Documento descargado de http://www.elsevier.es el 01/12/2016. Copia para uso personal, se prohíbe la transmisión de este documento por cualquier medio o formato. Tribuna humanística Embarazadas en el arte Pregnant women in art Prof. Castillo Ojugas, A. Profesor Emérito. Facultad de Medicina. Universidad Complutense. Vicepresidente de la Asociación Nacional de Médicos Escritores y Artistas. Madrid. UNA GESTANTE EN EL TAPIZ X DE LA SERIE «LA CONQUISTA DE TÚNEZ» (fig. 1) Posiblemente la colección de tapices del Patrimonio Nacional sea una de las más importantes del mundo. Más de 1.500 piezas se conservan, lo que representa varios kilómetros de colgaduras que sólo en parte se exhiben en las distintas dependencias palaciegas reales. Una de las series más fastuosas por su tamaño y la riqueza en su ejecución representa la expedición de Carlos V contra Túnez, ciudad desde donde el pirata Barbarroja, feudatario del sultán otomano, dirigía la mayoría de las operaciones contra España y sus dominios mediterráneos. Pocas veces se ha preparado una expedición militar con tantos medios de propaganda para glorificar a un caudillo como en ésta de Túnez que Carlos V llevó a cabo en 1535. En efecto, para perpetuar la gesta, además de los cronistas oficiales, se requirió la presencia de un reconocido artista flamenco, Jan Cornelisz Vermeyer, que por su larga y rojiza barba llamaban «Barbalunga», y su ayudante Hermann Posthumus, los cuales tomaron numerosísimos apuntes de la gesta, desde los preparativos y desfile de las tropas en Barcelona hasta el regreso de la expedición, retratándose en tres ocasiones ellos mismos. El hecho de armas resultó brillantísimo pero a la postre los beneficios materiales nulos, como ocurrió años después en Lepanto. La conquista de la ciudad de Túnez, al contrario de lo que sucedió en La Goleta, resultó fácil, puesto que los cautivos cristianos que estaban en el alcázar se sublevaron y los defensores otomanos se encontraron entre dos fuegos, optando por retirarse precipitadamente hacia Bona, otro reducto del rebelde Barbarroja. Los dos artistas, al regreso a Flandes pasaron a limpio los apuntes de la guerra y ayudados por otro pintor, Pieter Coecke Van Aelst, pudieron presentar los cartones que por orden de la Regente, María de Hungría, hermana de Carlos V, tenía que tejer en Bruselas el gran tapicero Willen de Pannemaker, según contrato de 1548. La ingente obra que abarcaba 12 paños de gran tamaño (se conservan diez), entre 51 Fig. 1.—Detalle de la embarazada del Tapiz X de la serie «La Conquista de Túnez». Patrimonio Nacional. 5,20-5,30 metros de altura por 8,30-9,80 precisó la colaboración de más de ochenta maestros tapiceros y se utilizaron grandes cantidades de seda de Granada, lino de Lyon e hilos de oro y plata, terminándose en 1554 tras seis años de labor, estrenándose en Inglaterra para ornar el casamiento de Felipe II con su tía, la reina María Tudor. El tapiz X titulado «Saqueo de Túnez», que se exhibía unido al IX «Toma de Túnez», puesto que ambos carecen de motivo ornamental en sus laterales izquierdo y derecho, respectivamente, para formar un grandioso paramento de diecisiete metros, muestra, entre las muchas escenas y figuras, la mujer embarazada que vamos a comentar. En el centro de tapiz hay un grupo de cinco personas. La gestante lleva un amplio vestido azul que deja ver su abultado vientre recogido por debajo por una banda blanca enrollada que hace destacar más su embarazo. Un niño se agarra a la falda de la otra mujer cuya cara se perfila debajo del tocado azul celeste, del mismo tono que los bordados de su manto. La embarazada es objeto de rescate y su amo la tiene sujeta levemente con la mano derecha sobre el manto que la cubre, como incando su posesión, mientras que su Toko-Gin Pract, 2002;61(1):41-44 41 Documento descargado de http://www.elsevier.es el 01/12/2016. Copia para uso personal, se prohíbe la transmisión de este documento por cualquier medio o formato. CASTILLO OJUGAS A. EMBARAZADAS EN EL ARTE mano izquierda está recibiendo unas monedas de oro que le da el caballero de larga y poco cuidada barba ricamente vestido con capa en la que realzan bordados sobre el propio tapiz. Con muchas dudas se asegura que representa a Carlos V efectuando el rescate. Yo lo niego rotundamente, pues nunca el Emperador llevó tal tipo de barba sino que siempre aparece con ella bien recortada y poco pronunciada, incluso en los paños I y XII de esta misma serie. Quiero destacar la presencia de esta mujer gestante en el tapiz además de su protagonismo, pues representa el acto de liberación de la cautiva, una de las veinte mil almas que se redimieron según se dice en la cenefa del paño, sino también porque destaca el color azul de su vestido, posiblemente el más luminoso de toda la serie, y conseguido de manera muy concienzuda por los colaboradores de Pannemeker ya que sabemos por el contrato que se le entregaron lanas de diecinueve colores y entre tres y siete tonos de cada uno. LA EMBARAZADA DE LOS FRESCOS DE VALMANARA (fig. 2) A principios del siglo XVI el poderío comercial y territorial de Venecia empezaba a limitarse por varias razones: una fue el descubrimiento de América, otra la disminución de sus contactos comerciales con Oriente y sobre todo, la pérdida de enclaves y zonas de influencia ante el poderío del poder otomano. Por ello, los nobles y los ricos comerciantes venecianos empezaron a expandirse por los alrededores de la ciudad, entre Padua y Vicenza especialmente, adquiriendo grandes fincas que les sirvieran, no sólo de recreo, sino también de aprovisionamiento en caso de bloqueo marítimo. Y sobre aquellas zonas de tierra firme comenzaron a construir hermosas fincas de recreo y de producción que hoy constituyen un espléndido conjunto, Patrimonio de la Humanidad. Y no sólo eran los venecianos, sino también las familias pudientes de las poblaciones vecinas siguieron esa tendencia que en el fondo demostraban su potencia económica. Ese deseo de ser admirados y hasta envidiados era motivo de que tales residencias campestres llegaran a ser verdaderos palacios rurales. Recordemos la impresión que recibió Carlos V cuando en 1532 los duques de Mantua, después de haberle recibido en su gran palacio medieval, repleto de tapices, pinturas y tesoros, le llevaron a su casa de campo, que no dista mas de dos kilómetros, el Palazzo Te, fantásticamente decorado por Giulio Romano. Los Valmanara eran una de las familias pudientes de Vicenza donde poseían un magnífico palacio diseña- 42 Fig. 2.—«Comida de una familia campesina». Fresco de la sala II de la «Forasteria» de la Villa Valmanara por Giandoménico Tiépolo. do por Palladio, obra importantísima de este genial arquitecto renacentista y a mediados del XVIII, un descendiente, Leonardo Valmanara, adquiere cerca de la ciudad una finca que se llamaba «Villa de los Enanos» por tener en la casa esas figuras, construida en 1669 por Antonio Muttoni, y consigue contratar al gran pintor Gianbattista Tiepolo para que vaya a decorar las habitaciones del Palacete y de una edificación adjunta, la «Forasteria», donde se alojaban los huéspedes. Hacía poco tiempo que Tiepolo había regresado de Würzburg, donde decoró con inmensos frescos el palacio del Arzobispo-Elector, y aceptó el encargo de Valmanara, donde como en la ciudad alemana, le ayudaron sus hijos Giandoménico y Lorenzo. El patriarca pintó las estancias principales con episodios heroicos y mitológicos, mientras que Doménico decoraba las habitaciones de la Forasteria con temas variados, por ejemplo, una habitación chinesca, otra de arquitecturas, una con escenas carnavalescas y otra de cuadros campestres. Y es aquí donde Giandoménico muestra su arte más realista, de captor magnífico de la vida popular con esta «Comida de una familia campesina», que se desarrolla al aire libre junto a una desvencijada tapia de madera que tiene una puerta entreabierta por la que sale una mujer. Un muchacho echado en el suelo apura un tazón de sopa; el marido, de espaldas, sostiene un niño desnudo y la embarazada, tenedor en mano, una «forchetta» de tres púas, está comiendo un abundante y suculento plato que casi apoya en su abultado vientre. Sobre la mesa cubierta de fino mantel que contrasta con el ambiente rústico hay un Toko-Gin Pract, 2002;61(1):41-44 52 Documento descargado de http://www.elsevier.es el 01/12/2016. Copia para uso personal, se prohíbe la transmisión de este documento por cualquier medio o formato. CASTILLO OJUGAS A. EMBARAZADAS EN EL ARTE ancho vaso de vino y un gran pan, y en el suelo, una calabaza para el mosto, un plato y una olla. Acerca de la gestante, hay que señalar su avanzado estado, el detalle de que el vestido está levantado por delante debido al vientre tan prominente y los tobillos tal vez algo edematosos. Por lo demás se la ve sanísima y dispuesta de traer al mundo otro niño tan hermoso como el que sujeta su marido. Como curiosidad diré que ante el temor de que pudieran ser destruidos estos frescos durante la última guerra europea y, en efecto, uno de los techos fue alcanzado por una bomba, se pasaron a lienzo y se escondieron en una mina de los Dolomitas, colocándose ya en los años cincuenta en su lugar primitivo, los muros de Valmanara. Gianbattista Tiepolo, poco tiempo después de este trabajo, fue llamado, casi obligado por Carlos III, para que fuera a decorar el Palacio Real de Madrid que estaba construyendo aunque ya tenía a su servicio otros dos grandes artistas, Corrado Giaquinto, y el bohemio Antonio Rafael Mengs. Tiepolo tenía más de sesenta años y no deseaba de ninguna gana marcharse de Venecia, pero ante el encargo más importante de su vida cedió, dejando a su mujer al cuidado de sus propiedades, y salió para Madrid con sus hijos, Doménico y Lorenzo, donde llegaron en junio de 1762. Mucho trabajaron los venecianos en nuestra ciudad y en 1767 el anciano pintor pidió autorización al Rey para no hacer trabajos al fresco por la peligrosidad de subir a los andamios y le permitiera seguir pintando obras de caballete que, por cierto, también fueron monumentales como ese Santiago del Museo de Budapest, que mide tres metros, o las pinturas para la Iglesia de San Pascual en Aranjuez, que todas sobrepasan los dos metros. El 27 de marzo de 1770, a los 71 años, murió inesperadamente, y como vivía cerca de la parroquia de San Martín fue enterrado allí, pero no se conserva su sepultura. Su hijo Giandoménico regresó a Italia muriendo en Génova en 1804, mientras que Lorenzo, de quien se conservan unos preciosos retratos de tipos populares al pastel, quedó en Madrid, con su eterna petición de ser nombrado pintor de cámara. Nunca lo consiguió, pero a su muerte, acaecida seis años después de su padre, en 1776, su viuda recibió la pensión que le hubiera correspondido. 53 Fig. 3.—«La Reina doña Margarita de Austria embarazada con su hija Ana Mauricia» por Bartolomé González. Kunsthistorisches Museum. Viena. LA REINA MARGARITA DE AUSTRIA (fig. 3) mera vez pisaba tierra española y otro, su primo, un joven bien parecido, de 27 años, que conocía el país y había renunciado poco tiempo atrás a ser cardenal de Toledo, el archiduque Alberto. Allí en la capital del Turia se celebró la doble boda del rey Felipe III con Margarita de Austria-Stiria y Baviera y del Archiduque con Isabel Clara Eugenia, hija de Felipe II, que marcharan pronto hacia los Países Bajos. Afortunadamente para la genética pero no para la historia de España, este matrimonio fue estéril, pero no el del Rey con su sobrina, fructificado con ocho descendientes. El 18 de abril de 1599 llegaba a Vinaroz una flotilla que transportaba muy ilustres personas que días después se iban a casar en la catedral de Valencia. Una era una niña de 14 años, Margarita, que por pri- Dos años después de la boda, el 29 de septiembre de 1601, doña Margarita dio a luz a la Infanta Ana Mauricia, que también a la misma temprana edad esposó con Luis XIII de Francia, y es esta niña la que Toko-Gin Pract, 2002;61(1):41-44 43 Documento descargado de http://www.elsevier.es el 01/12/2016. Copia para uso personal, se prohíbe la transmisión de este documento por cualquier medio o formato. CASTILLO OJUGAS A. EMBARAZADAS EN EL ARTE aparece junto a su madre en el retrato que vamos a comentar, obra del pintor real Bartolomé González, conservado en el extraordinario museo de Viena, junto con otros muchos cuadros de distintos miembros de la realeza española, e incluso a distintas edades. La reina doña Margarita se encontraba en avanzado estado de gestación cuando esperaba su tercer hijo, que sería el futuro rey Felipe IV. Podemos asegurar que el cuadro está pintado en los primeros meses de 1605 porque la niña lleva en sus brazos un precioso monito, que es el mismo con el que aparece retratada ella sola, con su vestido de corte, como una lujosa muñeca, en una pintura de Pantoja de la Cruz fechado en 1604, también del mismo museo vienés. Demuestra la Reina su capacidad genésica para dar continuidad a la monarquía. No es un caso único en la historia pictórica, pues es conocido un retrato de su hermana, Magdalena de Austria, casada con Cosme II de Medici, en tal venturoso estado pintada por Sustermans en 1629, y más tarde en 1640 el de su nuera, Vittroria della Rovere, mujer de Fernando II de Medici. Margarita es seguramente la más prognática de su familia, rasgo que se acentúa fisiológicamente durante el embarazo debido a la hiperactividad hipofisaria y que en este caso destaca más debido a la gran gola en forma de plato que lleva. Estos aparatosos adminículos iban montados sobre unos aros de plata que a su vez llevaban pinjantes argénteos, de crisal de roca o del mismo encaje que la gola. Lope de Vega en «Los pleitos de Inglaterra» refiere cómo quedaron enganchados por esas arandelas la reina y su amante. La cara todavía parece mas alargada por el pelo que lo tiene peinado hacia arriba y atrás y recogido bajo un gorrito en forma de dedal con festones plateados como los de su vestido y rematado por una pluma. El pelo es rubio y las crónicas cuentan que días antes de su muerte por septicemia puerperal se lo cortaron «para que obrasen los medicamentos, cayendo como madejas de oro». Sigamos observado en el retrato el fabuloso collar en el que destaca «el Gran Estanque», fabulosa esmeralda, y la legendaria perla «la Peregrina». El vestido a nivel del pecho no señala ninguna turgencia. La moda procuraba disimularlas mediante rígidas estructuras que Quevedo, seguramente alguna vez engañado por las mujeres, comenta: ...«si las besas, te embarras los labios; si las abrazas, aprietas tablas y abollas cartones; si las acuestas contigo, la mitad dejas debajo de la cama en los chapines». Este tipo de zapatos llevaban una altísima suela de corcho o madera que en las cortesanas venecianas era tan elevada que tenían que caminar por la calle ayudadas por dos criadas. Para conseguir esa forma acampanada del vestido de riquísima tela usaban el verduguillo, adminículo de alambre con los «verdugos» o aros horizontales, anchos los de abajo y progresivamente menos amplios los superiores. Aquí, a la Reina no le colocaron los mas altos para que se permitiera el natural crecimiento del abdomen. Años después este verduguillo se construyó mayor, el guardainfante, que además de embellecer a las mujeres, según la moda de entonces, las hacía disimular los embarazos no deseados, y aunque hubo pragmáticas prohibiendo esta moda, censurada por el clero, nunca las damas dejaron de usarlo. Véanse los retratos de la otra Margarita de Austria por Velázquez, su nieta o la misma Reina doña Mariana de Austria, por Carreño antes de quedar viuda, momento en el que siempre aparece con su monjil vestido. Chocante era lo que escribía sobre esas prendas el Padre Alonso de Carranza en su «Discurso contra los malos trajes y adornos lascivos» publicado en 1636. «La pompa y andadura de este nuevo traje es llano que admite mucho aire y frialdad, que envía al útero donde se fragua el cuerpo humano y le convierte en inepto para la generación»... ¡Que se lo digan a doña Margarita, la «Menina» de Velázquez, que tuvo seis hijos o a doña Mariana también con seis! La tercera gestación en la que aparece retratada la Reina era la del futuro Felipe IV, nacido el 8 de abril de 1605. Hemos dicho que la primera fue la de la Infanta Ana Mauricia; la segunda, también una niña, Ana, que murió a los dos meses y que dio motivo a un curioso cuadro del «Nacimiento de la Virgen» por Pantoja de la Cruz, en el que aparece la madre de la Reina, doña María de Baviera y dos de sus hijas, las archiduquesas Leonor y Catalina Renata. La cuarta fue otra María, a la que pretendió el príncipe de Gales en su romántica e interesada visita a Madrid y que terminó casándose con su primo, el emperador Leopoldo III, motivo posterior de complicaciones dinásticas. El quinto niño fue el inepto infante don Carlos, inmortalizado por Velázquez y por la equivocación poética de don Manuel Machado. El sexto, el cardenal infante don Fernando, mucho más aficionado a la guerra, a la caza y a las mujeres que los latines, la séptima una niña, Margarita Francisca, y el último y octavo, Alfonso, que visitó sólo un año y llevó a la tumba a su madre a causa de la mencionada infección puerperal el día 3 de octubre de 1611, a los 26 años, nueve meses y ocho días de su vida. Correspondencia: Prof. Castillo Ojugas López de Hoyos, 72 28002 Madrid 44 Toko-Gin Pract, 2002;61(1):41-44 54