LA BELLEZA CALLADA DEL SILENCIO. Por Belisario Betancur. No se sabe qué admirar más en este libro de Peter Fraile, si el lirismo que lo recorre como un río, o el desdoblamiento de ese río en el interior y el exterior del ser humano, lo que es tanto como decir, en el hondón del alma, de acuerdo con la expresión de Unamuno. Un coro de manantiales que fluyeran al tiempo desde canteras ignoradas, se percibe a veces, acaso desde la misma fuente múltiple, en las interioridades; en ocasiones es la naturaleza, transida de espíritu, la que irrumpe en la palabra para transfigurarla de la luz del aire, del verdor de los árboles. Las nubes y el sentimiento son entonces los hilos dorados de las madejas hasta hacerlas canción. Habrá un lindero que establezca figuraciones diferentes a la poesía y la prosa? Existirán territorios distintos en los cuales se oiga la voz del poeta en el poema y se diferencie esa misma voz en tanto que prosista? Es fácil concluír que la misma cadencia y el mismo elan lírico afloran o bien en el poema en verso o bien en el poema en prosa. Tal es la fenomenología de esta múltiple cantiga de amor de Peter Fraile: en cuyas cinco partes -- Preludio, Anhelos, Pre-Amanecer, Amanecer, Post Amanecer--, cada una de las cuales podría ser un libro por sí misma, se advierte el quid divinun de la creación. Qué duda cabe de que el autor es un místico, en éxtasis perenne, enajenado por las motivaciones bajo cuyo sortilegio los árboles, el viento, las nubes y en el confin el mar, tanto como los animales que hacían la evasión y la canción de Francisco de Asís. Acaso no sea un místico a la manera de aquellos que han caminado por las páginas de la historia poblándola de trances. Y no podría serlo porque Fraile lo es con la misma naturalidad de los arroyos, incluso reconociendo y aún señalando el manantial que no cesa. Esa situación ocurre desde el primer poema: Yo no sé por qué/ entre el dolor/ uno encuentra siempre a Dios. Y se mantiene como una constante en el itinerario del libro, hasta el final: Dios es la fuerza poderosa,/ sencilla y silenciosa del orden y la paz,/ es la luz de la armonía/ y alegrías tranquilas que sostienen/ y reengendran el ser./ Dios está adentro. En qué consiste esa fuerza poderosa que trasciende los fenómenos pero de alguna manera está en ellos, al menos así los percibe el arrebato del místico, tan fuerte que rompe los muros del silencio con los cuales son cauteladas las elaciones? Es el habla interior cuyas cadencias penetran las hendiduras del alma y delatan las timideces del protagonismo? O bien, es el estruendo innombrable de alguien sin rostro porque es todos los rostros; que no llega, ni se va, porque está siempre? Este libro es una invitación y al tiempo una convocación: es una invitación a reencontrarse con humildad profunda pero también con profunda lealtad, con las pequeñas y en las grandes instancias que empujan nuestras embarcaciones hacia el misterio de la infinitud, en donde se acendran predilecciones y aversiones como en una forja, sustituídos los enconos por perdones y olvidos. Y es una convocación a seguir el diapasón de las esferas en el himno de las plenitudes, para ingresar al tiempo sin memoria, al cosmos de los silencios: Hay un silencio/ que me inunda, que me invade/, es más profundo que el callar,/ es más agil que el viento,/ más inmenso que el mar. /Más sabio que el escuchar,/ más luminoso que un despertar./ Es néctar de unidad,/ es belleza callada. Santafé de Bogotá, Diciembre de 1994