Institucionalismo Eficiente, Democracia Pendiente. La - e

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CRITICA DE LIBROS
INSTITUCIONALISMO EFICIENTE, DEMOCRACIA PENDIENTE
LA POLÍTICA EN LOS TIEMPOS DEL MAXIMATO
Leticia Santín del Río
Estudios Políticos. Centro de Investigación y Docencia Económicas, México
gozar de la discrecionalidad de la negociación, crearon el estilo mexicano de hacer política en nombre de la Revolución,
México, Cal y arena, 1996
del orden y del restablecimiento de la paz
Amaldo Córdova ha escrito, con rigor de social.
Después de más de sesenta y cinco
politicólogo, la historia política del periodo conocido como el maximato (1928- años de dominio de un régimen de poder,
1934 o 1935), de donde surge «el estilo unificado en tomo a un fuerte instrumento
inexicano de hacer política y sus elabora- de concertación social y política que ha
ciones más duraderas», pero con la idea sido el partido oficial —actualmente el
PRI. Esta organización nace como Partido
de que dicho estilo está llegando a su fin.
Si fuera posible hacer una analogía en- Nacional Revolucionario (PNR), en 1929,
tre los acontecimientos históricos de esos y guía la construcción de un poder presiaños y los tiempos que corren en el país, dencial fuerte, dotado de extraordinarios
ésta jXHin'a mostramos, al parecer, indi- poderes permanentes. El libro de Córdova
cios de cambio. En espera y con la incer- resulta muy sugerente para los tiempos
tidumbre de que los actuales cambios actuales, pues interpreta los hechos y el
puedan conducir a formas de hacer políti- desarrollo de la política nacional en esos
ca de manera democrática, la lectura de la años, mediante un iiícido estudio analítico
obra La Revolución en crisis. La aventura y descriptivo —propio de la ciencia polídel maximato, sin duda proporciona mu- tica inaugurada por Maquiavelo—, dando
chas claves de interpretación sobre las pe- puntos claves de interpretación no sólo de
culiaridades mexicanas de la política del las ideas políticas, sino también de los
pasado para nuestro presente. Especial- eventos políticos que dieron lugar a una
mente si consideramos problemas como peculiar manera de hacer política en Méios de la legitimidad de la autoridad, de la xico. Las relaciones entre las diversas
construcción durante el maximato de un fuerzas de poder y las figuras relevantes,
sistema político asentado en la negocia- las circunstancias en las que nacen o se
ción más que en la legalidad, del compor- desintegran instituciones, partidos, organitamiento de los grupos de poder que, al zaciones o facciones de poder, así como
La Revolución
en crisis. La aventura del maximato,
ARNALDO CÓRDOVA,
RIFP / 8 (1996)
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los comportamientos de los numerosos
actores políticos y sociales de la época,
permiten ver el tipo de «pacto revolucionario», orquestado en principio por Calles, el gran Jefe de la Revolución, y que
permitió la formación política del país y
su institucionalización por Lázaro Cárdenas, heredero del cambio político que el
hombre fuerte de la Revolución iniciara.
Para tratar de ubicar esta reciente obra
en la exhaustiva producción académica e
intelectual del autor, debe subrayarse que
todo su trabajo es un proyecto de gran
aliento y que se aboca, de manera fundamental, al estudio de la formación y consolidación del poder político mexicano,
que rastrea desde 1876 hasta el periodo
cardenista que termina en 1940. Córdova
mantiene la constante de ir demostrando,
desde diferentes estudios y enfoques, la
continuidad de un proyecto histórico que
ha buscado el desarrollo nacional. Desde
luego, esta visión política del desarrollo
ha sido ante todo la política de dominación. En sus orígenes, fue la justificación
o el medio para obtener el dominio personal y, por tanto, consolidar gobiernos con
una gran concentración de poder; esto fue
así desde la dictadura de Porfirio Díaz
hasta llegar al periodo de los caudillos
que culmina con la muerte del general
Óbregón en 1928. A partir de entonces,
una nueva etapa, que inicia con Calles y
culmina con Cárdenas, permitirá la unificación política del país, lo que significó
convertir la dominación política en instrumento puesto al servicio del desarrollo.
Hay, así, una relación de continuidad en
el análisis crítico de este proyecto histórico expuesto en sus distintas obras que, sin
embargo, se construye con diversas propuestas de interpretación. En efecto, tal
proyecto arranca con el planteamiento de
una teoría política de México en La formación del poder político en México
(1972); revisa profusamente el desarrollo
180
de las ideas políticas en La ideología de
la Revolución Mexicana. La formación de
un nuevo régimen (1973); estudia el cardenismo como el movimiento político
posrevolucionario más importante en La
política de masas del cardenismo (1974);
y desarrolla la historia política de la clase
obrera de México en La clase obrera en
la historia de México. En una época de
crisis (1928-1934) (1980).
Ahora, se trata de una obra de nuevo
cuño que recupera el periodo del maximato para colocarlo como el origen de toda
nuestra historia política posterior. Córdova nos muestra que los eventos violentos
que anunciaron el cambio de rumbo político y la ruptura de un tipo de consenso
con la muerte del caudillo, el general Alvaro Obregón, pusieron en marcha la posibilidad de construir un arreglo institucional de la política y de la Revolución
Mexicana. La idea rectora de la obra es
que sin el maximato, bajo el liderazgo del
general Plutarco Elias Calles, dicha institucionalización, que Lázaro Cárdenas
consolidaría, no habría sido posible. Sin
ese régimen de poder arbitrario, lleno de
vicios y lacras, en el que Calles crea el
instrumento de concertación social y política más importante del país en la figura
del PNR, y sin la formación de los marcos institucionales jurídicos y políticos en
torno a los que se adhirieron las organizaciones de masas obreras, campesinas y
populares y las asociaciones patronales,
no se habría consolidado el Estado de la
Revolución como eje de los intereses sociales. La visión institucional que Calles
comienza a construir, con un tipo de liderazgo innovador y con una política moderna, es el punto principal de arranque
de esta magnífica obra, en el que encontramos claves de interpretación relevantes
para nuestros días, en la medida en que el
autor ha recuperado el maximato y le ha
dado su justo lugar. Lugar que permite
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ubicar la importancia del arreglo institucional mediante la organización del partido oficial, para el control y difusión de
los poderes de hecho al mando del poder
Ejecutivo.
I
Este libro trata sobre la construcción de
un pacto. Sabemos, sin embargo, que no
todo tipo de pacto conduce necesariamente a la democracia. En el caso del México
posrevolucionario fue posible construir un
tipo de sistema político estable, en el que
el pacto del maximato no fue más que la
unificación política de una familia revolucionaria y su organización bajo la fuerza
política de un partido de Estado que permitió consolidar un régimen hegemónico.
Todas aquellas fuerzas que quedaban fuera de él, o que se negaran a sumarse al
proyecto revolucionario, estaban amenazadas con la violencia de la fuerza institucional que dicho pacto puso en marcha.
Dadas las características del régimen
institucional mexicano, que se estableció
a partir de Calles, el eje de la negociación
política se localiza en un péndulo que oscila entre la política y la violencia. Su difícil mediación, y por tanto el equilibrio
para la estabilidad, está en el «cauce institucional revolucionario», que se articula
en torno a la institución fuerte del Ejecutivo, mejor conocida como presidencialismo constitucional.
De ahí que, uno de los hilos conductores de la historia del maximato, sea mostrar la manera en que se resuelve la tensión existente entre la violencia y la política para dar cauce a la institucionalización. La estrategia de interpretación de los
hechos que esta obra nos sugiere, es analizar las instituciones a las que Calles y
los presidentes del maximato dan vida, y
con las que, al paso de los años, fue posible establecer una lógica del sistema caR I F P / 8 (1996)
paz de evitar la violencia con la que se
había construido el orden de cosas desde
el movimiento revolucionario. Para de
este modo garantizar la permanencia del
poder político mediante órganos de gobiemo y una normatividad política y jurídica que estuviese por encima de las pugnas entre facciones y del poder personal y
circunstancial de los caudillos.
Las nuevas reglas del pacto que irán
fortaleciendo al Estado mexicano, no evitarán el conflicto, que es consustancial a la
política, sino que le darán cauce a través
de un consenso pactado desde arriba, para
evitar los innumerables conflictos violentos que sucedían continuamente entre las
múltiples facciones locales revolucionarias
en la década de los veinte, y no menos en
el periodo del maximato. De ahí la peculiaridad de la figura de Calles como hombre fuerte, cuya estrategia de conciliación
logrará imponer su liderazgo como jefe
máximo de la Revolución, como un hombre político con influencia sobre actores
políticos relevantes y sobre los presidentes
en turno. Calles era también, como señala
el autor, el factor de unidad ideológica y
fX)lítica de los revolucionarios mexicanos,
para dar paso a un pacto de unificación
que permitió construir el casi denostado
estilo mexicano de hacer política.
En la obra se divide al periodo del maximato en dos momentos. I) De 1928 a
1932, en el que se construye el nuevo liderazgo de la Revolución en poder del
jefe máximo que está atrás del interinato
presidencial de Emilio Portes Gil, y del
periodo de Pascual Ortiz Rubio. Así comienza la historia de una sucesión de pactos entre actores políticos determinantes,
que desde su origen tienen como rasgo
esencial el de ser pactos entre el poder
central y las élites locales. 2) De 1932 a
1934, que es el del apogeo del maximato
con Abelardo Rodríguez en la presidencia, y el ascenso del cardenismo. En este
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CRITICA DE LIBROS
periodo se llegará a un punto de equilibrio
que sentará las bases para dar paso al llamado «pacto corporativo», de 1936, que
en el periodo presidencial de Cárdenas incorporará a las organizaciones de masas,
fundamentalmente a los obreros, y que se
lleva a cabo en torno a la propuesta programática de Cárdenas en su Plan Sexenal. Entre ambos momentos se encuentra
un sustancial análisis pxilítico de la sociedad civil en la crisis y su dinámica frente
a la hegemonía política indiscutible de los
grupos revolucionarios.
Se trata entonces, nos muestra el autor,
desde el primer momento del maximato,
de ir desentrañando, a partir de la muerte
de Obregón, el carácter del pacto de unificación política del país que inicia Calles,
al tratar de lograr la legitimidad por la vía
de la ideología revolucionaria. Fue un
pacto construido desde arriba, que respondía al enorme conocimiento que Calles tenía de los gobiernos posrevolucionarios.
¿Qué tipo de empresa podía realizarse dadas las características de los gobiernos
caudillistas y de la sociedad? La alternativa era muy simple pero a la vez compleja. Ante la ruptura del antiguo equilibrio
político cuya lógica había sido la violencia en los gobiernos posrevolucionarios
caudillistas y la política nacional se resolvía en torno a las relaciones entre la asociación y la pugna, con luchas estériles
entre los revolucionarios, la oportunidad
política sólo tenía una alternativa para comenzar de nuevo: «o la destrucción mutua de los revolucionarios o la conversión
de Calles en el jefe único, con el poder
suficiente para conducirlos a todos y someter a cualquier disidente» (Córdova,
1996, p. 27). El ascenso del general Calles significaba, pues, armar una empresa
que exigía un tratamiento político de los
problemas de México. Esto es, las nuevas
fuerzas políticas que ya no tenían nada
que ver con el caudillismo requerían del
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establecimiento de cauces institucionales
a través de los cuales, los grupos o las
formaciones cívicas realizaran las funciones del nuevo sistema y no los caudillos.
Y, por tanto, se diera lugar al desarrollo
de la institucionalización del juego político en México. Así entendía Calles al país,
donde la legitimidad carismática llegaba a
su fin y se colocaba como el hombre fuerte que podía respaldar el ascenso de fuerzas políticas emergentes.
De manera notoria la violencia había
puesto en jaque la posibilidad de establecer el Estado revolucionario como verdadero motor del desarrollo nacional; la violencia, para Calles, resultaba contraria al
proceso de institucionalización de la Revolución. De ahí que una vez que pudo
consolidar su liderazgo con la ayuda de
Portes Gil, como conciliador, fue posible
resolver pacíficamente la sucesión presidencial al interior de las huestes revolucionarias en favor de éste. El primero de
septiembre de 1928, Calles lanza su Mensaje Político que, a decir del autor, es el
alegato más claro y enérgico en favor de
la institucionalidad y el cambio pacífico,
cuyo real heredero sería Cárdenas.
Como partes medulares del mensaje de
Calles hay que notar varios de sus puntos
que ponen en marcha un tipo de racionalidad política que será capaz de controlar la
intensidad y la forma del conflicto. La dimensión de la política cobra relevancia,
tal y como lo propone Cari Schmitt, con
la distinción «amigo-enemigo», ya que
«la determinación específica de lo político
debe buscarse en la dinámica interna del
propio conflicto [...] lo político, antes de
ser un subsistema diferenciado de la sociedad, es un grado de intensidad del conflicto».* Y, en la medida en que se logren
* Enrique Serrano, Consenso y conflicto. Schmitt
y Arendt. La definición de lo político, México, Interlínea, 1996, p. l.'iS.
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crear instituciones eficientes para su control, se permitirá la estabilidad y el orden
social. Así, los puntos claves de esta dimensión política en el mensaje de Calles
son los siguientes. Primero, la intolerancia
política, signo de la tónica de una política
violenta, tenía el peligro de convertirse en
una lucha de facciones. Segundo, la
muerte del caudillo representaba para tpda
la familia mexicana, «la oportunidad, quizá en muchos años [...], de hacer un decidido y firme y definitivo intento para pasar de la categoría de pueblo y gobiernos
de caudillos, a la más alta y más respetada y más productiva y más pacífica y más
civilizada condición de pueblo de instituciones y leyes» (Córdova, 1996, p. 37).
Tercero, lograr una Representación Nacional capaz, y a la que se adhirieran «en
proporción a la fuerza de cada organización o cada grupo social haya logrado
conquistar en la voluntad y en la conciencia públicas; cuando el choque de las
ideas sustituya al clamor de la hazaña
bélica; cuando, en fin, los gobiernos revolucionarios, si siguen siendo gobiernos
porque representen y cristalicen con hechos el ansia de redención de las mayorías, tengan el respeto moral y legal de
resoluciones legislativas o interpretativas
o reglamentarias de la Constitución en
que hayan tenido parte representantes de
grupos antagónicos» (ibid., las cursivas
son del autor). Cuarto, la advertencia tanto para la familia revolucionaria como
para la «reacción» fue que el camino para
defender sus intereses sólo se daría por la
vía pacífica en torno a los propósitos de la
Revolución, sin llegar a traicionarla. De
esta manera, los puntos de este llamamiento a la unificación política, se basaron en la puesta en marcha de un consenso que regularía la vida política, dejando
de lado, en el incipiente institucionalismo
del gobierno revolucionario, la expresión
de la pluralidad, ya que este aparato polí-
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tico sería celosamente cuidado por todos
los sucesores. Y, a partir de ello, fue posible la fundación del partido oficial.
Los contenidos del llamamiento marcaron la hegemonía de los grupos revolucionarios frente a cualquier fuerza social. A
partir de Portes Gil como presidente interino y Calles como hombre fuerte, fue
cuando el modo de hacer política en el
país sólo daba cabida a todo aquello que
se identificara como revolucionario. El
propio presidente interino consideraba imposible el establecimiento de un gobierno
conservador. ¿Cómo podría considerarse
cualquier expresión «disidente»? Puestos
los elementos constitutivos de este orden
de cosas, ahora el margen político estaba
delineado exclusivamente por las alianzas
en torno al Estado, cualquier otra expresión o fuerza social que surgiera, tendría
que hacerio con la bandera de «apolítica»,
o sufrir las consecuencias de anulación
del adversario al estar fuera de la lógica
del sistema. La división entre el Estado y
la sociedad se normó bajo este binomio.
La contienda política electoral debía
estar signada con la fundación de un órgano político que al disciplinar y unificar
a los grupos revolucionarios en torno a un
programa, lograse el predominio político;
surge así el Partido Nacional Revolucionario (PNR), en marzo de 1929. Para Calles tal organismo se iría perfeccionando
en cada periodo de sucesión hasta lograr,
poco a poco, «la implantación de la democracia». Es claro que bajo esta lógica
de intercambio de lealtades y de apwyos
recíprocos en torno al partido oficial y al
hombre fuerte, primero, y la institución
presidencial, después, lejos quedaron las
posibilidades para contar con contiendas
políticas entre fuerzas equivalentes, bajo
reglas claras, válidas para todos.
El programa político del partido se
inscribió dentro de los postulados de la
Revolución Mexicana, al recuperar los
183
CRITICA DE LIBROS
contenidos de la Constitución del 1917
en materia de justicia social y de reinvindicaciones populares que fueron sometidas al desarrollo económico del
país. El PNR se integró con diversas
fuerzas locales, en su mayoría agrupaciones políticas o facciones, pero no
como un partido moderno de ciudadanos. En sus orígenes, los obreros y los
campesinos, organizados como movimientos de masas, en los que los primeros gobiernos posrevolucionarios de la
década de los veinte habían fincado su
poder, no consideraron al PNR su partido y mantuvieron alguna filiación política laborista, comunista o anaquista. El
PNR contó, esencialmente, además de
agrupaciones y élites políticas locales,
con empleados y funcionarios públicos.
Sin embargo, la envergadura de la maquinaria política aseguraría, de cualquier
manera, que las inconformidades de la
familia revolucionaria tuvieran un cauce
institucional manejado por los hombres
del poder a través de este pacto, que
duró hasta las elecciones de 1988, al lograr controlar, desde el poder central, y
en gran medida, la intensidad y la forma
de ios conflictos.
II
Es posible considerar, tal y como lo ha
mostrado el autor en todas sus obras, la
existencia de una constante en la historia
contemporánea política del país, en relación con la formación de los arreglos institucionales. Los arreglos modernos tienden a lograr su institucionalización sobre
prácticas de agrupaciones tradicionales,
esto es, no son otra cosa que relaciones
políticas basadas en formas tradicionales
de relación personal, con prácticas propias
del servilismo, entre otras. La novedad del
PNR es que finalmente el arreglo institucional no garantizaba privilegios a grupos
184
particulares, debido a la exigencia de disciplina en torno al partido y al hombre
fuerte, con lo cual se anticipaba la estructura corporativa del partido oficial y su
hegemonía. No obstante el paso hacia la
institucionalización del partido, éste mantendría una política conservadora y una
estructura de partido de Estado. Será en el
periodo cardenista cuando el PNR se convierta en un partido de masas con verdadera representación nacional.
El escenario de la nueva contienda
electoral, y el punto nodal para lograr los
equilibrios sucesivos del sistema político
mexicano, no estuvo a salvo de las irrupciones violentas y convulsivas de facciones resistentes o bien a los nuevos anclajes institucionales que los gobiernos del
maximato emprendían, o más aún de la
rigidez con la que el PNR enfrentaba los
desafíos electorales, al ridiculizar al adversario, al reprimirlo de muchas maneras, o bien hasta aniquilarlo del todo. En
este periodo no fueron pocos los estallidos
violentos internos, como el caso de la rebelión escobarista. Pero, sólo una oposición estaba a la altura de competir abiertamente por el poder del Estado dentro de
los cauces de una contienda política moderna, sin recurrir a la violencia ni someter a ningún adversario. A pesar de las
condiciones adversas y ambiguas de! pacto revolucionario que ya se había establecido, esta oposición fue precisamente la
de José Vasconcelos, apoyado por el Partido Antirreleccionista que reivindicaba el
ideario democrático de Madero —con el
que inicia la Revolución de 1910—, y por
numerosos profesionales e intelectuales.
Su programa reivindicaba, al igual que el
del PNR, los contenidos de la Revolución,
y avanzaba, sin duda, en cuanto a sus
postulados democráticos. Al respecto, nos
dice Córdova que sólo Vasconcelos trató
de establecer reglas claras y actuó en consecuencia, tratando de anticipar medio si-
RIFP/8(1996)
CRITICA DE LIBROS
glo antes lo que algún día sería el Pacto
de la Moncha* Sin embargo, no había
condiciones de equilibrio político entre
los contendientes, ni Vasconcelos se percató que su adversario, el hombre fuerte
con el partido oficial, no tincaba necesariamente su poder en las malas artes o en
sus fuerzas siniestras, sino fundamentalmente en la manera de forjar alianzas con
los líderes menores de las masas al hacerlos partícipes de su poder, y en su gran
habilidad y eficacia para manipularías por
y para el poder, y en beneficio de sus
mismas fuerzas. Pasarían aún muchas décadas en México, antes de poner en la
mesa de la discusión los métodos y el tipo
de acuerdos que pueden establecerse para
caminar hacia la democracia. El periodo
del maximato fue, en realidad, el periodo en el que una cultura política autoritaria comenzó a tener mayor raigambre.
Dadas las características de la política
conservadora del maximato, al lograr una
hegemonía indiscutible de los revolucionarios, el poder político se aisló de la sociedad con el fin de obtener y fincar su
fuerza en un Estado que, aunque no acababa de legitimarse y obtener el consenso
de la sociedad, dejaba claro que su fuerza
radicaba en .su función como organizador
del esfuerzo colectivo. Y esto fue así, bajo
la idea de la política de conciliación, por
una parte, y la del control y coordinación
de las relaciones sociales, por la otra. Una
relación paradójica, debido a que la conciliación se apoyó en la idea callista de
que la Revolución ofrecía un gobierno
para todos, asociada a la tarea común de
la reconstrucción nacional, por la que se
exhortó a la cooperación, pero que encerraba el imperativo de la legalidad revolucionaria, coordinada por el Estado y regida por él. Entonces, se trataba de cerrar las filas en torno al Estado de la Re* Cfr. p. 86.
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volución, que, nos dice el autor, «sólo vería ante sí ciudadanos que trabajan y producen: las clases quedan abolidas, como
un "perjuicio" ahora innecesario» {ibid.,
p. 125). En este sentido, el gobierno creó
marcos normativos idóneos, en el terreno
laboral —recogiendo esta gran tradición
mexicana—, para dar la protección que
los empresarios demandaban del Estado
y, a su vez, para garantizar los derechos
laborales que exigían los trabajadores. Un
buen ejemplo fue la Ley Federal del Trabajo que, si bien permitía regular los conflictos laborales entre obreros y empresarios, el Estado se reservaba la facultad de
ser el arbitro y director para la conciliación de cualquier conflicto que surgiera
de esta relación. En contrapartida a este
esfuerzo colectivo, el gobierno de Ortiz
Rubio daba por terminada la reforma
agraria y, por tanto, los repartos, con el
apoyo de Calles. Nada más elocuente
para calmar los temores de las clases propietarias y crear un ambiente de seguridad. El rumbo de la Revolución, en cuanto a la reforma agraria, cambiaba al objetivo de la producción más que al de «hacer justicia». Por supuesto queda sujeto
este sentido pragmático a la lógica económica que requería la reconstrucción nacional, ya que la conciliación social tuvo
el sentido de la justicia cumplida.
La historia de este primer momento del
maximato estuvo alejada de la posibilidad
de crear un acuerdo civilizado del régimen con la sociedad, con el que se podría
no sólo cancelar la confrontación violenta,
sino convertirla en algo del todo inútil.
Como se apuntará, en la sociedad recayó
con gran fuerza la persecución, represión
y desarticulación por parte del Estado de
las organizaciones de masas obreras y
campesinas, lo cual llevaría a cualquier
tipo de régimen, menos al democrático.
La paz en México se restituía con el
exterior, principalmente con el gobierno
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CRÍTICA DE LIBROS
norteamericano. A partir del maximato un
nuevo trato diplomático se establece entre
ambos gobiernos, al abrirse una etapa de
negociación y arreglo, y establecer principios para una fuerte política internacional que, de ahí en adelante, le daría al
Estado revolucionario la tranquilidad de
que su existencia no sería amenazada. Cobró vigor la Doctrina Estrada que postula la convivencia razonada y racional entre las naciones. Los actores importantes
en este proceso fueron Calles y el embajador D.W. Morrow, y después el embajador J. Daniels.
m
El 31 de enero de 1931, Luis Cabrera,
hombre revolucionario y uno de los principales inspiradores del ideario de la Revolución, dicta una conferencia dirigida a
los grupos gobernantes, en la que hace
una autocrítica rigurosa y un balance de
la Revolución. Muestra la ineficacia de
los regímenes revolucionarios para resolver los grandes problemas del país y pone
de relieve la crítica fundamental, ai aclarar que en México no existía un régimen
político en el que imperara la libertad, el
derecho y la democracia. «La Revolución
económica y social de México no puede
consolidarse sin una reforma política que
permita la participación de los mexicanos» (ibid, p. 196) sin las libertades. Asimismo, pone especial énfasis en el papel
de las reformas sociales. Al respecto comenta que, mientras éstas se sostengan
por medios dictatoriales, no se podrán
mantener ni consolidar, y tarde o temprano se abandonarían. Esta crítica, que Córdova destaca especialmente, toca un punto nodal en el que ha insistido a lo largo
de sus estudios; si las reformas sociales
han sido un deber para los regímenes posrevolucionarios, en el caso de Calles, su
preponderancia será crucial no sólo como
186
un eficaz instrumento de control del conflicto para dar estabilidad y con ello asegurar el desarrollo. Se trata de un principio para dar cauce a la política institucional que retomará, en toda su dimensión.
Cárdenas. El recurso a las reformas ha
sido el instrumento eficaz de los gobiernos para poder llevar a cabo el desarrollo,
en aras del bienestar social, pero en realidad ha funcionado como el mejor mecanismo de dominación política, cuyos resultados, que en algo benefician a sectores
amplios de la sociedad, apunta Córdova,
siempre son mezquinos. Las reformas sociales son el otro elemento del pacto que
permite lograr un punto de equilibrio y de
inclusión de los sectores más representativos en la estructura partidaria, subordinada al poder de la burocracia estatal y de la
institución presidencial.
En el apartado de la sociedad civil en
la crisis, Córdova muestra de manera clara el dinamismo político de los movimientos sociales ante la lógica de la institucionalidad del maximato. En este contexto la crítica de Luis Cabrera apuntaba
hacia uno de los rasgos claves de la vida
política en México y de su Estado, en
donde el poder sometió por entero a la sociedad; un orden impuesto por el Estado
sin reglas escritas, que tuvo como rehén a
la sociedad y, por tanto, careció de su
consenso. La tendencia, ya mencionada,
era hacia su fragmentación. Los movimientos de masas vivieron, en este periodo, un desprecio por parte del régimen,
debido a su política conservadora. Las organizaciones que sufrieron esto, entre
otras, fueron, el Partido Nacional Agrarista, integrado por los campesinos a los que
acabaron desarmando, y la Confederación
Regional Obrera Mexicana (CROM), de
los trabajadores, que fungieron como apoyos de los viejos actores políticos en pugna. Pero, a la vez, muchos grupos sociales
demostraron gran fuerza en sus luchas
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CRITICA DE LIBROS
para reivindicar sus derechos. La lógica
de la institucionalidad era inclusiva desde
la palestra de las reformas sociales, y de
ella saldría la idea de la unificación, pero
excluyeme de todo lo que no jugara dentro de sus propios límites. Éste es el movimiento de la construcción del Estado
mexicano a partir de la década de los
treinta. Corren paralelamente la fuerza del
Estado, que se enfrenta a la resistencia o
«reacción» de los movimientos de masas
para su inclusión, destruyendo la base de
sus poderes locales, y aquéllos, a su vez,
tratan por todos los medios de unirse para
formar un solo frente de lucha, libre de
las direcciones oportunistas de los grupos
hegemónicos revolucionarios. El movimiento, desde arriba, venía desde el PNR,
como órgano de gobierno prepotente, arbitrario y con actitud de desprecio a las
masas, lo cual indujo a los trabajadores a
llevar a cabo su unificación, con autonomía de los poderes del Estado y de su
«política», «separando» tajantemente su
lucha de unificación como la lucha sindical, de la lucha política. En todo este proceso una nueva generación de dirigentes
sindicales y de masas abriría el camino de
la consolidación del Estado. En ella hay
figuras claves para el movimiento de unificación y posterior consolidación del Estado, como lo fue el líder obrero Lombardo Toledano, introductor del socialismo
en el país, y cuya labor culminará con la
fundación de la Confederación de Trabajadores de México (CTM) en 1936. Lo
cierto es que también otros grupos importantes sufrieron la represión gubernamental, los comunistas por ejemplo. Su actitud
fue de ruptura total con el gobierno, y no
hubo sitio para ningún tipo de entendimiento. No obstante, tuvieron un papel
singular que permitiría influir en los procesos de unificación que comenzaron a
darse a partir de 1933.
Los otros grupos sociales restantes, emR I F P / 8 (1996)
presarios e Iglesia católica, guardaron un
lugar diferente en relación al Estado. A
los primeros, el Estado les dio más protección, al establecer las condiciones para
que lograran constituirse como grupo homogéneo a través de varias confederaciones. El Estado necesitaba que sus interlocutores estuviesen organizados para los
propósitos del desarrollo nacional y, de
esta manera, lograr alianzas para la producción. Por su parte, la Iglesia, después
del conflicto cristero de fines de los años
veinte, se encontraban en una etapa en la
que sólo pretendían, comenta el autor, tener un lugar en la nueva sociedad política,
de ahí que su entendimiento con el gobiemo se enfocara a lograr ese objetivo.
Por último, a la masonería se le confiere
un lugar preponderantemente solidario
con el Estado, al grado de que Portes Gil
declarara que el Estado y la masonería en
los útimos tiempos ha sido la misma cosa,
al identificarse con los principios revolucionarios. Su estudio, con más profundidad, podría indicar las redes y los contrapesos en el equilibrio de este pacto institucional.
rv
En un contexto social y político convulsionado, y con los efectos de la crisis económica de 1929 sobre el país, el PNR inicia la etapa de consolidación del pacto, en
aras de alcanzar un punto de equilibrio
entre el poder central y las élites locales.
Podemos considerar dos eventos importantes que permiten ver el proceso. Al interior del PNR el papel de Calles y, posteriormente, cuando Lázaro Cárdenas es
presidente del partido. Y, en el gobierno,
la llegada a la presidencia de Abelardo
Rodríguez, de 1932 a 1934, con la que se
inicia una etapa de creación de instituciones, y de una administración más eficaz
del gobierno.
187
CRÍTICA DE LIBROS
Calles tuvo presente que el eficaz logro
de un nuevo arreglo institucional y que el
PNR lo ejerciera, implicaba ir más allá de
sus alianzas locales, que organizaban su
estructura regional, con las que inicia el
pacto. El verdadero apogeo de su dominio
político, sólo podía llegar en la medida
que este órgano sirviera más allá de los
procesos electorales —en los que debía
echar mano de su estructura—, para dar
paso a una cúspide mayor de dominación:
la institución presidencial. La fortaleza de
esta dominación institucional, residía en la
tarea política del partido, es decir, en lograr que sus propios integrantes entendieran la plataforma de principios revolucionarios y los llevaran a la práctica para tener capacidad de penetración en las masas,
y con ello lograr consensos o convencimientos sociales. Calles explicaba que esto
significaba llevar a cabo acciones que
crearan una «opinión revolucionaria» en
las mayorías. Muchos integrantes de la familia revolucionaria no comprendieron el
planteamiento de Calles; el partido oficial
continuaba siendo un campo de lucha de
los grupos de los poderes locales, Pero hay
que agregar, también, que pesar de su
idea, el propio Calles no pudo llevaría a
cabo del todo, ya que jugó a debilitar y
enfrentar a los adversarios para ocupar la
posición central. Las masas, perseguidas y
despreciadas, preferían organizarse al margen del Estado Revolucionario y de su sindicalismo oficia! en descomposición, adquiriendo tal fuerza en su surgimiento indef)endiente que el nuevo organismo que
impulsan, la Confederación General de
Obreros y Campesinos (CGOCM), antecedente de la CTM, logra efectuar un viraje
para hacerse valer por su calidad ideológica, por su conjunto v. ¿rico y no por los
hombres que la dirigían. íista organización
creció con gran autoridad moral y política,
y Cárdenas la supo incoqx)rar para su proyecto de formación del nuevo Estado.
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El singular papel que tuvo Abelardo
Rodríguez en la presidencia fue ampliamente aprovechado por el cardenismo, al
crear, como bien señala Córdova, un gobierno institucional e institucionalizador.
Esto es, por una parte, «reinventa el concepto de cooperación, entendiendo por él
una especie de concurso obligado de todas las fuerzas económicas de la nación
[...] [para] aumentar la producción y el intercambio» (ibid., p. 325). Por la otra, el
Estado retoma la dirección de la sociedad
por medio de organismos estatales o de
composición mixta, al fundar instituciones
financieras nacionales, e instrumentos legales, con carácter federal, como fue el
caso del Código Agrario, lo que permitió
reabrir el proceso de la reforma agraria,
que se había dado por concluido. También, dentro de este orden de cosas, el gobierno estableció el salario mínimo e instituciones como Petromex y la Comisión
Federal de Electricidad, para el control federal de los energéticos. Y, como un factor esencial, jugó aliado a las fuerzas que
el cardenismo comenzaba a tener, sin disputarte a Calles su lugar como arbitro de
la política mexicana. Su poder lo fincó en
realizar una buena administración.
Al llegar Cárdenas a la presidencia del
PNR, en octubre de 1930, sabía que el
partido no era un partido de masas sino
de clanes políticos para conquistar el poder. Emprendió, pues, la tarea de su verdadera construcción política, seguro de
que la estrategia política que había experimentado durante su gobierno en el estado
de Michoacán daría resultados para convertirio en un partido de masas. Para él, la
mayor empresa, por tanto, era la de edificar el Estado Revolucionario, y esto sena
posible si las propias masas se organizaban y unificaban por su cuenta. Así había
aprendido a gobernar y contar con su apoyo. El camino no era organizarías al interior del partido, era indispensable que
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CRITICA DE LIBROS
ellas mismas lucharan por sus demandas.
De esta manera, si un partido y el gobierno lograban que esta lógica imperara en la
organización de las masas, podía legitimar
su poder en el seno de la sociedad.
En 1934 como candidato presidencial
recupera la fuerza de esa lógica en su
Plan Sexenal, al reivindicar el programa
social, político y económico de la Revolución, sin agregar nada al ideario original,
para resolver los tres problemas básicos:
el agrario, el laboral y el educativo.
Cárdenas logra conciliar programas con
reivindicaciones, de tal suerte que las
coincidencias programáticas entre el Plan
y los reclamos del movimiento de masas
independiente se vieron fortalecidas.
Una de las cuestiones que están a la
base de esta nueva concepción institucional de la política, es la posibilidad de que
los grupos de obreros, de campesinos, de
maestros, de jóvenes y mujeres, entre
otros, pudieran acceder de manera libre e
independiente a la unificación y a su organización, lo cual fue el antídoto al caudillismo y al poder sin límites de los líderes locales.
La obra de gobierno para todos que
Cárdenas tenía como propósito, contaba
con un criterio distintivo para la constitución y reproducción del orden social, y
que recogía de la concepción de la política del callismo. Esto es, la idea de que la
cooperación y el esfuerzo colectivos se-
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rían la palanca para el desarrollo de la economía nacional y que el Estado dirigiría
su rumbo. Construir este tipo de poder estatal fue la clave del verdadero poder político de la Revolución institucionalizada.
Con todos estos anclajes políticos se
anunciaba la entrada a un tipo de acuerdo
o pacto «corporativo», cuyo sentido cooperativista permitiría hacer posible el Estado que la Revolución había anunciado.
Con una visión distinta a los estudios
que hasta antes de esta obra se cuentan
del maximato, este libro aporta una visión que enriquece la comprensión del
origen del poder mexicano, de la construcción de un pacto y su ejercicio. Por
ello, resulta actual seguir desentrañando
el carácter de dicho pacto, de esa institucionalidad, ya que riñe con la lógica de
nuestros días, en la que son múltiples los
esfuerzos por crear arreglos modernos,
basados en procedimientos democráticos. No sabemos si el camino hacia el
puerto de la democracia está aún lejos,
pero lo estará más aún si no continuamos desentrañando la lógica con la que
el pacto del maximato fincó nuestro
modo mexicano de hacer política.
Y, por fortuna, la obra de gran aliento
de Córdova, promete continuar con la interpretación de las claves políticas de las
instituciones revolucionarias del periodo
de Lázaro Cárdenas.
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