Rodrigo Elias Feijoada: Breve historia de una institución comestible “E l paladar no es tan universal como el hambre”, dijo Luís da Câmara Cascudo en 1968. El ilustre etnógrafo y el más importante folclorista del país se refería a un plato brasileño, tal vez el más típicamente brasileño: la feijoada. Para él, era necesaria una predisposición especial para apreciar los sabores de las comidas, así como para usufructuar todos los matices de ciertos vinos. En otras palabras, la gastronomía – e incluso la “simple” apreciación de la misma – presupone la educación de un importante sentido, el paladar. Por eso, es importante conocer un poco de la trayectoria de esta institución nacional que, además de ser una de las más perennes, tiene la ventaja de ser comestible. Existe un amplio consenso en que la feijoada fue inventada en las casas señoriales. Los esclavos, en los escasos intervalos del trabajo en las plantaciones, cocinaban los frijoles, que serían un alimento destinado únicamente a ellos, y añadían los restos de carne de la casa grande, partes del cerdo que no eran aprobados por el paladar de los señores. Después del final de la esclavitud, el plato inventado por los negros Sabores de Brasil 33 había conquistado a todas las clases sociales, para llegar a las mesas de extremadamente caros restaurantes del siglo XX. Pero no sucedió exactamente así. La historia de la feijoada – si quisiéramos también apreciar su sentido histórico – nos lleva primeramente a la historia del frijol. El frijol negro, el de la feijoada tradicional, tiene origen sudamericano. Los cronistas de los primeros años de colonización ya mencionan esta delicia en la dieta indígena, llamado por grupos guaraníes tanto comanda, como comaná, o cumaná, ya identificando algunas variaciones y subespecies. El viajero francés Jean de Léry y el cronista portugués Pero de Magalhães Gândavo, en el siglo XVI, describieron al frijol, así como el uso que de él cabían los nativos de Brasil. La segunda edición de la famosa Historia Naturalis Brasiliae, del holandés Willen Piso, revisada y aumentada en 1658, dedica un capítulo entero a la noble semilla del frijol. El nombre que designa este plato, no obstante, es portugués. En la época de la llegada de los europeos a América, al comienzo de la Edad Moderna, otras variedades de ese vegetal ya eran conocidas en el Viejo Mundo, apareciendo la palabra “feijão” escrita por primera vez, en Portugal, en el siglo XIII (es decir, alrededor de trescientos años antes del Descubrimiento de Brasil). Recién a partir de mediados del siglo XVI, comenzó la introducción de otras variedades de frijol en la colonia, algunas de ellas africanas, pero también el frijol consumido en Portugal, conocido como feijão-fradinho (frijol de ojo negro de color crema, todavía hoy muy popular en Brasil, usado en ensaladas y como masa para otros platos, a ejemplo del también famoso acarajé). Los cronistas del periodo compararon a las variedades nativas con las traídas de Europa y África, y fueron categóricos, acompañando la opinión del portugués Gabriel Soares de Souza, expresada en 1587: el frijol de Brasil, el negro, era el más sabroso. A los portugueses les gustó. A las poblaciones indígenas, por supuesto, les gustaba, pero preferían otro vegetal, la mandioca, raíz que comían de diversas formas – e incluso transformaban en bebida fermentada, el cauim – y también pasó agradar a los europeos y africanos. La mandioca era el alimento principal de los luso-americanos de la capitanía de São Paulo, los paulistas, que mezclaban su harina con la carne cocida, haciendo una mezcla que los sustentaba en sus interminables viajes de cacería de indios para esclavizarlos. Pero también comían frijol. Frijol negro. 34 Textos de Brasil . Nº 13 Frijol. Delfim Martins / Pulsar Imagens Sabores de Brasil 35 La planta de frijol, en todas sus variedades, también facilitó la fijación de las poblaciones en el territorio luso americano. Era una cultura esencialmente doméstica, a cargo de la mujer y de las hijas, mientras el hombre se ocupaba de las otras plantaciones y del ganado. La facilidad del manejo y sus costos relativamente bajos permitieron que la cultura del frijol se diseminase en el siglo XVIII entre los colonos. Según Cascudo, se volvió común en las residencias humildes del interior del país la existencia de una huerta, en la cual era atributo casi exclusivo de las mujeres “recolectar” o “arrancar” frijoles. La dispersión poblacional de los siglos XVIII y XIX (hasta ese momento la colonización se limitaba a las áreas litorales), tanto en función de los corrales del Nordeste, del oro y de los diamantes del Centro-Oeste o de las cuestiones de frontera con los dominios españoles en el Sur, fue extremadamente facilitada por ese importante vegetal. Atrás de los colonos, llegó el frijol. Conjuntamente con la mandioca, él fijaba al hombre en el territorio y con la harina formaba parte del binomio que “gobernaba el menú de Brasil antiguo”. Al comienzo del siglo XIX, absolutamente todos los viajeros que por aquí pasaron y describieron los hábitos de los brasileños de aquel entonces mencionaron la importancia central del frijol como alimento nacional. Henry Koster afirmó en Recife, en 1810, que el frijol cocido con el zumo de la pulpa del coco era delicioso. El príncipe Maximiliano de Wied-Neuwied comió frijol con coco en Bahía, en 1816, y le encantó. El francés Saint-Hilaire, en Minas Gerais, en 1817 afirmó que: “El frijol negro es un plato indispensable en la mesa del rico, y esa legumbre constituye prácticamente la única delicia gastronomía del pobre”. Carl Seidler, militar alemán, narrando sus experiencias en Rio de Janeiro del Primero Reinado, describía, en 1826, la forma de servirlo: “acompa36 Al comienzo del siglo XIX, absolutamente todos los viajeros que por aquí pasaron y describieron los hábitos de los brasileños de aquel entonces mencionaron la importancia central del frijol como alimento nacional. ñado con un pedazo de carne bovina secada al sol y de tocino a gusto”, reproduciendo a continuación una máxima que atravesaría aquel siglo y constituye todavía hoy, para el brasileño común, una verdad indiscutible: “no hay comida sin frijol, sólo el frijol sacia el hambre”. Pero, desentonando de los otros cronistas, opinaba: “el gusto es áspero, desagradable”. Según él, solamente después de mucho tiempo el paladar europeo podría acostumbrarse al plato. Spix y Martius, naturalistas que acompañaron la comitiva de la primera emperatriz de Brasil, la archiduquesa austriaca Leopoldina, mencionaron la “alimentación grosera de frijol negro, fubá de maíz y tocino” en Minas Gerais. También mencionaron al frijol como alimento básico de los bahianos, incluso de los esclavos. El norteamericano Thomas Ewbank, en 1845, escribió que “frijol con tocino es el plato nacional de Brasil”. Sin embargo, el retrato más vivo de la forma común de preparar el frijol – no es todavía la feijoada – fue hecho por el pintor francés Jean-Baptiste Debret, fundador de la pintura académica en Brasil, sobrino y discípulo de Jacques-Louis David. Describiendo la cena de la familia de un moTextos de Brasil . Nº 13 Almacén de charqui. J. B. Debret (1825). Museos Castro Maya – IPHAN/Minc – MEA 0178. desto comerciante carioca durante la estadía de la Corte portuguesa en Rio de Janeiro, afirmó que “se compone solamente de un miserable pedazo Bellas Artes, Debret, que estuvo en Brasil entre 1816 y 1831, fue notable por la realización de una verdadera crónica pictórica del país del inicio del de charqui, de tres a cuatro pulgadas cuadradas y apenas medio dedo de espesura; cocinan con mucha agua un puñados de frijoles negros, cuya harina grisácea, substanciosa, tiene la ventaja de no fermentar en el estómago. Lleno el plato con ese caldo, en el cual flotan algunos frijoles, se coloca en él una gran pizca de harina de mandioca, la cual, mezclada con los frijoles aplastados, forma una pasta consistente que se come con la punta redondeada del cuchillo, de lámina ancha. Esa comida simples, repetida invariablemente todos los días y cuidadosamente escondida de los transeúntes, es preparada en los fondos de la tienda, en una sala que sirve igualmente como dormitorio”. Además de profesor de la Academia Real de siglo XIX, en especial de Rio de Janeiro, en la cual constan pinturas como Almacén de charqui y Negros vendedores de chorizo, además de la referida escena de la comida. Por lo tanto, no sólo de frijol vivían los hombres. Los indígenas tenían una dieta variada, y el frijol ni siquiera era su alimento preferido. Los esclavos también comían mandioca y frutas, aunque la base era el frijol. Pero existe el problema de la combinación de alimentos, también planteado por Câmara Cascudo en su espléndida Historia de la Alimentación en Brasil. Había, en la Época Moderna, entre los habitantes de la colonia (sobre todo los de origen indígena y africano), tabúes alimenticios que no permitían una mezcla Sabores de Brasil 37 Lo que se sabe concretamente es que las referencias más antiguas a la feijoada no tienen ninguna relación con esclavos o casa señorial, sino con restaurantes a los que acudía la elite de la esclavitud urbana. completa del frijol y de las carnes con las otras legumbres. Entre los africanos, por cierto, muchos de origen musulmán o influenciados por esta cultura, estaba prohibido el consumo de la carne de cerdo. ¿Cómo, entonces, podrían preparar nuestra conocida feijoada? En Europa, sobre todo en la Europa de herencia latina, mediterránea, había – y hay, informa Cascudo – un plato tradicional que se remonta como mínimo a los tiempos del Imperio Romano. Consiste básicamente en una mezcla de varios tipos de carnes, legumbres y verduras. Hay variaciones entre una región y otra. Sin embargo es un tipo de comida bastante popular, tradicional. En Portugal, el puchero; en Italia, la cazuela y la croqueta; en Francia, el cassoulet; en España, la paella, preparada a base de arroz. Dicha tradición vino a Brasil, principalmente con los portugueses, surgiendo al pasar los años – en la medida en que el paladar se acostumbraba, sobre todo el de los nacidos por aquí – a la idea de prepararlo con el omnipresente frijol negro, inaceptable para los estándares europeos. Nació, así, la feijoada. Según Câmara Cascudo, “el frijol con carne, agua y sal, es apenas frijol. Frijol aguado, de pobre. Frijol de todos los días. Hay una gran 38 distancia entre la feijoada y el frijol. La feijoada subentiende el cortejo de las carnes, legumbres, hortalizas”. Esta combinación sólo ocurre en el siglo XIX, y muy lejos de las casas señoriales. El padre Miguel do Sacramento Lopes Gama, conocido como “Padre Capuchero” (diferente de Capuchino), publicó en el periódico El Capuchero, de Pernambuco, el 3 de marzo de 1840, un artículo en el cual condenaba la “feijoada asesina”, escandalizado por el hecho de que era especialmente preferida por hombres sedentarios y señoras delicadas de la ciudad – eso en una sociedad profundamente marcada por la ideología de la esclavitud. Quiero recordarle que las partes saladas del cerdo, tales como oreja, pies, y rabo, nunca fueron restos. Eran estimados en Europa mientras que el alimento básico en las casas señoriales era una mezcla de frijol con harina. Lo que se sabe concretamente es que las referencias más antiguas a la feijoada no tienen ninguna relación con esclavos o casa señorial, sino con restaurantes a los que acudía la elite de la esclavitud urbana. El ejemplo más antiguo está en el Diario de Pernambuco del 7 de agosto de 1833, en el cual el Hotel Théâtre, de Recife, informa que los jueves sería servida “feijoada a la brasileña” (¿referencia al carácter adaptado del plato?). En Rio de Janeiro, la mención a la feijoada servida en restaurante – espacio de la “buena sociedad” – aparece por primera vez en el Jornal do Commercio del 5 de enero de 1849, en un anuncio con el título de La bella feijoada a la brasileña: “En el restaurante frente al bar de la Fama del Café con Leche, se decidió que habrá en todas las semanas, siendo martes y jueves, la bella feijoada, a pedido de muchos clientes. En la misma casa continúan siendo ofrecidos almuerzos y cenas servidas con el mayor aseo posible, y todos los días hay variedad de comidas. A la noche hay buen pescado para la cena.” Textos de Brasil . Nº 13 En las memorias escritas por Isabel Burton, esposa del aventurero, viajero, escritor y diplomático inglés Richard Burton, en 1893, refiriéndose al periodo en que estuvo en Brasil, entre 1865 y 1869, aparece un interesante relato sobre dicho plato. Hablando sobre la vida en Brasil (su marido conquistó la amistad del emperador D. Pedro II, y ella compartió el sofisticado círculo social de la marquesa de Santos, amante notoria del padre del mismo, D. Pedro I), Isabel Burton dice que el alimento principal del pueblo del país – según Hay variaciones aquí y allá, adaptaciones a los climas y producciones locales. Para Câmara Cascudo, la feijoada no es un simple plato, sino un menú entero. En Río Gran do Sul, como nos lo hace recordar el investigador Carlos Ditadi, ella es servida como plato de invierno. En Rio de Janeiro, llega a la mesa verano tras verano, todos los viernes, en los bares más baratos y en los restaurantes más sofisticados. Lo que realmente vale es la ocasión: una celebración, una confraternización, la anticipación del final de semana en el ella equivalente a la patata para los irlandeses – es un sabroso plato de “feijão” (la autora usa la palabra en portugués) acompañado de una “farinha” muy espesa (también usa el término harina en portugués), generalmente espolvoreada sobre el plato. Las consideraciones de la inglesa, después de haber probado durante tres años aquello a lo que ya se refiere como “feijoada”, y lamentando estar hace más de dos décadas sin sentir su aroma, son muy positivas: “Es deliciosa, y yo me contentaría, y casi siempre me contenté, con cenarla.” La Casa Imperial – y no esclavos u hombres pobres – compró en una carnicería de Petrópolis, el día 30 de abril de 1889, carne verde (fresca, sin salar), carne de cerdo, chorizo, morcilla, riñones, lengua, corazón, pulmones, menudos, entre otras carnes. D. Pedro II tal vez no comiera algunas de esas carnes – es conocida su preferencia por un buen caldo de gallina –, pero es posible que otros miembros de su familia, sí lo hiciera. El libro El cocinero imperial, de 1840, firmado por R. C. M., contiene recetas para cabeza y pie de cerdo, además de otras carnes – con la indicación de que sean servidas a “altas personalidades”. Hoy en día no existe apenas una receta de feijoada. Por el contrario, parece ser todavía un plato en construcción, tal como afirmó nuestro principal folclorista hacia fines de los años 1960. centro financiero carioca, o una simple reunión de amigos los domingos. Un cronista brasileño de la segunda mitad del siglo XIX, França Júnior, llegó a decir que la feijoada no era el plato en sí, sino el banquete, la comilona, en la cual comían todo aquel frijol. Como en la Feijoada completa de Chico Buarque: “Mujer / te va a gustar / Estoy llevando unos amigos para conversar”. El sabor y la ocasión, por lo tanto, garantizan el éxito de la feijoada. Además, claro, de una cierta dosis de predisposición histórica (o mítica) para entenderla y apreciarla, como lo han venido haciendo los brasileños a lo largo de los siglos. Sabores de Brasil Bibliografía: CASCUDO, Luís da Câmara. História da Alimentação no Brasil. 2a edição. Belo Horizonte; São Paulo: Ed. Itatiaia; Ed. da USP, 1983 (2 vols.). DITADI, Carlos Augusto da Silva. “Feijoada completa”, in Revista Gula. São Paulo, no 67, outubro de 1998. DÓRIA, Carlos Alberto. “Culinária e alta cultura no Brasil”, in Novos Rumos. Ano 16, no 34, 2001. Rodrigo Elias PhD en Historia Moderna y Contemporánea de la Universidad Federal Fluminense y doctorando en Historia Social en la Universidad Federal de Rio de Janeiro 39