El futuro del socialismo en America Latina

Anuncio
El futuro del socialismo en America Latina
03/05/2010
Comencemos por una obviedad: cualquiera que sea el proyecto de destino de nuestros países, y me
refiero a un colectivo, o sea, no se trata del futuro de uno u otro de ellos; cualquiera que sea la
expectativa, temida o deseada, esta deberá considerar, en un plano mayor, el contexto internacional, y,
en una secuencia de círculos concéntricos y sistemáticos, el contexto norte-americano, el contexto
latinoamericano y las correlaciones de fuerzas nacionales; o, si preferimos, el nivel de desarrollo del
proceso histórico-revolucionario.
El fin de la guerra fría, decretado por la desistencia de uno de los contrincantes, no trajo consigo la paz
prometida. La insurgencia calvinista del gobierno Bush, bien ayudada por el fundamentalismo Talibán,
intentó reactivar la diplomacia de la guerra, inclusive como prueba científico-tecnológica. El
fundamentalismo israelí toma cuerpo de la mano con el fundamentalismo de los Ayatolas y, así, nos
pusimos a merced de Estados insana y anacrónicamente teocráticos. La historia es reciente: La
devastación de la ex-Yugoslavia, la reiterada devastación de Irak y el reiterado asesinato de población
civil que constituye un verdadero genocidio, la devastación de Afganistán, la masacre del pueblo
palestino, la consolidación de la derecha israelense. Paralelamente, pero no menos importante, el espiral
de choques con Irán y la insistencia de este país en su proyecto atómico. En Asia, los misiles de Corea del
Norte y, de vez en cuando, la arritmia entre China y Taiwán.
Hasta aquí, no tuvimos necesidad de referirnos al colapso del sistema financiero norteamericano, y de su
conocida repercusión sobre la economía globalizada. El último rebrote de endemia – sin abandonar las
grandes potencias económicas: Estados Unidos, Alemania y Japón en el liderazgo – ataca los organismos
frágiles de los pobres de Europa: Italia, Irlanda, España, Portugal y, de forma profunda, Grecia. La
moneda única, columna vertebral de la Unión Europea, está amenazada. En estas condiciones, aquellos
países del Este de la antigua Unión Soviética y otros como Turquía, sedientos de occidentalización,
tendrán renovadas dificultades para ingresar al selecto club europeo, aún cuando sólo sea como equipos
de segunda importancia.
Recupera vigencia la teoría de los ciclos de desarrollo capitalista, con sus crisis sucesivas de períodos de
riqueza y períodos de acumulación que desembocan necesaria e inevitablemente en períodos de crisis,
manera a través de la cual el darwinismo perverso realiza su selección natural permitiendo la supremacía
del más fuerte y así se perfecciona la especie capitalista.
Esta vez fueron los llamados países “emergentes” a quienes les fue, o les está yendo mejor, recuperando
su salud financiera y retomando el crecimiento.
De estos países – nominalmente: Brasil, Rusia, China e India, marqueteados como BRICS- , tres dominan
la tecnología de guerra atómica y enfrentan conflictos de frontera y lacerantes insurgencias internas, dos
de ellos poseen grandes ejércitos y uno se transformó en el mayor exportador del mundo y mayor
acreedor estadounidense.
Este cuadro, diseñado con pinceladas impresionistas, podría sugerir al analista superficial que,
finalmente, Estados Unidos estaría con tantos y tan graves problemas que, apremiado por ellos, podría
olvidarnos por un tiempo. Ese olvido sería siempre bienvenido, pues a sus rebrotes siempre
corresponden momentos de paz y desarrollo de la democracia en América Latina.
Pero las expectativas no se confirmaron y las grandes esperanzas se esfumaron con la reactivación de la
IV Flota y la instalación de nuevas bases militares en Colombia y la sucesión de incursiones punitivas en
territorio ecuatoriano. Como pretexto de justificada acción humanitaria en la infeliz Haití, los marines,
recientemente, ya en la era Obama, recuerdan su notable y bien conocida capacidad de rápido
desembarque y ocupación.
Pero los pregoneros de mal augurio ya habían sido sustituidos por los profetas de la buena suerte, y con
ellos vino el anuncio de nuevos tiempos alentadas por la revolucionaria elección del primer presidente
negro do Estados Unidos, y, por si fuera poco, un Demócrata. O, además de demócrata, un negro.
Hasta aquí, el gobierno Obama nada dijo a nos–otros que vivimos al sur del Río Grande o, como prefieren
los mexicanos, al sur de Río Bravo del Norte. Pero mucho ha hablado, y parece, hablado mal, a su público
interno. Cuando los comentaristas de todos los colores de la paleta política y de todas las latitudes
afirmaban que, con el ascenso de Obama, Estados Unidos había cerrado un ciclo de primitivismo político,
de repente somos sacudidos por la insurgencia de una ultra-derecha para-fascista, populista y anti-Estado
cuya capacidad de contaminar la sociedad americana, y en especial sus sectores medios, aún no fueron
mensurados. Si sumamos, principalmente, crisis económica, desempleo y crisis de representación, se
evidencia una fase de agotamiento de la fórmula bipartidista con la cual ya no se conforman ni las fuerzas
de izquierda ni las de extrema derecha.
Parecía imposible, pero los hechos están atestiguando: Hay espacio, en Estados Unidos, para una derecha
a la derecha del Partido Republicano!
Y esta conclusión es una dramática advertencia sobre el futuro de la humanidad, comenzando por el
futuro de nuestros pueblos, si agregamos a lo ya dicho, la conciencia norteamericana de su propio
proceso de decadencia, la peligrosa decadencia del mayor, más rico y mortífero Imperio ya registrado en
la historia. Decadencia lenta, pero comprensiblemente no deseada y ciertamente inaceptable.
Superado el ciclo de las dictaduras militares, América Latina viene consolidando, en las últimas décadas,
su opción por la democracia representativa, y el proceso electoral se presenta como camino adecuado
para la emergencia de gobiernos progresistas o, inclusive, de gobiernos de izquierda. En muchos casos el
abanico de alianzas de la coalición de gobierno comprende formaciones de centro izquierda. Fue
aparentemente tan larga esta convivencia de todas las corrientes del espectro político que se suponía
consagrada entre nosotros la vía democrática clásica. En otras palabras, estábamos convencidos de que
ni nuestros países, ni la comunidad internacional, ni siquiera y principalmente los Estados Unidos de
Obama, aceptarían en nuestro continente la reedición de los golpes de Estado. ¿Cómo podemos, a pesar
de tanto análisis teórico, justificar los eventos de Honduras?
¿Podemos tranquilizarnos diciéndonos que la consumación del golpe se trata de un hecho aislado,
irrepetible, aunque no se pueda decir que se trata de un episodio irrelevante? La historia nos dará la
respuesta.
Pero la verdad es que nuestras derechas jamás se convertirán al catequismo democrático pues,
democráticas en la oposición, son autoritarias en el poder y no tienen reparos en patear el tablero del
proceso democrático electoral siempre que asome, de manera real o no, el riesgo de pérdida de dominio.
La democracia hasta puede ser aceptada, siempre y cuando sus intereses sean respetados. Una
ilustración de esta afirmación puede ser encontrada en los intentos de golpe contra el presidente Evo
Morales.
Si este concepto es verdadero, es igualmente verdadera la afirmación de que la inconclusa experiencia
venezolana, con sus aciertos y errores, pone sobre el tapete la discusión de los medios y nos indica, hasta
aquí, que el proceso electoral clásico puede ser el camino para la implantación de un socialismo que
todavía no sabemos definir. O, por lo menos, indica que un gobierno con profundo vínculo popular puede
realizar un enfrentamiento de clases.
Sin embargo, es necesario decir que los límites de la vía democrática todavía no fueron suficientemente
probados y que aún no podemos dimensionarlos apropiadamente.
Nos parece, dicho sea de paso, un puro ejercicio idealista la pré-fijación de medios, cuando estamos
convencidos de que ellos son dictados por la realidad objetiva. Independientemente de nuestras
opciones, no podemos escoger el campo de batalla ignorando la elección del adversario. Muchas veces,
al escoger su camino, la derecha determina el nuestro.
La democracia representativa, nuestra opción por principio, se reveló inmune a la discrepancia,
permitiendo ésta a espacios circunscritos, como aquel del área económica, y no ofrece la mínima
posibilidad de alternativa radical. Para decirlo claramente: el modelo democrático, de la manera en que
es practicado en el capitalismo, no permite (o no ha permitido) la transformación del sistema, es decir, la
transición pacífica del capitalismo al socialismo, mientras que el camino inverso ha sido practicado sin
cualquier tipo de resistencia.
Por otro lado, es un hecho objetivo la emergencia de gobiernos de izquierda en América latina, elevados
al poder por la vía electoral. Esta experiencia en curso parece decir, en primer lugar, que la vía
revolucionaria de toma del poder - stricto sensu- está lejos de la historia contemporánea de nuestros
países y, en segundo lugar, que la opción socialista por un lado requiere del examen de admisión de la
socialdemocracia o por otro lado depende, no tanto de la redefinición de lo que sea socialismo después
de la debacle do socialismo real, sino, por lo menos, del ajuste de las concepciones clásicas a nuestra
realidad objetiva.
¿Cuál es la alternativa socialista para América Latina, si puede haber un solo modelo para realidades tan
diversas como México, tan cerca de Estados Unidos y tan distante de Dios y de Argentina, o Brasil y
Uruguay, o Chile y paraguay, o Venezuela y Colombia?
La renuncia de los partidos socialistas al socialismo revolucionario, la casi total licuefacción de los
partidos comunistas europeos y latinoamericanos – cuya tragedia ejemplar es ciertamente la del PCI,
actualiza dos temas: Uno, es la cuestión del proyecto socialista, de su contenido en si y de las promesas
que puede hacer a la humanidad del Tercer milenio; otra, es la cuestión de los medios de conquista del
poder, camino que nos parece iluminado por Gramsci cuando nos recuerda, hace tantos años, la opción
por la sociedad civil y a través de esta, la opción por la conquista de posiciones y de espacios de dirección
político-ideológica y del consenso en busca de la hegemonía. Es la “guerra de posiciones”, el modelo
occidental en oposición al llamado modelo oriental, caracterizado por la “guerra de movimiento” o de
“maniobra”. Uno y otro modelo determinados por la realidad objetiva. En el ejemplo oriental tenemos
como condicionante la existencia de un Estado represivo contra el cual es necesario entablar una lucha
de frente y mediante confrontación; en la hipótesis del modelo occidental (que no debe ser entendida
simplemente en su expresión geográfica) la “guerra de movimientos” que recuerda y supera la
“revolución permanente” de Marx y Engels, corresponde a una realizad histórica distinta, al
caracterizarse por la existencia de grandes partidos y movimientos de masa.
¿Qué significaría en nuestros días uno u otro modelo?
Las dificultades son tanto del punto de vista táctico como del punto de vista estratégico, pues tienen que
ver no sólo con la definición de los medios revolucionarios sino, igualmente, y tal vez de forma más
aguda, con la definición de socialismo, o de un socialismo adecuado a cada una de nuestras realidades,
sucesor del fracaso del socialismo real y contemporáneo; tanto de la experiencia del “socialismo con
peculiaridad china”, como de nuestro vecino, el socialismo cubano, que, desde la perspectiva del camino
chino, llamaríamos de ortodoxo.
China y Cuba ponen en conflicto concepciones dispares del marxismo, y cada uno de estos países, cada
quien a su manera, coloca en cuestión el socialismo como instrumento de creación de riqueza,
crecimiento económico y desarrollo.
La opción china por el mercado, es decir, por el desarrollo capitalista, tendría justificativa solo en la
necesidad de acelerar el desarrollo del país y, a partir de ahí, la absorción de millones de chinos alejados
de la vida económica. Pero la opción por la economía de mercado tiene un a priori: la incapacidad de que
el socialismo produzca riqueza con la rapidez exigida por las necesidades del país. La conciencia de este
hecho y, a pesar de esta, la afirmación del socialismo, puede indicar la recuperación del marxismo clásico
diciendo que el socialismo requiere, para implantarse y consolidarse, sociedades industrializadas y
democráticas. China esta construyendo su base industrial y nosotros estaríamos construyendo nuestra
base democrático-burguesa, la misma que, no obstante todas sus limitaciones, necesita ser profundizada
y sustentada por nosotros.
Me atrevo inclusive a suponer que acabamos de encontrar el meollo de nuestro desafío, que
postergamos encarar desde la oficialización del fracaso soviético y de su modelo de revolución, de
régimen y de Partido, expresado en su propia destrucción.
¿Cuál socialismo?
¿Cuál Partido?
¿Cuál revolución?
Obviamente, no tenemos respuesta para tales preguntas que dependen, dicho sea de paso, de la
formulación colectiva de todos nosotros. Ciertamente, la búsqueda de soluciones puede y debe ser la
primera tarea de nuestro colectivo, pues ella supone la acción concertada de nuestros partidos, si
estamos de acuerdo con la afirmación de que lo que nos reúne es la búsqueda de un proyecto común,
cuya concretización depende de la formulación y de la acción común.
Cualquiera que sea la definición de socialismo del siglo XXI, de cara hacia América Latina, la vemos hoy
comprometida con la democracia y el pluralismo ideológico. Pienso que este es el hecho nuevo y sobre el
cual debemos reflexionar.
Cualquiera que sea el camino, entendemos que no puede ser descartada la vía democrática, aún en su
versión burguesa.
Cualquiera que sea el modelo de partido, entendemos que deberemos construir organizaciones de
masas, profundamente ligadas a las reivindicaciones populares, despojadas de corporativismo, de
asistencialismo, del predominio del electoralismo y enemigas del golpismo. Partidos que, cualquiera sea
su estructura organizacional, serán democráticos en la acción y la lo largo de la vida interna. Partidos, al
mismo tiempo nacionales y latinoamericanos. (Brasília, 16/2/2010)
*Roberto Amaral é vice-presidente del Partido Socialista Brasileiro y encargado de las relaciones
internacionales.
Autor: Roberto Amaral
Descargar