2º accésit - Ayuntamiento de Molina de Segura

Anuncio
OBRA DE LUCIA GARCÍA FERNÁNDEZ
EMPIEZO A OLVIDAR LA ESPERANZA DE QUE ME OIGAS.
La mayoría de nosotros somos actores sin saberlo. No cobramos, no estamos metidos en
el ‘show bussines’, pero somos mejores actores que esos que se llevan estúpidas estatuillas. Y
digo que somos actores porque el ser humano, tras miles de años de existencia, ha ido
perfeccionando el arte de fingir. A veces lo usamos para estar a bien con todo el mundo, los
denominados hipócritas, palabra venida del griego que en su origen significaba, curiosamente,
actor. Pero hay unos verdaderos actores de tragedia que usan el arte de fingir para aparentar ser
más fuertes de lo que son. Para no preocupar a los demás, para que nadie interceda en sus
pensamientos. Los que sonríen por fuera y por dentro sufren auténticas guerras mundiales. Éstos,
éstos son los verdaderos actores, aunque se comporten así por mero instinto de supervivencia.
Lo que no sabe el ser humano es que el arte de fingir puede traer auténticos problemas, que a
veces esas guerras mundiales se pueden volver guerras ‘galácticas’, por denominarlas de alguna
manera. Y yo aquí, os voy a contar la historia de una persona que vivió una de las peores guerras
mundiales interiores que se puedan contar.
Creo que se llamaba Leia. O tal vez era Laia, no lo recuerdo bien, pero era algo parecido.
Pero bueno, llamémosla Leia. Leia llevaba una vida normal, con sus vicios, unos más sanos,
otros más insanos, pero el peor de todos: tenía el vicio de amar. De amar a cualquiera que le
diera el cariño que ni ella misma se daba. Muchos la llamaban kamikaze, y seguramente llevaran
razón. Leia estaba dispuesta a todo por amor. Y cuando digo todo, me refiero exactamente a eso,
todo. Había buscado el amor en muchas personas, pero ninguna había sabido ofrecerle lo que
ella buscaba: sentirse completa. Pero un día, el día que ella menos podía esperar… apareció. De
la nada. Como un halo de luz en su vida. Hasta la mismísima Leia, que le costaba reconocer las
cosas a la primera, supo ver el brillo en esa persona. Había que estar realmente ciego para no
verlo. Fue todo mera casualidad, pero, como dicen, ‘de las casualidades surgen las mejores
historias’, y en este caso esa ‘profecía’ se cumplió a raja tabla. Cómo Leia y su amor se
conocieron no lo recuerdo, pero no fue un encuentro idílico como los de las películas, no fue nada
especial, simplemente una casualidad. Un cruce de miradas, tal vez ni eso. Pero desde ese
momento Leia no pudo sacarse de la cabeza a esa persona que de golpe le había devuelto toda
esa luz que tanto tiempo había estado buscando. Tampoco puedo recordar cómo fue, pero
empezaron a hablar, a conocerse, aunque ya se conocieran desde antes incluso de nacer, pues
dicen que cuando dos personas están destinadas a estar juntas es porque en otra vida ya lo
estuvieron. Por representarlo de una manera gráfica: sus almas volvieron a entrelazar unos lazos
que únicamente encajaban con los de la otra persona, unos lazos que estaban hechos a medida.
Perdonen mi mala memoria, pero tampoco logro acordarme del nombre de la otra persona. Ni
siquiera si era chico o chica, pero eso no importa, ¿no? Vamos, por lo que tengo entendido eso
no importa si el amor es sincero. El caso es que al amor de Leia lo llamaremos Kay, que es
nombre un nombre unisex, y así no me equivocaré. De Kay poco me contaron, tan sólo que
buscaba a alguien que le diera libertad. Buscaba unas alas con las que poder volar. En realidad,
Kay y Leia eran muy similares en eso.
Como he dicho antes, nada importa si el amor es sincero. Y lo era, cualquiera podía darse
cuenta de que esos sentimientos no eran mero maquillaje del alma. Pero, aunque sus
sentimientos eran sinceros, Leia no lo era. Leia hizo un mal, un fatal uso del arte de fingir. De
fingirse alguien que no era ella. Lo hizo prácticamente sin darse cuenta, tal era su desesperación
por gustar a Kay… Yo no soy quién para reprochar la actitud de Leia. De su boca salieron las más
dulces palabras jamás oídas, pero ella nunca lo hizo con mala intención, la pobre buscaba el
amor, y si el fin justifica los medios, ¿qué fin más legal hay que el amor? Leia se iba construyendo
una persona paralelamente a la que era ella, y no se daba cuenta de que, de quien se estaba
enamorando Kay, era de esa otra persona, y no de la verdadera Leia, que desde mi humilde
opinión, superaba con creces a esa ‘falsa Leia.’ Muchos fueron conscientes de las tretas que usó
para ganarse a Kay, pero o no quisieron, o no se atrevieron a meterse. Y para cuando alguien
quiso hacer algo al respecto, ya era demasiado tarde: Leia estaba enamorada hasta los huesos
de Kay, y Kay no podía querer más a ese personaje que Leia se había construido paralelamente.
Podría decirse que durante mucho tiempo Leia hizo ‘de avestruz’, escondió la cabeza ante ese
inminente problema, esperanzada de que se solucionara solo, de que Kay viera, sin necesidad de
que nadie se lo dijera, a la auténtica Leia, y sus sentimientos no cambiaran. Pero, ¿a quién
pretendía engañar? Eso nunca pasaría. Por suerte (o por desgracia) para Leia, apareció su
particular Pepito Grillo, esa persona que nos dice lo que no queremos pero realmente
necesitamos oír.
Y la sensatez volvió de nuevo a Leia, esa sensatez que antaño la había
caracterizado pero que con la llegada del amor había perdido irremediablemente. ¡Y cuánto le
dolió volver a recobrar la capacidad de pensar con mediana claridad! De repente Leia visualizó la
situación desde fuera y se sintió morir. Había mentido a la persona que la hacía sentir viva, había
escondido la verdad tras dulces palabras, tras dulces mentiras que ahora se iban a volver
demasiado amargas. Había cambiado por completo su forma de ser por un poco de amor. Bueno,
un poco no, fue mucho el amor que recibió, más del que simples palabras puedan intentar
siquiera plasmar.
En este punto de la historia me es necesario hacer una pequeña reflexión. ¿Cuántas
personas, queriendo o sin querer, habrán cambiado por culpa del amor? ¿Cuántas personas
habrán mentido con la esperanza de sentirse mínimamente queridas? Es un acto fácilmente
sancionable, pero a la vez tan propio del ser humano que nadie está en derecho de criticarlo. De
hecho, me parece que nadie que se haya enamorado no ha soltado alguna mentira para ganarse
a la otra persona. Nadie, ya sean mentiras gordas o mentiras chiquititas. Pero prosigamos.
Como un soldado en el frente al que le quedan apenas segundos para tener que salir corriendo y
jugarse la vida por matar a tres o cuatro hombres que estarán en la misma situación que él pero
que, por haber nacido en otro lugar, en otra cultura distinta a la suya, se han convertido en sus
enemigos, Leia tomó aire en el momento en el que iba a mostrar su auténtica faceta a Kay. Iba a
desmaquillarse por completo, a quitarse el envoltorio. Y tan sólo había dos opciones: que la
auténtica Leia siguiera gustando a Kay después de todo, o que Kay, consciente de todas las
mentiras de las que se había enamorado, huyera de aquella situación que se le había ido de las
manos a la pobre Leia. Tras un larguísimo monólogo por parte de Leia, podría decirse que Kay
quedó en un completo estado de cataplexia. Inmóvil, en silencio, aparentemente sin vida, aunque
su mente trabajaba más que nunca, intentando procesar semejante información e intentado que
el mundo no se le viniera encima. Intentar escribir el dolor que ambos sentían en ese momento,
cada uno por motivos distintos, sería inútil, pues tan sólo sus lágrimas podrían representar de
forma mínima ese manto negro que rápidamente se tejía sobre sus vidas. ¿Y la desesperación
que Leia sentía? Tampoco podría describirse con palabras. Nunca jamás hubo una espera tan
dolorosa como aquella. Cada segundo que pasaba sin obtener respuesta, Leia se sentía morir un
poco más. Cuánto tiempo el silencio llenó sus vidas ni ellos mismos lo saben, pudieron haber sido
minutos, pudieron haber sido horas, pudieron haber sido días enteros. Poco importaba el tiempo
de espera, pues fue eterno igualmente. De repente, y contra todo pronóstico, Kay sonrió. Sonrió
más de lo que nunca jamás lo había hecho, una sonrisa que deja entrever el alma. Leia se creyó
presa de la alucinación, que era su mente la que había dibujado aquella sonrisa que la había
llevado a la máxima locura… Y pudiera haber sido, ¿por qué no? Pero para suerte de ella era
real. Kay sonreía ampliamente, a pesar de que un río de lágrimas recorría sus mejillas. Leia no
alcanzaba a entender aquel gesto, por muy simple que fuera, no podía asumir que de nuevo
surgía luz en su vida. Kay la abrazó, la reconfortó entre sus brazos. Un abrazo de esos que, sin
necesidad de palabras, dicen ‘estoy aquí, no te preocupes.’ Leia sólo podía llorar, Kay sólo podía
sonreír. Leia y Kay sólo podían ser felices.
La historia podía haber acabado aquí, ¿no? Podrían haber acabado felices. Leia podía
haber vivido feliz y tranquila de una vez, sin preocupaciones, sintiéndose completa gracias al
amor de Kay. Pero, como dicen, la diosa Fortuna nunca está contenta con nada. Aunque Kay
había perdonado a Leia ya que, a pesar de haber mentido en el ‘envoltorio’ los sentimientos
seguían siendo los mismos, Leia seguía estando enamorada de Kay y seguía luchando por su
felicidad más que por la suya propia, no todo el mundo la había perdonado. De hecho, la única
persona que la había perdonado había sido Kay. El resto de personas seguían mirando a Leia de
forma reprobadora, criticando a sus espaldas o directamente a la cara. Poco le habría importado
a ella todo eso de no ser porque toda esa gente intentó separarlos a ambos. Ella no lo entendía,
pues no veía el mal que había causado, pero todos sabemos que sí había obrado mal, con
mejores o peores intenciones, pero se había equivocado. Y al igual que yo antes no podía criticar
la actitud de Leia, ahora tampoco puedo criticar la actitud de estas personas, pues tan sólo
querían lo mejor para Kay, y dado que Leia había mentido descaradamente, no pensaban que
ella pudiera serlo. En definitiva, yo en este punto de la historia siempre me encuentro en una
disyuntiva moral, pues apoyo tanto a unos como a otra. El caso es que a Leia se le fue todo de
las manos, aún más. Pues sus mentiras fueron sabidas cada vez por más, y más, y más gente, y
nadie hacía el ademán de comprenderla, de intentar escucharla. Y a pesar de que Kay se puso
de su lado desde el primer momento, eso no bastaba. La gente pedía venganza por el supuesto
daño causado a Kay, a pesar de que insistiera en que había perdonado a Leia y en que ella era
su felicidad. Eran cientos contra dos, y la situación se hizo insostenible.
En este punto de la historia hay una pequeña laguna, pues salta de un escenario a otro sin
justificación, y no comprendo muy bien el por qué. Pero en fin, me limitaré a plasmar lo que a mis
oídos llegó en su día.
Leia se encontraba rodeada de una multitud enfurecida, en una especie de ‘juicio popular’.
La gente pedía justificación por sus actos, y en el caso de que esa justificación no agradara al
‘jurado’, debería separarse de Kay para siempre. Leia lloraba y pedía clemencia, no podía
asimilar que hubiera una mínima posibilidad de que la separan de Kay. Después de tanto tiempo
a su lado, de tantas promesas, de tantos buenos no, buenísimos momentos vividos, de tantas
sonrisas… ¿Y todo por qué? ¿Por haber mentido durante un tiempo al que se convertiría en el
amor de su vida? Se ahogaba en estos pensamientos… hasta que el tiempo se detuvo para ella.
Dejó de escuchar los gritos de la multitud, los sollozos de Kay pidiendo que la dejaran. El mundo
se paró para que ella pudiera pensar con mayor claridad. Y en lugar de pensar una buena manera
de defenderse… recordó. Recordó todo cuanto había vivido con Kay. Los malos y los buenos
momentos. Recordó el primer ‘te quiero’, las primeras sonrisas de complicidad, las primeras
discusiones y las primeras reconciliaciones, las primeras noches en vela cuando no podían
hablar… Tan sólo recordar aquellos momentos Leia sonreía. Que estaba enamorada de Kay era
algo innegable, cualquiera podía darse perfecta cuenta. El mínimo pensamiento de perder a Kay
la rompía por dentro en mil pedazos… pero el tiempo se acababa. Hizo de tripas corazón, y se
dispuso a hablar, justo cuando el mundo volvía a su habitual frenético ritmo. Las palabras de
Leia jamás las olvidaré, y espero que ustedes tampoco, porque pocas veces habrán visto a
alguien luchando con más desesperación por alguien que ella.
‘Sé que muy pocos, por no decir que nadie, van a escuchar siquiera lo que voy a decir. Sé
que los pocos que me escuchen no me comprenderán. Sé que estoy sola en esto, lo sé, pero al
menos lucharé hasta que mis fuerzas me lo permitan. No voy a intentar justificar lo que hice
porque no tiene justificación posible. Mentí, lo admití en su momento y lo admito ahora. Mentí más
de lo que yo misma me creía capaz. Hice daño a Kay y me hice daño a mí misma, más de lo que
todos ustedes puedan siquiera imaginar, mucho menos sentir. Puedo consentir y aceptar que me
critiquen por haberle mentido y no les faltará razón, pero lo que jamás voy a consentir es que se
dude de mis sentimientos. Lo que yo siento por Kay no se puede describir, y me juego el cuello a
que ninguno de los aquí presentes ha sentido algo la mitad de intenso. No, estoy segura de que
no, de que algo tan mágico está reservado sólo a unos pocos, y yo he sido la afortunada de haber
podido sentir algo así por alguien y que esto, además, sea recíproco. El por qué hice lo que hice
aún hoy en día me lo sigo preguntando yo misma. Simplemente empecé y no pude parar, porque
con cada mentira Kay se enamoraba más y más y se sentía más feliz, y yo no quise que
despertara de ese sueño. Sí, sonará cruel, pero nunca busqué hacerle daño. Tan sólo buscaba mi
felicidad a través de la suya, y por desgracia pensé que la mentira sería el mejor camino.
Claramente me equivoqué. ¿Le hice daño? Nadie es más consciente de esto que yo. Yo vi llorar a
Kay como nunca, yo noté su sufrimiento como si fuera yo quien lo estuviera sintiendo. Y créanme,
lo que sufrió Kay, lo sufrí yo multiplicado por mil, por un millón tal vez. Muchos no entenderán que
Kay se ha convertido en una parte de mí, más esencial que el mismísimo corazón. Por una vez en
mi vida, confié en mi suerte. Confié en que las cosas saldrían bien, confié en que esta felicidad no
llevaría fecha de caducidad. Como muchas otras veces, me equivoqué. Delante de todos…
renuncio a Kay, renunciando así a mi felicidad, a mi vida incluso.
En este punto del monólogo de Leia, tuvo que parar porque se ahogaba entre lágrimas y el
corazón se le había encogido hasta tal punto que le dolía hasta respirar. Era consciente de lo que
suponían aquellas palabras, pero en el fondo sabía que era lo que debía hacer. Cogió aire varias
veces, y prosiguió hablando.
<<Sí, han oído bien. ¿Están contentos? Renuncio a todo cuanto tengo porque Kay no merece que
toda la gente que tiene a su alrededor juzgue a su pareja. Duele… no saben cuánto duele
pronunciar estas palabras. No saben cuánto duele tener que arrancarse un trozo de ti mismo para
contentar al resto. Ustedes nunca serán conscientes del daño que le causan a Kay obligándome a
hacer esto, tampoco del daño que me causan a mí. Creerán que están haciendo lo mejor para
Kay, y, ¿quién sabe? Tal vez hasta lleven razón. Pero desde mi punto de vista, no podrían
hacerlo peor. Kay vive para mí, y yo vivo para Kay… y ahora ninguno de los dos vivirá. Espero
que algún día sean conscientes del error que están cometiendo, aunque tal vez sea demasiado
tarde. Y yo, no tengo mucho más que decir… Simplemente que fui una idiota que se enamoró y
que se dejó llevar por esa embriagadora sensación de felicidad y que no se dio cuenta de los
errores que cometía a tiempo. Lo di todo por Kay, absolutamente todo. Le he entregado mucho
tiempo de mi vida, y no me arrepiento lo más mínimo porque de ninguna otra manera podía
haberlo empleado mejor. Me voy feliz sabiendo que hice a Kay feliz, sabiendo que he conseguido
que la persona más valiosa de este mundo haya sabido lo que es la felicidad gracias a mí.
Ustedes ganan, ustedes se quedan con Kay, y yo… buscaré cómo tapar la hemorragia que tengo
ahora mismo en mi interior. Y si no les importa… quiero despedirme de Kay.
Leia se acercó a Kay, le dio el beso más largo, intenso y amargo que jamás se haya dado,
y tras mirarse una última vez a los ojos, Leia se esfumó… sabiendo que Kay nunca más volvería
a oírla.
Descargar