El predominio de la perspectiva del consumidor y el trabajo del Trabajo Social Mario Heler 1. La relación producción-consumo Una primera aproximación a la relación entre la producción y el consumo se logra atendiendo a las conexiones de esta relación con ideas anteriores que han sido retomadas y resignificadas por la modernidad. Esbozaré algunas de ellas que me parecen relevantes. La expulsión del Paraíso genera la necesidad de ganarse la vida con esfuerzo. Y esta necesidad conlleva las necesidades humanas. La satisfacción de las necesidades ya no está disponible y en forma espontánea, como en el Paraíso, sino que depende de que el trabajo genere los productos que consumidos satisfacen, aunque la satisfacción sea provisoria y por lo tanto, requiera el trabajo permanente. Las necesidades se presentan así como la palanca que pone en movimiento la relación producción-consumo, y en tanto no se reducen a la necesidad de alimento, la producción deberá atender a un consumo múltiple y diferenciado. Más aún, se producirán incluso 1 nuevas necesidades así como se resignificarán las viejas. Además, como en el caso de la alimentación, lo consumido se integra al propio cuerpo. Es que el trabajo genera el derecho a la apropiación de su obra, de su producto, y tal apropiación otorga el derecho a su consumo, lo que quiere decir a disponer a voluntad de lo así apropiado, a ser dueño de lo apropiado tanto como se lo es del propio cuerpo. La producción para el consumo: la satisfacción siempre provisoria de un ser humano necesitado, carenciado, que encuentra en el trabajo, el modo de asegurarse el consumo, y por ende la supervivencia, con los productos del trabajo que pasan a ser de su propiedad. La propiedad privada y también su acumulación quedan así justificadas como necesarias, y 2 el consumo expande su significación a todo acto de determinación sobre lo que se es propietario. Cabe aquí señalar otra deriva en la modernidad de estas ideas previas. Los seres humanos se piensan como existentes cuya característica distintiva es la falta, la carencia, de perfección de ser, esto es, como existentes que no son plenamente existentes (como si lo son las Ideas platónicas, antecedente de esta manera de pensar). Existimos entonces como seres carentes e incompletos, que en el consumo encontramos una forma de completarnos aunque precariamente, ya que nuestra carencia no es remediable. Desde esta concepción, estaríamos condenados a una deuda infinita, en busca de una completitud inaccesible. Únicamente es factible perseverar en nuestra existencia gracias al consumo, para lo cual hacen falta propiedades privadas. Pero además, para la moderna economía clásica, vivimos en un mundo de escasez. Por ende, la satisfacción de las necesidades depende de concretar intercambios entre un alguien que carece de algo, pero que posee otra cosa de la que puede prescindir, y otro alguien que posee lo que el primero necesita y carece de lo que aquél le sobra. Y si a alguno nada le sobra, sigue siendo propietario de su cuerpo, es decir, es dueño de la fuente de toda propiedad, y en el mercado puede obtener un salario a cambio de la venta de su fuerza de trabajo (como si fuera una 3 mercancía cualquiera). 4 Resulta entonces que la lógica de la carencia se impone hegemónicamente como presunción fundamental5 del pensar moderno, en interacción con la lógica del intercambio propia del capitalismo, y en contraposición a su vez con una lógica de la potencia (como la que se desprende de la obra6 de Spinoza, para quien los seres se definen por lo que pueden y no por lo que no son o les falta). Sigamos con otras connotaciones de la relación entre producción y consumo, mediadas por las necesidades humanas. La modernidad del siglo XIX hará virtud de la condena por el pecado originario, virtud de la necesidad de producción, y la acción creativa que posibilita el polimorfo consumo humano será considerada el motor del progreso, es decir, de una paulatina recuperación 7 del Paraíso aquí en la Tierra y por obra de la producción humana. Pero la asociación del “trabajo” y la “acción creativa” se reserva para determinadas producciones y al mismo tiempo se ve hasta cierto punto amortiguada por efecto de otras connotaciones que resuenan en la comprensión moderna de la relación producción-consumo. Es que aún repercuten hoy día las significaciones de la antigüedad que remiten esta relación a otra: la del amo y el esclavo. El esclavo es el encargado de la producción que genera el consumo del amo. Su trabajo provee la satisfacción del amo. Desde la perspectiva de éste, se trata de asegurar el consumo imponiendo su voluntad al esclavo. Pero enlazada con la vida del esclavo, la producción no sólo es una actividad desvalorizada y degradante, sino que además ocupa un lugar secundario por ser subsidiaria del consumo. Hasta cierto punto, la excepción se encuentra en los artesanos y en 8 mayor proporción en los artistas, dado el valor otorgado a sus obras. En la modernidad, la asociación entre trabajo y acción creativa se atribuirá especialmente a 9 artistas y científicos, y tal vez al empresario independiente, exitoso e innovador. Pero dada la forma en que permanece la clásica jerarquización de la teoría por sobre la práctica (propia de la 10 perspectiva del amo, que es la del consumidor), no es por estar involucrado con la producción que gana el empresario su posición, sino por las ideas que concreta, pues son esas ideas las que le 11 dan su capacidad de gestión de la producción material, el poder de aumentarla y mejorarla. No creo que haga falta que me explaye acerca de la incidencia de la desvalorización de la producción en el proletariado (heredero del estatus del esclavo, aunque presuntamente “liberado” de la relación de servidumbre). En las connotaciones de la relación producción-consumo hasta aquí reseñadas se observa la tendencia a la preeminencia del consumo y a la hegemonía de la perspectiva del consumidor que caracteriza a la modernidad, a la vez que se desplaza la figura del amo hacia los imperativos del capital, pues el consumidor asume como necesidades propias las necesidades del capital (de forma tal vez casi completa en la actualidad). El problema es que el resultado de esta tendencia deja a la producción fuera de foco, supeditada al consumo y oculta por la fetichización de la mercancía 12 que denunciara Marx. Esta preeminencia y hegemonía se expresa también en la comprensión de lo social, cuando se explica la sociedad como resultado de un contrato social que brinda seguridad a la previsión del 13 consumo individual a través de un orden policial que se basa en el respeto de la propiedad privada. La seguridad se convierte entonces en el valor supremo: el esfuerzo individual para obtener la satisfacción de las necesidades en el largo plazo (previsión), a través de la acumulación, debe ser preservado, y la función del Estado es garantizar su protección. Y como 14 resultado de las luchas de los sectores que son “parte sin ser parte” de la sociedad, durante el siglo XIX, es el valor social de la seguridad el que contribuye a que, por un lado, se discipline a 15 los obreros fabriles en una moral del trabajo, orientada a la previsión individual; y por el16otro lado, se desarrolle la previsión social que desembocará en el Estado de Bienestar del siglo XX. Aún hoy la seguridad aparece como el valor fundamental del lazo social, pero adquiere una nueva fisonomía al asociarse con la violencia y los peligros que representan los excluidos para los consumidores. La moral del trabajo obliga al trabajo diario y esforzado, sin contentarse con lo ya obtenido, apuntando a que el obrero sea también previsor, que garantice su sustento y el de su familia, incluso con la promesa de una movilidad social que dependería sólo de su empeño. Su acatamiento de esta moral lo convierte en ciudadano y por ello se hace acreedor de los beneficios que brinda el Estado de Bienestar a la población económicamente activa. En tanto que las políticas sociales serán unas para esta población de ciudadanos y otras para aquellos que no acceden a la ciudadanía por carecer de empleo, pero que en función de una ideal de “pleno empleo”, conforman el “ejército de reserva” de la producción industrial de bienes masivos de consumo. Y es en conexión con la moral del trabajo y el Estado de Bienestar que cabe interpretar el trabajo del Trabajo Social desde los inicios de su profesionalización. Precisamente, sus intervenciones sociales pueden entenderse como guiadas por la moral del trabajo y dirigidas al acatamiento de sus máximas en los cuerpos del “ejército de reserva” de la producción industrial, en una tarea de disciplinamiento, con las orientaciones y los17 recursos que ofrecen las políticas sociales como ejecución de la biopolítica de cada momento. Promediando el siglo XX, la producción industrial tiende empero a automatizarse e informatizarse de modo tal que desvanece la necesidad de ese ejército, y desata un insaciable y destructivo (también “deconstructivo”) consumo, al que si bien la mayoría no tiene acceso, atiende incluso a la demanda “chatarra” de los sectores marginados de la sociedad (por ejemplo, a través de la producción de copias “económicas” de productos de primera marca). Es que la perspectiva del consumidor termina imponiéndose a toda la población. Va perfilándose así una interpretación de la relación producción-consumo que expone a nuestra actualidad como una consumación de la tendencia al dominio social de la perspectiva del consumidor, desenfocando la producción hasta dar la apariencia de que la máquina (“trabajo muerto”, producto de la acumulación de producciones anteriores) ya no requiere el “trabajo vivo” –la fuerza efectiva (no sólo física) de trabajo de los cuerpos–, o al menos ya no requeriría ni la cantidad ni la calidad del trabajo de ayer. Mientras tanto (según señala Riesman, ya en 1950), el problema de la producción económica que denomina de “la dureza del material”, distintivo de la 18 19 etapa industrial del capitalismo, se ve desplazado por el problema del “elemento humano”, tanto en las cuestiones de la movilización del consumo como en las de la producción desenfocada. Bajo estas nuevas circunstancias, ¿cómo puede pensarse el trabajo del Trabajo Social? 2. De la necesidad del trabajo a la necesidad del consumo La automatización y la informatización de la producción material desvalorizan hoy el trabajo rutinario, mecánico y fragmentario de la línea de montaje, respuesta a la “dureza del material” desde el siglo XIX hasta mediados del siglo XX. En cambio, tienden hoy a valorizarse las tareas creativas y en equipo, capaces de aumentar y calibrar la producción computarizada. Va preponderando entonces la demanda de una fuerza de trabajo con un nuevo20 perfil, un perfil en clave de servicio, en la etapa de terciarización de la economía capitalista. Nuevo perfil para empleos escasos, flexibilizados, en condiciones precarias, que sólo algunos pueden satisfacer. Y el juego de la demanda y la oferta no se conforma entonces tanto en el intercambio de bienes materiales como en un mercado de proveedores y usuarios, donde el “elemento humano” adquiere relevancia. 21 Hoy, terciarización mediante, parecería que el trabajador tiene que convertirse en proveedor. Se proveen servicios, actividades que cumplen una función práctica, que son útiles (sirven) a la producción material, pero que no producen directamente bienes, mercancías. En el ámbito privado, en la familia, y para la moral del trabajo, el hombre y la mujer son proveedores: proveen los medios para su reproducción. No sólo proveen a la reproducción biológica, sino también a la reproducción de la vida en tanto que humana; y lo hacen proveyendo el consumo que satisface las necesidades de la reproducción. Proveen a la reproducción de la fuerza de trabajo, de todas las aptitudes físicas e intelectuales que residen en el cuerpo. Proveen su salario, así como el cuidado de los diferentes aspectos de la fuerza de trabajo (intelectual, afectivo y comunicativo) de los individuos que conforman la familia. Pero este trabajo se considera improductivo, pues no produce mercancías (pertenece al ámbito privado de la reproducción y no al de la producción económica). Dentro del ámbito económico, en cambio, los servicios –sean bancario, educativo, de salud o personal (asociado al cuidado del individuo, e históricamente, con los siervos)– son calificados también de trabajo improductivo. No obstante, tienen un lugar en la economía, porque sirven a la producción de mercancías (de plusvalía), son indirectamente productivos. En cambio, las tareas reproductivas son consideradas doblemente indirectas, ya que no producen mercancías (aunque el asalariado funcione como tal en el mercado de trabajo) ni sirven a su producción (aunque en la economía se necesite “mano de obra”). El trabajo llamado tradicionalmente improductivo es el tipo de trabajo demandado en el mercado 22 laboral del capitalismo actual. Un trabajo inmaterial, sin producto, sin obra. Se demanda entonces al ser humano en su totalidad, en sus capacidades intelectuales, afectivas y comunicativas, como proveedor de servicios, destinados a intensificar, calibrar y variar la producción automatizada e informatizada, así como para mantener la constante renovación del consumo. Si con la moral del trabajo se ubicaba en el trabajo la posibilidad de consumo, en la moral actual prevalece el consumo desplazando al trabajo de su anterior lugar central (pero sin cancelarlo). Y así como el trabajador fordista, de la etapa de la “dureza del material”, realizaba una tarea socialmente valiosa y por ello, en relación con lo producido, digna de pago, el proveedor actual compromete su humanidad para brindar un servicio socialmente valioso, obteniendo también un 23 pago, aunque su desempeño no genere directamente bienes materiales. Es así que la preeminencia de la perspectiva del consumidor nos encauza a todos en el papel de consumidores, endeudándonos en el consumo, aunque no todos poseamos igual capacidad de 24 consumo. Más aún, tiende a supeditar totalmente la producción al consumo a través del control de calidad de los productos (como veremos). Si bien la conceptualización del trabajo inmaterial abre posibilidades de pensar económica y socialmente actividades que antes eran desvalorizadas por no ser productivas, el nuevo concepto encuentra empero su límite en la necesidad de que sirva a la economía informacional. Aquí interesa el caso del trabajo inmaterial del Trabajo Social (forma en que se puede nombrar hoy al tipo de trabajo que ha desarrollado esta profesión): ¿está/estará al servicio de “asistir” (comunicativa, intelectual y afectivamente) a las transformaciones sociales que impone la nueva tendencia, organizada fundamentalmente en la perspectiva del consumidor, pero para aquellos que no cuentan en la contabilización del consumo, sin dejar de estar sometidos a la seducción general del consumo? Desde esta interpretación, las transformaciones sociales de nuestra actualidad en transición esbozan una nueva fisonomía emergiendo sobre la sociedad disciplinaria, que Foucault y Deleuze han tratado de pensar y que llamaron sociedad de control. Las viejas sociedades de soberanía manejaban máquinas simples, palancas, poleas, relojes; pero las sociedades disciplinarias recientes se equipaban con máquinas energéticas, con el peligro pasivo de la entropía y el peligro activo del sabotaje; las sociedades de control operan sobre máquinas de tercer tipo, máquinas informáticas y ordenadores cuyo peligro pasivo es el ruido y el activo la piratería o la introducción de virus. Es una evolución tecnológica pero, más profundamente aún, una mutación del capitalismo. Una mutación ya bien conocida, que puede resumirse así: el capitalismo del siglo XIX es de concentración, para la producción, y de propiedad. Erige pues la fábrica en lugar de encierro, siendo el capitalista el dueño de los medios de producción, pero también eventualmente propietario de otros lugares concebidos por analogía (la casa familiar del obrero, la escuela). En cuanto al mercado, es conquistado ya por especialización, ya por colonización, ya por baja de los costos de producción. Pero, en la situación actual, el capitalismo ya no se basa en la producción, que relega frecuentemente a la periferia del tercer mundo, incluso bajo las formas complejas del textil, la metalurgia o el petróleo. Es un capitalismo de superproducción. Ya no compra materias primas y vende productos terminados: compra productos terminados o monta piezas. Lo que quiere vender son servicios, y lo que quiere comprar son acciones. Ya no es un capitalismo para la producción, sino para el producto, es decir, para la venta y para el mercado. Así, es esencialmente dispersivo, y la fábrica ha cedido su lugar a la empresa. La familia, la escuela, el ejército, la fábrica ya no son lugares analógicos distintos que convergen hacia un propietario, Estado o potencia privada, sino las figuras cifradas, deformables y transformables, de una misma empresa que sólo tiene administradores. características adquiere/adquirirá el trabajo del Trabajo Social en la sociedad de control ¿Qué (cuando su trabajo además puede ser pensado como inmaterial)? A diferencia de la disciplinaria, el control es a corto plazo y de rotación rápida, pero también continuo e ilimitado, mientras que la disciplina era de larga duración, infinita y discontinua. El hombre ya no es el hombre encerrado, sino el hombre endeudado. Es cierto que el capitalismo ha guardado como constante la extrema miseria de tres cuartas partes de la humanidad: demasiado pobres para la deuda, demasiado numerosos para el encierro: el control no sólo tendrá que enfrentarse con la disipación de las fronteras, sino 25 también con las explosiones de villas-miseria y guetos. Pero como nos advierte también Deleuze: “no se trata de preguntar cuál régimen es más duro, o más tolerable, ya que en cada uno de ellos se enfrentan26las liberaciones y las servidumbres. (…) No se trata de temer o de esperar, sino de buscar nuevas armas”. 3. La perspectiva del consumidor Sin producción no hay producto ni consumo. Y sin embargo, fuera de foco se genera la mera apariencia de prescindible de la producción. Preocupa y ocupa entonces el producto consumible. Por tanto, la mercancía capaz de aumentar la ganancia, para satisfacer al amo, al capital. En la dinámica serial “producción-consumo-producción-…”, cuando el primer plano está ocupado por el consumo, la producción se distorsiona: la prioridad dada a sus productos hace factible supeditarla a la demanda del consumidor. La cuestión pasa por encarrilar la producción en los 27 imperativos del consumo. Y allí se juega su clausura, en los límites de las demandas, de lo redituable, de lo autosustentable, presentándose la necesidad de producir más de lo mismo, pese a la diversidad y multiplicidad de los productos producidos. La perspectiva del consumidor se ocupa sólo en el consumo y su aseguramiento. Pero de forma similar a como la obra expresa la excelencia (virtud, areté) del artista, así como la calidad del producto exhibe los méritos del productor (en tanto ha sabido hacer emerger algo relativamente nuevo y acabado, llevando adelante con su esfuerzo las transformaciones de las cosas), paralelamente, la virtud del consumidor depende de la calidad de su consumo, esto es, de la de los productos consumidos. En este contexto, la demanda puede fácilmente adquirir el carácter de reclamo, de queja, si no se cumplen las promesas de satisfacción en el consumo. Con el predominio de la perspectiva del consumidor se generaliza la necesidad de la defensa de sus derechos, como se ve a diario. Al consumidor le preocupa entonces asegurar la reiteración del consumo, con similar o mejor calidad, cuando se haga sentir la necesidad (necesidad que a la vez el consumo provoca y también multiplica). Y esa seguridad reclama entonces previsión, una previsión que establezca un orden de las cosas y los seres humanos, un orden en el que el consumo esté preparado para la satisfacción inmediata. En consecuencia, orden y seguridad van de la mano. La seguridad exige que el orden se mantenga a través del tiempo, sin mayores variaciones, sin cambios que alteren la dirección de la distribución y la circulación del consumo. Por sobre la imprescindible producción, al orden corresponde administrarla, gestionarla, para establecer la garantía del consumo, e incluso la defensa de los derechos del consumidor. Para ello instaura los criterios que demarcan las 28 producciones productivas (las que satisfacen el consumo, y que hay que promover y asegurar), de las que no lo son, y que por ende habrá que cancelar o transformar. Criterios externos a la producción, pues se derivan de la exigencia de seguridad, imponiéndose por sobre el movimiento propio, interno, de la producción. Criterios que certifican la calidad de los productos por el control de la producción. Dispositivos de clausura: en la búsqueda de obtener el aval del control de calidad para sus productos, la producción tiene que conformarse a tales criterios, limitando sus propias posibilidades a las que acreditan en el mercado de consumo (incluso en el mercado de los conocimientos y los expertos). Resulta entonces que el logro de la clausura conlleva la tendencia a que el productor se restrinja (podría decirse) a menos que reproductor (capaz aún de provocar mutaciones no queridas). En cambio, coacciona a la adopción del papel de repositor, que varia e innova pero sin alterar el orden seguro del consumo. El productor-repositor contribuye a abastecer las góndolas con 29 tentadores nuevos productos, que introduciendo una diferencia marginal, hacen obsoleta la innovación de ayer, impulsando el consumo, sin cuestionar la hegemonía de la perspectiva del consumidor y reproduciendo el orden-seguridad del consumo. No obstante, la clausura no 30 elimina las resistencias. En cada campo social, del lado del productor, existen resistencias que activan la tensión entre la producción y el consumo, entre producir en relación de subordinación al consumo, al producto que tiene/debe generar, por un lado y por el otro, producir en relación con la producción misma, para la producción, donde si interesa el producto, importa la potenciación de la producción y la exploración de las posibilidades que ella abre. Cuando el éxito de sus productos –su demanda, expresada en la cantidad de sus ventas–, que define a su vez el del productor, asegura la continuidad de la tarea del productor, cuando ser objeto de consumo es la condición del valor en el mercado de productos y productores, y sólo poseyendo tal valor se abre un espacio socialmente reconocido para desarrollar la actividad de productor, entonces el desafío radica en definir estrategias que respondan, en cada momento, a la pregunta: ¿cómo seguir poniendo en práctica la perspectiva del productor bajo circunstancias como las actuales en que todo está dispuesto para tener que asumir la perspectiva del consumidor, adoptando el papel de productor-repositor? Estrategias que se constituyan en armas contra la asimilación del productor en la perspectiva del consumidor, que abran alternativas de producción cercenadas por la tendencia a supeditar la producción al consumo. En consecuencia, frente a tal tensión no se trata de optar, de elegir entre alternativas incompatibles, sino de estrategias que hagan posible la producción aun bajo las condiciones del predominio del consumo. No se trata de un problema de toma de decisión adecuada, de tomar 31 partido por un lado o por el otro (incluso adoptando actitudes heroicas). Por consiguiente, tratar de asumir la perspectiva del productor supone la lucha contra los dispositivos sociales que subordinan la producción al punto de vista del consumidor; contra esos dispositivos que no están sólo coaccionando desde fuera de los posibles productores, sino que están incorporados en sus subjetividades (in-corpore, en el cuerpo; siendo marcas de las identificaciones que nos 32 constituyen). Requiere entonces “ser consecuente” con la defensa de la perspectiva de productor contra su sujeción a la del consumidor. Se trata de un requerimiento que además nunca se da en solitario, sino que siempre es con los otros, en un trabajo conjunto de desidentificación y 33 construcción de nuevas subjetivaciones. Es que la especie humana produce lo excedente, el plus que hace humanos a nuestros cuerpos biológicos: su propia capacidad simbólica, su lenguaje, los significados que generan el mundo humano, que invisten las cosas y los movimientos de la vida, donde esos significados son a la vez constituidos y constituyentes del accionar con los otros. La producción y sus productos, materiales e inmateriales, son producidos por la actividad humana, a la vez que conforman las subjetividades correspondientes de los individuos que participan de ese mundo social. Más aún, hacen humana la vida de hombres y mujeres. Pues la poiésis necesariamente está supuesta en toda actividad calificable de humana. Fuera de foco, invisibilizada y con apariencia de prescindible, sin embargo, es condición de posibilidad de aquello que se enfoca. Ser productores no es una exigencia sustituible, es parte inescindible de nuestra humanidad. 1 Cf. HELER, M, CASAS, J. M. y GALLEGO, F. M., (compiladores), Lógicas de las necesidades. La categoría de “necesidades” en las investigaciones e intervenciones sociales, Bs. As., Espacios, en prensa. 2 Por ejemplo, en el Ensayo sobre el Gobierno Civil (1690), John Locke, después de dejar asentado que la tierra y todo lo que en ella se reproduce, Dios lo dio a todos los hombres en común “para el sustento y satisfacción de su ser” (§ 25), señala que “26. Aunque la tierra y todas las criaturas inferiores sean a todos los hombres comunes, cada hombre, empero, tiene una «propiedad» en su misma «persona». A ella nadie tiene derecho alguno, salvo él mismo. El «trabajo» de su cuerpo y la «obra» de sus manos podemos decir que son propiamente suyos (…) Porque siendo el referido «trabajo» propiedad indiscutible de tal trabajador, no hay más hombre que él con derecho a lo ya incorporado, al menos donde hubiere de ello abundamiento, y común suficiencia para los demás”. Para luego especificar en el § 30, el límite de la apropiación: “La misma ley de naturaleza que por tales medios nos otorga propiedad, esta misma propiedad limita. […]¿Pero cuánto, nos ha dado «para nuestro goce»? Tanto como cada quien pueda utilizar para cualquier ventaja vital antes de su malogro, tanto como pueda por su trabajo convertir en propiedad. Cuanto a esto exceda, sobrepuja su parte y pertenece a otros” (la cursiva me pertenece). 3 Cf. MARX, C., El capital. Crítica de la economía política, México, FCE, varias ediciones, Tomo I, capítulo 1 y 2, y en relación con la relación entre producción y consumo: MARX, K., Contribución a la crítica de la economía política, México, Siglo XXI editores, 2003, pp. 282-313. 4 Cf. HELER, M., “Dispositivos de clausura en las reflexiones sobre el ethos contemporáneo”, en ob. cit., apartado “La contabilidad de los valores”, y en relación con la categoría de necesidades y la lógica de la carencia: “La cuestión de las necesidades”, en HELER, M., CASAS, J. M. y GALLEGO, F. M. (editores), ob. cit. 5 Cf. HELER, M., “¿Por qué el otro siempre es un medio? O acerca de la instrumentalización del otro”, en FERNÁNDEZ, G. Y PARENTE, D. (editores), El legado de Immanuel Kant. Actualidad y perspectivas, Mar del Plata, Suárez, 2004, pp. 201-210. 6 Cf. SPINOZA, B., Ética (varias ediciones en castellano); DELEUZE, G., Spinoza y el problema de la expresión, Muchnik, Barcelona, 1996, Spinoza: Filosofía práctica, Tusquets, Barcelona, 2001, y En medio de Spinoza, Cáctus, Buenos Aires, 2003. 7 El Fausto de Goethe comienza mostrando a Fausto en la tarea de la traducción de “logos” (razón, lenguaje, y de ahí “verbo”) resultando traducido por “acción”, quedando la primera frase de la Biblia: “en el principio era la acción”, y al finalizar la obra, Fausto se deleita ante una escena que considera sublime: la laboriosidad de hombre y mujeres trabajando en la construcción de la ciudad. Cf. HELER, M., Individuos. Persistencias de una idea moderna, Bs. As., Biblos, 2000, capítulo III. 8 Al menos hasta que los artesanos fueran en su mayoría integrados a la fábrica; en cambio, los artistas conservaron y hasta acrecentaron su prestigio sobre la base de la idea de genio romántica y con la formación de un “mercado de arte”. 9 Cf. HORKHEIMER, M., Crítica de la Razón Instrumental, Buenos Aires, Sur, 1973. 10 Cf. HELER, M., “La producción de conocimiento en el Trabajo Social y la conquista de autonomía”, en Escenarios. Revista Institucional, Año 4, Nº 8, septiembre 2004, La Plata, Escuela de Trabajo Social-UNLP, pp. 6-16, en especial apartados 1 y 2. 11 Superioridad de la teoría que, en el campo de la ciencia, se opera con la división social del trabajo científico (división y a su vez jerarquización) en ciencia pura, ciencia aplicada y tecnología. Cf. HELER, M., Ciencia incierta. La producción social del conocimiento, Bs. As., Biblos, 2004 12 MARX, K., ob.cit. 13 “Orden policial” en la connotación que reconoce el diccionario al vocablo “policía”: “Buen orden que se observa y guarda en las ciudades y repúblicas, cumpliéndose las leyes u ordenanzas establecidas para su mejor gobierno”. Y la utilizo en el sentido de Rancière: “Generalmente se denomina política al conjunto de los procesos mediante los cuales se efectúan la agregación y el consentimiento de las colectividades, la organización de los poderes, la distribución de los lugares y funciones y los sistemas de legitimación de esta distribución. Propongo dar otro nombre a esta distribución y al sistema de estas legitimaciones. Propongo llamarlo policía. (…) La policía es, en su esencia, la ley, generalmente implícita, que define la parte o la ausencia de parte de las partes. Pero para definir esto hace falta en primer lugar definir la configuración de lo sensible en que se inscriben unas y otras. De este modo, la policía es primeramente un orden de los cuerpos que define las divisiones entre los modos del hacer, los modos del ser y los modos del decir, que hace que tales cuerpos sean asignados por su nombre a tal lugar y a tal tarea; es un orden de lo visible y lo decible que hace que tal actividad sea visible y que tal otra no lo sea, que tal palabra sea entendida como perteneciente al discurso y tal otra al ruido. Es por ejemplo una ley de policía que hace tradicionalmente del lugar de trabajo un espacio privado no regido por los modos del ver y del decir propios de lo que se denomina el espacio público, donde el tener parte del trabajador se define estrictamente por la remuneración de su trabajo. La policía no es tanto un “disciplinamiento” de los cuerpos como una regla de su aparecer, una configuración de las ocupaciones y las propiedades de los espacios donde esas ocupaciones se distribuyen.” RANCIÈRE, El desacuerdo. Política y filosofía, Bs. As., Nueva Visión, 1996, pp. 43, 44 y 45 (la cursiva me corresponde); Cf. HELER, M. “La dimensión ético-política”, (2006), en http://www.catedras.fsoc.uba.ar/heler/teoricofs.htm. 14 La expresión, que remite a Marx, la tomo en el sentido que elabora Rancière (ibid). 15 Cf. BAUMAN, Zygmunt, Trabajo, consumismo y nuevos pobres, Barcelona, Gedisa, 2000, y HELER, M., “La producción de conocimiento en el Trabajo Social y la conquista de autonomía”, en Escenarios. Revista Institucional, Año 4, Nº 8, septiembre 2004, La Plata, Escuela de Trabajo Social-UNLP, pp. 6-16, en especial apartado 3. 16 Cf. DIGILIO, P., “Vicisitudes del bienestar”, en HELER, M. (editor), Filosofía Social & Trabajo Social. Elucidación de un campo profesional, Bs. As., Biblos, 2002, capítulo IV, pp.63-91. 17 Cf. FOUCAULT, M., Defender la sociedad. Curso en el Collage de France (1975-1976), Bs. As., FCE, 2001, Clase del 17.03.1976 (pp. 217-238), y Las redes del poder, Bs. As., Almagesto, 1991. 18 Cf. RIESMAN, D., La muchedumbre solitaria, Barcelona, Paidós, 1981, cap. V, pp. 141-204. 19 Cf. ibid., cap. VI y VII, pp. 161-204. 20 Se suele denominar primer sector de la economía a la agricultura y la ganadería, segundo, a la industria, tercero, a los servicios (bancos, aseguradoras, pero también empleados domésticos, profesionales, etc.), y “terciarización”, al proceso en el cual el área de servicios adquiere predominancia en la economía. 21 “Los servicios abarcan un amplio rango de actividades, desde el cuidado de la salud, la educación, las finanzas y el transporte hasta los entretenimientos y la publicidad. Los empleos para la mayor parte son altamente móviles e involucran habilidades flexibles. Más importante aún: se caracterizan en general por el papel central desempeñado por el conocimiento, la información, el afecto y la comunicación. En este sentido muchos denominan a la economía posindustrial una economía informacional. Sostener que la modernización ha concluido y que la economía global está atravesando un proceso de posmodernización hacia una economía informacional no significa que la producción industrial será dejada de lado ni que dejará de jugar un papel importante, incluso en las regiones más dominantes del planeta. Del mismo modo que los procesos de industrialización transformaron la agricultura y la volvieron más productiva, así también la revolución informacional transformará la industria redefiniendo y rejuveneciendo los procesos de fabricación. Aquí el nuevo operativo administrativo imperativo es «tratar a la fabricación como un servicio».” HARDT, M. y NEGRI, A., Imperio, Bs. As., Paidós, 2002, Capítulo 13 (pp-261-280). 22 “En resumen, podemos distinguir tres tipos de trabajo inmaterial que conducen al sector servicios la tope de la economía informacional. El primero está implicado en una producción industrial que se ha informacionalizado e incorporado tecnologías de comunicación de modo tal que transforman al propio proceso de producción. La manufactura es considerada un servicio, y el trabajo material de la producción de bienes durables se mezcla y tiende hacia el trabajo inmaterial. El segundo es el trabajo inmaterial de las tareas analíticas y simbólicas, el que se subdivide en manipulaciones inteligentes y creativas por un lado y tareas simbólicas rutinarias por otro. Finalmente, un tercer tipo de trabajo inmaterial implica la producción y manipulación de afectos, y requiere contacto humano (virtual o real), trabajo en modo corporal. Estos son los tres tipos de trabajo que dirigen la posmodernización de la economía global.” HARDT, M. y NEGRI, A., ob. cit., Capítulo 13. Cf. también VIRNO, P., Gramática de la multitud. Para un análisis de las formas de vida contemporánea, Bs. As., Colihue, 2003, p. 62. 23 “El Toyotismo se basa en una inversión de la estructura Fordista de comunicación entre la producción y el consumo. Idealmente, según este modelo, la planificación de la producción se comunicará constante e inmediatamente con los mercados. Las fábricas mantendrán un stock cero, y las mercancías serán producidas justo a tiempo, de acuerdo a la demanda actual de los mercados existentes. De este modo el modelo no implica simplemente un circuito de retroalimentación más veloz sino una inversión de la relación porque, al menos en teoría, la decisión de producción ocurre después y como reacción a la decisión del mercado. En los casos más extremos la mercancía no es producida hasta que el consumidor ya la haya elegido y comprado. Pero en general es más exacto concebir al modelo como empeñado en una rápida comunicación o continua interactividad entre la producción y el consumo. El contexto industrial provee un primer sentido en el que la comunicación y la información han llegado a cumplir un papel central en la producción. Podríamos afirmar que la acción instrumental y la acción comunicativa se han entrelazado íntimamente en el proceso industrial informacionalizado, pero debemos apresurarnos a agregar que esta es una noción empobrecida de la comunicación en cuanto mera transmisión de los datos del mercado. El sector servicios de la economía presenta un modelo más rico de la comunicación productiva. De hecho, la mayoría de los servicios se basan en el continuo intercambio de información y conocimientos. Puesto que la producción de servicios no resulta en bienes materiales ni durables, definimos al trabajo implicado en esta producción como trabajo inmaterial-es decir, trabajo que produce un bien inmaterial, tal como un servicio, un producto cultural, conocimiento o comunicación.” HARDT, M. y NEGRI, A., ob. cit., Capítulo 13. 24 En el libro ya citado, Bauman, se refiere al “consumidor manqué”, mancado, para referirse a los incapacitados para consumir. Queda así la ambigüedad acerca de si tal incapacidad está determinada por las características del individuo o es su pobreza la que le impide acceder al consumo, y esta ambigüedad deja lugar para atribuir culpas individuales. 25 Gilles Deleuze: “Posdata sobre las sociedades de control”, en Christian Ferrer (Comp.) El lenguaje literario, Tº 2, Ed. Nordan, Montevideo, 1991 (la cursiva me corresponde). En el mismo texto, Deleuze agrega: “Lo que importa es que estamos al principio de algo. En el régimen de prisiones: la búsqueda de penas de “sustitución”, al menos para la pequeña delincuencia, y la utilización de collares electrónicos que imponen al condenado la obligación de quedarse en su casa a determinadas horas. En el régimen de las escuelas: las formas de evaluación continua, y la acción de la formación permanente sobre la escuela, el abandono concomitante de toda investigación en la Universidad, la introducción de la “empresa” en todos los niveles de escolaridad. En el régimen de los hospitales: la nueva medicina “sin médico ni enfermo” que diferencia a los enfermos potenciales y las personas de riesgo, que no muestra, como se suele decir, un progreso hacia la individualización, sino que sustituye el cuerpo individual o numérico por la cifra de una materia “dividual” que debe ser controlada. En el régimen de la empresa: los nuevos tratamientos del dinero, los productos y los hombres, que ya no pasan por la vieja forma-fábrica. Son ejemplos bastante ligeros, pero que permitirían comprender mejor lo que se entiende por crisis de las instituciones, es decir la instalación progresiva y dispersa de un nuevo régimen de dominación. Una de las preguntas más importantes concierne a la ineptitud de los sindicatos: vinculados durante toda su historia a la lucha contra las disciplinas o en los lugares de encierro (¿podrán adaptarse o dejarán su lugar a nuevas formas de resistencia contra las sociedades de control?). ¿Podemos desde ya captar los esbozos de esas formas futuras, capaces de atacar las maravillas del marketing? Muchos jóvenes reclaman extrañamente ser “motivados”, piden más cursos, más formación permanente: a ellos corresponde descubrir para qué se los usa, como sus mayores descubrieron no sin esfuerzo la finalidad de las disciplinas.” La pregunta que sería ineludible para la reflexión sobre la formación es entonces ¿y en el Trabajo Social? (Por ejemplo, ¿será un indicio la terciarización del ejercicio profesional, el desplazamiento desde la dependencia directa del Estado a la constitución por parte de los trabajadores sociales de ONG y empresas de servicios de Trabajo Social –que ya se pone en práctica en países como Francia–). 26 Ibid., la cursiva me pertenece. 27 Castoriadis caracteriza la “clausura” así: “Cualquier interrogante que tenga sentido dentro de un campo clausurado, en su respuesta reconduce a ese mismo campo” (CASTORIADIS, C., Hecho y por hacer. Pensar la imaginación, Bs. As., EUDEBA, 1998, p. 319). Esto es, repone todo planteamiento dentro de los parámetros y las modalidades aceptados dentro del campo, procurando así encauzar las disidencias y dando lugar a la exploración de nuevas posibilidades hasta donde no cuestionen el orden establecido. Constituye una forma de domesticación de la crítica cuyo objetivo es la reproducción del régimen de dominación. 28 De ahora en adelante, calificaré de “productiva” a las producciones que sirven al predominio de la perspectiva del consumidor, y que son las que el orden policial promueve y asegura. En cambio, con el adjetivo “fructífera”, y sus derivados, me referiré a la producción que se enfoca desde la perspectiva del productor. 29 Una “diferencia”, por ejemplo, entre mercancías de diferente marca, es “marginal” si sólo modifica o agrega algo inesencial al producto. Es cierto que también algunos productos hoy presentarían diferencias no marginales por constituir auténticas innovaciones (por ejemplo, en la informática). Pero, por lo general, el consumo se impulsa a través de esas diferencias marginales; a través de diferencias no marginales el impulso se intensifica por abrir nuevas áreas de consumo. De cualquier manera, el tipo de diferencia depende de los términos de la comparación. 30 Las resistencias son inevitables en tanto la dominación de la perspectiva del consumidor puede desenfocar la producción pero su parasitismo no puede prescindir de ella, so pena de matar a la gallina de los huevo de oro. De ahí que la sociedad de control necesite aumentar su capacidad de integrar esas resistencias (consecuencia entonces de la irremediable libertad de la producción como mal necesario) al sistema de dominación y soportar los cambios que acarrea obturando su fuerza crítica, cuestionadora de lo establecido. 31 Cf. En relación con la idea de conflicto como “encrucijada” y “enredo”: HELER, M., “Dispositivos de clausura en las reflexiones sobre el ethos contemporáneo”, ob. cit., apartado 1. Actitudes “heroicas” por arriesgar de alguna manera la exclusión del campo de producción donde el productor ha puesto su “illusio”, y donde se ha formado (ha incorporado su “habitus”) como productor. (Cf. BOURDIEU, P., Cosas Dichas, Buenos Aires, Gedisa, 1988 y BOURDIEU, P. y WACQUANT, L. Respuestas por una antropología reflexiva, México, Grijalbo, 1995). 32 Cf. BADIOU, A., “La idea de justicia”, en Acontecimiento. Revista para pensar la política, Nº 28, 2004, Bs. As., Grupo Acontecimiento, pp. 9-22. Más adelante se retomará la idea de “ser consecuente”. 33 Cf. RANCIÈRE, El desacuerdo. Política y filosofía, ob. cit.