Excrecencias Alejandro Covarrubias Es un mal crónico degenerativo nacional tener las discusiones equivocadas (y) en los tiempos equivocados. De la casa a la escuela, de la oficina al taller, de la calle a la barandilla, de la mesa a la cama, somos una raza muy ansiosa de malgastar las ganas en temas buenos para exprimir la tripa emocional. Pero extraordinariamente baladíes como para generar sustancia y Norte alguno. De algo para alguien. No paramos ahí. Nuestra propensión a mirar con los ojos del pasado -ese fijar la visión tras la nuca- nos coloca en la máquina del tiempo errónea. Así, los temas correctos los cobramos en el tiempo incorrecto. Es el caso del debate actual sobre la reforma petrolera -que no energética. A juzgar por el contenido de los discursos de políticos e interesados que se visten con la bandera de la soberanía e independencia nacionales, México y el mundo están detenidos en 1939. La Patria es, se nos va y se juega, en una carta suprema que reza que los recursos del subsuelo son propiedad de todos los mexicanos. No importa que nadie pueda explicar bien a bien qué ha significado eso en las casi siete décadas transcurridas a partir de aquel año mítico, en que una población conmovida se volcó a pagar con gallinas patizambas y calzones de manta reciclados la expropiación petrolera. No importa que hoy, en un siglo enteramente distinto los mexicanos pagamos por algunas de las empresas energéticas más improductivas e ineficientes del orbe, importamos gasolinas y combustibles caros, y contaminamos alegremente suelos, aires y mares. Con todo y la propiedad del petróleo que juramos o nos dicen tener. ¿O será más bien debido a ello? El mundo que se dirige mirando hacia el frente tiene la atención puesta en la bioenergía. Se trata de producir y consumir la energía que nos pueden dar toda suerte de materiales orgánicos. Cultivar la energía; trabajar con productos del mar; aprovechar los residuos forestales; reciclar la basura; encontrar y darle una utilidad al imparable excremento que vamos arrojando por la vida. Nuestro agudo Alejandro Valenzuela en su ‘Vicam Suitch’ nos remite a una página impecable de Guillermo Sheridan. En las ‘Letras Libres’ de mayo, a propósito del debate fundamentalista que nos están recetando sobre el petróleo, Sheridan ilustra nuestro deambular… “hacia un estiércol nacional”. Filoso ejemplifica: China y todos los países europeos están decididos a convertir en oro el excremento. Un trazo energético limpio, amigable y sano que han de sumar con otros bioenergéticos y energías renovables, hidroeléctricas, geotérmicas, eólicas, solar, mareomotriz y de cultivos diversos. Un trazo largo destinado a permitirles superar la dependencia del petróleo y asegurar una autosuficiencia energética amable con la naturaleza. La mirada de Sheridan, empero, va mucho más lejos. Nos advierte que para el hipotético momento que dejemos atrás el debate del petróleo, por allá en el 2080, es probable que estemos importando biogás de China, producido a partir del excremento chino. Antes estaremos enclaustrados en debatir que la mierda nacional no puede ser más que de todos los mexicanos, que habrá que poner freno a la asonada capitalista contra el excremento patrio, que necesitamos crear el Instituto Mexicano del Excremento y defender al Sindicato de Trabajadores Excrementicios Mexicanos y sus millones de afiliados. Etcétera. Sheridan es implacable. Olvido decir que quizás para cuando volteemos a darle alguna utilidad a las excrecencias nacionales será demasiado tarde por una razón más simple. Para entonces, y desde hace rato, ya no habrá libertad en desalojar el intestino patrio. El re-valorado excremento llevará a la imposición de costos y contratos impensados por defecar. Y como en la pesadilla visionaria de García Márquez, el nuevo valor del excremento hará que los pobres nazcan sin recto.