El conocimiento es una de las actividades fundamentales del hombre. Gracias al conocimiento, el hombre orienta su existencia en el mundo y aprende a dominar la realidad. Primariamente, el conocimiento es un instrumento de defensa y acción, el más eficaz medio de que dispone el hombre para subsistir y operar en el mundo. "Saber es poder", decía Francisco Bacon, dándonos a entender que conociendo aumentamos nuestras fuerzas, podemos dominar la naturaleza y enriquecemos nuestro ser. Conocer los efectos del fuego, por ejemplo, es aprender a precavernos de los daños que él puede causar y también aprender a usarlo en nuestro provecho. Igual cosa ocurre con todos los conocimientos, simples o complicados, que podamos llegar a poseer. Esto que hemos dicho se aplica a todos los hombres sin distinción. Todos, de una manera o de otra, conocemos. Todos, espontánea, naturalmente, adquirimos sin cesar conocimientos y nos servimos de ellos en el curso de nuestra vida diaria. Podemos decir por eso que hay una actitud natural, cotidiana o espontánea de conocer propia de todos los hombres. Los conocimientos que adquirimos en esta actitud están estrechamente vinculados con nuestros impulsos más elementales, con nuestros sentimientos y nuestros intereses, y por lo general se refieren a los problemas inmediatos que la existencia nos plantea. Estos conocimientos son ganados por nosotros un poco al azar, y así también, sin orden ni sistema, los conservamos y los empleamos. Como los hemos adquirido espontáneamente, no se nos ocurre revisarlos y seleccionarlos cuidadosamente. Forman casi parte de nuestra naturaleza y creemos firmemente lo que nos enseñan. Por lo demás no disponemos de un método seguro para probarlos, de un criterio bien establecido para distinguir lo que es verdadero y lo que es falso en ello. Al conjunto de estos conocimientos adquiridos y usados en actitud espontánea, cotidiana o natural se le llama saber vulgar.