Dominicos | Orden de Predicadores Homilías Ciclo B La Sagrada Familia 28/12/2014 Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Introducción Todos experimentamos el carácter eminentemente familiar que tienen en nuestra cultura estas fiestas navideñas. La familia se ha considerado siempre en la tradición cristiana como el agente de las primeras catequesis, la cuna de los nuevos cristianos, el contexto para nacer a la fe y crecer en ella. A la Iglesia siempre le han gustado las fiestas familiares. Sabe que es una institución delicada, muy amenazada desde dentro de sus componentes y desde fuera; es necesario fortalecerla. Y la fiesta es un factor de fortalecimiento de lo que se celebra, y de unión entre los celebrantes. Es lógico y conveniente en ese ambiente familiar de la Navidad introducir una reflexión sobre la familia mirando a la que forman María, José y el Niño Jesús. Fray Juan José de León Lastra Licenciado en Teología Lecturas Lectura del libro del Eclesiástico 3, 2-6.12-14 Dios hace al padre más respetable que a los hijos y afirma la autoridad de la madre sobre su prole. El que honra a su padre expía sus pecados, el que respeta a su madre acumula tesoros; el que honra a su padre se alegrará de sus hijos y, cuando rece, será escuchado; el que respeta a su padre tendrá larga vida, al que honra a su madre el Señor lo escucha. Hijo mío, sé constante en honrar a tu padre, no lo abandones mientras vivas; aunque chochee, ten indulgencia, no lo abochornes mientras vivas. La limosna del padre no se olvidará, será tenida en cuenta para pagar tus pecados. Sal 127, 1-2. 3. 4-5 R. Dichosos los que temen al Señor y siguen sus caminos. Dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos. Comerás del fruto de tu trabajo, serás dichoso, te irá bien. R. Tu mujer, como parra fecunda, en medio de tu casa; tus hijos, como renuevos de olivo, alrededor de tu mesa. R. Ésta es la bendición del hombre que teme al Señor. Que el Señor te bendiga desde Sión, que veas la prosperidad de Jerusalén todos los días de tu vida. R. Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses 3, 12-21 Hermanos: Como elegidos de Dios, santos y amados, vestíos de la misericordia entrañable, bondad, humildad, dulzura, comprensión. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo. Y por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada. Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón; a ella habéis sido convocados, en un solo cuerpo. Y sed agradecidos. La palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; corregíos mutuamente. Cantad a Dios, dadle gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos inspirados. Y, todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él. Mujeres, vivid bajo la autoridad de vuestros maridos, como conviene en el Señor. Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas. Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, que eso le gusta al Señor. Padres, no exasperéis a vuestros hijos, no sea que pierdan los ánimos. Lectura del santo evangelio según san Lucas 2, 22-40 Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones.» Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: –«Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.» Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: – «Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma.» Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén. Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba. Comentario bíblico Primera lectura: (Eclesiástico 3,3-7. 14-17a) Marco: Es la primera parte del Eclesiástico: la naturaleza y beneficios de la sabiduría. La existencia individual y comunitaria del hombre creyente se funda en la confianza divina. Reflexiones 1ª) ¡Es urgente recuperar el sentido de la honra a los padres! Dios hace al padre más respetable que a los hijos y afirma la autoridad de la madre. La Escritura fundamenta las relaciones de los hijos con los padres en una verdad sólida: son los colaboradores inmediatos de Dios en la transmisión de la vida. Y la vida es un bien irrenunciable. Esta proyección de la vida comunitaria que existe en Dios (Uno y Tres) al crear al hombre y a la mujer es el fundamento más sólido de la familia y del matrimonio. Era una concepción primitiva, pero muy sólida (cf. Ef 6,3). Es necesario volver a las raíces de la familia según el proyecto de Dios entendida como una comunidad de vida y de amor. La autoridad de los padres hay que entretejerla con un sincero y generoso diálogo entre todos. Si todos son escuchados y atendidos, la familia crece con fuerza, espe¬cialmente hoy que se anhelan espacios cálidos de intercomu¬nica¬ción. 2ª) ¡Respeto y ternura para con los padres! El que honra a su padre expía los pecados, el que respeta a su madre acumula tesoros... Dios ha relaciona¬do su bendición con los grandes momentos de su obra: bendijo a nuestros primeros padres, a Noé, a Abrahán, etc. Esta bendición es eficaz por sí misma. Hoy se diría que es performa¬tiva, es decir, operante, dinámica y eficaz. También a la familia la ha enriquecido con una bendición. La familia es para Dios algo muy entrañable, es el reflejo de su propia vida íntima en la eternidad: tres y uno a la vez. La bendición se vive en la comunión y ternura de unos con otros. La Escritura recuerda una realidad que debió darse entonces con cierta frecuencia: en la antigüedad también llegaban momentos en que los padres eran un obstáculo para el desenvolvi¬miento de ciertos proyectos de los hijos. La autoridad paterna y materna se vuelven ahora como una súplica a los hijos. La Iglesia siempre ha manifestado seria preocupación por esta célula básica de la sociedad y de la propia Iglesia, que es la familia. Segunda lectura: (Colosenses, 3,12-21) Marco: El contexto es la vida nueva en Cristo. Es la sección moral en que se recogen las exigen¬cias de la vida cristiana y toda una serie de recomen¬daciones concretas para la conviven¬cia familiar. La fuente de toda moral cristiana es la unión con Cristo resucitado. Reflexiones 1ª) ¡Una comunidad de vida y de amor animada por la misericor¬dia, la bondad, la dulzura y la comprensión! Sea vuestro uniforme: la misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura, la comprensión. Re¬cuerda algunas de las cualidades bajo la imagen del "unifor¬me", es decir, aquello que identifica a una persona como singular y bien definida: la misericordia, la bondad, la dulzura y la compren¬sión. La miseri¬cordia ha sido elevada por Jesús a una de sus más bellas congratulacio¬nes o bienaventuranzas: Dichosos los misericordiosos porque Dios tendrá misericordia de ellos (Mt 5,7). Una bienaventuran¬za se mueve entre la dificultad y la promesa gozosa. La miseri¬cordia es un atributo característico de Dios. Dios es misericor¬dioso perdonando generosamente el pecado del hombre y acogiendo con tiernísimo afecto. Esta realidad hace de la familia una auténtica comunidad de vida y de amor verdadera¬mente feliz. Dios nos quiere felices en la familia. También la dulzura o la no-violencia es objeto de otra bienaventu¬ranza de Jesús: Dichosos los no-violentos porque ellos poseerán la tierra (Mt 5,5). Y lo mismo podría decirse de la bondad y de la compren¬sión. En un mundo agresivo y violento es necesaria la familia animada por estas cualidades. En un hogar moderno, pero auténtico, todos se acogen mutuamente en la dulzura y la misericordia en los gestos y en las palabras. 2ª) ¡El amor, el perdón y la paz, secretos de una familia en comunión! Perdonaos cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado haced vosotros lo mismo. El perdón y la reconciliación se encuentran en la entraña misma de la obra de Jesús (Jn 1,36). La historia de la salvación nos recuerda con frecuencia la presencia y las manifestaciones del pecado en el mundo, una realidad nunca querida por Dios que destruye al hombre y lo deshumaniza. El modelo del perdón permanente, que todos los miembros de la familia necesitan conceder y recibir, es el reflejo y el resultado del perdón conseguido a través de Cristo. Los miembros de las familias deben estar muy atentos a sus propias debilidades y a las debilidades de los demás. Por eso necesitan ser muy generosos en ofrecer el perdón (hasta setenta veces siete cada día) y recibirlo son sencillez y sinceridad. Cada vez que cualquiera nos diga "lo siento" hemos de reaccionar con el perdón generoso y gratuito, como lo es el que se nos concede a nosotros. Por encima de todo esto, el amor que es el ceñidor de la unidad consumada. Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón. El amor, motor de toda la historia de la salvación, se manifies¬ta de una forma definitiva y totalmente gratuita en la cruz. San Juan cuando quiso interpre¬tar este aconteci¬miento nos enseñó que nadie tiene amor más grande que el que está dispuesto a dar su vida por sus amigos (Jn 15,12ss). No es posible el amor fraterno sin la experiencia sincera del amor que Dios nos tiene. En ella aprendemos la gratuidad y la felicidad de sentirse amados por Dios. La Palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; exhortaos mutuamen¬te. Sólo si los miembros de la familia se deciden por un amor generoso y universal será posible la verdadera comunión y felicidad de todos y de cada uno. Evangelio: (Lucas 2,22-40) Marco: Este relato recoge varias escenas: la decisión de María y de José de llevar al Niño al templo «según la ley de Señor»; Simeón, símbolo del pueblo de la esperanza, movido por el Espíritu; su cántico; sus palabras sobre el futuro de Jesús y sobre el camino de María. Reflexiones 1ª) ¡Según la Ley de Moisés! Llevaron a Jesús a Jerusalén, para presentarlo al Señor. María y José se conducen por la Palabra de Dios expresada en su Escritura porque en ella habla Dios, se expresa su voluntad. Por eso se ponen en marcha guiados por la lámpara de la Palabra. Eso entonces. Y ahora la Iglesia es invitada a seguir el mismo camino iluminada por la palabra mientras camina por un lugar tenebroso y sembrado de dificulta¬des. Los creyentes poseen esta Palabra que los ilumina en un mundo en el que reciben las ondas de múltiples mensajes que no aportan la salvación ni la felicidad profunda y duradera. Es la primera lección de este entrañable pero profundo aconteci¬miento. 2ª) ¡Simeón es un modelo de la esperanza del pueblo movido por el Espíritu! Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón... El Segundo Isaías describe la acción salvadora de Dios en favor de su pueblo postrado en el exilio de Babilonia como una consolación: Consolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios, hablad al corazón de Jerusa-lén... (Is 40,1ss) Es un tema entrañable para Lucas que proyecta y refleja en este relato del justo Simeón: representa la esperanza de un pueblo cumplida en Jesús, en su ministe¬rio y en el misterio pascual, y proyectada a todos los lugares, a todas las gentes y a todos los pueblos por la fuerza del Espíritu. Simeón representa el punto de llegada de un pueblo movido por la esperanza en las promesas de Dios y el punto de partida de un pueblo animado por el cumplimiento de las promesas en Jesús ya aunque todavía no plenamen¬te. El creyente, el discípulo de Jesús, hoy es invitado a ser testigo de esperanza en medio de un mundo necesitado de ella. Hoy es necesaria la experiencia de la fidelidad de un Dios que no falla a sus promesas. Necesita de Jesús, esperanza de la humanidad entera. 3ª) ¡Puedes dejar a tu siervo irse en paz porque ha visto a tu Salvador! Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz; porque mis ojos han visto a tu salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: Luz para alumbrar a las naciones y Gloria de tu pueblo Israel. Es un apretado himno desbordante de contenido. Simeón, represen¬tante del pueblo que espera la consolación de Dios, expresa gráficamen¬te la plenitud de su espera. No es la etapa final de una vida privada, sino la etapa final de lo que representa: de un pueblo. Por otra parte, al dirigirse al Niño reconoce en él tres grandes realidades atribuidas al Dios de Israel: Salvador, Luz y Gloria que ahora se transfieren a Jesús (que fue revelado a través del aconteci¬miento pascual). Este himno canta al Dios que se ha manifestado Salvador y poderoso en el acontecimiento de Jesús en quien se cumplie¬ron todas las promesas. Los creyentes tienen un punto de referencia para descubrir a Jesús como alguien que salva, libera, ilumina y da sentido a una vida abierta al futuro. 4ª) ¡Bandera discutida y espada que discierne! Será como una bandera discutida. Esa fue la historia real de Jesús en su ministerio y hasta la muerte. Esta experiencia de la vida de Jesús se retroproyecta* hasta la infancia presentada en forma de profecía y anuncio. La persona y el mensaje de Jesús provocan una «criba», un «discernimiento» entre los hombres: o con él o contra él. Así fue entonces y sigue siendo ahora a través de la Iglesia y de sus discípulos. Somos llamados, a través de nuestra fidelidad al Evangelio, a provocar entre los hombres un discernimiento constante. El secreto está en nuestra fidelidad perseverante al Evangelio. He ahí nuestra vocación, nuestra tarea y nuestro compromi¬so y nuestra felicidad. Y a ti una espada te traspasará el alma. La Palabra de Dios será durante toda la vida de María una espada de doble filo que la conducía siempre a mayores profundidades en su adhesión a Jesús. El «hágase» de la anunciación fue para ella un faro que dirigió sus pasos toda la vida. Su maduración íntima fue en crecimiento constante, no exento de dificultades, tentaciones y pruebas. Es el modelo ejemplar del pueblo de Dios de antaño y de la Iglesia. Y es un modelo y una maestra en esta tarea para los creyentes de hoy inmersos en un mundo hostil y agresivo contra los valores verdaderamente humanos y éticos. María sigue proclamando que podemos imitarla refiriéndonos siempre a la Palabra de Dios que purifica, ilumina y da plenitud de sentido a nuestra historia. Fr. Gerardo Sánchez Mielgo Convento de Santo Domingo. Torrent (Valencia) Este comentario está incluido en el libro: La Palabra fuente de vida. Ciclo A. Editorial San Esteban, Salamanca 2004. La tradición litúrgica reserva este primer domingo después de Navidad a la Sagrada Familia de Nazaret. El tiempo de Nazaret es un tiempo de silencio, oculto, que deja en lo recóndito de esa ciudad de Galilea, desconocida hasta que ese nombre aparece por primera vez en el relato de la Anunciación de Lucas y en el evangelio de hoy, una carga muy peculiar de intimidades profundas. Es ahí donde Jesús se hace hombre también, donde su personalidad psicológica se cincela en las tradiciones de su pueblo, y donde madura un proyecto que un día debe llevar a cabo. Sabemos que históricamente quedan muchas cosas por explicar; es un secreto que guarda Nazaret como los vigilantes (Nazaret viene del verbo nasar, que significa vigilar o florecer; el nombre de Nazaret sería flor o vigilante). En todo caso, Nazaret, hoy y siempre, es una sorpresa, porque es una llamada eterna a escuchar la voz de Dios y a responder como lo hizo María. Iª Lectura: Eclesiástico (3,3-7;14-17): El misterio creador de ser padres La primera lectura de este domingo está tomada del Ben Sirá o Eclesiástico. Tener un padre y una madre es como un tesoro, decía la sabiduría antigua, porque sin padre y sin madre no se puede ser persona. Por eso Dios, a pesar de que lo confesamos como Omnipotente y Poderoso, no se encarnó, no se acercó a nosotros sin ser hijo de una madre. Y también aprendió a tener un padre. La familia está formada por unos padres y unos hijos y nadie está en el mundo sin ese proceso que no puede reducirse a lo biológico. No tenemos otra manera de venir al mundo, de crecer, de madurar y ello forma parte del misterio de la creación de Dios. Por eso el misterio de ser padres no puede quedar reducido solamente a lo biológico. Eso es lo más fácil, y a veces irracional, del mundo. Ser padres, porque se tienen hijos, es un misterio de vida que los creyentes sabemos que está en las manos de Dios. Como el relato de Lucas estará centrado en la respuesta de Jesús a “las cosas de mi Padre”, se ha tenido en cuenta el elogio del padre humano de Jesús, que no es otro que José, tal como se le conocía perfectamente en Nazaret. Aunque Jesús, o Lucas más bien, ha querido decir que el “Padre” de Jesús es otro, no se quiere pasar por alto el papel del “padre humano” que tuvo Jesús en Nazaret. Incluso la arqueología nos muestra esa casa de José dónde se llevó a María; donde Jesús vivió con ellos hasta que, contando como con unos treinta años, abandonó su hogar para dedicarse a la predicación del Reino de Dios; donde posteriormente se reúne una comunidad judeo-cristiana para vivir sus experiencia religiosas. IIª Lectura: Colosenses (3,12-21): Los valores de una familia cristiana II.1. La lectura de este domingo es de Colosenses y está identificada en gran parte como un “código ético y doméstico”, porque nos habla del comportamiento de los cristianos entre sí, en la comunidad. Lo que se pide para la comunidad cristiana -misericordia, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia-, para los que forman el “Cuerpo de Cristo”, son valores que, sin mayor trascendencia, deben ser la constante de los que han sido llamados a ser cristianos. Son valores de una ética que tampoco se pueda decir que se quede en lo humano. No es eso lo que se puede pedir a nivel social. Aquí hay algo más que los cristianos deben saber aportar desde esa vocación radical de su vida. La misericordia no es propio de la ética humana, sino religiosa. Es posible que en algunas escuelas filosóficas se hayan pedido cosas como estas, pero el autor de Colosenses está hablando a cristianos y trata de modificar o radicalizar lo que los cristianos deben vivir entre sí; de ello se deben “revestir”. II.2. El segundo momento es, propiamente hablando, el “código doméstico” que hoy nos resulta estrecho de miras, ya que las mujeres no pueden estar “sometidas” a sus maridos. Sus imágenes son propias de una época que actualmente se quedan muy cortas y no siempre son significativas. Todos somos iguales ante el Señor y ante todo el mundo, de esto no puede caber la menor duda. El código familiar cristiano no puede estar contra la liberación o emancipación de la mujer o de los hijos. Por ser cristianos, no podemos construir una ética familiar que esté en contra de la dignidad humana. Pero es verdad que el código familiar cristiano debe tener un perfil que asuma los valores que se han pedido para “revestirse” y construir el “cuerpo de Cristo”, la Iglesia. Por tanto, la misericordia, la bondad, la humildad, la mansedumbre y la paciencia, que son necesarias para toda familia, lo deben ser más para una familia que se sienta cristiana. Si los hijos deben obedecer a sus padres, tampoco es por razones irracionales, sino porque sin unos padres que amen y protejan, la vida sería muy dura para ellos. Evangelio: Lucas (2,41-52): "Las cosas de mi Padre" III.1. Esta escena del evangelio, “el niño perdido”, ha dado mucho que hablar en la interpretación exegética. Para los que hacen una lectura piadosa, como se puede hacer hoy, sería solamente el ejemplo de cómo Jesús es “obediente”. Pero la verdad es que sería una lectura poco audaz y significativa. El relato tiene mucho que enseñar, muchas miga, como diría algún castizo. Es la última escena de evangelio de la Infancia de Lucas y no puede ser simplemente un añadido “piadoso” como alguno se imagina. Desde el punto de vista narrativo, la escena de mucho que pensar. Lo primero que debemos decir que es hasta ahora Jesús no ha podido hablar en estos capítulos (Lc 1-2). Siempre han hablado por él o de él. Es la primera palabra que Jesús va a pronunciar en el evangelio de Lucas. III.2. El marco de referencia: la Pascua, en Jerusalén, como la escena anterior del texto lucano, la purificación (Lc 2,22-40), dan mucho que pensar. Por eso no podemos aceptar la tesis de algunos autores de prestigio que se han aventurado a considerar la escena como un añadido posterior. Reducirla simplemente a una escena anecdótica para mostrar la “obediencia” de Jesús a sus padres, sería desvalorizar su contenido dinámico. Es verdad que estamos ante una escena familiar, y en ese sentido viene bien en la liturgia de hoy. El que se apunte a la edad de los doce años, en realidad según el texto podríamos interpretarlo “después de los doce”, es decir, los treces años, que es el momento en que los niños reciben su Bar Mitzvá (que significa=hijo del mandamiento) y se les considera ya capaces de cumplirlos. A partir de su Bar Mitzvá es ya adulto y responsable de sus actos y de cumplir con los preceptos (las mitzvot). No todos consideran que este simbolismo esté en el trasfondo de la narración, pero sí considero que se debe tener en cuenta. De ahí que se nos muestre discutiendo con los “los maestros” en el Templo, al “tercer día”. Sus padres –habla su madre-, estaban buscándolo angustiados (odynômenoi). En todo caso, las referencias a los acontecimientos de la resurrección no deben dejar ninguna duda. Este relato, en principio, debe más a su simbología de la pascua que a la anécdota histórica de la infancia de Jesús. Por eso mismo, la narración es toda una prefiguración de la vida de Jesús que termina, tras pasar por la muerte, en la resurrección. Esa sería una exégesis ajustada del pasaje, sin que por ello se cierren las posibilidades de otras lecturas originales. Si toda la infancia, mejor, Lc 1-2, viene a ser una introducción teológica a su evangelio, esta escena es el culmen de todo ello. III.3. Las palabras de Jesús a su madre se han convertido en la clave del relato: “¿no sabíais que debo ocuparme de las cosas de mi Padre?”. Yo no estaría por la traducción “¿no sabíais que debo estar en la casa de mi padre?”, como han hecho muchos. El sentido cristológico del relato apoya la primera traducción. Jesús está entre los doctores porque debe discutir con ellos las cosas que se refieren a los preceptos que ellos interpretan y que sin duda son los que, al final, le llevarán a la muerte y de la muerte a la resurrección. Es verdad que con ello el texto quiere decir que es el Hijo de Dios, de una forma sesgada y enigmática, pero así es. Como hemos insinuado antes, es la primera vez que Lucas hace hablar al “niño” y lo hace para revelar qué hace y quién es. Por eso debemos concluir que ni se ha perdido, ni se ha escapado de casa, sino que se ha entregado a una causa que ni siquiera “sus padres” pueden comprender totalmente. Y no se diga que María lo sabía todo (por el relato de la anunciación), ya que el mismo relato nos dirá al final que María: “guardaba todas estas cosas en su corazón” (2,51). Porque María en Lc 1-2, no es solamente María de Nazaret la muchacha de fe incondicional en Dios, sino que también representa a una comunidad que confía en Dios y debe seguir los pasos de Jesús. III.4. Y como la narración de Lc 2,41-52 da mucho de sí, no podemos menos de sacar otras enseñanzas posibles. Si hoy se ha escogido para la fiesta de la Sagrada Familia, deberíamos tener muy en cuenta que la alta cristología que aquí se respira invita, sin embargo, a considerar que el Hijo de Dios se ha revelado y se ha hecho “persona” humana en el seno de una familia, viviendo las relaciones afectivas de unos padres, causando angustia, no solamente alegría, por su manera de ser y de vivir en momentos determinados. Es la humanización de lo divino lo que se respira en este relato, como en el del nacimiento. El Hijo de Dios no hubiera sido nada para la humanidad si no hubiera nacido y crecido en familia, por muy Hijo de Dios que sea confesado (cosa que solamente sucede a partir de la resurrección). Aunque se deja claro todo con “las cosas de mi Padre”, esto no sucedió sin que haya pasado por nacer, vivir en una casa, respetar y venerar a sus padres y decidir un día romper con ellos para dedicarse a lo que Dios, el Padre, le pedía: anunciar y hacer presente el reinado de Dios. Es esto lo que se preanuncia en esta narración, antes de comenzar su vida pública, en que fue necesario salir de Nazaret, dejar su casa y su trabajo… Así es como se ocupaba de las cosas del Padre. Fray Miguel de Burgos Núñez Lector y Doctor en Teología. Licenciado en Sagrada Escritura Este comentario está incluido en el libro: Sedientos de su Palabra. Comentarios bíblicos a las lecturas de la liturgia dominical. Ciclos A, B y C. Editorial San Esteban, Salamanca 2009. Pautas María y José constituyen una familia: son esposos. María es la madre de Jesús; José, aunque no lo sea biológicamente, es quien, por encargo de Dios, ha de entregar su vida al amor a María y al cuidado y la educación de Jesús, es su padre. Nosotros la llamamos la Sagrada Familia. Toda familia tiene no poco de sagrado, se basa en el amor. “Dios nos amó primero”, dice san Juan. El amor está enraizado en Dios. Como también la nueva vida que surge en la familia. Todo hijo es un misterio que toma carne en la familia. Por tener un hijo se felicita a sus padres, porque supone el acontecimiento más gozoso que les puede acontecer. Pero es un gozo que implicará dolor, como vemos en el episodio del evangelio de la presentación del Niño en el templo. Los hijos también hay que padecerlos. La paternidad, la maternidad exigen renuncias. Se lo exigió a María y José. Ser padre es un reto, supone enfrentarse a situaciones de conflicto. Conflicto que puede surgir en las relaciones internas de la familia o bien por circunstancias externas que amenazan al hijo. Constatar esto no debe disuadir de tener hijos, como sucede con no poca frecuencia ante la presión de la comodidad burguesa en no pocos matrimonios jóvenes. Pero sí evitar la frivolidad ante una responsabilidad tan seria como es la de la paternidad. La primera lectura presenta las obligaciones de los hijos hacia los padres. La actitud de respeto, de atención, de piedad merece un premio. Ese premio será: expiar pecados”, “acumular tesoros”, ser la alegría a su vez de sus hijos, tener larga vida. También en nuestra sociedad será importante recordar esas obligaciones filiales. Pero desde la perspectiva cristiana no habría que quedarse en obligaciones o en presentarlas como buenas acciones que serán premiadas. La razón última y la verdaderamente humana y cristiana ha de ser que la relación del hijo hacia el padre ha de surgir del amor del que habla san Pablo en la segunda lectura. No se trata de cumplir una obligación o de buscar un premio, sino de llevar a la práctica unos sentimientos que son los propios de quien es producto de una relación amorosa que se continúa en el hogar donde ha crecido, agradecimiento, trato dulce, comprensión, bondad..., términos todos utilizados por el apóstol. Las actitudes de padres hacia los hijos y de los hijos hacia los padres han de pasar por la relación entre los esposos. Sabemos que sólo el amor constituye realmente el matrimonio. Un amor que hay que ir buscando día a día superando las limitaciones de la naturaleza humana y circunstancias que a veces son un declarado obstáculo para mantener el amor. Pues bien ese amor entre esposos es el generador normal del amor hacia los hijos y de éstos a sus padres. Si la familia, como ha dicho reiteradamente Pablo VI es la escuela del amor, esa escuela tiene como primera y esencial lección el amor conyugal. Nada estimula más a ser amados por sus hijos que el amor que existe entre los esposos. Y el amor de los padres a los hijos será una prolongación del amor muto entre ellos. No entrarán por tanto en rivalidad sobre quién ama más al hijo, quien es más querido por ellos. Nada puede sustituir en el proceso educativo de los hijos al amor entre los padres. El gran enemigo de la familia es la superficialidad. El tomarse realmente en serio lo que es juntar voluntades y afectos en el matrimonio y el tener hijos. Es la derivación del ambiente de epidermis en el que nos movemos a algo tan determinante de la felicidad y de la vida humana como es la familia. La aceleración de la vida, vivir es apresurarse, según se cree, y el deseo de satisfacción inmediata conlleva a no darse tiempo para pensar, reflexionar antes de actuar. A buscar los éxitos en el placer sin aceptar el esfuerzo. La fe puede ser también epidérmica: cuando exige renuncias se debilita. El amor necesita tiempo para convivir los que se aman, para escucharse, sentirse amando y amados, para disfrutar de la felicidad que genera. La familia es la “ocupación” primera de los que la forman. Es la preocupación más vital. Las Navidades parecen presentarse como el tiempo de las buenas relaciones, de actitudes cordiales, delicadas dentro del hogar. La Iglesia quiere que esas actitudes no respondan a convenciones sociales, a un querer cumplir con tradiciones familiares, sino a una necesidad de fortalecer algo que pertenece a la esencia de nuestra condición humana y cristiana: el amor, el amor entre los más próximos. Por ello recordamos y celebramos hoy una familia sencilla de Nazaret, en la que crece en estatura, sabiduría y gracia, al amparo de sus padres, el Hijo de Dios. Fray Juan José de León Lastra Licenciado en Teología Infantil Sagrada Familia - 28 de diciembre de 2014 Presentación en el templo Lucas 2, 22-40 Evangelio Cuando llegó el tiempo de la purificación de María, según la ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén, para presentarlo al Señor..... Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la Ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba Explicación María y José llevaron a Jesús al templo de Jerusalén, ocho días después de su nacimiento, para ofrecerlo al Señor Dios según la costumbre los judíos. Dieron gracias por el niño y entregaron como regalo dos palomas. Estaba por allí un anciano llamado Simeón que al ver al niño en brazos de su madre dijo: "¡Gracias a Dios porque estoy viendo con mis propios ojos a quien será luz para iluminar a nuestro pueblo y a todas las naciones de la tierra! Ya puedo morir en paz". © Orden de Predicadores 2014 www.dominicos.org