
ponemos máscaras y adoptamos determinadas actitudes—, dejamos a los demás la tarea de interpretar nuestras intenciones, y el
resultado es siempre el malentendido, lo que normalmente tiene
consecuencias desastrosas.
La comunicación explícita no sólo nos evita estos sufrimientos
o malentendidos innecesarios, sino que también tiene una consecuencia mucho más positiva: crea relaciones profundas y duraderas, y las relaciones son la fuente de nuestro crecimiento como
personas. Somos seres sociales; nos une la misma suerte. Y para
llegar a ser lo que podemos ser necesitamos relaciones profundas
y permanentes; y para lograr este tipo de relación es absolutamente esencial una comunicación auténtica.
Se dice que una obra de arte es, ante todo y sobre todo, una
obra. No cabe duda de que la tarea principal en una relación auténtica es la comunicación, porque da lugar a relaciones profundas y bien definidas, pero sólo si nos empleamos a fondo en ellas.
Como cualquier otra realización humana, la comunicación es
cuestión de práctica continua, porque todas las fórmulas verbales
son inútiles, a no ser que su cultivo haya hecho que esas habilidades comunicativas sean parte de nosotros. Ninguna fórmula
para el éxito funciona, a menos que la pongamos en práctica.
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V-iuando las personas empiezan a comunicarse de verdad,
comienza un cambio total que, a la larga, afecta a todas las áreas
de la vida. Los sentidos parecen cobrar vida; el color que antes no
se percibía se empieza a apreciar; la música que antes nunca se
escuchaba se convierte en un acompañamiento vital; la paz que
antes nunca se había experimentado comienza a encontrar su
lugar en el corazón humano... Por supuesto, la única forma de
demostrarlo es experimentarlo; para saber que todo esto es verdad
hay que intentarlo. Como sugiere el viejo dicho: «Prueba..., podría
gustarte».
El sufrimiento de la incomunicación en una relación es sumamente real y doloroso. Es frecuente que en nuestras relaciones
humanas las líneas de comunicación estén mal instaladas y se
desconecten enseguida cuando llega la crisis de una tormenta. El
resultado es la soledad: el azote del espíritu humano. Pero cuando
las líneas se restablecen, se produce una especie de segunda primavera de amor, alegría y todo tipo de manifestaciones positivas.
La salud y la felicidad espiritual comienzan a florecer en esta primavera de la comunicación.
De El verdadero yo: ¡en pie!
La mayoría aprendemos a hablar en el primer año de nuestra
vida y, según los neonatólogos, empezamos a oír antes incluso de
nacer. Pero, por desgracia, muchos piensan que, como hemos
aprendido a hablar y oír, ya sabemos comunicarnos, y eso es lo
mismo que decir que, como somos capaces de tocar las teclas de
un piano, también podemos componer una música armoniosa. La
buena comunicación no es un logro automático o fácil.
De El verdadero yo: ¡en pie!
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X J L prender y practicar las habilidades de una buena comunicación producen un beneficio sumamente valioso: la madurez personal. Si creemos profundamente en estas verdades y aceptamos las
actitudes que subyacen a la comunicación honesta y sincera, tendremos un contacto sano con la realidad. Una vez que renunciemos a nuestros roles y simulaciones, empezaremos enseguida a
relacionarnos con nosotros mismos como realmente somos y con
los demás como realmente son; comenzaremos a ser auténticos y
verdaderos con nosotros mismos y con los demás; y el resultado
lógico de todo ello es la madurez.
E
comienzo de toda comunicación satisfactoria es el deseo, el
deseo de comunicar, que no puede ser algo vago y negociable, sino
una postura inquebrantable de la voluntad, una resolución interna, una firme promesa que nos hacemos a nosotros mismos y a
aquellos con los que estamos intentando relacionarnos.
A nadie (incluido yo mismo) le gusta ser inmaduro, pero de
hecho todos lo somos. Somos seres en proceso y aún no hemos
alcanzado todo lo que podemos ser. La condición indispensable de
nuestro crecimiento humano es el contacto con la realidad, y la
comunicación honesta y sincera es el único camino que nos conduce al mundo real. La otra alternativa es aceptar una vida que no
sea más que fingimiento y apariencia sin sentido.
Si alguien quiere realmente vivir, la amenaza de la muerte
puede constituir una poderosa motivación. Los seres humanos
podemos hacer cosas increíbles si estamos suficientemente motivados. Casi siempre, el motivo asume la forma o de vía de escape
del sufrimiento, o de esperanza de una recompensa. Cuando la
presencia del dolor vuelve insoportables nuestras vidas, estamos
motivados para el cambio; o cuando las recompensas de un logro
nos parecen suficientemente grandes, estamos motivados para
pagar el precio por obtenerlas.
Es muy posible que la comunicación sea la cuestión más
importante sobre la que hayamos reflexionado en toda nuestra
vida.
De El verdadero yo: ¡en pie!
Todo esto puede sonar como si el compromiso con la comunicación requiriese una voluntad de hierro. La verdad es que no existe lo que solemos denominar «voluntad de hierro», pues lo que en
nosotros es fuerte o débil es la motivación.
Por tanto, es de suma importancia que nos preguntemos:
¿deseo realmente comunicarme?; ¿cuáles son los sufrimientos y
las sanciones si no lo hago?, pues se trata de preguntas que figuran entre las más importantes que nos hemos planteado en nuestra vida.
De El verdadero yo: ¡en pie!
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s obvio que el compromiso es cuestión de prioridades. Y
todos conocemos por experiencia personal la importancia de éstas. Si tenemos que hacer cinco cosas en un día, de una forma u
otra hacemos lo posible por llevar a cabo sólo aquéllas a las que
hemos dado prioridad; realizamos las cosas a las que concedemos
una importancia especial. Por eso es importante y prudente hacer
una lista, reflexionar y enumerar nuestros motivos personales. Si
deseamos lo suficiente una buena comunicación, le concederemos
la máxima prioridad. Y si le damos ese grado de prioridad, alcanzaremos el éxito.
Una vez decidido el compromiso, el principal obstáculo para
perseverar es el fracaso. Es una experiencia humana bastante común que el fracaso oscurece y debilita el compromiso. Es importante recordar que, para los humanos, el camino hacia el éxito
está normalmente pavimentado de fracasos. Abraham Lincoln
perdió varias elecciones antes de ser finalmente elegido presidente; Thomas Edison experimentó durante dos años con muchos
materiales llegados de todos los rincones del mundo, antes de descubrir un filamento apto para la bombilla eléctrica; cuando
Marconi sugirió la posibilidad de la transmisión inalámbrica del
sonido (la radio), fue internado en una institución mental. Pero
Lincoln, Edison y Marconi eran personas fuertemente motivadas,
y por eso no se rindieron, porque de alguna manera sabían que el
único fracaso real es aquel del que no aprendemos nada. Y ellos
seguramente se basaban en la premisa de que no hay mayor fracaso que el fracaso de no intentarlo, y por eso perseveraron a pesar
de los repetidos fallos.
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* J o primero que debemos explorar en nosotros es nuestra
capacidad de comprensión personal y nuestro deseo de lograr una
buena comunicación. Debemos preguntarnos con sinceridad cuáles son nuestras prioridades. ¿Nos parece importante la comunicación?; si elaboráramos una lista de las diez prioridades fundamentales en este momento de nuestra vida, ¿aparecería la comunicación en ella?; ¿queremos verdaderamente conocer y ser conocidos?; ¿hay en nosotros falsos miedos a que la comunicación termine de forma trágica?; si estuviéramos dispuestos a compartir
sinceramente nuestro ser con alguien, ¿qué tememos que podría
ocurrir?; si tuviéramos que describir nuestro «temor catastrofista»
a la buena comunicación, ¿qué sería lo peor que podría ocurrir?;
¿cuál es en nuestra opinión el mayor peligro de ser totalmente
abiertos y sinceros?
Es preciso que consideremos con especial cuidado esta pregunta: ¿hasta qué punto queremos comunicarnos? Si lo deseamos
de verdad y estamos dispuestos a empeñarnos en ello, no estamos
lejos del éxito. Y las recompensas son el crecimiento personal,
unas relaciones interpersonales buenas y fluidas y, en definitiva,
la vida feliz que todos pretendemos.
La única manera de saber hasta qué punto se desea algo es
intentarlo. Después de comenzar a hacerlo, se verá con claridad la
intensidad de ese deseo.
De El verdadero yo: ¡en pie!
De El verdadero yo: ¡en pie!
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\*J na prevención muy común es la siguiente: «Si me abro por
completo a ti, tendré que cargar contigo». Otros dicen lo mismo
desde una perspectiva distinta: «La gente no quiere saber nada
acerca de mí. Bastante tienen con sus propios problemas». ¿Es
verdad?
La auto-revelación en sí misma nunca es una carga. Es importante de que nos demos cuenta de que en nuestro interior hay un
don y de que nosotros mismos somos dones. Si ofrecemos ese don
como un acto de amor a través de nuestra auto-revelación sincera, no constituirá un lastre, sino que será el don incondicional de
la comunicación. Los regalos nunca son cargas, a menos que conlleven ataduras. Cuando nos comunicamos, no debemos pedir
nada, excepto una escucha empática. Nuestra auto-revelación no
debe plantear más demanda que la de ser acogida con las manos
amables y agradecidas de la aceptación. Al entregar ese don, estamos verdaderamente entregándonos a nosotros mismos. Es nuestro más valioso, y quizá nuestro único, don verdadero.
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JL JL ace algunos meses, en un encuentro, se me acercó un hombre de aspecto triste y me dijo que había leído muchos de mis
libros, pero admitió tener una duda persistente: «¿Por qué tengo
que decir quién soy?; ¿en qué va a beneficiarme?» Yo recurrí al privilegio, supuestamente irlandés, de responder a una pregunta
planteando otra. «¿Cree que yo me enriquecería si usted compartiera su historia conmigo?» «No —dijo moviendo la cabeza con
tristeza—, no pienso semejante cosa». «Pues bien —le respondí en
mi torpe intento de terapia de «shock»—, ahí es donde usted se
equivoca».
A veces temo que la mayoría de nosotros somos como este
querido amigo. Creemos que tenemos que poseer un cielo tachonado de estrellas, una historia impactante, para poder comunicarlos. Imaginamos que un verdadero regalo debe contener el aroma
de las rosas y estar enmarcado por bordados de oro. La verdad es
que cualquier historia humana, si se transmite como un acto de
amor, dilatará la mente y alegrará el corazón del interlocutor.
Con aquel hombre aprendí mucho acerca del corazón humano
y del sentido de un espíritu humano quebrantado. Sé que me he
vuelto más tolerante y menos ansioso de juzgar o etiquetar a los
demás, porque aquel buen hombre compartió su «dudoso» regalo
conmigo.
De El verdadero yo : ¡en pie!
Las personas son verdaderos dones.
De El verdadero yo: ¡en pie!
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JL JL1 principio, el consejo de ser sinceros con nosotros mismos
parece superfluo, porque ¿cómo podemos mentirnos a nosotros
mismos? Sin embargo, los gurús de la comunicación insisten en
que el primer obstáculo a la comunicación con otra persona no es
una dificultad entre ambas, sino que se encuentra en el propio
interior. Es obvio que si no nos decimos la verdad a nosotros mismos, menos se la podremos decir a los demás; si no estamos en
contacto con los sentimientos y actitudes que están en nuestro
interior, nos resultará imposible compartirlos con otro; si nos
engañamos a nosotros mismos, no cabe duda de que también
engañaremos a nuestro interlocutor.
De El verdadero yo: ¡en pie!
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s bastante obvio que la mente consciente sólo contiene nuestras percepciones presentes. El nivel subconsciente de la mente es
el centro de almacenamiento de los materiales que podemos trasladar a la mente consciente cuando sea necesario. Por ejemplo, la
mayoría recordamos la tabla de multiplicar si la necesitamos y en
el momento en que nos es precisa. Pero el inconsciente es el almacén de aquellos recuerdos, emociones y motivaciones con los que
«simplemente no podemos vivir». Se le ha denominado el sótano de la mente, donde se almacenan los «monstruos» que están
enterrados en lo más profundo de nuestro interior. Pero, desgraciadamente, están sepultados vivos, no muertos, y por eso continúan influyéndonos. El proceso de su enterramiento se llama
represión y no es consciente o deliberado, sino que enterramos
nuestras posesiones no deseadas sin ni siquiera darnos cuenta o
recordarlas.
La represión de nuestra mente inconsciente tiende a desequilibrarnos. En la medida en que nos reprimimos, perdemos contacto con nosotros mismos. Afortunadamente, las realidades que
hemos reprimido en el inconsciente siempre están intentando
emerger buscando reconocimiento. Son similares a un trozo de
madera que se mantiene bajo el agua. Sin embargo, si nos abrimos
al autoconocimiento, irán gradualmente saliendo a la superficie.
De El verdadero yo: ¡en pie!
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3—i o importante es desear conocer lo que hay en nuestro interior. Debemos cultivar el deseo de ser honestos con nosotros mismos. La honestidad con uno mismo es un acto de autoconsciencia
que se debe practicar diariamente. Y esta autoconsciencia es más
un proceso que un simple hecho. Debemos intentar de manera
habitual hacernos conscientes de la forma sumamente personal e
individual en que funcionamos cuando procesamos nuestras sensaciones, percepciones, emociones y motivaciones. Debemos prestar más atención a la manera en que tomamos nuestras decisiones y, por último, actuamos.
Sólo así incrementaremos nuestro conocimiento de nuestros
procesos personales y obtendremos un mayor control consciente
sobre nuestras acciones y reacciones. Por supuesto, a lo largo de
todo este proceso debemos aceptar la responsabilidad de nuestras
decisiones y de nuestra conducta, pues sabemos que son el resultado de algo que está dentro de nosotros. Al mismo tiempo, debemos escuchar y observar para descubrir en qué consiste eso que
hay en nuestro interior. Debemos intentar averiguar quiénes
somos realmente, en lugar de tratar de decirnos quiénes deberíamos ser.
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^Jer honesto con uno mismo requiere renunciar a actuar y a
representar «papeles». Pero antes de la renuncia debe llegar el
reconocimiento. ¿Cuál es nuestro papel? Se dice que todos llevamos un cartel que nosotros mismos hemos elaborado y que nos
anuncia y hace que se nos trate en función de él. Si el mensaje
dice «gilipollas», los demás no se nos acercarán para mantener
una conversación seria; si dice «felpudo», los otros tenderán a
pisarnos.
Lo curioso de estos carteles es que los demás pueden leerlos
con bastante claridad, incluso aunque nosotros no seamos conscientes de nuestros propios mensajes. Yo creo que éste es uno de
nuestros miedos más comunes a la intimidad. Porque si permitimos que alguien se acerque a nosotros, podrá ver a través de nuestra escenificación y sacará a la luz nuestra farsa, y eso puede dejarnos con la sensación de estar completamente desnudos.
De El verdadero yo: ¡en pie!
De El verdadero yo: ¡en pie!
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C / n a vez más vuelven esas preguntas-«boomerang»: ¿creemos
realmente que debemos ser sinceros con nosotros mismos para ser
auténticos con los demás?; ¿deseamos de verdad ser sinceros con
nosotros mismos?; ¿deseamos de verdad ser sinceros con los demás?; ¿queremos compartir con los demás nuestro auténtico don
o preferimos mantenerlo a buen recaudo y ofrecer sólo una farsa?
Nuestra actuación es el precio que pagamos por nuestra seguridad; es la armadura que evita que resultemos heridos, pero también es una barrera interior que estanca nuestro crecimiento, así
como una muralla que impide a los demás llegar a conocer nuestro auténtico yo. Se necesita mucho valor para renunciar a actuar,
porque se corre un riesgo real al salir de detrás de nuestro muro.
Y tendremos que redactar de nuevo nuestro mensaje: «Éste es mi
auténtico yo. Lo que ves es lo que hay». Tened paciencia. No será
fácil. Sospecho que el viejo Polonio lo sabía cuando aconsejó a
Laertes: «Usa de sinceridad contigo mismo, y no podrás ser falso
con los demás».
Sin embargo, si estamos dispuestos a correr ese riesgo, nuestro valor obtendrá grandiosas recompensas: la estatua cobrará
vida. Empezaremos a saber quiénes somos realmente. Quizá percibamos por primera vez dónde termina nuestro papel y dónde
comienza nuestro yo real. Nuestro auténtico yo surgirá de detrás
de la máscara, del engaño, de la simulación. Nuestras relaciones
comenzarán aflorecer,y nos transformaremos en el mejor yo posible. Los antiguos griegos lo sabían bien cuando admitieron como
resumen de toda sabiduría la siguiente fórmula: «Conócete a ti
mismo».
El viaje más largo es el viaje hacia el propio interior.
¡Bon voyage!
De El verdadero yo: ¡en pie!
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evangelio de san Juan describe el día en que Jesús perdió a
todos sus seguidores. Al comienzo de aquel día, Jesús intentó
tener una reunión privada con sus apóstoles, pero enseguida una
gran multitud se congregó en torno a él, y Jesús pasó el día entero hablándoles. Hacia el final de aquel día preguntó a sus apóstoles si aquellas personas tenían algo que comer. («¿Qué pueden
tener? Has estado hablándoles todo el día»). Entonces uno de los
apóstoles encontró a un chiquillo que ofreció cinco panes y dos
peces. («Venga, hombre, ¿cómo vamos a alimentar a esta multitud
con cinco panes y dos peces?»). Y entonces ocurrió el milagro. La
multiplicación de los panes y los peces por todas partes. Cuando
la gente se dio cuenta, pidió que Jesús fuera su rey. Y le siguieron
por el lago repitiendo su petición: «¡Sé nuestro rey!», mientras los
apóstoles hacían voluntariamente de «animadores».
Entonces Jesús puso de manifiesto las verdaderas raíces de la
petición de la multitud. «Han sido los panes y los peces, ¿verdad?
Queréis un Mesías militar hacedor de milagros que pueda multiplicar las espadas y los escudos y que os libere de los grilletes de
Roma. Pues bien, ése no es mi Reino. Mi Reino es un reino de fe,
y entraréis en él si creéis en mí». Entonces aquellas personas proclamaron ser grandes creyentes, que incluso creían que Dios alimentó con el maná a sus antepasados en el desierto. Y por eso
Jesús se enfrentó a ellos con un gran desafío de fe: «Vuestros
Padres comieron el maná en el desierto y murieron. Yo soy el pan
vivo bajado del cielo. Si coméis de este pan, nunca moriréis».
Pero ellos no aceptaron el desafío y reaccionaron airadamente. «¿Quién se cree éste que es?; ¿y quiénes piensa que somos
nosotros? ¿Acaso no conocemos a su madre?» Y le abandonaron.
Entonces Jesús preguntó entristecido a sus decepcionados apóstoles: «¿También vosotros queréis marcharos?» Y Pedro, en uno de
sus mejores momentos, respondió: «¿A quién vamos a acudir? Tú
tienes palabras de vida eterna».
Nuestra fe en Jesús es nuestro consuelo. También es nuestro
desafío. ¿Creo realmente?
De la cassette The Growing Edge OfLife.
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«¡ i /legará un día en que te quedarás ciego!» Ésta es la sobrecogedora frase que un oculista me espetó en cierta ocasión. En la
pared de mi despacho tengo un cuadro de un hombre caminando
por Park Avenue, en Nueva York, con un bastón blanco y un bote
de hojalata. Sobre los hombros lleva uno de esos carteles tipo
«sandwich» que dice por ambos lados: «Por favor, ayúdame. Mis
días son más oscuros que tus noches». He pensado en ello miles
de veces: «Mis días son más oscuros...».
Durante los últimos veinticinco años, desde el veredicto del
oculista, mi vista no ha cambiado mucho. Quizá la voluntad de
Dios sea que pueda ver el resto de mi vida. Pero el veredicto de
aquel médico fue, no obstante, un momento muy valioso de mi
existencia. Tanto si me quedo ciego como si continúo viendo,
aquel momento fue y siempre será un momento de gracia. La
posibilidad de la ceguera me ha exigido decir un «sí» a Dios mucho
más profundo que en ninguna otra circunstancia. Me ha exigido
entregarme, confiar. «Mi vida entera está en tus manos. Sí. Si tú
quieres, conservaré la vista. Sí. Sé que me amas. Confío en tu
amor y en tu voluntad respecto de mí». Creo que Dios nos pone a
todos en una situación similar. Y creo que esa situación es el
«momento del sí», que es muy parecido al «sí» que el propio Jesús
le dijo al Padre; un «sí» que le costó la vida. «¡Esto es lo que quiero decir cuando digo que te amo!», dice con sus brazos extendidos
en la cruz. Si tú y yo somos capaces de decir nuestro propio «sí»
cuando se nos pida, el epitafio de nuestras vidas dirá: «Esto es lo
que quiero decir cuando digo que te amo».
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1 evangelio de Jesús condena nuestro egoísmo y promueve
cuanto de bueno hay en nosotros, también nos pide que resituemos nuestro centro de gravedad, que lo traslademos de la prisión
del egoísmo al mundo de los demás, que pasemos del egocentrismo a la hermandad, de la lujuria al amor. Nos pide que creamos
que el único verdadero poder en el mundo es el poder del amor.
Nos exige que amemos no sólo a nuestros amigos, sino también a
nuestros enemigos. Exige una revolución total, una «metanoia» o
conversión. Una vez que le dices a Jesús el «sí» de la fe y aceptas
su proyecto de plenitud de vida, el mundo entero deja de girar en
torno a ti, a tus necesidades y tus gratificaciones; y serás tú el que
tenga que girar en torno al mundo, buscando heridas para sanarlas, llamando amorosamente a los muertos a la vida, encontrando
lo perdido, queriendo a los no queridos y dejando atrás todas las
preocupaciones egoístas y parasitarias que consumen nuestro
tiempo y nuestras energías. ¿No te parece aterrador? Somos llamados a salir de nosotros mismos para ya nunca regresar, como si
partiéramos de un viejo hogar, de un lugar en el que en otro tiempo vivimos y nos sentimos seguros. Una vez que encontramos verdaderamente a Jesús en la fe, ya no podemos ser los mismos de
nuevo. Ésta es la peregrinación de la fe. Lo que la hace incluso
más aterradora es que no hay garantías de devolución del dinero,
no hay mapas de carreteras que indiquen un determinado destino, no hay procesos lógicos de verificación. Sólo una voz, la voz de
Cristo en algún lugar de nuestro interior pidiéndonos: «Abandónate... Déjate llevar... Confía en mí... Cree en mí... Déjate llevar».
Sería imposible si no pusiera delicadamente su mano entre las
nuestras diciendo: «No tengas miedo. Yo he vencido al mundo».
Del programa de vídeo Jesús As I Know Him.
De A Reason To Uve, A Reason To Die.
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ecientemente escuché una historia —supongo que imaginaria— sobre un hombre que, al caer por un acantilado, consiguió
agarrarse a la raíz de un árbol que crecía en un saliente de la roca
y permaneció allí colgado para salvar su vida. Se puso a rezar y
entonces oyó la voz de Dios preguntándole: «¿Crees realmente en
mí?» «iSí, creo!», respondió el pobre hombre cuya vida pendía de
un hilo. «¿Confías en mí?», preguntó la voz de Dios. «¡Sí, sí!», contestó el hombre. Y la voz de Dios repuso: «Entonces, yo me ocuparé de salvarte. Ahora, haz lo que te digo... ¡Suéltate!» Si comprendes lo esencial de la historia, entonces conoces la naturaleza
de la fe: la renuncia a todas las certezas y todos los cálculos humanos a los que nos aferramos en nuestra vida mientras Dios susurra en nuestra mente y en nuestro corazón: «¡Suéltate!».
Cuando Jesús surge de las páginas del Evangelio como una
voz viva pidiéndonos que nos abandonemos, su petición no es
algo que pueda relegarse a una esquina inutilizada de nuestra vida
o confinarse en un rito dominical. Él sencillamente dice: «Soltaos... Renunciad a todos vuestros pequeños planes para lograr la
seguridad humana... No os preocupéis por la comida, la bebida o
el vestido... Buscad primero el Reino de Dios, y Dios se ocupará de
vosotros... No intentéis encajarme en vuestros planes, sino tratad
de encontrar vuestro lugar en los míos... Haced que yo sea vuestra
prioridad, y yo me haré cargo de vuestros asuntos». Si cuando leéis
el evangelio, sentís que os recorre un pequeño estremecimiento de
temor o experimentáis el impulso de eludir el desafío y cambiar de
tema, puede deberse a que comenzáis a entender el valor y la
renuncia de la fe. Si incide realmente en vosotros, tendréis una
sensación de crisis, que identificaréis por el miedo que sentiréis en
vuestro corazón.
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J—J a fe, ya sea en otro ser humano o en Dios, significa fiarse de
la palabra de otro e implica un nuevo conocimiento que sólo se
puede conseguir confiando en la palabra ajena. Si me explicas un
problema de matemáticas y entiendo la explicación, no tengo que
confiar en tu palabra de que la explicación es correcta, porque
puedo comprobarlo por mí mismo; no tengo por qué tener ninguna fe en ti. Sin embargo, si me dices que me amas y que intentarás hacerme feliz, no hay forma de que puedas probármelo ni de
que yo pueda probarlo por mí mismo, de modo que debo creer en
ti y en tu palabra.
Lo mismo ocurre en el caso de la fe en Dios. Dios me da su
palabra o revelación. Si la acepto, si considero que realmente me
ha hablado prometiendo amarme y ofreciéndome una razón para
vivir y una razón para morir, si le acepto a él y su mensaje de vida,
en ese momento me convierto en creyente.
De A Reason To Live, A Reason To Die.
De A Reason To Live, A Reason To Die.
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X_ios prejuicios están por todas partes. No hay un brillante
Camelot en el que se proscriban todos los prejuicios o se impida la
programación psicológica. La mayoría de las decisiones humanas
se toman en las glándulas, no en el cerebro. Pero hay algo en
nuestro interior que quiere deshacerse de los prejuicios, la programación y el lavado de cerebro. Odiamos los cordones umbilicales
que nos encadenan a nuestro pasado destruyendo nuestra libertad
de opción. No queremos a Dios, con sus velas, su incienso y sus
vidrieras, sólo porque hemos sido «educados» de ese modo.
La religión y el patriotismo son áreas especialmente sospechosas, porque parecen fomentar las verdades «convenientes» del tipo
que los prejuicios aprovechan: las que consuelan a las personas
que lo necesitan y controlan la conducta de la gente.
Pero no todos los tiranos que nos esclavizan están fuera de
nosotros. Los parásitos de la inseguridad humana nos han invadido a todos, son pequeñas termitas de terror que nos dicen que es
más seguro creer, tener algo a lo que aferramos. Pero Dios —si
realmente existe—, sea lo que sea, no es una aspirina.
Los prejuicios presentan otras formas. Puede que un diablo
aún más enfadado se revuelva en mis tripas: un viejo rencor latente por los santos supersticiosos que me han atormentado con un
sentimiento de culpabilidad: mamá, papá, la tía solterona, el clérigo santurrón soltando sermones en los que en realidad no creía,
la hermana «supermonja» que amenazaba con convertir en estatua de sal a quien se atreviera a mirar hacia atrás, las biografías
retrógradas de los santos que iban al cielo y los pecadores que iban
al infierno... Puede que yo quiera rechazar la fe simplemente para
que todos ellos estén equivocados.
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¿ JLe has preguntado alguna vez, como hemos hecho la mayoría,
si realmente crees en Dios, en la religión y en la realidad de la
Iglesia? Para muchos de nosotros, cuando en algún momento de
crisis se nos planteó la cuestión de la fe, fue doloroso y desconcertante, una pesada carga en el estómago, como una comida
indigesta. Tal vez para ti llegara en una época difícil, en un período en el que te preguntabas si merecía la pena recurrir a orar, dado
que las palabras de la oración se te atragantaban, un tiempo en el
que tu mente se cuestionaba si la oración era algo real o sólo una
superstición sin fundamento.
Puede que fuera un domingo por la mañana, cuando las campanas de la iglesia cercana convocaban a los fieles a alabar y suplicar a Dios, y tú, en la cama, te diste la vuelta desasosegado antes
de volverte a dormir. O cuando planeabas tu matrimonio, y te
encontraste intentando decidir entre una iglesia o los despachos
del juzgado local. O quizá sucedió cuando alguien a quien conocías y querías falleció, y el pensamiento acerca de qué ocurre después de la muerte te alcanzó como un rayo.
Escuchaste esta pregunta que nunca deja de resonar: «¿Creo
realmente en Dios?».
De A Reason To Live, A Reason To Die.
Pero, en cualquier caso, no podemos permitir que los prejuicios tomen nuestras decisiones. Debe haber un terreno intermedio entre las presiones de la indoctrinación y el prejuicio de la
rebelión.
De A Reason To Uve, A Reason To Die.
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JL ara la palabra «crisis», los chinos utilizan una combinación de
dos caracteres, que son los que designan el «peligro» y la «oportunidad». Esta disyunción parece tener lugar en todas las crisis. Se
trata de un punto de inflexión, y, dependiendo de hacia dónde nos
dirijamos, podemos encontrar peligro u oportunidad. Las bifurcaciones en el camino de la vida humana que nos exigen tomar decisiones son siempre encrucijadas del peligro y la oportunidad.
Como en el uso médico de este término, cuando se declara que un
paciente está en estado «crítico», entendemos que puede encaminarse hacia la vida o hacia la muerte.
En el proceso de la fe deben producirse dudas y crisis. Paul
Tillich señala que la fe sólo puede madurar a través de las crisis.
La duda desgasta la vieja relación con Dios, pero sólo así puede
nacer una nueva. Y lo mismo ocurre con nuestras relaciones interpersonales humanas, pues crecen desde una fragilidad inicial
hasta su permanencia a través de la prueba de la duda y la crisis.
Por eso Kahlil Gibran dice que podemos «olvidar a las personas
con las que nos hemos reído, pero nunca podremos olvidar a
aquellas con las que hemos llorado».
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• / a mayoría de nosotros, en nuestro deseo de una fe auténtica,
le decimos a Dios: «¡Muéstramelo, y creeré!» Pero este planteamiento no funciona nunca. Dios nos ha manifestado con absoluta claridad, a través de la vida y la enseñanza de su Hijo Jesús, que
el proceso debe ser el inverso. Nos dice: «Creed en mí, y os lo mostraré». La fe en él es un pre-requisito absoluto de la experiencia
religiosa del poder de Dios en nuestra vida. Observad en el Nuevo
Testamento la cantidad de veces que Jesús dice a las personas
favorecidas por él que ha sido la fe de dichas personas la que ha
desencadenado su poder. Al centurión romano le dice que su criado se curó por haber «tenido fe» (Mt 8,13). Por otra parte, cuando
los discípulos preguntan a Jesús por qué ellos no habían sido
capaces de expulsar al demonio de un joven, Jesús les dice simple
y llanamente:
«Por vuestra poca fe. Porque yo os aseguro: si tenéis fe como un
grano de mostaza, diréis a este monte: "Desplázate de aquí allá",
y se desplazará, y nada os será imposible» (Mt 17,20).
De A Reason To Live, A Reason To Die.
En las personas mayores hay algo que hace que se sientan
incómodas, o incluso molestas, con las crisis de fe de los jóvenes.
Lo que ocurre es que perdemos de vista el hecho de que la fe sólo
puede madurar mediante esas crisis. Olvidamos que ninguno de
nosotros puede decir un significativo «sí» que le comprometa
hasta que se haya enfrentado a la posibilidad alternativa de decir
«no». El comportamiento más destructivo que podemos tener con
las personas que están atravesando períodos de crisis es intentar
acallar esas dudas legítimas y alentar su represión. Porque las
dudas reprimidas presentan una alta tasa de resurrección, y las
dudas que se aplastan echarán nuevas raíces. Una cosa es cierta,
ese paso por la oscuridad de las dudas y las crisis, pese a lo doloroso que pueda ser, es esencial para crecer en el proceso de la fe.
De A Reason To Live, A Reason To Die.
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3—J os soldados que crucificaron a Jesús tenían su propia versión
de la fútil fórmula: «Muéstramelo, y creeré». Mientras Jesús agonizaba en la cruz, le gritaban: «Si eres realmente el Rey de los judíos, sálvate a ti mismo... Si te vemos bajar de la cruz, creeremos».
Por supuesto, no hubo más respuesta a tal demanda que el eco
silencioso de su oración previa: «Padre, perdónalos porque no
saben lo que hacen». En mi opinión, éste es justamente el tema
que impregna toda la vida y la enseñanza de Jesús: ¡Creed primero,
y entonces veréis el poder de Dios! No vengáis a mí pidiendo ver
signos y maravillas para poder creer. Creed en mí primero, y os
mostraré más signos y maravillas de los que podéis imaginar. De
hecho, os encontraréis haciendo cosas más grandes de las que yo
mismo he realizado.
Esto da ocasión a una pregunta y una respuesta sinceras. Si
descubrimos que únicamente tenemos una fe muy débil, si experimentamos más duda que certeza dentro de nosotros, ¿qué debemos hacer? La respuesta que yo voy a dar puede parecerles a algunos simplista o incluso rechazable, pero es la siguiente: debemos
leer el Nuevo Testamento lenta y devotamente, intentando mantener abiertos la mente y el corazón. Si es verdad que Dios realmente toma y mantiene la iniciativa en materia de fe, le corresponde a él actuar en nosotros. Nuestra única responsabilidad,
dado que no podemos suscitar la fe, es estar abiertos a Dios.
Debemos abrir nuestros corazones a su suave atracción y nuestras
mentes a su iluminación.
Jesús nos insta a preguntar una y otra vez. El resto es cosa de
Dios.
De A Reason To Uve, A Reason To Die.
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JL ™ o hay prueba científica de las afirmaciones y los contenidos
de la fe, así como tampoco hay ninguna posibilidad de objetivar ni
justificar ninguna de las etapas en el proceso de la misma. La
experiencia de llegar a la fe sencillamente no está abierta a este
tipo de investigación científica. Ninguna ciencia natural puede
establecer como un hecho la entrada sobrenatural de Dios en la
historia de la humanidad o en una vida humana individual. Estos
acontecimientos están fuera del alcance de las ciencias naturales.
Sin embargo, existe lo que podríamos llamar una verificación
«existencial» o experiencial de la fe, que es similar a la prueba
experiencial de disfrutar de un helado de chocolate o de la belleza de un día de otoño cuando las hojas están cambiando y el aire
es frío y vigorizante. Hay, sin duda, muchas realidades que sólo
pueden conocerse a través de la experiencia personal.
En la película A Patch ofBlue, una joven ciega le pregunta a su
abuelo: «Abuelito, ¿cómo es lo verde?» El abuelo, irritado, responde: «Lo verde es verde, estúpida. Y deja de hacer preguntas». A
esto le sigue una patética escena en la que la joven palpa la hierba con la mano y frota su mejilla con una hoja en un vano intento de experimentar la realidad del verdor.
El dramaturgo William Alfred, autor de Hogan's Goat, dijo en
cierta ocasión: «Las personas que dicen que Dios no existe son
como niños de seis años diciendo que no existe el amor apasionado: simplemente aún no lo han experimentado». El evangelista
Billy Graham dice: «Sé que Dios existe por experiencia personal.
Sé que le conozco. He hablado con él y he caminado con él. Se preocupa por mí y actúa en mi vida cotidiana». La experiencia de Dios
debe estar al alcance de la mayoría, porque un reciente sondeo de
Lou Harris revelaba que el 97% de los americanos creen en algún
tipo de Dios personal. Aunque las estadísticas no son, y nunca
pueden ser, la última palabra. La fe sigue siendo una experiencia
personal, como el helado de chocolate, un día de otoño y el verdor.
De A Reason To Live, A Reason To Die.
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n el acto de fe, el motivo y la fuerza motriz es el propio Dios,
que nos ha hablado tanto a todos mediante su palabra externa
como a la voluntad y la mente del creyente mediante su palabra
interna. En casi todos los demás juicios de valor que hacemos, el
motivo es nuestra percepción de una prueba que está a nuestro
alcance: reunimos pruebas, las evaluamos y gradualmente llegamos a una conclusión. El proceso de fe es bastante distinto. Sencillamente, no hay una prueba concluyente al alcance de nuestras
mentes. No podemos razonar nuestro camino hacia la fe del mismo modo que razonamos nuestro camino hacia otras conclusiones. Se trata simplemente de una conclusión producto de la atracción de Dios sobre la voluntad y de su iluminación del intelecto.
Para hacer un acto de fe tenemos que confiar en nuestra propia experiencia del Dios que hemos experimentado en nuestras
mentes y corazones. Sin embargo, aunque en última instancia
debemos dar algún tipo de «salto a ciegas», no vamos en contra de
la razón: la ceguera de la fe no implica irracionalidad. Al atravesar
el abismo hacia el mundo de la fe, sobrepasamos los límites de
nuestros propios poderes de raciocinio, pero únicamente merced a
una confianza absoluta en el Dios que ya ha actuado dentro de
nosotros. La razón no posee un mapa de carreteras que nos conduzca hacia el destino de la fe, pero confiamos en que hay realmente otra mano entre las nuestras y en que no nos estamos arrojando a un oscuro vacío, sino a los brazos de Alguien que nos ama.
Dios nos ha hablado en nuestro interior con una palabra de amor
y de vida, y nosotros le hemos respondido con nuestro propio «sí»:
la respuesta de la fe.
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s obvio que si la fe debe ser definida como un acto, también
debe ser considerada un acto que inaugura una nueva relación
entre Dios y el creyente. Dios, con sus palabras internas y externas, ha invitado al futuro creyente a establecer una relación con
él. En el acto de fe, el creyente responde a Dios: «Acepto tu invitación. Yo seré tuyo, y quiero que tú seas mío». Acerca de la relación que comienza en este momento deben decirse dos cosas.
La primera es que, como sucede en todas las relaciones, tiene
tres posibilidades distintas de futuro. Podemos o incrementar
nuestra relación con Dios, o mantener una cierta distancia y una
conexión superficial con él, o suspender la relación. La relación de
fe está sujeta a momentos de crisis, a puntos de inflexión en los
que el creyente puede tomar el camino del peligro o de la oportunidad, el de una gran profundidad o incluso el de perder finalmente la fe. Hay muchas cuestiones que pueden influir en este
aspecto, de las cuales las más importantes son el equilibrio psicológico del creyente y el ambiente en que vive. Sin embargo, más
que por ninguna otra cosa, el destino de esta relación vendrá
determinado por la comunicación y la interacción entre Dios y el
creyente. De lo que no cabe duda es de que todas las relaciones
interpersonales son buenas y prosperan en función de la comunicación entre las dos partes de la relación. La comunicación entre
el Dios que invita y el creyente que acepta es el núcleo y el trasfondo de la fe, su alimento vital.
De A Reason To Live, A Reason To Die.
De A Reason To Uve, A Reason To Die.
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" * o que es verdadero respecto de las relaciones humanas, también lo es respecto de la relación de fe: si no se profundiza, irá gradualmente muriendo. La fe, al igual que las raíces de una planta,
debe buscar una mayor profundidad o estar sometida a la ley de
la muerte. Las relaciones interpersonales son algo vivo; por eso su
crecimiento depende de una evolución dinámica, de nuevos descubrimientos en la persona amada y de nuevas auto-revelaciones
a la misma. Para san Ignacio de Loyola, una relación de amor consiste en un intercambio de dones. Sin ellos, una persona no puede
mantener una unión interpersonal. En la relación de fe esta interacción, esta auto-revelación mutua, este intercambio de dones,
depende en gran medida de lo que se denomina «vida de oración».
Si no encontramos a Dios en la oración, no conservaremos durante mucho tiempo una fe coherente.
En segundo lugar, las crisis son inevitables y valiosas en todas
las relaciones cuando se manejan bien. Sólo a través de las crisis,
los vínculos de la fe y el amor pasan de una fragilidad original a
una permanencia probada. A través del crecimiento que se produce si se manejan bien las crisis, la fe está cada vez más marcada
por la fidelidad y la profundidad y se convierte en una respuesta
personal continua, en un «sí» personal a las iniciativas de Dios.
Pero hay muchos «síes» dentro del «sí» original de la fe. Michel
Quoist, en su libro Prayers, escribe:
«Temo decir "Sí", Señor.
¿Dónde me llevarás?
Temo sacar la pajita más larga,
Temo firmar con mi nombre un compromiso no leído,
Temo el "sí" que conlleva otros "síes"».
Quoist dice que «sólo quienes han experimentado esta "lucha"
con Dios pueden entender realmente esta oración».
De A Reason To Live, A Reason To Die.
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JL JLlguien ha dicho que lo que nosotros somos es el don que Dios
nos ha concedido y que en lo que nos convirtamos es nuestro don
a Dios. Es verdad que Dios nos regala la materia prima de nuestras vidas y se ofrece para ayudarnos a construir con ella una catedral de amor y alabanza. En este aspecto tengo que enfrentarme a
mi propia y obvia responsabilidad. O bien utilizaré esta materia
prima que me ha sido entregada como un peldaño, o bien se convertirá en un obstáculo con el que tropezaré. Por utilizar otra analogía, día a día Dios me entrega nuevas piezas que encajan en este
gigantesco «puzzle» de mi vida. Algunas de estas piezas son incisivas y dolorosas; otras son parduzcas y descoloridas. Sólo Dios,
que ha planificado y previsto el cuadro de mi vida, conoce la belleza resultante cuando todas las piezas se hayan colocado en su
lugar. Pero yo sólo conoceré esa belleza después de haber colocado en su lugar la ultima pieza, la pieza de mi muerte.
No se puede llegar a ninguna interpretación teológica satisfactoria del sufrimiento si consideramos únicamente esta vida y
este mundo que conocemos. En el trasfondo de cualquier exploración cristiana del sufrimiento debe haber un contexto de una
vida ilimitada y eterna. Lo que sucede en esta vida y en este
mundo puede que nunca tenga sentido para una mente inquisitiva. No hay una justicia aparente o una distribución equitativa de
las bendiciones. Pero los cristianos siempre hemos creído que esta
vida es un mero punto en la línea infinita de nuestra existencia
humana, que se extiende desde ahora hasta la eternidad.
Al igual que Job, yo no poseo todas las respuestas. Después de
todo, ¿dónde me encontraba yo cuando Dios creó el mundo? Pero
lo que sí poseo es una cierta concepción de lo que es la confianza.
Y confío en el Dios del amor que es mi Padre. Estoy seguro de que
tú te has encontrado en una situación análoga cuando tuviste que
pedir a otra persona que confiara en ti. ¿Te acuerdas de que no
podías darle una verdadera explicación? Tuviste que pedirle un
voto de confianza. De algún modo, creo que, en este tema del
sufrimiento, Dios se pone en esa misma situación con respecto a
nosotros. El Dios grande e infinito nos pregunta a ti y a mí, limitados y finitos: «¿Podéis confiar —confiaréis— en mí?».
De The Christian Vision.
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1—in la larga historia de la espiritualidad cristiana, se ha hecho
hincapié en los más diversos aspectos. Es cierto que algunos santos insistían tanto en el desapego que escribieron muy poco acerca de la gozosa experiencia de la creación de Dios. Afortunadamente, otros santos han descrito lo que se ha llamado «espiritualidad encarnacionista»: En su Encarnación, Jesús, al convertirse
en hombre y vivir en nuestro mundo con nosotros, habría subrayado y validado la bondad de la creación. Como nosotros en todo, excepto en el pecado, para el Verbo de Dios encarnado, todo
—empleando las palabras pronunciadas por Dios en los albores de
la creación— era «muy bueno».
San Ignacio de Loyola (1491-1556), en su regla jesuíta, instruye a sus seguidores para «buscar y hallar a Dios en todas las
cosas». Por tanto, no es sorprendente que este enfoque encarnacionista esté magníficamente desarrollado en los escritos de jesuítas contemporáneos como Karl Rahner, Bernard Lonergan, y
Pierre Teilhard de Chardin. Y también se refleja en la hermosa
poesía de Gerard Manley Hopkins, el poeta jesuíta.
La espiritualidad encarnacionista busca y halla a Dios en todas
las cosas. Jesús se encuentra entre nosotros, y nosotros, a través
de él, tenemos plenitud de vida. Comentando esto, san Ireneo
insiste en que «¡la gloria de Dios es la persona que está plenamente viva!» Glorificamos a Dios haciendo uso de todos los dones
que él nos ha dado, utilizándolos con nuestra plena capacidad.
Una parte de esta plenitud es estar plenamente vivo en nuestros
sentidos, nuestras emociones, nuestras mentes y nuestros corazones. Si una vida sin reflexión no merece la pena ser vivida, como
Sócrates observó en cierta ocasión, entonces tampoco merece la
pena vivir en un universo no experimentado. A la mayoría de
nosotros nuestra fe cristiana nos alienta a estar vivos en nuestro
corazón. Como dice Antoine de Saint-Exupéry: «Sólo con el corazón se puede ver correctamente; lo esencial es invisible a los ojos».
El mundo sería insoportablemente frío si pasáramos por él sin
amar.
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ecuerdo lo que la periodista Dorothy Thomson escribió en
cierta ocasión. Thomson estaba entrevistando a un superviviente
de un campo de concentración nazi y, en el curso de la conversación, preguntó a su entrevistado si en aquellos campos alguien
había seguido siendo humano. La inmediata respuesta de su
interlocutor fue: «No, nadie siguió siendo humano». Pero a continuación se corrigió a sí mismo y recordó: «Mejor dicho, hubo un
grupo de personas que sí siguieron siendo humanas. Eran personas religiosas». El superviviente dijo que todos los demás, incluso
quienes poseían grandes conocimientos y habilidades, parecían
utilizar sus capacidades sólo egoístamente para sobrevivir. Los
propios arquitectos de aquellos campos sólo habían utilizado sus
grandes conocimientos para destruir. El conocimiento y las habilidades de una era tecnológica, sin la compasión y la sabiduría de
la fe, resultaron ser, como probó la Alemania nazi, horriblemente
peligrosos y destructivos. En su conclusión, Dorothy Thomson
escribió: «Empiezo a pensar que cuando Dios desaparece, todo
desaparece». Su frase recuerda en cierto sentido lo que George
Washington escribió en su discurso de despedida: «No es posible
mantener la moralidad sin la fe y la religión».
De The Christian Vision.
De The Christian Vision.
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X J L veces se me ocurren unas preguntas aterradoras: ¿es todo
esto un sueño, un maravilloso cuento de hadas?; ¿es esta comunidad de amor a la que llamamos Iglesia un hecho o una ficción?;
¿nos hizo realmente Dios a su imagen y semejanza, o somos nosotros los que hemos creado un Dios de amor? Yo creo. He creído con
suficiente profundidad y suficiente fuerza como para apostar mi
vida por la realidad de la Iglesia. De hecho, puedo repetir con convicción las siguientes palabras del Becket de Jean Anouilh: «Me he
arremangado y me he echado toda esta Iglesia a la espalda. Y nada
conseguirá jamás persuadirme de que la baje».
Aún hay partes de mí que la fe no ha reclamado. Oro diciendo: «Creo, Señor, pero ayuda a mi incredulidad». Intento amar mis
preguntas incrédulas hasta que pueda vivir las respuestas creyentes. Sin embargo, una cosa parece cierta: toda vida debe basarse
en algún tipo de acto de fe. La fe es básicamente un juicio; un juicio respecto de la verdad o la falsedad de la palabra de Dios. Si la
fe es un juicio sobre algo para lo cual no hay ninguna prueba lógica o científica, entonces, tarde o temprano, todos debemos tomar
una decisión, realizar un acto de fe en este terreno. Debemos
apostar nuestra vida por algo. No decidir en este aspecto no es una
manera inteligente de escapar al error. No decidir es en sí una
decisión.
Respecto de mí mismo he tomado una decisión y he adoptado
un compromiso en mi vida. También he pensado que si el amor de
Dios, la llamada del Reino y la realidad de la Iglesia son sólo un
sueño, entonces lo opuesto sería una pesadilla. El juicio o el acto
de fe contrario nos consideraría a todos simples animales en busca
de su presa. Entonces, el fuerte devoraría al débil; el rico compraría y vendería al pobre; el discapacitado sería destruido por defectuoso e improductivo... Y al final nuestro único destino sería convertirnos en polvo y en alimento de los gusanos.
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K
cierta ocasión hice un retiro en Bad Schónbrun, que se
encuentra en lo alto de los Alpes suizos. La primera noche fui a la
capilla para asistir a la oración vespertina, y de detrás de mí surgió una de las voces de tenor más hermosas que he escuchado en
mi vida. Cuando coloqué de nuevo el libro de himnos en el banco,
me di la vuelta para mirar al propietario de la voz que había estado admirando. A la salida de la capilla le felicité (en alemán). Iba
a decirle que tenía una voz natural tan buena que realmente debía
haberla educado, pero no me venía a la memoria la palabra alemana para decir «educar». Mientras estaba intentando recordarla,
me tendió su tarjeta en la que decía: «Walter Hegge, tenor solista
de la Ópera de Zurich». (Y enrojecí). Después de unas palabras en
alemán, me preguntó: «¿Habla inglés?» Yo le dije que hablaba algo
parecido, «norteamericano». A continuación me comentó sus propios orígenes en Sudáfrica y me invitó a dar un paseo después de
cenar. Sendero de la montaña arriba le pregunté: «Walter, ¿qué
estás haciendo aquí, un retiro?» Y su respuesta fue muy hermosa.
«No —me replicó—, voy a ser bautizado el domingo y estoy dedicando esta semana a rezar y a prepararme para el momento más
grande de mi vida». Entonces me contó la historia de su vida y su
amorosa búsqueda de Dios, en cuya comunidad iba a entrar al
cabo de unos días. Poco después encontramos un tronco, y me
senté y le pedí que me cantase un solo. Así que el tenor solista
cantó una aria de Puccini para mí. Mi mente y mi corazón se desbordaban. La historia del amor de Dios por aquel hombre..., su
bautismo el domingo..., la belleza de los Alpes suizos..., aquella
impresionante voz y Puccini... Sentí que podía tocar el rostro de
Dios. Quería que se detuvieran todos los relojes y calendarios y no
bajar nunca de la montaña. Y supe lo que Pedro debió de sentir en
el monte de la Transfiguración.
De My Vision And My Valúes.
De The Christian Vision.
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M—í 1 primer punto de mi propia síntesis espiritual o visión de fe
es éste: «Dios es Amor» (1 Jn 4,16). San Juan define a Dios como
amor, lo cual significa que todo lo que Dios hace es amor. Su amor,
como todo amor real, es autodifusivo: sólo pide para dar, para
compartir. Dietrich Bonhoeffer, en su Ética, sugiere que, al intentar entender la definición que Juan da de Dios, no debemos considerar la palabra «amor» como nuestro punto de partida, sino que
debemos comenzar con la palabra «Dios». Como dice san Juan,
sólo la persona que conoce a Dios puede realmente saber lo que es
el amor. Y Bonhoeffer añade: «No es que previamente sepamos
por naturaleza lo que es el amor y, en consecuencia, sepamos lo
que es Dios». Ninguno de nosotros puede saber lo que es Dios y,
por consiguiente, comprender el significado del amor, a no ser que
Dios se revele a nosotros. Primero conocemos a Dios a través de la
experiencia de fe.
San Juan dice que el amor se origina en Dios (1 Jn 4,10), y que
percibimos el amor de Dios en Jesús especialmente en su acto de
morir por nosotros (1 Jn 3,16). De acuerdo con Bonhoeffer, el que
Dios ofreciera en Jesús su propia vida por nosotros es un «acontecimiento absolutamente único». San Pablo escribe: «En Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo, no tomando en cuenta
las transgresiones de los hombres» (2 Cor 5,19). Jesús es, por tanto, la definición viva del amor y, como dice Bonhoeffer, «la única
definición del amor». El amor es lo que Dios inmutablemente es,
y Jesús es la revelación de lo que Dios es.
De A Reason To Live, A Reason To Die.
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segundo punto de mi síntesis espiritual es éste: Dios nos ama
tal como somos. La clase de amor que nos lleva a la plenitud de la
vida no es el amor que se fija en lo que hemos sido o lo que podríamos llegar a ser, sino el amor que nos acepta como somos. Y éste
es precisamente el modo en que Dios nos ama. Por supuesto que
somos imperfectos, pero Dios nos ve como seres en proceso y nos
acepta tal como somos, sea cual sea el momento de nuestro desarrollo en que nos encontremos. La más mortífera de todas las falsedades acerca de Dios es la idea de que pueda estar enfadado.
Cuando la Escritura se refiere a la «ira de Dios», se trata simplemente de una figura retórica. Que en Dios haya realmente ira o
enfado es una falacia y un malentendido que debemos enterrar
sin posibilidad alguna de resurrección. Debemos meditar a través
de la oración sobre la naturaleza inmutable de Dios. Los teólogos
denominan «inmutabilidad» al hecho de que Dios sea siempre el
mismo. No puede herir ni ser herido; no está sometido al calor ni
al frío, ni a los altibajos, ni a las volubles emociones que a nosotros nos afectan. No debemos hacer a Dios a nuestra imagen y
semejanza humanas, porque ello supondría la muerte de toda fe
auténtica. Podríamos establecer una analogía con el sol. El sol
únicamente brilla, como Dios únicamente ama. La naturaleza del
sol es brillar, ofrecer su calor y su luz. La naturaleza de Dios es
amar, ofrecernos el calor y la luz de su amor por nosotros.
Todos nos hemos ocultado, en mayor o menor medida, de su
luz y su calor. Nos hemos refugiado en una serie de distracciones,
nos hemos escondido bajo la cobertura del pretexto y el engaño,
pero el sol de Dios sigue brillando. Dios sigue amándonos y ofreciéndonos los dones que nos llevarán a la plenitud total. No hay
ninguna momento en la historia de la vida humana en el que no
podamos volver a la luz y el calor del amor de Dios. Sean cuales
sean los obstáculos que hayan erigido el pecado y el egoísmo, Dios
está siempre a nuestro alcance, ofreciéndose a sí mismo en el calor
y la luz. Es importante que lo entendamos durante la vida, porque
la única alternativa sería descubrir en la muerte lo que nunca
hemos conocido en la vida, y lamentarnos con san Agustín:
«Demasiado tarde, demasiado tarde, Señor, te he amado... La memoria es sin duda un triste privilegio».
De A Reason To Live, A Reason To Die.
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3—J\ tercer punto de mi síntesis espiritual es el siguiente: ¡a providencia de Dios gobierna nuestras vidas. Estrictamente hablando, en
Dios no existe el tiempo, no existe un «antes» o un «después». Sin
embargo, nosotros somos criaturas temporales y, en nuestra forma
limitada de comprender a Dios, debemos concebir sus acciones como temporales. Por eso debemos decir que, antes de que Dios
creara este mundo, conocía todos los mundos posibles que podía
crear. Y en alguno de los mundos posibles que Dios podría haber
creado, tú y yo existíamos, mientras que en otros mundos no.
En algunos de los otros mundos que Dios podría haber creado, tú
y yo habríamos tenido tipos muy diferentes de existencia, distintas circunstancias vitales, otros talentos, diversos sufrimientos y
alegrías...
Sin embargo, en el acto de creación de Dios, él dijo que no
quería esos otros mundos, sino éste. En su propio decreto de creación eterna, él quería que esta brizna de hierba brotara a través
de la tierra precisamente en el momento en que lo hizo, y que esa
hoja de árbol cayera en el momento preciso de un día otoñal.
Quería que tú y yo naciéramos de los padres que nos dieron la vida
en el preciso momento que él eligió. Él sabía cómo seríamos, cómo
nos comportaríamos, lo que seríamos capaces e incapaces de
hacer. Él conocía las agonías y los éxtasis que la vida pediría de
nosotros y nos otorgaría. A este mundo es al que Dios dijo su «sí»
creador. Tras haber visto la totalidad de nuestras vidas desde toda
la eternidad en el misterio del tiempo, Dios nos da estas vidas
pieza a pieza, como si fueran los elementos de un «puzzle» que
debemos realizar. Al encajar las piezas de este «puzzle» debemos
creer que él, que nos las ha ofrecido, conoce la belleza final cuando la última de ellas —el acto de nuestra muerte— se sitúe en su
lugar.
De A Reason To Live, A Reason To Die.
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m á\ cuarto punto de mi síntesis espiritual dice lo siguiente:
Nuestra respuesta a Dios es amarnos ¡os unos a ¡os otros. Un tópico teológico es que a Dios no podemos darle nada, porque ya lo tiene
todo. Sin embargo, en la revelación de Jesús claramente se nos
orienta a responder al amor de Dios con nuestra caridad para con
el prójimo. De hecho, a este amor que sentimos los unos por los
otros Jesús lo considera el «signo distintivo» de sus discípulos: «Os
doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros.
Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos
a los otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos» (Jn
13,34-35). Tal vez todo esto le resulte obvio a cualquiera que haya
leído el Nuevo Testamento con atención. Pero lo que quizá no es
tan obvio es que la capacidad de amarnos los unos a los otros es
un don de Dios. Nosotros no obtenemos el favor de Dios amándonos los unos a los otros, sino que es el favor de Dios el que nos
capacita para amarnos mutuamente.
San Juan dice: «Sabemos que hemos pasado de la muerte a la
vida, porque amamos a los hermanos. Quien no ama permanece
en la muerte» (1 Jn 3,14). Toda la primera carta de san Juan es un
hermoso tratado sobre este hecho maravilloso pero misterioso.
San Pablo, cuando escribe a los Corintios, les habla de los muchos
dones de Dios, y en el famoso capítulo decimotercero de la Primera
Carta a ios Corintios describe el don más excelso de Dios: la caridad. Finalmente, hay una descripción de Jesús del Juicio Final en
la que presenta la llegada de los salvados a la bienaventuranza
celestial:
«Entonces dirá el Rey a los de su derecha: "Venid, benditos de mi
Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde
la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer;
tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestísteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel,
y vinisteis a verme"... "En verdad os digo que cuanto hicisteis a
uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis"»
(Mt 25,34-40)
De A Reason To Live, A Reason To Die.
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3—i\ quinto y último punto de mi síntesis espiritual es éste: Dios
es nuestro destino. Hace algunos años, una mujer llamada Florence
Chadwick, después de no haber logrado cruzar a nado el Canal de
la Mancha por unos cientos de metros, declaró que la razón de su
fracaso se debía a la densa niebla matinal que se abatía sobre el
canal. Sus palabras fueron: «Si hubiera podido ver la orilla, lo
habría conseguido». La visión cristiana de la vida ve a Dios como
el Alfa y Omega de la existencia humana. En esta vida y en este
mundo, somos peregrinos de regreso a nuestro hogar. Ninguna
síntesis vital proporcionada por la visión de la fe estaría completa
sin una visión de la orilla. En el misterio de la transfiguración de
Jesús, cuando la belleza de Dios irradió momentáneamente de la
persona de Jesús, la reacción de Pedro fue típicamente humana:
quiso levantar tres tiendas para permanecer en aquel monte para
siempre.
Fue típicamente humana, porque todos queremos hacer eso
mismo: queremos cristalizar nuestros momentos de extrema felicidad y permanecer en ellos para siempre. Pero nuestros relojes y
calendarios siguen su curso, y debemos descender de esas cumbres de suprema felicidad. Sin embargo, si la vida y la muerte han
de tener un significado para nosotros, es muy importante recordar
que algún día ascenderemos el monte de Dios y contemplaremos
su belleza durante toda la eternidad. Habrá un momento en que
los relojes y los calendarios hayan finalizado su tarea para todos
nosotros. Éste es el sentido cristiano del destino. San Pablo escribe a los romanos: «Estimo que los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de manifestar en
nosotros» (Rm 8,18).
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JLJ sta síntesis o visión de fe sitúa la vida en una perspectiva
llena de significado. Nos capacita para entrar en una relación personalizada con Dios en todas las dimensiones de la realidad humana. Sólo los ojos de la fe pueden ver bajo la superficie de las
cosas, y sólo la esperanza de la fe da coherencia a los aspectos dispares de la existencia humana. Lo cual nos adentra no sólo en
nuestra unidad con Dios, sino también en nuestra unidad recíproca. Lo primero que vemos es un cuerpo, una apariencia externa. Pero bajo la belleza o fealdad superficiales, en un modo de
existencia más profundo, hay una persona: una persona con sueños rotos y esperanzas nuevas, una persona de soledad y amor. Y
de alguna manera, en un modo de existencia incluso más profundo, en el centro de esa persona está Dios. El modo más profundo
de existencia en toda la creación es la presencia de Dios, cuyo ser
se comparte y se refleja en todos los aspectos de la misma. Dios
está en la luz del cielo, en lo imprevisto de la tormenta, en el primer vagido del recién nacido y en el último aliento del moribundo. Su pulso es el latido del universo.
En esta visión de la fe encontramos a Dios en la alegría, en el
amor, en el dolor y en la soledad. No hay nada en la creación que
no haya sido tocado por su presencia. Todos los movimientos que
agitan la creación revelan la vida de un Dios trascendente profundamente inmanente en todas las cosas. Dios está presente en la
oscuridad de la desesperación y en la luz de la esperanza. Está en
las risas y en el grito de dolor, en el mediodía y en la madrugada.
No hay estrella lejana, ni gota de agua en el fondo del más profundo océano, ni montaña, ni roca, ni frágil brizna de hierba que,
de algún modo, no comparta su vida ni revele su persona.
De A Reason To Live, A Reason To Die.
De A Reason To Uve, A Reason To Die.
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kj esús nos ofrece a cada uno de nosotros el mismo amor que sintió por las personas de su tiempo. Hay muchos pasajes sobre su
bondad. Y debemos recordarlos, porque Jesús es el mismo hoy,
mañana y ayer. Fijémonos, por ejemplo, en Dimas, el buen ladrón
(Le 23,39-43). San Lucas nos cuenta que uno de los malhechores
crucificados con Jesús le insultaba diciendo: «¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!» El otro ladrón intentó callarle
diciendo: «¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con
nuestros hechos; en cambio, éste nada malo ha hecho». Entonces,
quizá elevando sus ojos al letrero colocado sobre la cabeza de
Jesús, que indicaba el «crimen» por el que iba a morir, Dimas leyó:
«Éste es Jesús de Nazaret, el rey de los judíos». El letrero formaba
parte de la ceremonia de crucifixión, para que los espectadores y
los transeúntes supieran la razón del castigo. La muerte por crucifixión era normalmente una forma muy lenta de morir que solía
durar dos o tres días. Recordemos que Poncio Pilato se sorprendió
de que Jesús hubiera muerto en unas dos o tres horas.
ejemplo de la bondad de Jesús podemos verlo reflejado en
los doce apóstoles. Como cualquier otro rabino y predicador itinerante de su tiempo, Jesús eligió un pequeño grupo de doce hombres
a los que invitó a ser sus compañeros constantes y los predicadores de su evangelio (Me 3,14). Todos aquellos hombres, excepto
Judas Iscariote, están canonizados, para que los admiremos e imitemos. Pero, para ser honestos, no «nacieron santos». De he-cho,
cuando Jesús los llamó eran una miscelánea bastante extraña de
miseria humana. Y son ejemplos clásicos de hombres que fueron
amorosamente conducidos a la grandeza por la paciencia de
Jesús. Toda grandeza, según parece, nace de algún modo de la
paciencia del amor; y aquellos hombres no fueron una excepción.
Todos ellos fueron aprendices bastante lentos. Encontraron en la
prudencia egocéntrica la mejor parte del valor cuando su propia
seguridad se vio amenazada; y fueron cobardes. El grupo incluía
un bocazas, dos niños mimados, un cabezota, y un indudable
cabeza de chorlito. Simplemente fueron tan débiles como tú y
como yo.
Entonces, el hombre al que llamamos Dimas dijo su oración,
tal vez la única oración sincera de su vida:
De A Reason To Live, A Reason To Die.
«"Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino". Y Jesús le
dijo: "Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso"».
Jesús, como siempre, incluso en la agonía de su propia muerte,
fue el «hombre para los demás». Las palabras que dirigió al agonizante Dimas fueron las últimas que dijo antes de su muerte. Pero
su misericordia es la misma ayer, hoy y siempre. No cabe duda de
que este don de misericordia y amor se ha repetido incontables
veces a lo largo de la historia de la humanidad y de la debilidad
humana.
De A Reason To Live, A Reason To Die.
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• éa figura central del grupo de apóstoles fue Simón, hijo de
Jonás, al que se conocía como «piedra». De hecho, aquel hombre
no tenía absolutamente nada que ver con una piedra, sino que era
más bien como un cúmulo de arena compuesto por la debilidad
humana. Su primera pregunta al ser invitado a formar parte de los
discípulos de Jesús fue: «¿Qué gano yo con ello?» Y después de tres
años al servicio de Jesús, cuando el Señor anunció a los apóstoles
que se aproximaban su pasión y su muerte, el bocazas de Pedro
fue el que protestó diciendo que no era una buena idea. Jesús tuvo
que responderle con la pura verdad: «Tus pensamientos no son los
de Dios, sino los de los hombres» (Mt 16,21-23).
En la Última Cena, Pedro fue también quien arrogantemente
negó la predicción de Jesús de que le negaría y sugirió que quizá
uno de los otros podría ser así de débil, pero la «piedra» nunca. Y
claro que negó a Jesús. Mientras la vida del Señor estaba en juego
ante el tribunal judío del Sanedrín, Pedro esperó anónimamente
en el patio, aparentando ser un espectador desinteresado. Y cuando fue reconocido como compañero de Jesús, no sólo negó tener
nada que ver con él, sino que juró ante Dios que no le conocía en
absoluto. De modo que cuando Jesús salió del palacio del Sumo
Sacerdote camino a su prisión y muerte, Pedro estaba en el patio
gritando sus aterrorizadas negaciones de Jesús.
«...y el Señor se volvió y miró a Pedro, y recordó Pedro las palabras
del Señor cuando le dijo: "Antes que cante hoy el gallo, me habrás
negado tres veces". Y, saliendo fuera, rompió a llorar amargamente» (Le 22,61-62).
De A Reason To Live, A Reason To Die.
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X^/uando Jesús estaba agonizando clavado en la cruz, seguro
que sus ojos buscaron entre la multitud que le escarnecía los rostros de sus queridos amigos, los apóstoles. Él había entregado a
aquellos hombres su confianza y su amor, y ahora daba su vida
por ellos. Sin embargo, mientras los brazos de Jesús se encontraban extendidos como para abrazar todo el pecador mundo en el
acto de su muerte, los apóstoles estaban ocultos en una habitación, con las puertas atrancadas y el cerrojo echado. El Domingo
de Ramos fueron figuras públicas muy visibles, pero el Viernes
Santo se habían desvanecido, recluyéndose en la seguridad de la
oscuridad. Jesús tuvo que morir solo. La vieja forma de ver las
cosas, caracterizada por el egocentrismo y la autoprotección, todavía estaba fuertemente implantada en la mente de los apóstoles,
que resultaron ser lo que podríamos llamar «amigos en la prosperidad». Pero Jesús se comprometió a amarlos para que alcanzaran
la integridad humana y la plenitud de la vida.
t j h a l o m . . . La paz sea con vosotros... Lo comprendo» son las palabras constantes de Jesús a sus apóstoles y a nosotros. Paz en
todas las tormentas de la vida. Paz cuando vuestro corazón está
sumido en el fracaso. Paz cuando vuestro mundo parece derrumbarse sobre vosotros. Paz en la monotonía e infinitud de las
pequeñas cosas. Paz en la vigilia y en la espera, cuando vuestro
corazón está ansioso y vuestras manos no sirven para nada. Pero,
sobre todo, paz en vuestra debilidad humana, cuando parece que
no podéis hacer nada bien. «Shalom. Lo comprendo».
«No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios: creed también en
mí... Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el
mundo...» (Jn 14,1.27).
De A Reason To Live, A Reason To Die.
De modo que Jesús se presentó ante los apóstoles el Domingo
de Resurrección por la mañana para compartir con ellos su triunfo sobre la muerte. Con benevolencia y paciente comprensión
intentó tranquilizarlos. «¡Shalom!», les dijo. «La paz sea con vosotros». Los apóstoles, atemorizados, no daban crédito a sus ojos.
«¡Estamos viendo un fantasma! Debemos de estar sufriendo una
alucinación colectiva». Habían olvidado las predicciones de resurrección que Jesús había hecho previamente. Por eso, Jesús se
ofreció gentilmente a comer su pescado, algo que los fantasmas
no suelen hacer. Y pacientemente les permitió que le tocaran para
asegurarse.
Los apóstoles debieron de sentirse profundamente conmovidos por aquel acto de amor de Jesús. Ellos le habían abandonado,
y él había ido en su busca. Tal vez fuera aquel acto de benevolencia el que rompió las barreras de su resistencia. La vieja visión
finalmente estaba comenzando a dar paso a una nueva, vivificante y gozosa. Según parece, hacer propia la visión de Jesús es un
proceso que nunca se completa.
De The Christian Vision.
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i j i hemos sido creados para estar plenamente vivos, ¿por qué
tan a menudo nos vemos reducidos a hacer únicamente lo menos
malo? Es evidente que en nuestras vidas y en la de tantos otros se
está perdiendo algo necesario para vivir en plenitud o, al menos,
no lo reconocemos ni disfrutamos. De uno u otro modo, en uno u
otro aspecto, algo no ha funcionado bien. En algún lugar del
camino nos falló la luz. En su poema «No funciona», André Auw
describe sus reacciones ante la escena en la que una joven madre
intenta explicar a su hijo de cuatro años por qué la máquina de
palomitas no puede expulsar su contenido:
«"No puedes tener tus palomitas, hijo. La máquina no funciona.
Mira el aviso que han puesto".
Pero el niño no lograba entender. Después de todo, él deseaba
las palomitas, tenía el dinero para comprarlas y podía verlas a través del cristal. Sin embargo, por lo que fuera, algo no marchaba
bien, porque él no podía conseguir sus palomitas.
El niño se alejó con su madre a regañadientes y con ganas de
llorar.
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V ^ n a persona sana que está en crecimiento acepta la debilidad
como condición humana. «Las personas cometen errores, y yo soy
una de ellas, ésa es la razón de que los lápices incluyan una
goma». Las personas sanas y en crecimiento también son buenas
comunicadoras, porque están dispuestas a compartir lo que piensan y sienten abierta y sinceramente, y no sólo comparten la luz y
el brillo, sino también el lado débil y herido de sí mismas.
Las defensas de nuestros egos heridos nos conducen a mistificaciones complejas e interminables; pero, afortunadamente, hay
un antídoto positivo, creativo y curativo que consiste simplemente en aceptarnos a nosotros mismos en nuestra condición humana de debilidad y admitir que tenemos limitaciones. Esa sinceridad y esa franqueza contrarrestan nuestras tendencias insanas,
porque, junto con la voluntad de compartir lo que somos con
todas nuestras imperfecciones, nos hacen ser reales, nos posibilitan ese tipo de contacto con la realidad que nos permite crecer y
desarrollar todo nuestro potencial.
De El verdadero yo: ¡en pie!
Y yo, Señor, también sentía ganas de llorar por todas esas personas que se han convertido en máquinas estropeadas e inútiles,
llenas de la bondad que otras personas necesitan y desean y que,
sin embargo, nunca llegarán a disfrutar, porque, por la razón que
sea, algo ha dejado de funcionar en su interior».
De El secreto para seguir amando.
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JLanto tú como yo podemos sacar provecho de hacernos las
siguientes preguntas: ¿qué es lo que veo cuando miro a través de
las lentes de mi actitud hacia mí mismo?; ¿soy más un crítico que
un amigo?; ¿miro más allá de los defectos superficiales para descubrir la persona verdaderamente hermosa y única que soy o me
dedico al destructivo «juego de la comparación»?; ¿qué veredicto
dicta respecto de mí el jurado de mi mente: «bueno en el fondo» o
«culpable de todos los cargos»?
Una actitud cristiana sana hacia nosotros mismos reconoce y
acepta la condición humana de fragilidad. Pero siempre nos
vemos atravesando la vida de la mano del Señor, sintiéndonos
contentos de ser quienes somos, sabiendo que él nos acepta y nos
ama tal como somos. Nuestro Padre, que es poderoso, no cabe
duda de que ha hecho cosas grandes y hermosas en nosotros y por
nosotros: ¡santificado sea su nombre! Sólo a través de las lentes de
esta visión podremos encontrar la paz y la felicidad que son el
legado de Jesús. Únicamente si nos vemos de este modo podremos experimentar la plenitud de vida que él vino a traernos.
De The Christian Vision.
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3—i ^ vida en sí misma es un proceso, y todos nosotros somos
«seres en proceso». Ninguno ha alcanzado aún la madurez plena;
nadie ha llegado a realizarse. Todos somos fracciones camino de
convertirnos en números enteros. Recuerdo que en cierta ocasión
vi el siguiente mensaje en un «pin» que llevaba una mujer: «Por
favor, ten paciencia. Dios todavía no ha acabado conmigo». Dios
todavía no ha terminado con ninguno de nosotros. Todos nos encontramos en camino hacia el pleno crecimiento y el desarrollo de
todo nuestro potencial. Y, naturalmente, todos necesitamos
mucha paciencia durante este proceso: paciencia con nosotros
mismos y paciencia con los demás.
El proceso de desarrollo y crecimiento humano es muy similar
al proceso de aceptación de la muerte. Los humanos tenemos que
movernos a nuestro propio ritmo y durante todo el proceso necesitamos que nos acepten allí donde nos encontremos. Sabemos,
por ejemplo, que no podemos empeñarnos en que la conducta de
los niños sea madura. Debemos dejarlos ser niños y aceptarlos
como tales. También sabemos que no podemos exigir un sometimiento inflexible a los adolescentes que están intentando aprender a pensar por sí mismos y llegar a ser personas independientes.
De manera análoga, debemos aprender a ser pacientes con nosotros mismos en los distintos pasos del proceso humano.
De El verdadero yo: ¡en pie!
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J L / é hecho, desde nuestra concepción hasta la muerte, todos
estamos inmersos en un proceso de cambio y crecimiento que da
vueltas continuas en espiral: nacimiento-muerte-renacimiento en
todas las fases de nuestra personalidad. Cada etapa de la vida conlleva ciertas tareas relativas al desarrollo. Para realizar cada tarea
y, de ese modo, avanzar en nuestro desarrollo personal, debemos
estar inmersos en el cambio continuo. Y es obvio que el cambio
implica abandonar los antiguos y cómodos comportamientos para
adoptar otros nuevos y más maduros.
En cada cambio hay una muerte y un nacimiento. Y cada
muerte, sea pequeña o grande, requiere que atravesemos las cinco
etapas del proceso de morir: negación-ira-negociación-resignación depresiva-aceptación pacífica. Según parece, tenemos que
atravesar estas cinco etapas antes de poder aceptar y experimentar la nueva vida. Si los que nos aman nos aceptan sencillamente como seres «en proceso», su amor nos hará el mayor regalo
posible.
El viaje a lo largo de la vida tiene muchos valles que no podemos rodear y también muchas montañas que escalar y sobre las
que no podemos limitarnos a saltar. También es verdad que necesitamos espacio y libertad para cometer nuestros propios errores.
El ensayo y el error son las únicas vías a través de las cuales aprendemos y crecemos. La vida es ante todo y fundamentalmente un
proceso, y un proceso en zigzag.
De El verdadero yo: ¡en pie!
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• ^a persona que trata no sólo de «apañárselas» más o menos
bien durante una época difícil, sino de librarse de una existencia
engorrosa y rutinaria y descubrir la plenitud de la vida, tendrá que
revisar su «visión básica». Y esto, se cuente o no con la ayuda de
un profesional, significa «terapia de reconstrucción». Como hemos
venido repitiendo, nuestra participación en la plenitud de la vida
es siempre proporcional a nuestra visión. Quien no vive plenamente no ve como es debido. Ahora bien, renunciar a una visión
en aras de una perspectiva radicalmente diferente conlleva siempre el paso por el «limbo» de la indefinición, de la «tierra de
nadie», por la experiencia temporal del caos. Por eso es por lo que
siempre se presenta un período inicial de desorientación o desintegración, que es una etapa necesaria del proceso de crecimiento.
Quien haya tenido alguna vez la experiencia de atravesar un
río de montaña saltando de roca en roca sabe que, mientras se
quede parado en una de ellas, experimentará una sensación de
seguridad, de estar a salvo. Claro que, en tal caso, no hay movimiento ni avance, ni se experimenta más satisfacción que la de
sentirse seguro. El reto que supone seguir adelante —dar el paso
a la siguiente roca— es difícil y arriesgado, justamente porque en
esa operación hay un momento en el que ninguno de los dos pies
se asienta con firmeza en la roca. Ese sentimiento de precariedad
y de temor es comparable al que sentimos en el momento en que,
debido a una nueva y profunda percepción («insight»), nos vemos
tentados a abandonar nuestra rigidez y pasar a una nueva visión
y a una nueva vida. Pero, del mismo modo que es absurdo buscar
a un dentista o a un médico que nos cure al instante y sin experimentar ninguna molestia, es igualmente absurdo pensar que el
crecimiento humano puede lograrse instantáneamente y sin
dolor. No se accede impunemente a una vida nueva y plenamente
humana.
De Plenamente humano, plenamente vivo.
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toda vida se da siempre una «visión», al menos provisional,
que es una consecuencia necesaria del dinamismo de la mente
humana. Los sentidos recogen datos fenomenológicos (percepciones visuales, olfativas, gustativas, auditivas, táctiles...) que son
transmitidos a la mente, la cual comienza de inmediato a procesar y evaluar dicho material. Como si de un ordenador se tratara,
la mente interpreta todos los diferentes impulsos, primeramente
captados por los sentidos, y organiza la realidad en pautas de percepción inteligibles.
Es como colocar las piezas de un mosaico o de un rompecabezas. La «realidad» es un mosaico que no nos llega todo de una vez
en un primoroso envoltorio, sino que nos llega, pieza por pieza, en
tantos paquetes como días. Cada día trae consigo nuevas piezas, y
cada nueva pieza añade su propia aportación para una comprensión más profunda del conjunto de la realidad. Cada uno de nosotros coloca las piezas de un modo diferente, porque cada uno percibe la realidad a su manera. Por eso, las cualidades más necesarias para la construcción de una visión adecuada y correcta son la
apertura y la flexibilidad. Y lo que hay que evitar a toda costa es la
rigidez.
Las personas rígidas son como detectives que, en cuanto disponen de los más mínimos indicios de evidencia, inmediatamente llegan a una conclusión definitiva e irrevocable acerca del misterio que tratan de resolver. Y si se descubre alguna nueva evidencia, ellos se empeñan en hacer que encaje con sus primeras y prematuras conclusiones. Las personas flexibles y abiertas, por el
contrario, se contentan con emitir juicios provisionales que están
dispuestas a revisar en cuanto surge una nueva evidencia. En
lugar de pretender que los hechos se adapten a sus conclusiones, no dejan de revisar éstas para dar cabida a todos los hechos
probados.
De Plenamente humano, plenamente vivo.
DE
E
dolor en sí mismo no es un mal que deba evitarse a toda
costa. El dolor es más bien un maestro del que tenemos mucho
que aprender. De algún modo, el dolor nos instruye, nos dice que
cambiemos, que dejemos de hacer una cosa o que empecemos a
hacer otra, que dejemos de pensar de una manera y comencemos
a hacerlo de manera diferente. Cuando nos negamos a escuchar el
dolor y sus lecciones, lo único que nos queda es un recurso escapista. Efectivamente, nos hemos dicho: «No escucharé. No aprenderé. No cambiaré».
Aplicadas a los seres humanos, casi todas las etiquetas carecen de sentido. Con todo, creo que sí hay una distinción que tiene
verdadero sentido: la que distingue entre las personas «en crecimiento» y las personas «estático-escapistas». Es ésta una distinción entre los que están «abiertos» y los que están «cerrados» a la
posibilidad de crecer. A las personas abiertas y en crecimiento no
les arredra la pedagogía del dolor y están dispuestas a intentar
cambiar, para lo cual inician las respuestas y los ajustes apropiados. Otras personas, por razones que se nos escapan, simplemente no se aplican las lecciones del dolor y buscan más bien una
existencia narcotizada y tranquilizada, una paz de la que no se
obtiene nada. Están dispuestas a conformarse con el diez por
ciento de su potencial. Están dispuestas a morir sin haber vivido
realmente.
Por medio de un amor verdadero y duradero, podemos recobrar la aceptación de nosotros mismos y la conciencia de nuestra
valía. Cuando se dan estas dos cosas, todo lo demás, de un modo
u otro, se mueve en la dirección del crecimiento por los senderos
de la paz. En cambio, si carecemos de amor y de valoración personal, no nos queda más que una existencia parcial. A lo único que
podemos aspirar es a una mínima parte de lo que podríamos
haber sido. Nos moriremos sin haber vivido realmente. La gloria
de Dios —la persona plenamente viva— quedará eternamente
disminuida.
De El secreto para seguir amando.
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J l e has preguntado alguna vez cómo es posible escoger el mal,
cómo es posible cometer pecado? Por su propia naturaleza, la
voluntad sólo puede escoger lo que es bueno. Personalmente, yo
estoy convencido de que el ejercicio o el uso del libre albedrío en
una situación concreta de culpa consiste en que la voluntad, deseosa de un determinado mal que tiene aspectos buenos (si te robo
tu dinero, yo seré rico), obliga al intelecto a centrarse en el bien
que puede conseguirse en el acto malo y a renunciar a reconocer
el mal. Ello, a su vez, obliga al propio intelecto a racionalizar aquello que en principio se reconocía como malo. Mientras estoy
haciendo algo incorrecto (en el momento de hacerlo), no puedo
afrontar abiertamente su aspecto malo, sino que tengo que pensar
que es bueno y correcto. En consecuencia, el libre albedrío probablemente se ejerce en el acto de obligar al intelecto a racionalizar,
más que en la realización del acto mismo.
De ¿Por qué temo decirte quién soy?
DE
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s
egún dice Ernest Becker en su libro The Denial of Death, una
parte de la realidad que normalmente nos negamos a afrontar es
la muerte. La mayoría no tenemos ni idea de cómo reaccionaríamos ante una muerte inminente, porque simplemente no queremos ni pensar en ella. Becker sostiene que del mismo modo que
tememos el final de nuestra existencia finita, la muerte, también
tememos una experiencia plena de la vida. La experiencia del
dolor —propio y ajeno— es parte integrante de la vida humana.
Sin embargo, cuando alguien llora, la respuesta más común es el
ruego: «No llores». Probablemente es bueno que la gente llore,
pero la mayoría no sabemos qué hacer ante las lágrimas.
Cuando marginamos la experiencia del dolor, nos distanciamos también de la experiencia plena de los placeres y la belleza de
la vida. En el mundo real que nos rodea hay mucha excitación y
mucho estímulo: imágenes y sonidos, luz y oscuridad, agonías y
éxtasis del mundo de Dios... De hecho, hay demasiadas cosas a las
que tememos. Estamos convencidos de que escapan a nuestro
control. Tenemos la sensación de no poder soportar una carga de
un voltaje tan alto y estamos seguros de sufrir un cortocircuito.
Por eso marginamos gran parte de la realidad y construimos una
pequeña casa al lado de la carretera, apartada de los atascos de
tráfico y rodeada por un seto de pequeños arbustos. Y en ella vivimos una existencia poco arriesgada, con los sedantes y las distracciones que necesitamos para manejar esa parte limitada de la
realidad a la que sí estamos dispuestos a enfrentarnos.
Es evidente que tanto tú como yo tenemos una capacidad
limitada: no podemos asimilar todo el sufrimiento y toda la belleza de nuestro mundo, y nadie podría pedirnos que lo hiciéramos.
Es más bien cuestión de utilizar mejor la capacidad que ya tenemos, porque sería un desperdicio de nuestro potencial humano
que nos situáramos en una pequeña esquina de la vida y permaneciéramos allí acurrucados, congelados por el temor a un mundo
mayor y a una vida más plena.
De The Christian Vision.
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c
\^j orno dijo un gran psiquiatra: «Los niños son excelentes observadores, pero malos intérpretes». Observan todo lo que hacen los
demás, pero interpretan mal esas acciones; saben exactamente lo
que haces, pero no saben con exactitud lo que ello significa.
Una conocida mía me contó en cierta ocasión que cuando su
padre murió, ella era sólo una niña, pero observó que su madre no
lloró ante la muerte de su padre. Y más tarde la madre me dijo lo
siguiente: «Intenté mantener el tipo por los niños. Quería que
supieran que su padre estaba en el cielo y que la muerte no es una
tragedia. No quería mostrarles de ningún modo mi propio dolor».
Por eso puso buena cara, y la niña sacó la siguiente conclusión:
«Tú no querías a mi padre, ¿verdad? No le querías nada. ¡Yo quería a mi padre, y tú no!» Debido a ello, la pequeña odió a su madre
durante años con todas sus fuerzas. Y todo estaba basado en la
excelente capacidad de observación de una niña y en su defectuosa interpretación.
Del programa de vídeo Free To Be Me.
DE
ABRIL
m / n mi libro Plenamente humano, plenamente vivo cuento la historia de la avería repentina de mi coche en una transitada autopista de Chicago. De pie en el arcén de la autopista, junto al inerte automóvil, eché un vistazo al barranco que se encontraba a uno
de los lados, observando la alta valla y el denso follaje del fondo.
Al mirar al otro lado de la autopista me encontré con seis carriles
de denso tráfico. El resultado fue un pánico instantáneo. No sabía
qué hacer. Lo que no revelé acerca de este episodio en el libro
mencionado es que, varios meses después, Loretta Brady, una mujer que trabaja conmigo, llegó tarde a una reunión. «Lo siento
—dijo—, mi coche se ha averiado». Yo le hice unas cuantas preguntas amables y averigüé que su coche se había estropeado en el
mismo lugar en que había tenido lugar mi tragedia (¡uno no
puede por menos de acordarse del «triángulo de las Bermudas»!).
Sé que resulta un poco extraño, pero es verdad.
«¿Qué has hecho?» —le pregunté—. «Descender por la ladera
del lado oeste de la autopista —me respondió con una sonrisa
ligeramente triunfal—. Después encontré un teléfono bajo el paso
elevado y pedí ayuda». (Larga y penosa pausa). «¿Puedo hacerte
una pregunta personal? ¿Cómo te sentías mientras hacías todas
esas cosas?», le pregunté (¡válgame Dios!) adoptando el tono de
«Padre confesor». Ella (¡válgame Dios!) me respondió: «¡Divinamente!». Y yo murmuré entre dientes: «Te odio».
El filósofo romano Epicteto tenía razón cuando decía: «Lo que
te desazona no son tus problemas, sino tu modo de verlos» ¡La
próxima vez bajaré al fondo de ese barranco!
De The Christian Vision.
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P
m /s muy importante que todos afrontemos la cuestión de la
autocomprensión y del perdón a uno mismo. Una idea sumamente útil en este aspecto es la siguiente: del mismo modo que debemos esforzarnos por ser benévolos en nuestro trato con los demás
y perdonar, también debemos extender esa misma benevolencia y
capacidad de perdón a nosotros mismos. Somos tan complejos
que no podemos juzgarnos adecuadamente ni estar seguros de
hasta dónde llega nuestra responsabilidad. Esto no quiere decir
que nos escabullamos con proyecciones del tipo: «El diablo me
obligó a hacerlo». Tenemos que estar dispuestos a aceptar nuestra
responsabilidad sobre nuestras acciones y sobre sus consecuencias, pero es difícil estar seguros de nuestras intenciones subjetivas. Somos fraccionarios, y las raíces de nuestras motivaciones
están muy enmarañadas.
Sin embargo, podemos afrontar el hecho de que nuestras acciones han sido desordenadas y de que hemos podido causar daño
a otros. Siempre permanecerá en el misterio, incluso para nosotros mismos, el grado de responsabilidad subjetiva que tuvimos en
aquellas acciones. Por lo tanto, aunque debemos aceptar nuestra
responsabilidad, también debemos seguir esforzándonos por comprendernos y perdonarnos. En cualquier caso, nunca está de más
que nos disculpemos ante aquellos a quienes hemos herido por
acción o por omisión.
Al mismo tiempo, reconozco que soy un ser en proceso y que
«Dios aún no ha terminado conmigo». No estoy a punto de disolverme en un mar de arrepentimiento por no haber sido perfecto.
Tengo que ser generoso conmigo mismo y evitar todos los juicios
severos.
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JL JLace algunos años di un retiro en un colegio femenino de
segunda enseñanza de Chicago, y una de las chicas que se acercó
a hablar conmigo me preguntó: «Padre, ¿recuerda el terrible incendio que se produjo en el colegio de primaria "Nuestra Señora
de los Ángeles"?» «Sí, lo recuerdo», respondí. «Bueno, pues yo
estuve en ese incendio —me dijo—. Y quiero contarle una cosa.
Nos dijeron que no podíamos salir por la entrada, porque las llamas habían invadido los pasillos, de modo que teníamos que saltar por las ventanas de nuestra clase. Pero yo era tan pequeña que
no pude subirme al alféizar. Todas las demás niñas de mi curso
salieron, y yo me quedé la última. Todavía estaba intentando alcanzar el alféizar, cuando una chica más alta que estaba a punto
de saltar miró hacia atrás y me vio. Entonces vino a por mí y me
subió al alféizar. Luego me empujó fuera. Cuando aterricé en el
patio del colegio y miré hacia arriba, lo único que salía por la ventana eran las llamas. Aquella chica no lo consiguió. Siempre me
acordaré; es un recuerdo que nunca se borrará. Ella murió, pero yo
vivo. Dio su vida por mi».
Los recuerdos se forman a partir de nuestras experiencias del
pasado y, como grabaciones, siguen sonando dentro de nosotros.
Las cosas que nos han ocurrido retornan a nosotros como un refrán o una pieza musical. Yo creo que es muy importante que la
familia lo sepa y lo medite. Las experiencias de hoy serán los recuerdos del mañana. Y los recuerdos perviven por siempre.
Del programa de vídeo Families.
De El verdadero yo: ¡en pie!
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JLeóricamente, la mayoría de nosotros admitiría que las emociones no son ni meritorias ni pecaminosas. El sentirse frustrado,
el estar enfadado, el tener miedo o el encolerizarse no hacen que
una persona sea buena o mala. En la práctica, sin embargo, la
mayoría de nosotros no acepta en su vida cotidiana lo que estaría
dispuesto a admitir en teoría, y todos practicamos una censura
bastante estricta de nuestras emociones. Si nuestra conciencia
censora no acepta determinadas emociones, reprimimos éstas en
nuestro subconsciente. Los expertos en medicina psicosomática
afirman que la causa más frecuente del cansancio y de auténticas
enfermedades es la represión de las emociones. Lo cierto es que
hay emociones que no estamos dispuestos a reconocer. Sentimos
vergüenza de nuestros miedos, o nos sentimos culpables de nuestra ira o de nuestros deseos físico-afectivos.
Antes de poder estar lo bastante liberado como para practicar
esa comunicación «gut-level», en la que uno se muestra emocionalmente sincero y transparente, hay que estar convencido de que
las emociones no son una realidad moral, sino simplemente/acfzca.
Mis envidias, mi ira, mis deseos sexuales, mis temores, etc., no
hacen de mí una buena o mala persona. Por supuesto que esas
reacciones emocionales deben ser integradas mental y afectivamente; pero antes de que puedan ser integradas, antes de que yo
pueda decidir si deseo o no deseo seguirlas, debo permitirles que
se manifiesten y debo oír con toda claridad lo que están diciéndome. Debo ser capaz de decir, sin el más mínimo sentido de represión moral, que estoy enfadado, o que estoy airado, o que estoy
sexualmente excitado.
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* Jc sumamente importante comprender este punto. La norepresión de nuestras emociones significa que debemos experimentar, reconocer y aceptar plenamente nuestras emociones. Lo
cual no implica en modo alguno que debamos siempre obrar de
acuerdo con ellas. Sería trágico y demostraría la más absoluta inmadurez el que una persona permitiera que sus sentimientos o emociones rigieran su vida. Una cosa es sentir y reconocer ante uno
mismo y ante los demás que uno tiene miedo, y otra cosa es permitir que ese miedo le venza a uno. Una cosa es que yo sienta y
reconozca que estoy enfadado, y otra cosa es que te aplaste la
nariz de un puñetazo.
En la persona integrada las emociones ni están reprimidas ni
ejercen el control. Sencillamente, son reconocidas (¿Qué es lo que
siento?) e integradas (¿Deseo obrar de acuerdo con este sentimiento o no?).
De ¿Por qué temo decirte quién soy?
Ahora bien, antes de ser lo bastante libre como para hacer
esto, debo estar convencido de que las emociones no entran en el
terreno de la moral, no son buenas ni males en sí mismas. Y también debo estar convencido de que la experiencia de toda la
amplia gama de emociones forma parte de la condición humana y
es patrimonio de todo ser humano.
De ¿Por qué temo decirte quién soy?
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s
ólo puedo comprenderme a mí mismo después de haberme
comunicado adecuadamente con otra persona. Como resultado de
este aumento de mi autocomprensión, constataré cómo mis pautas de inmadurez se transforman en pautas de madurez y cambiaré gradualmente. Quienquiera que observe las pautas de sus
reacciones y esté dispuesto a examinarlas con detenimiento, puede que llegue a la conclusión de que se trata de pautas de hipersensibilidad o de paranoia. Y en el momento mismo en que esta
conclusión se le imponga, descubrirá cómo cambia la pauta. A
pesar de todo cuanto hemos dicho acerca de las emociones, no
hemos de creer que las pautas emocionales son puramente biológicas o inevitables. Yo puedo cambiar, y cambiaré, mis pautas emocionales (es decir, pasaré de una emoción a otra) si honradamente he
dejado aflorar mis emociones y, tras haberlas explicitado sinceramente, las considero inmaduras e indeseables.
La dinámica, en suma, es la siguiente: permitimos que nuestras emociones afloren para que puedan ser identificadas; observamos las pautas de nuestras reacciones emocionales, las explicitamos y las juzgamos. Una vez hecho todo esto, de un modo instintivo e inmediato hacemos las modificaciones necesarias a la luz
de nuestros propios ideales y expectativas de crecimiento. Es decir,
cambiamos. Cualquiera puede intentarlo y comprobarlo por sí
mismo.
Si todo esto es verdad —y no hay más que experimentarlo
para saber que lo es—, es obvio que esa frasecita que solemos usar
tan oportunamente, «Lo siento pero es mi forma de ser», no es
más que una escapatoria y un engaño. Es verdad que resulta
cómoda cuando uno no desea crecer; pero, si uno desea realmente crecer, no emplea semejante falacia.
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E
ser plenamente humano, en cuanto de él depende, no reprime sus emociones, sino que permite que salgan a la superficie
para poder reconocerlas. El ser plenamente humano experimenta
la plenitud de su vida emocional; está «al tanto de» sus emociones,
en sintonía con ellas, consciente de lo que ellas le dicen acerca de
sus necesidades y de sus relaciones con los demás. Por otra parte,
también hemos dicho que esto no supone abandonarse a las emociones. En la persona plenamente humana se da un equilibrio
entre los sentidos, las emociones, el intelecto y la voluntad. Las
emociones tienen que ser integradas. Y aunque sea necesario
«explicitar» nuestras emociones, no es necesario en absoluto que
obremos en función de ellas. Y, sobre todo, no permitamos que
dichas emociones tomen nuestras decisiones.
La vital importancia de todo esto resultará evidente si se considera por un momento: 1) que casi todos los placeres y sufrimientos de la vida están profundamente relacionados con las
emociones; 2) que, en la mayoría de los casos, la conducta humana es resultado de fuerzas emocionales (aun cuando todos sintamos la tentación de dárnoslas de intelectuales y explicar a base de
motivos racionales y objetivos todas nuestras preferencias y acciones); y 3) que la mayoría de los conflictos interpersonales provienen de tensiones emocionales (p. ej., ira, celos, frustraciones,
etc.), y la mayoría de los «encuentros» interpersonales se logran
mediante algún tipo de comunión emocional (p. ej., empatia, ternura, sentimientos de afecto y de atracción...). En otras palabras,
tus emociones y el modo que tengas de afrontarlas probablemente determinen tu éxito o tu fracaso en la aventura de la vida.
De ¿Por qué temo decirte quién soy?
De ¿Por qué temo decirte quién soy?
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JLJL ay algo en nuestro interior que explica nuestras reacciones
emocionales; pero ello no significa que ese algo sea malo o lamentable. Mi temor a que exista una discrepancia entre mis palabras
y mi vida no es malo ni lamentable. Sencillamente, forma parte de
mí. También puedo airarme al ver cómo un matón abusa de una
víctima indefensa, y puedo descubrir que el origen de mi ira, lo
que hay dentro de mí, es un sano sentido de la justicia y una compasión activa por los desvalidos de este mundo.
Lo importante es darse cuenta de que cada una de nuestras
reacciones emocionales nos dice algo acerca de nosotros mismos.
Debemos aprender a no descargar en los demás la responsabilidad
de estas reacciones, prefiriendo culparles a ellos en lugar de
aprender algo sobre nosotros mismos. Cuando yo reacciono emocionalmente, sé que no todos reaccionarían de la misma manera.
No todos tienen en su interior las mismas emociones que yo.
Cuando se trata con muchas personas, hay una gran variedad de
reacciones emocionales: esas personas son diferentes, sienten
diferentes necesidades, tienen un pasado diferente y persiguen
diferentes objetivos. Consiguientemente, sus reacciones emocionales son también diferentes, en función de lo que haya dentro de
cada una de ellas. Lo más que yo puedo hacer es estimular esas
emociones. De modo análogo, si deseo saber algo acerca de mí
mismo, de mis necesidades, de mi autoimagen, de mi sensibilidad, de mis condicionamientos psicológicos y de mis valores,
entonces tengo que escuchar mis propias emociones y aprender de
ellas.
De El secreto para seguir amando.
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JL-Jas tres razones principales por las que reprimimos aquellas
emociones que consideramos indeseables son las siguientes:
1) Porque hemos sido programados para hacerlo. Las denominadas
«grabaciones parentales» de nuestro primer indoctrinamiento están constantemente haciendo sonar sus mensajes en nuestro interior. Nuestros padres y otras personas que han tenido influencia
en nosotros educaron durante los cinco primeros años de nuestra
vida nuestros instintos más profundos. 2) Porque «moralizamos» las
emociones. Según cuál sea nuestra educación, tendemos a etiquetar
ciertas emociones como «buenas» o como «malas». Por ejemplo, es
bueno sentirse agradecido, pero es malo sentir ira o envidia. 3) La
consideración final que nos impulsa a negar ciertos sentimientos
humanos válidos es un «conflicto de valores». Por ejemplo, si «ser un
hombre» se ha convertido en una parte importante de mi identidad y mi autoimagen, en un valor que considero fundamental,
casi con toda seguridad habrá ciertas emociones que consideraré
nocivas para dicha imagen, por lo que tendré que controlar cuidadosamente mis emociones para preservar mi masculinidad.
No estoy seguro de que estas tres razones para la represión no
puedan reducirse a una muy simple. Lo que necesito para seguir
viviendo es autoaceptación, autoestima, autoaprecio y autocomplacencia, y he intentado construir algún tipo de estructura que
me proporcione todo ello. Reconozco que es como un castillo de
naipes que debo proteger de toda clase de amenazas: las que vienen de fuera y las que proceden de dentro. En cuanto a estas últimas, si las considero incompatibles con mi autoaceptación, pueden poner en peligro la precaria torre inclinada de mi autoimagen.
Y eso no puedo tolerarlo. Por eso sufro dolores de cabeza, alergias,
úlceras, resfriados y espasmos. Las emociones reprimidas son
como las personas rechazadas: nos hacen pagar un elevado precio
por haberlas rechazado. No hay nada más de temer que una emoción desdeñada.
De El secreto para seguir amando.
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\Jn
amigo me invitó a participar en un taller sobre comunicación de una semana de duración y me dio un folleto que prometía
que el taller «pondría a los participantes en contacto con sus emociones». Recuerdo mi reacción. «¿Qué?» Con aires de suficiencia
me tranquilicé diciéndome que no cabía duda de que yo estaba en
contacto con mis sentimientos y decidí que no tenía necesidad de
participar en dicho taller. Finalmente, después de que mi amigo
insistiera de nuevo, accedí a ir «únicamente para ver lo que se
hace en esos sitios». El resultado fue una revolución copernicana
que me trastornó profundamente.
De algún modo, al examinar los efectos de aquella semana,
me di cuenta de que me había estado mintiendo a mí mismo sobre
mí y sobre mis sentimientos, motivaciones y metas. Había estado
tan ocupado diciendo a mis sentimientos cómo debían ser que me
negué a permitirles decirme cómo eran realmente. Y estaba tan
preocupado por ser un sacerdote bueno y santo que negué a los
demás mi propia autenticidad. Había estado representando el
papel de sacerdote, emitiendo como un magnetófono los mensajes que habían sido grabados e introyectados en mi interior por las
personas que me adiestraron. Nunca había dicho cómo me sentía
en realidad. Ni siquiera me lo había dicho a mí mismo.
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C
ij i queremos aprender a entendernos a nosotros mismos, debemos aprender a abrirnos a todas nuestras reacciones emocionales
y a aceptarlas. Si lo que hemos dicho sobre nuestras emociones es
la clave para entendernos, entonces necesitamos aprender a escuchar nuestras emociones si queremos crecer como personas. Hay
una creencia básica en la que debo confiar absolutamente para
comprenderme a mí mismo mediante la comprensión de mis
emociones, y es la siguiente: Nadie más que yo puede causar o ser responsable de mis emociones. Pero lo cierto es que nos sentimos mejor
atribuyendo nuestras emociones a otras personas. «Me has hecho
enfadar... Me has dado miedo... Has hecho que me vuelva celoso...» Y la verdad es que tú no puedes hacerme nada de eso. Lo
único que puedes es estimular las emociones que ya están en mí
esperando ser activadas. La diferencia entre causar y estimular las
emociones no es un simple juego de palabras; es importante además aceptar la verdad que encierra. Si yo creo que tú puedes
hacerme enfadar, entonces, cuando me enfade, me limitaré a culparte de ello y a cargarte a ti con el problema, y nuestro encuentro no me habrá enseñado nada. Lo único que concluiré es que tú
has sido el culpable de mi enfado. Y ya no necesitaré hacerme pregunta alguna sobre mí mismo, porque habré descargado en ti la
responsabilidad del asunto.
Las personas realmente responsables se relacionan con sus
emociones de una manera positiva y ya no se permiten el fácil
recurso de juzgar y condenar a los demás. Serán personas que
podrán crecer a medida que estén cada vez más en contacto consigo mismas. El crecimiento empieza siempre donde termina la
culpabilización ajena.
De He Touched Me.
De El secreto para seguir amando.
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P
a
Jr
> cierta manera, nuestros sentimientos resumen toda nuestra historia; no son una mera reacción sumamente personal ante
un individuo o una situación determinada, sino que tienen su origen en nuestras más tempranas experiencias humanas, en los
mensajes introyectados por nuestros padres y por otras personas
importantes en los primeros años de nuestra vida. Moldeamos
nuestras reacciones emocionales basándonos en las de nuestros
padres, hermanos y hermanas. Pero nuestras respuestas emocionales nunca son copias exactas, porque también son expresión de
nuestras propias experiencias personales y únicas. De hecho, sintetizan y reflejan las raíces de nuestra sumamente individual existencia humana.
Consideradas sólo en el contexto del aquí-y-ahora, nuestras
emociones son las reacciones psicofísicas a nuestras percepciones.
Si percibimos a alguien como amigo, cuando estemos con él, nos
sentiremos seguros. Lo primero es la percepción, y la emoción es
consecuencia de esa percepción. Históricamente, nuestras percepciones, la forma en que vemos o captamos un objeto determinado, se han conformado en gran medida por la influencia de determinadas personas o acontecimientos significativos de nuestras
vidas. Y esas personas o acontecimientos son como mensajes grabados que se han depositado sobre nuestras máquinas mentales.
En consecuencia, al confiar nuestros sentimientos, de algún
modo estamos compartiendo toda nuestra vida: las personas que
nos han influido y las experiencias que nos han modelado. Es verdad que nuestros sentimientos se pueden inclinar en una u otra
dirección dependiendo de lo que últimamente hayamos dormido
o comido o de lo que nos haya salido bien o mal a lo largo del día.
Aún así, compartir nuestros sentimientos es nuestra auto-revelación definitiva. Al confiar nuestros sentimientos, estamos diciendo que una persona que ha tenido nuestros padres y nuestras
experiencias reacciona de esta forma cuando está cansada o hambrienta. Cuando compartimos nuestros sentimientos, siempre
estamos manifestando dónde hemos estado y quiénes somos.
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^«£uien haya visto alguna vez a un equilibrista habrá observado que lleva una «barra de equilibrio» que hace oscilar con sumo
cuidado para no caerse. Pues bien, la vida es algo análogo: todos
tenemos que negociar las difíciles, aunque distintas, trayectorias
de nuestras vidas. La vida implica acción, y la acción significa
otras personas; esas otras personas implican que habrá fricción, y
la fricción con frecuencia provoca estrés. Ahora bien, una parte de
este estrés es útil y positiva, pero otra es negativa y dañina, así que
nos son imprescindibles unas barras de equilibrio.
Algunos opinan que el tratamiento de la tensión debe ser
holístico: debe afectar a todas las dimensiones de nuestro ser. Por
tanto, debería enfocarse:
Físicamente: haciendo ejercicio físico y manteniendo una dieta
equilibrada.
Emocionalmente: expresando todos nuestros sentimientos significativos en el momento en que los sintamos.
Socialmente: llamando por teléfono a un amigo, celebrando una
fiesta, quedando con personas que nos gustan...
Intelectualmente: alimentando la mente con la lectura, haciendo un crucigrama, asistiendo a una conferencia...
Espiritualmente: admirando la belleza del mundo, escuchando
música, dedicando diez minutos diarios a la meditación o
la oración...
De El verdadero yo: ¡en pie!
De El verdadero yo: ¡en pie!
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T
m é a practica de la apertura emocional tendrá como resultado
final dos habilidades sumamente valiosas: aprenderemos a identificar nuestros agentes estresantes negativos y seremos capaces de
reevaluarlos. Como hemos dicho anteriormente, el estrés en sí
mismo puede ser una fuerza positiva o negativa. Es como la tensión de la cuerda de un violín o de una guitarra. Si está demasiado tensa, se romperá; pero, si no hay tensión, tampoco hay música. Por eso el estrés, en sí mismo, es neutral, y es nuestra manera
de reaccionar ante él, basada en nuestras creencias y valores personales, la que da a un agente estresante su poder positivo o negativo sobre nosotros. Frecuentemente, el ordenador biológico del
cuerpo nos ayuda a saber distinguir; no obstante, si examinamos
nuestra vida cotidiana mediante la escucha y el aprendizaje de la
expresión sincera de nuestras reacciones emocionales, poco a poco
iremos localizando y aprendiendo a identificar los agentes estresantes negativos que hay en nuestras vidas.
En otras palabras, bajo cada emoción subyace una actitud,
dirigida hacia el éxito, el conflicto, las expectativas, el tiempo, la
perfección, el complacer a los demás... No obstante, si estamos
dispuestos a experimentar y a expresar nuestros sentimientos,
podemos descubrir y explorar esas actitudes. Tenemos que dar la
bienvenida, reconocer y expresar esos sentimientos antes de poder
aprender de ellos.
Por tanto, tengamos nuestros sentimientos, asumámoslos y
expresémoslos, y, sobre todo, aprendamos de ellos.
De El verdadero yo: ¡en pie!
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JL ara mí, es evidente que cada nuevo día —con todas las personas y acontecimientos que dicho día nos depara— nos interpela,
de hecho, si dejamos que lo haga. La persona indigente y carente
de todo atractivo me interpela acerca de mi capacidad de amar. La
muerte de un ser querido me interpela acerca de lo que realmente creo sobre la muerte y acerca de mis posibilidades de afrontar
provechosamente esa clase de pérdida y la consiguiente soledad.
La belleza de las cosas o de las personas me interpela acerca de mi
capacidad de disfrute. La soledad me interpela acerca de mi verdadera autoestima y mi capacidad de disfrutar de mi propia compañía. Un buen chiste me interpela acerca de mi sentido del
humor. Una persona con un carácter y una educación muy distintos de los míos me interpela acerca de mi capacidad de empatia y
de comprensión. El éxito y el fracaso me interpelan acerca de lo
que yo pienso precisamente sobre el éxito y el fracaso. El sufrimiento me interpela acerca de si realmente creo en la posibilidad de crecer a pesar de la adversidad. Las críticas negativas dirigidas a mi persona me interpelan acerca de mi susceptibilidad y
de mi confianza en mí mismo. La entrega y la dedicación a mí de
otra persona me interpelan acerca de mi capacidad de dejarme
querer...
Evidentemente, cada día nos interpela de mil modos. Sin embargo, la mayoría de nuestras respuestas no brotan automáticamente, porque las hemos puesto «en cuarentena», lejos de nuestra
vista. La «desatención selectiva» ha sepultado en la oscuridad
muchos de mis recuerdos, pensamientos y emociones. Mi yo «ilusorio» ha hecho las funciones de un «censor» que yo mismo me he
impuesto y que me permite contactar con aquellos pensamientos
y emociones que se consideran aceptables, pero no con aquellos
otros que podrían ser una amenaza para mi identidad ficticia.
De Plenamente humano, plenamente vivo.
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DE
ABRIL
E
mayor regalo que podemos ofrecer a otro es, sin lugar a
dudas, el sentido de su propia valía. Es la mayor contribución que
podemos hacer a la vida de cualquier ser humano. Y sólo a través
del amor podemos hacer ese regalo y esa aportación. Sin embargo, es esencial que nuestro amor sea liberador, no posesivo. En
todo momento debemos dar a aquellos a los que amamos la libertad de ser ellos mismos. El amor afirma a los otros como otros. No
los posee ni manipula como propios. Vienen aquí muy a propósito
las palabras de Frederick Perls: «Tú no viniste a este mundo para
satisfacer mis expectativas, ni yo para satisfacer las tuyas. Si nos
encontramos, será estupendo; si no, ¿qué se le va a hacer?».
Amar es liberar. El amor y la amistad deben capacitar a los que
amamos para dar lo mejor de sí mismos, de acuerdo con su leal
saber y entender. Lo cual significa que desear por mi parte lo
mejor para ti y tratar de ser lo que tú necesitas que yo sea, sólo
puedo hacerlo respetando tu libertad para sentir, pensar y decidir
a tu manera. Si estimo tanto tu persona como la mía, que es lo que
el amor exige, debo respetarla con todo el cuidado y la sensibilidad del mundo. Cuando te afirmo a ti, mi afirmación se basa en
tu valor incondicional como misterio único, irrepetible e incluso
sagrado de la humanidad.
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DE
MAYO
• J a vocación de «poner derechas» a las personas, de arrancarles sus máscaras, de obligarlas a hacer frente a la verdad reprimida, es una vocación altamente peligrosa y destructiva. Eric Berne
previene contra el peligro de desilusionar a las personas con respecto a sus «juegos»: puede que, sencillamente, no lo soporten.
Habían escogido un «rol», habían comenzado a jugar un determinado juego y a llevar una determinada máscara, precisamente
porque ello iba a hacerles la vida más vivible y tolerable...
Por eso debemos ser muy cuidadosos —extremadamente cuidadosos, de hecho— y no asumir la vocación de hacer ver a los
demás sus errores. Todos sentimos la tentación de desenmascarar
a los demás, de hacer pedazos sus defensas y dejarlos desnudos y
perplejos bajo la implacable luz de nuestros focos. Pero el resultado podría ser trágico. Si las «piezas» psicológicas se despegan,
¿quién va a recogerlas y a recomponer de nuevo la frágil porcelana del pobre Ser Humano? ¿Tal vez tú? ¿Podrás hacerlo?.
De ¿Por qué temo decirte quién soy?
A la hora de evaluar el amor que siento por ti, debo preguntarme si, en lugar de ser afirmador y liberador, no será un amor
posesivo y manipulador. Y para evaluarlo será útil que me haga las
siguientes preguntas: ¿es más importante para mí que tú te sientas a gusto contigo mismo o que yo me sienta a gusto contigo?; ¿es
más importante para mí que tú consigas los objetivos que te has
propuesto o que consigas los objetivos que yo deseo para ti?
De El secreto para seguir amando.
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2
DE
MAYO
jL^ebemos ser conscientes de que somos capaces de utilizar a
las personas en nuestro propio beneficio, para la satisfacción de
nuestras profundas y acuciantes necesidades humanas. Y podemos engañarnos pensando que se trata de verdadero amor. Un
joven que afirma amar a una joven puede engañarse pensando
que la gratificación de sus propios impulsos egoístas es realmente
amor. Y la joven que llena el vacío de su propia soledad con la
compañía y la atención de un joven puede confundir esta satisfacción emocional con el amor. Del mismo modo, la madre y el
padre que tratan ansiosamente de conseguir el éxito de sus hijos,
pueden fácilmente racionalizar su deseo de una experiencia vicaria de éxito y convencerse a sí mismos de que son unos padres que
quieren a sus hijos. La cuestión esencial sigue siendo el auto-olvido. ¿Se olvidan realmente de sí mismos, de su propia conveniencia y de su satisfacción emocional el joven y la joven y el padre y
la madre, para buscar únicamente la felicidad y la realización de
las personas amadas? No se trata de meras preguntas teóricas. El
hecho es que, para la mayoría de nosotros, nuestras propias necesidades son tan palpables y reales que es enormemente difícil que
la semilla caiga en la tierra y muera a sí misma antes de poder
vivir una vida de amor.
De Why Am I Afraid To Love?
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MAYO
• J »tr.y bastante seguro de que la mayoría de las personas que
conozco identifican el amor con un sentimiento o una emoción.
Se «enamoran» y se «desenamoran» de acuerdo con un ritmo desigual. La llama del amor se extingue en sus vidas hasta que vuelva
a surgir la chispa.
Ahora bien, todo el mundo saben que los sentimientos son
como yoyós, que suben y bajan dependiendo de cosas tan volubles
como el barómetro, la meteorología, la digestión, la época del mes
o el lado de la cama por el que nos levantamos por la mañana. Los
sentimientos son inconstantes, y las personas que identifican el
amor con los sentimientos se convierten en amantes veleidosos.
Es evidente que los sentimientos están relacionados con el amor.
La primera atracción del amor suele experimentarse en forma de
sentimientos muy intensos. Y yo no puedo —a menos que sea una
especie de héroe o un masoquista— poner tu satisfacción, tu
seguridad y tu evolución en pie de igualdad con las mías si no
siento por ti un profundo amor. Sin embargo, a lo largo de una
relación amorosa tendremos que atravesar de vez en cuando
inviernos de desajuste emocional para encontrar en primavera
alguna novedad en nuestro amor. En la medida en que el oropel
del amor juvenil se vaya puliendo con el tiempo, para convertirse
en el oro más valioso del amor maduro, habrá ocasiones en que la
satisfacción emocional brillará por su ausencia; y habrá otras
veces en que los sentimientos negativos nublarán el cielo de nuestro mundo. Pero ciertamente el crecimiento en el amor supone y
necesita, por lo general, un buen clima emocional.
Sería fatal identificar el amor con un sentimiento, dada la
volubilidad de éstos. Pero sería igualmente letal para una relación
amorosa la ausencia de sentimientos cálidos y afectuosos que apoyen las intenciones del amor.
De El secreto para seguir amando.
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JLa hemos dicho que cualquier indicio de competición mina la
relación de amor y la práctica del diálogo. Lo contrario y apropiado es el espíritu de colaboración: un espíritu que da por supuesto
que estamos mutuamente comprometidos en el amor, dispuestos
a soportar uno las cargas del otro y a compartir nuestras mutuas
alegrías. Hemos perdido dos «yoes» para convertirnos en un
«nosotros», y juntos afrontaremos los retos de la vida. Algunas
veces tendremos éxito, y otras fracasaremos; pero estaremos juntos. Este sentido de unión es lo más hermoso y alentador que
podemos tener, porque proporciona el gozo del logro en común, de
la colaboración y de la unidad.
Si el autoaprecio y la autocomplacencia constituyen realmente el comienzo del amor y de la plenitud de la vida, lo conseguiremos juntos. Tú mirarás mis ojos y verás reflejado en ellos cuántos
motivos tienes para autocomplacerte, y yo veré reflejados mi belleza y mi valor en los tuyos. Quiero ser el primer invitado a tu fiesta de autocomplacencia, y deseo que tú acudas a mi propia fiesta,
porque sin ti nunca podría haberla celebrado. Cuando se da una
unidad como ésta, la mariposa de la felicidad no puede estar muy
lejos.
De El secreto para seguir amando.
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A
XJLmarte a ti no significa dejar de amarme a mí mismo. Por el
contrario, la idea de que no puedo amarte a menos que me ame a
mí mismo está aceptada umversalmente por los psicólogos. Quienes no se aman a sí mismos están tristes, atormentados por una
constante sensación de vacío que están siempre tratando de llenar. Como una persona con un terrible dolor de muelas, sólo pueden pensar en sí mismos, y están constantemente buscando un
dentista, alguien que les haga sentirse mejor. Si no me amo a mí
mismo, sólo puedo utilizar a los demás; no puedo amarlos.
Mi amor hacia ti no puede significar nunca una abdicación de
mi propio yo. Posiblemente podría dar mi vida por ti por amor,
pero nunca podría negar mi identidad como persona. Intentaré
ser lo que tú necesitas que yo sea, hacer lo que tú necesitas que se
haga y decir lo que tú necesitas escuchar. Al mismo tiempo, estoy
comprometido en una relación sincera y abierta. Como parte de
mi don de amor, siempre ofreceré mis pensamientos, preferencias
y todos mis sentimientos, aun cuando piense que pueden ser
desagradables o incluso herir tus sentimientos. Si estamos comprometidos con total sinceridad y apertura, nuestra relación
nunca será difícil ni estará marcada por proyectos ocultos, rencores reprimidos o emociones desplazadas; no nos comportaremos
como adolescentes que no tienen valor para hablar claro. A menos
que acordemos respetar la sinceridad y la apertura, nunca estaremos seguros el uno del otro, y nuestra relación parecerá más una
farsa que una imagen de la vida real.
De Unconditional Love.
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JLodos experimentamos en alguna ocasión una sensación de
soledad o de aislamiento, un vacío muy doloroso en nuestro interior que se convierte en una cárcel insoportable. Todos nos hemos
sentido en alguna ocasión distanciados de los demás, apartados
del grupo, solos y solitarios. Por su propia naturaleza, esta soledad, como todos nuestros dolores de muelas, centra la atención en
nosotros mismos. Pretendemos llenar ese vacío, satisfacer ese
hambre...; tratamos de encontrar a alguien que nos ame.
Puede que hagamos cosas por los demás en un intento obvio
de ganar su amor. Puede que nos acerquemos a ellos con las
manos tendidas a modo de los platillos de una balanza: en una
mano ponemos lo que les damos, y en la otra esperamos recibir lo
que ellos nos den. Y puede incluso que nos engañemos pensando
que se trata de amor.
Sabemos que nuestra soledad sólo puede llenarse con el amor
de los demás. Sabemos que debemos sentirnos amados. La paradoja es la siguiente: si pretendemos llenar el vacío de nuestra propia soledad buscando el amor de los demás, inevitablemente no
encontraremos consuelo, sino una desolación aún más profunda.
Es verdad que «no eres nadie hasta que alguien te ama». Sólo la
persona que ha experimentado el amor es capaz de crecer. Una
aterradora pero auténtica realidad de la vida humana es que al
amarme, o al negarse a amarme, son los demás los que tienen el
potencial de mi madurez en sus manos. La mayoría de nosotros,
impulsados por nuestros dolorosos vacíos y necesidades, abordamos la vida y a los demás con actitud de buscadores; tratamos de
buscar el amor de los demás que tanto necesitamos. Pero la paradoja sigue siendo inflexible; si buscamos el amor que necesitamos,
nunca lo encontraremos. Estaremos perdidos.
DE
MAYO
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amor puede ser la solución de nuestros problemas, pero
debemos enfrentarnos al hecho de que, para ser amados, debemos
hacernos amables. Cuando orientamos nuestras vidas hacia la
satisfacción de nuestras propias necesidades y cuando salimos a
buscar el amor que necesitamos, somos sin duda egoístas, por
mucho que los demás intenten suavizar sus juicios sobre nosotros.
No nos nacemos amables, aunque sí merezcamos compasión. Nos
centramos en nosotros mismos, lo que hace que nuestra capacidad de amar se quede atrofiada, y seguimos siendo unos niños
perpetuos.
Sin embargo, si lo que pretendemos no es ganar directamente
el amor, sino darlo, nos haremos amables y, sin duda, a cambio
seremos amados. Ésta es la ley inmutable bajo la que vivimos: la
preocupación por uno mismo y el centrarse en sí mismo sólo
puede aislar y provocar una soledad incluso más profunda y tortuosa. Es un círculo vicioso y terrible que nos atrapa cuando la
soledad, al pretender ser mitigada por el amor de los demás, se
limita a aumentar.
La única manera de poder romper este círculo formado por
nuestros anhelantes egos es dejar de preocuparnos por nosotros mismos
y empezar a preocuparnos por los demás. Naturalmente, no es fácil.
Trasladar el centro de atención de nuestra mente del propio yo a
los demás puede, de hecho, conllevar toda una vida de esfuerzo y
trabajo. Y resulta más difícil porque debemos situar en el primer
plano a los demás, en lugar de a nosotros. Debemos aprender a
responder a las necesidades de los demás sin buscar la satisfacción
de nuestras propias necesidades.
De Why Am l Afraid To Love?
De Why Am I Afraid To Love?
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problema es que todos nos aferramos a nuestros propios salvavidas. Cada uno de nosotros debe decidir cómo quiere pasar su
vida. Si decidimos pasar nuestras vidas persiguiendo nuestra propia felicidad y realización, estamos destinados al fracaso y a la
desolación. Si decidimos pasar nuestras vidas buscando la realización y la felicidad de los demás, y esto es lo que el amor implica,
seguramente alcanzaremos nuestra propia felicidad y realización.
Las personas que sólo quieren su propia realización, o que deciden amar para poder realizarse, descubrirán que sus esfuerzos
son vanos, porque el centro de atención está situado en sí mismas.
Las personas sólo pueden crecer en la medida en que sus horizontes lo permitan, y quienes deciden amar para realizarse y ser felices se decepcionarán y no crecerán, porque su horizonte seguirá
siendo ellos mismos. Por consiguiente, no podemos de ninguna
manera concebir el amor como un medio de auto-realización, porque, si lo hacemos, seguiremos estando dentro de un traicionero
círculo vicioso, partiendo siempre de nuestras necesidades, pasando por los demás, para regresar a nosotros mismos. No podemos
utilizar a los demás como medios, sino que deben ser siempre el
objetivo final del amor. Sólo alcanzaremos la madurez en la medida en que traslademos el centro de atención de nuestras mentes
alejándolo de nosotros mismos y de nuestras necesidades y deseos egocéntricos de satisfacer dichas necesidades.
De WhyAm lAfraid To love?
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i j ó l o se puede amar realmente a los demás cuando el centro de
nuestras mentes y el objeto de nuestros deseos es otra persona,
cuando todos nuestros actos tienen su origen en la preocupación
por otra persona, no por nosotros mismos. Si realmente amamos
de este modo, seremos amados y podremos aceptar el amor de los
demás. Sin embargo, el error que hay que evitar a toda costa es
amar para recibir amor a cambio. Debo, como Cristo sugiere, perder la vida antes de poder ganarla. Debo descubrir que la única
forma real de recibir es dar. Tengo que perder mi vida, y no puedo
perderla si siempre la tengo ante mi mente.
En otras palabras, amor significa preocupación, aceptación e
interés por las personas que me rodean y a las que intento amar.
Es una autodonación que puede convertirse en un altar de sacrificio. Sólo puedo amar a los demás en la medida en que verdaderamente sean el centro de mi mente, de mi corazón y de mi vida;
y sólo puedo encontrarme a mí mismo olvidándome de mí. El
amor es verdaderamente costoso y exigente. Debido a los dolores
internos que todos soportamos, a las cicatrices que forman parte
de nuestra herencia humana y a la competitividad y el ejemplo de
un mundo avaricioso, nos resultará difícil hacer el sacrificio de
nosotros mismos que implica amar. El amor siempre conlleva al
menos este sacrificio: la orientación de mis pensamientos y deseos hacia los demás y el abandono del propio yo y del propio interés. Es innecesario decir que tal abandono siempre implica un alto
coste para uno mismo.
De Why Am I Afraid To Love?
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^^yna vida de amor es difícil, pero no es una vida desolada ni
ingrata, sino que de hecho es la única vida verdaderamente
humana y feliz, porque está llena de preocupaciones tan profundas como la vida, tan amplias como el mundo entero y tan trascendentales como la eternidad. Sólo cuando hemos consentido en
amar, y hemos aceptado olvidarnos de nosotros mismos, podemos
alcanzar nuestra realización; realización que llegará imperceptible
y misteriosamente como la gracia de Dios, pero la reconoceremos
y se reconocerá en nosotros. Habremos hecho la revolución copernicana que resitúa el centro de nuestra mente y de nuestro corazón en el bien y la realización de los demás; y aunque esta conversión no ha buscado nada para sí misma, lo ha recibido todo. La
persona amable, a fin de cuentas, es la que ha consentido en amar.
Solemos exigir que los demás nos amen sin estar dispuestos a
hacer el sacrificio y llevar a cabo el abandono de nosotros mismos
que son necesarios para hacernos amables. Sin embargo, quien
haya superado la paradoja complicada y profunda que el amor
implica y haya estado dispuesto a darse a los demás sin reservas y
sin pedir nada a cambio, no cabe duda de que será amado y alcanzará la plenitud.
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Jl.ero ¿cómo podemos amar si nunca hemos sido amados? Entre
el negro y el blanco siempre hay una zona gris. Todos tenemos
alguna capacidad de amar, alguna capacidad de desplazar el centro de nuestra mente de nosotros mismos y situarlo en las necesidades, la felicidad y la realización de los demás. En la medida en
que lo hagamos, en la medida en la que hagamos realidad este
potencial que está latente dentro de nosotros, seremos amados.
Aun cuando al principio sólo podamos amar un poco, al menos
nos amarán un poco; y el amor que recibamos nos permitirá salir
cada vez más de nosotros mismos e ir hacia los demás, en la dirección que marca el amor. Éste es, pues, el desafío que subyace en
cada uno de nosotros: debemos utilizar cualquier capacidad para
amar que tengamos, ya sea pequeña o grande. En la medida en
que estemos dispuestos a hacer el esfuerzo y tener la dedicación
que el amor implica, seremos alimentados y fortalecidos por el
amor que recibiremos a cambio; pero debemos recordar que, al
hacer esta autodonación, el centro de nuestras mentes debe siempre alejarse de nuestro yo, y esto excluye pedir o pensar que vamos
a recibir algo a cambio. Cuando preguntamos «¿qué has hecho por
mí?», hemos dejado de amar.
De WhyAm I Afraid To Love?
De Why Am I Afraid To Love?
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3—i A fórmula bíblica para una vida buena es ésta: «Ama a las
personas/Utiliza las cosas». Cuando Dios creó el mundo, vio que
era muy bueno. El mundo está verdaderamente grávido de la
grandeza de Dios. Y él nos llama a unirnos a él para afirmar: «¡Es
muy bueno!» Somos invitados a utilizar y disfrutar todas las cosas
buenas de Dios. Pero se nos advierte que no permitamos que
nuestros corazones sean propiedad de las cosas. Si amas las cosas,
pronto empezarás a utilizar a las personas para conseguir esas cosas que amas. Guarda tu corazón para amar, y guarda tu amor
para las personas.
El imperativo bíblico se ilustra con un ejemplo tomado de la
vida de Martin Buber, el filósofo del «Yo-Tú». Buber dirigió su
especulación filosófica hacia los temas del «Yo-Tú», hacia la primacía de las personas, después de un triste incidente. Cierto día,
un joven se presentó en el despacho de Buber pidiendo que le concediera un poco de tiempo. «Necesito verle», le dijo. Buber no le
atendió argumentando que estaba preparando una ponencia para
un congreso que se celebraría unos días después. Aquella noche,
el joven se suicidó, y su suicidio afectó profundamente a Buber. De
una forma renovada y dolorosa aprendió la importancia de amar
a las personas y utilizar las cosas.
Esto de «Amar a las personas/Utilizar las cosas» supone un
delicado equilibrio que fácilmente se descompensa. En el momento en que comenzamos a amar las cosas, empezamos a utilizar a
las personas para conseguir las cosas que amamos. Consiguientemente, la Biblia no dice que «el dinero es el origen de todo mal»,
sino que «el amor al dinero es el origen de todo mal». Tu corazón
estará donde se encuentre tu tesoro. Así, por ejemplo, cuando nos
hacemos dependientes de la adoración y la adulación, sólo permitimos la entrada en nuestro mundo a quienes traen consigo la
necesaria cuota de admisión. Cuando nos hacemos dependientes
de nuestros propios placeres y satisfacciones, nos negamos a dar
un lugar en nuestro mundo a quienes podrían resultar una carga
o una incomodidad. No aceptamos el desafío del amor.
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DE
" J" los evangelios (Le 1,26-38) leemos que un ángel se acercó
a una joven con una pregunta totalmente inesperada: «¿Quieres
ser la madre del Mesías?» Intentando recuperarse de la asombrosa sorpresa, la joven hizo la única pregunta importante: «¿Es realmente ésa la voluntad de Dios?; ¿quiere Dios verdaderamente eso
de mí?» Pues ése había sido siempre el deseo de su corazón: cumplir la voluntad de Dios en todas las cosas. El ángel le aseguró que
era la voluntad de Dios, y la joven, María, inclinó su cabeza con
un «sí» inmediato: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí
según tu palabra» (Le 1,38). Y así, en aquel momento, la Palabra
se hizo carne. El Hijo de Dios recibió su humanidad a través del
cuerpo de María y del poder de Dios, y aceptó residir en ella, bajo
su inmaculado corazón.
Cuando María dijo «Hágase», no comprendió todos los demás
«síes» que conllevaría su primer «sí». Los estudiosos de la Escritura
no creen que ella supiera que el Mesías de quien había consentido ser madre sería de hecho el Hijo de Dios. Yo también estoy
seguro de que, cuando se hizo evidente que estaba embarazada,
no sabía cómo explicar su maternidad a José, que resolvió «repudiarla en secreto». Pienso que ella se preguntaba con frecuencia
cuál iba a ser el futuro de aquel pequeño que tenía en sus brazos
aquella noche en Belén. Después de todo, no comprendía esa mirada distante que se percibía en los ojos de su criatura; una mirada que parecía ver en el futuro. Era casi como si él supiera que su
destino era hacer algo que cambiaría el curso de la historia humana. También creo que María se quedó perpleja por la respuesta de
su hijo a su inquieta pregunta tras haber permanecido en el templo: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo hemos estado terriblemente preocupados intentando encontrarte», y Jesús se
limitó a responder: «¿No sabíais que tenía que ocuparme de los
asuntos de mi Padre?». Estoy seguro de que María no lo entendió.
De The Christian Vision.
De The Siient Holocaust.
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M
JL r JLaría no estaba con Jesús el Domingo de Ramos. No escuchó
los «¡Hosannas!» ni experimentó la excitación de su aclamación
pública y su entrada triunfal en Jerusalén. El retrato evangélico
final de María es la terrible escena del Calvario, donde permaneció valientemente a los pies de la cruz, viendo a su hijo morir lenta
y dolorosamente. Y cuando el cielo se oscureció, sostuvo el cuerpo
muerto de su hijo entre sus brazos temblorosos.
Miguel Ángel esculpió en mármol un hermoso tributo a esta
mujer. Es como un tributo a su «sí» a la voluntad de Dios. En la
escultura, María sostiene a Jesús en sus brazos, mirando el cuerpo desgarrado de su hijo con ternura maternal y amorosa compasión. Miguel Ángel llamo a su escultura la «Pietá». Pietá es una
palabra italiana que significa «fidelidad». Y María es la mujer que
deseó la voluntad de Dios con todo su corazón, que dijo su «sí» sin
comprender todo lo que implicaba. Pero confiaba en Dios, confiaba en que él la amaba, confiaba en su sabiduría y en sus caminos,
aun cuando ella no comprendiera. El resumen de Miguel Ángel
para la increíble proeza de María es la palabra «PIETÁ».
María dijo «sí» a la voluntad de Dios y fue fiel hasta el final.
El cristiano que realmente ha asimilado la mente de Cristo
sabe que el Señor nunca habló de éxito, sino sólo de «fidelidad»,
de pietá. Cuando vemos nuestras vidas cristianas en la perspectiva
del evangelio, la fidelidad a la voluntad de Dios es la única corona
real y eterna del éxito.
DE
• / stoy absolutamente seguro de que cuando confiamos nuestros sentimientos a alguien, tenemos la sensación de que estamos
realmente compartiendo nuestro yo verdadero. No tenemos muchos
pensamientos completamente originales —al menos, yo no recuerdo haber tenido ninguno—; tampoco hemos adoptado muchas decisiones novedosas; pero nadie, a lo largo de toda la historia de la humanidad, ha tenido exactamente los mismos sentimientos; nadie ha sentido nunca como nosotros. Nuestros sentimientos son tan únicos y originales como nuestras huellas dactilares. Por ejemplo, alguien podría resumir su persona diciendo:
«Soy cristiano, abogado, y mi familia es mi vida». Claro y preciso.
Pero, en realidad, no se llega a conocer a la persona individual a
partir de tales resúmenes generales. Porque la mayoría de los norteamericanos se identifican con el cristianismo, y en el país hay
un abogado por cada siete mil habitantes, además, los devotos de
la familia también son muy comunes.
Las personas que sólo están dispuestas a compartir de este
modo sus pensamientos y opciones lo hacen de la misma manera
en que podrían estar explicando el último libro que han leído. Pero
si una persona se nos confía y nos describe sus sentimientos —su
soledad y sus luchas, sus temores y sus alegrías, la paz de la certeza y el dolor de la duda—, entonces tendremos la sensación de
que estamos llegando a conocer quién es realmente esa persona.
Dime lo que piensas, y posiblemente podré encasillarte en una
categoría; dime lo que sientes, y llegaré a conocerte.
De El verdadero yo: ¡en pie!
Puede que un ángel escriba sobre nuestras tumbas, la tuya y
la mía, el epitafio apropiado que resuma nuestras vidas en la tierra: «PIETÁ».
De The Christian Vision.
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diálogo debe preceder a la discusión, porque el estancamiento de las emociones no resueltas ni expresadas bloqueará
todo intento de intercambio abierto y fluido sobre planes, decisiones, etc. Solemos dar por supuesto que esas emociones son negativas; pero es obvio que no todas las emociones son negativas. En
el caso de las emociones positivas, hay un motivo aún más convincente para practicar el diálogo antes de la discusión. Sólo cuando te expongo mis sentimientos, me convierto para ti en un individuo transparente y conocible. En realidad, mis ideas, convicciones, valores y creencias no son originales, sino que los he adquirido a base de leer, de asimilar tradiciones, de escuchar e imitar a
otros...: a través de la inevitable osmosis del contagio humano. Las
ideas y posturas que adopto pueden encasillarme en una determinada categoría («irlandés», «católico», «demócrata»...), pero nunca
podrán hacerme tan transparente y conocible que tú puedas experimentar mi yo verdadero y compartir mi persona. Esto sólo pueden lograrlo mis sentimientos, positivos, negativos o neutros. Mis
sentimientos son como mis huellas dactilares, como el color de
mis ojos y el sonido de mi voz: únicos en mí e irrepetibles en cualquier otro. Para conocerme debes conocer mis sentimientos. Y sólo
después de que me conozcas a través del diálogo, en cualquier
momento de mi vida, podrás comprender las ideas, preferencias e
intenciones que comparto contigo en la discusión.
He comprobado una y otra vez este hecho en conferencias, en
clases, en tertulias y en el trato personal. Mis emociones son mi
«llave»: cuando te doy esta llave, tú puedes entrar en mí y compartir conmigo el más precioso don que puedo ofrecerte: yo
mismo.
DE
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y
JLo creo que no solemos fracasar en el gran compromiso del
amor, sino más bien en la tarea diaria del mismo, que es la comunicación. Podemos compartir cualquier cosa con una persona, y
aún así no estar cerca de ella. Podemos compartir comida y dinero. Incluso podemos compartir la intimidad sexual y no estar
cerca de esa persona. Pero hay algo, en mi opinión, que no podemos compartir con alguien sin estar cerca. El hecho de compartir
sincera y abiertamente todos los sentimientos da como resultado la
cercanía y la intimidad personales.
Tus sentimientos, más que ninguna otra cosa, revelan tu auténtico yo. Por ejemplo, yo puedo ponerme en pie y decirte: «¡Soy
un sacerdote!» Y tú responder: «Vale, se dan como hongos». Y yo
replicar: «¡Ése es el compromiso esencial de mi vida!» Y tú decir:
«Sí claro, pero no nos has contado mucho sobre ti mismo. ¿Qué se
siente siendo sacerdote?; ¿estás solo?; ¿qué significa el sábado por
la noche para ti?; cuando paseas por la calle y ves a una pareja
joven y enamorada caminando delante de ti dándose la mano,
¿deseas una mano en la tuya?; ¿cantas en tu corazón: "Hola, jóvenes amantes, dondequiera que estéis"?; ¿qué sientes respecto de
estas cosas?» Si os digo lo que siento respecto de estas cosas, llegaréis a conocerme. Se puede hablar utilizando tópicos, o acerca
de otras personas, o tener todas las noticias en la punta de la lengua, o se puede ser la persona con buen humor que hace que los
demás se rían, pero en realidad no se comparte lo que se es hasta
que no se comparten los sentimientos. A esto lo llamamos comunicación «gut-level», comunicación visceral, y es, en mi opinión, el
secreto del amor.
Del programa de vídeo Free To Be Me.
De El secreto para seguir amando.
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A. JLlguien ha tenido el acierto de distinguir cinco niveles de comunicación en los que las personas podemos relacionarnos unas
con otras. Para comprender dichos niveles, tal vez sea útil imaginar una persona encerrada en una prisión. (Es el ser humano,
urgido insistentemente desde dentro a salir hacia los demás y, sin
embargo, temiendo hacerlo). Los cinco niveles de comunicación
representan otros tantos grados de disponibilidad a salir fuera de
sí mismo y comunicarse con los demás.
El hombre de la prisión —todo hombre— ha estado en ella
durante años, aunque, paradójicamente, las rejas no están cerradas. Puede salir, pues, de su prisión, pero durante su larga estancia en ella ha aprendido a temer los posibles peligros con que
podría encontrarse. Así pues, ha llegado a sentir una especie de
seguridad y protección tras los muros de la prisión, en la que está
preso por propia voluntad. La misma oscuridad de la prisión le
impide tener una visión clara de sí mismo, y no está seguro del
aspecto que puede tener a la luz del día. Pero, sobre todo, no está
seguro de cómo habrían de recibirlo el mundo que él ve desde
detrás de sus barrotes y las personas a las que ve moverse en dicho
mundo. De modo que se siente desgarrado entre, por una parte, la
necesidad casi desesperada de ese mundo y esa gente y, por otra,
el temor igualmente desesperado al riesgo de ser rechazado si
decidiera poner fin a su aislamiento.
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* J a persona encerrada en sí misma evoca lo que Viktor Frankl
escribe en su libro, Man's Search for Meaning, acerca de sus compañeros de infortunio en el campo de concentración nazi de Dachau.
Algunos de aquellos prisioneros, que anhelaban tan desesperadamente su libertad, habían estado encerrados durante tanto tiempo que, cuando al fin fueron liberados, salieron a la luz del sol,
parpadearon nerviosamente y regresaron en silencio a la ya familiar oscuridad de los barracones, a la que se habían acostumbrado
al cabo de tanto tiempo.
Éste es el dilema, un tanto dramático, que todos nosotros experimentamos, en un momento u otro de la vida, a lo largo de
nuestro proceso de ser personas. La mayoría de nosotros nos limitamos a dar una débil respuesta a la invitación de llegar a un
encuentro con los demás y con nuestro mundo, porque nos resulta incómodo y violento exponer nuestra desnudez de personas.
Algunos sólo están dispuestos a aparentar semejante «éxodo»,
mientras que otros consiguen reunir el valor suficiente para recorrer todo el camino hacia la libertad.
De ¿Por qué temo decirte quién soy?
De ¿Por qué temo decirte quién soy?
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" •/a comunicación en el quinto nivel, la conversación tópica,
representa la más débil respuesta al dilema humano y el más bajo
nivel de autocomunicación. De hecho, puede decirse que no hay
comunicación alguna, a menos que sea por puro accidente. En este nivel hablamos con frases hechas, tales como: «¿Cómo estás?...
¿Y la familia?... ¿Dónde te has metido?...». Y decimos cosas de este
estilo: «¡Me encanta el vestido que llevas!»; «Espero que volvamos
a vernos muy pronto...»; «Ha sido fantástico verte...». En realidad
no queremos decir casi nada de lo que, de hecho, decimos o preguntamos. Si a nuestra pregunta, «¿Cómo estás?», se pusiera el
otro a responder en detalle, nos quedaríamos pasmados. Afortunadamente, lo normal es que el otro sea perfectamente consciente de lo superficial y convencional de nuestro interés y de nuestra
pregunta, y se limite a responder de un modo igualmente convencional: «Muy bien, gracias».
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MAYO
R
el cuarto nivel de la comunicación no nos aventuramos
demasiado lejos de la prisión de nuestro aislamiento para adentrarnos en la verdadera comunicación, porque no revelamos casi
nada de nosotros mismos. Nos contentamos con referir a otros lo
que ha dicho Fulano o lo que ha hecho Mengano. Pero no hacemos ningún comentario personal, auto-revelador, sobre tales
hechos, sino que nos limitamos a referirlos. Del mismo modo que
la mayoría de nosotros nos escudamos a veces en tópicos, así también recurrimos en ocasiones al cotilleo, a la trivialidad y a la
anécdota ajena. Ni damos nada de nosotros ni pedimos nada de
los otros a cambio.
De ¿Por qué temo decirte quién soy?
Ésta es la conversación —la no-comunicación— típica del
«cocktail», del supermercado o de la peluquería. Las personas no
comparten nada en absoluto. Cada cual sigue refugiado en el aislamiento de su afectación, de su fingimiento y de su sofisticación.
Todos dan la sensación de haberse reunido para estar solos
en grupo. Es lo que refleja perfectamente la canción de Paul
Simón Sounds of Silence, tan eficazmente usada en la película «El
graduado».
«...Y en la desnuda noche vi
a diez mil personas, tal vez más,
que charlaban sin hablar,
que oían sin escuchar,
que escribían canciones
que ninguna voz cantaba.
Nadie se atrevía
a romper los sonidos del silencio».
De ¿Por qué temo decirte quién soy?
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1 / n el tercer nivel de comunicación ya comunico algo de mi
persona. Estoy dispuesto a dar este paso, para salir de mi solitaria
reclusión, y a asumir el riesgo de referirte algunas de mis ideas y
revelarte algunas de mis opiniones y decisiones. Sin embargo, lo
habitual es que mi comunicación siga estando sometida a una
estricta censura. Mientras comunico mis ideas, etc., te observo
atentamente. Es como comprobar la temperatura del agua antes
de zambullirte en el mar. Quiero estar seguro de que vas a aceptarme con mis ideas, mis opiniones y mis decisiones. Si arqueas
las cejas o frunces el ceño, si bostezas o no dejas de mirar el reloj,
probablemente me batiré en retirada y me apresuraré a refugiarme en el silencio, o cambiaré de tema de conversación, o peor aún:
me pondré a decir cosas que sospecho que quieres que diga.
Trataré de ser como a ti te gusta.
Tal vez algún día, cuando haya hecho acopio de valor y desee
intensamente crecer como persona, tal vez entonces descubra
ante ti todo cuanto contienen mi mente y mi corazón. Entonces
será mi momento de la verdad.
De ¿Por qué temo decirte quién soy?
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DE
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• ' a comunicación en el segundo nivel implica compartir mis
sentimientos (emociones). «Gut-level». Puede que muchos de nosotros creamos, que una vez que hemos revelado nuestras ideas,
opiniones y decisiones, no nos queda realmente mucho más que
compartir. Pero lo cierto es que las cosas que más claramente me
diferencian y me individualizan respecto de los demás, que hacen
que la comunicación de mi persona sea objeto de un conocimiento realmente único, son mis sentimientos o emociones.
Si deseo realmente que sepas quién soy yo, debo hablarte con
las tripas («gut-level») tanto como con la cabeza. Mis ideas, opiniones y decisiones son absolutamente convencionales. Si yo soy
un convencido conservador o un convencido liberal, también lo es
muchísima gente; si estoy a favor o en contra de la exploración del
espacio, siempre habrá otros que piensen lo mismo. Pero los sentimientos que subyacen a mis ideas, opiniones y convicciones son
exclusivamente míos. Nadie apoya a un partido político, o tiene
una convicción religiosa, o está comprometido con una causa, con
mis mismísimos sentimientos de fervor o de apatía. Nadie experimenta mi mismo sentimiento de frustración, padece mis mismos
miedos y siente mis mismas pasiones. Nadie se opone a la guerra
con la misma indignación con que yo lo hago, y nadie defiende el
patriotismo con el mismo sentido de la lealtad con que yo lo
defiendo.
En este nivel de comunicación, son estos sentimientos los que
debo compartir contigo si es que he de decirte quién soy yo realmente.
De ¿Por qué temo decirte quién soy?
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T
JL-Ja mayoría de nosotros tenemos la sensación de que los demás no van a soportar que comuniquemos con tanta sinceridad
nuestras emociones. Preferimos defender nuestra insinceridad
argumentado que la sinceridad podría dañar a otros; y como
hemos racionalizado nuestra insinceridad haciéndola pasar por
«nobleza», nos conformamos con unas relaciones superficiales.
Esto ocurre no solo con personas a las que hemos conocido más o
menos casualmente, sino también con miembros de nuestra propia familia, pudiendo incluso llegar a destruir la auténtica comunión dentro del matrimonio. Consiguientemente, ni crecemos nosotros ni ayudamos a nadie a crecer. Entretanto, nos vemos obligados a vivir reprimiendo las emociones, lo cual resulta verdaderamente peligroso y autodestructivo. Para tener el carácter de un
verdadero encuentro personal, toda relación debe basarse en esa
comunicación visceral («gut-level») sincera y abierta. La alternativa consiste en quedarse encerrado en la propia prisión y soportar
la lenta e inexorable agonía de uno mismo como persona.
De ¿Por qué temo decirte quién soy?
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1 / a comunicación en el nivel uno se denomina «comunicación
cumbre». Toda amistad profunda y auténtica, y en especial la
unión de quiénes están casados, debe basarse en una transparencia y una sinceridad absolutas. A veces la comunicación «gutlevel» resultará más difícil, pero es precisamente en esas ocasiones
cuando es más necesaria. Entre amigos íntimos, o en el matrimonio, ha de darse de vez en cuando una comunión emocional y personal total y absoluta.
Dada nuestra condición humana, ésta no puede ser una experiencia permanente. Sin embargo, puede y debe haber momentos
en los que el encuentro alcance la comunicación perfecta. En esas
ocasiones ambas personas experimentarán una empatia mutua
casi perfecta: yo sé que mis reacciones son totalmente compartidas por la otra persona, y en ella se reduplica perfectamente mi
felicidad o mi aflicción. Somos como dos instrumentos musicales
que dan exactamente la misma nota, que emiten el mismísimo
sonido y con idéntica intensidad. Esto es lo que queremos indicar
al hablar de este nivel de comunicación cumbre.
De ¿Por qué temo decirte quién soy?
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JL ara comprender los efectos de la comunicación cumbre imaginemos a un hombre que permanece solo todo el día en su apartamento. Mientras está en él, tiene una sensación de seguridad; no
tiene necesidad de interacción alguna con otras personas que pueden amenazarle e incluso herirle; sabe dónde están las cosas (la
lamparita, el cuarto de baño, las aspirinas...). Al menos, en su aislamiento está protegido del peligro. El mundo exterior a su pequeño apartamento no existe para él. Está vivo, pero no demasiado.
Respira, pero no vive realmente. De repente, un día se asoma a la
ventana y ve a otra persona que está experimentando un momento de intensidad emocional. Aquello le resulta tan interesante y
tan cautivador que se olvida de todos sus miedos. Abre la puerta,
sale al exterior y, en ese maravilloso y liberador momento, experimenta otro mundo. Empieza a respirar un aire limpio y fresco; la
luz y el calor del sol caen sobre él por primera vez... Y entonces
sabe que la vida que había en él se ha expandido; que ya nunca
podrá regresar, que nunca volverá a ser él mismo ni a vivir una
experiencia tan reducida y que ya no encajaría en ese mundo; y
todo porque ha salido de sí mismo y ha ido hacia alguien distinto
de un modo verdaderamente profundo. Todas las dimensiones de
su mundo, todas las previsiones y prejuicios en los que había estado encerrado, se han desvanecido de alguna manera.
A raíz de las experiencias cumbre, sus protagonistas, si bien
no de un modo siempre espectacular, experimentan una auténtica alteración, porque toda la relación adquiere una nueva profundidad e intensidad. Cada uno verá al otro desde una nueva
perspectiva.
De El secreto para seguir amando.
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JL ermítaseme ahora describir lo que trato de decir al hablar de
experiencia cumbre en la comunicación. Ante todo, supongamos
que en dicha experiencia cumbre te abres de tal forma que el otro
se ve llamado a salir de sí mismo y de todas sus inveteradas y
petrificadas posturas y cálculos para acceder a una nueva experiencia. Esta nueva experiencia no consiste tan sólo en un conocimiento más profundo de la realidad de tu propio yo, sino que además, y en virtud de la refracción y la asimilación posteriores, constituirá una nueva experiencia para el otro, cuya capacidad y realidad se verán incrementadas. Semejante experiencia transformará
para siempre esa realidad y hará que la persona sea más abierta,
más afectuosa y más viva.
Dado que las emociones son las que definen y revelan el yo
esencial, necesariamente estaré revelando mis sentimientos en el
momento de mi transparencia. Es el hecho de compartir mis sentimientos el que te proporcionará la oportunidad de conocerme a
mí y de conocerte a ti mismo de una nueva manera, y de cambiar
mediante ese conocimiento. Tal vez ello suceda mientras te relato
un incidente o te expreso mi amor; pero será el sentimiento o el
contenido emocional el que ocasione ese cambio y te ofrezca la
experiencia de mi persona. A menos que abra mis propios y singulares sentimientos, tú no harás más que «proyectar» en mí tus
propias emociones. Por ejemplo, si te cuento que he fallado en
algo, sin describir vividamente mi reacción emocional exacta ante
ese fallo, tú pensarás que mi reacción fue como habría sido la tuya
en una situación similar; y nunca es así. Si te niego el acceso a la
profundidad de mis emociones, jamás llegarás a conocerme ni te
enriquecerás con el tipo de experiencia cumbre de que estoy
hablando.
De El secreto para seguir amando.
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3—i as personas o las circunstancias pueden estimular una reacción; pero la manera específica en que cada cual reacciona estará
determinada por nuestras propias actitudes y perspectivas personales que, a su vez, se han ido configurando mediante los mensajes introyectados en nuestras mentes y a través de nuestras experiencias vitales. Las actitudes son tan personales como las huellas
dactilares. Por consiguiente, no hay dos personas que vean algo
exactamente del mismo modo ni, por tanto, que reaccionen de
idéntica manera. Hay quien se ríe de algo que otro se toma muy
en serio, o reacciona con compasión ante una persona con la que
otro se enfadaría. Supongamos que a dos personas les ocurre
exactamente lo mismo. Es posible que uno se sienta estimulado
por el reto que conlleva, mientras el otro se siente desolado por la
catástrofe.
El inculpador que proyecta la responsabilidad de sus reacciones no crece. Su vida es un ejercicio perpetuo de proyección y
racionalización. Es una vida de simulación en la que la realidad no
consigue penetrar nunca. Los acusadores se empeñan en que son
otras personas las que están instrumentalizándolos. Por eso nunca
llegan a conocer realmente su propia realidad interior. «La culpa,
querido Bruto, no está en nuestra estrella, sino en nosotros mismos, si nos resignamos a la inferioridad» (Julio César, acto primero, escena segunda).
Si de verdad nos serenamos y dejamos que la verdad que todo esto encierra haga mella en nosotros, se notará de inmediato
en nuestra comunicación, pues haremos «afirmaciones en primera persona» en lugar de «afirmaciones en segunda persona», lo
que tiene un significado mucho mayor que una mera elección de
palabras.
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X A l hacer «afirmaciones en primera persona» —«me enfadé»—
asumimos la responsabilidad de nuestra propia reacción; reconocemos que otra persona en nuestra situación podría haber reaccionado de forma diferente. Puede que la comprensión de las actitudes y la perspectiva que han condicionado nuestra respuesta no
sea fácil o inmediata; sin embargo, sabemos que nuestra reacción
ha sido el resultado de algo que albergamos dentro de nosotros. Y,
cuando hacemos una «afirmación en primera persona», admitimos esa realidad ante nosotros mismos y ante el otro.
De hecho, en muchas ocasiones nos damos cuenta de que hay
personas que nos irritan, mientras que a otros les despiertan compasión; determinadas circunstancias nos molestan, mientras que
otros saben quitarles importancia; percibimos ciertas situaciones
como si fueran «absolutamente horribles», pero somos conscientes de que otros ven esas mismas situaciones como «una oportunidad para ser creativos».
El importante efecto personal de todo ello reside en que, si
asumimos nuestras propias reacciones y aceptamos la responsabilidad sobre ellas, descubriremos nuestro verdadero yo. Iremos
comprendiendo gradualmente que algunas de nuestras actitudes
son paralizantes y tergiversadoras, y es preciso que las revisemos.
Y este tipo de honestidad supondrá una irresistible iniciación en
la madurez.
De El verdadero yo: ¡en pie!
De El verdadero yo: ¡en pie!
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s
upongamos que una persona reacciona con furia ante algo
que otra persona le ha hecho o dicho. En tal caso, puede expresar
su ira de dos formas: 1) «¡Me has hecho enfadar!» (que es una
«afirmación en segunda persona»). O puede decir: 2) «Cuando
dijiste eso, me enfadé» (que es una «afirmación en primera persona»). La primera expresión, la «afirmación en segunda persona»,
niega directamente la veracidad de todo lo que hemos dicho acerca de la responsabilidad personal sobre nuestras propias reacciones; pero aún va más lejos: culpabíliza al otro; es un intento de
manipulación sutilmente disfrazado; sitúa al otro en la posición
de «malo» y, además, es una afirmación que, si se trata de una persona combativa, la invita a entrar en una acalorada discusión en
la que necesariamente ha de haber ganador y perdedor, y que
generará más calor que luz.
MAYO
m i a mayoría sentimos la tentación de generalizar nuestra experiencia personal y olvidamos que los otros son precisamente eso,
otros, diferentes de nosotros. Pero es frecuente que tengamos la
falsa presunción de que todo el mundo reacciona como nosotros.
Esta tentación de generalizar es señal de que sólo hemos descubierto la «alteridad» de forma imperfecta, de que aún no nos
hemos dado cuenta plenamente de lo individuales y únicos que
somos. Por eso, aún seguimos sintiéndonos tentados a proyectar
nuestras reacciones en los demás. Si algo nos hace daño o nos
molesta, damos por hecho que hará daño o molestará a todo el
mundo; si una determinada situación estimula en nosotros preocupación, suponemos que cualquiera se preocuparía en esa misma
situación. Tal hábito de pensamiento y palabra nos convierte en la
norma de toda realidad humana. El descubrimiento de la «alteridad» es esencial para un buen comunicador.
De El verdadero yo: ¡en pie!
Ningún ser humano sobre la faz de la tierra posee la verdad
completa, sino que cada uno sólo tenemos una parte de la verdad;
pero, si estamos dispuestos a compartir nuestras pequeñas porciones, nuestros fragmentos de verdad, todos poseeremos una
realidad mucho más completa, una parte mucho mayor de la verdad total. La imagen que me viene a la mente es la de dos personas situadas a ambos lados de una sólida valla que está pintada
por un lado de marrón y por el otro de verde. Si la persona que
está en el lado verde se empeña en decir que «definitivamente,
esta valla es verde», estará incitando a la polémica a la persona
que está al otro lado de la valla. «No, no es verde. Es claramente
marrón». Es obvio que cada una posee una parte de verdad, que es
justamente lo que sucede en la mayoría de nuestros desacuerdos.
Es difícil imaginar que una persona pueda estar totalmente equivocada sobre cualquier tema complejo. Todos poseemos una parte
de la verdad que hemos de compartir.
De El verdadero yo: ¡en pie!
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J—ia tentación clásica en este asunto —y que podría parecer el
más destructivo de los errores que se cometen en el campo de las
relaciones humanas— es la siguiente: nos sentimos tentados a
pensar que la comunicación de una reacción emocional desfavorable tiende a dividir, a separar. Si yo te digo que me estás molestando cuando haces algo que estás acostumbrado a hacer, tal vez
me sienta tentado a creer que sería mejor no mencionarlo siquiera, y de ese modo nuestra relación será más pacífica. Además
—pienso—, no lo entenderías...
De modo que guardo silencio y me quedo con ello dentro, y
cada vez que tú haces eso que a mí me molesta, mi estómago lleva
la cuenta: 2... 3... 4... 5... 6... 1... 8..., hasta que, un día, vuelves a
hacer lo mismo que has hecho siempre... y se arma un follón de
todos los demonios. Durante todo este tiempo en que has estado
fastidiándome, yo iba guardándomelo dentro y aprendía secretamente a odiarte. La miel de mis buenas intenciones iba convirtiéndose en hiél.
Cuando, al fin, todo estalla en una violenta explosión emocional, tú no comprendes nada, y piensas que semejante reacción
está absolutamente fuera de lugar. Ahora, los lazos de nuestra
amistad o de nuestro amor parecen increíblemente frágiles y a
punto de romperse. Y el caso es que todo empezó el día en que me
dije: «No me gusta lo que hace, pero será mejor no decir nada; de
ese modo nuestra relación será más pacífica». Aquello fue un
error, y yo debería habértelo dicho desde el primer momento.
Ahora se ha producido un divorcio emocional, ¡y todo porque yo
quería mantener la paz entre nosotros...!
De ¿Por qué temo decirte quién soy?
DE
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C
ij encillamente, no estoy lo bastante maduro para entablar una
verdadera amistad si no caigo en la cuenta de que no puedo
juzgar acerca de la intención o motivación de otra persona. Debo
ser lo suficientemente humilde y sensato como para respetar la
complejidad y el misterio de todo ser humano. Si te juzgo, lo único
que hago es revelar mi propia inmadurez y mi ineptitud para la
amistad.
La franqueza emocional no implica nunca un juicio acerca del
otro. De hecho, se abstiene incluso de todo juicio acerca de uno
mismo. Si, por ejemplo, yo te dijera a ti: «No me siento a gusto
contigo», habré sido emocionalmente sincero y, al mismo tiempo,
no habré dado a entender en absoluto que es tuya la culpa de que
yo no me sienta a gusto contigo. No estaré diciendo que es culpa
de nadie, sino simplemente informando de mi reacción emocional
ante ti en ese momento. No te he juzgado. Tal vez la culpa sea de
mi egoísmo, que me ha hecho tan sensible. No estoy seguro y, en
la mayoría de los casos, nunca lo estaré. El estar seguro implicaría
un juicio. Lo único que yo puedo asegurar es que ésta ha sido y es
mi reacción emocional.
Si yo te dijera que algo que tú haces me fastidia, yo no sería
tan arrogante, una vez más, como para pensar que tu acción fastidiaría a cualquiera. Ni siquiera doy a entender que tu acción sea
en modo alguno mala u ofensiva. Sencillamente, digo que yo
estoy experimentando fastidio aquí y ahora. Lo único que sé es
que estoy intentando decirte que en este momento estoy experimentando fastidio. Probablemente sería sumamente útil, en la
mayoría de los casos, prolongar nuestra comunicación «gut-level»
con una especie de aclaración, con el fin de hacer saber al otro que
no hay juicio implícito de ningún tipo.
De ¿Por qué temo decirte quién soy?
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JL*re todas las amenazas a que está expuesto el auténtico diálogo, la que hay que evitar con mayor cuidado es la intrusión de los
juicios, bien sobre uno mismo, o sobre nuestro interlocutor. Ya
hemos dicho que nadie puede causar nuestras emociones, sino
simplemente estimular unas emociones que ya están dentro de
nosotros. La puerta de entrada más habitual de los juicios que
arruinan el diálogo es mi creencia de que tú has causado mis emociones, o el pensamiento de que hay una conexión tan obvia entre
tu acción y mi emoción que «cualquiera habría reaccionado como
yo lo he hecho». Ambas reacciones están basadas en juicios, y
ambos juicios tienen que ser falsos.
Por ejemplo, acordamos encontrarnos a determinada hora y
en cierto lugar. Tú llegas media hora tarde, y yo estoy enfadado.
Debería decírtelo como un simple hecho, dando únicamente a
entender que hay algo en mí que reacciona airadamente cuando
me hacen esperar. Pero piensa en los posibles juicios acusatorios
que podrían acompañar a mis palabras, las inflexiones de mi voz
o las expresiones de mi rostro:
«Podrías haber sido más puntual...». «Has sido muy desconsiderado». «No te importan mis sentimientos». «En realidad no me quieres». «Siempre llegas tarde». «Eres un egoísta». «Lo has hecho para
herirme o para desquitarte». «Ésta es la razón de que no tengas
amigos». «No piensas en las consecuencias». «Cualquier otro habría
salido con tiempo para llegar».
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LJ i tengo que decirte quién soy yo realmente, debo hablarte de
mis sentimientos, tanto si voy a obrar de acuerdo con ellos como
si no. Puedo decirte que estoy enfadado y explicarte el hecho de
mi enfado sin inferir juicio alguno sobre ti y sin tratar de obrar
sobre dicho enfado. Puedo decirte que tengo miedo y explicar el
hecho de mi miedo sin acusarte de ser tú la causa de él y, al mismo
tiempo, sin sucumbir al mismo. Pero, si debo abrirme a ti, tengo
que permitirte tener la experiencia (encuentro) de mi persona,
para lo cual debo hablarte de mi enfado y de mi miedo.
Se ha dicho con razón que o verbalizamos nuestros sentimientos o los somatizamos. Los sentimientos son como el vapor que se
acumula en el interior de una olla: si se guardan dentro y se permite que acumulen intensidad, pueden acabar haciendo saltar la
«tapadera» humana que los reprime, lo mismo que el vapor puede
hacer saltar por los aires la tapadera de la olla.
Cuando enterramos nuestras emociones, no han muerto, sino
que siguen vivas en nuestro inconsciente y en nuestras visceras,
lastimándonos y afligiéndonos. El explicitar nuestros verdaderos
sentimientos no sólo favorece mucho más una auténtica relación,
sino que además es esencial para nuestra integridad física y para
nuestra salud.
De ¿Por qué temo decirte quién soy?
Los juicios son mortales para el auténtico diálogo. Además, el tipo
de juicios que sentimos la tentación de hacer implican normalmente una crítica indirecta y destructiva que resulta fatal para la
autoaceptación, el autoaprecio y la autocomplacencia, y, cuando
estos tres elementos desaparecen, el amor se desvanece.
De El secreto para seguir amando.
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todos nosotros hay una necesidad real de ser amados. Por
ello es muy importante que podamos asimilarlo y saborear su realidad cuando alguien nos ofrece un amor sin condiciones. El amor
es incondicional cuando es ofrecido como un simple regalo, sin
lazos que lo aten. Se expresa cuando alguien dice (y es eso lo que
quiere decir): «Sencillamente, te amo. No tienes que dar nada a
cambio de mi amor. Lo único que tienes que hacer es aceptarlo. Te
amo». Cuando se ofrece amor de esta forma, debemos saber cómo
asimilarlo. Y para ello tenemos que caer en la cuenta de que somos
dignos de ser amados.
Por otra parte, es igualmente necesario ser totalmente honesto en la comunicación de uno mismo. Tenemos que decir quiénes
somos realmente y negarnos a representar cualquier papel que
nos puedan sugerir. Si decido ser únicamente yo mismo, puede
que me pregunte si eso me costará tu amor. «¿Piensas que soy
dulce y paciente?; bien ¿y que ocurriría si me enfadara y perdiera
la paciencia?, ¿seguirías amándome?» No puedo permitir que me
arrincones o que me subas a un pedestal en el que me sienta incómodo e incapaz de moverme. Debo insistir en mi derecho y en mi
necesidad de decirte quién soy realmente. Si vas a amarme sin
condiciones, debes ofrecerme una atmósfera de libertad para que
pueda decirte quién soy verdaderamente.
Del programa de vídeo Free To Be Me.
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JL JLace muchos años leí un libro sobre cómo hablar en público.
El primer capítulo se titulaba: «No trates nunca de ser mejor orador que persona, porque el auditorio se dará cuenta». Era una
paráfrasis de la definición de buen orador que da Quintiliano: una
buena persona que habla bien. Es evidente que implica que normalmente nuestros motivos se transparentan a pesar de nuestros
intentos por camuflarlos. Todos hemos notado que en ocasiones
éramos malinterpretados, y de hecho lo hemos sido; pero en conjunto las intuiciones de los demás sobre nuestras motivaciones
son normalmente acertadas, aunque sean incompletas. Por lo
tanto, las personas que intenten dialogar deberán ser sumamente
sensibles a sus motivos. Yo sugiero tres posibilidades a las que hay
que prestar especial atención.
Ventilación: Cuando ventilamos una habitación, la aireamos.
Nos deshacemos del aire viciado y de los olores. Las emociones
también pueden acumularse dentro de nosotros hasta el punto de
hacernos sentir la necesidad de ventilarlas, de «desahogarnos» de
una vez. Puede haber ocasiones en las que esto sea necesario, pero
cuantas menos sean, mejores serán el diálogo y la relación.
La ventilación es esencialmente egocéntrica: si quiero sentirme mejor, te utilizo como un cubo de basura para mis desechos
emocionales. La necesidad ocasional de este tipo de ventilación es
comprensible, pero nadie quiere convertirse en un cubo de basura
ni en un paño de lágrimas. Volcar mis problemas emocionales sobre ti para sentirme mejor es egocéntrico. Quien convierte esto en
un hábito, se vuelve egoísta, y una persona egoísta tiene muy poca
capacidad para el diálogo y el amor.
De El secreto para seguir amando.
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M
-L W JLanipulación: El segundo posible motivo que debemos considerar es la manipulación. Ya hemos dicho que el amor es esencialmente liberador. El amor se limita a preguntar: «¿Qué puedo
hacer por ti?; ¿cómo necesitas que sea yo?» La pregunta implícita
en la manipulación es justamente la opuesta: «¿Qué puedes hacer
por mi?» La manipulación es como un juego de manos para obligar al otro a satisfacer mis necesidades. Obviamente, habrá veces
en las que yo necesite que tú me ayudes, que estés conmigo, que
me escuches. Y debo sentirme libre para pedírtelo sin miedo al
rechazo.
Sin embargo, la manipulación como motivo del diálogo implica que expongo y describo mis sentimientos a otra persona para
que haga algo al respecto. Como manipulador hago que la otra
persona se sienta responsable de mis emociones. Por ejemplo,
puedo decirte que me siento solo. Se trata del simple hecho de
estar atravesando un período de soledad, y quiero que lo sepas,
porque quiero que me conozcas. O puedo decírtelo de tal modo
que se vea claramente que te hago responsable de llenar el vacío
de mi soledad. Mediante sutiles inflexiones de voz, gestos, etc., te
hago sentir la necesidad de satisfacer mis necesidades. Indirectamente y mediante sugerencias, estoy utilizando la influencia
emocional que tengo sobre ti para conseguir que resuelvas mis
problemas.
De El secreto para seguir amando.
\^jomunicaríón: El único motivo que puede dar origen a un verdadero diálogo es el deseo de comunicación. Ya hemos dicho que
comunicarse significa compartir, y que compartimos nuestro yo
real cuando compartimos nuestros sentimientos. En consecuencia, el único motivo válido para el diálogo es ese deseo de dar al
otro lo más preciado que puedo darle: mi propio ser en la autorevelación, en la transparencia que se alcanza en el diálogo.
NOTA. Estoy seguro de que, como yo, también tú has sentido alguna vez que los demás no están realmente interesados por ti. Ni
siquiera quienes supuestamente nos aman y a los que supuestamente amamos parecen muy interesados en escucharnos. He conocido a muchas esposas que tienen esta falta de interés respecto
de sus maridos, y a muchos maridos que tienen esa misma falta
de interés respecto de sus esposas. Y lo mismo suelen decirme los
jóvenes cuyos padres aparentemente no se interesan por ellos. En
realidad, yo creo que muchos o la mayoría de estos casos pueden
explicarse por el hecho de que la parte «postergada» estaba utilizando uno de los dos primeros motivos para la auto-revelación: la
ventilación o la manipulación. Sé por propia experiencia que me
siento incómodo cuando noto que estoy siendo utilizado o manipulado por alguien. Empiezo a mirar al reloj y a buscar un modo
de escapar. La naturaleza humana es esencialmente gregaria, y la
ley de la «societariedad» está grabada en nuestros corazones. No
obstante, este anhelo de conocer y ser conocido no incluye el
deseo de ser un cubo de basura o un resolvedor de problemas.
De El secreto para seguir amando.
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JL^urante mi infancia, cuando me encontraba en lugares sagrados, me conmovía la sensación de cercanía a Dios. Me quedaba
impresionado, como si se tratara de alguna superstición o de la
imaginación de un niño, pero de una forma muy vaga sabía que
tal o cual iglesia era la casa de Dios, y pensaba que era bueno que
Dios tuviera ventanas de colores (vidrieras) y una fragancia especial (posiblemente el persistente olor del incienso o de las flores
del altar). Todo era muy impreciso, y tal vez algún psicólogo con
nada mejor que hacer lo analizaría en términos de programación
religiosa. Pero de algún modo yo sabía que no era meramente eso.
Dios me había tocado, y los primeros indicios de mi propia fe, así
como los primeros deseos de Dios, se estaban formando en mí.
Recuerdo que cuando se acercaba el día de mi Primera Comunión, escribí la fecha en la palma de mi mano con tinta indeleble.
Quizá sólo era la nota recordatoria para sí mismo de un niño, pero
me inclino a pensar que, incluso en aquellos primeros días de fe,
hallar a Dios en alguno de los lugares de encuentro era algo especial para mí.
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jLXecir «¡Sí!» al don de amor y vida de Dios significa, ante todo
y sobre todo, elegir el amor como principio vital. Sin embargo, decir
«¡Sí!» a Dios no es nada sencillo, porque convertir nuestra vida en
una vida de amor no es fácil. Elegir el amor como principio vital
significa que mi modo de pensar o pregunta básica debe ser la
siguiente: ¿Qué es lo que el amor me lleva a ser, hacer o decir?
Mi respuesta consecuente a cada acontecimiento de la vida, a cada
persona que entra en mi vida, a cada exigencia de mi tiempo, mis
emociones y mi corazón, debe de algún modo transformarse en un
acto de amor. Sin embargo, a fin de cuentas, este «¡Sí!» es el que
me abre a Dios. Al elegir el amor como principio vital, el cáliz de
mi alma se dilata, para que Dios pueda derramar en mí sus dones,
gracias y poderes.
De Unconditional Love.
De He Touched Me.
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Jl.engo que ser honesto al preguntarme a mí mismo si realmente deseo conocer y cumplir la voluntad de Dios o si lo que quiero
es que Dios haga mi voluntad. ¿Me dirijo a Dios con la seguridad
de que sólo quiero conocer y cumplir su voluntad, o prefiero hacer
primero mis propios planes y luego insistir en que Dios haga realidad mis sueños?
Me parece que no buscaré y cumpliré la voluntad de Dios a
menos que esté convencido de dos cosas: 1) que Dios desea mi
felicidad incluso más de lo que la deseo yo mismo; y 2) que Dios
sabe mucho mejor que yo lo que me hará verdaderamente feliz.
Debo preguntar a lo más íntimo de mi persona si realmente
creo en estas dos verdades. El desear realmente la voluntad de
Dios por puro gozo personal dependerá de mi creencia en ellas.
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el encabezamiento del libro he escrito que «hacer tu voluntad, O Dios, es mi deleite. Heme aquí, que vengo» (Salmo 40).
Todos los días rezamos la oración del Señor, «Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo». Todo esta ahí, ¿verdad?. A mí no
me cabe duda de que el desear y el hacer la voluntad de Dios es lo
que da la medida de la santidad de una persona. Es la medida de
la fe. Es la medida de nuestro amor. La santidad no se mide por la
intensidad o devoción con las que oramos; no se mide por las gracias que hemos recibido o la unión con Dios de la que hemos gozado. La única medida de la santidad o la cercanía a Dios es nuestro
anhelo de querer y hacer su voluntad. «Hágase tu voluntad».
En el capítulo séptimo del evangelio de Mateo, Jesús dice: «No
todo el que me diga "Señor, Señor" entrará en el Reino de los
Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial».
De la cassette The Growing Edge OfLife.
De la cassette The Growing Edge OfLife.
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los años cuarenta, los seminarios acostumbraban aceptar a
jóvenes que acababan de finalizar la enseñanza secundaria. Un
día, cuando cursaba el último año de ésta, me encontré sentado
frente a mi director espiritual y me oí decirle que quería ser sacerdote. Si me hubierais preguntado entonces, como hizo él, por qué
quería ser sacerdote, seguramente habría salido del paso con algunas razones y motivos precoces. De hecho, sólo habrían sido apropiados si hubiera expuesto una experiencia más profunda, la llamada de Dios, la misma corriente de gracia que me ha movido
lenta pero constantemente todos los días de mi vida. De algún
modo, entrar al servicio de Dios como sacerdote parecía justamente lo que tenía que hacer. Cualquier otra cosa era mera palabrería (que también se me daba muy bien).
Nadie de mi familia ni ninguno de mis amigos creían que
hablaba en serio sobre mis intenciones de hacerme sacerdote.
Incluso mi padre, que estaba seguro de que mi destino era llegar
a ser un gran abogado, se mostró incrédulo cuando quedaban
pocos días para mi partida. Ahora pienso que me gustaba bastante la idea de que la gente no me creyera. No quería parecer un piadoso «destinado-al-ministerio-desde-su-primera-infancia». Yo era
el «batallador», el polemista, el pianista de jazz, el bailón... Pero la
irresistible fuerza del amor de Dios y la corriente de su gracia me
movían a hacer algo mucho mejor y me llevaban a un lugar también mucho mejor.
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\*J uando era un «novicio» jesuíta, experimenté un prolongado
período de dolorosas dudas acerca de la fe. Una noche de verano,
durante aquel período de prueba, estaba estudiando cuando una
polilla comenzó a golpear el cristal de mi ventana intentando llegar a la luz que alumbraba mi escritorio. Una y otra vez trataba de
llegar a la luz, se golpeaba en la ventana, caía y lo intentaba de
nuevo. De repente me di cuenta de que la polilla y su frustración
simbolizaban mi búsqueda de Dios. A mí me parecía que sobre el
rostro y el corazón de Dios había algún tipo de velo misterioso. El
antiguo calor y la placidez de su presencia habían desaparecido.
¿Era yo infiel, o era que él me estaba pidiendo que mi fe echara
raíces más profundas? Todos reconocemos que tendemos a buscar
el consuelo de Dios, en lugar de al Dios del consuelo. Quizás aquél
fue el laboratorio de la vida y del amor en el que se me pidió que
madurara y me purificara.
Paul Tillich escribió en cierta ocasión que el círculo de muerte-resurrección del cristianismo es también característico del crecimiento en la fe. La antigua fe debe morir, corroída por las dudas,
pero sólo para que pueda nacer una fe nueva y más profunda.
De He Touched Me.
De He Touched Me.
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M /legué al altar de mi ordenación como sacerdote con costumbres ambivalentes e identidad ambigua. El día de la ordenación le
entregué a Dios una fracción de mí mismo, no sé si grande o
pequeña. No sentí muy profundamente la vergüenza de mi condición, porque nunca la había afrontado honestamente. Los mecanismos de defensa de la naturaleza humana son ingeniosos. La
vista y la memoria son muy selectivas. Tendemos a ver y a escuchar sólo lo que queremos. Una vez que hice un holocausto público de mí mismo para Dios, no pude enfrentarme al hecho personal de estar atizando las ascuas para que ardieran las astillas aún
intactas. Lo que decía mi boca no era mi estilo de vida. Hablaba de
algo mucho mejor de lo que era capaz de vivir.
El día de mi ordenación el sol brillaba y hacía calor. Las familias y los amigos de los ordenandos se apiñaban en nuestra húmeda capilla, y los futuros sacerdotes nos postramos ante el altar
mayor al principio de la ceremonia. Esta postración es un gesto
mediante el cual el futuro sacerdote da a entender su muerte, su
muerte a sí mismo y a su propio interés y beneficio. Después se
alza a la llamada del obispo, y esto simboliza que está vivo sólo
para Cristo y su Reino. El sacerdocio se interpreta teológicamente
como una identificación más profunda con Cristo. De hecho, al
sacerdote se le llama alter Christus, «otro Cristo». Desde entonces
he sufrido por la discrepancia que refleja mi vida entre las palabras y los hechos y la esencia de mi compromiso; pero en aquel
momento no sufrí. El sol brillaba resplandeciente; la ceremonia
fue solemne e impresionante, y me hice sacerdote. Mi madre lloró
y me abrazó con orgullo.
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i_J iempre he creído que, cuando Dios llama a un ser humano, la
experiencia sobrevivirá a tres pruebas: 1) La prueba del tiempo: la
persona a la que Dios ha llamado nunca volverá a ser la misma.
Aun cuando el cambio no sea dramático, la experiencia de Dios
dejará una señal permanente. Las emociones impulsivas o las sugerencias subconscientes vienen y van. La hora de Dios tiene una
pervivencia evidente. 2) La prueba de la realidad: el alma a la que
Dios ha llamado no se refugiará en una postura de desapego del
mundo o en las torres de marfil del éxtasis privado, sino que profundizará en una conciencia personal del mundo. Tales personas
verán la belleza del mundo con nuevos ojos; oirán su música y su
poesía como nunca antes, y sabrán que es un mundo hermoso.
Pero también descubrirán un contacto más profundo con la tristeza del corazón humano. Quienes experimenten a Dios percibirán una nueva conciencia de la realidad de cuanto les rodea, una
nueva vivacidad. Como dijo san Ireneo en el siglo n: «La gloria de
Dios es la persona plenamente viva». El auténtico contacto con
Dios tiene como resultado un nuevo y vital «¡Sí!» a la vida. Y 3) La
prueba de la caridad: los seres humanos que se han abierto a la llamada de Dios, gracias a ese contacto se parecerán más a Dios. Se
convertirán en personas que aman más. San Juan dice que Dios es
amor, y que quien no ama no puede haber conocido a Dios. Quien
permanece en Dios, permanece en el amor. La más grande y resplandeciente de todas las intervenciones milagrosas de Dios será
siempre la producción de una persona que ama, la transformación
de una persona egoísta en generosa. De esto es, en esencia, de lo
que trata la hora o la llamada de Dios. Esto es lo que Dios está haciendo en nosotros. El don del amor es el mayor don del Espíritu
de Dios.
De He Touched Me.
De He touched Me.
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A A. veces pienso que intentamos dictar a Dios cómo debe ser
nuestro testimonio y nuestro discipulado, en lugar de ponernos a
su disposición. Quizá la experiencia de Dios, su poder y su presencia se vean obstruidos por nuestro incorregible egoísmo. Puede
que no oigamos a Jesús decir que la persona que está siempre buscando su propia vida, nunca la encontrará; pero que quienes están
dispuestos a perder su vida, la encontrarán. Personalmente creo
que en mi propia vida hay muchas situaciones en las que podría
haber sentido la presencia de Dios, pero no la sentí porque mi propia presencia me preocupaba demasiado. No oí lo que Dios quería
de mí, porque estaba demasiado ocupado instando con mis propias peticiones a Dios. No obtuve respuesta, porque hacía preguntas erróneas.
De algún modo estoy seguro de que el camino más directo
para la experiencia religiosa es pedir la gracia de dar, de compartir, de consolar a otro, de vendar una herida dolorosa, de alzar un
espíritu humano caído, de solucionar un enfrentamiento, de descubrir a un amigo olvidado, de apartar una sospecha y reemplazarla con confianza, de alentar a alguien que ha perdido la fe, de
permitir a quien se siente inútil hacerme un favor, de mantener
una promesa, de enterrar un viejo rencor, de reducir mis exigencias respecto de los demás, de luchar por un principio, de expresar gratitud, de superar un temor, de apreciar la belleza de la naturaleza, de decir a los demás que les amo y repetírselo de nuevo...
Me obsesiona la posibilidad de no haber oído la voz de Dios
hablándome en todas las circunstancias y personas de mi vida por
haber estado haciendo preguntas equivocadas y peticiones erróneas. Puede que haya estado demasiado ocupado hablando como
para escuchar.
De A Reason To Live, A Reason To Die.
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X nosotros podemos tener una experiencia auténtica de Dios. Si
lo intentamos, podemos experimentar su luz cuando estamos en
la oscuridad, su fuerza cuando somos débiles, su presencia cuando estamos solos, su curación cuando hemos sido heridos... De
hecho, los ojos de la fe buscarán y encontrarán a Dios en todas las
cosas. Éste fue el genio religioso específico de san Ignacio de Loyola, que dio a sus seguidores la siguiente regla: «Buscar y hallar
a Dios en todas las cosas».
Debemos buscar y hallar a Dios en los gozos del amor humano, en la magnificencia de una puesta de sol, en una noche estrellada, en la densa nevada que comba las ramas de los árboles de
hoja perenne en invierno, en una chimenea al final de un día perfecto... Toda realidad es un reflejo de Dios, y Dios mora, en una
forma más profunda de existencia, en todas las cosas. En toda
realidad hay muchos modos o estratos de existencia. El peligro
que nos acecha es el de la superficialidad. Podríamos mirar una
hermosa hilera de árboles y sólo ver maderos; podríamos mirar
una página de poesía profunda y sólo ver palabras. El nivel más
profundo y último de toda existencia es Dios mismo, porque toda
realidad es participación en su existencia y en su belleza.
Consiguientemente, para el creyente, toda realidad es sacramental, signo visible del poder y de la presencia de Dios. El poeta jesuíta Gerard Manley Hopkins dice en su poema «El naufragio del
"Deutschland"»:
«Envío mi beso
a las estrellas,
a la maravillosamente dispersa luz estelar
que le trasluce a él;
y resplandezco, me glorio en el trueno.
Envío mi beso al purpúreo poniente;
pues, aunque él está bajo el esplendor y el portento del mundo,
su misterio ha de ser desvelado, resaltado;
por eso yo le acojo los días que le hallo,
y prorrumpo en bendiciones cuando comprendo».
De He touched Me.
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ios siempre ha sido generoso en lo que se conoce como «oración de petición». San Agustín dijo de este tipo de oración que era
«nuestra mayor fuerza y la mayor debilidad de Dios. El Señor nos
asegura: «Pedid y recibiréis; llamad y se os abrirá. Todo lo que
pidáis en mi nombre se os concederá».
Con frecuencia pienso en Dios como una toma de corriente
eléctrica. Detrás de cada toma de corriente se encuentra el misterioso poder de la electricidad que puede iluminar una habitación,
calentar una casa, proyectar una película... Sin embargo, la toma
de corriente es literalmente inútil si no enchufamos algo en ella,
si no conectamos con la fuente de poder. Se nos asegura que el
poder de Dios está preparado para iluminar nuestra oscuridad,
suturar nuestras heridas, llenar nuestro vacío, fortalecer nuestro
valor, enderezar nuestras desviaciones y crear en nosotros corazones llenos de amor. La conexión con todo ese poder es la oración.
El salmista nos asegura: «El Señor está cerca de todos los que le
invocan» (Sal 145,18).
De El verdadero yo: ¡en pie!
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-L y o necesitamos un retrato teológicamente exacto de Dios para comenzar el diálogo de la oración. Si así fuera, nadie podría ni
siquiera empezar a rezar. Llegar a conocer a Dios es un proceso
dialogal. Comenzamos con impresiones erróneas, ideas distorsionadas, miedos infundados y prejuicios personales. Pero gradualmente, a medida que nos abrimos a él y él se abre a nosotros,
corregimos viejas impresiones erróneas, obtenemos nuevas revelaciones y experimentamos nuevas facetas del Dios misterioso y
tierno que no puede olvidarnos aunque una madre se olvidara del
hijo que lleva en sus entrañas. Pero haber estado equivocados
acerca de Dios no significa que no hayamos hablado con él. Sólo
perseverando en este tipo de oración llegaremos a equivocarnos
cada vez menos acerca de él, hasta que llegue el día en que le
conozcamos del mismo modo que él nos conoce a nosotros.
Al llegar a este momento de mi vida, lo que más necesitaba era
saber que Dios quería de verdad estar íntimamente cerca de mí.
Necesitaba desprenderme del concepto deístico de Dios como
alguien distante, desinteresado e inoperante en mí y en mis poderes humanos. Pero sobre todo necesitaba tener algún éxito en este
método de oración. Necesitaba sentir la llamada de Dios, experimentar sus pensamientos dilatando mi mente, sentir la firmeza
de su fuerza y sus deseos en mi voluntad, escuchar su voz, experimentar su luz en la oscuridad de mis noches, sentir su calma en
mis momentos de angustia... Sólo entonces, en estas divagaciones
en la misericordia de este Dios tierno, presente y disponible, supe
que él quería realmente que yo fuera suyo y formar parte de mi
corazón para siempre. Sólo entonces, cuando lo conseguí, supe
que Dios nunca podría parecerme el mismo, y que yo ya nunca
podría ser el mismo de nuevo.
De He Touched Me.
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X X h o r a interpreto y enfoco la oración como la comunicación en
una relación de amor, un hablar y un escuchar en la verdad y la confianza. Hablar a Dios con sinceridad es el comienzo de la oración,
pues sitúa a la persona ante él. Creo que el «don» primordial del
amor es el don de uno mismo a través de la auto-revelación. Sin
esa auto-revelación, no hay un auténtico don, porque sólo en ese
momento es cuando estamos dispuestos a situar en primera línea
a nuestro auténtico yo, a ser admitidos para bien o para mal, a ser
aceptados o rechazados; y sólo entonces empieza el verdadero
encuentro interpersonal. No comenzamos a ofrecernos a nosotros
mismos hasta que no nos ofrecemos de esta manera, porque el
amor exige presencia, no presentes. Todos mis dones (presentes)
son meros gestos, hasta que no haya dado mi auténtico yo (presencia) en una auto-revelación sincera. Lo mismo que sucede en
todas las relaciones interpersonales, sucede en la relación con
Dios: no me pongo en sus manos o hago frente a su libertad de
opción para aceptarme o rechazarme, para amarme u odiarme,
hasta que le haya dicho quién soy. Sólo entonces puedo preguntarle si me acogerá, si permitirá que sea suyo y si él será mío.
Según Martín Luther King, la primera norma para una buena oración es no mentir a Dios. Al hablar con Dios en el diálogo de la oración, debemos revelarle nuestro yo desnudo y verdadero.
Debemos contarle la verdad de nuestros pensamientos, deseos y
sentimientos, cualesquiera que sean. Puede que no sean los que a
mí me gustaría, pero no son buenos o malos, verdaderos o falsos,
sino míos.
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X J L u n q u e hablar a Dios no es sencillo, mi experiencia me ha
convencido de que escucharle en el diálogo de la oración es incluso más difícil. ¿Cómo se comunica Dios conmigo?; ¿cómo me
revela quién es después de que yo me haya revelado a él?; ¿tengo
que esperar horas, días, semanas o incluso años para ver lo que
Dios hará con mi apertura a él, o hay una respuesta más inmediata y directa? Yo creo que sí la hay.
Me hago preguntas como la siguiente: ¿puede Dios introducir
una nueva idea directa e inmediatamente en mi mente?; ¿puede
darme una nueva perspectiva para ver mi vida, con sus éxitos y
sus fracasos, sus agonías y sus éxtasis?; ¿puede Dios poner nuevos
deseos en mi corazón y nueva fuerza en mi voluntad?; ¿puede tocar
y calmar mis turbulentas emociones?; ¿puede realmente susurrar
palabras en los oídos de mi alma a través de la facultad interna
que es mi imaginación?; ¿puede estimular Dios ciertos recuerdos
almacenados en el cerebro humano cuando se necesitan? Estoy
seguro de que Dios no sólo puede, sino que de hecho llega a nosotros de estas maneras.
Oro diciendo a Dios quién soy y escuchándole cuando me
revela no sólo quién es él, sino también quién soy yo y lo que mi
vida y este mundo significan para él. Mi escucha es la silenciosa
entrega a él de las cinco facultades o poderes de percepción a través de los cuales creo verdaderamente que viene a mí.
De He Touched Me.
Le he contado dónde vivo realmente, en la creencia y en la
increencia. Le he hablado de mi desgana a la hora de responder a
su llamada, de mis resentimiento emocional por ser u n instrumento público, un siervo al que no se sabe valorar. He sido como
Job en el Antiguo Testamento, maldiciendo el día en que me creó,
y como el profeta Jeremías, acusándole de hacer de mí no un profeta sino un tonto. He sido un rey David cantando su misericordia
y su perdón, de los que siempre he necesitado a lo largo del camino de mi peregrinaje.
De He Touched Me.
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V-^ómo nos habla Dios? Ya hemos dicho que hay cinco antenas
a través de las cuales Dios se comunica con nosotros. La primera
de estas antenas es la mente.
Dios actúa en mi mente. Después de situarme ante el Señor, él
viene a mí para ayudarme a ver, a través de sus ojos y de su perspectiva eterna, a la persona y los problemas que le he descrito.
Pone sus ideas en mi mente, y en especial sus perspectivas. Amplía mi visión, me ayuda a ver lo que es realmente importante en
la vida y a distinguirlo de lo que no lo es. Siempre he definido la
falsa ilusión como la confusión de lo que es importante en la vida
con lo que no lo es. Yo personalmente me pongo nervioso y saco
las cosas de quicio en especial cuando mi ego se siente amenazado. Entonces emprendo batallas sin sentido sobre temas de enfrentamiento erróneos. Después, cuando oro, le hablo de todo ello.
Entonces él viene a mí y, con su proverbial delicadeza, llena mi
mente con sus pensamientos y su visión. Y me rescata de mis falsas ilusiones.
De He touched Me.
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ios actúa también en mi voluntad. Lo que he aprendido respecto de mí mismo en los últimos cuarenta años de mi vida es que
soy débil. Sin disimulos ni vergüenza. Sin falsa humildad. Soy
verdaderamente una persona débil con una enorme necesidad de
redención. En los días de mis primeros fervores al servicio de Dios,
tras entrar en el noviciado, solía ofrecerle mi día al despertarme.
Le prometía un día «perfecto», un día de perfecto amor y servicio.
Después, en mis oraciones nocturnas sólo podía ofrecerle mi arrepentimiento. He tardado mucho tiempo en llegar a desconfiar sinceramente de mi fuerza y en entregarle mi vida.
Sólo cuando estuve dispuesto a admitir mi insignificancia, comenzó Dios a hacer algo conmigo. Su fuerza se hizo manifiesta en
mi debilidad. Pero, en lugar de limitarse a armar de valor mi voluntad para afrontar el desafío del costoso discipulado, vino a mí
en la oración y puso nuevos deseos en mi voluntad. Tanto psicológica como espiritualmente, es muy importante que seamos personas de deseos. Estoy seguro de que todo gran logro en la historia de la humanidad comenzó con el nacimiento de un deseo en
algún corazón humano.
Por lo tanto, él viene a mí, en la escucha, en los momentos receptivos de la oración, y me transmite su poder; él reaviva mis
deseos de ser suyo, de ser útil para todos, de ser una especie de
fuente pública al servicio de todos por el Reino de Dios, como lo
fue su Hijo durante su vida entre nosotros.
De He Touched Me.
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JLSios actúa en mis emociones. Cuando me encuentro emocionalmente amargado o desanimado, cuando experimento ese dolor
sordo de la soledad o estoy triste por alguna crítica o fracaso, él
viene a consolarme. Es como si su poder sanador se extendiera por
mis sentimientos neuróticos. Si puede hacer que un leproso quede
limpio, puede hacer que un neurótico se vuelva normal. Suelo
pedirle a Jesús que alce la mano que calmó los vientos y las olas
de Genesaret sobre mi alma turbulenta: haz que yo también me
calme y me tranquilice. Sin embargo, creo firmemente que Dios
no sólo viene a confortar al afligido, sino también a afligir al que
se encuentra confortablemente instalado.
Hay ocasiones en las que viene no a inquietarme, sino únicamente a reorganizar mis valores o a hacerme consciente de alguien necesitado; y siempre a incitarme a crecer. Nunca le he pedido una vida sin problemas o una tranquilidad inquebrantable.
Sólo le pido esa paz que sabe lo que es importante y lo que no lo
es, sólo esa serenidad que sabe que he sido amado y que estoy llamado a amar.
De He Touched Me.
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JLJios actúa en mi imaginación. Las mismas personas que creen
que Dios puede entrar en la mente con ideas y perspectivas, en la
voluntad con su fuerza y sus deseos o en las emociones con su paz,
se muestran reacias a aceptar que Dios pueda estimular nuestra
imaginación para escuchar interiormente palabras reales o ver
visiones auténticas. Mi propia madre me contó en cierta ocasión,
muy confidencialmente, que Dios le había hablado con frecuencia
dándole directrices bastante concretas sobre su vida. Y me dijo:
«No se lo contaría a nadie más, porque los demás pensarían que
estoy un poco loca». Recuerdo que yo le aseguré que era cosa de
familia, porque yo también había oído a Dios y percibido interiormente una amorosa mirada de Jesús, y creo que se trató realmente del toque de Dios estimulando mi imaginación.
Éste, naturalmente, fue el problema de Juana de Arco y sus
voces. Lo que sigue es un corto extracto de la obra de George
Bernard Shaw, St. Joan:
Robert: ¿Qué quieres decir?; ¿voces?
Joan: Oigo voces que me dicen lo que tengo que hacer.
Proceden de Dios.
Robert: Proceden de tu imaginación.
Joan: Por supuesto. Así es como nos llegan los mensajes de Dios.
No cabe duda de que puede ser difícil distinguir las palabras que
provienen del estímulo de la gracia de Dios de las que pueden provenir simplemente del autoestímulo o la autosugestión; pero la
realidad no se debe negar simplemente porque la gracia de Dios
dentro de nosotros pueda ser estimulada. Dios tiene acceso a
nosotros a través de este poder de la imaginación. En cierta ocasión discutía esta vía que Dios emplea para llegar a nosotros con
una psicóloga que oraba, y su opinión era que siempre habría
«algo sorprendente, distintivo y duradero» en la comunicación de
Dios. Creo que tenía razón.
De He Touched Me.
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ecuerdo que en cierta ocasión le pregunté a Dios qué deseaba decirme o pedirme. Era un momento de ardiente fervor en el
que me sentía preparado para escuchar cualquier cosa. En un
momento de tranquila escucha, oí interiormente las siguientes
palabras: «Te amo». Y me sentí desilusionado: ya lo sabía. Pero él
volvió a mí, esta vez a través del canal de mi mente. De repente,
me di cuenta con mucha claridad de que nunca había aceptado e
interiorizado realmente el amor de Dios por mí. En el preciso instante de esa intuición llena de gracia, vi que yo sabía que Dios
había sido paciente conmigo y me había perdonado; pero me
asombró no haberme abierto nunca a la realidad de su amor.
Lentamente caí en la cuenta de que Dios tenía razón. Nunca había
escuchado realmente el mensaje de su amor. Cuando Dios habla,
siempre habrá «algo sorprendente, distintivo y duradero».
De He Touched Me.
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ios actúa en mi memoria. El último canal o antena de la recepción humana de la comunicación de Dios es la memoria. Se
dice que el amor consiste en partes iguales de memoria e intuición. También hemos insistido en que los únicos errores auténticos que cometemos son aquellos de los que no hemos aprendido
nada. Cuando Dios se comunica con nosotros a través de la estimulación de algún recuerdo almacenado, puede despertar nuestro
amor haciéndonos recordar su ternura y su bondad en el pasado,
fortaleciéndonos para que vivamos el momento presente y tengamos esperanzas para el futuro. También puede impedirnos repetir
un viejo error recordándonos el pasado. Para mí, al menos, el fundamento de mi fe y mi gratitud es el recuerdo de la bondad de Dios
en la historia de mi vida: sus advertencias, sus invitaciones. «Lo
único que te pido es que me recuerdes siempre amándote».
De He Touched Me.
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A b u r a n t e los últimos años de su vida, mi querida madre padecía una artritis que la inmovilizaba seriamente. En algunas ocasiones, yo la tomaba en mis brazos para subir y bajar las escaleras
de nuestra casa de Chicago. La rutina era predecible. Después de
bajar varios escalones, mi madre extendía su mano y se agarraba
firmemente a la barandilla. El diálogo que seguía era siempre más
o menos así:
3—i a seguridad es una necesidad muy intensa en nosotros, ¿verdad? Tenemos tantas preguntas estremecedoras e inquietantes
palpitando en nuestros nervios y músculos...: ¿Qué me ocurriría si
me dejo llevar?; ¿tendría suficiente —suficiente tiempo, dinero,
seguridades para la vejez, personas para cuidarme, inteligencia,
salud...? Y por eso, me aferró con fuerza a mis barandillas de seguridad, que me permiten sentirme a salvo, pero me mantienen
paralizado, de modo que son un obstáculo para la gracia.
— Mamá, tienes que dejarte llevar. Si no te dejas llevar, no nos
podemos mover.
— Tengo miedo de que me tires.
— Si no te dejas llevar, voy a contar hasta tres y a dejarte caer.
Una... Dos...
El Señor debe reírse de mí como yo me reía de mi querida
madre porque tenía miedo de que pudiera dejarla caer. Debe querer responder mis inquietas y trémulas preguntas sobre «si tendré
suficiente» con un confortador pero desafiante: «Confía en mí. ¡Yo
Mi madre siempre se dejaba llevar después de que yo hubiera contado hasta dos, entonces bajábamos varios escalones más. Sin embargo, después de haber avanzado esos escalones, se repetía el
mismo proceso y el mismo diálogo. Mi madre se agarraba a la barandilla, y yo le advertía de su suerte si no se dejaba llevar.
En una de estas situaciones pensé que el diálogo entre mi madre y yo debía ser similar al diálogo entre el Señor y yo. Por supuesto, él tiene el mundo entero en sus manos, incluyéndome a
mí, y él me mueve hacia mi deseado destino. Sin embargo, yo sigo
agarrándome a las «barandillas de seguridad» que me ayudan a
sentirme a salvo. Jesús me recuerda que no nos podemos mover
mientras me aferré de ese modo a las pequeñas facultades, posesiones y logros que forman parte de mi mecanismo de seguridad.
Le oigo claramente decirme: «Déjate llevar...», pero de mi siempre
honesto estómago sale el doloroso lamento: «Tengo miedo de que
me tires». Me aterroriza la perspectiva de tener las manos abiertas. ¿Qué ocurriría si pronunciara el «sí» de la rendición?; ¿qué me
sucedería?
SERÉ LO QUE TÚ NECESITAS!».
Cuando amamos a otra persona, nuestro amor asume unas veces la forma del consuelo y otras la del desafío. Jesús, que nos
ama, es ambas cosas para nosotros: consuelo y desafío. Hay un
inestimable consuelo en su presencia y en la tranquilizadora promesa de su amor incondicional. Pero también hay un desafío infinito en su exigencia de confianza: «Déjate llevar. ¡Yo seré lo que tú
necesitas!» Es el desafío del amor pidiéndonos que abramos las
manos. En tu vida y en la mía habrá muchos momentos como el
descenso por la escalera de mi madre en los que nos dejaremos llevar y experimentaremos la libertad de ser capaces de movernos.
También habrá ocasiones en que tendremos los nudillos blancos,
temblaremos de miedo por nuestra seguridad personal y no tendremos la suficiente confianza para «dejarnos llevar y dejar a Dios
ser Dios».
De The Christian Vision.
De The Christian Vision.
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Verano
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ecuerdo muy bien mi ingreso en el noviciado de los jesuitas.
Cuando les cuento a mis alumnos actuales las condiciones de vida
en el noviciado jesuita de los años cuarenta, les parece increíble.
Nos os invitaré a experimentarlo, pero os aseguro que por muchas
cosas, desde el madrugón a las cinco de la mañana, hasta el mobiliario —que parecía hecho con maderas de cajas de fruta—, pasando por la conversación sobre los asuntos cotidianos en latín,
los largos silencios y las cuatro horas de oración cada día, era traumático para la mayoría de nosotros.
Cuando el desafío dejó de ser una novedad, y el alto precio de
este tipo de discipulado resultó obvio, la duda me asaltó como el
repentino restallido de un trueno en una noche de verano, y la
posterior tormenta de inseguridad oscureció por completo mi
alma y mi vida. ¿Existía realmente un Dios?; ¿era Jesucristo realmente el Hijo de Dios?; ¿era el Evangelio realidad o ficción?... Entonces me apresuraba a ponerme a orar muerto de miedo, pero no
encontraba a nadie. La experiencia de Dios era para mí una inmensa soledad y un yermo silencio: la muerte de todo lo que había
sido, sin una visión o una promesa de un nuevo nacimiento.
Al llegar a aquel punto fue cuando las palabras de mi antiguo
vecino volvieron a mí con urgencia e insistencia nuevas. Me había
parecido tan seguro cuando decía: «Ya lo ves, no hay Dios... no hay
Dios... ¡no hay Dios!».
De He Touched Me.
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DE
JULIO
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J~ FXiraba los austeros alrededores y cumplía tristemente las
formalidades de aquella espartana vida del noviciado. De hecho,
en mi corazón había un funeral constante. Dios me había dejado
solo en aquel solitario lugar. Pensé que había perdido la fe. El
maestro de novicios, que en teoría debía guiarnos a través de
aquel desierto, no parecía estar demasiado alarmado por mi repentino ateísmo. Me aconsejaba paciencia conmigo mismo y con
Dios. Pensé que no había percibido realmente el impacto pleno
de mi problema; él no había notado que todo mi mundo se
convulsionaba.
Aquella «noche oscura» de descreimiento duró cuatro sombríos y desolados meses. Y entonces algo sucedió. Fue el comienzo
del resto de mi vida, la experiencia religiosa cardinal de mi historia personal. Por la noche, los novicios teníamos quince minutos
de examen de conciencia durante los cuales nos arrodillábamos
en un reclinatorio, con las manos posadas en la mesa y la mente
repasando el día en busca de los fallos, por acción u omisión, de
pensamiento, palabra y obra. Lo único que yo hacía bien, o al
menos eso me parecía, era colocar el reclinatorio en el lugar adecuado. Un reclinatorio bien colocado, solía decirme humorísticamente, es la mitad de la batalla.
Y aquella noche, sin duda alguna, Dios me tocó.
De He Touched Me.
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V ^ c u r r i ó un viernes por la noche al principio de la primavera,
mientras colocaba en su sitio el reclinatorio para el examen de
conciencia vespertino. Con la misma brusquedad y sorpresa de un
ataque al corazón, me sentí lleno de la consciencia experiencial de
la presencia de Dios en mí interior. Suele decirse que nadie puede
transmitir una experiencia a otro, sino que lo único que puede
ofrecer son sus reflexiones sobre esa experiencia. Estoy seguro de
que es verdad. Lo único que yo puedo decir, al intentar compartir
mi experiencia contigo, es que me sentí como un globo que estaba siendo hinchado con el puro placer de la presencia amorosa de
Dios, incluso hasta el punto de sentirme incómodo y dudar de
poder resistir más tiempo aquel repentino éxtasis. Pienso que la
canción «¡El me tocó!» es el modo más adecuado de describir la
experiencia de aquella noche. Estoy convencido de que todas las
experiencias humanas, pero en especial la experiencia de un Dios
infinito, son fundamentalmente incomunicables. De algún modo,
Dios excederá siempre los límites de nuestro entendimiento humano. Precisamente porque es infinito, no puede ser situado bajo
la lente de una mente humana finita. Nuestros encuentros con su
infinitud no pueden nunca encajar en nuestros conceptos o palabras finitas. Lo único que puedo decir es que «Él me tocó (y ya
nada me pareció lo mismo)». Si hay un período de «luna de miel»
en la relación de alguien con Dios, la mía fue el siguiente año.
Hubo «toques» repetidos siempre en un momento inesperado,
siempre sorprendentes y siempre increíblemente cálidos. Durante
aquel año leí por primera vez el poema de Gerard Manley Hopkins
«El naufragio del "Deutschland"» y encontré en él las palabras
poéticas para decir lo que yo estaba experimentando.
«¡Tú dominándome,
oh Dios dador del aliento y el pan;
ribera del mundo, vaivén del mar;
Señor de vivos y muertos;
Tú has aglutinado en mí huesos y venas,
has fijado mi carne,
y después, casi me has deshecho con un horror
del que eres responsable,
¿y vuelves a tocarme de nuevo?
Una y otra vez siento tu dedo
y te encuentro».
De He Touched Me.
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W J n la obra de Thornton Wilder Our Town, una mujer joven,
Emily, muere, pero descubre que se le permite revivir de nuevo un
día de su vida y elige el de su duodécimo cumpleaños. Cuando
vuelve a la vida, se siente realmente ansiosa de saborear cada
momento de aquel maravilloso día de su vida y lamenta no poder
mirar cada una de las cosas con suficiente detalle. Entonces se da
cuenta de que ninguno de los que la rodean comparte su alegría
de vivir. Y suplica a su madre: «¡Venga, mirémonos la una a la otra
de verdad!» Cuando, con gran tristeza, cae en la cuenta de que
nadie la comprende, dice: «¡Oh tierra!, ¡oh vida!, sois demasiado
maravillosas para que nadie se fije en vosotras. ¿Es algún ser
humano consciente del significado de la vida mientras aún vive?».
Con frecuencia, yo mismo me he preguntado por qué no vivimos más plenamente, por qué no saboreamos cada momento de
esta gran oportunidad llamada vida. La persona media sólo utiliza en el transcurso de su vida el diez por ciento de su potencial.
¿Qué sucede con el otro noventa por ciento? Yo tengo una teoría
que me gustaría exponeros. En mi teoría hay una visión de la realidad que controla todo lo que tiene que ver con nosotros y con
nuestras vidas. Cada uno de nosotros percibe la realidad de manera diferente. Nuestra visión incluye la forma de vernos a nosotros
mismos, a los demás, la vida, el mundo que nos rodea y a Dios.
Esa visión está dentro de ti, del mismo modo que hay una visión
dentro de mí, pero cada uno tenemos una visión diferente y característica que controla y regula nuestra capacidad de vivir y disfrutar. Yo opino que la calidad de toda vida humana está determinada por dicha visión. La capacidad de cada ser humano de participar en la vida, de unirse a la danza de la vida y de cantar los cantos de la vida está controlada por esa visión.
Del programa de vídeo Free To Be Me.
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X uedo pedirte que proyectes un cortometraje casero en la pantalla de tu imaginación? Imagina que llegas a tu casa una noche
oscura y, para tu espanto, ves una serpiente de más de diez metros
en el jardín. Entonces el corazón empieza a latirte enloquecidamente, y la adrenalina a ser bombeada a tu corriente sanguínea.
Rápidamente, tomas una azada y, en medio de tu pánico, cortas a
la serpiente en pedazos. Satisfecho de su muerte, entras en tu casa
e intentas calmar tus nervios con una bebida caliente. Más tarde,
tumbado en la cama, sigues viendo, hasta con los ojos cerrados, la
serpenteante forma que te encontraste en el césped.
Al día siguiente, vuelves al lugar en que mataste a la serpiente y descubres, de nuevo para tu espanto, que nunca ha habido
una serpiente en tu césped, sino que lo que yace en trozos ante tus
ojos es simplemente la manguera del jardín que se había quedado
sin recoger. Siempre fue una manguera, por supuesto; pero la
noche anterior para ti fue una serpiente. Lo que viste la pasada
noche era una serpiente, y todas tus acciones y reacciones las desencadenaron lo que viste. El miedo, la azada, la lucha, el esfuerzo para tranquilizarte...; todo ello fue consecuencia de la visión de
una serpiente de más de diez metros. (Fin de nuestra película
casera. Por favor, enciende las luces).
La intención de este ejercicio de imaginación es ilustrar que
todas nuestras acciones y reacciones emocionales y conductuales
son consecuencia de nuestras percepciones. En el caso de la serpiente, se trataba de una visión percibida con los ojos de la carne.
Pero también tenemos una visión interna de la realidad, un modo
sumamente personal y único de percibir la realidad, es decir, una
visión percibida con los ojos de la mente. Vemos las diversas partes de la realidad a través de los ojos de nuestras mentes, y no hay
dos personas que vean esas partes de la realidad exactamente del
mismo modo. Tú tienes tu visión, y yo tengo la mía.
De The Christian Vision.
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JL odos tenemos una visión, debido a la naturaleza misma de la
mente y a su instinto de interpretar la realidad. Pero, además,
necesitamos especialmente dicha visión, porque ella hace que
nuestra vida sea coherente y predecible. El tener una visión nos
permite saber cómo hemos de actuar. Sin una visión, del tipo que
sea, seríamos seres psicológicamente ciegos y andaríamos a tientas y tropezando continuamente por un territorio completamente desconocido. Y no tardaríamos en sentirnos confundidos y
fragmentados.
La mencionada visión nos sirve como recurso interior con el
que poder elegir las reacciones apropiadas a personas, lugares y
cosas, además de que constituye la fuente de nuestras reacciones
emocionales. Como ya hemos dicho, todos nuestros esquemas y
reacciones emocionales se basan en nuestras percepciones. Lo de
menos es si la percepción es correcta o no lo es; lo cierto es que la
reacción emocional será inevitablemente proporcional a nuestra
percepción. Imaginemos, por ejemplo, que un niño deja olvidada
en el jardín una serpiente de juguete. Si yo la percibo como una
serpiente de verdad, poco importa que lo sea o no lo sea. Mi reacción emocional corresponderá a mi percepción.
Las emociones son siempre el resultado de una percepción y
una interpretación determinadas. Sin embargo, las reacciones
emocionales a una percepción determinada pueden producir un
profundo efecto en ulteriores percepciones e interpretaciones. ¿Te
has encontrado alguna vez completamente solo en una inmensa
casa perdida en un remoto lugar? Imagínalo. E imagina también
que por la noche oyes un ruido que no eres capaz de localizar ni
de explicar. Puede haber sido el golpe de una ventana cerrada por
el viento. A partir de ese momento, cualquier crujido y cualquier
sombra resultan sospechosos. Es una especie de círculo vicioso.
Una percepción origina unas reacciones emocionales, y la reacción
emocional colorea y deforma ulteriores percepciones.
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3—i a visión cristiana de la realidad nos llama a salir del aislamiento y nos introduce suavemente en el amplio mundo, en el
drama de la existencia humana. La visión cristiana no tolera fácilmente las «áreas cómodas» de la cobardía y el escapismo. Los
puños cristianos, firmemente cerrados, aferran todo el espectro de
la experiencia humana. Se nos reta a estar vivos en todos nuestros
sentidos para percibir los signos y sonidos, el calor y el frío, las
alturas y las profundidades, el ruido y el silencio del vasto mundo
de Dios. La visión cristiana nos reta a la apertura emocional, a
estar dispuestos a sentir tanto el dolor como el placer, el consuelo
del amor y la desolación de la soledad, las agonías del fracaso y los
éxtasis del éxito. La mente cristiana no lleva anteojeras, no construye barricadas ni planta altos arbustos alrededor de su territorio.
Sabe que en algún lugar un recién nacido reposa en los brazos de
su madre y, al mismo tiempo, en algún otro lugar un ser humano
suda y se retuerce de dolor sin esperanza de alivio inmediato.
Finalmente, el corazón cristiano, que es el único que puede ver
correctamente, tiende la mano para, amando este mundo, llamarlo a la vida.
Debo elegir esta visión cristiana. Es la elección más importante que haré en mi vida. Es la elección que verdaderamente me
liberará, pero debo ser yo quien la elija. Las bienaventuranzas de
Jesús son fórmulas para la felicidad, pero debo apropiarme de
ellas, hacerlas mías, si voy a tener un corazón que cante y un espíritu que lo celebre.
De The Christian Vision.
De Plenamente humano, plenamente vivo.
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-ZJLl comienzo de su actividad como rabí o maestro a la edad
usual, que era los treinta años, Jesús empezó a reclutar discípulos.
Todos los rabís de la época lo hacían. Sin embargo, doce de lo elegidos por Jesús fueron llamados a desempeñar un papel especial
e invitados a una particular intimidad.
Jesús dedicó la mayor parte de los siguientes tres años a preparar a aquellos doce hombres. La visión del maestro fue gradualmente expuesta ante ellos mediante la persona y la enseñanza del
propio Jesús. En su enseñanza, el Señor solía utilizar una forma
literaria que comenzaba del siguiente modo: «Bienaventurados
(dichosos) los...». Llamamos a esto bienaventuranzas, porque la
palabra latina beatus significa «dichoso». Estas bienaventuranzas
fueron y son la fórmula de Jesús para una felicidad auténtica
y una vida plena. Llaman a una profunda entrega en la fe.
«¡Bienaventurado (dichoso) quien deposite su fe en mí!» (véase
Lucas 7,23).
Estas nuevas bienaventuranzas pusieron en cuestión muchas
de las viejas actitudes de los doce. De hecho, Jesús les decía que
sus apuestas vitales habían sido mal situadas. Las cosas que ellos
pensaban que les harían felices, Jesús les decía que eran ilusiones
vacías que sólo podían desilusionarlos. Con frecuencia daba la
sensación de que su enseñanza pedía cosas casi imposibles.
En cierta ocasión me dio por pensar que los doce apóstoles
eran un poco cortos de entendederas, que no poseían las suficientes luces o la inteligencia para aprender las lecciones de su
Maestro. Había encontrado diecisiete lugares en los evangelios
donde Jesús les pregunta: «¿Seguís sin entender?» En nuestra
jerga actual probablemente lo traduciríamos así: «No entendéis ni
jota, ¿verdad?» En el pasado pensé de este modo, pero ahora no.
Ahora pienso que el auténtico desafío de Jesús no era una cuestión de inteligencia, sino, en última instancia, un desafío para
renunciar a la vieja visión y aceptar la nueva. Era una cuestión de
fe radical y de profunda confianza.
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Vrf/n principio vital es una intención generalizada y aceptada de
llevar a cabo un propósito, que se aplica a decisiones y circunstancias concretas. Por ejemplo, «Se debe hacer el bien, y evitar el
mal». Si éste es uno de mis principios vitales, cuando tenga que
tomar una decisión concreta en la que estén implicados el bien y
el mal, mi principio me llevará a decidirme por lo que sea bueno y
a evitar lo que sea malo.
Lo que yo sugiero es que todos tenemos un principio vital dominante. Puede que sea difícil sacarlo de las oscuras regiones subconscientes para afrontar un examen a plena luz, pero ahí está. En
cada uno de nosotros hay un conjunto de necesidades, objetivos o
valores que nos preocupan psicológicamente. En todas las idas y
venidas de la vida cotidiana hay algo que domina todos nuestros
demás deseos. Este principio vital está presente en la estructura
de nuestras decisiones como el tema dominante en una pieza
musical: es recurrente y se escucha en diferentes situaciones. Naturalmente, sólo tú puedes responder por ti mismo, del mismo
modo que sólo yo puedo responder por mí mismo la pregunta
sobre cuál es mi principio vital.
Por ejemplo, algunas personas buscan ante todo y sobre todo
seguridad. Evitan todos los lugares donde el peligro pueda estar al
acecho, aunque la oportunidad pueda también estar esperándolos
en ese mismo lugar. No se arriesgan, no apuestan. Permanecen en
casa por la noche y no revelan a nadie su yo más profundo. Dicen
que es mejor sentirse seguro que lamentarse. La misma clase de
minúscula reseña puede hacerse de una persona cuya principal
preocupación y principio vital sea el deber, el reconocimiento, el dinero, la fama, la necesidad, el éxito, las relaciones, la aprobación de los demás
o el poder.
De Unconditional Love.
De The Christian Vision.
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s muy importante caer en la cuenta de que somos criaturas
de costumbres. Cada vez que pensamos de una manera determinada, buscamos un bien concreto o utilizamos un motivo dado,
dentro de nosotros se está formando y profundizando una costumbre. Como un surco que está siendo trazado, cada repetición
añade más profundidad a la costumbre. (¿Has intentado alguna
vez romper una costumbre? Entonces ya sabes lo que intento
decir).
Y lo mismo sucede con cualquier principio vital: cada vez que
se emplee se hará una costumbre más profunda y permanente. Y
en el crepúsculo de la vida nuestras costumbres nos gobiernan,
porque definen y dictan nuestras acciones y reacciones. Como dice
el proverbio, moriremos como hayamos vivido. Las personas que
en la ancianidad se muestran egoístas y exigentes, así como las
que son «maduras» y tolerantes, no se han vuelto así en los últimos años de su vida. Los viejos maniáticos han practicado toda su
vida, del mismo modo que los viejos santos. Simplemente han
practicado diferentes principios vitales. En lo que vosotros y yo
nos convirtamos al final de nuestra vida, dependerá de lo que
decidamos e intentemos ser en ese preciso instante. Hay una decisión fundamental, un principio vital, que un día penetrará hasta
la médula de nuestros huesos y circulará junto con la sangre por
nuestras venas. No cabe duda de que moriremos como hayamos
vivido.
De Unconditional Love.
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• >ctr.y convencido de que no puede haber cambio alguno en
ninguna vida humana, en la calidad de vida y en la participación
de la persona en la vida, hasta que la persona cambie su visión de
la realidad. Recuerdo haber reflexionado intensamente acerca de
ello hace mucho tiempo, en mis años de formación. Me había resfriado y, a última hora de la tarde, fui a la enfermería a conseguir
algún medicamento. Mientras esperaba en el pasillo de la enfermería, vi cómo el hermano enfermero arropaba a dos ancianos
sacerdotes que estaban en cama. Mientras colocaba la manta del
primero de ellos, el anciano gruñó: «Aparta la cara. ¿Qué piensas
que estás haciendo?» Pero cuando el hermano entró en la habitación de al lado e hizo exactamente lo mismo al segundo sacerdote, el anciano dijo: «Hermano, ¡qué bueno eres con nosotros! Esta
noche, antes de dormirme, voy a rezar una oración especial exclusivamente por ti». Mientras yo estaba allí, en el pasillo, mi pensamiento retumbó como un trueno: algún día yo seré uno de estos
dos ancianos. ¿Cuál? Incluso entonces, tenía bastante claro que
no tomaría la decisión en la vejez, porque ese tipo de decisiones no
se toman cuando se es anciano. Sé que estoy tomando esa decisión en este preciso instante; estoy eligiendo, ensayando y practicando una visión definida justamente ahora. Cada vez que nos
percibimos a nosotros mismos, a los demás, la vida, el mundo y a
Dios de una manera determinada, estamos profundizando los
hábitos que tendremos en la ancianidad. Cada vez que actúo de
acuerdo con las intuiciones que tengo ahora, estoy decidiendo mi
futuro y eligiendo ser un anciano amable o desagradable. Nuestro
ayer gravita pesadamente sobre nuestro presente, y nuestro presente gravitará pesadamente sobre nuestro futuro.
Del programa de vídeo Free To Be Me.
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\ J na de las frases más sorprendentes que he leído en un libro
es de El diario de Ana Frank. Ana escribió el libro mientras era perseguida por los nazis. Cuando se estaba literalmente jugando la
vida, Ana Frank escribió en su diario: «Estoy convencida de que,
en lo más profundo de su corazón, todas las personas son buenas».
Cuando leo esta frase y considero las circunstancias en que fue
escrita, me pregunto siempre: «¿Lo crees de verdad, Ana? Con
toda la maldad que estás experimentando, en medio de todo ese
odio hacia ti porque llevas en las venas sangre judía, mientras
estás escondida y aterrorizada por cualquier ruido, ¿puedes realmente creerlo?; ¿es verdad que todas las personas, en lo más profundo de su corazón, son buenas?».
También recuerdo haber encontrado un punto de vista bastante saludable respecto de los demás en la penitenciaría estatal
de Illinois, a la que fui a visitar a un preso. Mientras entraba junto
a los demás visitantes, me encontré caminando al lado de una
anciana negra que rezumaba amor y acogida a cuantos la rodeaban. De hecho, aquella encantadora señora hacía cuanto podía por
alegrar la deprimente atmósfera de la prisión. Finalmente le dije:
«Me parece que usted reparte una gran cantidad de alegría por
este mundo. Le gustan realmente las personas, ¿verdad?» Y ella
me respondió: «Muchas gracias. En mi mundo no hay extraños,
¿sabe usted? Todos son hermanos y hermanas, aunque a algunos
de ellos aún no los conozco». Me quedé mirándola y vi que lo decía
realmente convencida. En su yo más profundo estaba persuadida.
No es de extrañar que fuera tan feliz y cariñosa.
Del programa de vídeo Free To Be Me.
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* J a parte más importante de la visión de la realidad es la visión
de mí mismo. Si, por ejemplo, yo me considero una persona inútil, puedo ciertamente prever que habré de experimentar muchas
y muy persistentes emociones dolorosas (desaliento, depresión,
tristeza y hasta sentimientos suicidas). Pero si, gracias al amor
incondicional de otra persona que me ayude a afirmarme, consigo verificar que en realidad soy una persona decente y digna de
amor y de estima, entonces se modificará radicalmente toda esa
pauta de reacciones emocionales. A medida que la distorsión vaya
desapareciendo de mi autopercepción, poco a poco me iré transformando en una persona segura de sí misma, confiada y feliz.
Si yo te considero a ti mi amigo, cuando me encuentro contigo mis emociones serán cálidas y positivas. En cambio, si te veo
como un enemigo y un competidor, mis emociones serán justamente las contrarias. Tal vez recuerdes estos versos:
«Dos hombres miraban
a través de los barrotes de su celda.
El uno no veía más que fango;
el otro, en cambio, veía estrellas».
En la búsqueda de la plenitud de la vida humana, todo depende
de ese marco de referencia, de esa perspectiva habitual, de esa visión fundamental que tenemos de nosotros mismos, de los demás,
de la vida, del mundo y de Dios. «Sólo se obtiene lo que se ve».
Consiguientemente, si tú o yo hemos de cambiar y llegar a ser
personas más plenamente humanas y más plenamente vivas, ciertamente tendremos que ser conscientes de nuestra visión y esforzarnos pacientemente por corregir sus desequilibrios y eliminar
sus distorsiones. Todo crecimiento real y permanente debe
comenzar por aquí. Una persona tímida puede ser convencida de
que debe adoptar un aspecto de confianza y seguridad en sí
misma; pero eso no será más que una máscara que vendrá a ocupar el lugar de otra máscara distinta. De hecho, no puede producirse en nosotros un verdadero cambio ni un verdadero crecimiento mientras no cambie nuestra percepción fundamental de la
realidad, nuestra visión.
De Plenamente humano, plenamente vivo.
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r
x^rfuanto mejor entiendo a Jesús y su buena nueva, mas me
parece que la espiritualidad cristiana implica tanto un espíritu de
posesión como de desposesión. El genio de la espiritualidad cristiana radica en ser capaz de integrar y armonizar estos dos espíritus. El espíritu de posesión nos lleva a abrazar la vida en todos sus
aspectos. La gloria de Dios es la persona que está plenamente viva.
El espíritu cristiano de posesión ve una belleza única en cada una
de las estaciones del año, oye la música y la poesía del universo,
percibe la fragancia de un día primaveral y acaricia los suaves
pétalos de la flor. El espíritu de posesión tiende a hacerme plenamente vivo en mis sentidos, emociones, mente y voluntad. Me
ayuda a funcionar plenamente en todos los aspectos de mi talento único.
El genio de la espiritualidad cristiana consiste en integrar este
espíritu de posesión con el espíritu de desposesión. El espíritu de
desposesión impide que las cosas buenas y maravillosas de este
mundo se adueñen de mí, me posean o me encadenen. La desposesión implica que yo siempre soy libre, mi propia persona, liberada de la tiranía que la posesión puede fácilmente ejercer sobre
nosotros.
Un viejo adagio dice: «Todos nacemos con los puños cerrados,
pero debemos morir con las manos abiertas». Me gusta este simbolismo de los puños cerrados y las manos abiertas. Ambas expresiones simbolizan bien los espíritus de posesión y desposesión en
la espiritualidad de la encarnación cristiana. Extiendo los brazos
para tomar entre mis manos la plenitud de la vida y la creación.
Pero no aferró nada con tanta fuerza que no pueda renunciar a
ello.
De The Christian Vision.
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T
m 4 a comprensión crucial que abre toda una dimensión del crecimiento espiritual es la siguiente: algo en mí —mis actitudes, mi
visión de la realidad— determina todas mis acciones y reacciones,
tanto emocionales como conductuales. Algo que hay en mí escribe la historia de mi vida, haciéndola triste y penosa o alegre y
pacífica. En última instancia, algo que hay en mí hace que la
aventura de mi vida sea un éxito o un fracaso. Cuanto antes lo
reconozca, asumiendo la responsabilidad de mis acciones y reacciones, tanto más rápido avanzaré hacia mi destino: la plenitud de
vida y la paz, que son el legado del Señor.
No debo permitir que esto quede en meras palabras, en un
reconocimiento de dientes para afuera, sino que debo preguntarme si lo creo realmente. ¿Estoy realmente convencido de que mis
actitudes internas evalúan a las personas, los acontecimientos y
las situaciones de mi vida y regulan todas mis reacciones? Si es
así, debo seguir adelante y preguntar: «¿Creo realmente que tengo
el poder de cambiar estas actitudes, siempre que sea necesario, en
orden a tener una vida plena y llena de sentido? Si estoy convencido de ambos aspectos, entonces debo cerrar todas las puertas de
huida de la realidad y caminar valientemente por el pasillo de la
responsabilidad personal. Debo resistir la omnipresente tentación
de culpar a otras personas, de quejarme de las circunstancias
pasadas y presentes de mi vida, incluido el clima y la posición de
las estrellas. En su auténtico sentido, debo convertirme en «dueño
de mi destino» y, ante Dios, asumir la responsabilidad de mi propia felicidad.
En consecuencia, la pregunta clave y útil no es: ¿se cumplirán
hoy mis deseos?; ni tampoco: ¿tendré oportunidades?; ni: ¿cómo
puedo cambiar a todas estas personas que me rodean, me oprimen
y me arrastran consigo?; sino que la única pregunta clave y útil es:
¿qué hay en mí? Lo que configurará, influirá y dictará la historia
de mi vida no es lo que me sucede a mí, sino lo que sucede en mí.
De The Christian Vision.
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s extremadamente importante que no huyamos de nuestra
incomodidad, sino que penetremos en ella y la examinemos. La
incomodidad es un signo, un maestro que nos imparte una valiosa lección. El modo de penetrar en nuestra incomodidad provechosamente y encontrar el origen de nuestra dificultad consiste
normalmente en hacer la siguiente pregunta: ¿qué hay en mí?
Debo preguntarme: ¿cómo me veo a mí mismo, a esta otra persona, esta situación? Mis reacciones físicas, emocionales y conductuales son, en último término, resultado de mi punto de vista; son
consecuencia de mis actitudes. En la mayor parte de los momentos de incomodidad experimento el efecto de mis actitudes en mi
cuerpo, mis sentimientos, mis acciones y mis reacciones. Y es muy
importante que descubra la causa de esta incomodidad: ¿qué hay
en mí?; ¿cómo me percibo a mí mismo, al otro, esta circunstancia?
La respuesta honesta a estas preguntas explicará mis reacciones
corporales, emocionales y conductuales.
Después de haber localizado la actitud en cuestión, debo hacerme otra pregunta: ¿hay un modo distinto de verme a mí mismo, a esta otra persona, esta situación?; ¿se me ocurre otro medio
más realista, más sano, más cristiano? Debo caer en la cuenta de
que hay otras personas que, si estuvieran en mi lugar en este
momento, permanecerían en paz, optimistas, amables y tranquilas. ¿Cómo percibirían ellas este momento y estas circunstancias
de mi vida si fueran yo?; ¿cómo me sugeriría Jesús que debo
verme a mí mismo, a esta otra persona, esta situación?
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¿\*J ómo reviso mi visión de la realidad?; ¿cómo puedo cambiar
las actitudes que me paralizan, que me impiden ser una persona
plenamente viva y feliz?
La expresión que utilizamos para referirnos a esa revisión es
«terapia de la visión», que es un proceso de eliminación de un
hábito para adquirir otro nuevo. Si tengo un viejo hábito de pensamiento o de percepción, una actitud que ha demostrado ser paralizante y destructiva, tengo que suprimirlo y sustituirlo por una
actitud o hábito de pensamiento nuevo, constructivo y vivificante.
Antes de poder comenzar esta tarea, cuyo fin es el cambio, debemos aprender a identificar las actitudes que distorsionan nuestra visión de la realidad y nos causan una seria incomodidad. Por
ejemplo: «debo agradar a todo el mundo». Las personas que tienen
esta actitud están destinadas a la decepción, porque se trata de un
ideal inalcanzable que sólo deja espacio para el fracaso y el desánimo. Sencillamente, es imposible agradar a todo el mundo. O,
por poner otro ejemplo: «Debo hacer todo perfectamente». De la
misma manera, los perfeccionistas se sumen a sí mismos en las
profundidades de la desesperación. Nunca pueden disfrutar de
sus logros personales, porque no pasan la prueba de la perfección.
De la cassette The Fully Alive Experience.
De The Ckristian Vision.
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JL ara eliminar un patrón de pensamiento distorsionado, una actitud paralizante, tenemos que encontrar una enunciación de la
verdad simple y directa que sustituya al error de nuestra actitud
paralizante. A esta enunciación se le llama «contralógica» o «contradesafío», y a su uso o al proceso se le llama «contrarrestador».
Investigaciones recientes denominan a este método «Inhibición
Cortical Voluntaria» o «icv», porque inhibimos voluntariamente
los viejos pensamientos o patrones cerebrales (corticales). Cuando
se encuentra una contralógica efectiva, se utiliza como un arma
ofensiva, para atacar la falsedad en nuestro pensamiento habitual.
Por ejemplo, si siento la tentación de pensar que no soy nadie,
cada vez que surja en mí este pensamiento o sentimiento, lo detengo o inhibo con mi contralógica: «Soy alguien. ¡Soy el único y
singular yo!».
El pensamiento y la expresión están tan estrechamente unidos en nosotros que son como una mano enguantada. Siempre
que pensamos algo, inconscientemente verbalizamos nuestro
pensamiento. Si cambiamos la verbalización, también cambiaremos el pensamiento. Como la mano enguantada, si cambio la
posición de mi mano dentro del guante, la posición del guante
cambiará también. Análogamente, si verbalizo mi nueva actitud,
mi pensamiento cambiará con ella. Cuanto más diga: «Soy alguien», tanto más convencido estaré. Y cuanto más lo piense,
tanto más arraigado estará el nuevo hábito, que, finalmente, se
convertirá en una parte de mí. Los viejos patrones de pensamiento paralizantes y limitadores de la vida son inhibidos por una
decisión consciente y sustituidos por unas actitudes nuevas y
vivificantes.
De la cassette The FullyAlive Experience.
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I ™o cabe duda de que el «contrarrestar» o el uso de la «contralógica» me ha cambiado a mí y mi vida. Me he repetido muchas
veces la contralógica: «Soy mayor que esto». Siempre he creído
que el tamaño de una persona se mide por el tamaño de las cosas
que la perturban, y yo no quería ser del tamaño de esas trivialidades que habitualmente me irritaban. Cuanto más repetía «Soy
mayor que esto (una insignificante irritación o fricción)», cuanto
más pensaba y sentía de ese modo, tanto más crecía y tanto más
libre me hacía.
Otra contralógica útil, al menos para mí, es: «Soy un actor, no
un reactor». Esto para mí significa que no permitiré que ninguna
otra persona decida cómo voy a actuar. Si alguien decide ser mezquino, yo no tengo por qué seguir hábitos de comportamiento mezquinos. Si alguien decide estar enfadado o ser malpensado,
yo no tengo por qué apartarme de mi decisión personal de ser
una persona amante. Yo decido cómo actuar. Soy un actor, no un
reactor.
Finalmente, un amigo psiquiatra respondió en cierta ocasión
una pregunta importante para mí haciéndome otra. Siempre que
me enfrentaba al egoísmo, me sentía decepcionado. Sufría realmente siempre que lo percibía, y me resultaba muy frustrante. Y
el bueno del doctor me preguntó: «¿Te han dolido alguna vez las
muelas?» «Sí», respondí. «¿Y en quién pensabas cuando te dolían
las muelas?», me volvió a preguntar. «En mí, por supuesto», le dije
bruscamente. Entonces me replicó: «Ahí tienes la respuesta. Las
personas egocéntricas son personas heridas, y su dolor magnetiza
toda su atención». Yo he utilizado esa misma pregunta: «¿Te han
dolido alguna vez las muelas?» como una contralógica siempre
que me he encontrado con algo similar al egocentrismo, y me ha
ayudado a ser más compasivo y, ciertamente, mucho más feliz.
De la cassette The FullyAlive Experience.
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v / t r o medio eficaz de revisar una actitud paralizante es encontrar un «modelo». Partimos del supuesto de que has encontrado en
ti mismo una actitud incapacitante. Entonces buscas a alguien, un
personaje histórico o una persona viva, que sea modelo de la actitud que a ti te gustaría adoptar. De modo que estudias a esa persona o hablas con ella, le haces preguntas e intentas explorar su
pensamiento. Después te lo pruebas para ver si te vale, te pruebas
el pensamiento o la actitud de ese «modelo». Así consigues sentir
lo que se siente al pensar como esa persona. Al explorar su actitud, logras la sensación de paz que debe sentir una persona que
piensa de tal modo. Sientes el gozo, la vitalidad y la libertad resultantes de tal actitud.
Los psicólogos llaman a esto «introyección». Introyectamos la
mentalidad de otra persona. En cierta medida, todos lo hacemos.
Solemos hacerlo cuando vemos una película y pensamos y sentimos lo que la persona de la pantalla piensa y siente.
Uno de mis modelos favoritos es santo Tomás Moro. Las caras
de muchos santos se parecen a la corteza de los árboles y además
tienen mal aliento espiritual. Esos santos no me resultan atractivos. Pero Tomás Moro sí era un santo como yo querría ser. Tenía
un elevado sentido del honor y del deber, junto con un maravilloso sentido de humor. Murió por sus ideas, pero llegó a bromear
con el hombre designado para decapitarle. Le dijo que no se sintiera mal, y luego añadió: «Todos nos encontraremos jubilosamente en el cielo». Cuando leo la obra de Robert Bolt o veo la película que hicieron basándose en ella, A Man ForAll Seasons, pienso
para mí: cuando crezca, quiero ser como ese hombre.
2 1 DE
JULIO
s
an Pablo propone a Jesús como modelo para los filipenses. Los
antecedentes históricos parece que consistieron en muchos subterfugios, jactancia, maniobras y manipulaciones para lograr posiciones de importancia. Aprovecha algún momento para releer el
capítulo 3 de la Carta a los Filipenses de Pablo.
Pablo dice: introyectad la mente de Jesús; tomadle como modelo. Aunque Jesús fuera el Hijo de Dios, no pensaba que la gloria
de Dios era algo a lo que aferrarse. Y la superó. Se vació de sí mismo y asumió la condición de esclavo, de siervo. Adoptó nuestra
naturaleza humana y, en su naturaleza humana, fue obediente,
incluso en la más vergonzosa de todas las muertes, la muerte en
la cruz. Medita acerca de esto. Medita acerca de él. «Ten esta
mente en ti..., la mente de Jesús».
Una joven, Simone Weil, dijo en cierta ocasión que se ponía
verde de envidia cuando pensaba en Jesús muriendo en la cruz,
rezando por los que le clavaron en esa cruz, prometiendo al «Buen
Ladrón» un lugar en el Paraíso, expresando preocupación por su
madre y encomendando su espíritu a su Padre.
De la cassette The Vully Alive Experience.
De la cassette The FullyAlive Experience.
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DE
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JLodos tenemos «áreas cómodas», ámbitos en los que nos sentimos a gusto. Estas áreas cómodas tienen que ver con nuestro
modo de vestir, con las emociones que podemos expresar cómodamente, con las cosas que intentamos, con las profundidades en
las que nos revelamos, con nuestra apertura al cambio, etc.
Mientras permanecemos dentro de estas áreas cómodas, nos
limitamos a repetir lo que siempre hemos hecho. No cambiamos.
No crecemos. Cada día es muy similar al anterior, y el mañana
será muy similar al día de hoy. Todos nuestros días son copias
unos de otros.
Y nos gustan nuestras áreas cómodas, aunque no hay duda de
que reducen el mundo en que vivimos. Sabemos cómo movernos
dentro de ellas. Sabemos cómo arreglárnoslas en nuestras familiares áreas cómodas. En ellas nos sentimos «seguros».
Si me prometes que vas a quedarte dentro de tu área cómoda,
podré decirte cómo serás al final de tu vida: serás igual que ahora,
pero con tus características aún más acentuadas.
Si me prometes que vas a expandirte, a salir de tus áreas
cómodas, no puedo predecir tu futuro. El límite es el cielo.
De la cassette The Fully Alive Experience.
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DE
JULIO
E
tercer modo de cambiar una actitud paralizante y reductora
es lo que llamamos «expandirse». Básicamente significa que al
salir de lo que denominamos «áreas cómodas», expandimos nuestra conciencia del potencial personal. Cuando nos «expandimos»,
(respiramos profundamente y luego) hacemos algo correcto y razonable, algo que nunca nos habíamos atrevido a intentar.
Por eso muchas veces nos escabullimos diciendo: «¡Soy incapaz de hablar ante una gran audiencia!»; «Ése no soy yo. Yo soy
una persona muy reservada». Al decir este tipo de cosas, nos limitamos a nosotros mismos, enterramos nuestro potencial. Los estudiosos de la naturaleza humana dicen que la persona media únicamente utiliza alrededor de un diez por ciento de su potencial.
Al aprender a expandirnos, no debemos comenzar con saltos
de gigante, porque podríamos sentirnos desanimados. Es preferible disculparse; admitir que se estaba equivocado; expresar una
emoción que siempre producía pánico; reservarse algo de tiempo
sin sentirse culpable; hacer un favor a alguien anónimamente;
hablar a alguien a quien se ignoraba; elogiar a alguien que nunca
te ha elogiado; decir «no» a una petición sin dar explicaciones o
sentirse culpable; tomar la mano de alguien; intentar algo en lo
que se puede fracasar y, de este modo, perder el miedo al fracaso; dar el primer paso al comenzar una relación; compartir un
secreto acerca de uno mismo que siempre ha resultado muy difícil revelar...
«Expandirse» significa tener una vida más plena y un mundo
más amplio. No te mueras sin haber utilizado el noventa por ciento de tu potencial.
De la cassette The Fully Alive Experience.
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JULIO
JLJL ay dos medios de cambiar: podemos pensar en una nueva
forma de actuar, o podemos actuar de acuerdo con una nueva
forma de pensar.
Expandirse es un ejemplo de lo último. Siempre que nos expandimos saliendo de nuestras áreas cómodas, expandimos la
conciencia de nuestro potencial. Y después de habernos expandido, pensamos de manera diferente. Por ejemplo, puede que me
considere una persona incapaz de hablar en público o de decir a
alguien que le amo, así que me expando, me fuerzo a hacerlo,
salgo de mi área cómoda.
Después pensaré en mí como alguien que puede hablar en público o compartir su amor. Puedo hacerlo. Sí, puedo, porque ya lo
he hecho. Así ocurrió la primera vez que nadamos sin la ayuda de
nadie. «¡Sé nadar!», anunciamos al mundo. Y nuestro concepto de
nosotros mismos fue diferente después de aquello. Antes pensábamos que no podíamos, pero después pensamos que sí éramos
capaces de hacerlo.
Habíamos actuado de acuerdo con una nueva forma de
pensar.
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DE
JULIO
\^J na vez que una persona comienza a expandirse, a salir de las
viejas áreas cómodas e intentar lo nunca antes intentado, pronto
desarrolla una «mentalidad de expansión». Al menos ésa ha sido
mi experiencia y la de otros que me la han confiado. Cada vez que
me expando, siento que me voy adueñando de mis miedos, noto
que mi mundo se hace más amplío y descubro en mí talentos que
ignoraba.
Recuerdo que, cuando estaba en el jardín de infancia, era el
niño más tímido de mi clase, y mi existencia era penosa. Estoy
realmente agradecido a las personas que me impulsaron a expandirme, a participar en debates y en concursos de oratoria cuando
estaba en la enseñanza secundaria. Ahora la antigua timidez ha
desaparecido, y soy libre para ser yo mismo.
Recordar los éxitos del pasado y gozar de las recompensas de
mi expansión me ha ayudado a hacer de ésta un modo de vida.
Estoy deseando enfrentarme a los desafíos que cada día conlleva,
porque sé que cada desafío que soy capaz de afrontar me proporciona una nueva libertad: la de vivir, amar y utilizar los talentos
que Dios me ha dado.
De la cassette The FullyAlive Experience.
De la cassette The FullyAlive Experience.
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JULIO
E
último método para cambiar una vieja actitud paralizante es
la «oración». La practica de la oración ha sido muy importante en
la configuración de mi vida; de hecho, creo que ha sido la fuente
de cambio más importante para mí.
Pienso en Dios como en una toma de corriente eléctrica.
Hay tanta fuerza que extraer... Suficiente para iluminar una habitación, calentarla, proyectar una película, etc., etc. Pero tienes
que estar conectado a todo ese poder. Y la oración es la que te
conecta.
Un pre-requisito para tener éxito al conectarnos al poder de
Dios es estar dispuestos a ser honestos y a estar abiertos en su presencia. Si represento un papel con Dios, si le digo lo que creo que
quiere escuchar, pero no lo que yo realmente pienso o siento, no
puede haber una comunicación auténtica. Y lo mismo sucede con
nuestros fracasos humanos en la comunicación. Si me pongo una
máscara o represento un papel ante ti, sencillamente no puedes
comunicarte conmigo. No te he dado un «yo real» con el que interactuar. No es más que teatro.
En la oración tengo que abrirme por completo; tengo que exponer a Dios todas mis actitudes conocidas; tengo que estar desnudo ante él. Éstos son mis miedos, mis dudas y mis dones, tal
como yo los veo. A Dios le puedo decir cosas que no puedo decir a
nadie más. Puedo decirle verdaderamente lo que pienso y cómo
me siento. Y además debo hacerlo, porque sólo entonces puede
Dios interactuar conmigo y poner nuevas ideas en mi mente; sólo
entonces puede darme nuevas perspectivas y actitudes. Estoy
seguro de que la mayoría de las intuiciones que me han cambiado
han sido resultado de este tipo de oración.
27
DE
JULIO
• ' a oración debería impregnar toda la «terapia de la visión».
Deberíamos pedirle a Dios que nos ilumine para localizar las actitudes que nos paralizan y distorsionan nuestra visión de la realidad. Deberíamos orar para recibir la gracia de cambiar, de encontrar la contralógica que verdaderamente resitúe nuestros patrones de pensamiento. Deberíamos orar para encontrar los modelos
que están a nuestro alcance y sacar provecho de ellos. Deberíamos
orar para tener el valor de expandirnos, de alcanzar la estrella
inalcanzable.
La oración debería invadir nuestras vidas. Para ser sincero,
tengo que referirme al momento en que estaba a punto de hablar
ante mi propia comunidad de jesuítas. Me encontraba sorprendentemente nervioso; tenía la boca seca y las manos frías. Cuando
se acercaba el momento de dirigirme a ellos, comencé a orar.
Después de varios intentos, no ocurría nada, así que le pregunté a
Dios: «¿Intentas decirme algo?» Y Dios me dijo claramente que me
estaba preparando para ofrecer una «representación teatral». Me
aseguró que de mí no necesitaba representaciones, sino únicamente actos de amor. «Te estás preparando para ofrecer una representación a tus hermanos, para que sepan lo bueno que eres. Pero
eso no es lo que ellos necesitan. Lo que necesitan es que los ames,
para que sepan lo buenos que son».
Esto produjo un importante y radical cambio en mi vida.
Desde entonces no he hecho nada —incluidas las clases que imparto, las cosas que escribo y las conferencias que doy— sin pedirle al Señor: «Ayúdame a hacer de esto un acto de amor. Por favor,
no permitas que sea simplemente una representación teatral
más».
De la cassette The Fully Alive Experience.
Orar, en definitiva, es abrirme tan honestamente como pueda
en un acto de auto-revelación, y después abrirme lo mejor que
pueda para recibir la iluminación de Dios.
De la cassette The Fully Alive Experience.
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DE
JULIO
f o y a sugerir unas cuantas formas prácticas de hacer de la «terapia de la visión» un modo de vida:
Es muy útil tener siempre presentes la «contralógica» y los
«modelos». Yo tengo los míos pegados al espejo, para que sean lo
primero que veo por la mañana. También tengo mi «contralógica»
en los marcapáginas de los libros. Y tengo imágenes de mis modelos en las paredes de mi despacho.
En tu diario personal, haz una lista de las actitudes que limitan tu vida. Expresa en una contralógica casera la verdad que corrige el desequilibrio de cada actitud paralizante. Después, anota
los nombres de las personas que parecen practicar las actitudes
que a ti te gustaría tener: las personas que no se preocupan, si tu
eres de esas que se preocupan en exceso; las personas que son reales y auténticas, si tú te sientes como una farsa viviente.
Posteriormente, pon esas actitudes en acción en tu vida.
Recuerda lo que el famoso William James dijo en cierta ocasión:
«El descubrimiento más importante de nuestra generación es que
cambiando las actitudes internas de la mente podemos cambiar
todos los aspectos externos de nuestra vida».
De la cassette The FullyAlive Experience.
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JULIO
JL JL ace algún tiempo, me contaba un amigo que, hallándose de
vacaciones en las Bahamas, vio cómo se congregaba en el muelle
del puerto una gran cantidad de gente. Tras inquirir el motivo de
aquello, se enteró de que el objeto de tal interés lo constituía un
joven que estaba ultimando los preparativos para un viaje en solitario alrededor del mundo en una embarcación que él mismo se
había construido. Todas las personas que se hallaban en el muelle, sin excepción, expresaban abiertamente su pesimismo, y todas
se esforzaban activamente en hacerle ver al arriesgado marino la
infinidad de dificultades que habría de afrontar: «¡El sol te achicharrará!... ¡Te quedarás sin víveres! ... ¡Tu barco no resistirá los
embates de una tormenta!... ¡Nunca lo conseguirás!...».
Cuando mi amigo oyó todas aquellas desalentadoras advertencias, sintió un irresistible deseo de infundir ánimos y optimismo al emprendedor joven. Y cuando la pequeña embarcación
empezó a alejarse del muelle, rumbo al horizonte, mi amigo corrió
hasta el extremo del muelle y se puso a agitar enérgicamente los
brazos como si fueran semáforos que deletrearan la palabra «confianza». Y gritaba: «.'¡Bon voyage! ¡Eres un valiente! ¡Estamos contigo! ¡Estamos orgullosos de ti! ¡Buena suerte, hermano!».
A veces tengo la sensación de que existen dos clases de personas: las que se sienten obligadas a decirnos todo lo que puede
salimos mal cuando nos disponemos a adentrarnos en las desconocidas aguas de nuestra irrepetible existencia («Espera y verás,
amigo, lo que te espera en este frío y despiadado mundo... Haz
caso de lo que te digo...») y las que, de pie en el extremo del muelle, no dejan de animarnos y de tratar de contagiarnos su confianza: «¡Bon voyage!».
De Plenamente humano, plenamente vivo.
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30
DE
JULIO
JL ara crecer como personas, necesitamos saber que contamos con
el amor incondicional de alguien. No puede haber letra pequeña
en el contrato; no puede haber balanzas para medir lo que se da y
lo que se recibe. En una relación de amor no se discute sobre
quién da más y quién da menos. La única clase de amor que proporciona la atmósfera necesaria para el crecimiento humano y el
desarrollo personal sencillamente dice: «Te amo. No, no te lo has
ganado. Y no tienes que merecerlo o que probarme lo valioso que
eres. No tienes que pagar nada para conseguirlo. Ya ves, no puedes comprarlo. No tiene precio. Sencillamente, lo tienes. Es el don
que te entrego. Te amo».
Si se nos ocurre preguntar a alguien: «¿Por qué me amas?»,
nos buscamos un problema. Porque la otra persona podría responder: «Te amo porque eres tan atractivo, tan guapo...» Y nos
daríamos cuenta de que no siempre vamos a ser atractivos. No
siempre seremos guapos. Algún día nuestro cuerpo perderá su
juventud, nuestro pelo encanecerá y puede que se nos caigan los
dientes. Y nuestro corazón, que conoce estas posibilidades, se preguntará: «¿Me amarás entonces?».
3 1 DE
JULIO
M
JL F i e gustaría decir a todos los escépticos respecto del amor que
«el amor funciona para quienes lo trabajan». Tenemos que trabajarnos el amor. Un trabajo artístico es, en principio y ante todo, un
trabajo. El amor no viene envuelto en papel de celofán, perfectamente ensamblado, sino que es un «kit» del tipo «hágalo-ustedmismo». Tenemos que trabajarlo, construirlo día a día, pieza a
pieza, poco a poco. Tenemos que trabajar el amor, porque no es
algo que simplemente ocurra.
Además, el amor no es una emoción, un sentimiento, sino un
compromiso con otra persona: «Te amo. Voy a ser lo que necesites
que sea. Voy a hacer lo que necesites que haga. Voy a decir lo que
necesites que diga. Esto es lo que quiero decir cuando digo "Te
amo". Si tienes éxito, me regocijaré contigo; estaré en la primera
fila de tus admiradores aplaudiéndote a rabiar. Si fracasas, estaré
allí, silenciosamente a tu lado, dándote la mano. Esto es lo que
significa mi compromiso de amarte».
La única forma de poder verdaderamente ayudarte es amarte
incondicionalmente. La única forma de que tú puedas ayudarme
es ofrecerme ese mismo valioso regalo. Y la única pregunta pertinente no es: «¿Por qué me amas?», sino únicamente: «¿Me amas?»
Cuando la respuesta es «sí», cuando este «sí» es incondicional y
para siempre, llega la primavera a mi vida. Porque es una invitación personal a vivir plenamente, y la gloria de Dios es la persona
que está plenamente viva.
El amor es dulce y bello. Pero también pondrá en tensión cada
célula de determinación y valor que haya en nosotros. Es un audaz
compromiso que invita al otro a considerarnos incondicionalmente de su parte. Da mi amor por supuesto, y ese amor nos guiará
por caminos que no podíamos prever. Sé que tus necesidades cambiarán día a día y, cuando cambies, trataré de adaptarme a esos
cambios; intentaré ser lo que necesites que sea, y sé que no siempre será igual. E incluso si fracasas, si fracasaras en mis expectativas además de en las tuyas, estáte convencido de que siempre te
amaré. Quiero que mi amor sea verdadero, y el verdadero amor es
para siempre. Nunca te retiraré mi amor.
Del programa de vídeo Free To Be Me.
Del programa de vídeo Free To Be Me.
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1
DE
2
AGOSTO
E
amor, en general, debería estar apoyado por sentimientos
favorables, pero no es en sí mismo un sentimiento. Si lo fuera,
sería una realidad muy voluble, y quienes lo construyeran como
un sentimiento serían personas muy volubles también. El amor es
una decisión y un compromiso. Mi vocación cristiana consiste en
amar a todo el mundo, y esto significa que debo intentar hacer por
cada persona con la que interactúo todo cuanto pueda para
fomentar su crecimiento y su felicidad. Sin embargo, no puedo
iniciar una relación de amor real y duradera con todas las personas. Por lo tanto, debo decidir —y debería ser una decisión cuidadosa— a quién y en qué nivel de compromiso deseo ofrecer mi
amor.
Una vez tomada tal decisión, y presuponiendo que mi oferta
de amor haya sido aceptada y sea correspondida, me encuentro,
por libre y propia elección, comprometido con la felicidad, la seguridad y el bienestar de la persona que amo. Haré cuanto pueda
para ayudar a esa persona a cumplir cualquier sueño que tenga. A
esto me comprometo cuando ofrezco mi amor. Cuando me interrogue acerca del lugar que el amor ocupa en mi vida, deberé preguntarme si hay alguna persona en mi vida cuyo crecimiento y
felicidad sean tan reales o más reales para mí que los míos. Si es
así, el amor ha entrado realmente en mi vida.
Incluso podría preguntar si hay alguna persona o causa por la
que daría mi vida. Jesús nos dijo que éste es el amor más grande:
«Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos»
(Jn 15,13)
DE
AGOSTO
M—i\ compromiso de amar supondrá para mí una escucha más
atenta y activa. Quiero realmente ser lo que tú necesites que sea,
hacer lo que tú necesites que haga y decir aquello que fomente tu
felicidad, seguridad y bienestar. Para descubrir tus necesidades,
debo ser atento y cariñoso y estar abierto a lo que dices y a lo que
no puedes decir. Sin embargo, la decisión final acerca de cuál es el
«acto de amor» debe ser mía.
Esto significa que mi amor puede ser «duro», no todo dulzura
y mimos. Puede que me pidas otra copa cuando ya estés borracho,
o que me pidas que me una a ti en alguna impostura. Evidentemente, si te amo de verdad, debo responder a estas demandas con
un «¡No!» enfático. Si sigues un camino autodestructivo, como el
del alcoholismo, encontrarás en mí un amor firme que te plantará cara. Pero, cuando lo necesites, mi amor también será «tierno».
Si lo has intentado y has fracasado y necesitas una mano en la
tuya en la oscuridad de la decepción, puedes contar con la mía.
Puede que en alguna ocasión te malinterprete y juzgue erróneamente tus necesidades. Me ha sucedido con mucha frecuencia
en el pasado. Pero quiero que sepas que mi decisión es amarte y
mi compromiso tiene que ver con tu verdadera y duradera felicidad. Estoy dedicado a tu crecimiento y realización como persona.
Si te fallara, por falta de inteligencia o por exceso de debilidad, por
favor, perdóname, trata de percibir mi intención y estáte seguro de
que intentaré hacerlo mejor.
De Unconditional Love.
De Unconditional Love.
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DE
4
AGOSTO
XZay
dos «mensajes» que todos los seres humanos necesitamos
recibir y grabar: el de la afirmación y el de la responsabilidad personal. Estos dos mensajes son como las dos piernas sobre las que
una persona puede atravesar con éxito la vida. El mensaje de la
afirmación dice: «Eres un ser humano singular, el único y exclusivo tú. Eres una criatura de Dios, hecha a su imagen y semejanza.
Pero después de hacerte, rompió el molde. Nunca ha habido ni
habrá otro tú. Eres un auténtico don para este mundo y una persona de inestimable valor». Y el mensaje de la responsabilidad es
el siguiente: «A medida que vas madurando y te haciéndote adulto, debes ir tomando tu vida en tus manos. Debes asumir la plena
responsabilidad de tu vida, tus emociones y tus actitudes. El
desenlace de tu vida está en tus manos. Cuando te miras al espejo, ves a la única persona que es responsable de tu felicidad».
Alguien ha comparado estos mensajes con «las raíces y las
alas». Debemos entregar a los demás ambas cosas, las raíces y las
alas. Las raíces de cualquier existencia humana son las raíces de
la valía personal, de la confianza en uno mismo, del convencimiento de la propia singularidad. Y el mensaje que ofrece raíces es
el del amor incondicional. Las alas de una existencia humana son
las alas de la responsabilidad personal. Dar a una persona alas es
transmitirle el mensaje que dice: «Tienes cuanto necesitas para
volar, para cantar tu propia canción, para dar calor al mundo con
tu presencia. La dirección de tu vuelo, la canción que cantarás y el
calor que proporcionarás a este mundo son responsabilidad tuya.
Debes tomar tu vida en tus manos. No debes culpar a los demás
ni quejarte de tu falta de oportunidades. Debes asumir la plena
responsabilidad por el curso y la dirección de tu vida». El mensaje de las raíces dice al individuo: «¡Tienes lo que hace falta!» El
mensaje de las alas dice: «¡Ahora, a por todas!».
Del programa de vídeo Families.
DE
AGOSTO
i " o hay una tercera posibilidad: el amor es o condicional o incondicional. O impongo condiciones a mi amor por ti, o no. En la
medida en que impongo condiciones, no te amo realmente. Sólo
te estoy ofreciendo un intercambio, no un don. Y el amor verdadero es y debe ser siempre un don gratuito.
El don de mi amor significa que quiero compartir contigo todo
lo bueno. Tú no has ganado un concurso o probado tu valía para
obtener este don. No se trata de merecer mi amor. No me hago ilusiones pensando que ambos somos las mejores personas del
mundo. Ni siquiera supongo que, de todas las personas disponibles, nosotros somos los más compatibles. Estoy seguro de que
en alguna parte hay alguien que sería «mejor» para ti o para mí.
Pero yo he elegido darte a ti mi don de amor, y tú has elegido amarme a mí.
El mensaje esencial del amor incondicional es un mensaje de
liberación: puedes ser como quieras y expresar todos tus pensamientos y sentimientos con absoluta confianza. No tienes que
temer que el amor se esfume; no serás castigado por tu apertura o
sinceridad. No hay cuota de admisión para mi amor, ni tampoco
alquiler ni pago a plazos. Puede que haya días en los que estemos
en desacuerdo y se interpongan entre nosotros algunas emociones
perturbadoras; puede que haya veces en las que nos separen
muchos kilómetros psicológicos y físicos; pero te he dado mi palabra con mi compromiso; he puesto mi vida en ese camino, y no me
retractaré de la palabra dada. Por lo tanto, siéntete libre para ser
tú mismo, para contarme tus reacciones positivas y negativas,
para hablarme de tus sentimientos cálidos y fríos. Yo no puedo
predecir siempre mis reacciones o garantizarte mi fuerza, pero hay
algo que sé a ciencia cierta y que quiero que tú sepas: ¡no te rechazaré! Me he comprometido con tu crecimiento y tu felicidad y
siempre te amaré.
De Unconditional Love.
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AGOSTO
R
los diez años anteriores a la muerte de mi madre, acaecida
en 1976, compartimos muchos, muchos secretos. En una ocasión
le confié que había descubierto en mí miedo a la muerte. Todavía
puedo ver a mi querida madre, postrada en cama, volver lentamente su cabeza posada en la almohada y mirarme con ojos tiernos y comprensivos. Entonces me dijo:
«Desde que tú y tus hermanos sois mayores, ya no he temido a la
muerte. No quería dejaros antes de que crecierais, mientras todavía erais pequeños. Pero ahora no tengo miedo a la muerte.
Aunque, John, ¿sabes a lo que sí tengo miedo?, al dolor. Me resultaría muy duro soportar una muerte dolorosa. Así que le he hecho
al Señor la siguiente petición (en aquel momento fijó su mirada en
la imagen del Señor que estaba al pie de su cama): "Cuando vengas a por mí, Jesús, entra de puntillas y bésame con ternura mientras duermo. No quiero morir con mucho dolor"».
Mi madre murió con ochenta y siete años...; por supuesto, mientras dormía. El Señor entró de puntillas en su dormitorio y la besó
con ternura mientras estaba dormida: no podía negarle nada. Las
últimas veinticuatro inconscientes horas de su vida me senté a su
lado sosteniendo su mano en la mía. Juntos esperamos al Ángel
de la Muerte, a que el Señor entrara de puntillas. Durante la espera, estuve recordando todo lo que mi madre había hecho por mí.
El contacto de sus suaves manos en la cabeza de u n niño enfermo
era tan curativo... Aquellas manos que yo sostenía habían cosido
tanta ropa, cocinado tantos platos, hecho tantos bocadillos que
luego envolvía en papel de estraza y metía en pequeñas bolsas
marrones para que los lleváramos al colegio... Aquellas manos ataron mi primer par de zapatos, bañaron mi cuerpo cuando era un
bebé y colocaron paños fríos sobre mi frente cuando tenía fiebre.
También me dieron un sopapo cuando fue conveniente y me acariciaron cuando necesitaba ternura.
DE
AGOSTO
c
\*J uando hablamos sobre el tipo de amor con el que nos gustaría que nos amaran, la mayoría deberíamos especificar clara y
enfáticamente que sea incondicional. No quiero que me ames por
lo que pueda hacer por ti o porque satisfaga tus expectativas; no
quiero tener que marchar al son de tus tambores. Quiero que me
ames en lo bueno y en lo malo, en la enfermedad y en la salud, en
la riqueza y en la pobreza, sin cuerdas que nos aten. Yo no puedo
poner a la venta mi persona para comprar tu amor.
Sin embargo, cuando hablamos del tipo de amor que estamos
dispuestos a dar, no está tan claro. La mayoría queremos tantear
un poco más por si las cosas no funcionan. Nos aterroriza dar
nuestra palabra y prometer fidelidad incondicional a ella. Queremos dejar una puerta abierta, una vía de escape. Es mucho más
fácil ser una mariposa sin ataduras que revolotea de flor en flor.
Es mucho más duro jugárselo todo en un compromiso incondicional. Parece mucho menos terrorífico viajar con una tienda de campaña que edificar un hogar permanente.
De Unconditional Love.
De The Silent Holocaust.
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DE
AGOSTO
* ' n el amor, la limitación en el tiempo no es más que una de
las condiciones que podemos poner a nuestro compromiso. «Te
amaré mientras..., hasta que...» En la película Las mariposas son
libres aparece el personaje de una superficial y atolondrada ninfa,
espléndidamente interpretada por Goldie Hawn, que huye de su
amante ciego. Y explica su huida alegando precisamente la ceguera y la incapacidad de éste. En el momento más dramático de la
película, el joven replica: «No estoy incapacitado. Estoy ciego, pero
no incapacitado. Tú sí estás incapacitada, porque no eres capaz de
comprometerte con nadie, de pertenecer a nadie».
El compromiso amoroso, a cualquier nivel, tiene que ser algo
permanente, una apuesta de por vida. Si digo que soy tu amigo,
siempre seré tu amigo, no sólo mientras se den ciertas circunstancias; nunca te fallaré. El verdadero amor no es como la punta
retráctil de un bolígrafo. Si digo que yo soy tu hombre, siempre lo
seré. Como dice otra vieja canción: «Cuando me enamore, será
para siempre».
Cualquier otro tipo de amor pierde su efecto. Antes de renunciar a mis «operaciones de seguridad», a mis máscaras, «roles» y
juegos, necesito saber que el amor que me ofreces es para siempre.
No puedo responder a un amor temporal, provisional, a una oferta con tanta letra pequeña y tantas notas a pie de página en el
contrato.
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DE
AGOSTO
Q
¿ \ ^ u é tememos de la promesa de amor incondicional? Puede
queel
que el:más perturbador de todos los temores sea que mi compromiso de amor incondicional suponga en cierto modo una negación o entrega de mí mismo, una triste despedida a la sensación
de identidad independiente. Temo tener que abandonar mis intereses individuales y mis gustos personales. De hecho, si estos temores se hicieran realidad, puede que no hubiera relación de
amor, porque una relación implica a dos. Kahlil Gibran dice en su
libro The Prophet que el amor incondicional no debería concebirse
como hacer de dos islas una sólida masa de tierra. Él sugiere que
una relación amorosa debería ser como dos islas que permanecen
separadas y distintas, pero cuyas orillas son bañadas por las aguas
compartidas del amor. Rainer Maria Rilke dice: «El amor consiste
en esto: que dos soledades se protejan, se acaricien y se acojan
mutuamente». Una persona podría posiblemente entregar su propia identidad a otra por falta de respeto hacia sí misma o por necesidad de aprobación, pero no en nombre del amor verdadero.
De Unconditional Love.
De El secreto para seguir amando.
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DE
AGOSTO
JLre acuerdo con la leyenda, hubo un tiempo en el que Irlanda
estaba regida por reyes, y el rey reinante no tenía hijos. Envió,
pues, a sus mensajeros a poner carteles en los árboles de todas
las ciudades de su reino. Los carteles anunciaban que todo joven
cualificado debería solicitar una entrevista con el rey como posible sucesor al trono. Sin embargo, todos los solicitantes debían
cumplir estos dos requisitos: 1) amar a Dios; y 2) amar a sus
semejantes.
El joven al que esta leyenda se refiere vio los carteles y reflexionó sobre ello: él amaba verdaderamente a Dios y a los demás
seres humanos. Sin embargo, era tan pobre que no tenía ropa
apropiada para comparecer ante el rey ni disponía de medios para
comprar provisiones para el viaje al castillo. Así que mendigó y
pidió prestado, hasta que por fin tuvo suficiente dinero para adquirir la ropa adecuada y las provisiones necesarias. Finalmente,
partió hacia el castillo, y casi había llegado a su destino cuando se
tropezó con un pobre mendigo que estaba sentado a la orilla del
camino. El mendigo temblaba porque estaba vestido sólo con
harapos. Sus brazos extendidos imploraban ayuda, y su débil voz
suplicó: «Tengo hambre y frío, ¿podría, por favor, ayudarme?».
El joven se sintió tan conmovido por la necesidad del pobre
mendigo que inmediatamente se desprendió de su ropa nueva, se
puso los harapos y, sin pensarlo dos veces, le dio al mendigo todas
sus provisiones. Porque amaba a Dios y a sus semejantes.
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DE
AGOSTO
E
joven de la antigua leyenda irlandesa (la lectura de ayer) se
dirigió un tanto inseguro al castillo, vestido con los harapos del
mendigo y sin provisiones para su vuelta a casa. Una vez llegado
al castillo, un lacayo del rey le hizo pasar. Tras una larga espera,
finalmente fue admitido en la sala del trono del rey. El joven se
inclinó ante su rey. Cuando alzó la mirada, se quedó pasmado.
— «Usted..., usted es el mendigo que encontré a la orilla del
camino».
— «Sí, yo era el mendigo» —respondió el rey.
— «Pero no es realmente un mendigo. Usted es el rey».
— «Sí, soy el rey».
— «¿Por qué me hizo eso?» —preguntó el joven.
— «Porque quería averiguar si de verdad amas, si amas realmente a Dios y a tus semejantes. Sabía que si me acercaba a ti
como rey, te habrías sentido muy impresionado por mi corona de
oro y mis vestiduras regias. Habrías hecho todo lo que te hubiera
pedido por mi apariencia real. Pero entonces nunca habría sabido
lo que hay realmente en tu corazón. Por eso me acerqué a ti como
un mendigo, sin más exigencia que el amor de tu corazón. Y he
descubierto que verdaderamente amas a Dios y a tus semejantes.
Así que tú serás mi sucesor y poseerás mi reino».
De The Christian Vision.
De The Christian Vision.
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DE
AGOSTO
el capítulo veinticinco del evangelio de Mateo, Jesús describe el día del juicio final.
«Entonces dirá el rey a los de su derecha: "Venid, benditos de mi
Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde
la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de
comer...».
Y entonces los justos, desconcertados, preguntarán al Señor:
«¿Cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer?».
Y la respuesta de Jesús será la siguiente:
«Yo era el mendigo a la orilla del camino de vuestra vida. Me acerqué a vosotros, no con la majestad y el esplendor de Dios, sino
como un pobre y sencillo mendigo. No tenía más exigencia que el
amor de vuestro corazón. Tenía que averiguar si erais capaces de
abrir vuestras manos y vuestro corazón a las necesidades de vuestro prójimo. Donde está vuestro tesoro, allí está vuestro corazón, y
tenía que descubrir dónde estaba vuestro corazón. He encontrado
en él un gran amor. Y por eso tendréis para siempre un lugar en mi
reino. Poseeréis el gozo que nunca han visto los ojos humanos, que
nunca han escuchado los oídos humanos, que nunca se ha atrevido a soñar la imaginación humana. Entrad en la casa de vuestro
Padre, donde he preparado un lugar especial exclusivamente para
vosotros».
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DE
AGOSTO
«i • J\ amor funciona!», me lo sigo repitiendo. Pero aparentemente el amor sólo funciona para quienes lo trabajan. El amor
funciona para aquellos que eligen el camino menos transitado y
corren los riesgos de la apertura emocional completa. No cabe la
menor duda de que nuestros sentimientos son únicos y resumen
y reflejan toda nuestra experiencia vital y nuestra unicidad personal. Si el verdadero don del amor es el don de nosotros mismos a
través de la auto-revelación, entonces debemos confiar nuestros
sentimientos a quienes amamos.
Y a aquellos que amamos debemos decirles: por favor, acoged
estos sentimientos con manos benévolas. Y, cuando lo hagáis,
recordad que son una parte muy importante de nosotros. Gracias.
De El verdadero yo: ¡en pie!
En definitiva, en ese último día y en ese juicio final sólo será importante una cosa: todos seremos juzgados por el amor que Dios
encuentre en nuestros corazones.
De The Christian Vision.
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DE
AGOSTO
JL or supuesto que es arriesgado revelar abiertamente nuestros
sentimientos a alguien, así como acoger los sentimientos de otra
persona. Es difícil abrirnos con generosidad y escuchar con sensibilidad. Pero debemos hacerlo si queremos decir a los demás lo
que todos necesitamos escuchar: «Aquí está el don de mí mismo.
Es el auténtico don que puedo ofrecerte... Y gracias por el don de
ti mismo. Creo saber algo de lo que sientes».
Cuando las personas parecen odiosas, tal vez estén intentando decirnos: «No estás escuchando cómo me siento. No te pido
que estés de acuerdo conmigo; no necesito que estés de acuerdo
con lo que pienso o intento decir. Pero sí necesito realmente que
me aceptes y me comprendas a mí y mis sentimientos. ¿Puedes?
¿Lo harás?».
Resulta igualmente difícil revelar los propios sentimientos,
correr el riesgo de la transparencia emocional. Es como desnudarse en público. Puedes volver a vestirte, pero los demás van a recordar siempre tu aspecto. Abrirnos a otra persona, dejar de mentir
sobre nuestra soledad, dejar de ocultar nuestros temores y heridas, estar abiertos acerca de nuestros afectos y decir a los demás
lo que significan para nosotros es el difícil pero esencial trabajo
del amor.
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DE
AGOSTO
* ' a razón más frecuente por la que no explicitamos nuestras
emociones es porque no queremos reconocerlas, por la razón que
sea. Tememos que los demás puedan no pensar bien de nosotros,
o incluso rechazarnos, o castigarnos de alguna manera por nuestra franqueza emocional. En cierto modo, hemos sido «programados» para no aceptar como parte de nosotros determinadas emociones que, más bien, nos producen vergüenza. Eso sí: podemos
racionalizar y decir que no podemos manifestar nuestras emociones, porque no serían comprendidas, o que el manifestarlas serviría para perturbar una relación pacífica o para provocar en el otro
una reacción emocionalmente borrascosa; pero todas nuestras
razones son esencialmente fraudulentas, y nuestro silencio sólo
puede producir relaciones igualmente fraudulentas. Quien no
construya una relación sobre la transparencia y la sinceridad
construye sobre arena, y semejante relación jamás podrá superar
la prueba del tiempo; y ninguna de las partes obtendrá de dicha
relación ningún beneficio que valga la pena.
De ¿Por qué temo decirte quién soy?
Del programa de vídeo Free To Be Me.
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DE
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AGOSTO
X-<^escubrir nuestra faceta vulnerable y débil, nuestros temores
y hábitos inmaduros, incluso nuestras falsedades y fingimientos,
supondrá un gran alivio. Introducir al otro en nuestras «estancias
secretas» será una experiencia liberadora. Y en el intercambio de
esa comunicación, llegará a conocer nuestro auténtico yo. Nuestra
comunicación ya no ofrecerá sólo una versión abreviada y amañada, sino que se verá lo que hay: nuestro único y exclusivo yo,
nuestro yo auténtico.
No temeremos a los demás ni sentiremos la tentación de mitificar a quien nos parezca que lo tiene todo bajo control. Sabremos
que los demás también cometen errores y experimentan en sí mismos la debilidad de la condición humana. Yo digo a las personas
con quienes me relaciono: «Si alguna vez crees conocerme, seguro
que sólo se trata de un fragmento de mí. Parte de mí se siente
segura; otra parte de mí duda. Parte de mí es amor; otra parte de
mí es egoísmo. Parte de mí tiene confianza; otra parte de mí desconfía. Parte de mí es orgullosa; otra parte es humilde». Paulatinamente me he ido sintiendo más contento de ser una persona
ambivalente que parece estar dividida justo por la mitad.
DE
AGOSTO
s
ólo cuando estamos dispuestos a compartir todo nuestro ser,
incluidas nuestras imperfecciones, estamos comunicándonos de
verdad. Pero aún hay más: nuestra franqueza tendrá un efecto
decisivo sobre los demás. La sinceridad, como cualquier otra faceta humana, es contagiosa. Nuestra salida de los muros protectores
para encontrarnos con los demás cara a cara les incitará a ellos a
hacer lo mismo. Cuando somos auténticos y sinceros acerca de
nuestra vulnerabilidad, los otros se sienten aliviados de inmediato, porque saben que hemos corrido el riesgo de exponer nuestras
«imperfecciones». Y nuestra sinceridad les invita y les anima a
quitarse sus máscaras, a revelar su yo profundo abierta y sinceramente. Se sienten fortalecidos para asumir riesgos similares, y
experimentarán una sensación de libertad análoga.
Finalmente, otra parcela de sabiduría que he obtenido gracias
a un amigo de Alcohólicos Anónimos es la siguiente: «Cuantos
más secretos, más enfermos». En la otra cara de la moneda está la
expresión positiva de la misma verdad: cuanto más abiertos y sinceros seamos, más sanos estaremos.
De El verdadero yo: ¡en pie!
De El verdadero yo: ¡en pie!
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DE
AGOSTO
• J a comunicación es un libre intercambio de dones. El emisor
ofrece el don de su yo a través de su auto-revelación, y el receptor
acoge ese don con manos benévolas y comprensivas. Y esta respuesta del receptor es en sí misma un don tan alentador y positivo que merece algún tipo de expresión de gratitud.
Cuando alguien está dispuesto a escuchar, lo primero que debe
hacer es dejar a un lado su propia vida para conceder al otro el
tiempo que necesita. Al escuchar, se ofrece lo que más necesario
nos es a todos: el alivio de que alguien se interese por nosotros. A
veces me imagino el proceso en términos de espacio físico. El
receptor deja un espacio libre en su vida en el que el emisor pueda
moverse, sentarse y extender las piezas de su «puzzle» personal. El
receptor tiene que hacer espacio al emisor. Un buen receptor no es
sólo un cordero para el sacrificio que obra de acuerdo con las
reglas de una virtuosa auto-oblación, sino que el buen receptor
desea realmente saber quién es la persona que le habla.
«Gracias por dejar de lado tus propias necesidades y preocupaciones. Gracias por desear saber quién soy en realidad. Esto,
naturalmente, hace que me sea mucho más fácil compartir contigo mis propios espacios interiores».
De El verdadero yo: ¡en pie!
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AGOSTO
^ ^ n buen receptor nos da la libertad de ser quienes somos.
Pues somos casi dolorosamente conscientes de que el otro es diferente de nosotros; de que nuestros pensamientos no son sus pensamientos, y sus pensamientos no son los nuestros; nuestros
temores no son sus temores; nuestras preocupaciones pueden no
encontrar ningún eco en su interior; las cosas que despiertan en
nosotros ira y rencor puede que él las sobrelleve con facilidad... Y,
aún así, nos da la libertad de ser diferentes: de temer lo que él no
teme, de preocuparnos por lo que a él no le causa ninguna inquietud y de sentir rencor hacia personas por las que él sólo siente
compasión.
Un buen receptor nos ofrece incluso más que esta aceptación
de nuestras diferencias, porque sale de sí para experimentar indirectamente lo que estamos intentando compartir con él. El buen
oyente se esfuerza por entrar en nuestro interior, por mirar a
través de nuestros ojos, por sentir nuestros temores, por revivir
con nosotros nuestras reacciones... El buen receptor dice simplemente: «Sí, claro» o «Ya veo», y de inmediato nos sentimos
comprendidos.
El buen receptor nos ofrece ese gran regalo de la empatia que
nos asegura que no estamos solos. Este don de salir de sí mismo y
situarse, de alguna forma, a nuestro lado es un presente sumamente valioso.
De El verdadero yo: ¡en pie!
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DE
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r
V-¿ uando le damos las gracias a nuestro oyente por escucharnos,
estamos implícitamente aclarando que eso era lo único que le
pedíamos. Porque no pretendíamos que resolviera nuestros problemas por nosotros: eso sería una muestra de inmadurez por
nuestra parte; tampoco estábamos intentando manipularle
mediante alguna acusación sutil, ni juzgarle, ni tampoco retándole a valorar nuestras confidencias.
Lo único que le estábamos pidiendo era el gran don de que
durante un rato dejara a un lado su propia vida y sus asuntos pendientes y compartiera nuestras preocupaciones; le estábamos
pidiendo el don de que nos permitiera ser distintos de él; le estábamos pidiendo el regalo de que nos aceptara en nuestra situación
de este preciso momento. Una sencilla palabra de gratitud expresa todo esto y le hace saber que apreciamos los muchos presentes
implícitos en el don de su escucha. Al mismo tiempo, nuestra gratitud nos recuerda a nosotros mismos que él no es un objeto que
podamos utilizar ni una persona que podamos no apreciar en su
justa medida.
Con mucha frecuencia, cuando compartimos nuestros sentimientos denominados «negativos», puede dar la impresión, sin
pretenderlo, de que estamos juzgando, desafiando o buscando la
confrontación. Pero si al final decimos: «¡Muchas gracias por permitirme ser yo y por dejarme contártelo!», situamos las cosas en la
perspectiva debida y también proporcionamos un contexto a la
comunicación que clarifica nuestra auto-revelación y la presenta
como el don de nuestro yo. La manifestación de nuestra gratitud
subraya que ese «don» no era una acusación sutilmente velada ni
una manipulación, sino sencillamente un presente, sin condicionamientos añadidos.
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DE
AGOSTO
• > a primera y más obvia ventaja de la comunicación honesta y
abierta es que da lugar a una verdadera y auténtica relación y a
eso que hemos dado en llamar un verdadero «encuentro» entre
personas. Un encuentro en el que no sólo va a darse una comunicación mutua entre personas, con el consiguiente compartir y
experimentar recíprocamente el ser personal de otro, sino que va
a desembocar en un sentido cada vez más claramente definido de
la identidad de cada una de las partes de la relación.
Hoy somos muchos los que nos preguntamos: «¿Quién soy
yo?» Ésta ha llegado a ser una pregunta socialmente admitida y
hasta de buen tono, e implica que uno no conoce realmente su
propio yo de persona. Ya hemos dicho que la persona es lo que uno
piensa, juzga, siente, etc. Si yo he comunicado estas cosas con
libertad y abiertamente, con toda la transparencia y sinceridad de
que soy capaz, constataré un crecimiento evidente en mi propio
sentido de la identidad, así como un más profundo y auténtico
conocimiento del otro. Se ha convertido en un verdadero tópico
psicológico eso de que sólo comprenderé aquello de mí mismo que
haya sido capaz de comunicar a otros.
De ¿Por qué temo decirte quién soy?
Ah, y gracias por haberme atendido.
De El verdadero yo: ¡en pie!
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DE
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• / o que hemos denominado comunicación «gut-level» suscita
en los demás una reacción de sinceridad y transparencia que es
absolutamente necesaria para que la relación sea realmente interpersonal, mutua. Si queremos que el otro se abra a nosotros, debemos comenzar por abrirnos nosotros a él, hablándole sincera y
abiertamente de nuestros sentimientos.
«La persona ofrece resonancia a la persona», dice el psiquiatra
Goldbrunner. Si yo estoy dispuesto a salir de la oscuridad de mi
prisión y exponer a otra persona lo más profundo de mí, el resultado es casi siempre automático e inmediato: la otra persona se
siente con fuerzas para revelárseme ella a su vez. El escuchar mis
secretos y profundos sentimientos le ha dado valor para comunicar los suyos.
De ¿Por qué temo decirte quién soy?
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T
JL u amor por mí sólo será eficaz en la medida en que yo me confíe a ti. Cuando me digas, de alguna de las muchas maneras en
que se expresa el amor, que me amas, yo quiero saber que me
conoces de verdad. En la medida en que te haya ocultado mi verdadero yo, el significado de tu amor se verá oscurecido. Siempre
temeré que tú ames tan sólo la parte de mí que te he permitido
conocer, y que si conocieras mi yo real, si lo supieras todo sobre
mí, no me amarías. El amor sigue al conocimiento, por eso sólo
puedes amarme en la medida en que te deje conocerme.
Es cierto que en toda comunicación la benevolencia sin sinceridad es sentimentalismo; pero es igualmente cierto que la sinceridad sin benevolencia es crueldad. Lo ideal en la comunicación es
tener la habilidad de ser al mismo tiempo totalmente sincero y
totalmente benévolo. Una de las reglas inflexibles del diálogo es
que las emociones deben ser comunicadas en el momento en que
se experimentan y a la persona con la que esas emociones tienen
que ver. Aun así, la benevolencia tiene mucho que decir sobre la
manera de comunicarse.
De El secreto para seguir amando.
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x J L l deseo de escuchar debe añadirse el deseo de aprender, lo
que para la mayoría de nosotros es bastante difícil, pues nos exige
abandonar el lugar en el que nos encontramos e ir hacia donde se
encuentra el otro, e incluso requiere que dejemos a un lado nuestras propias convicciones (pero no renunciemos a ellas) para
experimentar las suyas. No cabe duda de que si le reflejamos no
sólo nuestra empatia, sino también nuestra comprensión de su
«coherencia interna», estará sumamente agradecido, pues se sentirá comprendido. Y este tipo de escucha con la intención de
aprender es un don mucho más valioso que escuchar apenas el
tiempo suficiente para preparar nuestras respuestas.
Yo he pensado a veces que este «escuchar y comprender» del
que estamos hablando es comparable a buscar las piezas de un
«puzzle». La primera entrega de auto-revelación que alguien hace
es frecuente que, en sí misma, carezca de significado, del mismo
modo que una pieza de un «puzzle» apenas tiene sentido por sí
misma. Pero después llegará otra pieza, si escuchamos con sensibilidad y con auténtica empatia. Y lentamente, una a una, las piezas irán apareciendo y se irán ensamblando; gradualmente, la
imagen comenzará a tener sentido. Por supuesto, nunca comprendemos por completo a alguien, incluyéndonos a nosotros
mismos; pero podemos llegar a percibir lo que supone ser «otro»;
podemos entender algo de la «coherencia interna» de los pensamientos y sentimientos de otro ser humano. Y cuando alguien nos
ofrece una comprensión de este tipo, experimentamos un momento de consuelo supremo. «Gracias a Dios, por fin alguien sabe
lo que supone ser yo». La persona que verdaderamente ha sido
escuchada y comprendida, probablemente se transformará para
siempre gracias a ese inapreciable don.
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C
4-J i yo tengo la costumbre de juzgar las intenciones o la motivación del otro, debería esforzarme por superar tan adolescente costumbre, porque, de lo contrario, sencillamente no podré camuflar
mis juicios, por más aclaraciones previas que haga.
Si yo deseo realmente saber la intención, o motivación, o reacción de otra persona, no hay más que una forma de averiguarlo:
debo preguntárselo.
Quizá sea éste el momento de decir una palabra sobre la diferencia entre juzgar a una persona y juzgar una acción. Si yo veo
cómo alguien roba el dinero a otro, puedo juzgar que esa acción es
moralmente mala, pero no puedo juzgar a esa persona. El juzgar la
responsabilidad humana es cosa de Dios, no tuya ni mía. Sin
embargo, si no pudiéramos juzgar de la rectitud o iniquidad de
una acción, ello significaría el final de toda moralidad objetiva. Y
no debemos caer en el error de pensar que no hay nada objetivamente malo ni objetivamente bueno, sino que todo depende de la
forma en que uno lo vea. Ahora bien, juzgar de la responsabilidad
del otro sigue siendo cosa de Dios.
De ¿Por qué temo decirte quién soy?
De El verdadero yo: ¡en pie!
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J—Jas personas son muy complicadas. Son tan «otras», tan distintas de nosotros, que no podemos proyectar en ellas nuestros
pensamientos, sentimientos o motivos, sin correr riesgos. Mirando su exterior, no podemos leer lo que hay en su interior.
Espero que el lector pueda encontrar en su memoria alguna
ocasión en la que pensara que había descifrado correctamente los
motivos e intenciones de otra persona y luego descubriera que la
realidad oculta era bastante distinta. Espero que se quedara asombrado y sorprendido al descubrir, por ejemplo, bajo una cara muy
sonriente, el vacío de la más completa soledad. Espero que haya
averiguado por experiencia personal lo misteriosos que podemos
ser los seres humanos. Un sólo descubrimiento de este tipo puede
bastar para darnos que pensar. Nuestros juicios erróneos deben
hacer que nos replanteemos nuestra habilidad para leer las mentes y juzgar las intenciones ajenas.
A veces no acierto por muy poco, pero casi siempre meto la
pata hasta dentro... Me he equivocado cada vez que he intentado
hacer adivinaciones y juzgar intenciones, así que he llegado a la
conclusión de que la única forma de saber lo que alguien piensa o
se propone hacer es sencillamente preguntárselo. Es obvio que
todos estamos de algún modo engañados acerca de nosotros mismos, y por eso puede que lo que el otro nos diga en respuesta a
nuestras preguntas no siempre sea exacto o ni siquiera verdadero,
pero seguro que se aproxima más que nuestras más perspicaces
suposiciones. Además, preguntar siempre promueve un intercambio comunicativo; del mismo modo que la adivinación del pensamiento y el juicio tienden a destruir las líneas de comunicación y
a distanciar a las personas.
Por lo tanto, la próxima vez que nos sintamos seguros de
algo, debemos revisar nuestras premisas. Los seres humanos
somos demasiado complicados y distintos para dedicarnos a hacer
adivinanzas.
A veces por muy poco, pero generalmente no damos ni una...,
porque siempre hay una sorpresa esperándonos en la verdad profunda de los demás. Esperamos que os gusten las sorpresas.
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T
' J a presencia personal implica mucho más que ser un mero
cuerpo cálido en la misma habitación. Estamos presentes personalmente ante otro cuando le brindamos toda nuestra atención.
Durante ese tiempo, todo lo demás ha quedado excluido, y nuestras lentes mentales enfocan a esa persona y lo que comparte con
nosotros.
A la mayoría nos resulta difícil desarrollar una sinceridad y
una franqueza verdaderas. Por consiguiente, necesitamos el
ambiente y el apoyo de una presencia auténtica para hacer el
intento de comunicarnos en profundidad. No queremos correr los
evidentes riesgos de la auto-revelación si el otro parece aburrido o
distraído; no deseamos poner en sus manos una parte tierna y
sensible de nuestro ser para verle bostezar o para percibir su intento de cambiar de tema; no nos apetece compartir con él nuestra alegría o nuestro éxito si da la sensación de estar demasiado
preocupado como para celebrarlos con nosotros.
El concepto de «accesibilidad» está íntimamente relacionado
con lo que venimos diciendo. Todos sabemos lo que supone llamar
a una puerta y no obtener respuesta; sabemos lo que implica marcar un número de teléfono con una sensación de urgencia y no
obtener más que la señal de comunicando. Pues bien, la mayoría
experimentamos una reacción de decepción similar cuando deseamos verdaderamente compartir alguna parte profunda de nosotros mismos y comprobamos que nuestro supuesto receptor no
parece estar accesible. Tenemos la sensación de que esa persona
preferiría que no la molestáramos con nuestros problemas.
Cuando nos llega la «señal de ocupado», normalmente nos limitamos a colgar y sentimos la tentación de abandonar.
De El verdadero yo: ¡en pie!
De El verdadero yo: ¡en pie!
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V ^ n viejo dicho de los indios americanos nos recuerda que
«para comprender verdaderamente a otro ser humano, primero
debemos andar una milla en sus mocasines». Me gustaría añadir
a ello la sugerencia de que no podemos caminar en los mocasines
de otro, si antes no nos quitamos los nuestros. Como receptores,
tenemos que hacer un verdadero esfuerzo para salir de nosotros
mismos, para desprendernos de nuestras preocupaciones personales y para donar a los demás nuestra presencia y accesibilidad.
Al principio será muy difícil, pero, como ocurre con cualquier
otro logro humano, la práctica lo hará cada vez más fácil, hasta
que se convierta en algo habitual. La presencia y la accesibilidad
son logros muy valiosos y, ciertamente, merece la pena el esfuerzo de repetirlos y practicarlos.
Por lo tanto, intercambiemos nuestro calzado y caminemos
una milla juntos.
De El verdadero yo: ¡en pie!
DE
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E
n mi opinión, la clave del éxito en lo que respecta a la comprensión y el amor a los demás es la empatia. La empatia comienza con una escucha atenta y una lectura intuitiva de la singularidad del otro. La empatia sólo hace una pregunta: ¿Qué se siente
siendo tú? La empatia se mete dentro de la piel del otro, camina
con su calzado, ve y experimenta la realidad a través de los ojos
del otro. En suma, la empatia no ofrece consejos, sino únicamente comprensión. «Sí, te escucho». Si la esencia de la empatia es
escuchar al otro y vivir vicariamente su experiencia vital, el precio
que conlleva es un abandono temporal del propio yo, de los pensamientos y sentimientos propios, de los valores y las creencias
personales. Cuando empatizo contigo, abandono el lugar en que
me encuentro y voy donde tu estás.
Cari Rogers sugiere que nuestra experiencia de la condición
humana frecuentemente envuelve sentimientos similares a los de
una persona que ha caído en un pozo profundo y seco. El hombre
desesperado, atrapado en el pozo, no puede salir, y golpea una y
otra vez las paredes, esperando contra toda esperanza que alguien
le oiga y se dé cuenta de su situación. Finalmente, después de
mucho tiempo golpeando las paredes del pozo, oye un golpe que
le responde desde el exterior. ¡Alguien le ha oído! El pobre hombre siente un enorme alivio agradecido. «¡Gracias a Dios! Alguien
sabe por fin dónde estoy». Rogers dice que cuando alguien nos
escucha realmente y muestra comprensión, sentimos la misma
explosión agradecida de alivio: «¡Gracias a Dios! ¡Alguien sabe por
fin dónde estoy. Alguien sabe por fin lo que se siente siendo yo!».
De The Christian Vision.
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M
JL V Aediante la empatia compartimos la experiencia del otro y
sus pensamientos, sentimientos y actitudes de manera mucho
más plena. A través de la empatia nos ponemos en la piel de la
otra persona. Gracias a los poderes de nuestra mente y de nuestra
imaginación, pensamos sus pensamientos, queremos lo que ella
quiere y sentimos lo que siente; en suma, experimentamos lo que
el otro está experimentando.
Para desarrollar nuestros poderes de empatia, tenemos que
tomar conciencia de la alteridad de todos los seres humanos;
debemos ser capaces de dejar a un lado nuestro marco de referencia y nuestros propios instintos y asumir los de los demás. En cierto sentido, la empatia es la habilidad básica del receptor dentro
del proceso de comunicación.
No es fácil caminar una milla en los mocasines de otro. Sin
embargo, si deseamos realmente penetrar en los pensamientos y
actitudes de otra persona y captar su experiencia global, podremos
hacerlo, pero el primer paso ineludible consiste en quitarnos nuestros propios mocasines.
En mi opinión, la invitación a la empatia comienza con esta
pregunta: ¿Qué se siente siendo tú? Y si nos hacemos esta pregunta al relacionarnos con otra persona, nuestro interlocutor la
percibirá como una demostración de interés: «Me preocupo por
ti». Tanto si estamos de duelo como de celebración, a los seres
humanos nos resulta difícil la soledad. Una reacción empática por
parte de otra persona es siempre consoladora y reconfortante,
pues expresa de modo claro e innegable: «No estás solo. Yo estoy
contigo porque me intereso por ti».
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2. v J a l y un temores nos mantienen encerrados en la solitaria
reclusión del «extrañamiento». A algunos les aterra ponerse a llorar y romper en sollozos, como si fueran niños; a otros les frena el
temor a que la otra persona no perciba la tremenda importancia
que el secreto de uno tiene para uno mismo. Por lo general, presentimos el profundo dolor que experimentaríamos si nuestro
secreto fuera recibido con indiferencia, incomprensión, disgusto,
enfado o irrisión. También nos da miedo el que nuestro confidente pueda enfadarse y revelar nuestro secreto a otras personas que
no querríamos que lo supieran.
Puede que en un momento dado de mi vida haya tomado yo
una parte de mí y la haya expuesto a la luz para que pudiera verla
otra persona. Y puede que esa persona no lo comprendiera y que
yo, totalmente arrepentido, me refugiara en una dolorosa soledad
emocional. Pero puede que también haya habido otros momentos
en los que alguien haya escuchado mi secreto y aceptado benévola y delicadamente mi confidencia. Puede que aún recuerde las
palabras que dijo para tranquilizarme, la compasión que había en
su voz, la comprensiva mirada de sus ojos, la dulzura con que me
tomó de la mano y la ligera presión que ejerció sobre ella para
darme a entender que me comprendía... Aquélla fue una experiencia grande y liberadora, a raíz de la cual me sentí muchísimo
más vivo: me había sido satisfecha una inmensa necesidad de ser
realmente escuchado, tomado en serio y comprendido.
De ¿Por qué temo decirte quién soy?
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LJ upongamos que somos nosotros los que estamos escuchando
de modo atento y acogedor, sin intentar adivinar los pensamientos de nuestro interlocutor, sino limitándonos simplemente a tratar de imaginar lo que se siente siendo él. Sin embargo, aún con
estas buenas intenciones y esfuerzos, seguimos sin estar seguros
de comprenderle, no tenemos la certeza de entender de verdad lo
que está tratando de decirnos y no queremos obviar este obstáculo adivinando o presumiendo que sabemos lo que pretende decir,
porque podría resultar peligroso. Queremos estar seguros de que
le comprendemos y entendemos lo que quiere decir, y deseamos
que él esté seguro de que le estamos realmente comprendiendo.
Por tanto, ¿qué podemos hacer?
En este caso, tenemos que esforzarnos en clarificar su mensaje, y hay tres clases de clarificaciones, cada una de las cuales
corresponde a un nivel diferente de comprensión. La primera es
muy simple, consiste en pedir más información. Si el mensaje que
estamos recibiendo nos parece indirecto o incompleto, tenemos
que buscar y localizar lo que falta. La segunda clase de clarificación es verificar los significados de las palabras, porque puede que no
se trate más que de los términos que se utilizan, pues los significados que el otro da a sus palabras pueden ser bastantes distintos
de los que nosotros captamos. En este caso, debemos pedirle que
nos explique sus definiciones. Finalmente, al tercer tipo de clarificación podemos denominarlo verificación de nuestra comprensión de
la experiencia. En este caso, el contenido y los significados de las
palabras pueden ser claros, pero, por alguna razón, no estamos
seguros de haber comprendido todos los matices o el impacto
emocional de la experiencia.
Al buscar una clarificación en cualquiera de estos tres niveles,
lo más importante es dejar claras nuestras intenciones a nuestro
interlocutor. Y esas intenciones deben ser siempre:
— el interés en el hablante;
— la delicadeza y la paciencia durante el proceso;
— y el deseo de comprender en su totalidad lo que el otro nos
está exponiendo.
Cruzarnos como barcos en la noche es una alternativa solitaria y dolorosa.
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DE
SEPTIEMBRE
E
único camino seguro para no crecer es hacer autostop en la
mente y la voluntad de otra persona, pues nunca maduraremos si
permitimos que otros piensen y elijan por nosotros. En consecuencia, decir a otro lo que tiene que pensar, interpretando por él
la realidad, equivale a cercenar su proceso de maduración. Del
mismo modo, decir a otro lo que tiene que hacer, es ser cómplice
de su inmadurez y su dependencia infantil.
Por lo tanto, ¿qué tengo que hacer cuando aparece alguien y
veo su dedo de autostopista pidiendo un viaje gratis? En ocasiones, tengo que esforzarme por contener mi antiguo impulso de
transformarme en una impresora de ordenador que suelta todo
tipo de interpretaciones y consejos. He trabajado personalmente
con la técnica de la pregunta bien situada en el lugar preciso. Es
algo similar a lo siguiente: «Vaya, no sé qué debes hacer. ¿Tú que
piensas?; a tu juicio, ¿cuáles son las posibilidades?» Algunas veces
se puede dejar caer una sugerencia en la conversación mediante
una pregunta: «Dime, ¿has pensado alguna vez en volver a estudiar y conseguir un título?»; o «¿Crees que tu actitud hacia las
figuras de autoridad se ha visto afectada por tu relación con tu
padre?» Pero soy lo suficientemente mayor y sabio como para saber que no puedo pensar o elegir por nadie, excepto por mí mismo.
Sólo soy experto en mí mismo. Debo asumir la responsabilidad de
tener mis propios pensamientos y de tomar mis propias decisiones, pero no puedo hacerlo por ninguna otra persona.
De El verdadero yo: ¡en pie!
De El verdadero yo: ¡en pie!
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2
DE
3
SEPTIEMBRE
X. odos utilizamos a veces barreras de uno u otro tipo que nos
impiden escuchar realmente a otra persona; levantamos obstáculos entre nosotros y los demás. Y es evidente que, una vez que se
han alzado esas barreras, los demás no pueden recibir de nosotros
ningún apoyo o comprensión. Al mismo tiempo, también nos
impedimos a nosotros mismos recibir el valioso don de lo que los
otros están dispuestos a comunicarnos. Estas barreras sabotean
cualquier comunicación verdadera; en consecuencia, a todas las
personas implicadas se les niega la oportunidad de comunicarse y
de crecer.
Veamos la lista parcial de las barreras a la comunicación más
habituales.
Aconsejar: «Lo que deberías hacer es...».
Competir: «Estoy seguro de que yo soy mejor que...».
Procesar: «Según parece, los estudios han demostrado que...».
Distraer: «Oye, este lugar es maravilloso...».
Soñar: «¿Qué... Ah sí, seguro... Entiendo».
Filtrar: «Otro buen día de trabajo, ¿eh?».
Mostrar resentimiento: «Sí, pero tú...».
Identificarse: «Claro, es como cuando yo...».
Ignorar: «...».
Descalificar (etiquetar): «Vamos..., eres realmente un paranoico».
Apaciguar: «Claro que sí, es verdad; tienes toda la razón»
Ensayar nuestra respuesta: «En cuanto termine de hablar, voy a
decirle...».
Sarcasmo (herir): «No te des prisa, cielo. Podrías perder tu imagen de tardona...».
De El verdadero yo: ¡en pie!
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SEPTIEMBRE
c
\*J uando somos receptores de las revelaciones ajenas, es de
suma importancia que mostremos explícitamente nuestro agradecimiento. Acabamos de recibir un importante y valioso don: una
parte de otro ser humano y de otra vida humana. En consecuencia, deberíamos practicar la costumbre de agradecer a los demás
su auto-revelación y su confianza en nosotros.
Cuando se trata de una auto-revelación que conlleva un riesgo evidente (la confesión de un profundo y oscuro secreto), la gratitud brota con mayor facilidad. También es agradable y fácil dar
las gracias por una auto-revelación que nos reafirma y nos valora
a nosotros mismos. La cosa se complica un poco más cuando
nuestro interlocutor nos introduce en los valles de su tristeza o de
su depresión, pues es difícil sentir agradecimiento cuando los
demás comparten con nosotros sus problemas, sus laberintos personales que parecen no tener salida.
La situación en la que es más difícil expresar abiertamente
nuestro agradecimiento es la creada por una auto-revelación que
directa o indirectamente nos critica a nosotros. No obstante, la
mayoría sabemos lo difícil que es expresar nuestras reacciones negativas. Cuando alguien saca a relucir un tema que implica algún
fallo por nuestra parte o alguna reacción negativa hacia nosotros,
podemos estar seguros de que esa persona probablemente ha tenido que recurrir a más valor del normal para compartir esos sentimientos de tipo negativo. Por tanto, tiene especial importancia
que estemos explícitamente agradecidos por los pensamientos y
sentimientos que comparte con nosotros.
Si pensamos en los demás como dones que se ofrecen y creemos que lo que nos comunican es la entrega de ese don, lógicamente querremos agradecérselo. Además del contenido de lo que
nos transmiten, también nos otorgan su confianza; confían en
nosotros al compartir lo que piensan y sienten de forma sincera y
abierta. Es evidente que asumen el riesgo de su vulnerabilidad
personal; puesto que son conscientes de que existe la posibilidad
de que rechacemos o ridiculicemos sus confidencias. Podríamos
reaccionar mal, mostrarnos heridos o enfadados o manifestar
decepción. Incluso podríamos negarnos a escuchar lo que desean
comunicarnos. Sin embargo, al compartir sus pensamientos y
sentimientos con nosotros, nos presentan su ofrenda con manos
inseguras y temblorosas. Gracias, gracias, gracias.
De El verdadero yo: ¡en pie!
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X _ / s extremadamente importante que tú y yo insistamos en
nuestro derecho a vivir plenamente y a expresar libremente todos
nuestros sentimientos. «Éste soy yo: para lo bueno y para lo malo,
en la salud y en la enfermedad, ya tenga una vida larga o corta.
Éste soy yo». Sólo cuando nos hayamos comprometido con la
comunicación sincera, sólo cuando nos mostremos tal como somos en lugar de fingir lo que no somos, podremos ser amados
efectivamente. Cuando hayamos sido abiertos y honestos en
nuestra comunicación y alguien nos diga que nos ama, lo habremos conseguido. Entonces y sólo entonces podremos realmente
creer en el amor que se nos ofrece. Entonces y sólo entonces
podremos decir: «Me conoces de verdad y me amas de verdad».
Éste es el comienzo de una autoimagen auténtica y sana. Y sólo
una autoimagen sana nos liberará, nos llevará a la plenitud de
vida, para que nos unamos a la danza de la vida y cantemos sus
canciones. Sólo cuando hayamos sido honestos y subsecuentemente amados, podrá haber una resonancia real e interna entre lo
que sentimos verdaderamente en nuestro interior y lo que las personas nos dicen desde el exterior. Es de vital importancia interiorizar lo que el amor nos ofrezca, pero el amor sólo puede ser eficaz en nosotros después de habernos mostrado tal como somos,
después de haber dicho a los demás quiénes somos realmente. En
cierta ocasión alguien me dijo: «Te querría aunque fueses malo».
Yo tragué saliva. No sabía qué decir. Pero recuerdo que me sentí
bien, seguro. Después reflexioné sobre ello y descubrí que era una
de esas raras expresiones de amor incondicional. No había cuota
de admisión. Yo no tenía que hace nada, ni siquiera tenía que ser
bueno. Sólo tenía que ser yo mismo. Sencillamente me quería.
Creo profundamente que éste tipo de amor incondicional es el
comienzo, el origen de toda auténtica vida. Nuestras vidas las
moldean quienes nos aman... y quienes se niegan a amarnos.
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LJ ea lo que sea lo que el amor pueda pedirnos en un caso concreto, hay dos dones indispensables que siempre forman parte de
él, y podemos estar seguros de que siempre son necesarios. El primero es el don de uno mismo mediante la auto-revelación. Todos
demás dones del amor —como las flores, las joyas, los puros y los
dulces— son simples signos y expresiones simbólicas. El don
esencial del amor es siempre el don de uno mismo. Si no te entrego mi auténtico yo, no te entrego nada. Sólo te he dado ficción y
engaño. Te he permitido observar mi farsa.
El segundo don esencial del amor es la afirmación del valor de
la otra persona. Si te amo, debo apreciarte y hacerte ver el aprecio
que siento hacia tu bondad y tu talento únicos. No puedo interactuar contigo sin hacer alguna contribución, ya sea positiva o negativa, a tu siempre importante autoimagen. Tampoco puedo interactuar contigo sin experimentar algún aumento o disminución
en mi propia percepción de mi valor personal. Todos somos como
espejos los unos de los otros y, en gran medida, nos percibimos a
nosotros mismos en el «feedback» de las reacciones mutuas. Siempre estamos contribuyendo, positiva o negativamente, a la autoimagen ajena. Sólo puedo saber que soy valioso en el espejo de tu
rostro sonriente, en el sonido cálido de tu voz y en la caricia suave
de tu mano. Y tú sólo puedes comprender tu valor en mi rostro,
mi voz y mis caricias.
De The Christian Vision.
Del programa de vídeo Free To Be Me.
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n la teología cristiana sólo hay un único sacerdote, y es
Jesús. Estoy seguro de que sabéis que el «sacerdote» se identifica
bíblicamente con la persona que ofrece sacrificios o dones a Dios.
Pero, en un sentido incluso más profundo, «sacerdote» significa
mediador, mediador entre Dios y la humanidad. En un sentido
real, todos nosotros somos sacerdotes, porque todos estamos bautizados en Jesús, el único sumo sacerdote. Vosotros y yo somos
sacerdotes porque, por nuestro bautismo, llevamos en nosotros la
persona y compartimos el sacerdocio de Jesús. Participamos de su
papel como mediador. Obviamente, Jesús cumplió su papel como
mediador a la perfección. Estuvo profundamente en contacto con
el corazón de su Padre y profundamente en contacto con el corazón humano. Ésa fue su vocación. Y es también la nuestra.
Algunas veces hacemos más hincapié en una de estas conexiones que en la otra. Aquellos de nosotros que se concentran sólo
en la conexión con Dios se convierten en personas con una
supuesta unión personal profunda con Dios. Pero la tentación es
ésta: «Jesús y yo, y dejemos que el resto del mundo siga su curso».
Este tipo de espiritualidad centrada en «Dios y yo» va perdiendo
lentamente la compasión por el corazón humano. Y cuando perdemos esta conexión, perdemos la esencia del sacerdocio. Es obvio
que Jesús nunca perdió dicha conexión, y ello es parte del consuelo que siempre supondrá para nosotros: él comprende el corazón humano y nos pide que hagamos lo mismo.
Del programa de vídeo Jesús As I Know Hitn.
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^ A l g u n a s veces pienso que Dios es una especie de toma de corriente eléctrica. En un terminal eléctrico hay mucho poder esperando ser conectado. Hay suficiente potencia para iluminar una
habitación o para calentarla, así como para hacer sonar la música
o hacer aparecer la imagen televisiva. Pero, a no ser que nos
conectemos, toda esa potencia será inútil. Y la conexión, la forma
de enlazar con el poder de Dios, es la fe. La fe es nuestro engranaje con Dios. Es nuestra fe la que se conecta y libera el poder de
Dios.
En los evangelios hay un episodio que ilustra lo que acabamos
de decir. Cierto día, Jesús marchaba con sus apóstoles por un
camino abarrotado de gente, y en los caminos abarrotados había
todo tipo de empujones y codazos. De repente, Jesús se paró y preguntó: «¿Quién me ha tocado?» Los apóstoles, sorprendidos, respondieron: «¿Estás bromeando? La gente te está empujando por
todas partes, y tú preguntas que quién te ha tocado. ¿Lo dices en
serio?».
Y Jesús pensativamente les dijo: «Sí. Lo que quiero decir es
que alguien me ha tocado de una forma muy especial. Alguien me
ha tocado con el toque de la fe». Los apóstoles, aún sorprendidos,
replicaron: «¿Y cómo lo has sabido?» Jesús respondió: «He sentido
que mi poder sanador salía de mí». Entonces bajó la mirada y vio
a una mujer que le contemplaba y que le dijo disculpándose: «He
sido yo. He sufrido hemorragias durante muchos años. He ido a
médicos y me he gastado cuanto tenía en sus remedios, pero no
me ha servido de nada. He malgastado todo mi dinero. Pero pensé
que si podía tocar el borde de tu manto, me curaría». Jesús le sonrió y le dijo: «Estás curada. Tú fe te ha sanado».
Del programa de vídeo Jesús As I Know Him.
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M
e obsesiona la idea de que nadie debería ser jamás famoso
como cristiano. Es Cristo quien debería ser famoso. Él es la gran
realidad. Yo debería querer que conocierais a mi Cristo. Debería
querer que conocierais y amarais a mi Jesús, no a mí. Al menos,
así debería ser. Digo «mi Jesús», aunque en realidad él no es de mi
exclusiva propiedad; digo «mi Jesús», porque es el Jesús que
conozco, el Jesús que es mi mejor amigo y mi constante compañero. Todos mis días y mi vida entera son una conversación permanente con este Jesús. Si los demás pudieran «pinchar» mi
mente, se quedarían asombrados. «Está hablando todo el día con
alguien que en realidad no está allí». A lo cual yo respondería:
«Está presente sólo para los ojos y los oídos, la mente y el corazón
de la fe. Él dijo que moraría en quienes creyeran en él y le amaran. Y yo creo en él y le amo de verdad». ¿Podéis creer que Jesús y
yo tenemos «apodos» el uno para el otro? Nombres especiales para
amigos especiales. Éste es el Jesús que quiero compartir con vosotros. Los primeros cristianos querían que los demás conocieran a
su Jesús, por eso escribieron la historia de su vida, los evangelios,
porque querían que nosotros conociéramos a su Jesús. San Juan
comienza así su primera Carta: «Quiero contaros lo que hemos
oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos
y tocaron nuestras manos». Los evangelios tuvieron como propósito hacer un retrato, desde la fe, de Jesús. Y fue verdaderamente
un retrato nacido de la fe. El único camino para conocer a Jesús
es creer en él. Sólo en la medida en que creemos en él podemos
conocerle. Los evangelios, por supuesto, no son historia objetiva.
Los evangelistas no podían escribir una historia objetiva sobre
alguien al que amaban tanto. Nadie puede escribir una historia
objetiva de su madre. Jesús era su vida y su esperanza. Y ellos querían ofrecerle a él, no a sí mismos, al mundo entero. Ya veis, nadie
debería ser famoso como cristiano.
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Y
JL o creo que las preguntas que nos hacemos a lo largo de nuestra vida nos llevan a los pies de Dios. Creo que nuestras preguntas
nos ayudan a comprender la importancia de la palabra de Dios y
de la Palabra personal que Dios pronunció en este mundo: su Hijo,
Jesús. Sólo Jesús nos asegura una versión y una visión correctas
de la realidad. En el capítulo octavo del evangelio de Juan, Jesús
se encuentra con un grupo de judíos, y mantienen una pequeña
discusión sobre la libertad. En el diálogo que Juan recoge, sus contemporáneos le dicen a Jesús: «Nosotros somos libres». Y Jesús les
replica: «¡Qué va!, vosotros no sois realmente libres». Pero ellos insisten: «Nosotros descendemos de Abraham y nunca hemos sido
esclavos de nadie. Somos verdaderamente libres». Entonces Jesús
les dice: «No, no sois libres. No podéis ser libres hasta que me
aceptéis a mí y mi mensaje, porque sólo la verdad os hará libres.
Vuestros tiranos no están fuera de vosotros, sino en vuestro interior, en todas las nociones falsas y paralizantes que os aprisionan».
Ciertamente, sólo la verdad de Jesús nos hará libres. Sólo cuando
sabemos quiénes somos y cuánto nos ama Dios, sólo cuando sabemos que las demás personas son realmente nuestros hermanos y
hermanas y sólo cuando sabemos que la vida es para amar, podemos ser verdaderamente libres. Sólo cuando sabemos que este
mundo es el mundo de Dios y que es bueno, podemos sentirnos
cómodos en él. Por último, sólo cuando sabemos que Dios es nuestro «Abba» —la palabra hebrea para decir «papá»—, podemos
entender nuestra propia identidad, nuestro propio valor, nuestra
propia esperanza y el fundamento de nuestra seguridad. Y sólo
esta verdad puede hacernos auténticamente libres.
Del programa de vídeo Free To Be Me.
Del programa de vídeo Jesús As I Know Him.
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eñor, Dios de mi vida: aquí estoy de nuevo, lleno de miles de
pensamientos y sentimientos, deseos y planes, alegrías y tristezas.
Veo dos mundos dolorosamente distantes el uno del otro. Son
los mundos de la psicología y la teología: los mundos de lo humano y lo divino. Veo a muchos de mis hermanos y hermanas tratando desesperadamente de hacer un salvador de la psicología.
Están siempre jugando a «juegos de desarrollo personal». Excavan
en los rincones más oscuros de sus mentes y en las zonas más
blandas de sus corazones. Lo que hacen es en su mayor parte
bueno, pero el dolor continúa. Y algunas veces parece el caso de
un ciego guiando a otro ciego. Yo quiero decirles: «¡No sólo sois
cuerpo y mente, sino también espíritu! No podéis lograrlo sin
Dios. No podéis realizaros verdaderamente, a no ser que vuestro
hambre espiritual se sacie». Somos como tú, Jesús, dijiste_ los
sarmientos de tu vid. Si nos separan de ti, comenzamos a morir,
poco a poco, día a día. En nosotros hay un vacío que sólo tú puedes llenar.
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C
^J eñor, Dios de mi vida: algunas veces parece que las «personas
religiosas» tenemos miedo de amarnos a nosotras mismas, como
si se tratara de una pecaminosa violación de algún mandamiento
divino. Cualquier concesión a la humanidad parece poner en
entredicho la humildad. Da la impresión de que algunos de nosotros hacemos el bien a los demás sin preocuparnos realmente por
la humanidad rota y sangrante que nos rodea. Es como si estuviéramos gateando a través de un túnel oscuro sobre manos y rodillas sangrantes para conseguir finalmente una recompensa. Da la
impresión de que decimos que el cielo no es barato.
Oh Señor, cuando me sorprendo pensando y actuando de este
modo, y cuando veo a otros siguiendo este camino, protesto: «¡No
podemos ser verdaderamente santos, a menos que estemos dispuestos a ser verdaderamente humanos! No podemos decir realmente un sí a tu amor, Señor Dios, a menos que nos lo hayamos
dicho primero a nosotros mismos (¡cuerpo, mente y espíritu!) y a
nuestros hermanos y hermanas humanos».
Pero también veo el mundo de la religión. Veo a algunos de
mis hermanos y hermanas intentando ser religiosos sin ser plenamente humanos. A veces parecen un poco rígidos e incluso intolerantes al querer ser santos, pero no humanos. Parecen estar
ganando un lugar en el cielo, sin percibir ni gozar la belleza de la
tierra. Cumplen los diez mandamientos, pero su observancia parece tan triste... Un mundo así resulta pequeño, y el aire de ese
mundo está viciado.
Señor Dios, me siento llamado por ti a contribuir de alguna
manera al esfuerzo que supone unir estos dos mundos, y sé dónde
debo comenzar: conmigo mismo. Debo unir estos mundos dentro
de mí si quiero ser lo que puedo llegar a ser: ¡libre para ser yo! Por
eso necesito tu poder sanador: para iluminar todo lo que está
oscuro dentro de mí, para reparar lo que está roto, para enderezar
lo que está torcido y para revivir la vida y el amor que pueden
haber muerto dentro de mí.
Del programa de vídeo Free To Be Me.
Y como yo trabajo en ello, bajo la benévola influencia de tu
amor y tu gracia, haz de mí un cauce de vida y amor para mis hermanos y hermanas. Haz de mí un emisario de buenas noticias, un
puente sobre las aguas turbulentas y divididas. Ayúdame a unir la
humanidad y la divinidad, el corazón del hombre en todo su
esplendor y el corazón de Dios en toda su hermosa magnificencia.
Del programa de vídeo Free To Be Me.
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1 Jesús que tú y yo debemos conocer es el Jesús que nos promete su paz. Pero tenemos nuestras dudas, ¿verdad? Nos preguntamos si Jesús es real y, si lo es, si está realmente disponible para
nosotros. ¿Está realmente ahí? Nuestra lucha con las dudas es una
reminiscencia de una noche oscura en la que los apóstoles salieron en barca por los mares de Galilea.
«Al atardecer Jesús estaba solo. La barca se hallaba ya distante de
la tierra muchos estadios, zarandeada por las olas, pues el viento
era contrario... Y a la cuarta vigilia de la noche vino él hacia ellos,
caminando sobre el mar. Los discípulos, viéndole caminar sobre el
mar, se turbaron y decían: "Es un fantasma", y de miedo se pusieron a gritar. Pero al instante les habló Jesús diciendo: "¡Ánimo, que
soy yo, no temáis!" Pedro le respondió: "Señor, si eres tú, mándame ir donde ti sobre las aguas". "¡Ven!", le dijo» (Mt 14,23-29).
Puede que éste sea el corazón y el alma de la fe. Quizá tengamos
que salir en barca y luchar contra el embravecido mar de la vida.
Tal vez tengamos que atisbar entre la niebla para ver su figura,
una figura de autoridad y de misericordia que camina sobre aguas
lejanas. Puede que tengamos que llenarnos de los millones de
recuerdos de las vidas humanas que han sido tocadas y transformadas por sus sanadoras manos y de toda la mortal miseria que
ha sido redimida por su misericordia. Pero incluso entonces Jesús
podría ser un fantasma, una ilusión. Puede que nos hayan lavado
el cerebro. Quizá los evangelios sean únicamente ficción. Esa figura de autoridad y misericordia en la distancia, sobre el mar, puede
ser un espejismo nacido de la inseguridad. ¿Cómo puedo estar
seguro? «Señor Jesús, si eres realmente tú, mándame acercarme a
ti. Mándame caminar en la fe a través de las aguas de mi vida».
«¡Ven!, ¡ven a mí!», dice Jesús.
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urante los años de la depresión en los Estados Unidos, un
anciano judío llamado Mike Gold comía todos los días en la casa
de acogida católica de la ciudad de Nueva York, dirigida por Dorothy Day. Y en cierta ocasión, Dorothy Day dijo de él: «Come
todos los días en la mesa de Cristo, pero no creo que llegue nunca
a comprender realmente a Jesús, por el modo en que supo de él
por primera vez».
En sus años jóvenes, Mike Gold había sido escritor, autor de
un libro titulado Jews Without Money. En él, Mike Gold cuenta la
historia de su infancia en un gueto judío de Nueva York y cómo su
madre le advertía repetidamente: «Mikey, no salgas nunca de
estas cuatro calles. Mikey, no se te ocurra salir de nuestro barrio».
Pero un día, con la curiosidad infantil, cruzó las calles del prejuicio y salió de su barrio, para verse abordado por un grupo de chicos mayores que le acusaron diciéndole: «Confiésalo, tú eres un
asesino de Cristo, ¿verdad?» Y luego añadieron: «Tú mataste a
Jesús».
Cuando el pequeño Mike Gold regresó a su casa, golpeado y
ensangrentado, su madre le preguntó: «Mikey, ¿qué ha ocurrido?»
Y el niño respondió: «No lo sé. No lo sé. Los chicos mayores... me
pegaron». «Pero, ¿por qué?», le preguntó su madre. Y el niño sólo
pudo decir: «No lo sé».
De modo que su madre le lavó y le puso ropa limpia. Y cuando le estaba acariciando y abrazando con ternura, él acercó sus
pequeños labios amoratados a su oído y preguntó:
«Mamá, ¿quién es Jesús?».
Del programa de vídeo Jesús As I Know Him.
De A Reason To Live, A Reason To Die.
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c
\±J onocer y amar a Jesús no es fácil. De hecho, conocer y amar
nunca es fácil. Nosotros somos criaturas que nos hacemos falsas
ilusiones y, como el pueblo de Israel en el curso de su éxodo hacia
la tierra prometida por Dios, sentimos la tentación de la idolatría.
Conocer y amar exigen decisión y resolución. Hay un desapego en
cada apego, un vaciarse que precede al llenarse, una muerte en
cada vida... Nadie puede servir a dos señores. Por eso debemos ser
conscientes de que nuestros corazones están divididos y de la
posibilidad de que haya otras fuerzas en acción en nuestras vidas
que pueden hacer que nuestro compromiso de fe sea anémico y
débil. Hay ídolos, algunos hermosos y otros horrendos, que diluyen nuestro amor y sofocan nuestra unión con Jesús. El odio
hacia uno mismo, el orgullo y la mojigatería puritana, así como la
excesiva indulgencia egoísta, el miedo y la temeridad, la adoración
y el odio de la propia mente y el propio cuerpo son formas idólatras de preocupación por uno mismo que orientan nuestros ojos
hacia nuestro interior y los apartan de Jesús. La respuesta a los
muchos problemas que conlleva una vida de fe siempre es la
misma: llegar a conocer a Jesús.
¿V^/ómo aceptamos libremente los dones de Dios?; ¿como correspondemos a sus iniciativas y cooperamos con su trabajo en
nosotros? Personalmente, estoy convencido de que la respuesta
está tanto en la naturaleza humana como en la palabra revelada
de Dios: llegar a conocer a Jesús. Observad que no se nos urge a
saber cosas acerca de Jesús, sino a conocerle a él. Como dijo en
cierta ocasión el cardenal Newman: «No construimos catedrales
por principios intelectuales, sino para las personas. Sólo las personas nos subyugan, enternecen y conquistan». La fe no es algo que
deba comprenderse intelectualmente, sino algo que debe experimentarse y vivirse; es, en su esencia más profunda, una vivificante relación de amor con Dios, con y a través de su Hijo, Jesús. San
Juan escribe:
«Éste es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna, y esta
vida está en su Hijo. Quien tiene al Hijo, tiene la vida; quien no
tiene al Hijo, no tiene la vida» (1 Jn 5,11-12).
Sólo él puede ayudarnos a ver nuestras vidas y todo cuanto
hacemos como parte de nuestra relación con él. Cuando lleguemos a conocer a Jesús, la falsa dicotomía entre la fe y la vida desaparecerá. Nuestras alegrías y tristezas, éxitos y fracasos, ganancias
y pérdidas, se verán como parte del plan amoroso de Dios, como
su revelación en nuestras vidas y en nuestro mundo. Este llegar a
estar vivo en la fe, esta visión renovada de nuestro propio significado, este logro de identidad en Cristo, sólo es posible a través de
una relación vivificante y amorosa con Jesús.
El propio Jesús dijo: «Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10,10). «Yo soy el Camino, la Verdad y la
Vida. Nadie va al Padre sino por mí» (Jn 14,6). Y Pedro, predicando a sus contemporáneos judíos, dijo de Jesús: «No hay en el cielo
otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos» (Hch 4,12). Éste es, pues, el secreto de la fe y el don especial del creyente: cultivar una relación profunda y cálidamente
personal con Jesús, para que todo lo que se haga sea un acto de
amor por Jesús y de fidelidad a él. Construir argumentos para
demostrar la verosimilitud de la fe y debatir su racionalidad no
produce amantes, santos o héroes. El núcleo de la cuestión es
conocer y amar a Jesús.
De A Reason To Live, A Reason To Die.
De A Reason To Live, A Reason To Die.
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i^/ohn Steinbeck dijo en cierta ocasión: «Todos los pecados de los
hombres son fórmulas de amar fallidas». Todos los pecadores retratados en el Nuevo Testamento (como todos los pecadores) buscaban el amor en lugares equivocados. Entonces Jesús entró en
sus vidas y, amándolos, les enseñó lo que es el amor auténtico; les
dio alguien a quien poder amar. Naturalmente, él es el mismo
Jesús: ayer, hoy y siempre. Es el Jesús que entra en nuestras vidas
con bondad, estímulo y, algunas veces, desafíos.
La mayoría de las personas del Evangelio a quienes él amó, en
especial María Magdalena, resultaron grandiosas. Cuando los
apóstoles tuvieron miedo de ir al Calvario, María Magdalena permaneció en él con gran fe y valentía. Seguro que fue vituperada.
Es fácil imaginar que los hombres que estaban en el Calvario se
mofaron de ella. «Anda, ¡mira quien está aquí! Es María, María
Magdalena. Todos recordamos a "la picara María", Venga María.
Te conocemos. ¿Qué es toda esta piedad? Te conocimos cuando...
No nos tomes por tontos, María». Pero a María todo esto realmente no le importaba, porque había sido amada y había encontrado a alguien a quien amar. Ella y su vida habían cambiado para
siempre gracias a Jesús.
Cuando Jesús entra en una vida, la transforma. Nos guía por
caminos impredecibles hacia la grandeza personal. Jesús ve más
allá de todas las cualidades externas y los hechos pasados que despistan a la mayoría. Él encuentra la bondad que pocos más son
capaces de encontrar. El amó a María Magdalena y la llamó a la
vida, a la María de la que tuvo que expulsar siete demonios. Él os
amará a vosotros y me amará a mí y nos llamará a la misma plenitud de vida y amor y a la misma grandeza personal.
Del programa de video Jesús As I Know Him.
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JLJL abía un hombrecillo llamado Zaqueo que estaba en una difícil posición por más de un motivo: Zaqueo era enano y, por si fuera
poco, era publicano. Estaba, pues, en desventaja, porque un publicano era un judío que recaudaba los impuestos de sus conciudadanos judíos para enviarlos a Roma. Obviamente, los publícanos
no eran muy queridos. Todo el mundo odiaba al pobrecillo
Zaqueo, que era un solitario, y no por decisión propia. Pero un día
en que iba solo por el camino vio a una multitud alineada.
Preguntó a alguien que no le reconoció: «Oye, ¿qué pasa?» Y la respuesta fue: «Es Jesús, el gran Jesús de Nazaret, que viene por el
camino». Como él era tan bajito, no podía divisarlo, dada la cantidad de personas que estaban delante de él. Así que, para verlo, se
subió a un sicómoro. Entonces, al pasar, Jesús se dio cuenta de
que había un hombrecillo subido a las ramas del árbol, pidió a la
multitud que le dejara acercarse, se puso al pie del árbol y dijo a
Zaqueo: «Tengo que pasar la noche en esta ciudad. ¿Puedo quedarme en tu casa?».
¿Te imaginas la sorpresa del hombrecillo? «¿Conmigo?
¿Quiere quedarse conmigo? Nadie me habla, ¡y él quiere quedarse conmigo! Por cierto, ¿cómo sabía mi nombre?» Cuando pienso
en Zaqueo y en cómo cambió su vida a partir de aquel día, recuerdo estos versos:
«Te amo, no sólo por lo que eres, sino por lo que yo soy cuando
estoy contigo. Te amo, no sólo por lo que has hecho de ti mismo,
sino por lo que tu amor está ayudándome a hacer de mí. Te amo
por pasar por alto todas las tonterías y nimiedades que no puedes
evitar ver y por sacar a la luz toda la belleza que hay en mí y que
nadie había encontrado por no tener una mirada lo suficientemente penetrante».
Del programa de vídeo Jesús As I Know Him.
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eberíamos estar agradecidos a Dios por venir a nuestro
mundo como un bebé. Nadie tiene miedo de un bebé, porque no
es más que un pequeño manojo gorjeante de humanidad en los
brazos de su madre o de su padre. Por eso, no deberíamos temerle, pues vino a nosotros como un bebé. Además, Jesús vivió en una
pequeña localidad que nunca habría aparecido en ningún mapa si
él no hubiera vivido allí. Y permaneció en ella la mayor parte de
su vida en absoluta oscuridad. Más tarde, cuando llegó la hora de
su muerte, murió en una cruz, la peor y más vergonzosa forma de
castigo del mundo en que vivía. Después de su muerte, fue enterrado en la tumba de otro hombre, porque aparentemente no
podía permitirse una tumba propia. Casi parece que cuando Dios
se introdujo en nuestra historia, llegó a nosotros en la impotencia
y la oscuridad: llegó como un bebé y murió con una multitud riéndose de él. Yo supongo que no quería que temiéramos acercarnos
a él. Nadie tiene miedo de los bebés ni de las personas que están
sufriendo. Jesús ha hecho que nos resulte muy fácil sentirnos
cómodos y a gusto con él. Parece estar siempre haciéndonos la
pregunta que en una ocasión hizo a sus apóstoles: «¿Por qué teníais miedo?; ¿no sabíais que yo estaba con vosotros?».
Del programa de vídeo Jesús As 1 Know Him.
A 4 a prostituta (Le 7,36-50): En cierta ocasión, cuando Jesús
estaba comiendo con un fariseo llamado Simón, un suceso muy
extraño interrumpió la comida. Una mujer entró en la estancia. La
presencia de una mujer en los banquetes de ese tipo no estaba
permitida. Pero ella no era sólo una mujer; era una de las prostitutas locales. La liturgia identifica a esta mujer con María
Magdalena. La prostituta se arrojó a los pies de Jesús y empezó a
bañárselos con sus cálidas lágrimas, después se los enjugó con su
cabello y se los ungió con un fragante perfume. Simón, el estricto
fariseo con poca compasión por la debilidad humana, permaneció
a su lado con indignada superioridad moral. Así que Jesús le preguntó quién ama más: aquel a quien se le ha perdonado más o
aquel a quien se le ha perdonado menos. Cuando Simón dio la respuesta obvia, Jesús sencillamente le dijo:
«"¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para los
pies. Ella, en cambio, ha mojado mis pies con lágrimas y los ha
secado con sus cabellos. No me diste el beso. Ella, desde que entró,
no ha dejado de besarme los pies. No ungiste mi cabeza con aceite.
Ella ha ungido mis pies con perfume. Por eso te digo que quedan
perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho
amor. A quien poco se le perdona, poco amor muestra". Y le dijo a
ella: "Tus pecados quedan perdonados". Los comensales empezaron a decirse para sí: "¿Quién es éste que hasta perdona los pecados?" Pero él dijo a la mujer: "Tu fe te ha salvado. Vete en paz"».
Si la liturgia está en lo cierto al identificar a esta mujer con María
Magdalena, ¡en qué testimonio del amor perdonador de Jesús se
convirtió! Ella fue la que permaneció a los pies de la cruz de Cristo,
recordando tal vez que él la había consolado y defendido cuando
ella era una vergüenza pública.
De A Reason To Uve, A Reason To Die.
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n la narración evangélica de la noche que pasó Jesús en casa
del fariseo Simón hay una línea en especial que me encanta.
Recordaréis que la cena se vio interrumpida cuando una prostituta entró en la estancia y se postró a los pies de Jesús. Simón se
quedó mirándola furioso. Y Jesús le miró a él y le preguntó sencillamente (ésta es la línea que me encanta): «Simón, ¿ves a esta
mujer?» A la mayoría de nosotros (y probablemente también a
Simón) nos gusta reducir a las personas a problemas. Nos referimos a ellas como «problemas» y «casos». Incluso lo hacemos con
nosotros mismos. Nos consideramos «problemas». ¿Por qué? Probablemente porque un problema puede resolverse, y un «caso»
puede revisarse y juzgarse. Pero con las personas no podemos
hacer lo mismo: sólo podemos comprenderlas. En la narración
evangélica Jesús dice: «Simón, esto no es un caso ni un problema.
Es una persona. ¿Ves a esta mujer? Es un ser humano; una mujer,
Simón. ¿Puedes verla?».
DE
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A. JL1 renombrado e ingenioso escritor inglés Gilbert Keith Chesterton le preguntaron en cierta ocasión: «Si Jesús viviera hoy en
nuestro mundo, ¿qué cree usted que haría?» Chesterton se quedó
pensativo un momento y después respondió: «Está viviendo hoy
en nuestro mundo. Viviendo y amándonos».
Esta pregunta y esta respuesta son de gran trascendencia. ¿Es
Jesús un rabino muerto o un Señor vivo? Ésta es la pregunta fundamental, ¿verdad? ¿Creo realmente en su afirmación de que
estará con nosotros todos los días hasta el fin del mundo?
Si creo de verdad en su presencia viva en mi vida, iré gradualmente desarrollando una relación personal con él.
De la cassette The Growing Edge OfLife.
Confundir a las personas con casos o problemas es una tragedia. Algunas veces el personal médico lo hace. Dicen cosas de este
tipo: «En la habitación 301 hay un caso de úlcera». Podríamos
pensar que si echáramos hacia atrás las sábanas, veríamos un caso
de úlcera tumbado en la cama. Pero nosotros estamos mejor informados, ¿verdad?, y sabemos que es una persona a quien la preocupación le ha agujereado el estómago. No es un caso. Se trata de
una persona, de una persona preocupada.
«¿Ves a esta mujer?» El Jesús que hace esta pregunta a Simón
no se acerca a nosotros como a casos. «Tengo aquí una etiqueta
apropiada para vuestro historial», como si fuéramos simples estadísticas (casos) en su libro. Para Jesús, no somos casos o problemas, sino personas. Y Jesús sabe que los problemas pueden resolverse, pero a las personas sólo es posible comprenderlas. Y, por
supuesto, cada uno de nosotros es irrepetible y únicamente... una
persona.
Del programa de vídeo Jesús As I Know Him.
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c
j L ^ e acuerdo con nuestra teología cristiana, para salvarnos hemos de estar «en Jesús». Nos bautizan «en Jesús». Nos convertimos en una parte injertada de su Cuerpo Místico. Es algo similar
a esto: Jesús baja del cielo a nuestra tierra, y entonces todos nos
adherimos a él. De este modo, cuando él regrese al cielo, iremos
con él. (Esto es una analogía, por supuesto, y todas las analogías
son un poco deficientes). Lo importante es que caigamos en la
cuenta de que la fuente de nuestra salvación es nuestra conexión
con Jesús. No nos salvamos por lo que nosotros hacemos, sino por
lo que él hace. Lo que nosotros hacemos nos introduce en Jesús.
\*J uando acababa de ser ordenado sacerdote, hice un viaje en
coche con otro sacerdote bastante mayor que yo. En el curso de
nuestra conversación, le conté una historia que había leído acerca
de san Juan de la Cruz. Según parece, Juan había sido gravemente malinterpretado por muchas personas y, a consecuencia de ello,
tuvo que soportar un gran sufrimiento. Al final, el Señor se le apareció, le agradeció su espíritu de fe y le prometió concederle lo que
le pidiera. Y la petición del santo fue: «Ser aún más humillado y
despreciado por ti».
Jesús mismo lo dice de diversos modos: «Yo soy la vid y vosotros los sarmientos». Insiste en que «a no ser que mi vida fluya en
vosotros, no podréis tener vida». «Separados de mí, moriréis». «Si
permanecéis unidos a mí, daréis mucho fruto». «He venido para
que podáis tener vida, y tenerla en abundancia». Y a la mujer del
pozo le prometió «una fuente de vida eterna».
Mi viejo amigo sacerdote, Charlie, se lamentó: «Qué deseo tan
terrible, ¿por qué pediría semejante cosa?» Entonces yo le pregunté: «Si te prometieran concederte un único deseo, ¿qué pedirías?»
En todos estos años no he olvidado su respuesta, y debo decir que
tiene más sentido para mí que la petición de san Juan de la Cruz.
Dijo sencillamente: «Pediría que Jesús fuera conocido y amado por
todo el mundo».
Por lo tanto, es extremadamente importante que mantengamos una relación personal con Jesús.
(Yo le prometí que si alguna vez contaba la historia de san
Juan de la Cruz, contaría también la historia de Charlie).
De la cassette The Growing Edge OfLife.
De la cassette The Growing Edge OfLife.
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kJ esús intentó que sus contemporáneos vieran claramente que
el amor pedirá mucho más de nosotros de lo que la Ley puede exigirnos. Cuando una persona entra en una relación legalista, puede
llegar a un punto en el que diga: «Ya he hecho lo suficiente. Ya he
cumplido todas mis obligaciones», y puede probarlo citando punto
por punto cada cláusula del contrato. Sin embargo, el verdadero
amor nunca puede decir: «Ya he hecho lo suficiente. Ya he cumplido todas mis obligaciones». El amor es insosegable y nos impulsa hacia adelante. El amor nos pide que caminemos muchos kilómetros no exigidos por la justicia o el legalismo. En efecto, Jesús
decía: «Cuando confronto tu legalismo con la ley del amor, no
estoy pidiendo menos. No estoy diluyendo las exigencias de tu
relación con Dios. La balanza de la justicia sólo puede regular la
vida humana; pero el amor englobará y revitalizará esa vida. Y, al
final, el amor es la única respuesta apropiada a las invitaciones
amorosas de mi Padre, que es amor».
Yo creo que Jesús pedía a la gente de su generación, como hoy
a nosotros, que empapasen sus mentes y sus espíritus del conocimiento del amor de Dios por nosotros. Nosotros somos el deleite
de sus ojos sonrientes, los hijos de su cálido corazón. Dios tiene
más solicitud por nosotros que cualquier madre por su hijo. Si
pudiéramos comprender hasta qué punto somos amados, querríamos responder, corresponder de alguna manera. «¿Cómo pagaré
al Señor todo el bien que me ha hecho?», pregunta el salmista en
el Salmo 116. Cuando hayamos abierto nuestras mentes y corazones al amor de Dios, habremos superado las exigencias de lo que
tenemos que hacer. La justicia y la observancia de la Ley me dicen
que debo llegar justo hasta ahí. Pero el amor me pedirá que supere en muchos kilómetros ese punto. Si amamos, querremos hacer
más de lo que debemos; querremos hacer todo lo que podamos. El
amor es así.
De The Christian Vision.
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s
ea cual fuere el momento en el que nos hallemos de nuestro
desarrollo, y sea cual fuere lo que estemos haciendo, Dios nunca
dejará de amarnos, corroborando cuánto de bueno hay en nosotros y comprendiendo tiernamente nuestras debilidades. No tenemos necesidad de cambiar ni de crecer ni de ser buenos para ser
amados. Más bien es al contrario: somos amados para que podamos cambiar, crecer y ser buenos. Y es sumamente importante que
caigamos en la cuenta de este amor incondicional, para lo cual
conviene que recordemos a personajes como los siguientes:
Pedro («la Roca», a pesar de no ser muchas veces más que un montón de arena), un «bocazas», un hombre que había negado
conocer siquiera a la persona que más le había amado en su
vida.
Zaqueo, un hombrecillo dedicado a recaudar impuestos entre sus
conciudadanos para Roma, a cambio de una comisión.
María Magdalena, que era una simple «buscona».
Andrés, un perfecto ingenuo que creía que cinco panes y dos peces
bastaban para dar de comer a cinco mil personas.
Tomás, un «cabezota» de primera categoría.
Marta, Marta..., siempre nerviosa y preocupada y sin parar de
quejarse.
El buen ladrón, que en la cruz pronunció la que quizá fuera su primera oración y recibió la promesa del paraíso.
El ciego de nacimiento, que no sabía quién era Jesús, sino que únicamente sabía que antes estaba ciego... ¡y ahora podía ver!
Saulo de Tarso, que estaba totalmente decidido a acabar con el cristianismo hasta que tomó el camino de Damasco y se encontró
con el Señor.
En Jesús, Dios estaba amándolos a todos ellos, confirmándolos,
perdonándolos, dándoles aliento, ofreciéndoles constantemente el
gozo y la paz de una vida plena; y al igual que a ellos y que a nosotros, a muchos millones más.
De Plenamente humano, plenamente vivo.
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kj esús murió como había vivido, amando incondicionalmente.
Bajo cada crucifijo —que representa al Señor con su corazón
abierto y sus manos extendidas como si fuera a abrazar a todos los
débiles y heridos del mundo— debería haber una leyenda que
dijera:
«¡Esto es lo que quiero decir cuando digo que os amo!».
Si la parábola del hijo pródigo es la historia del amor incondicional, Jesús en la cruz es la imagen de ese amor. Como el amor
mismo, la persona de Jesús es a la vez un consuelo y un desafío.
El consuelo es más profundo que cualquier otro que hayamos
experimentado. Ese «¡Shalom! Estad en paz. Lo comprendo», se
nos ofrece siempre, y en especial en esos momentos en los que nos
sentimos como el bueno de Pedro, una Roca y algunas veces un
montón de arena: «¡Aléjate de mí, Señor —dijo Pedro lamentándose—, porque soy un pecador!» Pero, por supuesto, el amor
incondicional nunca se aleja. Jesús sólo le preguntó a Pedro, como
nos pregunta a nosotros: «¿Me amas?» No nos pregunta por nuestra debilidad, sino por nuestro amor. Y esto es muy consolador.
Su desafío es: «¡Amaos los unos a los otros como yo os he
amado!».
De Unconditional Love.
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n las denominadas narraciones de la tentación que se recogen en Lucas 4,1-13 encontramos a Jesús, al comienzo de su vida
pública, clarificando sus propios principios vitales. Más concretamente, le encontramos rechazando tres principios vitales que el
demonio le sugiere.
Podríamos decir que la primera tentación fue que aceptara el
principio vital del placer. Jesús había ayunado —un ayuno total de
cualquier alimento— y estaba muy hambriento. La promesa del
demonio fue la satisfacción de su hambre física. Y la respuesta de
Jesús fue: «En la vida hay cosas más importantes que el pan».
Después, el demonio le llevó a un lugar elevado, le mostró
todos los reinos del mundo y le prometió poder sobre todos aquellos lugares y gentes. Pero Jesús rechazó este principio vital con
firmeza: «Debemos adorar a Dios y sólo a él». Jesús no entregará
su corazón ni a la búsqueda del placer ni a la adulación del poder.
Entonces Satanás le llevó al pináculo del templo y le incitó a
tirarse. «Deja que tu Padre te recoja con las manos de sus ángeles»,
se mofó el demonio, pero Jesús estaba decidido: no abdicaría de
su responsabilidad personal respecto de su vida. Yo veo esta tercera tentación de este modo. Implica que realmente no somos libres.
Nos pide que aceptemos una forma de determinismo que supone
un rechazo de la responsabilidad. Pero Jesús se mantiene firme: «No
pongas a prueba la paciencia de Dios».
Al clarificar de este modo sus propios principios vitales, Jesús
está afirmando con decisión: «¡No viviré para el placer ni para el
poder! y ¡no abdicaré de mi responsabilidad en cuanto a mi vida y
mis actos!».
De Uncondictional Love.
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E
1 plan de Dios significa que Jesús vivirá en cada uno de los
miembros de su Iglesia. Éste es el camino para que las personas
de esta generación y de las generaciones venideras puedan encontrar a Jesús en nosotros, en ti y en mí. Nosotros somos la carne y
la sangre, los huesos y la piel de Jesús, constituimos sus miembros. Somos el medio que Dios ha dispuesto para compartirse a sí
mismo y su amor.
Hay una conocida historia del período posterior a la Segunda
Guerra Mundial que versa sobre una imagen de Jesús entre los
restos de una iglesia alemana bombardeada. En esta imagen se
representaba a Jesús tendiendo sus manos al mundo. Sin embargo, a causa del devastador bombardeo, las manos de la estatua se
habían destrozado. Después, durante mucho tiempo, la estatua
sin manos permaneció como había sido encontrada. Sin embargo,
de los brazos extendidos le colgaron un cartel que decía: «¡No
tiene más manos que las tuyas!» Y es verdad. Nosotros, la Iglesia,
los miembros de su Cuerpo, somos sus únicas manos, su única
boca, su única mente y su único corazón. Somos, de hecho, la
extensión de Jesús en el espacio y la prolongación de Jesús en el
tiempo. O continuamos su trabajo de redención amando a este
mundo y llamándolo a la vida, o no se llevará a cabo. El Reino de
Dios marcha al ritmo de nuestros pasos.
De The Christian Vision.
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p
JL or supuesto, esto puede provocar una gran conmoción. «¿Yo soy
Jesús para el mundo? No, no es posible». Después de superar el
terror inicial y el impulso a negarnos, creo que todos tenemos que
caer en la cuenta, con mucha calma, de que no se trata de una
llamada a caminar sobre las aguas. Sin embargo, sí es una llamada a ponernos en pie y dar la cara. Recordemos una vez más la
pregunta que nos persigue: si fueras arrestado por ser cristiano,
¿habría suficientes pruebas para condenarte? El Jesús que pide
ser reconocido en mí no es el Jesús perfecto y todo bondad y
poder. Ése Jesús no está a mi alcance. Es el Jesús que trabaja en
mí, que me consuela y me apoya en mi debilidad humana, el que
debe brillar a través de mí. Es el Jesús que dijo a Pablo: «Mi fuerza se manifestará a través de tu debilidad».
Todos llevamos el tesoro de este amoroso Jesús que reside en
nosotros y se manifiesta a través de nosotros en frágiles vasijas de
barro. No es posible esperar de nosotros la perfección, pero sí
debemos estar dispuestos a ponernos en pie y ofrecer nuestros testimonios personales de su gracia. Tú y yo deberíamos querer decir
al mundo lo mejor que pudiéramos, con nuestras palabras y nuestra manera de vivir, con nuestro trabajo y nuestro culto: «Jesús ha
tocado mi vida. Con su benevolencia, su estímulo y su desafío,
Jesús ha hecho que mi vida fuera completamente distinta. Estaba
ciego y ahora veo. Estaba perdido y he sido encontrado». Sin
embargo, mi propia experiencia me hace sentir una urgencia
interna de añadir a este testimonio: «Pero, por favor, ten paciencia. Dios todavía no ha terminado conmigo».
De The Christian Vision.
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DE
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E
stoy seguro que esto fue lo que Jesús tanto deseaba aclarar a
Pedro y a los discípulos. Todos los días que pasó con ellos, pero en
especial en la Última Cena, en sus últimos momentos a su lado,
quiso subrayar la verdad: ¡Mi Reino es un Reino de amor! No es
un lugar donde impera el poder o compiten las personas. No es un
patio de recreo o un refugio para quienes no tienen el arrojo de
hacer un esfuerzo. El requisito solemne y único para entrar en el
Reino de Dios es la elección del amor como principio vital. Sólo
hay un signo de identificación: «En esto conocerán todos que sois
discípulos míos: en que os améis los unos a los otros como yo os
he amado» (Jn 13,35).
«Si no puedes aceptarlo —insistió Jesús a Pedro—, no tienes
parte conmigo. ¡En mi Reino, el único poder es el poder del
amor!».
Jesús quiere saber si se ha entendido la lección. Aparentemente, descubrió que los apóstoles tenían la misma falta de
comprensión que yo suelo descubrir en mí mismo. En el evangelio de Marcos, Jesús les pregunta a los apóstoles diecisiete veces
(¡en una ocasión las conté!): «¿Todavía no comprendéis?».
Yo debo hacerme la misma pregunta una y otra vez: ¿comprendo realmente?; ¿creo realmente que Jesús me llama para que
acepte como propio el principio vital del amor?; ¿comprendo realmente que dicho compromiso es el único camino para conseguir
una felicidad verdadera y perdurable? Éstas son las preguntas
cuyas respuestas se encuentran en lo más profundo de mi interior.
Debo, al menos, intentar buscar en mis profundidades. Mi vida
entera está en juego.
De Unconditiona! Love.
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Otoño
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OCTUBRE
JL JL ermanos y hermanas: el más persistente y acuciante deseo
de mi vida es, sin duda, el de llegar a ser plenamente humano y
vivir en plenitud. Por otro lado, el temor que más me atormenta
es la posibilidad de desperdiciar la gran oportunidad de vivir. Mi
oración personal varía según las experiencias y necesidades de
cada día, pero nunca omito una oración: «No permitas, Señor, que
muera sin haber vivido y amado de veras». Esto es lo que también
espero y pido para vosotros. En la medida en que puedo ser consciente de mis motivos, mi deseo de veros vivir en plenitud es la
razón de ser de este libro. He descubierto algo valioso, capaz de
transmitir vida y energía, y quiero compartirlo con vosotros.
A lo largo de mi vida, y en mi búsqueda de la plena experiencia de la vida humana, los momentos más satisfactorios y transformadores han sido momentos de percepción profunda. A veces,
estos preciosos momentos, que han ampliado mi mundo e intensificado mi participación en la vida, han sido como un castillo de
fuegos artificiales en una noche de fiesta. Otras veces se han producido como un amanecer que, lenta y progresivamente, va difundiendo la luz y la vida. En cualquier caso, pude sentir el gozo del
agradecimiento y el calor de la afinidad con el gran psiquiatra Cari
Jung cuando descubrí que a las tres tradicionales virtudes teologales añadía él una cuarta: el «insight» (= percepción profunda);
según él (Man in Search ofa Soul), los momentos más significativos
de su propia vida habían sido momentos de fe, esperanza, amor...
e insight.
Naturalmente, necesitamos verificar nuestras percepciones en
el laboratorio de la vida. Cualquier conocimiento que no transforme la calidad de nuestra vida será un conocimiento estéril y de
muy dudoso valor. Por otra parte, cuando cambian la calidad y las
pautas emocionales de nuestra vida, por lo general se debe a una
nueva percepción profunda. Así ha sucedido en mi vida, y estoy
seguro que también en la vida de todos los demás.
De Plenamente humano, plenamente vivo.
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famoso psiquiatra vienes Viktor Frankl dice que lo más
importante que la psicología puede y debe hacer en los próximos
cincuenta años es ponernos de manifiesto nuestros propios poderes, especialmente nuestros poderes para cambiar y crecer. Nunca
es imposible cambiar. La psicología necesita estimular los poderes
desafiantes del espíritu humano y decirnos: puedes hacerlo. Lo
que más me entristece escuchar a otra persona es: «Así es como
soy. Así era en el principio, soy ahora y seré siempre». Quiero rogar
a estas personas que no digan semejante cosa, que ni se les ocurra pensarlo. Yo creo en el cambio con cada músculo, cada fibra y
cada neurona de mi ser. Todos somos capaces de cambiar. Debemos creer en los poderes desafiantes del espíritu humano, como
diría Viktor Frankl. Es verdad que hay una fuerte corriente de
determinismo en la psicología moderna. Es un tipo de conductismo computerizado que dice: «No, lo siento. Todo se ha terminado
para ti. Fuiste programado para ser lo que eres, y toda tu vida no
es sino un disco que se repite una y otra vez. Lo que haya de ser,
será». Las personas que comparten este principio vital determinista encuentran en él una forma cómoda de eludir la responsabilidad personal. Porque la responsabilidad personal significa tomar
decisiones, elegir, sufrir, soportar, arriesgarse y cambiar. A las personas que no quieren arriesgarse suele gustarles hablar continuamente sobre lo que sucedió en el pasado. Les encanta interpretar
sueños y leer horóscopos, con la esperanza de que ello explique lo
que libremente se niegan a revisar. Dicen: «Cuando era niño, no
me querían», como si esto lo explicara todo, especialmente el
desenlace final de sus vidas. Otros dicen: «He cometido tantos
errores en el pasado... No puede haber mucho futuro para mi». A
este tipo de persona, Jesús le dice: «Yo soy el Médico Divino. He
venido para el débil y el enfermo, no para el sano. Soy el Buen
Pastor. Busco a las ovejas perdidas». Todos nos encontramos en
alguna ocasión frente a este Jesús que cree en el cambio y en la
conversión incluso más de lo que yo creo, incluso más que Viktor
Frankl.
DE
OCTUBRE
J L V ecuerdo una época, hace muchos años, en la que me encontraba en Alemania intentando dominar el idioma de los «nativos».
Tuve el privilegio de servir durante una temporada como capellán
de un remoto convento bávaro. La hermana que asignaron para
ocuparse de mi habitación tenía ochenta y cuatro años. Cada vez
que salía de la habitación, aunque fuera un momento, ella la limpiaba. Y no me refiero a limpiar por encima, sino a encerar los suelos, pulir el mobiliario, etc. En una ocasión, cuando salí de la habitación para dar un corto paseo, al regresar me encontré a la
«Schwester» de rodillas, sacando brillo a sus suelos encerados.
Riéndome, bromeé con ella:
«Schwester, Sie arbeiten zuviel!» («¡Hermana, trabaja demasiado!»).
La querida y devota hermana se enderezó (todavía de rodillas),
me miró con una seriedad que bordeaba la severidad y dijo:
«DerHimmel ist nicht billig!» («¡Usted sabe que el cielo no es barato!»).
Dios la bendiga. Sin duda alguna fue educada para creer, y creía
con todo su corazón, que la vida era un suplicio, el precio de la bienaventuranza eterna. El cielo debe comprarse, y no es barato.
Estoy seguro de que ahora el cielo pertenece a aquella querida
alma que vivió tan fielmente de acuerdo con sus luces. (De hecho,
creo que debe haber una sección acordonada para almas especiales como la de aquella «Schwester»), Pero yo no puedo creer que
este tipo de triste adquisición de un lugar en el cielo sea realmente la vida a la que Dios nos llama. No creo que él tenga intención
de que nos arrastremos a través de un túnel con las manos y las
rodillas ensangrentadas para conseguir una porción de cielo cuando muramos. Dios no es un Shylock que exige su libra de carne
por la vida eterna. De hecho, creo que, teológicamente hablando,
la vida eterna ya ha comenzado en nosotros, porque la vida de
Dios ya está en nosotros. Y deberíamos celebrarlo.
De Unconditional Love.
De la cassette My Vision And My Valúes.
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\J esús nos desafía a reemplazar nuestras actitudes paralizantes
por sus bienaventuranzas. Nos pide que hagamos de nuestras
vidas un acto de amor. Ahora bien, para emprender este camino
debemos estar seguros de que este desafío es para nosotros una
«buena noticia», no una llamada a la crucifixión. Dios no nos
llama a vivir una existencia solitaria y triste con la promesa de una
recompensa posterior, sino que nos llama a vivir, a amar y a gozar
de este reto. Las fórmulas de Dios son mapas que nos guían hacia
la libertad y la paz. Dios nos dice: «La única forma de vivir es ser
libre. Por eso, reserva tu corazón para el amor, y reserva tu amor
para las personas. No permitas jamás que ninguna "cosa" te
posea. No permitas que el dinero o la fama o el poder o la búsqueda del placer te pongan un aro en la nariz y te lleven adonde
quieran. Ama a las personas y utiliza las cosas». Y, por supuesto,
ésta es la única forma de vivir, de ser libre. Las palabras tranquilizadoras de Dios son sin duda una buena noticia. El escritor inglés
Chesterton dijo en cierta ocasión: «El problema es que para la mayoría no es noticia, y a muchos ni siquiera nos suena como
buena». Sin embargo, eso es precisamente el evangelio: la buena noticia de Dios transmitida por Jesús: ¡la llamada a vivir
plenamente!
Hay una anécdota sobre un sacerdote que un buen día se
encontró en la calle con el humorista Groucho Marx. El sacerdote
le reconoció y le preguntó: «Perdone, ¿no es usted Groucho
Marx?» El humorista respondió: «Sí, padre, lo soy». «Bien —continuó el sacerdote—, quiero simplemente agradecerle toda la alegría que ha aportado al mundo». Y parece que Groucho contestó:
«Y a mí me gustaría agradecerle, padre, toda la alegría que ha quitado al mundo».
Puede que no hayamos leído y transmitido el mensaje evangélico como una buena noticia. Quizá hayamos olvidado que Jesús
vino a este mundo para que pudiéramos tener vida en toda su plenitud. Es posible que tengamos que revisar nuestras propias actitudes a la luz de las bienaventuranzas de Jesús. Después de todo,
son la llamada a la felicidad.
Del programa de vídeo Jesús As I Know Him.
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JL JL mi modo, he llegado a comprobar que el amor es el ingrediente esencial en cualquier «programa» de vida humana y plena;
y he comprobado también que el amor funciona si las personas
estamos dispuestas a que funcione. He conseguido ver que la
comunicación es el alma del amor y que la experiencia y la expresión de las emociones es el meollo de la comunicación. Y, además,
he constatado que nadie puede originar emociones en otra persona, sino que únicamente puede estimular emociones previamente
existentes y que sólo esperan ser despertadas.
Después de adentrarme en terrenos siempre nuevos y excitantes con ayuda de estas percepciones, especie de jalones de una
comprensión progresiva, una pregunta quedaba siempre en el
aire: suponiendo que una persona obrara de acuerdo con todas
estas percepciones profundas, sintiéndose perfectamente libre
para experimentar y para expresar de un modo maduro su soledad, su miedo, su irritación, etc., ¿cuál sería el siguiente paso de
dicha persona? ¿Sería la simple y franca expresión de estas penosas y negativas emociones lo suficientemente sanante como para
poder modificar sus pautas de reacción? Mi propia experiencia,
referida tanto a mí mismo como a otras personas, me induce a
creer que la modificación de esas pautas emocionales negativas
sólo puede producirse si se da un cambio en el modo de pensar, en
la propia percepción o visión de la realidad.
Actualmente me parece obvio que nuestras reacciones emocionales no son parte permanente de nuestro carácter, de lo que
desde un principio ha sido, sigue siendo y será siempre nuestro
modo de ser. Dichas reacciones proceden más bien del modo en
que nos vemos a nosotros mismos, a los demás, la vida, el mundo
y a Dios. Nuestras percepciones constituyen el marco habitual de
referencia dentro del cual actuamos y reaccionamos. Nuestras
ideas y actitudes generan nuestras respuestas emocionales. Las
emociones persistentemente negativas son un indicio de que se da
una distorsión o un engaño en nuestro modo de pensar, un «astigmatismo» en nuestra visión.
De Plenamente humano, plenamente vivo.
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1 ser plenamente humano es capaz de salir de sí y comprometerse con una causa, y de hacerlo libremente. Evidentemente, el
ser plenamente humano debe ser libre. Hay entre nosotros muchos filántropos que entregan su tiempo o sus bienes de un modo
entusiasta o compulsivo. Parece como si sintieran una especie de
necesidad irresistible que no les dejara en paz, una especie de
culpa y/o ansiedad que —como si de una anilla en la nariz se tratara— les arrastrara obsesivamente de una buena acción a otra. El
ser plenamente humano sale de sí, hacia los demás y hacia el propio Dios, no por una especie de neurosis compulsivo-obsesiva,
sino activa y libremente y porque así lo ha decidido.
En el amor, el ser plenamente humano no se identifica con lo
que ama, como si se tratara de algo añadido a él. En su libro Étre
et avoir, Gabriel Marcel se lamenta de que nuestra civilización nos
enseña a apoderarnos de las cosas, cuando más bien debería iniciarnos en el arte de desprendernos de ellas, porque no hay libertad ni vida real sin un aprendizaje de la desposesión.
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* ' a persona plenamente humana es un Actor, no un Re-actor. Cuen
el columnista Sidney Harris que en cierta ocasión, acompañando
a comprar el periódico a un amigo suyo, éste saludó con suma cortesía al dueño del quiosco, el cual, por su parte, le respondió con
brusquedad y descortesía. El amigo de Harris, mientras recogía el
periódico que el otro había arrojado hacia él de mala manera, sonrió y le deseó al vendedor un buen fin de semana. Cuando los dos
amigos reemprendían su paseo, el columnista preguntó:
—
—
—
—
—
¿Te trata siempre con tanta descortesía?
Sí, por desgracia.
¿Y tú siempre te muestras igual de amable?
Sí, así es.
¿Y por qué eres tú tan amable con él, cuando él es tan antipático contigo?
— Porque no quiero que sea él quien decida cómo debo
actuar yo. Soy un actor, no un re-actor.
De ¿Por qué temo decirte quién soy?
De ¿Por qué temo decirte quién soy?
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¿JL JLas experimentado alguna vez la sensación de estar con otra
persona en una importante encrucijada de su vida? Si es así, probablemente has visto la importancia que tiene que esa persona
elija el camino menos transitado. Yo tengo la misma sensación.
Cada uno de nosotros se encuentra, en mi opinión, en una encrucijada vital y puede optar por el camino de culpar: a las otras personas que hay en su vida, a su «modo de ser», a la situación en la
que se encuentra, al tiempo, a los astros, etc., etc. Este camino de
atribuir a los demás la responsabilidad de las propias reacciones es
un callejón sin salida en cuyo final lo único que hay es muerte: la
muerte del propio crecimiento como cristiano, la muerte de la paz
y la muerte de lo que podría haber sido. El crecimiento empieza
únicamente donde la culpabilización termina.
* Ja persona «plenamente humana» es la persona que consigue
ser «ella misma»; que no se doblega ante cualquier viento que
pueda soplar ni está a merced de la mezquindad, la vileza, la impaciencia y la ira de los demás; que no se deja transformar por el
ambiente, sino que es ella la que influye en éste.
Tengo la sensación de que también podemos elegir el camino
menos transitado, el de la pregunta: «¿Qué hay en mí?» Como es
natural, este camino tiene algunos zigzags, así como baches y
giros bruscos. Habrá que escalar montañas y cruzar ríos. A lo largo
del camino nos sentiremos a veces muy abrumados por las tareas
que la honestidad nos impone. Pero, si elegimos este camino,
alcanzaremos finalmente la plenitud, porque nos haremos profundamente cristianos. Nos asemejaremos más al Cristo de nuestra fe. Y experimentaremos la paz y poseeremos la plenitud de
vida que Jesús prometió como su don y su legado a los creyentes.
Obsérvese que todas estas cosas me afectan a mí y a mis emociones. No tengo nada que decir acerca de mi enojo, de mi depresión,
de mi tristeza, etc. Y, al igual que todo el mundo, me limito a culpar a otros, a las circunstancias y a la mala suerte. La persona plenamente humana, como dice Shakespeare en Julio César, sabe que
«la culpa, querido Bruto, no es de las estrellas, sino nuestra...».
Podemos alzarnos por encima del polvo de la batalla cotidiana que
a tantos de nosotros ciega y sofoca; y esto es precisamente lo que
se espera de nosotros en nuestro proceso de crecer como personas.
Por desgracia, la mayoría de nosotros nos sentimos como una
embarcación a merced de los vientos y las olas. Cuando los vientos rugen y las olas se encrespan, nos falta lastre y decimos cosas
como: «Me pone enfermo...»; «Me saca de mis casillas...»; «Sus
observaciones me hacen sentirme terriblemente violento...»; «Este
tiempo me deprime increíblemente...»; «Este trabajo me aburre
soberanamente...»; «Sólo con verle me pongo triste...».
De ¿Por qué temo decirte quién soy?
De The Christian Vision.
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jLXios nos llama a la plenitud de vida. La promesa y el legado de
Jesús a sus seguidores es una profunda paz personal. Cuando la
plenitud de vida y la paz personal se ven obstaculizadas por la
incomodidad, ya sea física, emocional o conductual, la experiencia de incomodidad constituye una invitación a la introspección y
la reflexión personales. «¿Qué hay en mí?» es la pregunta necesaria y a veces dolorosa que hay que hacerse. No puedo cambiar a
los demás, ni el mundo que me circunda, ni el clima, ni la posición de las estrellas; lo que sí puedo hacer es cambiarme a mí
mismo. A través de la reflexión y la oración puedo seguir la pista
a mi incomodidad hasta las actitudes que la originan. Puedo ver
con claridad lo que hay en mí, y ésta es el área de mis actitudes
que puedo controlar y cambiar. Puede que haya ocasiones en que
mi actitud esté en plena armonía con mi fe cristiana, pero la
mayoría de las veces, si el lector es como yo, encontrará una actitud neurótica y no cristiana en el origen de su incomodidad.
Por tanto, tengo que preguntarme por las actitudes alternativas. Tengo que ir hacia los demás en mi necesidad, para explorar
la mente y las actitudes de quienes no parezcan afligidos por mi
incomodidad. También puede serme de ayuda recoger en un diario una descripción escrita tanto de la antigua actitud de la que he
de desprenderme como de la nueva que tengo que adquirir.
De The Christian Vision.
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JLoáo el proceso de maduración depende de cómo reaccionemos
ante las dificultades o los desafíos de la vida. La persona inmadura sólo ve las dificultades: están tan próximas a sus miopes ojos
que sólo puede ver los problemas y presta muy poca atención a su
propia reacción que es, de hecho, lo importante y definitivo. Las
dificultades pasan, pero nuestra reacción ante ellas no. Cada reacción, madura o inmadura, persiste en nosotros como el comienzo
de un hábito. Las reacciones maduras repetidas tienden a producir los hábitos de madurez que nos definen. Mientras que las reacciones inmaduras repetidas se convierten en una mala costumbre.
El cristiano debe siempre aceptarse en su actual condición
humana peregrina que, inevitablemente, conllevará fracasos. Los
ideales deben siempre ser pasados por la prueba de la experiencia
real. En esta prueba, nuestros ideales, que suelen parecer hermosos, nos exigen una lucha, una renuncia, una batalla por el control del yo, una disposición a comenzar de nuevo tras los fracasos,
una aceptación lúcida del misterio de la cruz.
El problema —en este caso, el fracaso aislado— no es lo esencial, definitivo o primordial, sino nuestra reacción ante él. La reacción del cristiano debe caracterizarse siempre por una confianza
alimentada por la convicción de que Dios y él constituyen una
mayoría más fuerte incluso que la propia debilidad. El proceso
de maduración como cristiano y como ser humano estará marcado inevitablemente por los fracasos, pero el único fracaso real es
el abandono. Cuando las circunstancias son duras, el cristiano
debe ser más duro aún. Debemos ser mayores que nuestros problemas. Al final, esa determinación hacia el amor nos pondrá a los
pies del Amor mismo, que es nuestra victoria eterna en el Cristo
victorioso.
De Why Am 1 Afraid lo Love?
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JL ensemos en todos los grandes hombres y mujeres de la historia de la humanidad. Imaginemos a Juana de Arco lloriqueando:
«Pero si ni siquiera soy capaz de montar a caballo, ¡y mucho menos de dirigir un ejército!» ¿Qué habría ocurrido si Cristóbal Colón
hubiera dicho: «No es posible que yo tenga razón y todos los
demás estén equivocados. ¿Y si fracaso y nos perdemos en la
inmensidad del océano? ¿Qué dirán entonces de mí?» Supongamos que Thomas Jefferson se hubiera refugiado en sus miedos:
«¿Escribir yo una Declaración de Independencia para un nuevo
país? Estáis bromeando. Yo nunca he escrito una Declaración en
mi vida».
Podemos reaccionar diciendo: «Es verdad, pero ellos fueron
grandes y famosos personajes, y yo no soy ni grande ni famoso».
Y se nos puede responder: «De acuerdo. ¡Pero ellos tampoco lo
eran antes de expandirse!».
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JL oda persona tiene una tendencia natural e innata a crecer. El
crecimiento personal es similar al crecimiento físico. Cuando
miramos el cuerpo de un niño pequeño, sabemos que lo único que
ese niño necesita es tiempo y una alimentación adecuada. Con el
tiempo, el pequeño cuerpo infantil crecerá hasta su pleno desarrollo. Del mismo modo, cuando encontramos a un ser humano en
un momento determinado del curso de su proceso y progreso personales, tenemos que tener fe en que, con el tiempo y la alimentación adecuada, esa persona alcanzará su plena madurez.
La alimentación adecuada para el crecimiento personal es la
aceptación y el estímulo amorosos de los demás, no el rechazo y
las sugerencias impacientes de mejora. Los seres humanos, como
las plantas, crecemos en la tierra de la aceptación, no en la atmósfera del rechazo. Hemos dicho que el crecimiento personal recuerda al crecimiento físico: todas las energías y tendencias están
presentes.
De El verdadero yo: ¡en pie!
Si somos aceptados allí donde nos encontramos, se liberarán
todas nuestras energías y deseos de crecimiento. Si se nos tranquiliza diciéndonos que está bien que estemos donde estamos,
tendremos valor para ir más allá. La aceptación amorosa nos hará
crecer gradualmente hasta alcanzar la plenitud de vida.
De El verdadero yo: ¡en pie!
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X A . modo de descripción general, digamos que las personas plenamente vivas son aquellas que utilizan todas sus facultades,
capacidades y dotes humanas, y que las utilizan «a tope». Estos
individuos hacen un uso exhaustivo de sus sentidos externos e
internos. Se sienten a gusto y están absolutamente abiertos a la
plena experiencia y expresión de todas las emociones humanas y
son personas vibrantemente vivas de mente, de corazón y de voluntad. En mi opinión, la mayoría de nosotros sentimos un miedo
instintivo a viajar con nuestras máquinas a todo gas. Por razones
de seguridad, preferimos tomarnos la vida a pequeñas e inofensivas dosis. La persona plenamente viva, en cambio, «viaja» con la
certeza de que, si uno está vivo y explota plenamente todas sus
dotes y facultades, el resultado será la armonía, y nunca el caos.
Las personas plenamente vivas lo están en todos sus sentidos,
tanto externos como internos. Ven un mundo maravilloso; escuchan su música y su poesía; aspiran la fragancia de cada nuevo día
y saborean el exquisito gusto de cada momento. Por supuesto que
sus sentidos también se sienten ofendidos por lo feo y por lo fétido. Estar plenamente vivo significa estar abierto a toda la experiencia humana. Subir una montaña requiere un gran esfuerzo,
pero la vista que se divisa desde la cima es verdaderamente espléndida. Las personas plenamente vivas poseen una imaginación
sumamente activa y un depurado sentido del humor. Y están
igualmente vivas por lo que se refiere a sus emociones. Son personas capaces de experimentar toda la gama de sensaciones y sentimientos: admiración, reverencia, ternura, compasión, agonía y
éxtasis.
De Plenamente humano, plenamente vivo.
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" • /ac personas plenamente vivas son además vivas de mente.
Son perfectamente conscientes de la sabiduría que encierra la sentencia de Sócrates de que «la vida irreflexiva no es digna de ser
vivida». Por eso son personas que cultivan constantemente el pensamiento y la reflexión. Son capaces de hacerle a la vida las preguntas apropiadas, y son lo bastante flexibles como para permitir
que la propia vida les haga preguntas a ellos. No están dispuestos
a vivir una vida irreflexiva en un mundo inexplorado.
Pero, sobre todo, estas personas están vivas de voluntad y de
corazón. Aman mucho. Aman de veras y se respetan sinceramente
a sí mismas. Todo amor empieza por ahí y se construye desde ahí.
Las personas plenamente vivas sienten la alegría de estar vivas y
de ser quienes son. Y aman a los demás de una manera delicada y
sensible. Su actitud fundamental hacia todos es de solicitud y de
amor, y hay en sus vidas personas que les son tan queridas que la
felicidad, el éxito y la seguridad de dichas personas son tan reales
para ellas como la felicidad, el éxito y la seguridad propias.
Además, son fieles y se entregan totalmente a aquéllos a quienes
aman de un modo tan especial.
Para estas personas, la vida tiene el color de la alegría y la
música de la celebración. Sus vidas no son un perenne cortejo fúnebre. Cada mañana es una oportunidad que se espera con ilusión. Tienen una razón para vivir y una razón para morir. Y, cuando mueren, sus corazones están rebosantes de gratitud por todo
cuanto les ha sucedido, por su propia manera de ser y por haber
podido vivir una hermosa y satisfactoria experiencia. Una amplia
sonrisa iluminará todo su ser cuando pasen revista a lo que ha
sido su vida. Y el mundo será siempre un lugar mejor, más feliz y
más humano por haber ellos vivido, reído y amado en él.
De Plenamente vivo, plenamente humano.
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• J a plenitud de la vida no debe confundirse con el proverbial
«lecho de rosas». Las personas que viven plenamente, precisamente por estar plenamente vivas, experimentan, evidentemente,
tanto el fracaso como el éxito. Están abiertas tanto al dolor como
al placer. Tienen muchas preguntas y algunas respuestas. Lloran y
ríen. Sueñan y esperan. Lo único que es ajeno a su experiencia de
la vida es la apatía y la pasividad. Pronuncian un enérgico «sí» a la
vida y un decidido «amén» al amor. Sienten en su carne las fuertes punzadas del crecimiento —del pasar de lo viejo a lo nuevo—
pero están siempre dispuestas a poner manos a la obra, con su
mente en ebullición y su corazón en llamas. Están siempre moviéndose, creciendo, en proceso, en constante evolución.
¿Cómo se consigue ser así? ¿Cómo podemos aprender a unirnos a la danza y a cantar la canción de la vida en toda su plenitud? En mi opinión, lo que hoy sabemos a este respecto puede
resumirse y formularse en cinco pasos fundamentales hacia la
plenitud de la vida. Enumeremos brevemente esos cinco pasos
esenciales: 1) aceptarse a sí mismo; 2) ser uno mismo; 3) olvidarse
de sí mismo en el amor; 4) creer; 5) pertenecer.
Estos pasos normalmente se dan en el orden que acabamos de
indicar, y cada uno de ellos presupone los anteriores, pero ninguno se da nunca completamente, sino que cada uno de los pasos
seguirá siendo siempre un ideal por alcanzar. En términos de
«visión» o de marco básico de referencia, cada uno de los cinco
pasos constituye esencialmente una nueva percepción. Cuanto
más profundamente hagamos nuestras dichas percepciones, tanto
más capaces seremos de descubrir la plenitud de la vida.
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jLJLceptarse a si mismo. Las personas que viven plenamente se
aceptan y se aman a sí mismas tal como son. No viven de la promesa de un mañana incierto ni aspiran a que un día se revele en
ellos la presencia de unas hipotéticas y desconocidas posibilidades. Por lo general, su propia realidad les hace sentir acerca de sí
las mismas emociones de afecto y de satisfacción que todos experimentamos cuando nos encontramos con alguien a quien apreciamos y admiramos. Las personas que viven plenamente son
muy conscientes de todo lo bueno que hay en ellas, desde cosas
tan insignificantes como su manera de sonreír o de andar hasta
aquellas virtudes que se han esforzado por cultivar, pasando por
los «talentos» con que la naturaleza haya querido dotarlas.
Cuando estas personas descubren en sí mismas imperfecciones o
limitaciones, saben aceptarlo compasivamente y tratan de comprenderse a sí mismas, en lugar de censurarse. «Además de someterte a una sana disciplina», dice el autor de Desiderata, «sé benévolo contigo mismo». La fuente de la plenitud de la vida brota
en el interior de la persona. Y, desde el punto de vista psicológico,
una autoaceptación gozosa, una buena imagen de sí mismo y un
adecuado sentido de la autocelebración constituyen el hontanar
de esa fuente que salta incontenible hacia la plenitud de la vida.
De Plenamente humano, plenamente vivo.
Bon Voyage!
De Plenamente humano, plenamente vivo.
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i_/ er uno mismo. Las personas que viven plenamente se ven liberadas, gracias a su autoaceptación, para ser auténticas y reales.
Sólo quienes se han aceptado gozosamente a sí mismos son capaces de asumir todos los riesgos y responsabilidades inherentes al
hecho de ser quienes son. «¡Tengo que ser yo mismo!», repite la
letra de una conocida canción; pero a la mayoría de nosotros nos
seduce irresistiblemente el ponernos máscaras e interpretar papeles. Los viejos mecanismos de defensa del yo tienen la función de
protegernos de la vulnerabilidad, pero lo que hacen es amortiguar
el impacto de la realidad en nosotros, reducir nuestra visibilidad y
disminuir nuestra capacidad de vivir. Ser nosotros mismos tiene
muchas consecuencias; significa que somos libres para tener y
comunicar nuestras propias emociones, ideas y preferencias. Los
individuos auténticos pueden pensar sus propios pensamientos y
tomar sus propias opciones. Ya no sienten la continua necesidad
de contar con la aprobación de los demás ni «se venden» a nadie.
Sus sentimientos, pensamientos y decisiones no «se alquilan»,
sencillamente. Su estilo de vida podría resumirse en el lema «Sé
fiel a tu propio yo».
De Plenamente humano, plenamente vivo.
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\ J ¡viciarse de sí mismo en el amor. Una vez que han aprendido a
aceptarse y a ser ellos mismos, los que viven plenamente proceden
entonces a ejercitarse en el arte de olvidarse de sí mismos, en el
arte de amar. Para ello aprenden a salir de sí mismos interesándose y preocupándose auténticamente por los demás. Las dimensiones del universo de una persona son las de su corazón. Sólo podremos sentirnos a gusto en el mundo de la realidad en la medida en que hayamos aprendido a amarlo. Los hombres y mujeres
que viven plenamente huyen del oscuro y reducido mundo del
egocentrismo, que siempre está poblado por un solo habitante, y
rebosan de una empatia que les permite con-sentir profunda y
espontáneamente con los demás. Debido a su capacidad de acceder al mundo de los sentimientos y emociones de los demás —casi
como si se hallaran dentro de los demás, o los demás dentro de
ellos—, su propio mundo se agranda considerablemente, a la vez
que aumenta enormemente su potencial de experiencia humana.
Se han convertido en «personas para los demás», y entre «los
demás» hay seres que les son tan queridos que han experimentado personalmente ese sentido del compromiso y la fidelidad propio del «mayor amor» imaginable (cf. Jn 15,13). Y es que están
dispuestos a proteger a sus seres queridos con su propia vida.
No hay que confundir a la persona que ama con la persona
«caritativa», la cual sólo ve en los demás otras tantas oportunidades de practicar sus obras de caridad, que contabiliza cuidadosamente. Para las personas que aman, el centro de su preocupación
y de su interés no son ellas mismas, sino los demás, por quienes
se preocupan profundamente. La diferencia entre las personas
caritativas y las personas que aman es la misma diferencia que
hay entre una vida que no es más que representación escénica y
una vida que es un acto constante de amor. El verdadero amor no
puede ser imitado. Nuestra preocupación y nuestro interés por los
demás tienen que ser auténticos; de lo contrario, nuestro amor no
significa nada. Al menos una cosa es segura: no es posible aprender a vivir sin aprender a amar.
De Plenamente humano, plenamente vivo.
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\^j reer. Después de haber aprendido a superar el interés puramente egocéntrico, las personas que viven plenamente descubren
un «sentido» en sus vidas. Un sentido que reside en lo que Viktor
Frankl denomina «vocación o misión específica en la vida». Consiste en el compromiso con una persona o una causa en las que
uno puede creer y a las que puede consagrarse. Este compromiso
de fe configura la vida de las personas que viven plenamente,
haciendo que todos sus esfuerzos resulten significativos y valiosos. La dedicación a semejante proyecto de vida les hace elevarse
por encima de la pequenez y la mezquindad que inevitablemente
corroen y devoran las existencias carentes de sentido. Cuando la
vida humana no tiene dicho sentido, uno se ve casi necesariamente abocado a buscar desesperadamente sensaciones, y lo
único que puede hacer es «experimentar», buscando continuamente nuevos «placeres», nuevas formas de romper la monotonía
y el aburrimiento de una vida «estancada». Una persona carente
de sentido en su vida suele perderse, por lo general, en la selva del
autoengaño químicamente inducido (drogas, alucinógenos, etc.),
en la neblina del alcohol, en la orgía sin fin y en la constante
urgencia de rascarse aún cuando no exista picazón. Debemos
encontrar una causa en la que creer; de lo contrario, nos pasaremos el resto de la vida tratando de resarcirnos de su falta.
De Plenamente humano, plenamente vivo.
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JL ertenecer. El quinto y último componente de la vida en plenitud
sería, indudablemente, «un lugar llamado hogar», el sentido de la
comunidad. Una comunidad es una unión de personas que tienen
algo «en común», que comparten mutuamente lo más valioso que
poseen: ellas mismas. Son personas que se conocen y están abiertas unas a otras, que están al servicio de las otras, que comparten
con amor su ser y su vivir. Las personas que viven plenamente
poseen este sentido de pertenencia (a sus familias, a su iglesia, a
la familia humana...). Para ellas hay otras personas con las que
sienten absolutamente cómodas y a gusto y con las que experimentan un sentido de pertenencia mutua; existe un lugar en el
que se notaría la ausencia de dichas personas y se lloraría su
muerte. Cuando están con esas otras personas, las personas que
viven plenamente encuentran la misma satisfacción en dar que en
recibir. Naturalmente, el sentido contrario, el de aislamiento, es
siempre reductor y destructivo y nos conduce irremisiblemente a
los abismos de la soledad y la alienación, donde no hay más alternativa que perecer. La ineluctable ley impresa en la naturaleza
humana es ésta: siempre seremos individuos, pero nunca seremos
meros individuos. Ningún hombre es una isla. Las mariposas son
libres, pero nosotros necesitamos el corazón como hogar de nuestro propio corazón. Las personas que viven plenamente poseen esa
profunda paz y contento que sólo puede experimentarse en un
hogar como ése.
De Plenamente humano, plenamente vivo.
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• / sto es sólo ficción, ¿eh? Sin embargo, la pequeña historia que
voy a compartir ilustra muy bien lo que me gustaría transmitiros,
a saber, que nuestra manera de ver las cosas condiciona nuestra
reacción ante ellas. En cualquier caso, la historia trata de dos
niños, gemelos univitelinos, uno de los cuales era un redomado
optimista y el otro un igualmente redomado pesimista. Aquello
tenía muy preocupados sus padres, de modo que los llevaron a un
psicólogo infantil, que dijo: «Creo que ya sé lo que podemos hacer.
En su próximo cumpleaños, compren al pesimista los mejores
juguetes que puedan, y al optimista una caja de estiércol. Eso los
equilibrará».
Y los padres así lo hicieron. Colocaron a los pequeños en dos
habitaciones separadas con sus «regalos» correspondientes.
Cuando los padres miraban a hurtadillas al pequeño pesimista, le
vieron mirar abatido sus hermosos juguetes quejándose: «No me
gusta este color. Esto probablemente se romperá. Conozco a un
chico que tiene una calculadora mejor que ésta». Los pobres
padres se miraron el uno al otro apesadumbrados.
Después atravesaron el pasillo y miraron en la habitación del
pequeño optimista. Estaba tirando el estiércol alegremente al aire
y diciendo: «¡No podéis engañarme! Donde hay tanto estiércol,
tiene que haber un poney por algún sitio».
«Manten los ojos en la rosquilla, no en el agujero».
Del programa de vídeo Free To Be Me.
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• •* as personas que viven plenamente encuentran la manera de
disfrutar con lo que para otros puede ser un deber desagradable.
Tales personas no tienen que hacerlo, sino que quieren hacerlo. Son
conscientes de que hay espinas, pero se concentran en las rosas.
Cada día tiene su propia novedad y nunca es un calco del día anterior. Nadie es hoy lo que era ayer, ni siquiera estas personas. Y,
como su visión es siempre provisional y abierta a todo tipo de
modificación, las personas que viven plenamente están siempre
ilusionadamente abiertas a nuevas percepciones que las renueven
a ellas y su visión de la realidad.
Pero, ¡cuidado! El describir a las personas que viven plenamente, su visión y sus interrogantes básicos me produce un cierto desasosiego: no quisiera dar la sensación de que estoy describiendo un ideal que es esencialmente irrealista. Hay muchos psicólogos de vía estrecha que afirman con toda seriedad que lo
único que tenemos que hacer es pensar de una manera positiva y
optimista, ignorar nuestros fallos y avanzar por un camino de
rosas: ¡eso lo cambia todo! Lo cual es un evidente y peligrosísimo
disparate. El peligro del slogan «¡Sonría, por favor!» es que este
tipo de romanticismo y embellecimiento de la realidad desemboca siempre en amarga desilusión cuando la realidad se impone.
Por otra parte, tengo la sensación de que los «entusiastas» son
capaces de imponer esa clase de felicidad, basada en una actitud
mental positiva, a personas cuya visión fundamental es, de hecho,
negativa y pesimista. Lo cual es en realidad de una crueldad extrema, porque equivale a urgir a la persona a que oculte con una
máscara sonriente su esencial tristeza.
De Plenamente humano, plenamente vivo.
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\ J na de las falsas ilusiones más persistente y ampliamente
aceptada es que una persona puede hacer a otra feliz. Tú no puedes otorgarme la plenitud de la vida, tengo que optar yo por ella.
Algunas veces, en las relaciones, una parte puede caer en la trampa de intentar hacer al otro feliz y siempre sin alcanzar un completo éxito. El hecho es que nadie puede hacerme feliz; ni yo
puedo hacer feliz nadie. Cada cual tiene que conseguirlo por sí
mismo. Como intento educarme en este sentido, cada mañana
miro el cartelito colgado de mi espejo que me recuerda lo siguiente: «Estás viendo el rostro de la persona que hoy es responsable de
tu felicidad». El que los puños apretados se abran a la experiencia
plena de la vida depende de mi propia decisión, de mi propia elección. Si voy a amar feliz y plenamente, será porque yo he decidido hacerlo así. La felicidad es, de hecho, una «tarea interior». Yo
he elegido hacer mía la visión de Cristo. He elegido unirme a Dios
en su pronunciamiento acerca de la creación: «¡Es muy buena!».
De The Christian Vision.
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\ J n misionero negro, muy amigo mío, me contaba que cuando,
siendo él u n adolescente, se convirtió Jesús en algo muy real para
él, un buen día, antes de que comenzaran las clases, entró sin ser
visto en su aula y escribió en el encerado con grandes letras:
«¡JESUCRISTO ES LA RESPUESTA!» Cuando, más tarde, regresó allí con
los demás alumnos para asistir a clase, comprobó que alguien
había escrito debajo: «Si, PERO ¿CUAL ES LA PREGUNTA?» «SÍ», pensó
él, «¿cuál es la pregunta?».
Con el paso de los años, mi amigo descubrió que no hay una
única pregunta. La vida nos hace muchas y muy diferentes preguntas. La vida nos pregunta cuánto somos capaces de amar, de
disfrutar y de soportar. La vida diaria nos exige distinguir entre lo
que es realmente importante en la vida y lo que no lo es; es decir,
nos exige establecer prioridades. La vida nos exige ejercer el juicio
en conciencia: escoger lo que parece justo y evitar lo que parece
injusto. Pero tal vez la más profunda pregunta que nos hace la
vida es la pregunta acerca del significado y del sentido. Todos tenemos que tener en la vida alguna finalidad o misión que nos
proporcione un sentido de singularidad y valía personales. Necesitamos creer que nuestra vida tiene especial significación para alguien o para algo. «¿De qué va todo esto?» Por supuesto que no
hay respuestas sencillas y prefabricadas que puedan obtenerse,
por así decirlo, en máquinas automáticas. El poeta alemán Rainer
Maria Rilke nos aconseja que tengamos paciencia con todo cuanto queda aún por resolver en nuestros corazones, y sugiere que
debemos aprender a amar las propias preguntas mientras esperamos y elaboramos las respuestas.
Mi amigo el misionero negro, cargado ya de años, me dice que
ahora sabe mucho más acerca de las muchas preguntas que hace
la vida. La vida no ha dejado de interpelarle acerca de sus valores
y prioridades, de sus visiones y sueños, de su valor y su capacidad
de amar... «Pero», me decía mirándome por encima de sus gafas,
«¡JESUCRISTO ES LA RESPUESTA a todas las preguntas que hace la
vida!».
De Plenamente vivo, plenamente humano.
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V^uando digan: «Los seguidores de Jesús: ¡en pie!», quiero levantarme con orgullo. Quiero ponerme en pie y que me cuenten
como uno de los seguidores de Jesús. Pero tengo que confesarte
que me aterrorizaría ser el único en levantarme. Necesito que te
integres conmigo en las filas de la Iglesia, de los seguidores de
Jesús. Necesito que mi débil voz se una a la tuya en el coro que
canta la alabanza del Señor y reza la oración del Señor. Sí, he sentido el toque del Señor en mi vida y su mano en la mía. Pero tendría muchas dudas respecto de mis propias experiencias si tú no
te pusieras en pie a mi lado y me confirmaras en mi fe a través de
tu propio testimonio de la gracia.
Éstos son, en mi opinión, el significado más profundo y la
función fundamental de la Iglesia. Como ya he dicho, la pregunta
no es: ¿qué constituye la Iglesia?, sino: ¿quién constituye la Iglesia?
«Tú» eres el corazón y el centro mismo de la palabra Iglesia. Si
nosotros, si tú y yo, vamos a constituir la Iglesia, entonces sé que
te necesito, y te necesito verdaderamente, para que te pongas en
pie a mi lado, un Dios con piel. Necesito escuchar tu voz elevándose con la mía en la oración. Necesito saber por la experiencia de
tu cercanía que Dios te ha hecho mi hermana, mi hermano, y que
todos juntos somos su familia. Necesito rezar contigo por la llegada de su Reino. Necesito escucharte pronunciar tu «sí» que reafirme mi propio «sí» con una nueva fuerza. En todo lo humano hay
un contagio inevitable. Y por eso necesito el apoyo de tu presencia, de tu amor y de tu persona. Dios llega a mí a través de ti, y
llega a ti a través de mí. Y si en algún momento y por razones personales decides «abandonar la Iglesia», por favor no pienses que
sencillamente has salido de un edificio o de una organización
marcada por la debilidad. Lo cierto es que nos has abandonado a
nosotros, que te necesitamos y que echaremos de menos a tu persona y tu amor.
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• é& pregunta básica para mí es: ¿quieres realmente amar?;
¿estás dispuesto a ser el «instrumento público», la fuente pública
que está ahí para que todos la utilicen?; ¿deseas realmente que
Jesús se reencarne en tu humanidad? Jesús es el «hombre para los
demás». Si te ofreces a él, inmediatamente te pondrá al servicio de
los demás de una forma u otra. ¿Quieres realmente ofrecerte
voluntario para vivir esta vida de amor? No puedes hacerlo por ti
mismo: él debe actuar en ti. ¿Tendrás suficiente fe para liberar su
poder en tu vida? Éstas son las únicas preguntas pertinentes.
Ahora estoy profundamente convencido de que el poder del
amor procede de Dios. Creo que ningún ser humano puede amar
verdaderamente a menos que Dios esté activo dentro de él. Oigo
decir a Jesús: «Sin mí no podéis hacer nada. No podéis dar fruto.
Yo soy la vid y vosotros los sarmientos. Si os separan de mí, morís». Oigo a san Juan decir que sólo la persona que conoce a Dios
puede conocer el significado del amor. Oigo a san Pablo describir
el amor como el mayor y más excelso don del espíritu. Allí donde
he encontrado amor, he sentido la presencia de Dios, a Dios trabajando en las mentes, los corazones y los músculos de los seres
humanos.
Mi experiencia de Dios ha estado realizando esta transformación también en mí. Aún soy una persona muy egoísta. Dios no ha
terminado todavía conmigo. Algunos pueden pensar que no soy
un amante muy eficaz, pero ellos no conocen el antes y el después;
no pueden leer las razones del corazón. El proceso de divinización,
a través del cual Dios nos hace cada vez más a su imagen y semejanza, es lento, gradual y con frecuencia doloroso. Todavía soy un
peregrino. Pero he sido tocado y estoy parcialmente transformado.
En esto se basa mi esperanza. El Dios que me ha tocado en el
pasado actuará una y otra vez en mi vida. De nuevo sentiré su
dedo y le encontraré.
De The Christian Vision.
DeHeTouchedMe.
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n distintos momentos de mi vida, cuando me estoy relacionando y comunicando con otras personas, me observo a mí mismo
en acción y me pregunto: «¿Es ésta la persona que me gustaría ser?»
Con esta pregunta, pido a Dios silenciosamente que me ayude a
convertirme en mi ideal; le suplico que me dé fuerzas para practicar lo que predico: «Ayúdame a ser auténtico». Si no soy auténtico, no soy nada. Mi vida no será más que una comedia. Me da
miedo la idea de que me llegue la muerte como el telón final de
una representación teatral. Y entonces desmaquillarme, quitarme
el disfraz y devolver mi papel al autor, mientras el público continúa aplaudiéndome por haber sido alguien que nunca fui. Sé que
cuando llegue la hora de mi muerte, Dios buscará cicatrices, no
medallas. Cuando esté muñéndome, quiero recordar los momentos en los que haya sido real y auténtico; las ocasiones en que me
haya comunicado, como un acto de amor, a través de una autorevelación sincera. Quiero recordar las situaciones en que haya
dado a los hambrientos el alimento de mi comunicación; a los
sedientos la bebida de mi escucha y mi comprensión; a los prisioneros de sí mismos las manos generosas y abiertas y el anuncio
tranquilizador: «Sal de ahí. Conmigo estarás seguro»; quiero
recordar las veces en que haya ofrecido a los necesitados el don
curativo del amor y de la atención.
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X. JL ace aproximadamente cinco años, el superior provincial de
los jesuítas me pidió que otros dos teólogos y yo diéramos una
charla en todas las residencias jesuíticas de nuestra zona. Personalmente me sentí cómodo con la situación, porque estoy muy
acostumbrado a hablar en público y nunca me pongo nervioso
cuando se da el caso. Sin embargo, cuando llegamos a la Universidad Loyola, mi propia comunidad, formada por ciento veinte
jesuítas, estaba muy nervioso. Tenía la boca seca y las manos frías
y, por supuesto, sabía el porqué: quería impresionar a mis compañeros jesuítas; quería que supieran qué «Fulton Sheen» tenían
entre ellos.
Así que recé (mientras los otros dos oradores pronunciaban
sus conferencias): «Jesús, por favor, extiende sobre mí las manos
que extendiste sobre el mar de Galilea cuando estaba turbulento.
Lléname de calma. Necesito aplomo para impresionarlos». Pero no
ocurrió nada. Recé de nuevo, recordándole a Jesús que prometió
hacer realidad cuanto pidiéramos en su nombre. Pero siguió sin
ocurrir nada. Entonces me acordé del consejo: «Si le haces a Dios
la misma pregunta una y otra vez y no consigues respuesta, prueba con otra pregunta». Y así lo hice. «Jesús —le dije—, ¿intentas
decirme algo?».
Te debería haber dicho desde el principio que Dios me habla
(me figuro que, puestos a mencionar nombres, puedo mencionar
el realmente importante). Permíteme decir sencilla y llanamente
que, en esta ocasión, Dios me habló. En algún lugar de mi interior
escuché con claridad: «Te estás preparando para ofrecer otra representación (yo sabía que mi vida había estado repleta de representaciones), y no necesito más representaciones de ti, sino únicamente actos de amor. Te estás preparando para ofrecer una representación a tus hermanos, para que sepan lo bueno que eres. Pero
eso no es lo que necesitan, sino que los ames, para que ellos sepan
lo buenos que son». Sé que estas palabras procedían de Dios. Y
aquella noche y aquel mensaje cambiaron mi vida.
De El verdadero yo: ¡en pie!
Del programa de vídeo Free To Be Me.
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\*J na vida con significado sólo puede ser resultado de la experiencia del amor, y esto implica un compromiso con el otro y una
dedicación a él. El amor rechaza la pregunta «¿Qué voy a sacar de
esto?» como criterio único de realización personal. El amor entiende por experiencia directa las palabras, frecuentemente citadas, de
san Francisco de Asís: «Es dando como recibimos». La preocupación egoísta y la concentración en uno mismo sólo pueden llevarnos a la pérdida del yo, paradoja extraña y dolorosa que todos
debemos aprender. La percepción más profunda del personalismo
contemporáneo es que sólo nos convertimos en personas si recibimos de alguien nuestra condición de tales a través del don de la
afirmación. Si nunca me siento valorado por los demás, nunca me
valoraré a mí mismo.
Entregar el don de mí mismo por amor deja en mi la profunda y duradera satisfacción de haber hecho algo bueno con mi vida.
Vivo con el dulce recuerdo de haber contribuido con un don de
amor a las vidas de los demás. Análogamente, me deja una sensación de haber utilizado bien los dones que Dios ha invertido en
mí. El amor lleva su tiempo, exige una historia de dar y recibir, reír
y llorar, vivir y morir. Nunca promete una gratificación instantánea, sino únicamente una plenitud definitiva. El amor significa
creer en alguien, en algo. Supone una disposición a la lucha, al
trabajo, al sufrimiento y a la unión en la alegría. Dudo mucho que
se haya documentado alguna vez algún caso de realización profunda y duradera de una persona cuyo pensamiento básico y
única pregunta fuera: ¿qué voy a sacar de esto?
Por supuesto, ésta es la paradoja de los evangelios: la satisfacción y la realización son consecuencia de la dedicación al
amor. Pertenecen únicamente a aquellas personas que pueden ir
más allá de sí mismas y para las que dar es más importante que
recibir.
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JL JLace algunos años, mi madre se estaba muriendo. Había
entrado en coma y, aparentemente, estaba inconsciente. El médico nos dijo: «No se recuperará. Morirá mientras duerme». Inmediatamente decidí que pasaría todo el tiempo que pudiera a su
lado. Mientras estaba sentado allí, escuchándola respirar con dificultad, mi mente regresó a los años del pasado y, sobre todo, a lo
que mi madre había significado para mí. Recorrí minuciosamente
los años y años de dulces recuerdos. Me gustaría contarte uno de
esos recuerdos que en aquel momento me vino a la memoria.
Cuando éramos niños, solíamos ir a un parque cercano y allí
nos metíamos en la boca lo que llamábamos, «hielo seco». Teníamos que moverlo continuamente dentro de la boca, porque de lo
contrario, nos «quemaba». Sin embargo, cuando exhalábamos
vapor húmedo, pensábamos que todo el mundo nos miraba, confundiéndonos con Puff el dragón mágico. En una de aquellas ocasiones, cuando más gente había en el parque, yo estaba exhalando el vapor de mi boca cuando alguien me empujó y... ¡me tragué
el trozo de hielo seco! Supe que me iba a morir. Por supuesto, me
fui corriendo a casa y le conté a mi madre lo que había sucedido.
«Me he tragado..., me he tragado el hielo seco. Me voy a morir».
Ella se lo tomó con bastante serenidad. «Bueno, puede que no
te mueras todavía...» Llamó al médico que vivía en la casa de al
lado, que le recomendó inundar mi estómago de leche, y así lo
hizo. Recuerdo que entonces me colocó en su regazo, y también
me acuerdo de la dulce sensación de sus brazos rodeándome.
Recuerdo el balanceo de la silla, y también me acuerdo con claridad de haber pensado: «No puedo morirme. Partiría el corazón de
mi madre. Me quiere tanto que le rompería el corazón si me
muriera». Mientras estaba sentado al lado de mi madre en sus
últimos momentos de vida, me acordé de todo ello. Pensé en
aquellos brazos que me sostuvieron y lloré en silencio lágrimas de
agradecimiento.
De Unconditional Love.
Del programa de vídeo Families.
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E
1 mundo en que vivimos está gobernado en gran medida por
la ética imperante en este mundo. En el momento actual hay dos
éticas compitiendo por el dominio en nuestra sociedad contemporánea norteamericana. Existe una ética tradicional, humana y
pro-vida, que considera cada vida humana valiosa en sí misma y
ofrece a todo ser humano una atención y una aceptación amorosas, sin distinción de tamaño, forma, color de piel o capacidad, porque parte de la base de que toda vida merece la pena ser
vivida.
Bajo esta ética, todos los que llegan a este mundo lo hacen
como una parte de nuestra familia humana. Todos llegan como
un don único e irrepetible. En este mundo habrá personas como
Helen Keller, sorda, ciega e incapaz de comunicarse hasta que
«Annie» Sullivan apareció en su camino. Anne Sullivan alcanzó
una gran talla humana, únicamente porque allí estaba el reto de
una Hellen Keller para suscitar su grandeza. La montaña se escala porque está ahí. En este mundo también habrá personas retrasadas o disminuidas. Habrá colegios «de educación especial» y
«Juegos Paralímpicos».
Habrá un trato compasivo y comprensivo hacia los ancianos y
las personas seniles, que también forman parte de nuestra familia
y que nos motivan para ser humanos y amar. El mensaje que los
ancianos transmitan será una petición, una invitación y un desafío a nuestra capacidad de amar y de resistir. Cuando afrontemos
este desafío, nuestra capacidad social de amor y solicitud mutuas
crecerá, como los músculos que se fortalecen a base de ejercicio.
Nos convertiremos en personas cada vez más humanas las unas
respecto de las otras. El mundo regido por la ética pro-vida puede
que no esté tan limpio y libre de dolor como el mundo regido por
la ética de la calidad de vida, pero será mucho más humano y
compasivo y existirá en él mucho más amor.
De The Silent Holocaust.
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A
la hora de consagrar al amor el «trabajo» o el esfuerzo que
requiere, es importante que busquemos la unidad, no la felicidad.
Quienes emprenden el viaje del amor deben esforzarse por adquirir esa transparencia, ese compartir y esa comunidad de vida que
constituyen el meollo mismo del amor. Quienes aspiran a amar no
deberían estar constantemente tomándose la temperatura y contando los latidos de su corazón para constatar en cada momento
lo bien que se sienten y lo felices que son. Como insiste en recordarnos Viktor Frankl, la sensación de bienestar y de felicidad es
algo que la vida humana sólo puede obtener por vía de consecuencia. Seguro que alguna vez has oído estos versos:
«La felicidad es como una mariposa:
cuanto más la persigues,
tanto más esquiva se muestra;
pero si centras tu atención en otras cosas,
se aproxima y se posa suavemente en tu hombro».
JLJL
Para que una persona sea totalmente feliz en el amor, ha de desear la unidad y la identificación y ha de querer compartir. Dicha
unidad conlleva a veces muchas cosas un tanto costosas: ser sincero cuando preferirías decir una pequeña mentira, hablar abiertamente cuando preferirías hacerte el remolón, ponerte en evidencia cuando preferirías culpar a otro, «aguantar el tirón» cuando preferirías salir corriendo, reconocer tus dudas cuando preferirías fingir seguridad, enfrentarte al otro cuando preferirías la
tranquilidad a cualquier precio... Ninguna de estas cosas, que pertenecen a las justas exigencias del amor, acarrean la paz y la felicidad inmediatas, sino que ocasionan primero una cierta dosis de
sufrimiento y de dificultad. Y es que, como hemos dicho, el amor
funciona si lo hacemos funcionar, lo cual requiere una absoluta
sinceridad y transparencia, que es difícil de lograr. Por eso quienes
tratan de cazar la mariposa de la felicidad en las relaciones amorosas acaban con el corazón y las manos vacíos. La unidad, no la
felicidad, es la dura y exigente condición para alcanzar el éxito en
el amor.
De El secreto para seguir amando.
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el proceso de amar, hay tres etapas o momentos importantes: 1) La benevolencia: la cálida seguridad de que «estoy de tu parte
y me preocupo por ti». 2) El estímulo: la firme certeza de que posees una gran fuerza y eres autosuficiente. 3) El desafío: una amorosa pero firme exhortación a la acción: «A por ello».
Del mismo modo que un pintor utiliza lienzos y óleos para
conseguir ciertos efectos, el amante debe intentar percibir en qué
momento la persona amada necesita más benevolencia, más estímulo o más desafío. Nunca es fácil saberlo.
Benevolencia. Alguien ha dicho muy sabiamente que «a las personas no les preocupa cuánto sabes hasta que saben cuánto te preocupas tú por ellas». Construir una relación con un fundamento
distinto de la benevolencia es como construir sobre arena. Yo
tengo que saber que tú realmente quieres mi felicidad y mi crecimiento, que estás realmente «de mi parte», o no me abriré en
absoluto a tu influencia.
Estímulo. Lo más necesario para todas las personas es creer en
sí mismas. Necesitan confianza en su propia capacidad de asumir
los problemas y las oportunidades de la vida. Estimular significa
alentar. El estímulo infunde en la persona que lo recibe una consciencia nueva y más plena de sus propios poderes. El estímulo
dice: ¡puedes hacerlo!
Desafío. Si el estímulo hace que la persona amada sea consciente de su propia fuerza, el desafío es el impulso amoroso para
utilizar esta fuerza: «¡Inténtalo. Expándete. Hazlo. Si tienes éxito,
estaré en primera fila aplaudiéndote. Si fracasas, me sentaré a tu
lado. No estarás solo. Venga, ahora. Hazlo lo mejor que puedas. A
por ello!».
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x J L l intentar amar a otra persona, las preguntas que el amor
hace son: ¿qué necesitas?; ¿qué puedo ser para ti?. El amor dice:
si necesitas que sea duro, puedo serlo. El amor no siempre es
dulce y tierno. Si un enfrentamiento duro te ayuda a aceptar tus
responsabilidades, cuenta conmigo. Pero, por favor, quiero que
sepas que si soy duro e implacable, es porque te amo. No puedo
permitir que me engatuses para que no sea firme, porque eso no
sería amor. Pero, por favor, créeme: quiero realmente hacer, ser y
decir lo que sea mejor para ti. Algunas veces tendrás un montón
de cosas en la cabeza y querrás hablar, y yo intentaré estar a tu
lado para escucharte. Otras veces sencillamente querrás estar solo,
y yo intentaré entender y reconocer tu necesidad y dejarte solo en
tu soledad. Sé que tus necesidades cambiarán día a día e intentaré respetar esa realidad, es decir, reconocer los cambios en tus
necesidades.
Yo creo que éste es el genio del amor: hacer, ser y decir lo que
tú necesitas y, al mismo tiempo, reafirmarte. Debo transmitirte un
fuerte sentido de tu propio valor. Soy consciente de que la auto
imagen, el sentido del valor personal, es la fuente última de todo
comportamiento humano, de todo estado de ánimo. Un sentido
del valor personal es también la fuente última de la salud mental
y emocional. Sé que si verdaderamente crees en tu propio valor, todo lo demás parecerá estar en armonía en tu vida. Por
eso, sea lo que sea lo que el amor pida de mí, intentaré dejarte
con el sentimiento de ser una persona especialmente valiosa e
irremplazable.
Si fracasara, si no lograra reconocer tus necesidades y responder a ellas, por favor, perdóname. Con frecuencia soy débil y
miope. Mis propios dolores y sufrimientos suelen oscurecer mi
visión de tus necesidades. Pero ten fe en mí. Mi intención más
profunda y sincera es amarte.
De Unconditional Love.
De la cassette My Vision And My Valúes.
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±. ^f uestras vidas son moldeadas por los que nos aman y por los
que se niegan a amarnos. Yo doy clase en la Universidad Loyola de
Chicago, y me interesan especialmente dos tipos de estudiantes:
busco a aquellos que parecen necesitar una ayuda especial, pero
también estoy muy interesado por los que se encuentran bien. Me
interesa tanto conocer las fuentes de la salud y la felicidad personales como las fuentes de la destrucción y el daño humanos.
Hace algunos años, una joven que se matriculó en mi clase
parecía ser la personificación de la salud personal. Mostraba una
actitud maravillosa hacia todas las cosas y hacia todas las personas. Un día, cuando salía de clase, le pregunté: «Noreen, ¿cómo
consigues ser como eres?» Ella lo entendió como un cumplido y
contestó: «Mi familia es la responsable de que yo sea como soy.
Tengo una familia maravillosa. Tienes que conocerlos en alguna
ocasión». Yo acepté con entusiasmo.
Y la ocasión fue una fiesta, una celebración. Pude percibir la
atmósfera de contagiosa afirmación por todos lados. Todos parecían apreciar y afirmar a los demás. Si verbalizáramos los mensajes
que se intercambiaban de diversos modos, dirían: «Tú realmente
cuentas. Cuando entras en esta casa, eres especial. Todo el mundo
es aquí especial». Fue una experiencia magnífica. Me fui sintiéndome más grande. Cuando me despedí, les dije a los padres:
«Estáis haciendo realmente algo grande con vuestra familia. Os
agradezco mucho la experiencia que he tenido esta noche». El
padre de Noreen replicó con bastante modestia: «Bueno, hacemos
lo que podemos. ¿Sabes lo que les digo a estos chicos?, pues que
no poseemos mucho, pero somos ricos en esta familia, realmente
lo somos».
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T
I / a verdad acerca del amor, en mi opinión, es que se trata de
un profundo consuelo, pero también de un monumental desafío.
El amor me desafía directamente a prescindir de mi fijación en mí
mismo. Me arrastra a lo largo de todo el camino que va desde mi
yo infantil hasta una completa autodonación a una causa o a una
persona a través de un amor libremente entregado. El amor exige
que aprenda a centrar mi atención en las necesidades de aquellos
a quienes amo. Me pide que me convierta en un oyente sensible.
Algunas veces, el amor insiste en que posponga mis propias gratificaciones para satisfacer las necesidades de los que amo. El tipo
de comunicación que es la esencia del amor me exige entrar en
contacto con mis pensamientos más enterrados y compartirlos en
el aterrador acto de la auto-revelación. El amor me hace vulnerable; me abre a las reacciones honestas de aquellos a quienes he
permitido penetrar en mis defensas. Y si he construido muros protectores alrededor de mis zonas vulnerables, el amor los derriba.
El amor me enseña a dar y a recibir sin medida, porque trasciende la balanza de la justicia. Si el amor divide las cargas de la
vida por la mitad, al compartirlas, también duplica las responsabilidades. Dos personas no comen tan barato como una, a no ser
que una de las dos no coma. También es verdad que dos no pueden tomar decisiones tan rápidamente como uno, etc., etc. Si prefieres ser una isla, un recluso, un narcisista, y eliges vivir en un
mundo de un único habitante, el amor te arrancará de las manos
todo lo que quieres y aferras con tanta fuerza.
Y aún así, me parece obvio, y estoy seguro de que a ti también
te lo parecerá, que estos auténticos desafíos de una verdadera
relación de amor que asaltan nuestro egocentrismo son el puente
hacia la madurez y la realización humanas definitivas.
Me fui pensando: «Tienes razón, Noreen. ¡Es por tu familia!».
De Unconditional Love.
Del programa de vídeo Families.
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Y
JLo creo que capear las tormentas del proceso amoroso es el
único camino para encontrar el arco iris de la vida. El consuelo
que se encuentra en «el camino menos transitado» del amor no se
encuentra en ninguna otra parte. La vida tiene un significado mucho más profundo cuando se ama verdaderamente a alguien. La
soledad de un mundo con un sólo habitante se llena con una
nueva y cálida presencia cuando el amor entra en una vida. La
autoalienación que se produce cuando no interactuamos íntimamente se ve reemplazada dentro de nosotros por un sano sentido
del yo y de la propia valoración cuando hemos sido renovados por
el amor. Es lo que llamamos hoy un sentido de «identidad». Se ha
convertido en un tópico que sólo podemos conocer y amar de
nosotros mismos cuanto estemos dispuestos a compartir con otro
en una relación de amor. El vagabundeo sin sentido de la persona
sin amor encuentra en el amor una sensación de pertenencia y un
verdadero hogar.
Darse a otro en el amor conlleva un riesgo; el riesgo de la autorevelación, del rechazo, del malentendido. También conlleva
dolor, tanto por las separaciones temporales, psicológicas o físicas,
como por la separación final de la muerte. Quien se empeñe en
considerar la seguridad y la protección personales como condiciones de vida innegociables no estará dispuesto a pagar el precio del
amor o a encontrar sus gratificaciones. Quien se encierre en el
capullo de sus defensas autoprotectoras, manteniendo siempre a
los demás a una distancia segura y aferrándose con fuerza a las
posesiones personales y a su privacidad, encontrará el precio del
amor demasiado alto y permanecerá por siempre prisionero del
miedo.
De Unconditional Love.
\*J uando Dios creó este mundo, vio con los ojos de su mente un
número infinito de otros posibles mundos que podría haber creado. Tú y yo, que estábamos en algunos de aquellos otros mundos
posibles, no estábamos en otros. Pero Dios no quiso un mundo sin
ti y sin mí, por su especial predilección y amor por nosotros. Es
como si Dios hubiera dicho: «Podría haber creado un mundo sin
ti, pero no quería un mundo sin tu persona. Para mí, ningún
mundo habría estado completo... sin ti».
También es cierto que Dios podría haber elegido un mundo en
el que tú existieras, pero en circunstancias y con dones diferentes
de los de tu vida actual. Pero él no quería un «tú diferente». Es a
este tú al que ama Dios: el tú con tus propias huellas dactilares, tu
color de pelo, tu voz y tu corazón, con tu única e irrepetible alma
inmortal.
Dios no nos ama como una gran masa humana, sino que ama
a cada uno de nosotros individualmente. A sus ojos no hay y nunca habrá nadie como cada uno de nosotros. Nuestras vidas, y las
demás circunstancias individuales y condicionamientos personales de las mismas, son un don especial de Dios. Su providencia nos
ha elegido y nos ha destinado a ti y a mí, a través de un acto especial de amor, a transmitir un mensaje, a cantar una canción y a
otorgar a este mundo un acto de amor que ninguna otra persona
puede otorgar. Cada uno de nosotros es una imagen única e irrepetible de Dios, un misterio único e irrepetible de su amor. Lo
esencial desde el punto de vista teológico es que tú y yo hemos
sido conocidos y amados por Dios desde y a través de toda la eternidad. Cada uno de nosotros ha sido siempre una parte de la
mente y del corazón de Dios. El «Yo» de Dios le ha estado diciendo al «Tú» tuyo y mío un eterno «Te amo».
De The Silent Holocaust.
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Xommy había sido el ateo de mi curso de Teología de la fe.
Cuando entregó su examen final, me preguntó si yo creía que él
llegaría alguna vez a encontrar a Dios. «¡No!», solté impulsivamente y, cuando se dio la vuelta para marcharse, añadí: «Tú no le
encontrarás a Él. Será Él quien te encuentre a ti, Tom». No pareció muy impresionado o afectado, de modo que pensé que no me
había entendido.
Cinco años después vino a mi despacho. Se estaba muriendo.
Su cuerpo estaba gravemente dañado por un cáncer terminal. Sólo
le quedaban unas cuantas semanas de vida. Me recordó aquel
último día de clase. Me contó cómo, cuando supo que tenía un
cáncer terminal, le rogó a Dios que viniera a consolarlo. Luego me
dijo que un día perdió toda esperanza de llegar a entrar en contacto con Dios. Pero recordó otro día de clase en el que yo dije que
había dos tragedias esenciales en la vida: una era vivir sin amar, y
la otra era amar sin compartir ese amor con los demás. Hay personas que necesitan nuestro amor, y nosotros se lo negamos.
Me contó cómo fue temblando a decir a su padre: «Te quiero,
papá». Y después a su madre y a su hermano pequeño. Luego añadió: «Entonces, cierto día, me di la vuelta y Dios estaba allí. No
vino a mí cuando se lo supliqué. Aparentemente, hace las cosas a
su modo y a su hora. Pero lo importante es que estaba allí. Él me
encontró, tenía usted razón. Él me encontró después de haber
dejado de buscarle».
Invité a Tom a venir a mi clase para contar cómo, al abrir
nuestros corazones a aquellos a los que amamos, abrimos la puerta a Dios en nuestras vidas. El amor es sin duda la gran puerta de
entrada de Dios. Tom dijo que acudiría a mi clase, pero no lo hizo.
Sin embargo, justo antes de su muerte, mantuvimos una última
conversación. Me dijo que no iría a mi clase, y luego me preguntó: «¿Se lo contará por mí?, ¿Se lo contará... al mundo entero por
mí?» Le prometí que lo haría. «Haré todo lo que pueda, Tom. Se lo
contaré».
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algunas cosas que a todos nos resultan sumamente dolorosas, como la soledad. La soledad es la cárcel del espíritu humano. Cuando estamos solos, deambulamos sin rumbo en pequeños
mundos cerrados. Creemos que nadie nos entiende y no nos preocupamos demasiado por entender a los demás. En la otra cara de
la moneda, la mayoría hemos experimentado, al menos momentáneamente, la alegría de compartir nuestros pensamientos y sentimientos. Quizás hayamos estado con alguien a la orilla del mar
contemplando una maravillosa puesta de sol, y significaba tanto
poder dirigirnos al otro y decirle: «¡Qué bonito!, ¿verdad?» O puede que hayamos compartido con alguien una ilusión o un dolor
secreto, y recordemos el profundo consuelo de sentirnos comprendidos; nos sentíamos tan bien al saber que alguien se preocupaba por nosotros, que no estábamos solos...
En otras palabras, dentro de la naturaleza humana existe un
sistema de recompensas y otro de sanciones. Tenemos una necesidad interna de conocer y ser conocidos, y la satisfacción de esa
necesidad nos proporciona una sensación de plenitud humana.
Cuando levantamos muros de separación entre nosotros y los demás, nuestra reacción interna inmediata puede ser una impresión
de seguridad; pero, a la larga, el resultado es la inanición del espíritu, una omnipresente sensación de soledad. Hemos construido
nuestras propias cárceles. No nos preocupamos por nadie, y nadie
se preocupa por nosotros: estamos solos.
De El verdadero yo: ¡en pie!
Gracias por haberme atendido.
Condensado de Unconditional Love.
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A
x J L l g u i e n que contabiliza este tipo de cosas ha dicho que el niño
medio recibe durante los primeros cinco años de su vida un promedio de 431 (!) mensajes negativos al día. «Deja de hacer ese
ruido...»; «Bájate de ahí...»; «¿Qué estás haciendo con mis tijeras...?»; «¡No!, eres demasiado pequeño...»; «Mira qué lío has
armado...»; «Acabo de limpiar el suelo de la cocina y tienes barro
en los zapatos...» Y así sucesivamente (hasta 431).
Como resultado de estos mensajes negativos, desarrollamos
instintos de autoprotección. Intentamos salvaguardar o proteger
nuestros egos para prevenir daños mayores. Los psicólogos llaman
a estos esfuerzos protectores «mecanismos de defensa del ego».
Lo triste es que camuflan al «yo real».
De El verdadero yo: ¡en pie!
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• i os «mecanismos de defensa del ego» más comunes son los
cinco siguientes:
1. La compensación, que nos hace echarnos hacia atrás a fin de
evitar que caigamos de bruces. Freud denomina a este mecanismo
inversión o formación reactiva. Por ejemplo: la persona dogmática
que todo lo sabe y pontifica sobre cualquier tema para reprimir las
dudas que podrían surgirle y socavar su seguridad de estar en
posesión de la verdad; el niño que «silba en la oscuridad» mientras
atraviesa el cementerio de noche.
2. El desplazamiento, que nos permite construir una desviación
psicológica, un camino alternativo para los impulsos que no podemos manifestar directamente. Por ejemplo, no podemos expresar
hostilidad hacia nuestro jefe, a quien consideramos odioso, porque podría despedirnos; de modo que nos vamos al fútbol y gritamos: «¡Matad a ese arbitro!».
3. La proyección, que nos permite negar hábilmente nuestras
características no deseadas y atribuírselas a otra persona o cosa.
Mediante la proyección, como hemos señalado anteriormente,
atribuimos la responsabilidad de nuestros defectos y fallos a otra
persona o a una circunstancia externa. Por ejemplo, Adán culpó a
Eva, y Eva a la serpiente. En otras proyecciones habituales culpamos de nuestro trabajo mal hecho a las herramientas inadecuadas.
4. Otro método defensivo se denomina introyección. Mediante
este mecanismo nos atribuimos las buenas cualidades o acciones
de otros, compartiendo indirectamente sus logros y disfrutando
de los rayos de su gloria. En otra forma de introyección, nos imaginamos que somos víctimas heroicas de la persecución.
5. Para terminar, veamos la racionalización, mediante la cual
encontramos buenas razones para justificar lo que sabemos que
está mal. Cuando robo me imagino a mí mismo como un Robin
Hood robando a los ricos para dárselo a los pobres (yo).
Todos ellos constituyen impedimentos para una buena comunicación, porque, de alguna manera, ocultan nuestra vulnerabilidad. Son barreras a la autenticidad.
De El verdadero yo: ¡en pie!
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n la mayoría de nosotros hay un intenso deseo de desprendernos de nuestro fingimiento, de nuestra vergüenza y de nuestra
falsedad. A todos nos gustaría ser reales. La falsedad requiere demasiado esfuerzo, y es un juego que, una vez que comenzamos a
jugarlo, tenemos que continuar haciéndolo. Nos gustaría ser capaces de sacar a la luz (o poner en un promontorio) nuestro yo
auténtico, en lugar de actuar en un escenario. ¡Qué alivio supondría poder decir la verdad y sentirnos a salvo y seguros siendo
simplemente nosotros mismos!
Esa sinceridad nos impulsará a expandirnos abandonando la
seguridad de lo ya conocido. Contar nuestra verdad abiertamente
a todo el mundo nos parece aterrador, porque a veces se paga un
precio demasiado alto como consecuencia de la sinceridad. Pero
no hay que preocuparse. Según los expertos, se necesitan aproximadamente tres semanas para entrar en la rutina de un nuevo
hábito si lo practicamos todos los días. Admitir abiertamente
nuestra vulnerabilidad y debilidad humanas puede parecemos
una montaña hasta que comencemos la escalada. De hecho, lo
que de inmediato experimentamos y reconocemos en nosotros
mismos es una sinceridad y una autenticidad nuevas.
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• / a paz que se consigue con tal auto-revelación constituye una
recompensa inmediata e innegable. Las personas que están dispuestas a compartir su vulnerabilidad no tienen que estar realizando de modo continuo el agotador esfuerzo de reprimirse; no
tienen que enmascararse; no tienen que pasar por las deformaciones de la compensación, la proyección y la racionalización. Realizan lo que Dag Hammarskjold denominaba «el viaje más largo»,
el viaje hacia el interior de uno mismo. Lo que ven y escuchan al
explorar sus espacios interiores lo plasman en su comunicación.
«Éste soy yo. Esto es lo que soy, ni más ni menos. Si puedes venir
y celebrarlo conmigo, estupendo. Pero debo advertirte que no
tengo por qué complacerte. Lo que tengo que hacer es ser yo
mismo, mi propio y auténtico yo».
De El verdadero yo: ¡en pie!
Al mismo tiempo, los demás lo percibirán y nos expresarán su
reconocimiento de nuestra autenticidad. Nuestras relaciones
serán reales y estarán basadas en una auto-revelación sincera.
De El verdadero yo: ¡en pie!
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\_>ada uno de nosotros es un conglomerado de misteriosas
necesidades e impulsos que necesitan ser ventilados. Necesitamos
poder expresarnos acerca de nosotros mismos, hablar de nosotros
sin temor al rechazo ajeno. Con demasiada frecuencia, los problemas que mantenemos sumergidos dentro de nosotros permanecen en la oscuridad de nuestro propio interior, indefinidos y, por
tanto, destructivos. No vemos las verdaderas dimensiones de lo
que nos causa problemas hasta que lo definimos y establecemos
sus líneas de demarcación en una conversación con un amigo.
Dentro de nosotros permanecen tan nebulosos como el humo;
pero, cuando nos confiamos a otra persona, adquirimos una cierta sensación de dimensión y crecimiento de nuestra propia identidad y de la capacidad para aceptarnos a nosotros mismos tal
como somos.
Puede que nuestros muros y nuestras máscaras dificulten
todo ello. Nuestro auténtico temor es el de ser rechazados, el temor a la incomprensión ajena. Y por eso esperamos y esperamos
tras nuestros muros hasta escuchar las palabras tranquilizadoras
de otra persona, o miramos por la ventana de nuestra torre buscando un príncipe maravilloso que venga a rescatarnos. Mientras
tanto, lo único que podemos hacer es sucumbir. Es muy probable
que si nos negamos a hablar de los problemas que permanecen
sumergidos dentro de nosotros, éstos se manifiesten a través de
nuestros actos. Pondremos de manifiesto nuestra hostilidad a través de la crítica destructiva a cuantos nos rodean o pondremos de
manifiesto nuestra necesidad de ser amados a través de una excesiva dependencia emocional de los demás.
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^ ^ u i s i e r a introducir aquí una distinción entre dos tipos de comunicación, en función de su contenido. El primero, consistente
en comunicar o compartir emociones o sentimientos, lo denominaré diálogo. El segundo, consistente en compartir ideas y valores,
en trazar planes o tomar decisiones conjuntamente y hacer, en
general, cosas de naturaleza predominantemente intelectual, lo
denominaré discusión. Naturalmente, ésta es una distinción un
tanto arbitraria, y estoy seguro de que no todos aceptarán el uso
que hago de estas palabras. Pero, en realidad, no me parece esto
tan importante como el que quede claro lo que intento decir. Necesito esta distinción, o alguna similar, para expresar algo que
considero de enorme importancia.
Y ese «algo» es lo siguiente: entre dos personas implicadas en
una relación amorosa debe darse una clarificación emocional
(diálogo) antes de que puedan entablar con ciertas garantías una
deliberación (discusión) sobre sus planes, preferencias y valores.
Lo que subyace a esta distinción y a la razón de la prioridad concedida al diálogo es que la ruptura del amor humano y de la
comunicación se debe siempre a problemas emocionales. Dos personas enamoradas pueden seguir profundizando en su afecto mutuo
y, al mismo tiempo, mantener opiniones opuestas en casi todos los
aspectos de la vida. Pero ello no constituirá un obstáculo para el
amor mientras una o ambas partes no se sientan emocionalmente amenazadas.
De El secreto para seguir amando.
Y si queremos amar a los demás verdaderamente, debemos
recordar que estos problemas reprimidos y eliminados son impedimentos decisivos para amar. Son los dolores de muelas que
hacen converger nuestra atención en nosotros y nos impiden ser
nosotros mismos, así como olvidarnos de nuestra propia persona.
De Why Am I Afraid To Love?
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• > s absolutamente necesario caer en la cuenta de que no hay
nada que me incite o que me dé motivos para erigirme en juez de
los demás. Yo puedo decirte quién soy y referirte con toda franqueza y sinceridad mis emociones, y éste es el mayor favor que
puedo hacerme a mí mismo y a ti. Aun cuando mis pensamientos
y emociones no sean de tu agrado, el revelarme abierta y sinceramente sigue siendo el más grande de los favores. En la medida de
mis posibilidades, intentaré ser sincero conmigo mismo y comunicarme sinceramente a ti.
Otra cosa sería que me erigiera en juez de tus errores. Eso sería
jugar a ser Dios. Yo no tengo por qué intentar ser el garante de tu
integridad y sinceridad: eso es cosa tuya. Lo único que puedo hacer es esperar que mi sinceridad para conmigo mismo y acerca de
mí te permita y te ayude a ti a ser sincero contigo mismo y acerca
de ti. Si yo puedo reconocer y declararte mis defectos y mis vanidades, mis hostilidades y mis temores, mis secretos y mis vergüenzas, tal vez seas capaz de reconocer los tuyos y confiármelos,
si así lo deseas.
Es una calle de doble dirección: si tú has de ser sincero conmigo y hacerme partícipe de tus éxitos y tus fracasos, de tus angustias y tus éxtasis, ello me ayudará a encararme conmigo mismo y a ser una persona íntegra (total). Yo necesito tu apertura y
sinceridad, y tú las mías. ¿Querrás ayudarme? Te prometo que yo
he de intentar ayudarte a ti y decirte quién soy realmente.
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. x J L l comunicarnos, debemos ser plenamente responsables de
nuestras acciones y reacciones. En consecuencia, haremos «afirmaciones en primera persona», no en «segunda».
La mayoría hemos crecido como «acusadores», de modo que
culpamos a los demás de hacernos enfadar. Racionalizamos muchas de nuestras reacciones diciendo: «Lo tenías bien merecido»;
o insistimos en que han provocado nuestra respuesta: «Sencillamente, no he podido evitarlo»; «No habría pasado nada si ella no
hubiera empezado». A la mayoría nos resulta difícil mirar hacia
atrás y reconocer que los demás no fueron la causa de nuestras
acciones o reacciones, sino que se debieron a algo que hay dentro
de nosotros; sin embargo, es un hecho que ésa es la razón. Si
pudiéramos cruzar la línea que separa a los acusadores de quienes
aceptan la plena responsabilidad de su comportamiento, probablemente estaríamos obrando de la manera más madura posible,
lo que, al menos, nos proporcionaría un contacto honesto con la
realidad, y ése es el único camino para convertirnos en seres humanos maduros.
De El verdadero yo: ¡en pie!
De ¿Por qué temo decirte quién soy?
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C
A
uTJL veces no lo percibimos, pero todos somos un misterio único.
El misterio que cada uno de nosotros es no ha existido en el pasado, y nadie exacto a nosotros volverá a existir jamás. La combinación de cualidades y dones que cada uno es constituye un conjunto que nunca antes se había reunido; es tan única como nuestras huellas dactilares. Y sólo cada cual puede decidir compartir su
misterio y su don con otro. También es verdad que del mismo
modo que cada copo de nieve y cada grano de arena que encontramos en la orilla del mar tiene una estructura exclusiva, nosotros somos diferentes de cualquier otro ser humano que haya existido en la historia de la humanidad. El tesoro de nuestra singularidad nos pertenece, y podemos decidir revelarlo u ocultarlo.
Si decidimos no revelar nuestro don, impediremos que los demás compartan el misterio y la experiencia únicos que somos; de
manera análoga, ellos pueden negarnos la experiencia indirecta
de qué se siente dentro de su piel; de modo que esas ocultaciones
mutuas nos dejarán en la carencia perpetua. Pero también podemos hacer realidad la posibilidad contraria; podemos enriquecernos para siempre si nos abrimos y compartimos mutuamente
nuestros pensamientos y sentimientos, porque la participación
indirecta en la existencia única de otra persona es siempre enriquecedora. Y ése es el gran don de la comunicación.
4 j i vamos a ayudarnos mutuamente, yo me abro a mí mismo
para ti y te abro mi mundo para que puedas entrar; y tú te abres
a ti mismo para mí y me abres tu mundo para que también yo
pueda entrar. Yo te he permitido experimentarme como persona,
en toda la plenitud de mi ser personal, y tú me has permitido a mí
experimentarte de la misma manera. Y por eso debo decirte quién
soy y tú debes hacer lo mismo conmigo.
Este tipo de comunicación es el único camino hacia las más
profundas riquezas de la relación humana. El compartir verdadero y profundo con otra persona es absolutamente necesario para
nuestro crecimiento como personas. La mayoría de nuestras reacciones tienen fundamentalmente que ver con cosas prácticas
como resolver problemas y hacer planes. Pero el hincapié primordial debería hacerse en este compartir profundo de lo que somos
como personas.
De ¿Por qué temo decirte quién soy?
Cuando el otro nos diga quién es, cuando comparta con nosotros su singularidad, nos llevará a un mundo distinto, a una época
y a un lugar diferentes, a una familia distinta. Compartirá con
nosotros su antiguo barrio y nos contará las historias que escuchó
de niño; nos mostrará valles y cimas de montañas que nunca
hemos visto; nos guiará hasta secretos sótanos de experiencias
que no han formado parte de nuestras vidas; nos introducirá en
emociones, esperanzas y sueños que nunca fueron nuestros... Y
todo ello dilatará nuestra mente y nuestro corazón: la comunicación nos enriquecerá perpetuamente. El tamaño de nuestro
mundo de experiencias se dilatará para siempre gracias a su generosidad para con nosotros.
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JL odos experimentamos fracasos comunicativos de vez en cuando: son parte de las relaciones. Decir que nunca ocurrirán, sería
negar la realidad de la vida. Estos fracasos comunicativos no marcan necesariamente el final de una relación, sino que son simples
crisis en la comunicación. Se parecen mucho a las crisis situacionales en las que una persona se encuentra temporalmente abrumada por un acontecimiento.
En primer lugar, y fundamentalmente, nuestra actitud ante
esas crisis tendrá un efecto considerable sobre su resultado. Pero, si
pensamos que no debería haber crisis en la comunicación, lo normal será que nos sintamos dolorosamente sorprendidos y frustrados ante ellas. Si aprendemos a aceptar las crisis como una parte
normal e inevitable de la comunicación, nos libraremos de muchos sinsabores. Después de todo, dos personas absolutamente
únicas intentan compartir sus distintos y personalísimos puntos
de vista sobre la realidad. El hecho de que la comunicación generalmente funcione es casi más sorprendente que esas crisis
ocasionales.
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• é a amistad y la auto-revelación mutua tienen que hacer frente a la novedad día tras día, porque el ser una persona conlleva
cambio y crecimiento diarios. Mi amigo y yo crecemos, y las diferencias resultan cada vez más patentes, porque no nos hacemos
una misma persona, sino que cada cual se hace él mismo. Yo descubro en mi amigo otros gustos y preferencias, otros sentimientos
y esperanzas, otras reacciones ante nuevas experiencias. Descubro
que este asunto de decirle quién soy yo no puede liquidarse de una
vez por todas. Yo debo decirte constantemente quién soy yo, y tú
debes decirme constantemente quién eres tú, porque ambos estamos
en continúa evolución.
De ¿Por qué temo decirte quién soy?
En segundo lugar, es muy importante no considerar estas crisis inevitables como fracasos. De lo contrario, estamos cavando
para nosotros mismos fosas de decepción. Para vencer estas crisis
y sacar provecho de ellas, es importante entender cuándo y por
qué ocurren. Algunas veces son simplemente una parte natural
del proceso de crecimiento. La vida emocional de todos los seres
humanos se mueve a través de ciclos de intimidad y distanciamiento. Es normal y natural. Todo el mundo de la naturaleza evoluciona mediante ciclos en su proceso de crecimiento. Si aceptamos esa evolución cíclica, seremos capaces e aprovecharla de
forma creativa. Identificaremos las crisis con hitos del crecimiento; consideraremos que constituyen oportunidades para ser creativo, en lugar de verlas como catástrofes destructivas.
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JL uede ocurrir que las mismas cosas que antes me atraían hacia
ti parezcan ahora obstaculizar la comunicación. Al principio, tu
emotividad parecía compensar mis inclinaciones de tipo más intelectual, tu estilo extrovertido complementaba mi introversión, tu
realismo servía para contrapesar mi intuición artística... Lo nuestro era algo así como una amistad ideal. Tú y yo parecíamos dos
mitades que se necesitaban mutuamente para formar un todo.
Pero ahora, cuando yo deseo que tú compartas mi forma intelectual de ver las cosas, me fastidia que no te intereses en mis razonamientos objetivos. Ahora, cuando quiero hacerte ver que tu
emotividad no es lógica, no parece importarte lo más mínimo. Al
principio parecíamos encajar perfectamente. Ahora, tu deseo de
extroversión y mi natural más introvertido parecen dividirnos.
Por supuesto que nuestra amistad aún puede perdurar. Seguimos teniendo a nuestro alcance lo que es más humanamente
útil y hermoso, y ahora no debemos volvernos atrás. Todavía podemos compartir todas las cosas que antaño compartimos con
tanto entusiasmo, cuando por primera vez nos dijimos mutuamente quiénes éramos tú y yo, respectivamente; sólo que ahora
compartimos de un modo más profundo, porque somos más profundos. Si yo sigo escuchándote a ti con la misma sensación de
admiración y de gozo con que lo hacía al principio, y tú me escuchas a mí del mismo modo, nuestra amistad echará más firmes y
profundas raíces, y el oropel de nuestro primer compartir madurará en oro de ley. Podemos y queremos estar seguros de que no
hay necesidad de que nos ocultemos nada el uno al otro, de que lo
hemos compartido todo.
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JL ara ser unos comunicadores eficaces debemos «expandirnos»
abandonando la seguridad de lo ya conocido. El problema es que
nos acurrucamos prudentemente dentro de esas «áreas cómodas»
y, si son reducidas, nos quedamos apresados en un mundo minúsculo. Sin embargo, la mayoría preferimos permanecer en nuestras
prisiones a pagar el precio de la incomodidad por aventurarnos
fuera. Nos reducimos a una pequeña esquina de la vida; nunca
descubrimos los límites de nuestras habilidades, porque nunca los
exploramos; no disfrutamos plenamente de nuestras capacidades,
porque en realidad nunca las ponemos a prueba. Se dice que el ser
humano medio utiliza sólo el diez por ciento de sus capacidades;
el otro noventa por ciento permanece enterrado en las tumbas del
miedo. Tenemos miedo al fracaso, tenemos miedo a parecer tontos; tenemos miedo a que nos ridiculicen; tenemos miedo a las críticas... Por eso nos rendimos y nos instalamos en nuestro seguro
rincón, y cada nuevo día comienza a parecerse demasiado a ayer y
a mañana: nos ponemos la misma ropa, decimos las mismas cosas, quedamos con las mismas personas, seguimos la misma rutina... porque así es como nos sentimos cómodos.
«Expandirse», en el sentido en que utilizamos el término aquí,
significa «abandonar la seguridad de lo ya conocido». Supone soñar el sueño imposible, alcanzar lo antes inalcanzable, intentar lo
nunca intentado, arriesgarse a la posibilidad del fracaso, atreverse a entrar en lugares donde nunca se ha estado...
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JLo suelo concebir nuestras emociones como niños en torno a
sus padres: Madre Mente y Padre Voluntad: Frecuentemente, los
niños intentan hacer equilibrios sobre las vallas, asomarse a los
acantilados y acariciar a los osos pardos, y lloran y patalean cuando no se les permite hacer fogatas peligrosas o lanzar cuchillos afilados. La Madre Mente e el Padre Voluntad tienen que ser fuertes
y firmes. Algunos padres insisten en que es un hecho que la locura es hereditaria: la transmiten los hijos.
Cuando una persona acepta por primera vez el reto de expandirse, de salir de sus viejas «áreas cómodas» y entrar en nuevas
zonas, es muy probable que los niños (las emociones) hagan de
las suyas. Empezarán sus pataletas y chillidos, sus lloros y protestas. La imaginación (un sentido interior) pintará horribles cuadros de vergüenza y fracaso y emitirá sonidos terroríficos: «Se acabará el mundo con otro "Big Bang" o, al menos, habrá una formidable explosión, y alguien, seguramente yo, perderá el conocimiento para siempre. Prevalecerá una vez más la Ley de Murphy:
"Lo que puede ir mal, irá mal"».
Pero si la Madre Mente y el Padre Voluntad son los suficientemente fuertes, se impondrán. Y, lo creamos o no, el mundo no
estallará; no habrá explosión; nadie se desmayará ni morirá; y el
viejo Murphy no dará ni la más mínima señal de vida. Pero éstas
no son más que algunas de las cosas que no sucederán. La consecuencia de nuestra expansión será que nuestro mundo se dilatará, nuestras vidas serán más plenas y satisfactorias y descubriremos talentos ignorados. ¿Te acuerdas de la primera vez que nadaste sin que nadie te mantuviera a flote o la primera vez que conseguiste una gran victoria en tu deporte favorito? «¡Puedo hacerlo!»,
anunciaste a ti mismo y al mundo. Ni te ahogaste ni fallaste: ¡lo
conseguiste! En aquel momento nacieron para ti una nueva confianza en ti mismo y un nuevo mundo. Eso mismo sucede siempre que nos expandimos.
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• > a buena comunicación requiere que los que se comunican le
dediquen tiempo. Un tiempo de calidad implica que no nos devore la prisa y que no haya una multitud a nuestro alrededor. En el
tiempo de calidad podemos buscar con confianza las palabras que
expresen con exactitud lo que pensamos y sentimos; disponemos
del tiempo libre necesario para buscar todo lo que yace escondido
en nuestro interior y entrar en contacto con ello. La mayoría consideramos que la auto-revelación es difícil, incluso aunque no
tengamos que preocuparnos por los límites del tiempo u otras
distracciones.
Nos atemoriza ocultarle a otra persona las cosas que hemos
mantenido ocultas en la oscuridad durante mucho tiempo. Y por
eso es de gran ayuda encontrar un momento y un lugar en los que
no tengamos prisas ni distracciones. Es más fácil localizar las piezas ocultas de nuestro rompecabezas humano cuando nos sentamos junto a alguien al finalizar el día.
También necesitamos a un oyente que no tenga prisa y que no
esté distraído, que pueda proporcionarnos su «presencia» y su
«accesibilidad». Siempre es mucho más fácil comunicarnos cuando sabemos que alguien se interesa suficientemente por nosotros
como para escucharnos. Porque, de hecho, la calidad del tiempo
condiciona la calidad de la escucha; y la calidad de la escucha
afecta directamente a la calidad de la comunicación. El deseo y la
determinación de establecer de antemano ese tiempo especial será
proporcional a nuestra ansia de comunicación.
Los tiempos especiales pueden ser la inversión más acertada
de nuestra vida.
De El verdadero yo: ¡en pie!
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contacto físico es una importante forma de comunicación.
Hay ocasiones en que el más ligero contacto físico puede resultar
significativo, pues expresa un afecto que no se puede transmitir
con palabras.
Pero hay algunas personas que experimentan el contacto físico como una amenaza. Es probable que bajo todos esos temores
reales e imaginarios se oculte ese miedo a la auténtica intimidad
que nos acompaña siempre. De un modo u otro, tenemos la sensación de que el contacto físico puede ser una poderosa fuerza vinculante. La vinculación afectiva nos conduce al compromiso y se
origina en él; el compromiso, por supuesto, implica una obligación; y la obligación del compromiso nos atemoriza a la mayoría.
Por eso percibimos y tememos las consecuencias del contacto físico afectivo.
Debemos pensar en nuestros sentidos como dones de Dios y
en antenas para el aprendizaje. De hecho, una de las leyes de la
asimilación de conocimientos es que, cuantos más sentidos estén
involucrados en el proceso de aprendizaje, tanto más a fondo asimilaremos las lecciones y más tiempo las recordaremos. Por eso es
un buen ejercicio dedicar un tiempo a recordar las imágenes sensoriales de la propia infancia; si nos llevaban en brazos a la cama
y nos arropaban; si nos besaban y consolaban cuando nos caíamos; si nuestro padre nos llevaba a hombros o si nuestra madre
nos agarraba fuertemente de la mano en los grandes almacenes
llenos de gente... Imágenes de protección y seguridad.
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A. ^1 o forma estrictamente parte del diálogo, dado que conlleva
un juicio y una decisión; pero sí es un elemento casi mágico que
posibilita y facilita el diálogo. Me refiero a esta sencilla pregunta:
«¿Me perdonas?» El comienzo de la mayoría de las disfunciones
humanas que sabotean el amor y el diálogo es lo que yo denomino un «espíritu herido». Si, por ejemplo, te hablo de una manera
«condescendiente» o te digo algo que te hiere, puede que perciba
o no los efectos que mis palabras producen en ti, pero lo que es
indudable es que, en mayor o menor grado, tú estás hecho polvo.
También puede ocurrir que tú no me hables de tu dolor, pero que
me lo hagas llegar de algún modo. Entonces, fácilmente podemos
quedar atrapados en un auténtico toma y daca. Cuando esto
empieza a producirse, las líneas de comunicación se interrumpen,
la relación se pudre, y se hace preciso sanearla.
Lo que intento decir es que la mayoría de las relaciones problemáticas pueden restaurarse casi milagrosamente haciendo esta
simple y sincera pregunta: «¿Me perdonas?» Al preguntarlo, no
estoy asumiendo toda la culpa ni determinando quién tenía razón
y quién no. Simplemente estoy pidiéndote que me reintegres de
nuevo a tu amor, del que me he visto apartado. Reconocer la necesidad de perdón es el recurso más efectivo para sanar los espíritus
heridos, sin lo cual no es fácil que dure una relación.
De El secreto para seguir amando.
Cuando se trata de la autoestima y la seguridad, necesitamos
toda la confianza posible. Por eso no son imprescindibles las palabras agradables, las sonrisas y la ternura del contacto físico afectivo. De algún modo, el contacto físico colma, de forma más efectiva que las palabras, nuestra sensación de aislamiento y soledad.
De El verdadero yo: ¡en pie!
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XJLdmitir nuestros fallos y pedir que nos perdonen es una fórmula casi mágica para remover muchos de los obstáculos a la
buena comunicación. Una disculpa sincera derrumba al instante
todas las técnicas defensivas que suponen la muerte del diálogo;
además, la disculpa comunica nuestra vulnerabilidad personal de
la mejor manera posible. Aún así, a la mayoría nos resulta sumamente difícil disculparnos; en nuestro interior está al acecho un
temor que nos dificulta el reconocimiento sincero de nuestros
errores.
Naturalmente, parte de nuestra dificultad para pedir perdón
se debe a que tenemos un problema con nuestra sinceridad interior. Para llegar al momento y al acto de la disculpa, antes tenemos que ser muy sinceros con nosotros mismos acerca de nuestros
fallos y limitaciones. Y para ser sinceros con nosotros mismos,
necesitamos toda la ayuda posible. El espíritu de la verdad debe
estar presente en toda disculpa sincera. Después, debemos esforzarnos por admitir con sinceridad nuestros fallos ante las personas que se han sentido heridas u ofendidas por nuestros errores.
«Estaba equivocado. Lo siento. Por favor, perdóname». En mi opinión, es muy raro que se niegue el perdón a una persona que
admite sinceramente su error y pide disculpas. Cuando se busca y
se obtiene, el perdón se convierte en una fuente de liberación. Se
borran los antecedentes: quien es perdonado no tiene que seguir
soportando el lastre de la culpa, y quien perdona no tiene que
seguir cargando con el resentimiento.
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V-rf uando racionalizamos, no podemos ver la verdad de forma
objetiva, porque estamos demasiado ocupados elaborando nuestra
autojustificación: «Tú te lo buscaste. Me hiciste lo mismo a mí
hace tres semanas. Sólo te estoy dando a probar tu propia medicina». La mayoría nos perdemos en los círculos sin fin de la racionalización: distorsionamos la verdad, reconvertimos nuestro lenguaje e incluso falsificamos los hechos, y todo este esfuerzo está
diseñado con el exclusivo fin de justificarnos y blanquear nuestros
errores. Una vez que la racionalización se completa, ya no necesitamos admitir sinceramente ni los fallos ni la necesidad de la
disculpa.
Para evitar la falta de honestidad del proceso de racionalización, debemos preguntarnos: ¿aceptamos nuestro yo verdadero,
nuestro yo defectuoso e imperfecto, el que carece de fuerzas, el yo
agotado?; ¿nos aceptamos realmente como personas que cometen
errores?; ¿hemos aprendido a reírnos de nosotros mismos, y de
nuestras «gilipolleces»? Tenemos que meditarlo seriamente, porque, a menos que nos aceptemos a nosotros mismos de verdad, no
podremos ser verdaderamente sinceros o auténticos. Y si no somos verdaderos, nuestras vidas se convertirán en una perpetua
comedia.
De El verdadero yo: ¡en pie!
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JL ndependientemente del hecho de que los románticos hayan
intentado describirlo como la cosa más dulce del mundo, y a pesar
del sarcasmo con que los cínicos afirman que se le concede excesiva importancia, el amor es la verdadera y esencial respuesta al
enigma de la existencia humana. Es el componente esencial de la
plenitud y la felicidad humanas. Vivir es amar. Aun así, debemos
admitir que los cínicos tienen a su favor un buen número de estadísticas. Y no me refiero únicamente al número de demandas de
divorcio que se amontonan en los juzgados, sino también a la
fragmentación general de la familia humana: padres contra hijos,
hermanos contra hermanos, etc., etc. Si el amor es realmente la
respuesta, parece fuera de toda duda, sin embargo, que los esfuerzos de los seres humanos por encontrar esa respuesta en las relaciones amorosas presentan unas muy elevadas tasas de fracaso. El
amor funciona siempre y cuando las personas lo trabajen. Ahora
bien, ¿por qué deja de funcionar tan a menudo?; ¿cuál es el «trabajo» que exige el amor y por qué a veces no estamos dispuestos a
realizarlo?
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JLJos soledades que se protegen, se juntan y se acogen mutuament
Esta es la única realidad digna de ser llamada «amor». Cada uno
renuncia, aunque sea gradualmente, a la imagen proyectada que
constituyó su primera fuente de atracción y descubre la realidad
aún más bella del otro, dispuesto cada uno de ellos a reconocer y
respetar la otreidad del otro. Cada uno valora y trata de promover
la visión interior y el misterioso destino del otro, y para ambos
constituye un privilegio asistir al crecimiento y la realización de la
visión y el destino del otro. La brillante intuición poética de Rilke
parece captar la naturaleza de la verdadera relación amorosa:
«El amor es... un enorme incentivo para que el individuo madure,
sea algo por sí mismo y se convierta en todo un mundo para sí por
el bien del otro. Es una inmensa y exorbitante exigencia que le
elige y le llama a uno a grandes cosas. El amor consiste en esto: en
que dos soledades se protejan, se junten y se acojan mutuamente».
De El secreto para seguir amando.
El amor supone, es y hace muchas cosas, pero básicamente se
practica en el acto de compartir. En la medida y profundidad con
que dos personas se comprometan mutuamente en una relación
de amor, en esa misma medida y profundidad deben compartir
activa y mutuamente sus vidas. Otra palabra para referirse al
«compartir» es comunicación: el acto por el que las personas comparten o tienen algo en común. Si yo te comunico un secreto, entonces lo compartimos, lo poseemos en común. En la medida en
que yo me comunique contigo como persona y tú te comuniques
conmigo del mismo modo, en esa misma medida compartimos
nuestro propio y respectivo misterio. Por el contrario, en la medida en la que nos distanciemos el uno del otro y nos neguemos la
transparencia mutua, el amor disminuye.
De El secreto para seguir amando.
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C / n a buena y operativa definición del amor interpersonal es la
del psiquiatra Harry Stack Sullivan: «Cuando la satisfacción, la
felicidad y la seguridad de otra persona es tan real como la propia,
se ama verdaderamente a esa persona». Este deseo de ver al otro
satisfecho, feliz y seguro no es un mero sentimiento, porque los
sentimientos son instantáneos, fugaces y ambivalentes. El amor
es una decisión (voy a amarle) y un compromiso (haré, diré y seré lo
que necesite para su satisfacción, felicidad y seguridad). Es decir,
decidimos que vamos a amar al otro como nos amamos a nosotros
mismos, y vamos a proporcionarle, en la medida de lo posible,
todo lo que fomente su auténtica felicidad.
Esto es amor. Y ése es el amor que debe ser la motivación de
toda comunicación. Como ocurre con otras muchas cosas, una
motivación puede reconocerse por sus consecuencias o resultados.
«Por sus obras los conoceréis». Si nuestra motivación es el amor, lo
primero que haremos será observar al otro, mirarle con los penetrantes ojos del amor. El amor no es ciego, sino que ve más de lo
normal. El amante ve en el amado cosas que los ojos que no aman
son incapaces de ver. Observamos al otro para descifrar su estado
de ánimo e identificar sus necesidades. Un día puede necesitarnos
para celebrar un éxito reciente; otros días, para que nos sentemos
en silencio a su lado en la oscuridad de la desgracia; también
puede haber ocasiones en que precise nuestra ternura, mientras
que otras veces puede necesitar que seamos exigentes con él. Pero
ya precise suave terciopelo o acero reforzado, nosotros intentaremos proporcionárselo.
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Y
JL o experimento continuamente la realidad siempre creciente y
siempre nueva de tu ser, y tú experimentas la realidad del mío; y
el uno a través del otro experimentamos juntos la realidad de
Dios, que en cierta ocasión dijo: «...no es bueno que el hombre esté
solo».
«Tu más leve mirada
ha de abrirme fácilmente;
aunque yo me haya cerrado
como un puño,
tú me abres siempre,
pétalo a pétalo,
como abre la primavera
(con hábiles y misteriosas caricias)
su primera rosa».
E.E. CUMMINGS
De ¿Por qué temo decirte quién soy?
Algunas veces es difícil saber qué hacer, decir y ser por amor.
Todos somos un profundo misterio, y no es fácil descifrar el ánimo
del otro y percibir sus necesidades. A veces actuaremos a ciegas.
Hay ocasiones en que el amor es suave terciopelo, tierno y delicado; pero otras veces es acero reforzado, firme y exigente. Por consiguiente, el amor es un «arte», no una «ciencia».
De El verdadero yo: ¡en pie!
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JL O creo que la falacia más dañina en la que la mayoría de nosotros caemos es la de engañarnos pensando que si cambiamos
(para mejor), Dios nos amará más. ¿Lo has pensado alguna vez?;
¿has sentido en alguna ocasión que, si lo intentaras con un poco
más de fuerza, si rezaras un poco más, Dios te amaría también un
poco más? Cuando pensamos de este modo, nos esforzamos
mucho, pero nunca lo hacemos en el consuelo de los brazos de
Dios.
• > s una tragedia histórica que la predicación cristiana de la
palabra de Dios haya de alguna forma invertido sus prioridades.
Se ha hecho más hincapié en las verdades concretas que el cristianismo ha propugnado que en la persona de su Señor, al contrario de lo que hicieron los apóstoles y los primeros cristianos. No es
que Jesús no tuviera enseñanzas específicas, sino que estas enseñanzas no tendrán mucho sentido para la persona que previamente no haya aceptado a Jesús.
Cuando yo era un novicio, cada mañana le prometía a Dios un
día perfecto. Estaba convencido de que iba a serlo; de alguna
manera, realmente lo creía. Pero, al finalizar el día, tenía que disculparme por mi frágil humanidad. A mi equivocada manera le
estaba diciendo a Dios: «Si cambio, si realmente consigo tener un
día perfecto, me amarás, ¿verdad?» Por supuesto, nunca conseguí
cumplir la promesa, porque me frenaba la idea de que Dios realmente sólo amara lo perfecto, de que a él realmente no le gustáramos nosotros, fracciones humanas. Naturalmente, esta falsa
apreciación sofoca el espíritu humano. Este derrotismo es la estrategia del mal.
Los caminos de Dios no son nuestros caminos, y la verdad de
Dios suele ser difícil para nosotros. Viene aquí muy a propósito el
axioma que dice que sólo podemos conocer de otra persona lo que
de ella amemos. Siempre hemos dicho con mucha palabrería que
el amor es ciego. Pero la verdad es que el amor ve más de lo normal. Con frecuencia nos preguntamos, con la ingenuidad de un
adolescente, qué ve un miembro de una pareja en el otro para
amarlo tanto. Es precisamente porque lo ama por lo que puede
conocerlo de un modo que no está al alcance de quien no lo ama.
Ve cosas en él que sólo los ojos del amor pueden ver. Por eso
mismo, sólo las personas que han sido guiadas por el curso inexplorado de la fe hasta el umbral del amor de Dios tienen alguna
posibilidad de comprenderle a él y su modo único de tratarnos.
Nosotros no estamos equipados para comprender las verdades de
Dios —y mucho menos para debatirlas—, hasta que comprendamos la verdad central de su persona y de su amor por nosotros.
Ahora estoy seguro de que Dios intenta enderezar este pensamiento falaz. Me imagino a Dios diciendo: «Oye, que lo estás
haciendo al revés. No tienes que cambiar para que yo te ame. Si
llegaras alguna vez a darte cuenta de lo mucho que te amo,
¡entonces cambiarías! El cambio sería automático e inevitable. El
hecho de saberte amado te capacitará para cambiar. Pero si intentas cambiar para conquistar mi amor, te agotarás. Emplearás
todas tus energías en intentar estar a la altura de las circunstancias. Finalmente, te desanimarás y abandonarás. Y entonces sí
que no podrás cambiar. Quiero simplemente que sepas que te he
dado todo mi amor como un don. No puedes ganarlo o merecerlo.
Lo único que puedes hacer es sencillamente aceptarlo. Y, cuando
lo hagas, entonces ciertamente cambiarás».
De A Reason To Live, A Reason To Die.
Del programa de vídeo Free To Be Me.
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X KAuchos nos preguntamos si no hemos puesto excesiva distancia entre nosotros y el amor de Dios, y no estamos seguros de
que los cálidos rayos de su amor puedan aún llegar a nosotros. La
Palabra de Dios nos recuerda la parábola con la que Jesús explicaba lo que siente Dios por nosotros cuando le hemos abandonado
por nuestros propios sueños y planes, confiando en nuestras propias fórmulas para conseguir la felicidad. En la Palabra de Dios
leemos la conocida parábola del hijo pródigo. En esta parábola, la
Palabra de Dios presenta el amor y la bondad de Dios como algo
constante. Dios está dispuesto a abrazarnos y acogernos cuando
estemos preparados para decir «sí», cuando estemos abiertos y
deseosos de ser amados. Al amor paciente de Dios no le preocupa
realmente dónde hemos estado o lo que hemos hecho. Está siempre tendiendo sus brazos amorosos a la espera de abrazarnos. La
invitación es siempre la misma: ¡Ven a mí! Aun así, sigue habiendo algo en la mayoría de nosotros que nos induce a persistir en
hacer una pregunta errónea: ¿cómo es posible que me ames?
En cierta ocasión se realizó un estudio sobre personas que
habían perdido su fe en Dios, y se catalogaron sus razones para
abandonar la fe. Algunos dejaron de creer, porque notaron que
quienes asistían a la iglesia eran un «puñado de hipócritas». Personalmente, a mí nunca me ha inmutado esta razón. Siempre siento el impulso de decir, «Venga. Siempre hay espacio para un hipócrita más». Sin embargo, la única razón que encontré verdaderamente profunda fue ésta: «La fe no pedía demasiado; prometía demasiado. No se trataba de que la Palabra de Dios resultara demasiado difícil de creer, sino que más bien era algo demasiado bueno
para creerlo. ¿Podría un Dios de infinito poder y majestuosidad
descender del cielo para tomarme en sus brazos, para reclamarme
como a su hijo, el hijo de su corazón y la niña de sus ojos? Creo
que no. Sencillamente es excesivo». La Palabra de Dios que aceptamos en nuestro acto de fe es verdaderamente una buena nueva,
no demasiado difícil, pero casi excesiva.
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• Á o que proporciona sus dimensiones a nuestra vida y a nuestro mundo es una perspectiva o una visión de la realidad sumamente personal. Ella es la que nos introduce en una vida más
plena o nos encadena a una vida marchita. Nuestra visión de la
realidad puede liberarnos en un mundo grande y maravilloso o
arrinconarnos en una pequeña esquina. Una de las partes más
importantes de esta visión es nuestra percepción de Dios. Cada
uno de nosotros tiene una «sensación» de Dios diferente. Aunque
cuesta admitirlo, algunos nos sentimos realmente aterrorizados
por Dios. Tenemos miedo de lo que nos pueda pedir o hacer si realmente orientamos nuestra vida hacia él. ¿Puedo pedirte que reflexiones un momento sobre tu propia percepción de Dios? Si estuvieras muriéndote y los médicos te comunicaran que «te queda
poco tiempo de vida», ¿te sentirías feliz de «ir a casa», o estarías
lleno de un decepcionado terror? Jesús compara la muerte con dos
cosas muy diferentes. Dice que la muerte puede ser para nosotros
un novio que viene en busca de su novia o un ladrón que viene a
llevarse todos nuestros tesoros. Con frecuencia me pregunto qué
será la muerte para mí, un novio o un ladrón. De alguna forma,
creo que es mi concepto de Dios el que configura vigorosamente
mis reacciones respecto del vivir y el morir, la vida y la muerte.
Tenemos que ser cuidadosos al examinar nuestra percepción
de Dios. No podemos esperar conseguir una «fotografía» imaginaria de Dios. Una «sensación» de Dios no es lo mismo que una foto.
Una de las razones de que los judíos prohibieran las imágenes de
Dios fue su conocimiento del infinito ser del Señor. Si intentamos
reducir a Dios a las proporciones de una fotografía o de una estatua, incurrimos en blasfemia. Tenemos que experimentar a Dios
en su enormidad, su majestad y su misterio. Dios es un amor infinito que nos rodea. Está fuera y a la vez dentro de nosotros.
Su presencia amorosa lo impregna todo. ¿Cuál es tu «percepción»
de él?
Del programa de vídeo Free To Be Me.
De The Christian Vision.
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; m jvictf> e i «pecado»? A los cristianos, los evangelios no nos permiten dudar de la realidad del mismo. Aún así, es peligroso reflexionar sobre esta realidad del pecado sin comprender que Dios es
amor. Voy a proponer una analogía. Dios es como el sol. El sol se
limita a brillar, a emitir su calor y su luz. Nosotros podemos permanecer bajo la luz y el calor del sol o podemos eludirlo. Pero,
cuando lo eludimos, sabemos que el sol no desaparece, sino que
sigue brillando. Podemos eludir el sol, podemos encerrarnos en
una mazmorra oscura donde no pueda alcanzarnos. Podemos permanecer allí, en la oscuridad y el frío, pero sabemos que el sol no
cambia: nosotros somos los que cambiamos. Pero también sabemos que siempre podemos regresar a la luz del sol, que siempre
está ahí para nosotros. Lo mismo sucede con el amor de Dios. Es
incondicional, constante y continuo. Es como la luz y el calor del
sol. Siempre está ahí para nosotros.
¿Has amado alguna vez a alguien que no quisiera tu amor?;
¿Le has dicho alguna vez a alguien: «Simplemente quiero amarte,
ayudarte. Quiero lo mejor para ti»? ¿Recuerdas la sensación cuando la otra persona dijo: «No, gracias» y se alejó? Cuando aquella
persona se alejó de ti, tú gritaste: «Si en algún momento quieres
regresar, mi amor estará aquí esperándote. Siempre te amaré». Si
has tenido una experiencia así, lo siento, pero en tal caso esta analogía del amor de Dios y de la realidad del pecado tendrá más significado para ti. Dios nos dice a cada uno de nosotros: «Te amo. Si
decides abandonarme, no te lo impediré. Siempre serás libre, pero
también siempre estaré aquí esperándote. Puede que haya una
época en la que te distancies de mi amor, pero nunca creas que lo
has perdido. Puedes rechazarlo, pero nunca puedes perder mi
amor. Siempre estaré aquí esperándote».
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r
\*J uando le preguntaron a Jesús quién es Dios y qué piensa de
los pecadores y cómo reacciona ante ellos, el Señor contó la historia del hijo pródigo. Quizá deberíamos llamar a esta parábola la
Parábola del Padre Pródigo, porque el mensaje central tiene que
ver con el padre y su amor pródigo (exorbitante) e incondicional.
En esta historia, un hombre y sus dos hijos viven y trabajan
juntos en una granja en el campo. El más joven de los chicos piensa que su padre está cada vez más anticuado, y gradualmente va
desencantándose de la vida que lleva con él, e incluso sintiendo
rencor. El chico sueña con las delicias de la gran ciudad, con sus
luces tenebrosas y sus placeres perversos. Un día, se dirige a su
padre para pedirle la herencia que le corresponde y anunciarle su
partida inmediata. El padre está triste, por supuesto, pero al final
le entrega a su hijo la herencia. El chico, sin mirar atrás, emprende viaje para hacer realidad sus grandes esperanzas y cumplir sus
atrevidos sueños.
Jesús retrata al padre como a una persona que permite que su
hijo se marche, a pesar de que su corazón está lleno de tristeza.
Durante el largo intervalo de ausencia del hijo, el padre se sienta
cada noche en el porche de la casa, mirando con ojos tristes y nostálgicos el camino que conduce a la ciudad. No puede olvidar a su
hijo. Siempre recordará a su pequeño, la niña de sus ojos y la delicia de sus sueños. En el corazón del padre, siempre habrá un lugar
especial para su hijo. Sólo cuando el chico descubre la vanidad de
sus esperanzas y el engaño de sus sueños, sólo cuando se ha gastado la herencia y le abandonan sus amigos, emprende el largo
camino hacia su hogar.
De The Christian Vision.
Del programa de vídeo Free To Be Me.
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• / n la parábola del hijo pródigo, Jesús presenta al padre mirando como siempre el camino que lleva a la ciudad y, de repente,
reconociendo la figura distante de su hijo. El corazón del padre
late fuertemente, casi a punto de estallar de excitación. Vencido
por la alegría, a pesar de ir contra todas las tradiciones de la época,
el padre corre al camino para reunirse con su hijo perdido y estrecharle entre sus brazos. Ni siquiera escucha la insinuación del
chico: «Ya no merezco llamarme hijo tuyo». Después de decir esto,
el joven siente los brazos firmes de su padre rodeándole y escucha
los sollozos de alivio del mismo. Siente cómo las lágrimas cálidas
de su padre recorren las arrugas de sus propias mejillas. El padre
dice suavemente una y otra vez: «Estás en casa... ¡estás en casa!»
Después, el padre se repone, recurre a su voz más potente y pide
el mejor traje, unas sandalias y un anillo «para mi chico». Pide que
llamen a los músicos y que maten el ternero más cebado. Habrá
una fiesta insuperable. Y repite la gozosa proclamación: «¡Mi hijo
está en casa! ¡Mi hijo está en casa!».
Cuando Jesús acaba esta historia, mira a los escribas, los sumos sacerdotes y los fariseos directamente a los ojos. «Así es Dios.
Éstos son los sentimientos y la reacción de Dios ante el pecador»
(véase Le 15,11-32). Por supuesto, esta historia selló el destino de
Jesús. Sus oyentes pusieron en movimiento la maquinaria de su
muerte, lo que no constituyó ninguna sorpresa. Jesús supo en
todo momento cuál sería el resultado, antes incluso de comenzar
su parábola. Y murió contento por amor. «Con un bautismo tengo
que ser bautizado y ¡qué angustiado estoy hasta que se cumpla!»
(Le 12,50). Bajo cada crucifijo que conmemora su muerte, los
seguidores de Jesús deberían ver un mensaje indeleble: «Esto es lo
que quiero decir cuando digo que os amo». Y a través de los siglos
y hasta los confines del mundo se ha contado la historia y repetido el mensaje, y las personas gradualmente han llegado a comprender que ¡Dios es amor!
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c
\^j onocemos a Dios al conocer a Jesús. Jesús es la Palabra que
estaba con Dios desde toda la eternidad, la Palabra que es Dios.
San Pablo llama a Jesús «la imagen visible de nuestro Dios invisible» (Col 1,15). Los teólogos han llamado a Jesús nuestra «ventana a Dios». Y Jesús mismo asegura a Felipe: «Quien me ha visto a
mí, ha visto al Padre», (Jn 14,9). También san Juan escribe en su
prólogo:
«Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y
hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como
Hijo único... A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está
en el seno del Padre, él lo ha contado» (Jn 1,14.18).
Dios no sólo estaba en Jesús reconciliando el mundo consigo (ver
2 Cor 5,19), sino que también se estaba revelando ante nosotros
en Jesús. Dios estaba, como si dijéramos, hablando nuestro lenguaje humano al convertirse en un ser humano, como nosotros en
todas las cosas excepto en el pecado. Al pronunciar su Palabra en
el mundo, Dios nos decía cuanto podía acerca de sí mismo. La persona divina de Jesús es el medio más seguro para alcanzar una
actitud más adecuada hacia Dios, aunque nunca podemos esperar
tener una perspectiva o un concepto de Dios totalmente adecuados. Una vez más, es obvio que Dios es sencillamente demasiado
grande, demasiado magnífico, demasiado infinito para las lentes
finitas de nuestras mentes. Sin embargo, podemos conseguir revelaciones cada vez más nítidas de la mente y del corazón de Dios
reflexionando sobre la mente y el corazón de Jesús. La sabiduría y
el poder, la fuerza y la majestad de Dios residen en Jesús. Y a través de Jesús se nos revelan a nosotros.
De The Christian Vision.
De The Christian Vision.
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f Jn la parábola del hijo pródigo, Jesús presenta al padre mirando como siempre el camino que lleva a la ciudad y, de repente,
reconociendo la figura distante de su hijo. El corazón del padre
late fuertemente, casi a punto de estallar de excitación. Vencido
por la alegría, a pesar de ir contra todas las tradiciones de la época,
el padre corre al camino para reunirse con su hijo perdido y estrecharle entre sus brazos. Ni siquiera escucha la insinuación del
chico: «Ya no merezco llamarme hijo tuyo». Después de decir esto,
el joven siente los brazos firmes de su padre rodeándole y escucha
los sollozos de alivio del mismo. Siente cómo las lágrimas cálidas
de su padre recorren las arrugas de sus propias mejillas. El padre
dice suavemente una y otra vez: «Estás en casa... ¡estás en casa!»
Después, el padre se repone, recurre a su voz más potente y pide
el mejor traje, unas sandalias y un anillo «para mi chico». Pide que
llamen a los músicos y que maten el ternero más cebado. Habrá
una fiesta insuperable. Y repite la gozosa proclamación: «¡Mi hijo
está en casa! ¡Mi hijo está en casa!».
Cuando Jesús acaba esta historia, mira a los escribas, los sumos sacerdotes y los fariseos directamente a los ojos. «Así es Dios.
Éstos son los sentimientos y la reacción de Dios ante el pecador»
(véase Le 15,11-32). Por supuesto, esta historia selló el destino de
Jesús. Sus oyentes pusieron en movimiento la maquinaria de su
muerte, lo que no constituyó ninguna sorpresa. Jesús supo en
todo momento cuál sería el resultado, antes incluso de comenzar
su parábola. Y murió contento por amor. «Con un bautismo tengo
que ser bautizado y ¡qué angustiado estoy hasta que se cumpla!»
(Le 12,50). Bajo cada crucifijo que conmemora su muerte, los
seguidores de Jesús deberían ver un mensaje indeleble: «Esto es lo
que quiero decir cuando digo que os amo». Y a través de los siglos
y hasta los confines del mundo se ha contado la historia y repetido el mensaje, y las personas gradualmente han llegado a comprender que ¡Dios es amor!
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\^j onocemos a Dios al conocer a Jesús. Jesús es la Palabra que
estaba con Dios desde toda la eternidad, la Palabra que es Dios.
San Pablo llama a Jesús «la imagen visible de nuestro Dios invisible» (Col 1,15). Los teólogos han llamado a Jesús nuestra «ventana a Dios». Y Jesús mismo asegura a Felipe: «Quien me ha visto a
mí, ha visto al Padre», (Jn 14,9). También san Juan escribe en su
prólogo:
«Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y
hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como
Hijo único... A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está
en el seno del Padre, él lo ha contado» (Jn 1,14.18).
Dios no sólo estaba en Jesús reconciliando el mundo consigo (ver
2 Cor 5,19), sino que también se estaba revelando ante nosotros
en Jesús. Dios estaba, como si dijéramos, hablando nuestro lenguaje humano al convertirse en un ser humano, como nosotros en
todas las cosas excepto en el pecado. Al pronunciar su Palabra en
el mundo, Dios nos decía cuanto podía acerca de sí mismo. La persona divina de Jesús es el medio más seguro para alcanzar una
actitud más adecuada hacia Dios, aunque nunca podemos esperar
tener una perspectiva o un concepto de Dios totalmente adecuados. Una vez más, es obvio que Dios es sencillamente demasiado
grande, demasiado magnífico, demasiado infinito para las lentes
finitas de nuestras mentes. Sin embargo, podemos conseguir revelaciones cada vez más nítidas de la mente y del corazón de Dios
reflexionando sobre la mente y el corazón de Jesús. La sabiduría y
el poder, la fuerza y la majestad de Dios residen en Jesús. Y a través de Jesús se nos revelan a nosotros.
De The Christian Vision.
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n una época de mi vida pensaba: «Si mejoro, me hago más
caritativo, elimino mis frecuentes faltas por omisión y por acción,
si rezo más, etc., Dios me amará más». Ahora estoy convencido
que este tipo de pensamiento implica una grave mala interpretación de nuestro amoroso Dios. Sencillamente, es incompatible con
una visión verdadera de Dios. Una vez más, estamos naciendo a
Dios a nuestra imagen y semejanza humanas. Y ello atribuye a
Dios este tipo de amor condicional en el que las cosas hay que
ganárselas y con el que los humanos solemos pretender amarnos
unos a otros.
Casi toda nuestra experiencia humana ha tenido que ver con
el amor condicional: «Si cambias..., si haces esto o no haces eso...,
te amaré». Por eso tenemos que sentarnos con esta idea del amor
de Dios incondicional y libremente entregado y meditar sobre ello
durante largo tiempo. Tenemos que impregnarnos de esta comprensión del amor de Dios en la meditación orante. La verdad de
la alianza, la verdad de que Dios podría haber creado un mundo
sin ti y sin mí, pero que tal mundo habría estado para él incompleto, son verdades que sólo se asumen lentamente y con ayuda
de la gracia. Dios quería que tú y yo fuéramos como somos, porque..., sencillamente porque somos el tú y el yo a los que siempre
ha amado. Dios es amor, y así es como actúa.
De The Christian Vision.
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JL JLntes o después siempre surge la pregunta respecto de qué
pasa con la denominada «ira de Dios» mencionada en la Biblia.
Los biblistas nos aseguran que no hay ira en Dios. Dios no se enfada como nosotros. Los escrituristas nos dicen que esta «ira de
Dios», mencionada en la Escritura, es una figura retórica, un
antropomorfismo. En dicha figura retórica atribuimos a Dios cualidades o reacciones humanas. Y aunque este antropomorfismo
probablemente tenía la intención de hacer hincapié en la incompatibilidad entre Dios y el pecado, frecuentemente se ha utilizado
de forma equivocada. Es cierto que nosotros no podemos elegir
una vida de pecado, alejados de Dios, y mantener al mismo tiempo una relación de amor con él. Pero también es cierto que nuestros pecados no cambian a Dios o suscitan su ira.
Sería gravemente erróneo llegar a la conclusión de que Dios se
enfada a causa de algo que hemos hecho. Si esto fuera cierto, controlaríamos las reacciones de Dios, lo cual es impensable. Del
mismo modo, es imposible imaginar que el Jesús que insiste en
que deberíamos amar a nuestros enemigos y perdonar sin límite pudiera añadir: «¡Pero mi Padre se enfadará mucho si no le
amáis!» El único Padre revelado por Jesús corre por el camino,
toma a su hijo en sus brazos y suspira con gran alivio: «¡Estás en
casa! Es lo único que quería. Quiero que estés conmigo allí donde
me encuentre, y quiero estar contigo allí donde tú te encuentres.
Aunque una madre pudiera llegar a olvidar al hijo de sus entrañas, ¡yo nunca podría olvidarte!».
De The Christian Vision.
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• /s extremadamente importante caer en la cuenta de que el
amor de Dios es aliancista, no contractual. En un contrato mercantil, si una parte no cumple su compromiso, la otra queda liberada
de todos los efectos vinculantes del contrato. Por ejemplo, prometo pagarte cinco dólares por cortar el césped de mi jardín. Pero no
cortas el césped, por lo que no estoy obligado a pagarte los cinco
dólares prometidos. No sucede lo mismo en una alianza. Una
alianza implica una promesa de amor incondicional, una promesa que nunca se cancela. Una alianza promete un amor que siempre tendrá continuidad, independientemente de la respuesta de la
persona amada. El amor de la alianza no es conquistado por la
persona a quien se le da, sino que es un don gratuito. El amor de
la alianza camina kilómetros no exigidos, va más allá de los requerimientos de la justicia y la reciprocidad. El amor de la alianza
nunca se desdice, sino que es para siempre.
J—1 n la visión maestra que proporcionan los mensajes, la vida y
la persona de Jesús, nosotros, los cristianos, hemos sido llamados
a ser cauces de amor los unos para los otros. Dios, que es amor,
nos creó en un acto de amor. Toda bondad es de alguna manera
autodifusiva. En el acto creativo, la bondad de Dios se difundió.
Todos sabemos por propia experiencia lo que esta difusión de la
bondad significa. Cuando tenemos algo bueno —como un buen
chiste, una buena receta o incluso una buena noticia— el amor,
por instinto, quiere compartirlo. Así, nuestro Padre-Dios, en un
éxtasis de amor y felicidad, quiso compartir con nosotros su vida,
su felicidad e incluso su hogar. Lo planeó desde toda la eternidad,
y nos escogió a cada uno de nosotros para ser los receptores especiales de su amor. Nosotros somos los hijos elegidos de su familia
y de su corazón. Cada uno de nosotros fue concebido y nació en
este mundo sólo porque fue amado por nuestro Padre-Dios.
Nuestra experiencia humana normalmente no nos ayuda mucho a comprender este tipo de amor. Algunas veces pensamos que
sólo una madre ama de este modo. Sin embargo, nuestro gran
Dios nos asegura: «¿Puede una madre olvidarse de su criatura,
dejar de querer al hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré. Mira, en mis palmas te llevo tatuada, tus
muros están siempre ante mí» (Is 49,15-16), «¡Nunca te dejaré,
nunca te abandonaré!» (Hb 13,5).
Desde el comienzo hubo una red humana de venas y arterias
a través de las cuales este amor fue transportado a todas las partes de la familia humana de Dios. Sin embargo, en algún lugar, de
alguna manera, algo salió mal. Nosotros lo llamamos «pecado original». El pecado y el egoísmo, el odio y el homicidio se convirtieron en parte de nuestra herencia humana. Pero la llamada ha seguido siendo la misma.
En la visión cristiana, estos dos mandamientos están realmente unidos. Yo no puedo decir mi «sí» de amor a Dios, a no ser
que diga mi «sí» de amor a todos y cada uno de los miembros de
su familia humana, sin excepción. El poeta francés Charles Péguy
dijo en cierta ocasión que si intentamos llegar a Dios solos, sin
duda nos hará algunas preguntas embarazosas: «¿Dónde están tus
hermanos y hermanas?; ¿No los has traído contigo? No habrás
venido solo, ¿verdad?» Estos síes del amor, exigidos por los dos
grandes mandamientos, son inseparables. El propio Jesús lo dejó
muy claro: no podemos negar nuestro amor a nadie.
De The Christian Vision.
De The Christian Vision.
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JLJLe pensado con frecuencia acerca de lo que yo habría hecho
si Dios me hubiera encargado la planificación de la Natividad, del
nacimiento de Jesús. En primer lugar, habría llevado a Belén todo
un ejército de ginecólogos y obstetras. Habría construido un magnífico hospital y un palacio para recibir a los dignatarios del
mundo; palacio que, por supuesto, habría hecho que el del emperador romano pareciera unos grandes almacenes. Lo habría proclamado con grandes titulares en todos los periódicos. Habría contratado a los mejores relaciones públicas disponibles. Y habría llevado música, porque la música siempre da una dimensión especial a las celebraciones. Dado que históricamente esta Natividad
sólo sucederá una vez, me habría sentido obligado a organizar una
Natividad que se recordase siempre.
Pero Dios, que lo planificó desde toda la eternidad con toda su
sabiduría y todo su poder infinitos, dispuso que su Hijo naciera en
un pesebre. De hecho, el lugar era una cueva en la ladera de una
montaña; una pequeña cueva maloliente, húmeda y fea. Dios ni
siquiera proporcionó a su Hijo una habitación en la posada local.
Y las primeras personas a las que Dios invitó a ver a su hijo eran
simples pastores, a los que se marginaba de la sociedad y no podían testificar en un tribunal ni votar. Eran la clase más baja de una
sociedad clasista; eran los más pequeños de sus hijos.
Ni siquiera tengo el valor de contarle a Dios mis planes para la
Natividad. Si yo hubiera sido el encargado, todo el mensaje de
Jesús se habría perdido en la magnificencia de mis disposiciones.
La Navidad realmente me hace arrodillarme y me ayuda a entender con mucha mayor claridad lo que es importante y lo que no lo
es. Supongo que éste es el motivo por el que Dios, cuyos pensamientos y caminos no son las míos, dispuso una cueva en Belén.
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\*J reo que Dios ha hablado a otros antes que a mí, que sus inspiraciones han tenido como resultado muchas hermosas vidas y
proezas por Dios y por la humanidad. Siempre he creído que él
derribó a Saulo de Tarso en el camino de Damasco, que persiguió
al indeciso san Agustín por los laberintos de la debilidad humana,
que inspiró al fundador de mi propia orden, san Ignacio de Loyola,
para que colgara su espada de soldado y batallara sólo por el Reino de Dios. Sí, Dios hizo estas grandes proezas en estos grandes
hombres.
Pero ¿vendría a mí? Me resultó difícil comprenderlo hasta que
dejé de hacer una pregunta errónea y comencé a hacer la adecuada. Yo había estado preguntando: «¿Quién soy yo, Dios mío, para
que vengas a mí con ternura e intimidad?; ¿cómo podría ser tan
importante para ti?; ¿qué puedo yo ofrecerte?» Estaba atrapado en
mi vieja preocupación por mí mismo. La pregunta verdadera es:
«¿Quién eres tú, Dios mío?; ¿quién eres tú que vienes a mí y me
hablas, que llenas mi pobre mente finita con tus pensamientos y
perspectivas, que me haces capaz de ver este mundo a través de
tus ojos, que pones tu fuerza y tus deseos en mi frágil voluntad,
que derramas tu gracia divina es esta vasija de barro?; ¿quién eres
tú que aceptas gentilmente el pan y los peces de mi vida para alimentar a los hambrientos de este mundo?; ¿quién eres tú?
Muéstrame tu rostro, abrázanos a mí y a mi vida con tus brazos
amorosos, permíteme sentir tu fuego y la caricia tranquilizadora
de tu mano sobre el rostro de mi sedienta alma».
De He Touched Me.
Del programa de vídeo Jesús As I Know Him.
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" ' 1 amor de Dios por cada uno de nosotros es tan gratuito, tan
inmerecido e incondicional como su amor por el pueblo de Israel.
Jesús es la Palabra de este amor pronunciada en el mundo. Dios
llega a nosotros en él, queriendo compartir y comunicar la bondad, la alegría y el amor que él es. Quiere amarnos para que alcancemos la plenitud de la vida.
En el nivel humano, todos hemos experimentado en algún
momento ese tipo de impulso interior a compartir algo bueno con
un amigo. En un nivel incluso más profundo, es el impulso interior de los artistas a compartir con los demás una visión de la
belleza, la música que han escuchado dentro de sí mismos. En el
nivel humano más profundo, es el deseo de procreación: cuando
dos personas se aman mucho mutuamente, quieren compartir su
amor y sus vidas con una nueva vida, formada por Dios a partir de
su carne y de su sangre. Y algo similar sucede con Dios. El ímpetu del amor de Dios procede de su interior y le lleva a compartir
con nosotros su vida y su amor. Es un don gratuito, ofrecido
libremente, ni ganado ni merecido ni exigido por ningún derecho
nuestro. Es un don hermoso y eterno que se nos entrega con las
manos del amor. Es una alianza incondicional.
Lo único que nosotros tenemos que decir es «¡Sí!» Lo único que
tenemos que hacer es abrirnos para recibir esta perla de gran
valor, este amor que nos transformará a nosotros y cada momento de nuestras vidas. La palabra clave es apertura. El niño pequeño que llevo dentro de mí querría que la apertura fuera sencilla.
Pero la verdad es que el gran «¡Sí!» de la apertura tiene otros
pequeños «síes» en su interior. Algunos de ellos serán muy costosos; otros requerirán gran valor; y unos cuantos se pronunciarán
en la oscuridad.
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\*J ada uno de nosotros tiene su propio, singular y muy limitado
concepto de Dios, que suele verse marcado y distorsionado por la
experiencia humana. Las emociones negativas, como el miedo,
tienden a erosionarlo. Y la imagen distorsionada de un Dios vengativo finalmente nos repugnará y será rechazada. El miedo es un
vínculo frágil, una base quebradiza para la religión.
Puede que ésta sea la razón de que el segundo mandamiento
de Dios sea que nos amemos los unos a los otros. El amor humano desinteresado es la introducción sacramental al amor de Dios.
Debemos atravesar la puerta de la entrega humana para encontrar
al Dios que se entrega a sí mismo.
Quienes no rechacen una imagen distorsionada de Dios avanzarán con dificultades bajo la sombra de un ser airado y, sin lugar
a dudas, no amarán con todo su corazón, toda su alma y toda su
mente, porque tal Dios no suscita el amor. Nunca habrá ninguna
confianza ni reposo en los brazos amorosos de un Padre; nunca
habrá ninguna mística de la pertenencia a Dios. La persona que
sirve por miedo, sin percibir el amor, intentará regatear con Dios;
y sólo hará nimiedades por él, hará pequeños ofrecimientos, dirá
mínimas oraciones, etc. Las personas atemorizadas intentan obtener con sobornos un lugar en el cielo de su Dios. Su vida y su religión son como un juego de ajedrez, no una aventura amorosa.
De WhyAm I Afraid To Love?
De Unconditional Love.
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s
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año pasado se realizó un estudio informático de cien personas que se consideraba habían tenido un gran éxito tanto en su
vida personal como en la profesional. Toda la información disponible sobre dichas personas fue introducida en un sofisticado
ordenador, para tratar de descubrir lo que todas ellas tenían en
común. ¿Cuál es el común denominador del éxito humano? Se
descartó la educación y el ambiente. La mayoría (el setenta por
ciento) procedían de pequeñas ciudades con una población inferior a 15.000 habitantes. Finalmente, sin embargo, se descubrió
una característica universal: todas y cada una de aquellas personas a las que el éxito había sonreído eran decididas... «descubridoras del bien».
ucedió al final de mis quince años de formación como jesuíta.
Había acumulado tantos títulos académicos que me sentía como
un «pozo de ciencia». Sin embargo, cuando entré en el «Hospital
de Santo Tomás» de Akron, Ohio, para ser capellán durante un
corto período de tiempo, se me ocurrió un pensamiento asombroso. Nunca había visto morir a nadie ni tampoco había visto nunca
nacer a nadie. Todas las escenas de sufrimiento y vivo dolor habían sido mantenidas en cuarentena por mi existencia académica.
De alguna forma, tenía la sensación de que el «Hospital de Santo
Tomás» sería una iniciación en áreas de la vida en las que nunca
había entrado y de que experimentaría como nunca antes los placeres y dolores y las alegrías y tristezas de la existencia humana.
Por definición, los «descubridores del bien» son personas que
buscan y encuentran lo bueno en sí mismos, en los demás y en
todas las situaciones de la vida. Son vivamente conscientes de que
Dios, que es poderoso, ha hecho en ellos únicamente cosas hermosas. Buscan y encuentran lo bueno que hay en los demás y les
dan abiertamente afirmación. Aprecian explícita y agradecidamente la bondad y el talento ajenos. Finalmente, buscan lo bueno
en todas las situaciones de la vida, y son conscientes de que las
mejores bendiciones casi siempre llegan a nuestras vidas disfrazadas de problemas. Pero los descubridores del bien saben que hay
una promesa en cada problema, un arco iris después de cada tormenta y algún calor en cada invierno.
La experiencia más educativa de todas fue el nacimiento de un
bebé. Una hermana enfermera ya jubilada, que se apiadaba de mi
inexperiencia y que estaba a cargo de mi educación en la vida hospitalaria, me dijo que, antes de marcharme del hospital, tenía que
asistir a un parto. Yo le pregunté si no llevaba su toca demasiado
apretada, porque la parturienta se alarmaría si se encontraba a un
capellán como testigo del nacimiento de su hijo. También expuse
toda una letanía de otras razones por las que lo consideraba imprudente, si no imposible, pero ella supo ver a través de mis razonamientos y a través de mí, de manera que a la mañana siguiente me encontré en la sala de partos. El ambiente fue informal
hasta el momento mismo del alumbramiento. Entonces la sala se
quedó en silencio..., hasta que un bebé varón llegó contorsionándose a este mundo. El médico limpió las mucosidades del conducto respiratorio del niño con unos tubos de succión y frotó enérgicamente el pecho y la espalda del bebé. Aquél fue el momento
cumbre: el bebé comenzó a llorar.
Dios es el descubridor del bien original. En otro tiempo vio un
mundo frío y cruel en el que los gladiadores entretenían a los
demás matándose unos a otros, y dos tercios de la humanidad
vivían en una deshumanizadora esclavitud. Y la reacción de Dios
fue enviar a su Hijo unigénito a este mundo, no para condenarlo,
sino para, amándolo, llamarlo a la vida.
(Un mensaje de Navidad a sus amigos).
Cuando oí el primer vagido de vida, algo muy profundo me
sucedió. Sencillamente me quedé petrificado. Estaba totalmente
sobrecogido por la belleza y la santidad de aquel momento y de lo
que estaba viendo. Había comenzado una nueva vida.
De The Silent Holocaust.
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urante el nacimiento del niño y a continuación, mi mente se
vio totalmente desbordada. Fui testigo de algo demasiado grande,
demasiado hermoso, demasiado sagrado para que encajara con
facilidad en ella. Mi maquinaria mental sufrió un cortocircuito.
Asombrado, abandoné vacilante la sala de partos, y, mientras
caminaba por el largo pasillo del hospital, mi educación teológica
comenzó a conectar con lo que acababa de experimentar. De
acuerdo con la tradición judeo-cristiana, Dios no viene a conocernos a ti y a mí en el momento de nuestra concepción o de nuestro
nacimiento. Dios no tiene ideas tan novedosas ni renuncia a las
viejas: nos ha conocido y amado a cada uno de nosotros desde
toda la eternidad.
Dios ha esperado desde la eternidad ese momento del nacimiento. Y entonces muestra a su niñito el rostro de adoración de
la madre que le ha gestado con tantísimo amor. Le muestra las
magníficas estrellas que él ha engarzado en el cielo. Le ofrece la
música de las canciones de cuna, la suavidad de los brazos de su
madre y la delicadeza de las manos de su padre. El «Yo» de Dios le
había estado diciendo al «Tú» del pequeño bebé: «Con amor eterno te amé, por eso te he creado con amorosa ternura» (de la profecía de Jer 31,3). Es absolutamente desbordante. El milagro de la
vida. La Buena Nueva del amor de Dios por este mundo y por cada
uno de nosotros. Cada nuevo niño es un signo de que Dios quiere
que el mundo siga adelante.
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espués de mi período como capellán de hospital, revisó ludas
las experiencias profundamente humanas que había hecho mías y
descubrí que las personas mueren como han vivido: atemorizadas
o enfadadas, creyendo o desesperando. Es la condición humana,
con todas sus debilidades superficiales y necesidades palpitantes.
La bondad está mezclada con el mal, y el mal suavizado por la
bondad. Pero la experiencia cumbre fue sin duda presenciar el
nacimiento de aquel niño. En el largo y arduo proceso de mi propia maduración psicosexual constituyó un hito innegable. A través de aquella experiencia tan tremenda y reveladora, comprendí
el milagro de la reproducción humana. Teológicamente, me sentí
como si hubiera tocado el rostro sonriente de Dios, que había
soñado amorosamente con aquel pequeño desde toda la eternidad
y que le había otorgado el inestimable don de la vida.
El niño era sin lugar a dudas una imagen única e irrepetible
hecha a semejanza de Dios. Dios no hace fotocopias. En toda la
historia de la raza humana, aquel pequeño no había aparecido
nunca, y en el curso entero de la historia humana aún por hacer,
jamás aparecerá de nuevo. Nadie ha tenido ni tendrá nunca sus
huellas dactilares, su singular combinación de talentos ni su alma
inmortal. Esto es algo que sólo puede entrar en nuestra mente de
manera gradual. Es un misterio de amor que sólo podemos apreciar vagamente, pero nunca comprender de manera plena.
De The Silent Holocaust.
De The Silent Holocaust.
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una antigua tradición cristiana según la cual Dios envía
a cada persona a este mundo:
con un mensaje especial que transmitir,
con un canto especial que cantar a los demás,
con un acto especial de amor que ofrecer.
Nadie más puede transmitir mi mensaje,
o cantar mi canto,
u ofrecer mi acto de amor.
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C
4 j i Dios tuviera una voluntad específica para cada uno de nosotros y para cada detalle de nuestras vidas, me leino que eslaiía
favoreciendo la delincuencia infantil, porque nunca creceríamos.
Todos sabemos lo que le sucede a un niño cuyos padres insisten
en hacer realidad cuanto él decide: se conviene en un adulto
sumamente inmaduro. Los humanos crecemos luchando y
tomando decisiones por nosotros mismos. Y Dios no lo hará por
nosotros: no tomará por nosotros nuestras decisiones, porque nos
predestinaría a una inerme forma de inmadurez.
Se me han confiado únicamente a mí.
De acuerdo con esta tradición, el mensaje puede transmitirse,
el canto cantarse y el acto de amor entregarse
únicamente a unos pocos,
o a todos los vecinos de una pequeña localidad,
o a todos los habitantes de una gran ciudad,
o incluso al mundo entero.
Todo depende del plan concreto de Dios
para cada persona.
Por el contrario, lo que Dios nos ofrece es una voluntad general: haz un acto de amor de tu vida y tus talentos; haz algo hermoso por tus hermanos y hermanas; haz del amor tu principio
vital. Esto nos implicará en muchas decisiones, y estaremos constantemente afrontando la omnipresente pregunta: ¿Qué me lleva
a hacer el amor? Pero es luchando y tomando decisiones como nos
haremos hijas e hijos maduros de Dios.
De la cassette The Growing Edge OfLife.
En este tiempo santo de la Navidad, cuando conmemoramos
el hecho de que Dios amó tanto al mundo que envió a su Hijo a él
para nosotros, quiero decirte lo siguiente:
Tu mensaje ha sido escuchado en mi corazón,
Tu canto ha caldeado mi mundo,
Y tu amor ha iluminado mi oscuridad.
Gracias, gracias por tu mensaje, tu canto y tu amor.
Siempre estarás en mi agradecido corazón y en mis oraciones.
(Un mensaje de Navidad a sus amigos).
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JL ambién creo que, además de la voluntad general de Dios, hay
una voluntad específica que opera en momentos concretos de
nuestras vidas. Pienso que es cierto que Dios nos ha enviado a ti y
a mí a este mundo para hacer algo específico: transmitir un mensaje concreto, cantar un canto, realizar un acto de amor.
Cuando lleguemos a ese momento de nuestras vidas en el que
Dios quiera que hagamos algo concreto, él nos empujará con su
gracia. Pondrá dentro de nosotros una atracción profunda, una
sensación de vocación. Para nosotros puede ser una especie de
vaga convicción: «Parece que debo hacer esto». Puede que Dios nos
haga sentirnos incómodos hasta que digamos «sí». Porque él viene
a confortar al afligido, pero también a afligir al cómodo.
Creo que yo fui llamado a ser sacerdote a través de esa voluntad específica de Dios. Creo que Dios me eligió para que fuera
sacerdote, y por ello dispuso las gracias de mi vida para que me
sintiera atraído hacia el altar de mi ordenación. Por supuesto, ha
habido otros momentos en mi vida en los que de alguna forma he
sabido que Dios quería algo específico de mí: que ayudara a una
persona, que hiciera algo, que me implicara en determinada
causa, que me preocupara por una situación dada... En cada uno
de tales momentos sentí que Dios me estaba pidiendo un «¡Sí!»
concreto.
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J L - / IOS, Padre mío, crea en mí un corazón que anhele únicamente tu voluntad; un corazón que acepte tu voluntad y que la cumpla, porque quiero ser lo que tú quieras que sea y hacer lo que tú
quieras que haga.
Cuando decidiste crear este mundo, conocías el proyecto y el
designio de mi vida: el momento de mi concepción, el día y la hora
en que nacería. Viste desde toda la eternidad el color de mis ojos
y oíste el sonido de mi voz. Sabías los talentos que tendría y aquellos de los que carecería. También conocías el momento y las circunstancias de mi muerte. Todos estos aspectos son parte de tu
voluntad respecto de mí. Yo intentaré construir un edificio de
amor y alabanza con estos materiales que tú me has dado. Lo que
yo soy es don tuyo. En lo que me convierta será mi don para ti.
Y con respecto al futuro, te pido la gracia de firmar un cheque
en blanco y ponerlo con toda confianza en tus manos, para que tú
rellenes todas las cantidades: la duración de mi vida, la cantidad
de éxitos y de fracasos, las experiencias placenteras y dolorosas...
A mí me estremecería tomar esta determinación si no supiera que
me amas y que, por supuesto, tú sabes mucho mejor que yo lo que
me hará verdadera y definitivamente feliz.
De The Christian Vision.
De la cassette The Growing Edge OfLife.
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JLmá n respuesta a tu voluntad, oh Dios, quiero que mi vida sea un
acto de amor. Allí donde haya que optar, ayúdame a preguntar qué
es lo que el amor me lleva a hacer, decir, ser... Para tomar las decisiones que el amor pide, busco y necesito tu iluminación. Toca mis
ojos con tus gentiles y curativas manos, para que pueda encontrar
mi camino a lo largo del tortuoso curso del amor. Fortalece mi
voluntad y dirige mis pies para que siga siempre ese curso.
Y cuando haya algo especial que tu amor haya designado para
mí, haz que me encuentre preparado y a la espera. Ayúdame a
convertirme en un delicado instrumento de tu gracia. Yo creo que
tienes un plan maestro providencial para este mundo, y quiero
formar parte de él. Quiero hacer mi contribución a tu Reino, la
contribución que me has confiado únicamente a mí. Quiero que
me utilices para ayudar a llamar a este mundo a la plenitud de la
vida mediante el amor.
Finalmente, Señor y Dios mío, haz que sea fiel a mi compromiso y que me consagre a tu voluntad, fiel hasta el final. Haz que
la «fidelidad» sea el resumen de mis días y de mis noches. Haz que
en la inscripción de mi tumba se lea:
«Dijo su "¡sí!" a Dios
Y fue fiel hasta el final».
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ecientemente he oído una acertada analogía para la experiencia de fe. Un niño estaba volando una cometa que había
ascendido mucho, cuando, de repente, una nube baja la rodeó
ocultándola a la vista. Un hombre que pasaba por allí le preguntó
al pequeño qué hacía con aquella cuerda en la mano. «Estoy
volando una cometa», respondió el niño. El hombre miró hacia
arriba y sólo vio una nube en un cielo por lo demás despejado. «No
veo ninguna cometa. ¿Cómo puedes estar seguro de que está ahí?»
Y el niño contestó: «Yo tampoco la veo, pero sé que mi cometa está
allí arriba, porque de vez en cuando noto un pequeño tirón de la
cuerda».
De la misma forma, yo sé que hay una mano que guía la mía
a medida que avanzo a lo largo del camino de mi vida. Sé que hay
una luz, que no es la mía, que me muestra paso a paso el camino
que tengo que seguir. Sé que el Señor camina conmigo. Y en mi
corazón hay una sensación profunda y cálida de gratitud por
poder recorrer mi camino con vosotros, hermanas y hermanos
míos, como compañeros. Con la guía del Señor y vuestra compañía, «de vez en cuando noto un pequeño tirón de la cuerda».
Gracias por permitirme que os lo cuente.
De The Christian Vision.
De The Christicm Vision.
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E
mayor regalo de Dios,
en mi opinión,
es el don de la vida.
El mayor pecado de los seres humanos,
me parece a mí,
sería devolver ese regalo
sin agradecerlo ni abrirlo.
De The Silent Holocaust.
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