TRES FACETAS SOBRE HONESTIDAD INTELECTUAL * Eloy Yagüe Ellos son como el árbol centenario, tan firmemente arraigado en la tierra, que ninguna tormenta lo puede arrancar. Ellos son los guardianes de la moral y la luz que alumbra el camino cada vez que nos sentimos desorientados. Sus palabras encendidas recogen el legado de los fundadores de la nación y de los forjadores de nuestros mejores logros colectivos. Son los portadores de la sabiduría, que no es más que el conocimiento unido a la experiencia y a la humildad. Por eso, cuando hablan de la verdad, de la justicia, de la libertad, sus palabras tienen la fuerza de la vida sin mácula que las sustenta, de las manos limpias y la frente alta. Su bandera es la defensa del trabajo, la dignidad y el decoro, valores que sirven para templar a los pueblos y permitir tomar en sus propias manos las riendas de su destino. Cuando aparecen en los medios de comunicación para opinar sobre la conducción del país, los deshonestos tiemblan y la rectitud que es mayoritaria aplaude reconfortada. Quienes desean sinceramente la mejoría de las condiciones que existen, quienes luchan por transformarlas, ya no se sienten solos y hasta la juventud, generalmente desatenta ante los mensajes de los mayores, hace caso de estas palabras que perciben plenas de significación y representativas del parecer general. Ellos son ejemplo vivo de la honestidad intelectual, pues aúnan al esfuerzo individual por construir una importante obra creativa, de investigación y reflexión, la preocupación constante por el entorno social, por aportar soluciones y anunciar modos de edificar un porvenir mejor para todos. No se encierran, pues, en sus castillos de palabras ni se entregan a la autocomplacencia. Como Martí, parecen elevar la voz para decir: ¡Primero la justicia, después el arte! * Breves reseñas sobre las obras de Arturo Uslar Pietro, Luis Beltrán Pietro Figueroa y Ernesto Mayz Vallenilla, vistos como ejemplos de personas que encarnan en su vida y en su obra los principios éticos que sustentan la honestidad intelecutal. Publicada en la revista Corpovoz editada por Corpoven, Año XII, N° 64, Caracas, abril-junio de 1990, págs. 27-33. Arturo Uslar Pietri Recién galardonado con el Premio “Príncipe de Asturias”, ampliamente conocido por su programa televisivo “Valores Humanos”, desde donde ha sentado cátedra no sólo de sapiencia sino también de solvencia moral, Uslar es uno de los pocos intelectuales a tiempo completo en Venezuela. Autor de una amplia obra literaria y reconocido como uno de los fundadores de la narrativa moderna venezolana, es asimismo un pensador que ha desarrollado agudas visiones del país en libros ensayísticos, como De una a otra Venezuela, recientemente reeditada por Monte Ávila Editores, donde recogió su afortunada expresión “sembrar el petróleo”, de tanta vigencia hoy en día como en los años treinta. De igual modo ha ejercido la política, llegando a ocupar cargos de importancia en diferentes gobiernos, y conocido también la experiencia de ser candidato presidencial. Caracterizado por su amplitud de criterio y por la solidez de sus juicios, Uslar además goza de bien ganada fama de conversador ameno, de los que siempre tienen algo certero y crítico que decir, en este caso sobre cómo define la honestidad intelectual. —Igual que defino la honestidad personal. En Europa, en Francia, la llaman probidad intelectual. ¿Qué es ser un hombre probo, qué es ser un hombre honesto? Es no mentir, no engañar deliberadamente, no falsear, no ocultar, no perseguir fines mezquinos con propósitos aparentemente altruistas. Eso es la probidad, la misma que le impide a usted falsificar un cheque o decir una mentira. En los últimos tiempos, la palabra crisis es una de las utilizadas en el país. Su sentido ya no sólo se restringe a la parte económica, sino también a la espiritual, de tal manera que es frecuente oír hablar de “crisis de valores”. ¿Qué opina Uslar de esa expresión? —Yo no creo que los valores morales estén en crisis. Ese es el problema cuando se abusa del lenguaje. Lo que decía Wittgestein: no se puede definir un mundo no lingüístico en términos lingüísticos. Nosotros tenemos que atenernos a palabras, y ellas rara vez corresponden a lo que queremos decir. De modo que volviendo a la idea, crisis sería si la gente se hubiera vuelto insensible a los valores morales, y eso no ha ocurrido, como lo demuestra la inmensa protesta que se produce en Venezuela, porque la gente considera que en la actividad pública se están violando ciertos principios que consideran respetables. De modo que podría decir más bien que el país tiene una conciencia moral, porque si no la tuviera estaría aplaudiendo a los ladrones, y la impresión que da es que hay una repulsa colectiva, un ánimo de repudio hacia esas prácticas. Uslar reitera que hay que tener mucho cuidado con la expresión “crisis moral”, y aclara que lo que hay es gente inmoral en posiciones de gobierno y en las instancias de decisión, pero la gran mayoría del país no acepta esa situación. —Aquí agrega hasta ayer había un cierto recato entre los políticos. No es que no hubiera ladrones, pero procuraban que no se supiera. Y ese es el homenaje del vicio a la virtud: la hipocresía. Cuando alguien es hipócrita es porque reconoce que no tiene unos valores morales que debería tener, y entonces debe simularlos. Últimamente se ha perdido eso entre los políticos, que abiertamente han admitido que buscan el poder para obtener fines personales, para procurar ventajas individuales, para enriquecerse de un modo ostentoso. Pero quienes lo hacen no tienen la sensación de estar practicando una cosa indebida. Luis Beltrán Prieto Figueroa Lo llaman Maestro, y no es un título más. Lo sustenta una vida dedicada a la educación en todos sus aspectos: desde la teoría y práctica de la docencia, hasta el ejercicio de cargos públicos de alto nivel, como Ministro de Educación. Abogado y político activo desde joven, protagonizó decisivos capítulos en la historia contemporánea de Venezuela, sin abandonar jamás su pasión intelectual, que ha plasmado en más de 60 títulos sobre temas de educación, sociología, derecho, historia y poesía. Lúcido como nunca, a sus 88 años, desarrolla su pensamiento y su palabra con la seguridad y firmeza de quien sabe que a pesar de lo mucho hecho, aún queda más por decir y por hacer. Él también ha denunciado en más de una ocasión la corrupción existente en diversas instancias de la vida nacional, y ha llamado la atención sobre la pérdida de valores fundamentales en nuestra sociedad. “Un mundo desvalorizado es un mundo inferior”, señala. Cuando habla de los valores, se refiere, como humanista que es, a los bienes intangibles del hombre, a su espiritualidad, y considera que una de las mayores expresiones de esta zona humana es la poesía. Al respecto dice: “Desafortunado el país que se desentiende de su poesía, porque ella está en la raíz de todos los pueblos”. El Maestro Prieto enfoca desde el punto de vista del educador la importancia de la escuela, de la educación, no sólo para la adquisición de conocimientos, sino también para la formación de las nuevas generaciones de venezolanos en virtudes como la honestidad y la pasión por el trabajo creador. Si estos valores están menoscabados en la actualidad, él lo atribuye a que la sociedad ha perdido la preocupación porque su educación sea cada vez mejor. —La educación dice no progresa sino en razón de la preocupación colectiva por tener mejores hombres. Y en estos momentos esa preocupación no existe o no se manifiesta de manera precisa y presionante. La sociedad tiene la educación que quiere. La educación, la escuela, no ha sido nunca una actividad respetada y querida como fundamental para la sociedad. En algunos casos tenemos educación de segunda o tercera categoría, cuando queremos una sociedad de primera categoría. Y para que una sociedad sea de primera categoría, tiene que tener una educación superior a la primera categoría. Considera Prieto que para lograr este nivel de excelencia, los intelectuales deben abandonar su “torre de marfil” y ponerse a la vanguardia de un proceso de desarrollo cultural, porque ellos son portadores de unos valores que sólo tienen importancia si los difunden, si los hacen crecer en los demás. Si no tienen esa preocupación se quedan aislados en el mundo. El Maestro Prieto también se muestra en desacuerdo con la supuesta existencia de una crisis de valores, por cuanto considera que la vida social es un constante renacer, y los procesos constituyen una especie de alerta, de presencia, de demostración de que “aquí estamos nosotros, no nos hemos muerto”. Entonces no es una resurrección sino una demostración de energía, de vida. Los que se habían quedado dormidos, despiertan. —Ese despertar que se produce cada vez que la conciencia de la sociedad llega a un nivel determinado, es una constante en la humanidad. Las campanadas de la historia, la exaltación del espíritu humano en un momento dado, lo que significan es que las gentes que manejan las funciones de gobierno del país necesitan ser cambiadas. Eso es lo que ha pasado en Venezuela y ocurre también en todo el mundo. Ernesto Mayz Vallenilla Filósofo, humanista, profesor universitario, primer rector de la Universidad Simón Bolívar, Mayz Vallenilla es ante todo un hombre vertical, un pensador que no ha comerciado ni con sus ideas ni con su palabra. Socialcristiano de formación y de corazón “socialista comunitario” como prefiere llamarse, al estilo de los primeros cristianos es un independiente que alguna vez formó un Movimiento Moral para llamar la atención sobre la utopía de la política basada en principios éticos, y no en la ley de la selva. Hoy prosigue sin tregua su labor intelectual, porque para él uno de los más altos valores que puede tener la existencia humana es el trabajo. —El trabajo dice es la máxima posibilidad de encontrar el hombre su propia dignidad. El trabajar significa hacer algo, crear, producir, afanarse, y a través de este afán, el hombre produce algo que le causa satisfacción. Ese trabajo no tiene como fin ganar dinero, sino en sí mismo es un fin. Que genere dinero es algo que está dentro de la esencia del trabajo, no es criticable. Lo criticable es cuando en lugar del trabajo como bien supremo, se pone el dinero como bien en sí, y quien trabaja no es el hombre sino el dinero. Entonces toda la existencia humana se dirige a ganar dinero, se orienta hacia el lucro. Y para obtener ese lucro se sacrifica todo, hasta la propia vida y la de los demás. Entonces la vida y el mundo aparecen como mercancías: todo se compra, todo se vende. Aparte del amor al trabajo, otras de las virtudes que Mayz pondera es la prudencia, uno de los valores más exaltados desde la antigüedad. Los griegos la llamaban “frómesis”, que era una especie de sapiencia intelectual y práctica a la vez, porque sólo el hombre prudente es capaz de alcanzar la justicia, que era el valor supremo. —Aquí afirma se ha erigido como valor no a la justicia, sino al poder desnudo, al poder como ejercicio de dominio sobre los otros y de posibilidad de ejercer el robo y la rapiña para enriquecerse. Lo que señalé acerca del dinero y el lucro no es algo divorciado de lo que estoy diciendo. El hombre que busca el dinero por el dinero mismo no puede ser prudente, no es un hombre justo. La obnubilación del dinero lo enceguece, no puede sino ejercer un poder desnudo. Este mundo erigido y dirigido por y para el poder desnudo, termina por ser un mundo como selva, donde se tiene que luchar contra los otros no para hacer justicia, sino para dominarlos, y mediante ese dominio, lucrarse. Para concluir su recuento de los antivalores, Mayz se refiere a la entronización del sexo como fin en sí mismo, no como medio de acceder a una plenitud existencial compartida con el ser amado. Y aclara que no es que predique el ascetismo, o que considere la vida sexual como algo negativo o criticable, sino que no comparte la visión del sexo como goce carnal exclusivamente, por cuanto entonces el mundo se convierte en una orgía. El mundo como mercancía, el mundo como selva y el mundo como orgía: esas son las tres visiones que dominan y orientan el comportamiento de nuestro cuerpo social y político. ¿De dónde proviene esto?, se pregunta Mayz. De un descreimiento y una falta de convicción en los valores. “Yo creo señala que este panorama explica muchos de los comportamientos que se observan en nuestros actores políticos, con honrosas excepciones, por supuesto. Pero en general, nuestros políticos no creen en nada, comenzando no creen en ellos mismos, ni en lo que dicen ni en lo que hacen”. Pero no todo puede ser desolación. Para Mayz Vallenilla filósofo siempre la razón de la existencia humana está en la búsqueda de la verdad. —Yo considero que la honestidad radica en ser veraz. ¿Qué significa ser veraz? Significa enfrentarse con la verdad, luchar con ella y por ella. Esto es una agonía, entendida en el sentido clásico de la lucha, porque la verdad no siempre está patente o al descubierto, sino que se requiere de un esfuerzo para captarla, aprehenderla, descubrirla, y ese esfuerzo representa despojarla de los prejuicios, de las falsas opiniones y de los velos que la encubren. Es una lucha tremenda, esta de buscar la verdad, pero tiene como contrapartida el logro de una plenitud existencial para quien la realiza y logra alcanzar al menos alguno de los aspectos que la verdad encierra. Ese resultado provoca una plenitud existencial, porque el hombre encuentra algo por lo que realmente vale la pena luchar, que le otorga sentido a su existencia, que su vida no es vacía e inane o insignificante, sino que si se dedica a esta agónica lucha por descubrir la verdad, tendrá así la satisfacción de saberse acompañado por ella en el mundo. * * * La probidad, la reiteración de que “moral y luces son nuestras primeras necesidades”, la búsqueda agónica de la verdad, la justicia, la veracidad, son las sendas abiertas que nos dejan estos pensadores, vitales y lúcidos, como aporte a la definición de la honestidad intelectual, ese valor al que todos aspiramos como guía de nuestra conducta tanto en lo personal como en lo social. De nosotros depende seguir el sendero trazado.