ANTILLAS HISPANAS En el sueño de los próceres estaba la idea de una confederación integrada por estas islas. Veamos hoy qué imagen ofrecen de sí las Antillas hispanas a través de la literatura, el teatro, las artes plásticas, creadas dentro y fuera de sus límites geográf icos. 4 S ANGRE, SUDOR, TINTA: ESENCIAS POÉTICAS EN NICOLÁS G UILLÉN Maril yn Grace Miller 12 I MAGINARIOS URBANOS PUERTORRIQUEÑOS Myrna García Calderón 16 VISIONES DE Q UISQUEYA EN LA LITERATURA DE LA DIÁSPORA DOMINICANA Rita de Maeseneer PORTADA Y CONTRAPORTADA: Obras de Domingo Ravenet (fotografías de Julio Antonio Alvite Piedra) CROMOS INTERIORES: Obras de Ana Rivera Marrero, Raquel Paiewonski, Mar ta Pérez, Alicia Leal y Domingo Ravenet. REVERSO DE PORTADA: Ilustración de René de la Nuez. REVERSO DE CONTRAPORTADA: Obra de Alicia Leal. Directora Luisa Campuzano Subdirector editorial José León Díaz Consejo asesor Graziella Pogolotti, Ambrosio Fornet y Antón Arrufat Jefa de redacción Conchita Díaz-Páez Administrador Iván Barrera Redacción Jaime Sarusky y Amado del Pino Diseño Arturo Bustillo Solís Realización de la edición digital Luis Augusto González Pastrana Relaciones públicas Rosario Parodi Composición Maritza Alonso Redacción y Oficinas Calle 4 # 205, e/ Línea y 11,Vedado, Plaza de la Revolución Telf: 830-3665 E-mail: ryc@cubarte.cult.cu Web site: www.r yc.cult.cu 21 EN EL TEATRO DE 26 T RAS EL VUELO DE LAS CIGÜEÑAS: ARTISTAS MUJERES DEL CARIBE HISPANO Ivonne Muñiz 31 E L ARTE DE PONER NOMBRES EN CUBA HOY Jaime Sarusky | Con una cierta dosis de perplejidad y humor , el autor nos ofrece un muestrario del origen, combinaciones, mecanismos psicológicos, modas y sonoridades de la actual onomástica cubana. 36 H ISTORIA DE UNA BATALLA CUBANA DE DON QUIJOTE Luisa Campuzano | Sobre la aguda polémica que desató el soneto «La más fermosa», del poeta Enrique Hernández Miyares, a comienzos del siglo XX. 41 DOMINGO RAVENET, ¿ANTE TODO, UN ESCULTOR ? Israel Castellanos León | Un análisis que rescata, a juicio de su autor, lo más valioso en el quehacer artístico de Domingo Ravenet, cuyo centenario conmemoramos. 48 ACTORES ESTRENANDO EL SIGLO Amado del Pino | El actor como centro de la escena cubana en estos primeros años del siglo XXI. 53 NÉLIDA PIÑON . USOS DEL «YO» EN LOS AÑOS 90 M. Carmen Villarino Pardo | De la inserción del yo femenino en el espacio social, al yo como estrategia de mercado y uso repertorial que contribuye al reforzamiento de la posición autoral alcanzada por la g anadora del último premio Príncipe de Asturias de las Letras. 57 A TIEMPO La vida inf inita|Julio Mitjans Félix Krull: Memorias de un pícaro, confesiones de un escritor |Olga Sánchez Guevara y Jorge A. Collazo López | Alemanias, otro año cero|Frank Padrón Los Luisíadas| Mario Coyula Un artista bajo el signo del tambor | Estela Hernández 67 Vistazos 70 Esp acio Abierto Precio del ejemplar: $ 5.00 atrasado: 5.50 Fotomecánica e Impresión: Merci Group Corporation Permiso 81279/143. Publicación financiada por el FONCE T ESTIMONIO, ESPIRITUALIDAD Y RESISTENCIA CHIQUI VICIOSO Vivian Martínez Tabares No. 3|2005 julio- agosto- sept. de 2005 | Época V Año 47 de la Revolución, La Habana, Cuba Cada trabajo expresa la opinión de su autor. Revolución y Cultura A n t i l l a s SANGRE, SUDOR, TINTA: ESENCIAS POÉTICAS EN Nicolás Guillén Marilyn Grace Miller Profesora de la Universidad de Tulane, en Nueva Orleáns. Acaba de aparecer su libro Rise and Fall of the Cosmic Race. Fotos: Archivo de R y C. Revolución y Cultura 04 Hay que aprender a recordar lo que las nubes no pueden olvidar I. Y tu (otro) abuelo, ¿dónde está? esulta sorprendente que Nicolás Guillén –para muchos el poeta afrohispano de más importancia en la historia de la literatura latinoamericana– no escribiera más poemas particular mente dedicados al tema de la esclavitud. A pesar de su aporte fundamental a la vanguardia del negrismo, y al hecho de haber sido reconocido como Poeta Nacional en un país con un papel tan impor tante en el tráfico negrero, son pocos los versos del escritor cubano que tocan explícitamente ese tema. Al examinar esta aparente «escasez», el propósito del presente trabajo es doble: revisar algunos de los versos de Guillén que son claves en un acercamiento histórico-poético a la esclavitud, y a través de ese análisis, reevaluar la relación supuestamente tenue entre el poeta y ese tema. Este estudio de varios textos de diferentes épocas en la producción de Guillén espera mostrar que la experiencia y la memoria colectiva de la esclavitud son temas de profunda, decisiva importancia para el autor, y que esa preocupación lo sitúa en una historia intelectual poblada por poetas anteriores, como Juan Francisco Manzano, y poetas posteriores, como Nancy Morejón, quienes de igual forma desarrollan una arte poética en que el verso sirve como vehículo de la emancipación. De este modo señalamos que la relación entre prácticas estéticas y temáticas, sin menoscabo del dolor y el sufrimiento que son productos del sistema esclavista, reclama a la poesía como foro importante para reaccionar a tales experiencias, antes y después de la abolición. Mientras que la tendencia ha sido estudiar este tema en términos económicos o estrictamente históricos, encontramos en esta «poética de la esclavitud» un crucial aporte intelectual a las historias de Cuba, el Caribe y las Américas. Definida de forma más amplia, esta poética nos ofrece un ímpetu convincente para pensar y medir las huellas estéticas de la esclavitud, y no sólo sus efectos materiales o económicos.1 Los versos que más enfáticamente identif ican a Guillén como poeta negro y negrista, sobre to- h i s p a n a S do los que publicó en 1930 como Motivos de son y en 1931 como Sóngor o cosongo, poco dicen de la esclavitud, por lo menos explícitamente. El autor sí reconoce el aporte africano entre muchos otros elementos cubanos, pero en los famosos versos de «Negro bembón» y «La canción del bongó» no se detiene en los desencuentros del pasado, sino en un presente en el cual el negro y la negra llegan a ser centrales en la construcción de la identidad nacional. Como se lee en el prólogo a Sóngoro cosongo, «La inyección africana en esta tierra es tan profunda, y se cruzan y entrecruzan en nuestra bien regada hidrografía social tantas corrientes capilares, que sería trabajo de miniaturista desenredar el jeroglíf ico» (1974, I, 116). P ero en esta cita, Guillén ya comienza a desarrollar una poética en que la sangre, elemento casi siempre asociado con la violencia, asume una relación dialéctica con la tinta, otro fluido emblemático del poder de la escritura y, por lo tanto, la voz. En su famoso prólogo, la sangre africana aparece como una inyección que deja una huella tan profunda en las corrientes capilares de la «hidrografía» nacional, que se necesita un especialista para descifrar sus códigos jeroglíf icos. Veremos que a través de una atención sostenida al tema de la esclavitud y la fuerza emblemática de la sangre como práctica de signif icación, Guillén nos sirve como ese descifrador poético. El primer poema del período «negrista» de Guillén que merece estudio en la línea que me he propuesto re visar, es el breve y minimalista «Caña» de Sóngoro cosongo : El negro junto al cañaveral. El yanqui sobre el cañaveral. La tierra bajo el cañaveral. ¡Sangre que se nos va! (1974, I, 129) Aunque estas veinte palabras no hacen ninguna referencia directa a la escla vitud, el poema parece suspender la tierra cubana (tampoco explicitada como tal) en varios momentos históricos, entre ellos, la época esclavista. Sin embargo, lo que marca o registra esas diferentes épocas no es la tinta sino la sangre, sugiriendo, desde luego sutilmente, una reivindicación del cuer po como fuente de la signif icación. La primera estrofa de «El negro/junto al cañaveral» nos recuerda la escena del ingenio, y la tendencia de asumir una relación entre «negro» y «esclavo» que nos había legado la época colonial. Pero la segunda estrof a pone en cuestión esa visión «histórica», al sugerir que en este mismo escenario, aparece ahora el yanqui, representativo de los intereses norteamericanos que se apoderaron de gran parte de los terrenos azucareros después de la independencia y el establecimiento del régimen republicano en Cuba.2 La tierra, sujeto de la tercera estrofa, parece aguantar el peso del mismo cultivo aunque se haya cambiado de dueño o régimen. El único verbo en el poema aparece en la cuarta estrofa, donde ahora actúa la sangre, absorbida y perdida en esa tierra, o que tal vez «se nos va» en la caña cortada, procesada y vendida como azúcar a los consumidores fuera del país. Esta íntima relación entre el azúcar y la sangre no es de ninguna forma casual. En Consuming the Caribbean , Mimi Sheller explica cómo los procesos de consumo en los centros metropolitanos se relacionan directamente con los procesos de producción en el contexto de la economía del ingenio y la labor de los esclavos. También re vela una naciente cultura de «consumo ético» que a f ines del siglo XVIII empezó a cuestionar si el azúcar producido en el Caribe de verdad endulzaba o si de hecho era un veneno por haber sido producido por manos de esclavos. Nota Sheller que «un aspecto muy imponente de estos argumentos era la imagen del azúcar empapado en sangre» (89). En un panfleto del año 1791, el británico William Fox había declarado: Las leyes de nuestro país pueden ciertamente prohibirnos el azúcar de caña a menos que aceptemos recibirlo por mediación de la esclavitud. Pueden ponerlo en nuestros labios empapado en la sangre de criaturas como nosotros; pero no pueden obligarnos a aceptar esa abominable ración. Queda en nuestras conciencias aceptarlo y ser cómplices de ese crimen, o librarnos de la culpa, rechazando con repugnancia esa tentación […] si compramos este producto, nos hacemos partícipes del crimen. (Sheller 89). Tal v ez «Caña» sólo insinúa esos discursos de una nueva ética del consumo o una nueva comprensión de la compleja relación entre la caña y la sangre. Pero con el desarrollo de una poesía en que entra lo político de forma más explícita, las huellas de la esclavitud empiezan a dejar una impresión más profunda en la obra de Guillén. La tendencia anterior de insistir en la presencia afrocubana en el entorno nacional se transforma después en una reivindicación de la historia afrocubana en la construcción del sujeto poético. En West Indies Ltd (1934), Guillén presenta lo cubano como la convi vencia del b lanco y el negro, del amo y el esclavo, y de los descendientes de cada uno. Esta convivencia se representa de forma emblemática en un poema de esa colección que se cuenta entre los textos más conocidos del autor, «Balada de los dos abuelos». El hablante poético identifica a las sombras de sus dos abuelos, uno negro y otro blanco, que lo escoltan y lo acompañan en la tarea de la creación. Al comienzo del poema los dos se sitúan en sus lugares de origen, el abuelo negro con su «lanza con punta de hueso,/tambor de cuero y madera,» y el abuelo blanco con «gorguera en el cuello ancho,/gris armadura guerrera» (1974, I, 137). Pero pronto las dos figuras se juntan en el «galeón ardiendo en oro», clara referencia a un barco negrero y al comercio triangular del «Atlántico Negro», para citar el acertado término de Paul Gilroy. En la sección central del poema, aparecen también el látigo del negrero, el llanto, y la sangre: 05 Revolución y Cultura A n t i l l a s ¡Qué ¡Qué ¡Qué ¡Qué de barcos, qué de barcos! de negros, qué de negros! largo fulgor de cañas! látigo el del negrero! Piedra de llanto y de sangre, venas y ojos entreabiertos, y madrugadas vacías, y atardeceres de ingenio, y una gran voz, fuerte voz, despedazando el silencio. (1974, I, 138). La concentración de los signos de exclamación en esta sección del poema sugiere varias posturas viscerales: asombro, dolor, repugnancia, hor ror. Pero a pesar de esa piedra de llanto y sangre que es la tierra cubana para los que la trabajan esclavizados, los últimos versos muestran un movimiento de resolución y reconciliación en el poema, cuando el hablante declara que él junta a su abuelo el negrero y su otro abuelo el esclavo, equiparándolos: Yo los junto. –¡Federico! ¡Facundo! Los dos se abrazan. Los dos suspiran. Los dos las fuertes cabezas alzan; los dos del mismo tamaño, bajo las estrellas altas... (1974, I, 139) Que ese «y o» sea autobiográf ico, en el sentido de representar el carácter mulato de Guillén, tal vez sea menos importante aquí que su calidad emblemática. A f in de cuentas, lo que logra esa unión y convierte el lamento en una verdadera balada, es esa presencia del heredero que in voca la unión y reunión de los dos abuelos y sus legados. Los junta, y los hace abrazarse, gritar, soñar, llorar y f inalmente cantar juntos. Así lo gra la convivencia y entrelazamiento de «razas», clases e historias distintas o aún en oposición. Para entender bien la fe que Guillén tenía en la poesía como foro para promover y hasta lograr cambios en el tejido social, podemos leer un texto como «Balada de los dos abuelos» al lado de varios comentarios que hizo el autor respecto a la situación racial en Cuba en la época de la composición de estos poemas. El cinismo y mordacidad de la prosa del escritor ponen de relieve el idealismo y esperanza que informan su ideario poético. En un comentario publicado en el Diario de la Marina el 9 de junio de 1929, Guillén opinó que «Junto a su condición de cubano, el hombre oscuro ar rastra su condición de negro, que limita a aquélla, y la verdad es que la ley no le niega ningún derecho, pero que el blanco le reconoce muy pocos». Frente a esa situación de discriminación que seguía en el período republicano, veía que «mientras el blanco no se disponga a reconocer que en igualdad de condiciones debemos disfrutar de idénticos derechos, no se habrá dado un solo paso en f ir me en el acercamiento de los dos grandes núcleos que integran la población cubana» (Guillén 1975 11). Consciente de las hondas relaciones entre esas prácticas sociales y las condiciones de la producción literaria, Guillén seguía insistiendo en una poesía nacional que no fuera ni blanca ni negra, que no fuera producto del Revolución y Cultura 06 «esclavismo» y en que la sangre asumiera otra resonancia: Digamos pues, poesía negriblanca. Los que zanjan la población en dos mitades, en dos colores, quizá sueñen en una discriminación más, la artística. Ya que no hay modo de llevar a la ley el esclavismo latente en ciertas capas sociales, bueno sería encenderlo en la esfera sutil de la creación estética, de modo que los negros tuvieran «su» poesía, como pudieran tener , a ejemplo de la democracia norteamericana, sus cole gios o sus iglesias. Pero no. Es poesía que quiere ser de una y otra sangre, mezcladas, hechas una sola, hechas la sangre de Cuba, cuyo caudal se nutre por dos caños nítidamente def inidos. Hay, eso sí, una enérgica contrib ución del espíritu negro a la poesía española, y ello dará pie a una poesía nacional, liberada al f in, dueña de sí misma, en la que no sea aventura fácil separar las esencias que la integran. Cuando surja ya la mano paciente que alcance a forjar la for ma def initiva, def inida, de lo que ahora es un amasijo bicéfalo que pugna por alcanzar duro y duradero perf il, habrá surgido al mismo tiempo la más honda vertebración lírica cubana, crepuscular entre dos luces, mestiza de dos voces, única voz de dos gargantas (1975 100-101). Llama la atención en esta declaración el rechazo del modelo estadounidense, y el uso del lenguaje que interpreta la tarea estética como una entidad que también necesita liberarse, haciéndose «dueña de sí misma». Detrás del discurso del mestizaje o la mulatez como poética está el reconocimiento que esa poesía «negriblanca» tiene que responder al discurso esclavista aún en pleno momento de la postemancipación. La historia familiar y la relación de ella con la historia de la nación e incluso, las regiones más amplias del Caribe y Latinoamérica, se subraya de nuevo en «El apellido», poema escrito unas dos décadas después de la «Balada de los dos abuelos». En esa larga «elegía familiar», resurge el hablante poético autobiográfico para insistir en ese (otro) abuelo típicamente borrado de la genealogía oficial. El apellido ausente es el emblema de ese no-documentar. Encontramos varias referencias a la esclavitud en el poema, y la vergüenza asociada con ella como motivo para su rechazo como tema en los proyectos históricos y poéticos. Pero al personif icar el apellido del ances- h i s p a n a S tro ne g ro, convirtiéndolo en antepasado mismo, Guillén resucita a su ancestro no nombrado, innominado: ¿Sabéis mi otro apellido, el que me viene de aquella tierra enorme, el apellido sangriento y capturado, que pasó sobre el mar entre cadenas, que pasó entre cadenas sobre el mar? ¡Ah, no podéis recordarlo! Lo habéis disuelto en tinta inmemorial. Lo habéis robado a un pobre negro indefenso. Lo escondisteis, creyendo que iba a bajar los ojos yo de la vergüenza. (1974, I, 396-397) De la misma forma en que había sido disuelto, Guillén ahora recupera a ese abuelo o bisabuelo en su propio documento poético, rechazando el silencio de la vergüenza y ofreciendo una escritura alternativa a esa tinta inmemorial. El hablante aquí se dirige a su interlocutor/lector desde una posición de reclamo mucho más enfática que la de «Balada de los dos ab uelos». En vez del abrazo y la convivencia de sus abuelos blanco y negro, el abuelo negro aparece en este poema primero sangriento y encadenado, y después disuelto y escondido. Es de notar que el «pobre negro indefenso» que ha sido víctima del robo de su apellido puede ser tanto el pariente africano como el mismo hablante autobio gráfico. ii. Desplazamientos e insistencias En la mayoría de los casos en que toca el tema de la esclavitud, Guillén recurre a f iguras literarias: imágenes, símbolos o metáforas, más que a referencias explícitas. Términos de mucha carga signif icativa en cuanto a la historia esclavista, como son, por ejemplo, látigo, cuero y sudor, aparecen con frecuencia, y contribuyen a la elaboración de una poética anti-romántica, anti-nostálgica e insistente en una re-evaluación de la representación textual de la persona esclavizada y de sus descendientes. Guillén se apropia de ese catálogo de vocablos aparentemente antipoéticos con una atención rigurosa, muchas veces, a cuestiones de forma y métrica. Encuentra en el espacio poético un lugar para (re)insertar al esclavo en la historia nacional, valiéndose a la vez del proceso creativo. El efecto es múltiple, porque mientras corrige las fallas de la historia of icial, en la que el esclavo generalmente aparece sólo como objeto, también insiste en una (re)visión del esclavo como sujeto expresivo de esa misma historia. Esa táctica pone en tela de juicio cualquier narrativa , insistiendo, en cambio, en el lenguaje poético como otra «verdad» de la experiencia. Como señala Roman Jakobson, la elección del lenguaje poético representa el máximo poder emotivo del mensaje, poder sumamente importante en cuanto a sujetos históricamente marginados de esos modos y formas de producción cultural. Desde luego, Jakobson se enfocó en los elementos formales del lenguaje poético, y no en su valor político o social. Sin embargo, sí notó que «la denominada función emotiva o ‘expresiva’ enfocada hacia el hablante, aspira a una expresión directa de la actitud de éste hacia lo que está diciendo. Esto tiende a producir la impresión de cierta emoción ya sea verdadera o f ingida»… (66) y también, «la tendencia hacia el mensaje como tal (Einstellung), la focalización en el mensaje en sí mismo, es la función poética del lenguaje.» (69). Aunque señaló que «Cualquier intento encaminado a reducirla a poesía o viceversa, constituiría una forma engañosa de simplif icar las cosas al máximo» (69), también notó Jakobson que es en la poesía donde encontramos la concentración más densa de lenguaje emotivo. La transformación del ser humano esclavizado en agente de su propia historia es evidente en «Sudor y Látigo», escrito en Cuba en 1940, pero no publicado hasta 1947 en Buenos Aires. Notamos inmediatamente dos frases que se repiten: «látigo, sudor y látigo» y «tinto en la sangre del amo». En la primera frase, que aparece cuatro veces, el látigo marca una historia brutal y penosa, en la que el sudor se convierte en una tinta amarga que se extiende sobre la superf icie del cuerpo maltratado de la figura esclavizada. Las llagas de ese cuerpo constituyen otro registro de la crueldad y el sufrimiento. Si el cuerpo lacerado del esclavo no sirviera como una historia oficial, conservada en tinta, por lo menos nos ofrece, como declara el poema, otra documentación con un peso igual o tal vez aún mayor que el de la versión consagrada. La segunda imagen llamativa sugiere un proceso muy distinto, en que el esclavo, «tinto en la sangre del amo», opera cambios y transformaciones en el carácter físico o metafísico del que pretende dominarlo. Este ejercicio de poder ya se hace evidente en el poema cuando el cañaveral se humaniza, temblando frente a la fuerza del hombre que decide dejarlo todo y huir de su condición. Muy sutilmente, se establece una relación entre el cimarronaje y el poder expresivo. Aunque el verso «tinto en la sangre del amo» es notablemente ambiguo, sugiere por lo menos una af irmación de la presencia ne gra como una «mancha» en el corpus cubano, incluso en el cuerpo del amo. El personaje que experimenta su dosis diaria de sudor y látigo logra salir del barracón o del cañaveral para penetrar el espacio sacrosanto y «puro» del amo, presentando así un desafío a la supremacía de su sangre, su autoridad y su poder. Hay otro poema en El son entero que también parece referirse a la esclavitud, aunque nunca la nombra. Otra vez Guillén utiliza la repetición de versos claves para crear unidad e insistir en el acto de ver y re-ver las imágenes presentadas. La primera estrofa de «Elegía» abre y cierra con «Por el camino de la mar», expresión que se repite cinco veces más en el poema. En las siguientes estrofas, aparecen algunos personajes –un pirata que es «mensajero del Espíritu Malo», un negro que llora su destierro– pero otra vez, los objetos funcionan también como actores importantes: Por el camino de la mar, el per gamino de la ley, la v ara para malmedir, y el látigo de castig ar, y la síf ilis del virre y, y la muerte, para dormir 07 Revolución y Cultura A n t i l l a s sin despertar, por el camino de la mar. (1974, 240) Se revelan la hipocresía y los errores de las autoridades (institucionales y personales) a través de las herramientas que las representan metonímicamente: como el pergamino, la vara, el látigo. El poema declara que «Hay que aprender a recordar/lo que las nubes no pueden olvidar», para después insistir, «¿Cómo vais a olvidar/lo que las nubes aún pueden recordar?» Son las nubes los testigos más f ieles del middle passa ge, de la trata, del tráf ico e intercambio ilegítimo de personas, recursos y poderes entre Europa, África y las Américas. Ter mina el poema con la exclamación ¡Duro recuerdo recordar lo que las nubes no pueden olvidar por el camino del mar! La densidad semántica del primer verso de la estrofa, con dos versiones del mismo vocablo recordar , revela el compromiso poético de Guillén con el negro que ha pasado «por el camino de la mar». Para esa penosa tarea del recuerdo, insiste en un proceso distinto de signif icación en que el sudor, la sang re y la cadena funcionan como otras herramientas discursivas de una poética que no dependa por completo de la palabra misma. Combina esos implementos con su propia pluma para escribir su elegía, aunque no sabe siquiera el nombre o apellido del fallecido. iii. El arte no sólo por el arte La conexión fundamental entre el proyecto poético de Guillén y la experiencia de la esclavitud –y el complejo proceso de recordar y conmemorar esa experiencia– es tal vez más obvia en su «Arte poética», publicada por primera vez en 1953 y luego en La paloma de vuelo popular , en 1958. Según Luis Íñigo Madrigal, el poema constituye «una historia y una teoría de la obra del propio poeta» (1995, 42). Las primeras tres estrofas sugieren un proceso de maduración creativa dentro del marco modernista. «Conozco la azul laguna» declara el hablante, y «Un pájaro principal/ me enseñó el múltiple trino». La mención de lo azul y el pájaro principal parecen remitir a Rubén Darío y por extensión a los valores poéticos que él defendía como portavoz de la vanguardia modernista, entre ellos el concepto del «ar te por el arte». Pero la cuarta estrofa señala el punto interrogativo al cual ha llegado el hablante poético, el de cuestionarse qué hacer con otros elementos de su historia y de su formación estética: ¿ Y el plomo que zumba y mata? ¿Y el largo encierro? ¡ Duro mar y olas de hierro, no luna y plata! (1974, II, 7) Por cierto que estas imágenes nunca identif ican explícitamente al africano o sus descendientes como víctimas de la esclavitud. Sin embargo, la estrofa despeja un campo de trabajo en que la materia prima del poeta consiste no sólo en los antecedentes literarios hispanoamericanos, sino también de otros pormenores históricos, elementos íntimamente relacionados con la experiencia de la esclavitud. Es interesante el hecho de que son esos elementos los que le producen al Revolución y Cultura 08 hablante poético tanta incertidumbre o duda, indicada por los signos de interrogación. Una vez más, la referencia al largo encierro sobre el duro mar y las olas de hierro nos deja con un indeleble (aunque tantas veces borrado por los historiadores) testimonio del «camino del mar». En los versos que siguen, se lee el siguiente capítulo de esa historia, en que «El cañaveral sombrío/ tiene voraz dentadura» y «Se alza el foete mayoral./ Espaldas hiere y desgar ra». Pero el amargo recuerdo no paraliza al poeta en su tarea creativa: el poema se cierra con una estrofa infundida de esperanza: Dile también del fulgor con que un nuevo sol parece: en el aire que la mece, que aplauda y g rite la flor. (1974, II, 8). Tras habernos mostrado su compromiso con la esclavitud como tema inevitable de su historia, Guillén utiliza aquí su hablante para insistir en un «nuevo sol» de esperanza. Así nos urge a pri vilegiar el proceso creati vo y a af ir mar el poder de la poesía en la rectif icación de una representación histórica incompleta y estancada. Paradójicamente, el poeta tiene que realizar este compromiso con la documentación de la experiencia de la esclavitud, dentro de una tradición de la palabra escrita en la cual el esclavo casi siempre fue reducido a objeto, en vez de ser considerado agente de los eventos. Es en ese contexto que el lenguaje poético asume su poder supremo. Tomando de nuevo «El apellido», vemos que el hablante autobiog ráf ico cuestiona la validez del apellido europeo que lo identifica como persona y que él usa para f irmar sus poemas. «Es mi nombre, ¿estáis ciertos?» pregunta, planteando por qué ese apellido castellano no le ofrece un símbolo cabal de su historia: ¿Toda mi piel (debí decir) toda mi piel viene de aquella estatua de mármol español? ¿También mi voz de espanto, el duro grito de mi g arganta? ¿Vienen de allá todos mis huesos? ¿Mis raíces y las raíces de mis raíces y además estas ramas oscuras movidas por los sueños y estas flores abiertas en mi frente y esta savia que amarga mi corteza? ¿Estáis seguros? ¿No hay nada más que eso que habéis escrito, que eso que habéis sellado con un sello de cólera? (¡Oh, debí haber preguntado!) (1974, I, 395-396) Las preguntas son retóricas pero también genuinas, como muestra ese lamento de no haber insistido en una respuesta a sus interrogativas. El hablante presenta otra documentación de la historia –su piel, su voz, sus raíces– para así deslegitimizar la documentación escrita, récord que excluye una arte vital de su herencia. De nuevo, Guillén ofrece el cuerpo del esclavo como una documentación alternativa a esa escritura engañosa, y pregunta: «¿No tengo acaso/ un abuelo nocturno/ con una gran marca negra/ (más negra todavía que la piel)/ una gran marca hecha de un latigazo?» (396).3 La evocación del nombre mandinga, h i s p a n a S bantú, yoruba o dahomeyano del triste abuelo como «ahogado/ en tinta de notario», es doblemente impresionante, porque nos recuerda también la práctica a bordo de los barcos negreros de ahogar a los presos africanos en casos de enfermedad, necesidad de aligerar el peso de la carga, o encuentros con las autoridades que vigilaban las rutas atlánticas cuando ya era ilegal el tráf ico negrero. iv. El tema negro cu atro siglos después de Motivos de son En su producción poética tardía, extremadamente variada, Guillén regresa varias veces al espectro de la esclavitud, incluso en obras como Tengo, de 1964, y El diario que a diario, de 1972. Señalado como ejemplo eminente de la poesía revolucionaria, Tengo contiene poemas de índole marcadamente política que tocan una variedad de temas «anti-poéticos», como por ejemplo la discriminación racial en Estados Unidos («Crecen altas las flores») y el abandono de la isla y de la Revolución por los cubanos emigrantes («Responde tú»). P ero es en Teng o donde también aparece «Vine en un barco negrero...», que incluye la notable frase «De sangre y tinta mi cuerpo», verso que simultáneamente combina y yuxtapone las operaciones discursivas de sangre y tinta que Guillén ha ido explorando en poemas anteriores. Esta composición es de versos cortos, con un tono tajante, pero también rítmico: Vine en un barco negrero. Me trajeron. Caña y látigo el ingenio. Sol de hierro. Sudor como caramelo. Pie en el cepo. (1974, II, 106) El título y primer verso rompen abruptamente con cualquier visión romántica o nostálgica de la historia, y el uso del pronombre de primera persona singular juega con la distinción entre pasado y presente, dado que la tendencia interpretativa es la de leer el poema como una declaración autobio gráf ica. El se gundo v erso insiste de nuev o en la identif icación del interlocutor poético con la experiencia de la esclavitud, a pesar de su posible pertenencia a la época moderna. La frase «me trajeron» también llama la atención sobre el hecho de que el viaje de África a América no fue voluntario. La fuerza del poema depende en parte de una concentración de imágenes mordaces y macabras: caña, látigo, hier ro, sudor, cepo. En la segunda estrofa, ir rumpe la f igura histórica de José Antonio Aponte, el negro revolucionario que organizó la insurrección de esclavos de 1812, conocida como la Conspiración de Aponte. Convencido de que las autoridades españolas no acabarían con la esclavitud voluntariamente, lo que de hecho no hicieron hasta 1886, Aponte promovió la utilización armas de fuego, y también ardides como la quema de ingenios de azúcar y secaderos café, en su intento de liberar a los esclavos de su servidumbre. Descubierta la conspiración, capturaron al líder para luego ahorcarlo y descuartizarlo, y exhibieron su cabeza en un poste para que otros negros –libres y esclavos– no pensaran en sublevarse (Guillén 1975, 194). En el poema de Guillén, Aponte aparece con una sonrisa, invitando al hablante poético a par ticipar en su campaña, y recibiendo la respuesta afir mativa, «Quiero». Se reconoce también el período de silencio y violencia que siguió a la conspiración de Aponte, caracterizado por una represión severa y sangrienta contra los cubanos de color, libres y esclavos. El elemento más lírico del poema parecería ser el estribillo colocado al f inal de la segunda, cuar ta, y última estrofas: La Yagruma de nieve y esmeralda bajo la luna. (1974, II, 107, 108) Conocido por sus hojas verdeoscuras y blancas, de cualidades medicinales, este árbol es un elemento marcadamente cubano, y por lo tanto, un fuerte referente a la realidad local. Ha representado el ideal de la unidad racial porque sus hojas son de dos colores. Aquí la luz de la luna envuelve la escena con una atmósfera de claridad. Pero el signif icado de la yagruma es todavía más profundo, si tomamos en cuenta su lugar en las creencias y prácticas del pueblo afrocubano. En la santería, la yagruma es conocida como la torre centinela de la sunsundanga o lechuza, mensajera de la muerte. Su dueño es Obatalá, y los santeros y paleros la consideran el vigilante del monte, por ser el árbol más alto. Parece cumplir esa misma función aquí, vigilando, de cierta forma, losSalgado versos que Raquel Scherr anteceden, y también cerrando el poema. En la tercera estrofa, aparece Leopoldo O ’ Donnell, Capitán General de Cuba en los años 1843-1848, famoso por su participación en el tráf ico ne grero, sus políticas que favorecían a los amos y terratenientes, y sobre todo, por su severa represión de la Conspiración de la Escalera en 1844, rebelión de libres y esclavos contra la cual las autoridades reaccionaron tan brutalmente que el período posterior se designó como la «Inquisición cubana».4 El dolor sufrido en aquel momento, y también el recuerdo que dejó, se enfatiza con la triple repetición de «cuero y cuero» que resuena como un látigo. O’D onnell. Su puño seco. Cuero y cuero. Los alguaciles y el miedo. Cuero y cuero. De sangre y tinta mi cuerpo. Cuero y cuero. (1974, II, 107) Es en esta estrofa, entonces, que encontramos el verso «de sangre y tinta mi cuerpo», que parece tan sugerente para el 09 Revolución y Cultura A n t i l l a s propósito de pensar el lugar de la esclavitud en la historia de la poética cubana y latinoamericana. Con esta frase, Guillén efectivamente re-inscribe el cuerpo del esclavo, haciendo de él un documento, una escritura que informará toda su producción poética. Con la doble signif icación de sang re y tinta, Guillén crea una conexión inextricable entre su herencia racial o étnica y la historia violenta que caracterizó la experiencia de esa gente, y la función contemporánea de la escritura y la poesía. Podemos ver esta apropiación del poder escritural en la segunda mitad del poema, asociado con la adquisición de la libertad del hablante poético. La figura de Antonio Maceo es par ticularmente poderosa en ese contexto, porque representa el añorado y difícil éxito de la lucha revolucionaria contra las autoridades españolas, además de la tardía abolición de la esclavitud en el marco temporal de esa misma lucha. El gran general mulato representaba para los cubanos de color no sólo la emancipación y la independencia, sino también la posibilidad de una amplia intervención en la vida política del país. Fue uno de los pocos cubanos de color que había aparecido en la historia escrita, y aquí Guillén reconoce su valor simbólico. Hay que notar, además, que «Vine en un barco negrero» no ter mina en vísperas de la libertad, a f ines del siglo XIX, sino en el período posterior a la «emancipación». O sea, aunque su protagonista es un personaje sacado de África en plena época de la escla vitud, el contexto temporal del poema se extiende hacia el momento contemporáneo. En esta línea, podemos notar en ciertas secciones del poema una marcada insistencia en los verbos del tiempo presente, tanto del hablante mismo, como de la f igura histórica de Jesús Menéndez, cuyos ojos «ven», él está viendo, está a la vez muerto y vivo. El hablante dice: Tendido a Menéndez veo. Fijo, tenso. Borbota el pulmón abierto. Quema el pecho. Sus ojos ven, están viendo. Vive el muer to (1974, II 107-108).5 El muerto vivo sugiere, de nuevo, la persistencia de la historia en el presente, y también, el hecho de que para la clase obrera, muchas de las condiciones aborrecibles de la esclavitud seguían, sin mayor alivio, en el período posterior a la «emancipación». La última estrofa de «Vine en un barco negrero...» es a la vez la más formularia y la más enfática, con el hablante poético tomando ahora su lugar en la procesión de portavoces de esa historia revolucionaria que se ha ido trazando. ¡Oh Cuba! Mi voz entrego. En ti creo. Mía la tierra que beso. Mío el cielo. Libre estoy, vine de lejos. Soy un negro. (1974, II, 108). La boca o la v oz se convier te en su arma y ofrenda principal, y con ella, el hablante besa la tierra y el Revolución y Cultura 10 cielo y los declara suyos. En los últimos versos, yuxtapone la libertad con el pasado esclavista, y reaf irma de for ma escueta y punzante su identidad negra. Al final, aparece otra v ez la yagruma para calmar y estabilizar el ambiente visual y emocional del poema. Los que conocen la obra de la poeta Nancy Morejón, gran discípula de Guillén, habrán notado el parecido entre «Vine en un barco negrero...» y «Mujer negra», poema que también hace un recorrido por la par ticipación de la f igura negra –en este caso femenina– en los procesos históricos más significativos del pueblo cubano: resistencia durante la esclavitud, transculturación de elementos africanos y españoles, sublevación para independizarse de España, y luchas contra las dictaduras que caracterizan la «independencia» posterior, para encontrarse al f inal del poema en pleno momento revolucionario. Pero mientras «Mujer negra» es el poema más citado de Morejón, ha habido una tendencia a ignorar ése y otros poemas de la obra tardía de Guillén, en los que éste brega con muchos de los mismos temas que encontramos en los «poemas negros», pero de forma menos folclórica y políticamente mucho más tendenciosa. v. Última mirada a la esclavitud: humor negro (y blanco) Desde lue go, «Vine en un barco negrero» representa una operación poética mucho más desnuda y mucho menos sutil, tal vez, que por ejemplo, «Arte poética». Pero sería un er ror asumir que el poema marca un agotamiento en cuanto al acercamiento creativo al tema de la esclavitud en Guillén. Incluso parecería que los poemas más radicales e irónicos sobre el tópico aparecen en la «inusitada empresa poética» de El diario que a diario, publicado en 1972, y construido con las secciones propias de un periódico, desde los avisos comerciales hasta los anuncios clasif icados. Al modif icar un medio de comunicación masiva para fines poéticos, Guillén subraya el elemento popular, y reconoce además que la prensa ha sido, históricamente, un importante promotor de la esclavitud y de la poesía. En El diario que a diario, Guillén retoma temas del período colonial con una serie de «advertencias y cuidados acerca de graves males y andanzas que afligen a esta ciudad. Allí aparecen varios a visos sobre «ESCLAVOS EUROPEOS», con la advertencia de que «Es sorprendente la semejanza que existe entre el texto de estos anuncios y el lenguaje empleado por los traf icantes en escla vos africanos (neg reros) para proponer su mercancía. Forzados por la costumbre general aceptamos su publicación, no sin consignar la repugnancia que tan infame comercio produce en nuestro espíritu» (1974, II, 377). Luego aparecen avisos de venta y compra de esclavos, de la fuga de alguno, y de un acto de justicia y azotamiento público de otro que hirió a sus amos. Pero con la mera sustitución del término «negro» o «africano» por «blanco» o «europeo», el autor revela lo ridículo y vergonzoso de un discurso que calif ica a un ser humano como propiedad de un amo. En «Fuga», utiliza un humor h i s p a n a S «negro» para burlarse del blanco de mediana estatura y ojos azules fugado de la casa del amo. Estas operaciones poético-periodísticas son de los experimentos más radicales en toda la poesía de Guillén, y no deja de entrar en ese juego la huella oscura de la esclavitud. Ofreciéndonos, al parecer, un ejemplo clásico de la estrategia de la desfamiliarización que def ine Bajtin, esta serie de poemas se vale de la parodia para insistir en la realidad cruda y cruel de la historia esclavista de la isla. Aunque no parece inusual leer avisos de negros vendidos, comprados, reducidos a «negritos», y ofrecidos en el mercado para servicios tan personales como entretener a los niños de la casa o dar de mamar a un bebé, es tremendamente chocante leer que una «blanca de cuatro meses de parida, sin un rasguño ni una herida, de buena y abundante leche, regular lavandera, criolla cocinera, sana y sin tacha, fresquísima muchacha,» se puede conseguir por 350 pesos libres (1974, II, 378). La noticia de «una pareja de blanquitos, hermanos de 8 y 10 años, macho y hembra» también muestra detrás de su superf icie cómica, un lado oscuro y doloroso. Claramente, el propósito de Guillén va más allá del mero entretenimiento de los lectores. Busca hacer nos reír, pero también busca desconcer tarnos moral y estéticamente, para que reconsideremos las tradiciones históricas y poéticas que hemos aprendido y sustentado. Resulta evidente que la obra de Guillén revela una preocupación por la esclavitud que se manif iesta de manera ecléctica, desde los versos pulidos y cuidadosamente medidos de su «Arte poética» hasta los fragmentos irónicos y sin rima de los avisos de El diario que a diario . Juntos, estos escritos tan variados constituyen una poética de la esclavitud que retrata sin vacilar un pasado horrendo, pero que también anticipa un proceso en que la desigualdad y el silencio ceden a la creciente fuerza de la sangre como emblema de la huella cultural y hasta discursiva que ha dejado el protagonista afro-diaspórico –muchas veces analfabeto– en la experiencia cubana y latinoamericana. Irónicamente, Guillén hace su fuerte reclamo utilizando esa misma escritura y esa misma tinta que de un lado autorizó y administró la esclavitud, y del otro, intentó borrar o hacer caso omiso de la humanidad y de la expresión del esclavizado.6 Bibliografía Arrom, José Juan. «La poesía afrocubana». Revista Iberoamericana 4 (1942): 379-411. Ayala, César J. American Sugar Kingdom. The Plantation Economy of the Spanish Caribbean 1898-1934. Chapel Hill: University of North Carolina Press, 1999. Gilroy, Paul. The Black Atlantic. Modernity and Double Consciousness. Cambridge, Mass.: Harvard University Press, 1993. Gomez, Michael. Exchanging our country marks: the transformation of African identities in the colonial and antebellum South. Chapel Hill [N.C]; Londres: University of North Carolina Press, 1998. Guillén, Nicolás. Obra Poética 1920-1972, 2 t. La Habana: Editorial de Arte y Literatura, 1974. ____. Prosa de Prisa 1929-1972. Tomo I. La Habana: Editorial Ar te y Literatura, 1975. ____. Summa poética . Ed. e «Introducción» de Luis Íñigo Madrigal. Madrid: Cátedra: 1995. Jackson, Richard. «Remembering the ‘Disremembered’: Modern Black Writers and Slavery in Latin America». Callaloo 13 (1990): 131-144. Jakobson, Roman. Language in Literature. Ed. By Krystyna Pomorska and Stephen Rudy. Cambridge, Mass.: Havard University Press, 1987. Kutzinski, Vera. «Poetr y and Politics: Two Books on Nicolás Guillén. MLN 98 (1983): 275-284. Paquette, Robert L. Sugar is Made with Blood. The Conspiracy of La Escalera and the Conflict betweem Empires over Slavery in Cuba. Middletown, Connecticut: Wesleyan University Press, 1988. Sheller, Mimi, Consuming the Caribbean. From Araw aks to Zombies. Londres y Nueva York: Routledge, 2003. Notas 1 En una reseña de dos de los estudios sobre Guillén escritos en los 80, Vera Kutzinski nota que «el reconocimiento de todo el impacto histórico de la esclavitud y del tráfico negrero en las culturas del Nuevo Mundo, [ es] una idea que, especialmente en Norteamérica, continúa siendo recibida con considerable rechazo» (277). Aunque esta tendencia crítica haya cambiado en las últimas dos décadas, siguen siendo pocos los estudios de Guillén que se enfocan la esclavitud. En su «Remembering ‘ ’ the Disremembered : Modern Black Writers and Slavery in Latin America» (1990), Richard Jackson sí menciona a Guillén, pero lo trata como antecedente para el florecimiento de textos más contemporáneos preocupados por la esclavitud, muchos de ellos novelas, como por ejemplo Beloved de Toni Mor rison, y Changó, el gran putas , de Manuel Zapata Olivella. [ Tanto el texto de Kutzinski recién citado, como otros intercalados en el cuerpo del ensayo, fueron traducidos del inglés por R y C, con excepción del texto de Jak obson, traducido por Ana María Gutiérez para la edición de Cátedra, 1988. 2 César J. Ayala arguye que la intervención norteamericana en la industria azucarera en el Caribe hispano no representaba un reemplazo del sistema colonial español, sino una transformación radical social y económica y la creación de nuevas causas y formas de subdesarrollo y pobreza. Véase su American Sug ar Kingdom , 1999. 3 Para un acercamiento interesante al problema de la ausencia de información genealógica para los americanos de descendencia africana, véase Gómez, cuya discusión de índices corporales como cicatrices, marcas con hierro, dientes af ilados, etc., tiene cierta resonancia en la idea de una documentación alternativa que se encuentra en la poesía de Guillén. 4 Para una descripción de la se veridad, brutalidad y sadismo que mostraron las autoridades después de «la Escalera», véase Paquette, especialmente el octavo capítulo, «The Year of the Lash.» 5 En la quinta estrofa, el hablante poético es testigo de la muerte de Jesús Menéndez, al que llamaban el «General de las Cañas», y comparaban con el orisha Changó, por su gran valentía en las batallas a favor de los obreros de la industria azucarera a mediados del siglo veinte. Odiado por la oligarquía cubana y los monopolios extranjeros, Menéndez fue asesinado en 1948. Guillén lo resucitó varias veces, especialmente en su larga « Elegía a Jesús Menéndez», de 1958. Aquí queda claro que Guillén ve a Menéndez como otro revolucionario más en la línea de Aponte y Maceo. 6 Quisiera agradecerle profundamente a Ana Serra, f iel lectora de los borradores de este trabajo, y tremenda interlocutora para la tarea intelectual. Sus comentarios provocaron un diálogo muy rico en cuanto a las ideas e interpretaciones principales del ensayo. 11 Revolución y Cultura A n t i l l a s Imaginarios urbanos PUERTORRIQUEÑOS Myrna García Calderón Puertorriqueña, es profesora de la Universidad Cornell, de Nueva York. Ha publicado Lecturas desde el fragmento: Escritura contemporánea e imaginario cultural en Puerto Rico. rimeros esbozos: Del monte a la calle: La producción cultural puertorriqueña ha representado de diversas y a veces conflictivas maneras la ciudad metaforizada en las memorables páginas de los más importantes escritores puertorriqueños del último siglo. Desde El hombre en la calle de José Luis González1, En una ciudad llamada San Juan de René Mar qués2, Spiks de Pedro Juan Soto 3 y En cuerpo de camisa de Luis Rafael Sánchez4, la ciudad irrumpe como fondo y centro del devenir de personajes que se alejan de las prácticas rurales idealizadas por muchos autores puertorriqueños hasta casi mediados del siglo XX. Pero la ciudad como espacio de múltiples deseos dif iere bastante de ver siones recientes que autores puertorriqueños, escribiendo dentro y fuera de la isla, ofrecen como texto a ser leído y descifrado. Estos textos representan una serie de conflictos marcados por las variadas ópticas y proyectos desde donde se escriben. El desarrollismo de Luis Muñoz Marín, artífice del Puer to Rico moderno, diseñó los imaginarios urbanos que aparecen reflejados en los textos culturales producidos a partir del proyecto económico Operación Manos a la Obra. Tanto el espacio territorial puertorriqueño como el de sus diásporas nunca sería imaginado del mismo modo a partir de entonces. Pienso en textos tan diversos como La carreta 5 de René Marqués y La Carreta Made a UTurn6 de Tato Laviera como ejem- Revolución RevoluciónyyCultura Cultura 12 plos paradigmáticos. Ya en 1948, en la dedicatoria de El hombre en la calle , uno de los primeros libros puer tor riqueños anclado fir memente en el espacio urbano, su autor José Luis González desdecía del ruralismo anacrónico contra el que se rebelaba en su colección de cuentos, en los siguientes términos: En Puerto Rico queda por iniciarse una literatura urbana. Doblemente necesaria porque lo rural ha sido demasiado muchas veces refugio derrotista para los que todavía no saben que los asaltos del imperialismo en el frente cultural hay que resistirlos lo mismo en la calle que en el surco.7 Otros escritores contemporáneos y subsiguientes a González respondieron a la realidad cambiante y a las contradicciones que enfrentaban los puertorriqueños a mediados del siglo XX desde ópticas muy diversas. En la introducción a la edición puertorriqueña de Maldito amor, texto que parodia la novela de la tierra, decía Rosario Fer ré: Ese mundo de la hacienda, de amplias verandas y de aristocracia de dril que luego Palés habría de satirizar sangrientamente en sus poemas aparece, tanto en el texto de Laguerre como en un sinnúmero de otras obras, como el desideratum de una identidad puertorriqueña trágicamente per- dida. Maldito amor intenta, de alguna manera, parodiar esa visión de la historia y de la vida señorial de la hacienda, arrebatarle al mito su poder de conferir autoridad e identidad, ya que la tierra (y la sociedad que generó entre nosotros) constituyó siempre en nuestro caso una realidad conflictiva e insuf iciente. El regreso a la vida de la tierra, a la hacienda azucarera, cafetalera o tabaquera, que proponen tanto La carreta de René Marqués, como Solar Montoya y Cauce sin río de Laguerre, así como los poemas de gran parte de nuestros poetas modernistas, para men- h i s p a n a S cionar sólo algunos ejemplos, constituyó desde sus comienzos una actitud reaccionaria, insostenible en el mundo moderno. La vida de la tierra era, cuando estaba siendo cantada y mitif icada por nuestros escritores de la primera mitad del siglo, algo que ya pertenecía al pasado, puesto que bajo la influencia norteamericana la isla había sufrido, para 1950, un intenso proceso de industrialización.8 Ese intenso proceso de cambio traído por el desarrollo económico ya es evidente en las páginas de En cuerpo de camisa, de Luis Rafael Sánchez, pub licado en 1966. Aquí la vida de la tierra es sustituida por ambientes citadinos muy reales: el arrabal urbano, el cocal de los mulatos, la esquina comercial, transitada y populachera. Los personajes son tomados de las zonas marginadas de la sociedad. Como ha señalado Efraín Barradas 9, En cuerpo de camisa está poblado de seres marginados, entre los que encontramos una prostituta, un adicto a las drogas, un homosexual negro y perseguido por sus vecinos, un mendigo falsamente ciego y un desempleado cornudo, entre otros. Muy lejos de estos textos está la imagen del jíbaro. El empleo del lenguaje popular urbano es central a la propuesta narrativa de En cuerpo de camisa. Ese aprendizaje de la calle, esos primeros vínculos entre literatura, cultura popular, cultura de masas, esa ubicación espacial y lingüística citadina, oral, intertextual, híbrida y polifónica anticipa la gran novela del Puerto Rico de la última parte del siglo XX, La guara c ha del Macho Camacho , de Luis Rafael Sánchez, no vela donde la ciudad moderna, fragmentada, caótica, ausente de totalidad, violenta y mezclada irrumpe desenfadadamente haciendo gala de los múltiples signos de las transformaciones urbanas. La guaracha… nos advierte que ésta es una novela donde la ciudad se constituye en el habla, en el lenguaje. Estamos en el reino de la ambigüedad , del humor y de la alienación de una sociedad moderna invadida por los medios de comunicación en un espacio urbano que tiene muy poco que ver con el de sus modelos literarios anteriores. En el libro Consumidores y ciudadanos , Néstor García Canclini 10 describe las grandes ciudades como lugares que evidencian la desvalorización de los metarrelatos y las utopías –en tanto modelos homogeneizantes– y donde se af irman acciones fragmentadas. Ya en La guaracha… la perspectiva del flâneur o paseante –que todavía implicaba una actitud ordenadora hacia la realidad– cede el paso a la voz del locutor, quien yuxtapone imágenes aisladas y sonidos en movimiento. La transición de la descripción visual al «loop» radial y televisivo sugiere una acentuación del carácter activo y dinámico de la representación urbana. La narración ya no reproduce sólo momentos aislados, paralizados en su inmutabilidad, sino secuencias mínimas de acción, que cambian y se interrumpen constantemente pero que apuntan a un movimiento continuo, a un dinamismo caótico pero al mismo tiempo vital que constituye un rasgo peculiar de la vida urbana. El proyecto escriturario de Sánchez en La guaracha… en gran medida potencia y marca los imaginarios urbanos que escritores tan diversos como Ana Lydia Vega, Mag ali García Ramis, Manuel Ramos Otero, Mayra Santos-Febres y otros, ofrecen como textos a ser leídos. En la obra de Sánchez y todos los demás escritores mencionados la ciudad aparece como una densa red simbólica en permanente construcción y expansión. 11 Las estrategias de representación de los imaginarios urbanos dif ieren en espacio, cultura, momento y escritor. Ar mando Silva sostiene que la ciudad es vivida, interiorizada y proyectada por g rupos sociales que la habitan y que en sus relaciones de uso con la urbe no sólo la recorren, sino que la interfieren dialógicamente, reconstruyéndola como imagen urbana.(20) Esta reflexión se acerca a dos ejemplos contemporáneos muy diferentes de representación de los imaginarios urbanos puertorriqueños, donde la topología simbólica y sus territorios imaginarios conf iguran teorías estéticas y simbólicas de la ciudad muy diferentes. Esto se debe a que los relatos urbanos focalizan la ciudad, generando distintos puntos de vista, como señalo en una versión más amplia de este proyecto. El primer ejemplo visita la ciudad de los márgenes; el segundo, la ciudad de la nostalgia. Ambos ejemplos representan el mundo de una imagen, que lenta y colectivamente se va construyendo y volviendo a constr uir , incesantemente, en espacio y tiempo. Senderos de una ciudad: El espacio marginal de la calle y los límites y bordes urbanos. En el quinto capítulo de su libro The Other America: Caribbean Literature in a New World Context, J. Michael Dash12 habla sobre el concepto de la ciudad, más específicamente de la calle, en la literatura caribeña contemporánea. Para Dash: Es difícil no notar la importancia de la calle como sitio primigenio y problemático dentro de la escritura caribeña moderna. La calle, como espacio de alejamiento fundamental del mundo pastoril, es, en un sentido convencional, profundamente prosaica o no-poética. Es la zona del «yo» público, del consciente colectivo. La calle representa movimiento, caos, anonimato. (12223, mi traducción) Parto de esta cita para ubicar mis reflexiones en el espacio irreverente y transgresor de la calle, plagado éste de una gran densidad de interpretaciones y de una importante aceleración en el intercambio de mensajes. 13 Coincido con Dash y otros críticos en considerar la vivencia urbana de la calle, no sólo como un fenómeno físico, un modo de ocupar el espacio, sino también como un lugar donde ocurren fenómenos expresivos que entran en tensión con la racionalización, o con las pretensiones de racionalizar la vida social. La calle, en muchos sentidos, se convierte en un espacio abierto a múltiples posibilidades, una vía hacia la errancia y lo maravilloso, una alteración de un orden centralizado que se cuestiona. Muchos escritores reconocen la capacidad de la calle en conferirles cierto anonimato a sus 13 Revolución RevoluciónyyCultura Cultura A n t i l l a s creaciones, que también los libera como sujetos de jerarquías y relaciones sociales que cuestionan. Otros, a su vez, mostrarán una cierta inquietud ante el desorden, una preocupación ante la contingencia, una desubicación ante la ambivalencia. Las novelas de Mayra Santos-Febres nos ofrecen visiones de la ciudad intersticial, la ciudad del deseo y del placer. Ambas exploran de modo intenso la ciudad nocturna, la ciudad marginal en donde la soledad y el anonimato colocan y descolocan a sus habitantes. En Sirena Selena vestida de pena 14 Santos-Febres introduce la idea de la ambigüedad a través de la metáfora del travesti. Es, precisamente a través de la metáfora del travestismo que Santos-Febres inserta su crítica para expresar la realidad contradictoria del Puerto Rico contemporáneo y mostrar el margen insubordinado y la creación de múltiples subjetividades. Como muchas otras escritoras caribeñas que irrumpen en la escena literaria a partir de la década de los setenta, Santos-Febres valora lo marginal y excéntrico como forma de enfrentar y rechazar cualquier noción totalizadora. Consciente de las consecuencias negativas de la falta de poder a cualquier nivel, no es sorprendente que Santos-F ebres desafíe y desmitif ique en su obra cualquier sistema de explicación total y recurra a lo marginal como su lugar de enunciación. El espacio de la calle es central a su propuesta narrativa en Sirena Selena…, como lo es también el espacio performativo del cabaret travesti, vinculado a los espacios misteriosos y liminares gobernados por la ciudad del deseo. El espacio citadino parece obseder a esta escritora, ese espacio desde donde puede mirarse la ciudad para hurgar en sus contradicciones más profundas. En vista de que la verdad es elusi va, aprovecha el universo nar rativo de su segunda nov ela como una oportunidad de echar un vistazo «realista» a los procesos de construcción de nuestras ciudades caribeñas contemporáneas, explorar la corrupción, la violencia, los organismos de poder desde la Revolución RevoluciónyyCultura Cultura 14 vivencia de todos los días. En este sentido la elección del motel como lugar de encuentro y cruce de todos los personajes de Cualquier miércoles soy tuya 15 es un acierto. Anclado en un espacio fronterizo entre la ciudad y sus afueras, permite un flujo de movimiento de personas e ideas de las más diversas clases y procedencias, así como una imposibilidad de f ijeza y continuidad. Desde el mismo principio de la novela la ciudad se erige en centro y atalaya de las voces fragmentadas de la ciudad y del tejido vital de todos los personajes. Santos-Febres lo articula del siguiente modo: Dicen que las ciudades son el lugar de la acumulación anónima pero, en estas islas perdidas en el medio del Caribe, sólo unos cuantos transitan las ciudades nocturnas. Y por tanto, sólo ellos se reconocen. Una vez que cae el sol, el hormiguero de of icinistas, empleados corriendo de ayuntamiento en ayuntamiento, tiendas, cafeterías y colegios se retrae hacia el submundo de las urbanizaciones a la orilla transformada de los campos, de los mangles y las playas. La ciudad queda como una inmensa plaza del pueblo chiquito, lista para acoger a los merodeadores de la noche: celadores, policías de turno vampiro, putas, adictos, travestis, taxistas, trabajadores de restaurantes, hoteles, vendedores de drogas y periodistas. (12) Más adelante, hurgando en los márgenes más oscuros de la ciudad de la noche, la ciudad material de bohemia, sexo y violencia, dice el narrador de Cualquier miércoles soy tuya desde su particular sitio de enunciación, un motel barato de San Juan: Y aquella noche, Tadeo y yo habíamos descubierto lo que todo el mundo sospecha pero pocas veces tiene la oportunidad de atestiguar. El motel Tulán acercaba las maquinaciones internas de la rueda que echa a andar la ciudad. Abogados, traf icantes, trabajadores ilegales, adúlteros y mujeres en escapada, todos se daban cita bajo el cielo anochecido de la carretera 52. La ciudad misma los escondía en sus lugares secretos, como si rechazara la existencia de encuentros y transacciones que ella misma propicia y en los cuales se apoya para poderse reproducir en todo su esplendor. Y cada uno de los convidados a la carniza de la ciudad carga con el peso de su culpa, el de creer que actúan en los márgenes de la ciudad, cuando en realidad son la sang re que la hace palpitar. Tadeo y yo fuimos aquella noche testigos de todas aquellas devoraciones que ocurren al margen de la ciudad y que la ciudad necesita para saberse viva. (63) La novela sigue la pista de estos intersticios, de estos entre-lugares y de estos márgenes, incorporando algunos ejemplos de imaginarios en donde espacio y tiempo se unen para reinventar el hecho urbano y sus referencias culturales. Más que espacios de transgresión, los espacios de esta novela se convierten en suspendidos espacios de posibilidad. Alejados de la legalidad, se convier ten en lugares potenciadores de la diferencia y del placer en donde se desautoriza la norma y los personajes ensayan nuevas formas de identidad social. Aquí estamos muy lejos de la ciudad idealizada y funcional. Esta nov ela cuestiona los límites establecidos y repiensa los bordes tradicionales de la ciudad y de las variadas vivencias urbanas. Las múltiples tranformaciones de la ciud ad: San Juan, ciudad soñada De día en día, de época en época la gente experimenta la expropiación de la ciudad en la destrucción de sus señas, la expoliación de su memoria, la reconversión de lo público en privado y la transformación de la comunicación en flujos de tráf ico. Si es cierto que una ciudad contiene dentro de sí múltiples ciudades imaginadas y reales, el libro más reciente de Edgardo Rodríguez Juliá, San Juan, ciudad soñada 16, descubre para sus lectores un San Juan a la vez conocido y desconocido, público y privado, asible e inasible. A través h i s p a n a S de las páginas de este texto aparece la topografía de los arquitectos, planif icadores y urbanizadores junto a la ciudad vivida, recordada e imaginada de ese autor/narrador quien cuidadosamente nos lleva de la mano en su acercamiento muy personal de la ciudad de sus recuerdos y la ciudad de su presente. Desde el inicio del libro Rodríguez Juliá nos ubica en el espacio de la nostalgia y de la pérdida. El primer capítulo se titula «Ubi sunt, ¿Dónde están?» Y comienza lamentando lo siguiente: Todo el paisaje de mi inf ancia ha desaparecido; y también el de mi adolescencia. En Puerto Rico la vida no es sólo cruel mediante la tiranía del tiempo, sino que también se ocupa de borrarnos las pisadas, las huellas, asediar la memoria. Esa tiranía es condición humana; la segunda es pasión puertorriqueña. (3) Este es el inicio de un viaje físico y metafísico al San Juan de barrios e historias múltiples, de lo que es, de lo que ha sido y de lo que podría ser esa ciudad que describe, habita, devora, imagina y, más impor tante aún, ama el más consecuente y sagaz de sus cronistas contemporáneos. La mirada cuidadosa, crítica y penetrante del autor/ nar rador nos sugiere inf inidad de preguntas: ¿hasta qué punto pueden los espacios urbanos reales e imaginarios constituir sitios de contención, posibilidad, desar rollo desigual, hibridez y/o hegemonía homogeneizadora en la producción cultural puertorriqueña? ¿Cómo puede el deseo –entendido éste en tér minos de sexualidad , cosmopolitanismo, mecanismo de territorialización y/o negociación del poder– interactuar con los espacios urbanos de las culturas caribeñas? ¿Es posible que San Juan escape al destino de la modernidad destructora con algo de su esencia intacta? ¿Es posible y hasta deseable hablar de esencias en medio del vendaval del cambio social de nuestras ciudades contemporáneas? Estas y muchas interrogantes más podrían aplicarse a San Juan, ciudad soñada . Su lectura también nos in vita a reflexionar acerca de lo que implica ser urbano en nuestras sociedades latinoamericanas y caribeñas contemporáneas. Sabemos que no corresponde sólo a la condición material de quienes habitan una ciudad. Es evidente que es algo más que el uso e interiorización de los espacios y sus respectivas vivencias por parte de unos ciudadanos en su intercomunicación social. Entre otras cosas hay que recordar que la ciudad también es un escenario del lenguaje, de evocaciones y sueños, de imágenes, de variadas escrituras. Es por esto que la ciudad puede ser estudiada como lugar del acontecimiento cultural y como escenario de un efecto imaginario. Lo urbano de la ciudad se construye. La ciudad no sólo se reconoce por lo físico-natural, sino también por lo edif icado. La ciudad se hace por sus expresiones, por su mentalidad urbana (las vallas, la publicidad, los graf fiti, los avisos callejeros, los pictogramas, los cartelones de cine, etc.). La ciudad se autodef ine por sus mismos ciudadanos, por sus vecinos y por sus visitantes. Una ciudad, entonces, desde el punto de vista de la construcción imaginaria de lo que representa, debe responder, al menos, por unas condiciones físicas naturales y físicas construidas; por unos usos sociales; por unas modalidades de expresión; por un tipo especial de ciudadanos en relación con los de otros contextos, nacionales, continentales o internacionales; una ciudad hace una mentalidad ciudadana que le es propia. (Silva, García Canclini) Todo esto se evidencia en el texto de Rodríguez Juliá, quien, en medio del lirismo de su narración, nos coloca en un importante espacio crítico para cuestionar lo que signif ican los imaginarios urbanos puertorriqueños contemporáneos. A manera de conclusión . Cuenta Italo Calvino, en su libro Las ciudades invisibles 17 que «es cierto que las palabras servían mejor que los objetos y los gestos para catalogar las cosas más importantes de cada provincia y cada ciudad: monumentos, mercados, trajes, fauna y flora; sin embargo, cuando [Marco] Polo empezaba a contar cómo sería la vida en aquellos lugares, día tras día, noche tras noche, le faltaban las palabras, y poco a poco volvía a recurrir a gestos, a muecas, a miradas» (5455). Las ciudades, continúa Calvino, «…son un conjunto de muchas cosas: memorias, deseos, signos de un lenguaje; son lugares de trueque, como explican todos los libros de historia de la economía, pero estos trueques no lo son sólo de mercancías, son también trueques de palabras, de deseos, de recuerdos». (15) Los imaginarios urbanos que trabajo en mi proyecto verif ican este sentir de Calvino e invitan a una reflexión sostenida sobre la importancia cultural y social del estudio de los imaginarios urbanos en el Caribe y Latinoamérica, particularmente según aparecen expresados en su producción cultural. Notas 1 José Luis González. El hombre en la calle (1948). 2 René Marqués. En una ciudad llamada San Juan. Editorial Cultural: Río Piedras (1960). 3 Pedro Juan Soto . Spiks. Editorial Cultural: Río Piedras (1957). 4 Luis Rafael Sánchez. En cuerpo de camisa. Editorial Antillana: Río Piedras (1966). 5 René Marqués, La carreta. Editorial Cultural: Río Piedras (1983) [1952] 6 Tato Laviera. La Carreta Made a U-Turn. Arte Público Press: Houston (1992). 7 Citado en Arcadio Díaz Quiñones. Conversación con José Luis González . Ediciones Huracán: Río Piedras (1977): 13. 8 Rosario Ferré , Maldito Amor. Ediciones Huracán: Río Piedras (1988). 9 Efraín Barradas, Selección y prólo go. Apalabramiento. Cuentos puertorriqueños de hoy. Hanover: Ediciones del Norte, 1983: xvii. 10 Néstor García Canclini. Consumidores y ciudadanos. Conflictos multiculturales de la globalización. Grijalbo: México, 1995. 11 Armando Silva. Imaginarios urbanos. Bogotá y Sao Paulo: Cultura y comunicación urbana en América Latina. Bogotá: Tercer Mundo Editores, 1992: 20. 1 2 J. Michael Dash. The Other América: Caribbean Literature in a New World Context. Charlottesville: University Press of Virginia, 1998. 13 Néstor García Canclini. Imaginarios urbanos. Buenos Aires: Editorial de la Universidad de Buenos Aires, 1997. 14 Mayra Santos-Febres. Sirena Selena vestida de pena. Barcelona: Mondadori, 2000. 15 Mayra Santos-Febres. Cualquier miércoles soy tuya. Barcelona: Mondadori, 2002. 16 Edgardo Rodríguez Juliá, San Juan, ciudad soñada. San Juan: Editorial Tal Cual, 2005. 17 Italo Calvino. Las ciudades invisibles . Madrid: Ediciones Siruela, 1990: 5, 7. 15 Revolución Revolución yy Cultura Cultura A n t i l l a s Visiones de Quisqueya en la literatura de la diáspora dominicana* Rita De Maeseneer Profesora de la Universidad de Amberes, Bélgica. Acaba de aparecer su libro Encuentro con la narrativa dominicana contemporánea, MadridFrankfurt, IberoamericanaVervuert. Revolución y Cultura 16 a literatura dominicana en el extranjero En este momento me hallo enfrascada en la escritura de un estudio sobre la narrativa dominicana contemporánea que deberá publicarse a finales de este año. Desde hace mucho tiempo me viene intrigando el silencio apabullante de la crítica especializada cuando se trata de la literatura quisqueyana, a diferencia de lo que pasa, por ejemplo, con la producción literaria cubana, más exitosa por ser políticamente más controver tida y por contar con una tradición literaria más conocida y consolidada. La falta de atención crítica se puede e xplicar, entre otras razones por la poca difusión de la literatura dominicana en el extranjero. Es cierto que sólo desde hace poco tiempo, gracias al esfuerzo notable de personas como Danilo Manera o Miguel Mena se ha dado a conocer la narrati va dominicana de dentro en Europa. Tampoco cabe olvidar toda la labor de difusión llevada a cabo en Estados Unidos por Daisy Cocco de Filippis o Silvio Torres-Saillant. Si considero la literatura dominicana no en un sentido geo gráf ico, sino a partir de coordenadas culturales, tengo que matizar mi observación sobre su desconocimiento en el extranjero. Es asequible la literatura de la diáspora dominicana escrita en inglés. Desde hace una década (Campuzano 1998) está siendo promocionada por unos potentes mecanismos de marketing que encontraron un nuevo nicho en los latino writers . En mi idioma, el neerlandés, se pueden conseguir casi todos los libros de Julia Álvarez, Drown de Junot Díaz, Geographies of home de Loida Maritza Pérez. A Pedro Peix, René del Risco Bermúdez, Pedro Vergés, Marcio Veloz Maggiolo, Ángela Her nández, Pedro Antonio Valdez, Rita Indiana Hernández, Aurora Arias, que viven en Quisqueya y escriben en español, no se les encuentra en traducción (ni a veces en la versión original). Me parece más que sintomático que la producción literaria dominicana sólo se conozca crítica y editorialmente por la diáspora en inglés. He podido comprobar que cada vez que hablo de literatura dominicana me preguntan por mi opinión sobre la obra de Julia Álvarez, la única escritora en haber recibido reconocimiento inter nacional. A par tir de esta constatación me he propuesto reflexionar sobre la imagen de República Dominicana en las letras de la diáspora. No me interesa por tanto indagar sobre el espacio intersticial del vivir atrapado entre dos culturas (in-betweenness ) y sus secuelas de desarraigo, alienación, trastornos psíquicos, desplazamiento y choques interculturales. Estos temas ya han sido muy trabajados: «La alienación y el choque de culturas son temas centrales en la literatura cubano-americana así como en la mayoría de la literaturas étnicas» 1 (García 2004: 466). Me interesa explorar más bien la recreación y representación de la República Dominicana en estos textos diaspóricos. En el marco de este estudio sólo me f ijaré en los elementos temáticos y no los lingüísticos en los textos en inglés «canibalizados» por los escritores de origen dominicano. Tampoco me ocupo de las traducciones tanto al español como al neerlandés que en más de una ocasión me hicieron fruncir el ceño... y que requerirían un análisis muy detallado.2 Escogí tres libros traducidos incluso al neerlandés. Me refiero a Drown de Junot Díaz (1996), ¡Yo! (1997) de Julia Álvarez y Geographies of Home de Loida Maritza Pérez (1999). Álvarez y Díaz pertenecen a «generación del uno y medio» 3 (Pérez-Firmat/ Álvarez Borland), ya que vivieron por bastante tiempo en la República Dominicana y emigraron a los diez y a los siete años respectivamente. 4 Loida Maritza Pérez nació en la República Dominicana y se mudó muy joven a Estados Unidos, de manera que ya pertenece tal vez más a los escritores étnicos, dominicano-americanos. Voy a empezar con el libro más reciente, el de Pérez. Geographies of home de Loida Maritza Pérez Loida Maritza Pérez centra su nov ela en las trib ulaciones de la numerosa familia mulata de Aurelia y Papito que apenas lo gra sobrevivir en Nueva York en los años 90. El énfasis está en el desarraigo. Lleva a la locura y a intentos de suicidio en el caso de Marina, una de las hijas. Resulta en la huida a una universidad y a un mundo donde valga como «mujer varonil» en el caso de Iliana. Otra hija, Beatriz, sencillamente desaparece. Rebecca, la hija mayor, vive en la miseria más absoluta, es maltratada por su esposo Pasión y no lleg a a oponerse a él. Todas estas for mas de «resistencia» a la dominación patriarcal por parte de las hijas son como diferentes «tretas del débil», tal como las ha def inido Josef ina Ludmer. La familia practica la religión adventista y no la religión católica, tradicionalmente asociada con los dominicanos. El padre ha optado por esta doctrina, porque separa de manera muy severa el bien y el mal. Aferrándose a su fe intenta capear todas las tormentas. Los pocos recuerdos de las tierras dominicanas integrados en la narración evocan un ambiente de magia, de calor y de miseria. La escena de apertura describe la manera mágica como Aurelia –a punto de parir a Iliana en Azua– se entera de la muerte de su madre: se hace mediante la señal de un gato negro. h i s p a n a S Aurelia quien heredó los poderes especiales de su madre, tiene la facultad de emitir señales a Iliana para que reg rese a casa. Llega a provocar la muer te de Pasión, el esposo abusador de Rebecca: al desplumar los pollos para Navidad en su casa, Aurelia obtiene por desplazamiento que las gallinas en el piso de Pasión lo ataquen y lo maten. Hasta las reapariciones de personas desaparecidas bajo Trujillo se explican por la inter vención de poderes mágicos... Pero la isla no sólo es magia, llama la atención que cada vez que se menciona se insiste en el calor. Contrasta muy sugerentemente con la época navideña en que se sitúa la narración dominada por el frío y la nieve de Nueva York. Iliana recuerda su país «donde era eternamente verano, donde se evaporaban las nubes en el calor aplastante y las palmeras se arqueaban a lo largo de las playas de arena ardiente» (Pérez 1999: 4). La República Dominicana es asimismo tierra de hambre, pero no lle ga a los extremos de Nueva York. Piensa Aurelia: «Sí, ella también sabía lo que signif icaba tener hambre. Pero nunca había tenido una hambre tan g rande que hubiera escondido comida por miedo de que no quedara absolutamente nada. En la República Dominicana había huertas para robar y vecinos que compartían con ellos en los tiempos negros lo poco que tenían» (Pérez 1999: 208). Aparte de estas pocas menciones de recuerdos explícitos de la República Dominicana, la estructura patriarcal personif icada en Papito, que hasta el f inal de la novela asume el papel del Padre que castiga con violencia física, junto con el machismo y sus abusos, encarnados en Pasión, se pueden ver como la trasposición de las estructuras sociales y familiares de la República Dominicana en Nueva York. Otros elementos más concretos, como la cría de pollos en el piso de Rebecca y de Pasión o las palomas alimentadas por Aurelia, son trasplantes del mundo rural de los emigrantes en Nueva York (Kiss: 9; 11). Se presenta por tanto a la República Dominicana como un edén r ural caluroso frente a la nieve neoyorquina, y como una tierra de magia frente al mundo racional de EE.UU., que encier ra a los locos y que excluye la existencia de otros códigos no regidos por la lógica. Ambos países tienen en común la pobreza, aunque por la solidaridad parece más llevadera en la isla que en Nuev a York. Según la escritora, más allá de esta oposición entre los dos mundos, la novela se centra en los problemas familiares y de los seres individuales para vivir y sobrevivir, estén donde estén. Es cierto que uno de los pocos capítulos situados en la República Dominicana apunta hacia esta lectura más general. En el capítulo 21, Papito intenta salvar en la tempestad de Barahona a Anabelle, su primer amor, que se lanza muy conscientemente al huracán para morir, por estar preñada. Sugiere que los mismos problemas de angustia existencial y de opresión de las normas también imperan allá. Aunque algunas situaciones a mi modo de ver son muy cliché y hasta exageradas (como la desmesurada violencia patriarcal), la escritora insistió en que no quería caer en los estereotipos de la familia dominicana. Lo explica así en una entrevista reproducida como anexo al libro: «¿Pero esos temas son específ icamente latinos? No lo creo. En última instancia esos temas son inherentes a la condición humana: nuestra necesidad de pertenecer y de ser aceptados; las contradicciones propias de todos nosotros; nuestros intentos por hacer lo mejor que podemos aún en las peores circunstancias; el deseo de guiar a nuestros hijos y el riesgo de equivocarnos en el camino; nuestra maravillosa habilidad de algunas veces entender y perdonar; y nuestra fe en una fuerza mayor que nosotros mismos» 5 (Pérez 1999: 6). El título Geo graphies of home no se ref iere a una ubicación única ni concreta, porque «home» está por todas partes, en múltiples geo grafías. Por esto la traducción al neerlandés de Geographies of home es Een huis voor mijn ziel («Una casa para mi alma»). Ter mina el libro de la siguiente manera: «(…); todo lo que había heredado de sus padres y había juntado de sus parientes la ayudaría en su recorrido por el mundo. No dejaría ningún recuerdo. Todos eran suyos. Todos eran una casa, «home»» (Pérez 1999: 321). Con todo, le falta a la nov ela en su totalidad un aliento propio, ya que reconozco demasiados elementos integrados anteriormente con más destreza por otras latina-writers, como Esmeralda Santiago en When I was a Puertorrican o Cristina García en Dreaming in Cuban. ¡Yo! de Julia Álvarez No me es posible tratar la abundante producción de Julia Álvarez en su totalidad. Sabemos que el contexto social que describe Álvarez es distinto del de la mayoría de los emigrantes, ya que ella pertenece a una clase social más acomodada que evoca en sus f icciones. También es de destacar el marco temporal un poco anterior a la obra que acabo de comentar. Hay una fuerte impronta del trujillato, de «amigos desaparecidos, noches de insomnio, arrestos domiciliarios» (Álvarez 1998: 48-49) que indujo a sus padres a salir de la isla.6 Me limito a comentar su libro ¡Yo!, en el que diferentes personajes evocan su contacto con Yolanda (Yo), esta hija escritora de los García que ya había desempeñado un papel importante en How the García girls lost their accent. Cinco de los dieciséis capítulos calidoscópicos se ubican en la República Dominicana. Según Yo, la República Dominicana se caracteriza por la explotación de las sirvientas, la pobreza, una sociedad sumamente jerarquizada, una educación que hace de las mujeres unas muñecas Barbie latinoamericanas, unas estructuras patriarcales muy arraigadas que permiten a los hombres tener queridas, en resumen: Tercer Mundo. Pero no comparte esta visión –por cierto paródica– su prima Lucy que, en par te por una maniobra de Yo, fue condenada a quedarse en República Dominicana. La prima, bastante Julia Álvarez 17 Revolución y Cultura A n t i l l a s privilegiada por su posición social, no se encuentra tan atrasada y lle ga a obser var f inamente: «Esposa, madre, mujer profesional: lo logré todo y eso no es nada fácil en nuestra islita del tercer mundo. Mientras tanto, las chicas García luchan con su ambivalencia cultural en la tierra de milk and money» (Álvarez 1998: 81). Algunos capítulos están ubicados en el interior de la República Dominicana e insisten en la pobreza y el atraso, por ejemplo, de José, el sereno analfabeto que Yo quiere instruir y ayudar («El sereno»). Sara, «la hija de la sirvienta», se ve obligada a quedarse en el campo con su abuela, porque su madre, apodada Primitiva, acompaña a la f amilia García a Nueva York. Habla de su «abuela, quien comía con las manos y se limpiaba los dientes masticando un pedazo de caña de azúcar. Dormíamos en un bohío de palmas, sin electricidad, ni servicio sanitario, ni nada de nada» (Álvarez 1998: 83). Pero en comparación con Nueva York, Sarita acaba menguando la falta de comodidades. Su nostalgia (pasajera) hace que exalte el campo y la solidaridad frente al aislamiento en Nueva York, aunque más tarde renegará completamente de sus orígenes: La vida allá era tan aislada en comparación con la de la isla. Aun cuando vi víamos en el campo, Ab uela y y o salíamos de la casa en cuanto nos levantábamos por la mañana y no reg resábamos hasta la hora de dor mir. Nuestra sala eran tres mecedoras bajo el almendro, colocadas frente a las de los vecinos. La cocina era un techo de pencas de palma sobre un mostrador con hornillas de carbón, donde una panda de mujeres cocinaban y chismeaban en grupo. El servicio sanitario era un prado al otro lado del río, y la bañera pública era ese mismo río. Y en todos estos sitios siempre había mucha gente.(Álvarez 1998: 89) En otro capítulo, «Los invitados a la boda», el tercer esposo de Yo, Doug, advier te la pobreza y el analfabetismo del pueblo adonde va a ayudar a construir casas como «buena acción». Esta inferioridad desaparece completamente cuando los habitantes toman en las manos sus instrumentos «primitivos»: «Aquellos hombres empezaron a tocar un merengue con tal ritmo que le ganaba a cualquier conjunto al norte o al sur del Río Grande» (Álvarez 1998: 302). Otro ingrediente ya mencionado que está sobre todo presente en las mujeres (de la clase baja) es la impor tancia de lo mágico. Así la abuela Consuelo v e en sueños los maltratos de su hija Ruth en Nue va York por parte de un puertorriqueño («La desconocida»).7 A María, una mujer del pueblo donde v eranea Yo, le bajan los santos, de manera que puede predecir los sucesos, hasta la muerte de su propio hijo ahogado en la piscina («Los encargados»). También Yo conserva algunas «brujerías», por ejemplo, sacudir una bolsa con polvo para proteger la casa, o poner platitos con Revolución y Cultura 18 agua para los espíritus, porque quiere ahuyentar las hechicerías mandadas supuestamente por José, el sereno. Estos clichés de pobreza, atraso y magia rurales parecen corresponderse con lo que propone Loida Maritza Pérez. No obstante, se percibe en Álvarez de vez en cuando un distanciamiento respecto a estas visiones demasiado blanquine gras. En la misma Yo podemos constatar este constante oscilar entre dos percepciones de la vida. Determinados elementos de la idiosincrasia dominicana son difíciles de erradicar, sobre todo el concepto de familia, por muy autoritaria y aplastante que sea. Ya al inicio del libro se nota en la observación de la madre: «En la República vivíamos como un clan, no como lo que aquí llaman la familia nuclear, que ya por el nombre da una idea del peligro que se corre cuando temperamentos similares se hacinan en la cámara de detonación de la atención mutua» (Álvarez 1998: 40). Se caricaturiza el enfrentamiento con este otro concepto de familia en el capítulo «El pretendiente». El hippie sureño, Dexter Hays, muy influido por las películas sobre latinas de temperamento fogoso y por las ideas preconcebidas sobre la naturaleza exuberante en tierras tropicales, ve toda la familia de Yo bajo este f iltro en su llamado «regreso al siglo XIX» (Álvarez 1998: 276). De visita en casa de Yo, Dexter se enfrenta al mundo de las tías católicas, los padres autoritarios, las convenciones a ultranza, las apariencias. Sin embargo, también desde dentro hay grietas en el sistema, tal como lo demuestra Lucy, la prima de «pelo-y-uña» quien no parece adecuarse totalmente a las normas rígidas, como ya he dicho. Yolanda, el alter ego de Álvarez (Castells 20012002: 35), explicita incluso la diferencia estereotipada entre los dos mundos, una afir mación no exenta de ironía: «De todos modos, aquí todo es un gran cuento. Todas las tías saben que sus maridos tienen queridas pero se comportan como si no supieran nada. El presidente es ciego pero hace creer que puede ver. Cosas así. Es como una de esas novelas latinoamericanas que en Estados Unidos piensan que es realismo mágico, pero así es como son las cosas en realidad» (Álvarez 1998: 269-270). Da que pensar esta última frase sobre el realismo mágico, elemento fundamental en mucha narrativa latina/latinoamericana que se vende bajo este rótulo, tal como pude deducir de un breve análisis de las contraportadas, solapas y guardas que vienen machacando en este rasgo. Pero entiéndase entonces que se trata de un realismo mágico no a lo García Márquez, sino a lo Isabel Allende en unas versiones muy light y harto diluidas. ¡Yo! de Julia Álvarez presenta una visión ambigua de la República Dominicana: mantiene bastantes estereotipos como la magia, la pobreza, la estructura patriarcal, el atraso, pero también muestra f isuras que cuestionan estos clichés. Como bien dice Luisa Campuzano, la obra de Álvarez la conduce siempre a un «espacio de fundación, de origen, que es también siempre un espacio de desgarramiento, de separación, de e xilio» (Campuzano 2001: 36). También en su recreación de la República Dominicana observamos esta ambigüedad, alejamiento y acercamiento a la vez. h i s p a n a S «Negocios» y «Aguantando» de Junot Díaz Ter mino con algunos cuentos de Drown de Junot Díaz. Los textos se sitúan en parte en la República Dominicana y en par te en Nueva York. El trasfondo vuelve a ser la biografía de una familia, ya que los cuentos se interrelacionan, pues relatan diferentes escenas en la vida de Rafa, Yúnior y sus padres. Se trata de una evocación fragmentada, como lo son los mismos recuerdos. Los cuentos situados en Nueva York muestran de manera hiperrealista las escapadas del padre con otra mujer en que se ven implicados los hijos. Sobre todo se centran en la vida de jóvenes desorientados y racialmente discriminados que explotan su exotismo latino («Como salir con una morena, una negra, una blanca o una mulata»), tantean la droga («Aurora»; «Ahogado»), cometen pequeños robos («Edison, New Jersey»). A pesar de su vida cercana a la ilegalidad se les evoca con sentimientos muy humanos y son muy sensibles a veces, lo que hace la fuerza de estos textos. Los cuentos ubicados en Quisqueya describen la ferocidad de los niños con los marginados, más específ icamente con un niño a quien un cerdo le comió el rostro («Ysrael» «Sin rostro») y el período de espera antes de que Raf a, Yúnior y su madre vayan a reunirse en Estados Unidos con su padre («Aguantando»). A diferencia de los textos de Pérez y Álvarez, la mujer no es la protagonista. Tampoco hay realismo mágico, los textos se han tildado de «street credibility», un realismo extremo. Si hay posibles alusiones a fuerzas sobrenaturales, este enfoque es tratado con ironía, como en el caso de Ysrael y su cara deformada: «Le dan miedo las operaciones, le da miedo que no cambie nada, que los médicos canadienses fracasen como fracasaron las santeras que pagó su madre, a pesar de que pidieron ayuda a todos los espíritus de la guía telefónica celestial» (Díaz 1996: 152). Me interesa comentar «Negocios» y «Aguantando», un díptico con título español también en el original en inglés. Tratan respecti vamente las for tunas y adversidades del padre cuando llega a Estados Unidos y la espera frustrada del resto de la familia en Santo Domingo. En «Negocios» el acento está en la dureza de sobrevivir y conseguir trabajos en Estados Unidos, este país de los sueños por realizar que es un «inf ierno helador» (Díaz 1996: 171). Tampoco sorprende que el padre sea víctima de una estafa para legalizar su situación, pero f inalmente se las ar regla para casarse con una dominicana, Nilda, ocultando la existencia de su familia anterior. No predomina la añoranza de su familia, intenta olvidarla, aunque son ellos, el abuelo materno junto a otros amigos más, quienes hicieron posible su viaje en el típico gesto de solidaridad tan dominicano donde nadie nunca dice «vete pa’l carajo» (Díaz 1996: 77). Tampoco exalta su país natal desde Estados Unidos. En las comparaciones que el padre establece entre Estados Unidos y su país, siempre sale ganando el primero: se asombra de las calles limpias en Estados Unidos, las mujeres latinas en Miami lucen mejores por tener mejor dieta y más productos de belleza que allá. La República Dominicana es considerada la periferia, tal como lo ilustra un mapa en el que «[...] recorría la costa con un dedo, enunciando lentamente los nombres de las ciudades, procurando imitar los espantosos crujidos del inglés. La costa norte de nuestra Isla asomaba por la esquina inferior derecha del mapa» (Díaz 1996: 165). Ni siquiera en un breve viaje de regreso, durante el cual no visita a su familia cada vez más pobre, le entra la nostalgia: «En la ciudad reinaba un calor horroroso; el polvillo rojizo le resecaba la garganta y le taponaba la nariz. La pobreza, los niños sin asear que señalaban sus zapatos nuevos, las familias agazapadas juntas delante de las chabolas... todo era familiar y sofocante» (Díaz 1996: 189). Se siente como un «turista en la guagua de Boca Chica, (...)» (Díaz 1996: 190). Pero esto no impide que siga actuando como buen macho dominicano: toma con los amigos, tiene su orgullo, y se acicala para conquistar a las mujeres: «A f in de cuentas, su generación se había destetado con la chifladura que tenía el Jefe por la elegancia: no en vano poseía casi diez mil corbatas la víspera del día en que lo asesinaron. Vestido como estaba, atildado y serio, papi podría parecer extranjero, pero nunca pasaría por un mojado» (Díaz 1996: 162). Cuando Nilda se entera por «una concatenación de amistades» –otro elemento de la idiosincrasia dominicana– de que su esposo ya tiene otra familia,»[e]staba molesta, y papi tuvo que hacer una de sus más espléndidas actuaciones para convencerla de que nosotros ya no le importábamos» (Díaz 1996: 179). El padre que es tan autoritario y machista como en los textos de Loida Maritza Pérez o en Álvarez, es bajado de su pedestal gracias a la ironía. Si leemos la contrapartida de las andanzas del padre en «Aguantando», vemos que la situación en los suburbios de Santo Domingo donde viven la madre, Yúnior y Rafa, 8 no es muy diferente de lo que experimenta el padre. El trabajo para la madre es igual de agotador: diez horas al día en una fábrica de chocolate sólo le procuran un sueldo de miseria y ni siquiera es capaz de cuidar siempre a sus hijos, de manera que los manda a la familia en verano y en tiempos de penuria. Si hay cucarachas en Nueva York, en los suburbios de la capital hay ratas. Tampoco es muy seguro el bar rio en que viven, por lo que la madre pide a algún compañero que la acompañe hasta el umbral de su casa después del trabajo. A pesar de la situación precaria, la vida en la ciudad supera a la del campo al decir de la madre: «Éramos pobres. Para haber sido más pobres habríamos tenido que vivir en el campo o haber sido inmigrantes de Haití, y ambas ideas nos la ofrecía mami muchas veces a modo de brutal consuelo» (Díaz 1996: 74). A Rafa y Yúnior el campo les provoca abur rimiento: no 19 Revolución y Cultura Antillas pasa nada, no es ningún lugar idílico. La cohesión de la familia también se ve más amenazada que en los libros anteriores: así la madre desaparece durante cinco meses para superar la desilusión de que su marido no cumpliera su promesa de regresar a buscarlos. Los niños mientras tanto se quedan con el abuelo. El padre se convier te en una quimera de un hombre que regresaría repleto de cadenas de oro en un flamante coche. La ironía y la nar ración desde la perspectiva de Yúnior despojan las evocaciones de cualquier sesgo patético. Concepción Bados Ciria advierte que en Díaz «la República Dominicana representa el lugar de la corrupción, la pobreza y la frustración totales» (2000: 207), pero también se pueden aplicar estas calif icaciones al mundo estaounidense en que se desen vuelve el padre. Junot Díaz no cede ante su objetivo de arrancar las máscaras y de mostrar la existencia también en su fealdad y su realidad sin ambages, en Estados Unidos y en la República Dominicana. Por eso tal vez la primera nar ración se centra en el intento de Raf a y Yúnior de sacarle la máscara al niño de la cara mutilada «Ysrael». Hay que enfrentarse a la sordidez de la existencia y no vivir con máscaras e ilusiones, por muy crudo que sea lo que se esconde detrás. La desmitif icación de los estereotipos sobre la República Dominicana es total. ¿La República Dominicana aún por ficcionalizarse? Al considerar estos tres textos comentados que llegan hasta Europa, hasta mi país, hasta mi idioma, observo que se desconstruye cada vez más cualquier visión totalmente edénica de Quisqueya, aunque sobreviven –en las dos primeras obras– brotes de nostalgia, de solidaridad, e imágenes de paraíso perdido. La estructura patriarcal y el machismo parecen ser constantes. Predomina en estas (auto) biografías de familias un mundo de pobreza (salvo en el caso de las familias acomodadas de Álvarez). La magia parece ser un elemento consustancial de la isla caribeña en los textos de las dos mujeres. So y consciente de que cualquier representación es parcial y mutilada. Es inevitable que sean proyecciones filtradas por lentes multicolores de recuerdos desde los Estados Unidos. Tal vez se e xplique este acercamiento estereotipado por el hecho de que se trata de las primeras generaciones de la diáspora. También habría que ver hasta qué punto los textos de la diáspora escritos en español abordan su país de origen. Con todo, me pregunto hasta qué punto sobre todo las dos escritoras analizadas no sucumben a la presión de las latina-writers que preferentemente tienen que escribir sobre diferentes generaciones, si puede ser, desde la perspecti va de la mujer, y con una pizca de realismo mágico, el elemento decisivo para vender según los dictados del marketing. A par tir de mi lectura de algunas recientes obras dominicanas de dentro, me pregunto si esta media isla no ofrece más posibilidades. El enfrentamiento al racismo, la difícil convivencia con los haitianos, la desorientación creciente en la Revolución y Cultura 20 vida urbana, la desarticulación de estructuras de cohesión familiar y social, la digestión de un largo período de autoritarismo no del todo acabado... son otros tantos temas tratados con muchos matices en la narrativa contemporánea de dentro. Ángela Her nández, Aurora Arias, Pedro Antonio Valdez o Rita Indiana Hernández presentan visiones mucho más complicadas de la provincia o de la ciudad. Además, esta isla posee una inf inita posibilidad de ficcionalización de períodos históricos que no sean el trujillato, apenas explorados. Pienso en la Revolución haitiana, que Carlos Esteban Deive abordó recientemente en Viento negro, bosque del caimán. El terreno de la cultura popular potenciada por la mezcla de culturas, razas y religiones, apenas ha sido pisado en la literatura dominicana. La magia no se limita a alguna clarividencia previsible, sino que una gran variedad de manifestaciones mágicas están presentes en el vivir cotidiano y se reflejan en la literatura. 9 Finalmente, me pregunto si estos textos supuestamente biculturales de la diáspora, realmente «llegan» a los dominicanos y a los norteamericanos.10 Requiere más investigación, pero tengo la impresión de que g ran parte de la diversidad cultural y de la complejidad de esta media isla queda aún por ficcionalizar, ya sea desde dentro o desde fuera. Bibliografía Álvarez, Julia (1987), «An American Childhood in the Dominican Republic», American Scholar 56: 71-85. –, (1992), «Hold the Mayonnaise», New York Times ma gazine , January 12, sec. 6: 14, 24. –, (1998) ¡Yo! , Madrid: Alfaguara Alvarez Borland, Isabel (1998), Cuban-American Literature of Exile . From Person to Per sona, Charlottesville-London: University Press of Virginia. 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Las traducciones de la obra de Pérez son mías. 3 Traducción de R y C; en inglés en la versión original. 4 No ignoro que Julia Álvarez nació en EE.UU. y que su educación ha sido más norteamericana que dominicana, pero se produce en cambio entre 1987 y 1992, como comenta Luis (1997: 272-274), basándose en dos ensayos de Álvarez «My American Childhood in Dominican Republic» (1987) y «Hold the Mayonaise» (1992). 5 Traducción de R y C; en inglés en la versión original. 6 Sabemos que Julia Álvarez ha dedicado un libro entero a este periodo, In the time of the Butterflies. 7 Queda por estudiar la relación no exenta de prejuicios y clichés, entre los caribeños en la diáspora. 8 Si hay una base autobiográf ica, tendría que ser el barrio de Villa Juana (Céspedes 2000: 896). 9 Remito inmodestamente a mi libro Encuentro con la narrativa dominicana contemporánea donde presento análisis de novelas históricas, urbanas y «provincianas» y textos que integran la cultura popular. 10 Advierte Álvarez-Borland: «El escritor ideal de cualquier texto bicultural debería ser capaz de hablarles a dos audiencias al mismo tiempo» (1998: 145). Traducción de R y C; en inglés en el original. * Chiqui Vicioso* Vivian Martínez Tabares n el contexto de la dramaturgia dominicana contemporánea, frente al histórico protagonismo de los autores masculinos, aparecen mujeres que reconf iguran el panorama de la escena de la media isla. Son, entre otras, Elizabeth Ovalle, actriz y dramaturga, creadora de un texto como Alerta roja, en el que tres historias de mujeres se enlazan por el tema del sida; y Carlota Carretero, actriz y responsable de la dramatur gia de propuestas del Teatro Cocuyo, como El último asalto en Ciudad Trujillo, conformada a partir de fragmentos de varias fuentes de la literatura dominicana contemporánea –Juan Bosch, René del Risco, Junot Díaz, Marcio Veloz Maggiolo y Rita Hernández–, y Falsos profetas –creación colectiva sobre los problemas cotidianos de un barrio, vistos a través de un pequeño grupo teatral. Quiero detenerme en la obra de Sherezada (Chiqui) Vicioso, sobre la que más de una vez he escuchado –de parte de autores hombres, en un tono entre paternalista y distanciado– que lo que hace no se trata exactamente de teatro. Además de su ya reconocida trayectoria como poeta, con cuadernos como Viaje desde el agua, Un extraño ulular traía el viento , o InterAmiento, y de sus empeños como ensayista, dedicada preferentemente al estudio de la literatura de mujeres y de destacadas poetas caribeñas –Julia de Burgos y Salomé Ureña, entre otras–, Chiqui Vicioso se ha re velado como una dramaturga sensible, con audaces propuestas que, marcadas por una impronta femenina, encaran conflictos relacionados con personajes de mujeres, pero también con temas de acuciante actualidad particularmente en este contexto, como la migración o las peculiares formas de interculturalidad en que nos movemos los habitantes del Caribe, la soledad y el envejecimiento de la población del planeta. Cuatro obras: Trago amargo o Wish-ky Sour (1996), Salomé U: cartas a una ausencia (1998), Perrerías (2001) y Soledades (2003) –todas ya probadas en la escena, destino primero y último del texto teatral– marcan el rumbo de un discurso que indaga en lo coloquial, consciente de que se construye para ser dicho, y en lo poético, por medio de un lenguaje metafórico y sugerente, y que temáticamente enlaza siempre mujeres solitarias en medio de circunstancias críticas, contradictorias, caóticas. Wish-ky Sour tuvo su origen en un poemario homónimo, en el que un lector atento –el artista visual y escénico dominicano Jorge Pineda– descubrió cierta relación con la estructura del drama, y la experiencia de colaboración, aunque dolorosa y compleja, no asustó a la autora. La obra resultante recibió el Premio Nacional de Teatro «Cristóbal de Llerena» 1996-97 en la República Dominicana, y en 1996 fue estrenada por Jorge Pineda y el actor y director Henr y Mercedes, del Teatro Simarrón, e interpretada por dos destacadas actrices: Carlota Carretero y Karina Noble. Fue representada con éxito en la República Dominicana, se programó en Teatróloga, está al frente de la Dirección de Teatro y de la Revista Conjunto, de la Casa de las Américas. Foto: Miguel Gómez 21 Revolución RevoluciónyyCultura Cultura Antillas Foto de Perrerías, obra de Chiqui Vicioso Revolución Revolución yy Cultura Cultura 22 la sede de la Organización de las Naciones Unidas en Nueva York, y en festivales en San José y Miami, calif icada por la crítica como una búsqueda de la identidad apasionada, rigurosa y polémica. También alcanzó la escena en un montaje cubano, dirigido por Xiomara Calderón. El título de Wish-ky Sour propone un juego de palabras entre el nombre de un cóctel ligero, a base de una mezcla de w hisky, soda y jugo de frutas, y los deseos que se frustran y conducen a la amargura –«Whisk... wisk... wish... sour! ¡sauer ! ¡eso es! ¡ un trago amargo!». La pieza articula dimensiones personales y sociales al examinar la crisis existencial de una mujer que, en los albores de ese término impreciso y amenazador al que se le llama «tercera edad», en el clímax de la insatisfacción, se escinde en dos: Helena I, hastiada, derrotada por la rutina matrimonial y las costumbres vacuas que hay que cumplir como un ritual para sobrevivir y salir airosa en su medio, casi sin autoestima, fatalista y resignada; y la otra, Helena II, que cuestiona todas las señales de claudicación de la primera, vital y resuelta a asumirse tal cual es, sin renunciar a af irmar los valores de su sexo y a satisfacer sus ansias físicas, afectivas y sociales. La perspectiva intercultural de los textos de Chiqui –que pasa también por curiosos jue gos inter te xtuales– propone en Wish-ky Sour la imbricación de diversos lenguajes, como el ligero y frívolo de una clase media en la cual la mujer ocupa un rol siempre subalterno, como una especie de apéndice necesario al hombre, que debe satisfacer determinadas costumbres en aras de mantener la belleza, la disponibilidad, y hacerse de la «vista gorda» ante ciertas actividades extra matrimoniales que la sociedad acepta como norma. Chiqui valida el papel del cuerpo femenino que puede compartir las arrugas y las estrías con el placer sexual legítimo, y se cuestiona el canon impuesto por los medios y el mercado, que llevan a la mujer a una obsesión enfermiza por la apariencia física o al pánico por el sobrepeso, a la vez que ironiza con los requerimientos vacíos de una clase media tercermundista y subdesarrollada, en la que la mujer debe exhibir determinados atributos, como el referente de su masajista, mientras que su cuerpo alterno real es el de la trabajadora doméstica que ella misma eligió, con «su esbeltez» y «su agilidad de gacela mal-nacida», y con la que comparte, a sabiendas pero en silencio, al marido. El lenguaje de Helena I está signado por la alusión a referentes de la cultura popular mediática –Streep, Loren, Stone, o los aeróbicos de Jane Fonda–, asumidos como paradigmas que revelan cier to complejo de colonizados culturales. Chiqui parece coincidir con Jean Franco, que af irma que: «...el cuer po de la mujer sigue siendo def inido según una moralidad católica, en medio de una sociedad de consumo caracterizada por la incitación del deseo»,1 pues las metas de Helena I se han fijado de acuerdo con lo que el marido y la sociedad esperan de ella: que sea una mujer respetable y de buen v er, apetecible y admirada aunque en apariencia intocable, señora y madre piadosa, consagrada a su casa y a su familia. Helena II le revela cómo esas cualidades resultan insuf icientes para sentirse plena, mucho más cuando ella misma ha descubierto que con el paso del tiempo algunos de sus atributos se devalúan. Lo que revela un sesgo irónico, con el guiño de las pinceladas de saber intelectual que se atribuyen a Helena I: la alusión a la sonrisa vertical y su identif icación como colección editorial de literatura erótica, el patrimonio freudiano acerca del complejo de Edipo o la envidia del pene, y la poesía de Roque Dalton o Mario Benedetti. Así, el acto de habla hegemónico se deslegitima y cuestiona a través de la parodia. A la vez, Chiqui pone en tela de juicio la histórica subalternidad de la mujer con referentes extraídos del Cantar de los cantares o citas de grandes poetas defensoras de su condición femenina y coincidentemente desaparecidas en trágicas circunstancias, como la uruguaya Delmira Agustini o la estadounidense Sylvia Plath. El uso del inglés aparece para designar ciertos hábitos o rituales sociales y laborales del medio, el «Happy Hour » o el «early retirement », y tragos provocativos –«Screaming Orgasm» o « Sex on the Beach»– en los que ahogan su aburrimiento seres como Helena I, con quienes la autora alude también al alto nivel de alcoholismo entre mujeres de clase media y alta en la República Dominicana, las únicas que pueden beber socialmente sin ser penalizadas ni estigmatizadas por la sociedad. La autora se propone examinar a fondo el rol femenino en la relación de pareja y frente a la sociedad. Helena II, como contraparte, se cuestiona tanto el sentido de sopor tar una infidelidad del marido como el de cometer otra como supuesta revancha, y se empeña en revertir el masoquismo victimizador de la otra, que recuerda, aunque no quiere, los momentos de gloria perdidos, hasta que decide desprenderse, irse, soltarse del lastre inmo vilista de su mitad confor mista, en una propuesta f inal llena de audacia en su carácter abierto. Inmolación y rebelión, ruptura total con el pasado y apertura a una nueva vida se entrecruzan como alternativas para trascender un estadio de inercia y muerte en vida inaceptables. También interesada en la lectura histórica del rol de la mujer, Chiqui Vicioso emprendió la escritura de Salomé U: cartas a una ausencia, con una f igura emblemática de la cultura dominicana como centro, la poeta nacional Salomé Ureña, personaje ya abordado por ella a través del ensayo, y sobre el cual había creado antes Desvelo , un guión para ballet en el que la hacía dialogar con la también poeta Emily Dickinson Salomé U... da vida a las angustias de la sensible mujer, abandonada en su soledad, una enferma que delira hispanaS mientras recrea su propia obra literaria, evoca al marido –que le escribe para preguntarle por la salud de sus hijos sin mencionarla apenas, y argumenta la imposible f idelidad masculina cuando apunta: «Creer en la f idelidad de los hombres es una falsa creencia que los hombres no pueden ser fieles porque la naturaleza no se lo permite»– y se duele, en paralelo, por sus hijos enfermos y por la suerte de la patria, sin olvidar nunca sus propias apetencias: «Como si yo no echara de menos lo que toda mujer normal añora, lo que toda poetisa canta cuando se ha recogido la mesa, los niños están en sus camas, y el esposo duerme ajeno a lo que toda mujer sueña y ansía cuando no duerme». La obra vertebra perspectivas bio g ráf ica y autobiog ráf ica, al enlazar en contrapunto a las dos escritoras: Salomé Ureña (18501897) y la mujer de hoy, que repasa la obra de aquella y que, como una suerte de alter ego de la propia dramaturga, descubre su sesgo íntimo, de mujer solitaria a su pesar, que ansía y reclama la compañía del ser amado y lo expresa en su poesía. Ambas compar ten la dependencia emocional y afectiva hacia el hombre –sea Francisco [Henríquez y Carvajal], el marido real del personaje histórico, él mismo también un destacado intelectual de su época, 2 o sea Ernesto, el marido de la escritora contemporánea–, y hacia el amor como sostén existencial. Porque esta Salomé es tan patriota y entregada a la labor de civilidad como apasionada amante, reclama su derecho al placer al lado de la pareja, def iende su derecho a una relación con un hombre nueve años más joven que ella, y se rebela frente a su condena a la maternidad concebida como sacrif icio por el abandono del hombre que ha priorizado su desempeño profesional asumiéndose superior y destinado a grandes metas. Todavía en esta pieza se puede percibir cierta intención didáctica, no sé si del todo consciente, en el modo de hilar el discurso y en el modo director de jugar con las citas extraídas de las cartas de Salomé Ureña, lo que se traduce a veces en una discursividad deudora de la historia, aunque la estructura se abre a un contrapunto de escenas en las cuales las dos mujeres se alternan, a modo de cuadros relativamente independientes. Perrerías marca el salto a una forma de composición mucho más libre y experimental. Una mujer caribeña ha desaparecido en París y su historia se cuenta de modo fragmentario, a través de ocho personajes: el Tíguere, machote o perro –el amante que la acompañó a París–,3 una mística que fuera consultada por ella, Moira –su amiga más cercana–, Emperatriz –la madre de la desaparecida–, Rasputín (¡!) –el médico que la atendiera cuando era niña–, el amigo del Tíguere, y El español –amigo de la ausente. Cada uno parece declarar acerca de su desaparición como si se tratara de un inter rogatorio policial o una entrevista periodística, y, a otro nivel, de un diálogo con el público, por lo que se crea una instancia singular de teatro dentro del teatro y un sugerente juego de desdoblamientos. La estructura explota en catorce monólogos. La mujer nunca aparecerá directamente, su imagen es siempre difusa y su voz es prestada por quienes la conocieron, la recuerdan o reconstruyen momentos de su historia. No hay diálogos convencionales cruzados entre los personajes. El discurso textual fluye como la summa de varias corrientes de conciencia. Se evoca, se narra o se reconstruye un diálogo que fue, o hasta se imagina y se fabula lo deseado. La forma es de prosa narrativa y también poética, y abre inf initas derivaciones que aportan datos, sentidos y señales para ar mar una historia trunca, pero llena de riqueza sensorial y a veces como tocada por misterios inefables del alma humana. Perrerías es un ejercicio intelectual de aguda introspección en las reacciones sensoriales y emotivas a los estímulos del conocimiento –al que se llega por una muy controlada dosif icación de datos–, o acerca de la propia dimensión metafórica del ar te, desde una fina perspectiva de mujer. Pero no se trata de un feminismo a ultranza ni esquemático. Por otra parte, la autora no deja de ver con cierta simpatía al personaje principal masculino, más allá de la crítica a los valores del ambiente marginal que representa. Le llama Tíguere y le adjudica los atributos del apelativo en su contexto, pero le reserva un reducto de sensibilidad y no oculta una dosis de atracción física y sexual hacia él, visto como alguien que puede complementar con otro tipo de experiencias su exaltada espiritualidad. Cuando el Tíguere viaja con la mujer, además de aprovechar la oportunidad de acompañarla a Europa y, como él mismo af ir ma, «de conseguir la maldita visa para la Comunidad Europea», ar gumento que quizás justif ica su acción de se guirla ante el amigo, está convencido de que lo que distingue a esta mujer, que le atrae, aunque es mayor que él y menos bella que otras, es algo especial, diferente, único, que le fascina aunque él mismo no sea capaz de explicárselo. El modo de enunciación de esta extraña atracción por parte del personaje del Tíguere, además de enfocarse desde una perspectiva de género que forcejea con el estereotipo del macho aceptado y legitimado por la sociedad y la cultura dominicanas, compromete otras aristas de clase y raza desde su postura marginal, de ente subalterno. Siempre que vuelvo sobre el texto, me parece oír argumentos semejantes a los del protagonista de una pieza teatral del cubano Abelardo Estorino, Morir del cuento (1982), cuando Tavito –un joven que, a pesar de tenerlo todo y de ser aparentemente feliz, se ha suicidado–, en un pasaje de la obra le dice a su novia Delf ina, que proviene de una clase superior a la suya (el padre de Tavito es un guajiro bruto que ha trabajado toda su vida «como un mulo» para salir de la miseria, y que ha llegado a usurpar tierras por medios inescrupulosos 23 Revolución Revolución yy Cultura Cultura Antillas que incluyen un crimen), cómo admira el delicado modo que tienen ella y su f amilia de vivir: «Porque descubrirte fue saber las posibilidades que yo tenía», y «Tu casa es como un juguete, llena de sombras, de helechos, cor tinas, adornos y persianas: un remanso. Cuando estoy allí me doy cuenta que vivir puede ser distinto. Ustedes hablan en voz baja y se llevan la servilleta a los labios con una naturalidad que parece estudiada durante siglos.» En Perrerías, el Tíguere trata de explicar al amigo su conflicto, con un discurso signado por una fuerte carga erótica y que revela sus códigos machistas, aunque con un ligero matiz en relación con el amigo, mucho menos inclinado que él a cierta curiosidad espiritual hacia lo diferente que representa la mujer. Gracias al juego intertextual, en el diálogo coexiste una jerga marginal con versos extraídos de la poesía del cubano Virgilio Piñera, metáforas y símiles del también poeta y cantor Silvio Rodríguez, y alusiones a Gauguin, Flora Tristán o Bolívar. En el cuadro titulado La Intelectual, los dos amigos intercambian puntos de vista acerca de lo que para ellos puede signif icar una relación sexual otra, con una mujer de un medio diferente, que no sucumbe ni se doblega al macho a nivel físico ni emocional, que sigue una conducta que para ellos viola cualquier norma esperada, y por eso mismo el problema que representa esta actitud es también un estímulo para la curiosidad, la atracción hacia ella y el reto, porque de inmediato se explicita como paradoja del hastío y desapego que genera, automáticamente y al nivel más profundo para el macho, la docilidad femenina a que han condicionado sus relaciones de pareja. Y en el último cuadro, El Per ro, vuelven sobre la paradoja apuntada, entre la aspiración de dominio sexual, cuya narrativa es también un vehículo de potenciación pública de sus propios méritos, y la fascinación por lo desconocido, por el reto y el disloque del territorio seguro para la conquista y la dominación que signif ica una mujer diferente, que propone sus propias ideas en otra dimensión, y que es capaz de cautivarlo. Detrás de este debate creo ver una singular perspectiva de anagnórisis masculina y de revisión profundamente ontológica que, unida a los giros crudamente eróticos del lenguaje, me hicieron pensar la primer vez que me enfrenté a Perrerías –anónima en su condición de texto inédito sometido a un concurso en el que yo participaba como miembro del jurado– que me enfrentaba a una obra escrita por un hombre, no sé si por condicionamientos del canon o por otros, propios de mi recepción, que hasta podían encubrir velados o inconscientes prejuicios.4 Curiosamente, otro vínculo se percibe también entre la más reciente obra de Chiqui, Nuyor/Islas y El baile (1998), del cubano Abelardo Estorino, cuando cada una de las dos mujeres que centran estos te xtos aprovecha cualquier circunstancia para pasar revista a su vida, para revisitar la memoria, como el valor más preciado que les queda. Otra vez una mujer sola, y otra vez la amenaza de la vejez, ahora consumada. La anciana de Nuyor/Islas rememora el pasado en el soliloquio de urgencia que comparte con el supuesto cobrador que la visita, dos veces desplazada de su centro por la mig ración –primero hacia Nueva York en b usca de prosperidad económica, y ahora de vuelta a la República Dominicana, como tantos otros, conf iando quizás en ser, como otrora, un personaje central de la familia, respetado y consultado por su experiencia, pero en realidad, según acota la autora: Atrapados por la nostalgia del país que conocieron, y la añoranza por los hijos que dejaron fuera, o que optaron por quedarse en el país en el cual crecieron porque no están interesados en regresar a una isla donde ningún lazo les ata, es esta una población víctima de la soledad. Una soledad que palian con jardines, animales domésticos, amigos ocasionales u ocasionales visitas, con la omnipresente televisión, y con un diálogo que no cesa consigo mismos y con los demás, sean estos reales o imaginarios.5 Y esta mujer no es sólo una desplazada en el sentido geo gráf ico sino sobre todo social, porque el salto a Nueva York –a la Nueba Yol de b uena Revolución Revolución yy Cultura Cultura 24 parte de sus compatriotas– implicó también para Doña Ramona una brusca caída, cuando de repente, a pesar de haber nacido y haberse criado en el seno de una buena familia provinciana de clase media baja, y de su esmerada educación doméstica, tuvo que comenzar a ganarse la vida trabajando en una factoría junto a otras inmigrantes, lo que es sólo el comienzo de un destino que se cumplirá inexorablemente durante treinticinco años. Proletarizada contra su voluntad , intentará marcar diferencias con las trabajadoras haitianas, que «tenían un grajo que no había perfume que se lo quitara», pero conocerá el racismo y la discriminación tanto como ellas, al descubrir que no afecta sólo a los negros, sino que, como le dice su hija: «¿Tú no te das cuenta de que para la gente de los países todos los dominicanos somos negros y que a los gringos les importa un carajo si eres Báez o Viccini?» Hasta que ella misma concluirá que: «Tanto fastidiar con los haitianos y ellos son tan pobres como nosotros y nosotros somos los haitianos de Nueva York», para re velarse lue go como hija natural, aunque no lo parezca, y por esa razón de origen, como símbolo de la República Dominicana. 6 Ramona padece su soledad como Nina, la anciana habanera de El baile que, desde su caserón vacío, recuerda una noche de su juventud en la que se estrenara el collar regalo de su padre, mientras bailaba con el amado Fabrizio. Sola, rememora el amor frustrado por el misterioso amante, y el amor no correspondido que le profesa el marido, y su vida se anima, de hito en hito, entre viejas fotos y las cartas que ha recibido, escritas de prisa y con más resentimiento que cariño, con esporádicas llamadas de sus hijos desde los Estados Unidos. Algo que Ramona perdió irremisiblemente. Nuyor/Islas contrapone, desde el propio título, el aquí y el allá –este último, curiosamente en plural, que subraya los rasgos de una realidad común a los habitantes de varias islas del Caribe, unidas por su economía de dependencia y su hispanaS pasado colonial, frente a la ciudad centro por excelencia, gran metrópoli y enclave de diásporas y desplazamientos. La dicotomía revela una reflexión sobre la coexistencia, en ambos contextos, del desarrollo y las condiciones de vida premodernas, cuando extraña el campo que dejó de ser esta ciudad que ahora vuelve a habitar, aunque la doña que le trae los vegetales todavía ande en bur ro. Y mientras evoca con dolor la noche de la muerte de la hija, de regreso de la universidad, tan apuñalada que le costó reconocerla, la violencia y el terror contrastan con el valor de las cosas, aprehendido del bombardeo mediático y publicitario a que está sometida la anciana en su soledad, su desamparo afectivo y su inacti vidad, que puede leerse también como inutilidad para los otros, la familia y la sociedad. Su hija ha muerto presumiblemente envuelta en conflictos de carácter político, a partir de que la madre ref iere su admiración por la luchadora social ne gra Angela Davis, tomada como paradigma al incorporar su peinado afro y su modo infor mal de vestir, contrarios a los consejos de la madre, quien empeñada en hacerla parecer blanca, le había sugerido un peinado al estilo de Grace Kelly para que consiguiera un buen partido: otra vez Hollywood y los medios de difusión masiva como paradigma cultural por excelencia. El dolor por la pérdida del ser querido da paso a la parodia patética en la descarga enajenada de la señora hacia el desconocido, como un recurso desesperado para compartir los pensamientos y sentimientos que la agobian, como un paliativo para retenerle un poco más y exorcizar el miedo a la oscuridad y al silencio. Y si a nivel formal, la escritura de Nuyor/Islas quizás deja ver algunos rasgos no del todo maduros desde una perspectiva rotundamente teatral, con su larga introducción contextualizadora y sus acotaciones prescindibles –por comprometer quizás demasiado una manera de concebir su representación–, y en ese sentido no rebasa la audacia de Perrerías , sí propone una mirada lúcida y sensible a un fenómeno social de creciente presencia en el contexto donde se desenvuelve la autora, al igual que en otros de la región, al aproximarse a lo que es un prob lema de la humanidad toda: el en vejecimiento progresivo de la población del planeta –paralelo al descenso de los índices de natalidad–, cuyo impacto se prevé que afectará notablemente la correlación de nuestras sociedades en muchos órdenes, y se detiene en lo que es todavía, particularmente en este lado del mundo, el sector más sensib le y susceptible frente a sus consecuencias: la mujer. La trayectoria dramatúr gica de Chiqui Vicioso revela su vocación por conquistar la escena, para colocar en su centro no actos heroicos ni peripecias trascendentales, sino contradicciones del universo íntimo de la mujer; para conv ertirla en un espacio físico y vital que per mita escudriñar en las tensiones y diferencias que comportan los más sencillos testimonios de vida y las ansias personales más reveladoras. Es una obra que se implica orgánicamente con su entorno social y que dialoga con otros discursos del teatro del Caribe a partir de la coincidencia de presupuestos y focos de tensiones, y defiende un espacio de af irmación de lo femenino y de resistencia frente a toda perspectiva de subestimación e inequidad, desde los v alores de la espiritualidad más legítima. Notas *Versión del trabajo presentado en el Coloquio Internacional «Representaciones culturales de viajes, exilios y migraciones de mujeres latinoamericanas y caribeñas» (Casa de las Américas, La Habana, 16-20/02/2004). 1 Jean Franco: «‘Desde los márgenes al centro’ tendencias recientes en la teoría feminista», Marcar diferencias, cruzar fronteras. Santiago de Chile: Editorial Cuarto Propio, 1996, p. 124. 2 Francisco Henríquez y Carvajal (1859-1935), literato y educador, hermano de Federico Henríquez y Carvajal, quien fuera gran amigo de José Martí y colaborador de Eugenio María de Hostos. Francisco estudió Medicina en París, fue ministro de Asuntos Exteriores, presidente de la república en 1916, y desterrado a raíz de la invasión de los Estados Unidos. Con Salomé tuvo cuatro hijos: Fran, Pedro, Max y Camila. Los tres últimos fueron destacados críticos literarios, y Camila sobresalió por su labor crítica y pedagógica desarrollada en universidades de los Estados Unidos, y en Cuba, adonde regresó en 1959 para reorganizar la enseñanza universitaria, pues ya había vivido y estudiado aquí durante el largo exilio de su padre. 3 "Tíguere» es un dominicanismo que alude a un personaje sin escrúpulos, capaz de cualquier cosa, de comportamiento agresivo y a veces violento. Pero también sir ve para definir al más valiente y osado. Perdonavidas. El que más sobresale en el barrio. (Diccionario de Dominicanismos. El Rincón Inquieto de Jallite: http://usuarios.lycos.es/jallite/diccionario.htm). Otra def inición dice: «Existen varias clases de tigueres [sic] en el lenguaje dominicano, estos son el tiguere cinturita, el tiguere bimbin, el tiguere man y el tiguere gallo». (http:// www.27febrero.com/elcarnaval.htm). Y entre las casi quinientas palabras de las más usadas por el pueblo dominicano que se espera ingresen en el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, según la lingüista y f ilóloga dominicana Irene Pérez Guerra, está la voz tíguere «hombre que se las sabe todas, delincuente, malo». ( «Dominicanismos, al diccionario de la Real Academia Española», www. elsemanaldigital.com/fdi/ artículos_impreso.asp?isarticulo=5098&fuente=3). 4 Este equívoco, que creo compartían mis dos colegas –hombres– responsables de elegir un premio, no los llevó sin embargo a apreciar las transg resiones de Perrerías como méritos artísticos, sino más bien como cuestionables imperfecciones que no atendían al canon dramatúrgico al uso. 5 Chiqui Vicioso: Nuyor/Islas , manuscrito inédito, 2003, p.2. 6 Es signif icativa esta tendencia a una postura discriminatoria asumida por los caribeños hacia sus vecinos más cercanos, como falsa perspectiva de superioridad que pone de manif iesto una triste secuela del dominio colonial y neocolonial. Sobre este problema, reflexionó críticamente el dramaturgo cubano Alber to Pedro, al referirse a la escritura en proyecto de su obra La venganza de Calypsa, que luego resultaría en realidad Mar nuestro , cuando af irmó que le interesaba abordar « El hecho de nuestra aceptación como nación, de asumirnos como insulares, como caribeños.» y «La gente dice de manera peyorativa: ‘pero nosotros no somos haitianos’, como si fuéramos distintos, superiores. Yo mismo decía: ‘pero es que nos tratan como haitianos’, y es que ¿acaso ellos son seres de otro mundo? Los cubanos nos creíamos otra cosa por nuestra relación con los Estados Unidos, y después también cuando formábamos parte del desaparecido bloque socialista. Pienso que no nos hemos asumido como lo que somos, con toda la dignidad que eso requiere». Cf. Vivian Martínez Tabares: «El teatro es una conspiración», La Gaceta de Cuba 6, nov.-dic. 1994, p. 11. 25 Revolución Revolución yy Cultura Cultura Antillas tras el vuelo de las cigüeñas: artistas mujeres del Caribe hispano* Ivonne Muñiz Especialista del Centro de Estudios del Caribe de la Casa de las Américas. a mater nidad, una territorialidad cor poral, biológica y psicológica tan compleja y determinante de la naturaleza humana, ha sido valorada a través de la historia desde signif icantes y mapas cognitivos que giran esencialmente en torno a dos nociones: sacralizar a la mujer como procreadora o su simbólica devaluación frente a lo divino. Gran parte de la literatura occidental apela, como cita o deconstrucción, a las sagradas escrituras del judaísmo y el cristianismo, en las cuales se representa al hombre como el primer ser creado sobre la tierra, aunque es la mujer quien resguarda en su vientre y porta en el alumbramiento el fruto de la procreación: Entonces Dios el Señor hizo caer al hombre en un sueño profundo y, mientras dor mía, le sacó una de las costillas y le cerró otra vez la carne. De esa costilla Dios el Señor hizo una mujer, y se la presentó al hombre, el cual al verla dijo: ¡Esta sí que es de mi propia carne y de mis propios huesos! Se va a llamar ‘mujer’, porque Dios la sacó del hombre.1 Desde esta perspectiva mitológica, a la mujer, mediante una negación, se le descoloca y desplaza, y se precisa su existencia como la de un ente subalterno, apéndice del hombre, mutilada de su cualidad reproductiva. Será también juzgada y castigada al quebrantar y violar «lo sacralizado» en el alegórico jardín de Edén : «Aumentaré tus dolores cuando tengas hijos, y con dolor los darás a luz. Pero tu deseo te llevará a tu marido, y él tendrá autoridad sobre ti.»2 Espacios y temporalidades Cierto es que cualquier pretensión de abordar el concepto de maternidad debe partir de una interrogante que se convier te en premisa de los estudios al respecto: el lugar que ocupa el sujeto «femenino», su cualidad reproducti va en el itinerario de la Humanidad, y las encontradas, atinadas y desatinadas visiones sobre sus identidades individual y social en las diversas civilizaciones. La imagen de la Madre como eterna fuente de la vida se registra en la memoria de las representaciones iconog ráf icas con anterioridad a las de los dioses Revolución y Cultura 26 patriarcales, y se halla asociada a determinados estadios de la prehistoria. Existen f iguras emblemáticas que superan los treinta mil años y reflejan los principales aspectos del símbolo. La Venus de Willendorf es uno de los más conocidos ejemplos, y data del periodo Paleolítico Superior. La deidad femenina como arquetipo de la Madre era venerada como Diosa del mismo modo que hoy se adora a Dios. Estudios contemporáneos aseveran que el origen de la mayoría de las concepciones mitológicas del mundo se produjo en las sociedades matriarcales, donde eran Diosas las Supremas deidades. Genealogía e iconos de la maternidad en Latinoamérica Con la avalancha de la colonización, conquista y evangelización de Nuestra América, quedan devastados, asimismo como las poblaciones autóctonas, sus credos sobre el origen de la vida. Pachamama o Mamanchic, la Madre Tier ra de los Incas, Tlazolteoltl, diosa azteca del par to y del amor, Atabex o Atabeira, guardiana de la fecundidad antillana, Ixchel, protectora de la maternidad e Ixquic, diosa de la fecundidad en el panteón Maya, fueron suplantadas por el sagrado culto mariano. La devoción por la Virgen María, impregnada de la impronta renacentista europea, más que la pasión por un Cristo redentor y salvador, se asentó con especial ener gía en nuestras tierras, por tando en cada país, pueblo u ho gar, disímiles rostros: la Caridad del Cobre y la Virgen de Regla en Cuba, la Vir gen de Guadalupe en México, Nuestra Señora Aparecida en Brasil. Esas deidades, que tuvieron impresionantes choques étnico-culturales –con aportes africanos, asiáticos e indígenas–, se transculturaron y perviven con disímiles identidades por la vastas y mágicas acciones del sincretismo. Rostros y cuerpos en el Caribe hispano Gracias al poder evocativo y sensorial de la imagen, y a través del sutil discurso, la paródica simulación o la per versa mordacidad, un sinnúmero de mujeres artistas del Caribe hispano, en la reemergencia y vicisitudes hispanaS IZQUIERDA ARRIBA Ana R. Rivera Marrero (Puerto Rico) Serie «Las historias de ELA» Fotografía (2000) DERECHA ARRIBA Raquel Paiewonski (R. Dominicana) Parida, Serie «Vestial» Instalación (2000) DERECHA ABAJO Ana R. Rivera Marrero (Puerto Rico)Serie «Las historias de ELA» Fotografía (2000) Revolución y Cultura Antillas I ZQUIERDA Alicia Leal (Cuba) Maternizándose I Acrílico/tela (1998) D ERECHA Marta Pérez (Puerto Rico) Guadalupe de aquí Acrílico/tela (1996) A BAJO Alicia Leal (Cuba) Maternizándose II Acrílico/tela (1998) Revolución y Cultura 28 hispanaS de lo cotidiano, revelan historias y testimonios que reivindican al sujeto mujer y su capacidad de procreación desde una posición de reclamo de su autoridad cultural y social. Cuando nació, la madre apretó a su hija recién nacida y comenzó a lamerla por todas partes. La niña gemiqueó un poco pero al irse moviendo la lengua de la madre con mayor rapidez y fuerza por su cuerpo, fue haciendo silencio. La madre la volvía a un lado y a otro con la lengua hasta que le hubo quitado toda la sustancia blanca cremosa que cubría su cuerpo. La madre puso entonces sus dedos en la boca de su hija y fue abriéndola con suavidad; tocó con su lengua la lengua de la niña y, manteniendo abierta la diminuta boca, le sopló dentro con fuerza. Así sopló las palabras, las palabras de su madre, las de la madre de su madre y las de todas las madres antes que ella en la boca de su hija.3 Este episodio mítico o «génesis alter/nativa»4 de la diáspora africana en el Caribe, narrado por la poeta y novelista de Trinidad y Tobago, Marlene Nourbese Philip, al abordar el discurso sobre la lógica del lenguaje en su libro She tries her tongue; her silence softly breaks, nos conduce a reflexionar sobre una de las más traumáticas experiencias de nuestro proceso histórico-genético. Concebir este espacio de nuestra historia como discurso narrativo, hilvanar fragmentos en su relectura, desmontarlo en una acción descolonizadora, ha sido la ruta reiterativa de numerosas creadoras en nuestros pueblos. La artista cubana María Magdalena CamposPons quien acepta el desafío que su pasado le reclama, es una de ellas. Ella focaliza su discurso hacia dos aristas que se funden: lo femenino y lo etno-racial, representando metafóricamente múltiples experiencias de la diáspora africana, en un proceso que apela a la tradición oral, la memoria y la indisoluble relación con su genealogía materna. Sus protagonistas son mujeres negras que pertenecen a un mundo excluido, al cual durante años se le impidió traducir su imaginario, verbalizar su existencia, graficar sus modos de verse. Campos-Pons no se detiene en los g randes relatos; sólo le servirán como punto de partida para una reflexión más íntima. Su instalación Spoken softly with Mama (1997), ubicada en el territorio de la etno-biografía, es un fabuloso canto a la maternidad desde la dignidad que ésta merece: un retrato familiar revelado a través de objetos domésticos usados por varias generaciones de mujeres de su f amilia. Trabajando en casas de otras gentes, estas mujeres lavaban y planchaban ropas que sólo desde los sueños y la utopía podían poseer. En este deseo irrealizable, en este pequeño espacio de frustración femenina se detendrá para subvertir aquella realidad y devolver(nos) una realidad otra, enaltecida, construida desde su imaginario, tal como la desearon aquellas mujeres en otros tiempos. La también cubana Martha María Pérez Bravo recurre a los mitos como manera de establecer un puente armónico entre el ser humano y sus circunstancias. Sus preocupaciones ontológicas traspasan la vocación indagatoria de las tradiciones, de la sociología popular y de los cuerpos f ilosóf icos de nuestras religiones, para captar desde el manejo inteligente de sus intuiciones, la manera de fundirnos con un mundo espiritual en el que nos reconciliaremos con nosotros mismos. Entre 1985 y 1986 trabajó la sor prendente serie Para Concebir, un conjunto de cinco fotos que testimonian la propia experiencia de gestación por la que atravesaba en esos momentos. Este hecho la condujo a reflexionar sobre el efecto que podían tener las supersticiones y creencias populares al ser transmitidas a la mujer embarazada. «No matar ni ver matar animales», «Muchas venganzas se satisfacen con el hijo de una persona odiada» y «Te nace ahogado con el cordón» exploran desde su propia topografía corporal nuevas maneras de representación de la maternidad que alteran sin dudas las ya canonizadas. Un año después, Pérez Bravo vuelve a inspirarse en su propia experiencia (madre de jimaguas) para, desde un tratamiento paródico, problematizar ciertas convenciones, atributos y cualidades «femeninas» sobre la capacidad de procreación, la «responsabilidad» maternal y sus implicaciones f ilosóf icas. La vigilia y el sueño, el desgarramiento del cuerpo, la cicatriz de la cesárea, su entrega en benef icio de «otro» son abordados en la serie Recuerdos de nuestr o bebé, 1987, conjunto de ocho fotos, muy lejanas de las que habitualmente llenan los albúmenes tradicionales en nuestros hogares. La pintora y serígrafa puertorriqueña Lizette Lugo, representa a la mujer y su universo psicológico tomando como referente sus propias vivencias en el mundo doméstico cotidiano. La exaltación de una subcultura de la mujer en el espacio de la casa que, según la artista, ha sido devaluada al considerarse intranscendente. Sin embargo, para ella tiene más implicaciones en el acercamiento hacia lo espiritual como símbolo de una presencia transformadora de la existencia humana. La tendedera de ropa, cual cordón umbilical portadora de múltiples signif icantes, será su clave temática, el hilo conductor de su creación, recurrente en su arte y en su propia vida. Quizás la propia urgencia con que transitamos por el presente no nos permita reparar en objetos con los que compartimos la intimidad del hogar y que al apartarlos del escenario de lo utilitario, pueden llegar a funcionar como fetiches y portavoces de la «temperatura» de nuestra sociedad. Alguien con una aguda sensibilidad, como la joven ar tista cubana Yami Mar tínez, les concede un signif icado simbólico, con el f in de convertirlos en mediadores discursivos, fugaces pero problematizadores, de la interpretación subversiva de ciertas realidades. En insinuantes composiciones, las cafeteras con que colamos el sorbo de café cada mañana, nar ran fábulas sobre el diario acontecer. La sugerencia conduce el ojo crítico hacia parcelas neurálgicas: el cultivo de actitudes machistas que desbordan al portador masculino y brotan cual sustancia inmanente a nuestra subjetividad colectiva. Como embrión de «obligaciones» domésticas 29 Revolución y Cultura Antillas predestinadas, germinan cafeteras en el vientre de una mujer para nacer luego en involuntarios o traumáticos partos. Pocas como la creadora cubana Alicia Leal para desdoblar palabras, relatar fantasías, las más íntimas, las más espirituales, con las que soñamos o deseamos. Nadie como ella para tejer confabularios que suavizan, animan y alientan –en tiempos tan difíciles– nuestra existencia. La mujer conquista el centro de su narrativa, mujeres que parecen evaporarse, que se mantienen eternamente impávidas ante la fragilidad de la vida, que posan en una aparente visibilidad muda que obliga a desentrañar los trazos de sus imaginarios alegóricos. Sus protagonistas llegan a despojarse de la materialidad de sus cuerpos y progresivamente inician un viaje muy íntimo, «maternizándose»: encarnan a la Caridad del Cobre, Patrona de Cuba, blanca, negra, mestiza, Ochún sincretizada, protectora en el mar, madre sagrada que amamanta a su hijo, eterna fuente de la vida. La dominicana Raquel Paiewonsky, en la serie Vestial, fusiona la ironía con el éxtasis estético, conjuga el lenguaje de la moda con procesos de deterioro que invaden nuestras sociedades actuales, para denunciar la parálisis ante la marginalización a la que es conf inada la mujer. «Desforestada», «Enrolada», «Capitalizada», «Feroz», «Fregada», «Acupunturada», «Inflada» y «Parida» integraron la seductora muestra. «Parida» fue construida desde la autoridad del testimonio, todavía la artista transpiraba sus primeras emociones de la maternidad. En fotos del proceso de elaboración de la pieza, aparece Paiewonsky ensartando hilos con su pequeña en el regazo. Una gran masa de pequeños muñequitos plásticos de diversos colores y for mas fue f ijada a manera de revestimiento en la superf icie del traje. Su hija se repetía una y otra vez. Desde la conciencia de un cuerpo sexuado, la artista puer torriqueña Ana Rosa Rivera traduce la ambigüedad y la confusión identitaria de su nación. Rivera enfatiza lo conflictual e inquietante de lo ontológico-político. En los pro yectos Cobito (1998) y Carrucho (2000) ahonda sobre la complejidad de signif icados de la concha como espacio-isla, ar madura u hogar, sitio de ocultamiento, metáfora sexual, símbolo reproductivo. Precisamente, este es el momento en que la artista comienza a desarrollar el concepto del camuflaje y travestismo para retomarlo en su serie posterior Retratos de ELA, donde atrapa con el lente a una ELA que muestra con regodeo erótico su concha como síntesis del surgimiento de la vida y como recurso de ocultamiento de la verdad. Las composiciones de su compatriota Marta Pérez, están trabajadas desde otra perspectiva; ante todo como testimonios del componente espiritual en la vida cotidiana. Una galería de vírgenes, santas y madonnas habitan sus creaciones. Imágenes desacralizadas y desmitif icadas que transpiran potencialidad humana. Su virgen es la virgen mujer , la vir gen reina, las madonnas secularizadas. La virgen tratada desde la óptica del poder… «poder para ordenar el mundo, para aclararlo todo, para salvar la especie» 5 expresa la artista, y agrega: «todas las mujeres somos madonnas potenRevolución y Cultura 30 hispanaS ciales. En Puerto Rico la madre es todo; aquí la Virgen y el Niño es la imagen más fuerte.» 6 Las caritas pequeñas de las madonnas son cubiertas por inmensos mantos ornamentados con lentejuelas, encajes, botones, adornos recuperados y refuncionalizados. Los mantos ocupan casi toda la composición… «nosotras somos mujeres telas, como una colcha viviente, una es la que envuelve.»7 Marta Pérez se asoma también a la historia, la traduce, la reinventa, y sus personajes pueden ser heroínas humanizadas; así dedica una serie a Manuelita Saenz, en la que inventa otra vida para Simón Bolívar y la quiteña, recreando sus imágenes en una historia de amor. Manuelita se pasea por la bahía de San Juan, celebra dos veces nupcias con el Libertador y queda embarazada. La heroína se desdobla en su potencialidad de procrear, hecho que ante nuestra mirada, la humaniza. Los pinta abrazados en los cojines de un sofá. Manuelita es la Santa Remota de los Tiempos, es ave, paz, liber tad, espíritu santo pero también puede ser madre. La mezcla con sus vírgenes y diosas, la monta sobre una cabra, la ubica en ciudades imaginarias, todo reducido como en miniaturas. Manuelita vive otra historia –la fantástica– y la artista la valoriza, jugando quizás con lo que muchos necesitaban, desde sus patrones, para poderla asumir. Ellas y otras ar tistas del Caribe, convierten el cuer po de representación femenino en emblema, lo (re)territorializan, lo (re)conf iguran, lo despojan de sus máscaras y lo visten de guerrera. Sus miradas se convier ten en voces, y sus voces retornan en un eco que se atreve a ir más allá de la parcela de la complacencia para desaf iarse a sí mismo ante la perenne mutación existencial, la historia como montajes de incertidumbres, la amnesia ante esa historia, el abismo psicológico de nuestros universos mentales… O es que acaso no es cierto que lo que alimenta a la sociedad no es la ingenua comunicación con ella, sino algo más incisivo, como la resistencia… Notas *Versión del trabajo presentado en el Coloquio Internacional «Las escritoras del yo en la cultura de mujeres latinoamericanas y caribeñas» (Casa de las Américas, La Habana, 14-18/02/2005). 1 Dios habla hoy: La Biblia, Versión Popular, Sociedades Bíblicas Unidas, México D.F, 1983, p. 2. 2 Ibíd, p. 3. 3 Marlen Nourbese Philip: The tries her tongue; her silence softly breaks. La Habana: Casa de las Américas 1988, p. 44, 46. 4 María Cristina Fumagalli: «Todo se altera, nada se destruye: la versión de Marlene Nourbese Philip sobre el rapto de Ovidio y Homero» en Anales del Caribe. 16-18. La Habana: Centro de Es-tudios del Caribe, Casa de las Américas, 1988, p. 282. 5 Olga Nolla: «Las pintoras de ayer y hoy» en Hómines vol. 10, no. 2, San Juan, febrero de 1987, p. 354. 6 Ibíd ., p. 355. 7 Ibíd., p. 356. EL ARTE EN CUBA DE PONER NOMBRES HOY Jaime Sarusky ada nombre es, sin dudas, mucho más que un simple apelativo: es la marca de una individualidad, y claro está, seña que identif ica a un ser único en el univ erso. Es, también, definición de algo hasta entonces innombrado y credencial de una existencia que se objetiviza al darse a conocer y ser reconocida. Eso lo sabían muy bien los africanos arrastrados hacia esta Isla como esclavos, y aún mejor, quienes los despojaron de sus nombres y apellidos, de su identidad, para imponerles otros, los de sus amos. Y tanto era así que, según documentos de la época, las naves no cargaban hombres, sino sacos de carbón. Pero es de imaginar el desconcierto y la confusión emocional que la tal violencia –dejar de ser lo que se es– la tripulación, fuesen judíos conver prov ocaba en ellos. Como dice sos o no, de las naos bajo el mando Nicolás Guillén en su poema «El de Cristóbal Colón, o los que arribaapellido»: rían más tarde, todos amenazados por las ¿No tengo pues un abuelo mandinga, congo, dahomeyano? hogueras de la Inquisición. Ellos también ¿Cómo se llama? ¡Oh, sí, decídmelo! tuvieron que ocultar ¿Andrés? ¿Francisco? ¿Amable? su identidad tras los ¿Cómo decís Andrés en congo? nombres que adopta¿Cómo habéis dicho siempre ron –o que en ciertos Francisco en dahomeyano? casos les colgaron– En mandinga ¿cómo se dice Amable? para hacer creíble su Sin embargo, designar con nombres imagen de cristianos nuevos. no tradicionales, y desechar aque- Obviamente, nada está tan sometillos sancionados por la costumbre do al reino de los caprichos, las vey la religión, sobre todo la católica, leidades, el azar y hasta lo arbitrario, es fenómeno relativamente reciente como el acto de nombrar. Se trata en Cuba. de una operación aparentemente Para los antecedentes más antiguos inocente, aunque de ella se deshabría que remitirse a una parte de prenden con frecuencia las más in- sólitas y hasta contradictorias interpretaciones. Sin excluir a personas de nombres, para nuestro gusto, extravagantes o disparatados, porque esos nombres nos hacen descubrir la temperatura, los signos y las modas de una época en un espacio dado. Véase este brevísimo muestrario del origen de varios nombres que hube de investigar, en diciembre de 1999, en un aula de primaria de un barrio habanero: Alina, porque en esa familia todos los nombres de las mujeres comienzan con la letra A. Laura, por tradición familiar. Her menegilda, tomado del almanaque. Alex, personaje de una novela r usa. Siria, por el país. Dayner, vocablo inspirado en el adjetivo Deiner, tuy o, del idioma ale-mán, aunque la ortografía es diferente. Ilustraciones: René de la Nuez 31 Revolución y Cultura Cada época condiciona y designa sus nombres y cada nombre es también, implícitamente, propuesta de interpretación de esa época, porque al revelarse, la revela. Quien nombra retrata al nombrado, pero sobre todo a sí mismo, su peculiar modo de ver y designar el mundo. Moisés, Salomón, Abraham, David. No hay que añadir nada más. Ya usted sabe de quiénes estamos hablando y cuál momento de la Historia es el suyo. Del mismo modo que Ulises, Aquiles, Medea. O los Gonzalo, Rodrigo, Hernando. Pero al referirnos a un período deter minado, para precisar la evolución onomástica, dentro de una misma época, es necesario delimitar los hitos en el tiempo. En tal sentido es muy rica y profusa la experiencia cubana en las últimas cuatro décadas. Tanto que, además de la Onomástica, involucraría en su estudio disciplinas como la Lingüística, la Antropología, la Historia, la Psicología, la Estética, puesto que de gustos se trata, y también la Sociología, entre otras. Pero el enredo de los nombres se inició con el propio de Cuba al ser descubierta por Colón, en el igualmente calif icado Encuentro de dos culturas. Denominada así por los Revolución y Cultura 32 aborígenes, los conquistadores españoles sustituyeron su nombre por el de Juana , en homenaje al príncipe don Juan, primogénito de los reyes católicos. Pero después que éste falleció, unos pocos años más tarde, fue reemplazado en 1515 por el de Fer nandina para halagar la vanidad del rey Fer nando. Sin embar go, desde los primeros tiempos, el de Cuba se impuso y ha perdurado hasta hoy. Tal vez sea esa una de las pocas, si no la única batalla victoriosa de los indios cubanos sobre los conquistadores. Para situarnos en la increíble madeja de nombres de diferentes orígenes, combinaciones y sonoridades de la actual Onomástica cubana, debemos remitirnos a los años inmediatamente anteriores a 1959. Veamos en tal sentido dos botones de muestra resultado de nuestras pesquisas: l) El origen y evolución de los nombres de una familia de clase media, aunque modesta, que reside en el Vedado. (Las fechas son las del nacimiento.) 1925: Ana María. Se le dio ese nombre porque le gustaba a un pariente. 1952: Ramón Densil, su hijo. Ramón, como su padre, y Densil es el de un príncipe inglés, personaje de una novela. El mismo año nace su esposa, a la que llamarían Lidia, por una amiga de la familia. 1980: Ingrid. Hija de éstos, la llaman así por la actriz Ingrid Bergman. 2002: Jennifer. Hija de Ing rid. Porque les gustaba ese nombre, aunque con frecuencia se reiteraba en los medios por la actriz Jennifer López. 2) Del registro de población de un bar rio de la Habana Vieja anotamos los siguientes ejemplos: 1916: Genara, 1930: Calixto. En la década de los cuarenta: Orlando, Leonardo, Hildelisa; en la de los cincuenta: Modesto, Myriam, Reynaldo. A partir de la década de los sesenta, y particularmente de los setenta, se produce un vuelco total en la concepción onomástica de muchos cubanos. Ello se evidencia en los nombres de esta breve relación de nacidos en las últimas dos décadas, es decir, aquellos que habrán de predominar en la primera mitad del siglo XXI. Como se puede obser var, la primera letra de todos es la Y. Yesen, Yanet, Yissel, Yoscel, Yandi, Yenney, Yaleisy , Yaslida y, Yaradeilys, Yunia, Yaima, Yoel. Se ha producido una verdadera epidemia de esta letra, al punto que cientos de peloteros cubanos –por sólo mencionar un ejemplo– ostentan nombres que comienzan con Y. Otros como Gretel, (la de Hänsel y, además, personaje de una telenovela), Dayana, Dayron, Gertrin, Violki, Vinaisy y Gladier (de glad, contento: seguramente reflejo de la alegría de los padres) o Dancisy (de dance easy: es decir, vástago de una pareja con facilidad para el baile), o Meibi, quizás en inglés, aunque la grafía está españolizada. O Darling, querida también en inglés. O el superoptimismo del padre que nombra a su hija Dayesi, es decir, Sí en los idiomas ruso, inglés y español. ¿Por qué esos nombres? A no dudarlo, se trata de una moda. Y como moda al f in, el mimetismo y la repetición se multiplican al inf inito, hasta que nuevas circunstancias propicien y estimulen la aparición de bloques de nombres con otro origen o motivación. Los antes relacionados sonaban extraños al principio, tenían entonces, en la década de los setenta, un aire exótico. Había un vuelo, una expansión en las ideas de familias que ya poseían del mundo un marco de referencia mucho más amplio. Igualmente manifestaban la muy humana y explicable intención de diferenciarse, de ser originales, de que el nombre distinguiera al hijo o a la hija en una sociedad fuertemente influenciada por referentes colectivos. Por supuesto que se han mantenido nombres comunes y habituales en el pasado en Cuba. Es el caso de las Mercedes, Re gla, Caridad, Bárbara, Lázaro o Lázara y otros. En ellos se fusionaban algunos nombres del santoral católico y los de santos ar raigados en la creencia popular, como San Lázaro (Babalú Ayé) o los de los orishas que conforman la llamada Regla de Ocha o Santería. Una vez más, el mestizaje religioso amalgamándose en el mestizaje cultural del país. En este sentido, se debe destacar que todo aquel o aquella que nazca el 8 de septiembre o el 4 de diciembre, o alrededor de esas fechas, llevarán como primer o segundo apelativo el de Caridad, por la Virgen de la Caridad del Cobre, patrona de Cuba, o Bárbara/Bárbaro equivalente en el santoral católico a Changó. Conservan toda su fuerza los nombres llegados a la Isla desde España: los José, Antonio, Francisco, Manuel, Miguel, Ramón o las Josef a, María, Ana, Ramona, etc. Habría que estudiar los orígenes y las causas que condujeron a miles y miles de personas a precipitar una avalancha tal de nombres transgresores que, sin lugar a dudas, inauguran una época y clausuran otra en la continuidad onomástica del país. Claramente, la vuelta al revés de los apelativos es consecuencia del huracán político, social y económico que representó la revolución. Estallaron los diques que habían preservado el status quo del ancien régime y los nombres, de alguna manera, también eran reflejo de las complejidades y contradicciones en el modo de pensar y de vivir de sus ciudadanos. Al asumir la sociedad nuevos íconos y nombres nuevos, se borraban o sustituían valores y costumbres hasta entonces legitimados por la tradición. Es verdad que algunos de esos valores y creencias fueron retomados nuevamente en el curso de los noventa, durante el llamado período especial, más de una década de limitaciones muy agudas en la vida del país. Pero a comienzos de la Revolución surge, espontánea, y se estrena, esa icono g rafía popular. En muchos hogares compartirían espacios en las paredes, junto a un altar o una imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre, del Sagrado Corazón de Jesús o de Santa Bárbara, un retrato de Fidel Castro o de Camilo Cienfuegos. El mismo mecanismo psicológico y las motivaciones que movían a los creyentes en ese sentido se los aplicaban a los recién nacidos a quienes pusieron por nombre Fidel o Ale- jandro (su nombre de guerra), o Raúl, o Deborah (nombre de guerra de Vilma Espín). A partir de la muerte de Che Guevara en Bolivia, se multiplicarían los Ernesto. Incluso hubo padres que denominaron así mismo, Che, a sus hijos. Mientras otros les pondrían a sus hijas Tania, por Tamara Bunke, única mujer integrante de esa guerrilla. Sin duda, era más que evidente que se estaba renovando el legado onomástico de la Isla. Con el de Granma (apócope de abuela en inglés), estaba registrado en Tuxpan el yate que zar pó de México con ochenta y dos hombres para enfrentar a Batista. Al ser consag rado por la historia, hoy, además, Granma es el periódico of icial, una provincia y buen número de instituciones del país. La dinámica de los acontecimientos grabó con visibles huellas las conciencias y el espíritu de buena parte de los ciudadanos. En lo adelante 33 Revolución y Cultura se abolirían las fronteras y en cuanto a nombres, cualquiera era posible. Ello prefiguraba la siguiente etapa, indudablemente la más espectacular en cuanto a Onomástica. Si antes se producía la apropiación de los nombres de famosas actrices y de actores de cine, cuando proliferaban (y aún proliferan) las Greta, las Marilyn, las Marlene (por la Dietrich) o los Alain (por Delon), ahora aparecen los Maikel (por Jackson), las Romi o las Sissi, los Andy, los Marlon, los Kevin, las Jessica o Yesica, los Elvis, las Camila, por Camilo Cienfuegos y por el personaje de una película argentina de mucho éxito exhibida en Cuba; y hay hasta quien le puso a su hijo Waltdisney. Nombrar en estos tiempos ha perdido su antigua jerarquía religiosa, social y hasta estética. Nada queda de aquellos nombres a los que otorgaban poderes mágicos u otros atributos humanos o de la naturaleza, y hasta disminuyen los más comúnmente conocidos. Se ha abolido la solemnidad del acto ritual de nombrar. Así que, tal vez, se trata de otra de las veleidades propias de tiempos de extravíos y desconcierto. Se toman los nombres de lugares, mecanismos y objetos, como le ocurrió a un marinero, tan obsesionado con su of icio, que denominó Popa y Propela a sus dos hijas. O hasta lujos para reproducirlos en los vástagos de las nuevas generaciones. Así oye usted de padres que llaman Revolución Revolución yy Cultura Cultura 34 Roiser a su hijo porque ignoran cómo se escribe Rolls Royce, o Aurica (por la marca de una lavadora rusa) o Kelvin (por el refrigerador Kelvinator) o Talcomavis o Myr urgia, que es una marca de perfumes y ar tículos de tocador, Ruberlandis (inspirado en Rubberland , una marca de llantas de avión), sin olvidar los Estereo, los Hitachi y los Sony y hasta X, un conocido músico. De alguna manera emulan en el tiempo, aunque con más de cuarenta años de diferencia, con aquellos que bautizaban a la prole, sobre todo en las zonas rurales, con apelativos como Norge, igual que el refrigerador, Usnavy o Santoral al dorso, según los almanaques de la época, sustituidos ahora por Efemérides. En esa f iebre de nombres que llaman la atención, ha desempeñado un signif icati vo papel el protagonismo inter nacional del país. A la furia de nombres anglosajones que persistían en el pasado y aún se aplican, como Johnny, Frank, Eddy, Jimmy y otros, venían a super ponerse, respaldados por la política, la ideología, las coyunturas, la moda y por los numerosos enlaces entre cubanos y rusas, los Lenin y Ninel (el nombre del lider soviético al revés), Stalin, Malinowski, Gorbachov, Alla, Aliuska, Katiuska, Pavel, Mijail, Natacha, Vladia, Yasnaia (de Yasnaia Poliana, la f inca de León Tolstoi), Vania (diminutiv o de Vladimir aunque en Cuba lo llevan algunas mujeres). Y no es para asombrarse que un padre le pusiera por nombre Mismel a un hijo y que después desentrañara el acertijo diciendo que debía traducirse así: Mis ideas son las de Marx, Engels y Lenin. ¿Y qué decir de otro padre que nombró Marxlenin a una hija? Pero lo que nunca pudo imaginar un conocedor de la Onomástica fue la síntesis de marxismo con santería y con catolicismo que consiguieron dos señoras al nombrar a sus hijos, Lenin de la Caridad y Vladimir Jesús. O los de procedencia árabe: Ahmed, Sora ya, Hassan, Omar, Yamel, Abdiel, Yadira. En este y otros casos la referencia inmediata habría que buscarla en la frecuencia con que se difundían esos nombres por los medios masivos. O los de personalidades relacionadas con la política como Jacqueline ( Kennedy y, después, Onassis), Patricio (por Lumumba), Indira (Gandhi), Nelson (Mandela), Yasser (Arafat), Amílcar (Cabral), Van Troi, como el combatiente vietnamita, Hoari (Boumedienne). Y también comenzaron los apelativos de países y ciudades, que venían a sumarse a aquellos que llevaban los de continentes como América y Asia. Entre otros, Luanda, capital de Angola, K enia, Hanoi, París, Nairobi, Odesa, Sotchi, Quisqueya. Pero igualmente se in ventan algunos, asombrosos por su ref inado rebuscamiento o del más exquisito kitsch. Todo ello daría a luz joyas para guardar en un museo de la Onomástica como Quovadis, Arrebato, Emerjo, Ge yser, Maisix (por que nació el 6 de mayo), o Proletario (porque nació el Primero de mayo), Onedollar (un dólar), Maidol (mi muñeca), Alien (por el f ilm), Danger. Razón más que suf iciente para que los sacerdotes católicos se negaran a bautizar a niños cuyos nombres tildan de nada cristianos. Dif icílmente hay en el mundo otro país que como Cuba exponga apelativos tan imaginativos que son inimaginables y que seguramente deleitarían al más delirante surrealista. A alguien lo perjudicaron para siempre al nombrarlo Otitis, que nadie ignora es una inflamación del oído. Yunilistracsil, es uno de los nombres que recogimos y de cuyo origen no pudieron darnos razón. Lanoiger es Regional al revés, al igual que Onailimixam, más conocido por Oni, que también es Maximiliano al revés. Amén, Ipsofacto, Tránsito, Abril, Onan, Herodia (probablemente en homenaje a Herodes), Demencio y Orfelina. O si no Dunia y Loreta (nombres de muñecas en los años setenta). Pero no cabe dudas de que uno de los más originales aportes es el de los apelativos conformados por sílabas o letras de los nombres de los progenitores. Obviamente, se trata de una exacerbación del ego de los padres, como si la unif icación de las letras que crea un nuevo nombre le otorgara al hijo los atributos de ambos –como sus semillas y sus sangres– y en el nuevo apelativo se sustanciaran mágicamente sus virtudes. En esa química de las letras también se manif iesta, de modo singular, el abarcador mestizaje de la vida cubana, y aún más, se revela el peso de la mujer en la vida del país, su equiparación con el hombre, a pesar de las muestras de machismo bien presentes aún, y se hace plena la exposición de un discurso latente, hasta ahora oculto. Otros nombres desconcertantes: Yanisé (de ya ni sé), Dalmiholevic por Dalmiro, el padre, Holeida, la madre y Víctor, el abuelo; Liudmilaivela, por Liudmila, la madre y Vela, apellido del padre. O los jimaguas Raod y Ralys, hijos de Raúl y Odalys, Elimoy, de Elisa y Moisés, Igneida, de Ignacio y Nereida, Juyma, de Juan y María, y Linoel, de Lino y Elena. Y Josone, parque de la playa de Varadero así llamado por José, quien fuera su propietario, y Oneida, su mujer. En la actualidad se están produciendo varios hechos interesantes como la notoria apropiación de nombres tomados de las telenovelas, que como es sabido, se trata de todo un fenómeno cultural en la Isla. En la noche, es sagrada la hora en que se transmiten, tanto las brasileñas, como las cubanas. Hombres y mujeres se entregan y viven con pasión los conflictos de Christian, Flavia, Sebastián, y otros, a tal punto, que luego estos nombres vendrán a enriquecer el in ventario de la Onomástica criolla. También llama la atención que nombres como algunos de los antes señalados, demasiado originales y hasta extravagantes para cualquier mentalidad conservadora en este campo, van cediendo terreno a otros tradicionales, pero «elegantes», como Claudia, Daniela, Andrea, Carolina, y sus correspondientes masculinos. A todo esto hay que añadir la evidencia de un neo-barroco al observar que muchas personas, no satisfechas con darles un nombre a sus hijos, pref ieren ponerles dos, y ya coexisten no sólo con los arriba mencionados por la nueva moda, los dobles nombres como Juan Carlos, José Omar, Carlos Alberto, José Luis, Ernesto Juan, Jorge Ignacio, por sólo mencionar algunos ejemplos. Es evidente también la tendencia a volver a los nombres tradicionales, comunes en el pasado. Aunque es imposible hacer un pronóstico en cuanto a aquellos que prevalecerán en un próximo futuro en la Isla, sí es previsible que continuará manifestándose ese mestizaje que, como hemos visto, tiene los más diversos orígenes, motivaciones y procedencias. La azarosa historia de la Onomástica en el país así lo evidencia. En el ajiaco étnico y cultural, como gustaba calif icar don Fer nando Ortiz el mestizaje de toda índole, se integra la extensa, original y muy diversa riqueza onomástica de la Isla. 35 Revolución Revolución yy Cultura Cultura Historia de una batalla cubana de Don Quijote* A la memoria de José Antonio Portuondo, coterráneo y estudioso de Hernández Miyares Viñeta: Juan Moreira Revolución y Cultura 36 a historiografía cubana ha orden de zarpar, sale de Cabo reconocido la denominaVerde, viene a Cuba y de aquí a ción de «entre imperios» los Estados Unidos; entra en la (Pérez, 1982) como la más acertada bahía de Nue va York bombar para denotar el complejo período deando, desembarca la infantería que va de 1898 a 1902, período que de marina, llega a Washington, comprende el cese de la dominación prende a Mac Kinley... Luisa Campuzano española, más de cuarenta meses de -Está delirando- dije yo compadecida, ocupación norteamericana, y la instauy muy bajito. ración de la república neocolonial. En estos -No, no delira –alguien interrumpió-, él cree años en que Cuba experimenta en medio de lo que está diciendo, porque esa es España. sucesivos choques entre ilusión y realidad, el tránsito (Ximeno, II, 333) de colonia a «Estado nacional con soberanía limitada» Mas el 2 de enero del 99, cuando ya ha tenido lugar la (Marqués, 2), y vive cotidianamente el retablo de evacuación de las tropas españolas, pero todavía no se maravillas de una súbita y generalizada coexistencia ha concertado con los Estados Unidos el licende valores, tradiciones y lenguas bien disímiles, el ciamiento del ejército liber tador, ni se sabe si Cuba Quijote se constituye en referente obligado para será anexada a la Unión, como desean muchos sucesivas y más o menos tensas polémicas que se es- personajes influyentes de ambos lados del canal de la cenif ican en el marco de la triangulación Cuba / España Florida, uno de los jefes políticos que ha hecho la / Estados Unidos. guer ra desde el exterior, el General Emilio Núñez, Aunque se hará evidente en el desarrollo de estas encargado del Departamento de Expediciones, le páginas, me resulta imprescindible establecer desde escribe a otro jefe de Nueva York, Gonzalo de Quesada, ahora una nítida distinción entre la aceptación / diciéndole que los altos of iciales de las fuerzas cubanas rechazo de las referencias a don Quijote y al en la Isla, como nuevos Quijotes, es decir, como puros «quijotismo» que encontramos en Cuba durante esta ilusos, se consideran a sí mismos vencedores, y los compleja etapa, y el renacer simbólico del hidalgo acusan a ellos de haber entregado el país a los yanquis manchego que se produce en el mundo hispa- (sic) cuando se acercaba el día de la victoria (Pérez, noamericano y español precisamente a partir del 252, 428, n.5). «desastre» del 98, y que se extenderá hasta las No es sorprendente entonces que poco después, a fines celebraciones de su tercer centenario en 1905.1 Veamos de junio de ese año, ya instalado el gobierno interalgunos ejemplos de esta aceptación / rechazo de don ventor, estab lecidas las reglas del juego y acometidos Quijote y del quijotismo antes de entrar propiamente los múltiples cambios que aquél ejecuta a gran en materia. velocidad, un colaborador de El Fígaro -vocero de la Como emb lemática página final de sus memorias, intelectualidad cubana más innovadora-, tiene que escritas un cuarto de siglo después, pero concluidas reconocer que el ingenioso hidalgo, precisamente por muy signif icativamente en 1898, Dolores María de su idealismo, está fuera de moda, y se vale de Sancho Ximeno selecciona esta delirante inversión del desastre y de una inolvidable escena del capítulo II de la de la armada española frente a las costas cubanas, que segunda parte del Quijote para alertar sobre los peligros proyecta quijotescamente las expectativas integ ristas que trae aparejada la injerencia del inglés: de su familia: Sabiendo, como sé, que corre mala racha para don Hablaba mi tío en esos momentos con voz sepulcral [...] Quijote, no traeré a cuento ninguna de sus mu-La escuadra española está ya lista –decía. –Tiene chísimas discreciones. Pero recomiendo que se imite a Sancho, ya que su positivismo está hoy en privanza. En un chistoso coloquio que precedió a la tercera salida del hidalgo manchego empezó don Quijote a decir a Sancho: quando caput dolet ... Y el escudero atajó enseguida el latinazgo con esta respuesta: no entiendo otra lengua que la mía. He aquí lo que todos debemos hacer. Aunque poseamos como prenda de la buena crianza, el idioma de nuestros interventores, a quienquiera que se insinúe con un: Spoken English?, debemos contestarle: No entiendo más lengua que la mía. Que, por donde se nos va la lengua, por ahí viene la muerte. (apud Iglesias, 146) Abro un paréntesis para sugerir que retengamos de este texto el rechazo del idealismo que encarna don Quijote, como consecuencia de la tendencia positivista, pragmática, que su autor ve como prevaleciente en la época. Y pasemos de inmediato a comprobar cómo el tema que motiva su artículo no deja de manifestarse, a lo largo de este interregno, con variados matices, en otros textos periodísticos del período que nos ayudarán a delinear mejor las características de la época, la triangulación que anunciábamos, y el perf il de dos de los contendientes principales que se enfrentarán en el episodio que va a centrar nuestro análisis, y a cuyo fuego estos textos echarán leña. En 1901, El Diario de la Marina , «decano de la prensa» insular, enemigo acérrimo de la independencia de Cuba, y, después del 98, revanchista y vocero de los aún grandes intereses españoles en la Isla, publica un ar tículo en el que calif ica como «carboneras morales» –en alusión a las bases navales que los Estados Unidos instalarían en la Isla de acuerdo con la enmienda impuesta por ellos a la Constitución cubana de ese año– a distintas manifestaciones de lo que el Diario llamaba la americanización del país, entre las que f iguraba la introducción de palabras inglesas. A este artículo responde con otro de igual título L a Discusión , diario de tendencia reformista durante el período colonial, que aunque adoptaba una posición centrista después de la intervención, albergaba en su redacción a importantes representantes del separatismo. Citemos este último artículo: Algo se han aumentado ahora los barbarismos, con la novedad del Gobierno exótico que nos pone las andaderas; pero lo cierto es que los tenderos de La Habana, en su inmensa mayoría españoles, fueron los primeros en rotular sus establecimientos con nombres y anuncios ingleses. Recordemos que al llegar a esta capital, después de la guerra, cuando aún no se había efectuado la evacuación de las tropas españolas, la calle del Obispo se había transformado en un pedazo del Bowery. Todos los letreros se leían en inglés: shirt store, en vez de camisería; American shoes, en vez de zapatos americanos; stationary, en lugar de librería, etc., etc.; como si ya contaran de antemano los comerciantes con que la transformación iba a ser violenta; que se iba a hablar inglés desde el siguiente día del cambio de bandera en el Morro. (Hernández Miyares, II, 254) Su autor, Enrique Hernández Miyares (Santiago de Cuba, 1859-La Habana, 1914), reconocido periodista y poeta, había sido editor, y sobre todo animador de una de las más importantes revistas de fines del siglo XIX, La Habana Elegante, en cuyas páginas logró reunir, como asiduos colaboradores, al g rupo más signif icativo de los moder nistas hispanoamericanos. Al estallar la guerra en 1895, había emigrado a los Estados Unidos, donde formó parte de la redacción de Patria, el periódico de los independentistas. De regreso a La Habana, se unió, como vimos, al equipo de redactores de La Discusión , entre los que se encontraba su admirado mentor y amigo, Manuel Sanguily (La Habana, 1848-1925). Este último, hijo de padre francés y madre inglesa, y alumno de José de la Luz y Caballero, había alcanzado el grado de coronel en la Guerra de los Diez Años, y con posterioridad había desarrollado una destacada carrera en el periodismo, la crítica literaria y la docencia –en la línea de Enrique José Varona–, al tiempo que mantenía un beligerante separatismo –en la línea de Antonio Maceo– que, al concluir la Guerra de Independencia, lo colocó en los más importantes escenarios del debate y las negociaciones acerca del que durante más de un año fuera el incierto destino de Cuba. En 1902, con la instalación de la república, fue elegido senador. Y en calidad de tal, Manuel Sanguily va a dar comienzo a una quijotesca batalla que, celebrada en un soneto por Her nández Miyares, promoverá la más enconada e inesperada polémica inicialmente literaria y luego política, de los primeros tiempos de la república. La batalla de Sanguily tenía como objetivo impedir la ratif icación por el Senado, del Tratado de Reciprocidad Comercial entre Cuba y los Estados Unidos, f irmado en La Habana en diciembre de 1902. El tema era de la mayor importancia, ya que de llevarse a efecto, la Isla quedaría en total dependencia del mercado norteamericano, aislada del resto de la economía mundial, al tiempo que la naciente o pequeña industria cubana desaparecería como consecuencia de las ventajas arancelarias concedidas a los productos y materias primas estadounidenses. Los políticos y las «fuerzas vivas» de la Isla –en buena parte, españolas– estaban conscientes de estos riesgos, y los temían. Pero, de un lado las presiones de Washington –que veía en el Tratado un modo de iniciar el proceso de anexión de Cuba que el respeto a la Resolución Conjunta f irmada con las fuerzas insurrectas le había impedido concretar–, y de otro lado la miseria y destrucción ocasionadas por la guerra, y el aniquilamiento de la población r ural promovido por el gobierno español en su última etapa, no dejaban otra solución inmediata, sino ratif icarlo. Sanguily pronunció dos discursos en el Senado, el 9 y el 28 de marzo de 1903. En el primero reconocía que estaba aislado, que sólo dos contendían, que su contrincante, al que describe con no poca ironía como «un paladín revestido de fina y reluciente armadura», lo incitaba a un postrer encuentro que él había aceptado, para «con ello [...] darle ocasión de hacer gala de sus inagotables recursos», aunque a la postre 37 Revolución y Cultura no serían estos los que valieran, porque la verdad «seguir[í]a brillando en el fondo de todas las conciencias» (Sanguily, II, 354). El segundo discurso lo pronuncia en ocasión de ese duelo rigurosamente singular, en el que hablará primero, reiterando sus con vicciones, pese a que se sabe derrotado de antemano. Por eso concluy e su discurso con este recordado pasaje: [...] no poseo la fuerza suficiente a decidiros [...] en breve otra palabra os señalará rumbo distinto y haréis lo que ella dicte. No sentiré amargura ninguna. Lamentaré, sí, por mi patria, no por mí, verme en el suelo bajo su lanza de oro; pero entonces, parodiando al más generoso hidalgo que haya concebido maravillosa fantasía, yo diría con sincero convencimiento: «Me alegro de tu triunfo, como amigo; lo siento, empero, como cubano. Pero esto sólo duéleme en lo íntimo del ánima; que tus armas mejores son que las mías, aunque no tu causa. Sí, Caballero de la Blanca Luna, podré reconocerme derribado; pero jamás me harás confesar que no es la más hermosa dama que vieran ojos humanos la que yo venero y bendigo desde el fondo del corazón atribulado.» (Sanguily, II, 391) Su contrincante –hora es de presentarlo– fue Antonio Sánchez de Bustamante (La Habana, 1865-1951), bachiller no por Salamanca, como Sansón Carrasco, el Caballero de la Blanca Luna, sino por Madrid; yerno del mayor orador del autonomismo; y con los años, abogado que llegaría a tener la clientela más poderosa de Cuba, y famosísimo especialista, a nivel mundial, en Derecho internacional público y privado. Su discurso nos lo pinta de cuerpo entero, acercándolo tremendamente al Sansón Carrasco «socarrón, famoso», «columna de las letras y vaso de las ciencias», siempre expresándose con fórmulas legales, del que nos habla el narrador del Quijote , y presentándolo, ante el trascendental tema que se discute, como «cogollo y cifra del sentido común», según diría Unamuno del bachiller salmanticense (332). En par ticular, el punto de partida del discurso de Sánchez de Bustamante daría lugar a una interesante digresión, episodio intercalado muy cervantino, para el que lamentablemente no tenemos tiempo, pues el texto que opone al famosísimo pasaje del Quijote parafraseado por Sanguily, es una nov ela del recientemente f allecido Émile Zola que hoy día nadie lee ni recuerda, y que el jurisconsulto emplea como legitimación de la modernidad de su punto de vista frente a las presuntas antiguallas que def iende su antagonista. Reconozco que su lectura del texto de Zola como manual del pragmatismo que acaba por vencer no sólo en esa no vela, sino en la realidad cubana, donde poco a poco se ha ido haciendo omnipresente, es tema para otro momento, pero no podía pasarlo por alto. Volvamos, pues, a ese pasaje del Quijote ele gido por Sanguily, y detengámonos brevemente en su conexión con los inicios del cervantismo interpretativo cubano, que según Medardo Vitier está en Enrique José Varona y su conferencia del 23 de abril de 1883 en el Nuevo Revolución y Cultura 38 Liceo de La Habana. Conferencia muy a tono, pienso, con la práctica conmemorativa de los regeneracionistas, pero muy original e innovadora, según el propio Vitier , quien af irma que su autor «no se limitó a calar en las esencias cervantinas, sino que trazó nueva orientación metodológica», y que «toda la alta interpretación española es posterior a ese ensayo del crítico cubano», aunque reconoce que ello no signif ica que ésta haya partido de aquél. (M. Vitier, 99) En lo que a nuestro análisis concierne, nos interesa el final de la conferencia, donde Varona comenta el único pasaje del Quijote y de toda la obra cervantina que aborda directamente en su texto y que es, por supuesto, el seleccionado por Sanguily, es decir, el pasaje del capítulo LXIV de la Segunda parte, correspondiente al desenlace del duelo entre el hidalgo de la Mancha y el Caballero de la Blanca Luna. No cabe duda de que en la interpretación que Varona da allí al sentido total, a la lección moral del Quijote y de la obra cervantina en su conjunto, está el origen del discurso de Sanguily. Citemos el párrafo de Varona, que como podrá observar cualquier cervantista, o simplemente, un lector memorioso de Vida de don Quijote y Sancho (1905), muestra una innegable anticipación por parte del cubano, de lo que será igualmente centro y culminación de la nueva y rectif icadora lectura de este pasaje por Unamuno, v erdadera palinodia promovida, en parte, por el «desastre» del 98: Y no se acuse a Cervantes de pesimista: devolvía al mundo las lecciones que del mundo había recibido y puso más adentro de su obra la enseñanza superior que le dictaba su espíritu. Si queréis encontrarla, buscadla en esa escena admirable, con que termina verdaderamente la obra cuando, derribado en tierra don Quijote por el caballero de la Blanca Luna, que le pone su lanza a los pechos y le ofrece perdonarle la vida si conf iesa el error en que ha vivido, si reniega del ideal de su existencia, y declara que Dulcinea no es la más hermosa dama del orbe, el indomable caballero le responde: «Dulcinea del Toboso es la más hermosa mujer del mundo y yo el más desdichado caballero de la tierra, y no es bien que mi flaqueza defraude esta verdad. Aprieta, caballero, la lanza y quítame la vida, pues me has quitado la honra». ¿Qué es la fuerza brutal para dominar el espíritu? ¿Qué importa caer v encido si se pugna por la verdad, adorada en el santuario de la conciencia? No hay golpe, ni revés ni dolor ni amenaza ni certidumbre de muerte, que pueda imponer una convicción al pensamiento, que se levanta libre y resplandeciente del campo de la der rota, y af irma y proclama su derecho a tener por bueno y hermoso y santo lo que como tal contempla y reverencia. (Varona, 27-28) Llegamos, f inalmente, al soneto de Hernández Miyares, publicado el 1 de abril, tres días después del discurso de Sanguily, no en La Discusión, donde el poeta tenía una columna que f irmaba con el transparente pseudónimo de Hernán de Henríquez, sino en la columna que Manuel Márquez Sterling escribía en el recién creado periódico El Mundo, el más moderno y nacionalista de entonces. Este es el texto: «La más fermosa» Que siga el Caballero su camino agravios desfaciendo con su lanza: todo noble tesón al cabo alcanza fijar las justas le yes del destino. Cálate el roto yelmo de Mambrino y en tu rocín glorioso altivo avanza, desoye al refranero Sancho Panza y en tu brazo confía y en tu sino. No temas la esquivez de la Fortuna si el Caballero de la Blanca Luna medir sus armas con las tuyas osa y te derriba por contraria suerte, de Dulcinea, en ansias de tu muerte ¡di que siempre será la más fermosa! Antes de pasar a la polémica que sin proponérselo desata este soneto, quisiera rescatar el pseudónimo bajo el cual se publicó originalmente, y que nunca ha sido reproducido ni anotado en las antologías que lo han recogido. Se trata de Grisóstomo, sin dudas del mayor interés para nuestro análisis, por un lado, porque al identificarse el autor con el joven poeta de este nombre, que muere de amor por su dama (capítulos XII, XIII y XIV de la Primera parte del Quijote), parece dispuesto a suscribir, con su propia vida, el gesto del admirado tribuno y amigo cuyas palabras glosa en su soneto. Y por otro lado, porque en la condición de casi bachiller por Salamanca que Grisóstomo ostentaba, y que con el abandono de sus estudios demuestra despreciar, podríamos percibir un quizá demasiado sutil modo de burlarse, él también, de nuestro Sansón Carrasco del trópico, tan apegado a sus saberes y sus prácticas leguleyas. Señalaré, igualmente de paso, la alusión a otro texto fundador que hace más rica la identif icación de Dulcinea con Cuba: aquel en que el gran almirante de la mar océana declara que esta isla es «la tierra más fermosa que ojos humanos vieron», patente en el pasaje de Sanguily, que prácticamente lo transcribe, y también en el soneto de Hernández Miyares, quien emplea tanto en el título como en el cuerpo del poema el arcaísmo «fermosa», identif icado en la Isla como parte de la cita colombina Pasemos entonces a la inesperada polémica. El 5 de abril, en la sección Crónica del Diario de la Marina, un periodista que usaba el muy hispano y pretencioso pseudónimo de Ruy Díaz, y se llamaba Enrique Corzo y Príncipe, hijo de un recordado f iscal español, escribe lo siguiente: ... en El Mundo se dice que un poeta egregio de por acá ha felicitado a Sanguily por cierto discurso, mandándole de contra un soneto precioso. Como suyo, dice El Mundo. Pues no es suyo, sino de otro poeta español que lo publicó hace ya años en una colección de ciento y un sonetos... (Carbonell, 45) Ante esta acusación de plagio, lanzada contra un escritor muy conocido y respetado, la prensa nacional reacciona dedicándole amplio espacio. En respuesta a las protestas de La Discusión y de El Mundo, el Diario da a conocer la identidad del descubridor del delito: José Íñigo Romero, «contertulio y amigo» de la presunta víctima, el poeta Francisco Rodríguez Marín. Más adelante lo identif ica como «hombre muy versado en las letras» y «director que ha sido hasta hace poco del periódico sevillano El Porvenir, decano de la prensa andaluza». Igualmente publica un soneto que Rodríguez Marín habría escrito en 1895, idéntico al de Hernández Miyares en todo, salvo el título, «El eterno Quijote». Entonces, se exige, por La Discusión y El Mundo, la presentación del libro de Rodríguez Marín, la comunicación por cable con éste (que el Diario tendría que sufragar) y la reaparición del gran periodista andaluz que nadie ha podido ver , ni entre vistar, porque ha salido rumbo a Baracoa. En ninguna librería de La Habana se halla el susodicho libro, y se encarga a España; las conmemoraciones de semana santa, ¡y en Sevilla!, imposibilitan la rápida aparición y consecuente respuesta de Rodríguez Marín. Y así, en menos de una semana, el poema que se había escrito como homenaje a un discurso que se oponía a la entrega de Cuba al mercado norteamericano, se ha convertido, por una casual o provocada intervención de la prensa que envidiaría el mismísimo William Randolph Hearst, en una guerra de acusaciones y amenazas que van subiendo peligrosamente de tono y que tienen como sustento el perverso entramado de unas redes de poder totalmente distorsionadas por las circunstancias: la subyacente animadversión entre cubanos separatistas, y españoles integristas, el duelo para los vencidos y la fiesta para los vencedores, que la inter vención nor teamericana no permitió elaborar. La carta que entonces envía Fer mín Valdés Domínguez, uno de los más respetados próceres del independentismo, a Hernández Miyares, evidencia el soterrado encono que se ha ido avivando: Cuando leí –mi querido Enrique– lo que publicaban en contra tuya los españoles del Diario –esto es, los enemigos de Cuba de antes, de ahora y de mañana, si Dios no se apiada de nuestros gobernantes enfermos del alma–, no me asombré [...] La guerra ha quitado del Morro la bandera española; pero no ha quitado de los leales y de los valientes –que no lo fueron nunca– su odio al cubano. (Carbonell, 254) Finalmente, el 7 de mayo el Diario reconoce que se trataba de un infundio, denunciado por el propio Rodríguez Marín, que jamás había escrito tal soneto, y no le queda más remedio que hacer oídos sordos a la multitud de críticas, ahora mucho más severas, de la prensa cubana, que por otra parte se prepara para agasajar a la víctima con un gran banquete. 39 Revolución y Cultura De entre los muchos textos leídos en esa ocasión, destinados a desagraviar públicamente al amigo, quiero rescatar unos versos del soneto de Aniceto Valdivia, el Conde Kostia de los viejos tiempos de La Habana Elegante, que señalan hacia la polarización moral de esas dos Españas de las que hablará más adelante Antonio Machado, pero situando a la peor de ellas dentro de Cuba: «Que en esta apoteosis de victoria, / la España que está aquí, te arrojó lodo; la España que está allá, ¡te arrojó gloria!» (Carbonell, 277); y los rescato porque creo que fueron un intento por parte de quien solía estar muy al tanto de todo lo que pasaba en el mundo de las letras, de rearticular, después de esta batalla de insultos e improperios, a la joven intelectualidad cubana con la nueva generación española. Porque el director de la Biblioteca Nacional, Domingo Figarola Caneda, enviara en un álbum a Her nández Miyares todo lo aparecido en la prensa relativo a esta intensa contienda, y porque José Manuel Carbonell lo encontrara en casa del poeta, junto con un copioso epistolario tributario de la misma causa, contamos con un voluminoso tomo: La más fermosa. Historia de un soneto, publicado en 1917. Pero ni una de sus cerca de cuatrocientas páginas nos permite reconstruir la recepción estrictamente literaria del poema que motivó tan desmesurada batalla, saber qué pensaron de él sus contemporáneos, que opinó, por ejemplo, Sanguily. Sin embargo, lo que en las páginas recopiladas por Carbonell se expresa, resulta de gran utilidad para indagar en la trabazón de la variada serie de acontecimientos promovidos por la polémica, sin duda muy productivos si aspiramos a descifrar la compleja dinámica de las fuerzas políticas entonces en juego, las causas todavía vigentes que las habían abroquelado en los espacios que defendían, o que las lanzaban a su conquista, y los matices culturales de sus enfrentamientos. Hace poco más de una década, cuando Dulce María Loynaz preparaba su discurso de agradecimiento por el Premio «Miguel de Cervantes», decidió terminarlo con la cita íntegra de «La más fermosa», a la que llamó en esa ocasión, «los más bellos versos que a juicio mío se han dedicado al inmortal caballero andante», hipérbole debida, pienso, al recuerdo de aquella tarde, narrada por ella en una de sus crónicas, en que siendo muy niña y escondida tras una cortina, escuchó al poeta recitarle sus más conocidas rimas al General Loynaz del Castillo, su padre, tan devoto lector del Quijote . Mas la historia de la apreciación merecida por este soneto no siempre ha sido tan generosa, y en ocasiones se muestra contradictoria, errática u omisa. Cintio Vitier lo incluye por su «perfección» en la importante antología con que evalúa la poesía de la primera mitad del siglo XX, y celebra allí los dos últimos versos del primer cuarteto: «todo noble tesón al cabo alcanza / f ijar las justas leyes del destino», porque en ellos «se expone una idea singularmente hermosa y profunda acerca de las relaciones entre la voluntad, la justicia y el destino» (C. Vitier, 1952, 14), valoración que repite en Lo cubano en la poesía, cuando encuentra «una Revolución y Cultura 40 inesperada dimensión trascendente» alcanzada por el optimismo de su autor en estos versos (C. Vitier, [1958] 1970, 321). Sin embargo, excluye «La más fermosa» de Las mejores poesías cubanas , que publica en 1959. Por su parte José Lezama Lima, que en su memorable Antología de la poesía cubana (1965), sí incorpora el soneto, sin embargo considera los mismos versos tan elogiados por Vitier, como muestra de «prosaísmos inexcusables» (III, 439). En Poesía social de Cuba, antología de título tan elocuente que podríamos pensar que allí sí encontraríamos el poema, no aparece. Y finalmente, en tiempos más recientes, mientras que una recopilación tan rigurosa como el Panorama de la poesía cubana del siglo XX (1999), de Jorge Luis Arcos, antología consultada en cuya selección participan muchos de los más importantes estudiosos de nuestras letras, no recoge ningún poema de Hernández Miyares, otras, como Doscientos años de poesía cubana (2002), preparada por un solo antologador, Vir gilio López Lemus, sí incluye «La más fermosa». Cuando murió Hernández Miyares, en 1914, y se publicaron en dos tomos sus Obras , su ciudad natal, Santiago de Cuba, colocó una tarja en la casa familiar y en ella, a más de una ef igie del poeta y de las inscripciones de rigor, se grabó, íntegro, el soneto. Me pre gunto si aún existe ese bronce, y sobre todo, si de seguir allí, quien pase y se tome el trabajo de detenerse a leer lo que dice, sabrá por qué se escribió, de qué trata el poema, y cuánta batalla, ¿útil, inútil?, promovió. Bibliografía citada Carbonell, José Manuel (Comp., Prol. y Notas). La más fermosa. Historia de un soneto. La Habana: Academia Nacional de Ar tes y Letras, 1916. Cervantes, Miguel de. Don Quijote de la Mancha. Ed. del IV Centenario. Madrid: Real Academia Española, 2004. Hernández Miyares, Enrique. Obras completas. Tomo I: Poesía, Tomo II: Prosa. (Ed. y Prol. de José Manuel Carbonell). La Habana: Academia Nacional de Ar tes y Letras, 1915-1916. Iglesias Utset, Marial. Las metáforas del cambio en la vida cotidiana: Cuba 1898-1902. La Habana: Ediciones Unión, 2003. Lezama Lima, José. Antología de la poesía cubana. La Habana: Consejo Nacional de Cultura. 1965, 3 t. Marqués Dolz, María Antonia. Las industrias menores: Empresarios y empresas en Cuba (1880-1990). 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La Habana: «El Universo», 1928-1930. Notas * Ponencia presentada en el seminario internacional «Yo sé quién soy». El Quijote y la dimensión imperativa de la persona», La Habana, marzo de 2005. 1 Desarrollo este tema en una versión muy ampliada de esta ponencia, titulada «El Quijote entre imperios», leída en sendos seminarios, celebrados en abril en la Universidad de Alicante, y en mayo en la Casa Angel Ganivet, de Granada -donde se publicará. Domingo Ravenet, ante todo ¿un escultor? Israel Castellanos León a celebración comenzó, en realidad, mucho antes del centenario de Domingo Ravenet; hecho que justamente en el mes de mayo (el del natalicio), se conmemoró en el Edificio de Arte Cubano del Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA), con una exposición homenaje titulada Ravenet: Presencia múltiple... El caso es que ya en septiembre de 2003 había empezado el programa de actividades para rememorar un acontecimiento tan simbólico para las artes plásticas cubanas. Entonces, Antonio Fer nández Seoane, acucioso investigador de la obra del artista, organizó dos exposiciones en la Capilla de los Mártires, otrora capilla de la Real Cárcel de La Habana, donde Ravenet había iniciado en 1942 la ejecución de un proyecto de pinturas murales al fresco, en alegoría a los ocho estudiantes de Medicina y a varios independentistas que pasaron su última noche en esa prisión. Una de dichas muestras consistía precisamente en exhibir la documentación escrita y gráf ica de aquel empeño, que quedara inconcluso por insuf iciencia de presupuesto. La otra exhibición desplegaba tres esculturas metálicas de salón elaboradas por Ravenet en los años 50, y ocho pinturas, también abstractas, realizadas por el mismo autor en la década siguiente. Varias de ellas for maron parte de la cincuentena de obras de Ravenet –pertenecientes a los fondos del MNBA, a coleccionistas privados y, sobre todo, a su hija: Mariana– que fueron mostradas en la reciente retrospectiva. Tales creaciones abarcaron un anchuroso arco temporal: de 1922, cuando el artista contaba apenas diecisiete años de edad, hasta 1969, año de su fallecimiento. Y al incluir dibujos, grabados, cerámicas, esculturas, documentación M.Sc. en Historia del Arte, periodista y crítico de artes visuales. Colabora con numerosas publicaciones. Ravenet esculpiendo Monumento a Emilio Laurent, 1947 41 Revolución y Cultura Azul, 1952, hierro, 81 x 58 x 31 cm. (Foto: Julio Antonio Alvite) fotográfica de la obra escultórica, y proyectos de murales, ese conjunto denotaba asimismo la diversidad creativa de un autor poco tenido en cuenta, que ilustró publicaciones; estudió pintura en los museos El Louvre (París), El Prado (Madrid), la National Gallery (Estados Unidos) y está representado en colecciones como la del Museo de Arte Moder no de Nueva York (MOMA). Su repertorio temático fue igualmente dilatado. Incluye el retrato, el desnudo femenino, la mitología, las escenas rurales, la interpretación del paisaje y la vida del campesinado cubano, el obrero, entre otros acercamientos a la naturaleza vegetal, al ser humano y a los animales. Son temas que, en manifestaciones diferentes, encontraron soluciones formales variadas. Sin embargo, por encima de estas representaciones «figurativas», la abstracción pictórica y, sobre todo, escultórica, sobresalió como la vertiente más signif icativa de su producción plástica. Así lo indicó, hasta cierto punto, el organizador de la muestra, Antonio Fer nández Seoane. Él afirmó, en el catálogo correspondiente, que la pintura hecha por Ravenet en los años 60 había aportado a la visualidad cubana «un expresionismo abstracto de orientación gestual y matérica, esta última de manera precursora» en el contexto nacional. En tanto que sobre la escultura de salón o pequeño formato, aseveró: «la varilla de hierro forjada o fundida en elementos formales puros, daban en la década de los años 50, cuando se gestaba la acción del grupo Los Once […], todo un espectro de abstracción, muy adelantado para la época». De este modo lo atestiguan piezas como Abanicos, Flora, Órbitas, Azul, Mástil, Música... Esta última resulta excepcional por tener un asidero iconográfico: en ella es reconocible una guitarra, si bien estilizada. Tales formas geometrizantes –parecidas a dibujos tridimensionales por las varillas, que describen líneas diversas– estaban efectivamente en sintonía con la producción escultórica de Los Once, uno de los abanderados de la abstracción en Cuba, y que de manera parcial ha sido más reconocido por la obra mayoritaria de sus pintores. Cuando Ravenet expuso en la galería La Rampa (20-30 de julio de 1953), apenas tres meses después de haberlo hecho aquel grupo paradigmático, el notable crítico de artes plásticas Guy Pérez Cisneros, al inaugurar la exposición de su colega de tantas curadurías relevantes y batallas por el arte cubano, sobre todo el de vanguardia, af irmó: En el grupo de las esculturas de hierro, domina la recta, y con ella los extraños objetos que engendra en el espíritu del hombre: reja, red, abanico, sombrilla. Sobre estos objetos permanece sin poder la luz, creadora de extensiones; por sí solos, al girar, ellos animan curiosos espacios abstractos, crean ritmos puros sin asociaciones de ideas, permiten al espectador, cuya sensibilidad pueden sor prender virgen, una maravillosa actividad espiritual. Geometría limpia, nítida, de intensa claridad, para la cual los títulos del catálogo no son más que bautizo necesario pero no agarraderas de un sentido que es inefable e inf inito.1 También reparó en la obra escultórica de Ravenet uno de los artistas cubanos que ensayó con la abstracción pictórica en la Europa de los años treinta, y expuso algunas pinturas abstractas en las antológicas exposiciones organizadas en 1940 por Ravenet y Guy Pérez Cisneros en la Universidad de La Habana: Marcelo Pogolotti. Colaborador habitual del diario cubano El Mundo , Pogolotti reseñó allí la exhibición de una de las esculturas ambientales (y f igurativas) de Ravenet, que g racias a una reproducción fotográf ica for mó parte de la exposición conmemorativa en el MNBA con el título: La Fuente de las Antillas. Sin embargo, en su texto de 1950 Pogolotti se ref irió a ella con el nombre de El nacimiento de las Antillas, quizás porque no arrojaba Revolución y Cultura 42 agua. 2 Éste fue un inspirado trabajo periodístico, que el artista de la plástica conver tido en crítico de ar te y escritor inició de una manera cronicada y motivadora: Los habaneros que en estos días han pasado por el Parque Central, no habrán dejado de advertir la presencia de una mole de bronce, propincua a la estatua del Apóstol. P or apurados que estuviesen, aun los menos curiosos se detendrían a examinar ese armonioso imbricamiento de formas. Inclusive es posible que se formase un grupo de personas, renovado de continuo como las células del cuerpo, por cuanto no existe ciudadano más curioso que el transeúnte de nuestra capital, donde el menor incidente provoca una aglomeración al instante. Pasada la primera impresión confusa, cada uno habrá visto perf ilarse un extraño y sugestivo conjunto escultórico de mujeres y escualos, mientras corría una variedad de comentarios y conjeturas, sin que faltara algún enterado para informar que se trataba de una estatua destinada a Haití […] Era un conjunto monumentario de dos metros de altura destinado a «adornar» el frente del pabellón cubano que acogería a una exposición conmemorativa por el bicentenario de la fundación de Por t-au-Prince. Luego de precisar también que esa edif icación habría de conv ertirse en la embajada cubana en Haití, Pogolotti se recreó en el simbolismo de la obra, expresado no sólo por su f inalidad sino también por el tema, su tratamiento y el material utilizado: Todo ello conlleva un hermoso sentido simbólico, realzad o por la intención alegórica de esta pieza de arte […] No se podría encontrar fórmula más sugeridoramente poética para expresar la unidad de origen y destino de este archipiélago Caribe del que Cuba y Haití formamos par te. Pero tal acierto en la poesía del pensamiento, que constituye un admirable hallazgo, sería insuf iciente si no se conjugase con una realización adecuada, cosa que el autor, Domingo Ravenet, ha conseguido a plenitud. En este aspecto, la representación resulta singularmente feliz. Cuatro mujeres encarnan las cuatro Antillas Mayores: Cuba, Haití, Jamaica y Puerto Rico. Por otra parte, los tiburones se identifican a cabalidad con el Caribe, poblando los célebres cuadros que del mismo nos han hecho Winslow Homer y otros pintores. El conjunto de la obra presenta un vigoroso movimiento ascendente, en forma de espiral, punteado por el rítmico fluir de los escualos. El efecto evoca el vórtice de los ciclones, de suerte que lo plástico y lo figurativo se aúnan en alegoría poderosa y magníf ica. Las hermosas mujeres que surgen rodeadas de escualos en remolino, plasman perfectamente el origen remoto de las Antillas, brotando de las entrañas del Caribe caótico, donde pululan los monstruos marinos, y que aún oscila entre períodos de lacustre placidez y los exabruptos de sus furias ciclónicas […] El bronce sugiere lo durable, y así queremos que sea nuestra amistad con Haití […] 3 A más de realizar una descripción sintética de la obra y valorarla también desde el punto de vista for mal, Pogolotti resaltó la vocación escultórica de Ravenet, extendida a otras de las manifestaciones que cultivó: Las formas, con su fluidez de líquido, se confunden con la armoniosa euritmia arquitectónica de las masas, produciendo una sensación acuática. Domingo Ravenet, a la vez pintor y escultor, ha combinado aquí estas dos artes, impartiendo a su obra una lograda calidad pictórica. No cabe duda, sin embargo, que en él predomina el escultor. La solidez, la dureza y el marcado sentido del volumen que se revelan en su pintura, encuentran una expresión más cabal en la piedra y en el bronce. Hay algo en su mismo vigor físico que denota al hacedor: el escultor hace, al paso que el pintor, de cier to modo, solo representa. Su talla considerable y la fuerza de sus manos son propias de quien puede someter e informar la materia según su albedrío. Estas características se explayan, asimismo, en los frescos de grandes dimensiones que ha pintado para la Universidad y el ministerio de Agricultura, los cuales desarrollaron en él un sentido de lo monumental.4 Es cierto que a Ravenet le gustaba imbricar lo pictórico y lo escultórico. Y no sólo porque diera volumen a sus f iguras pintadas, o incursionara en la pintura matérica, esa que busca mayor expresividad a través de la incorporación de materias que conforman relieves. Él también trató de integrar a la pintura y la escultura conservando sus cualidades morfológicas, y haciendo incluso gala de su espíritu de trabajo en colecti vo. Por ejemplo, el proyecto del Parque de los Már tires incluía a sus frescos en la Capilla y a cinco fuentes escultóricas encargadas a Juan José Sicre, Ernesto Navarro y Rita Longa, de las cuales solamente dos se llevaron a término. Pogolotti apreció las cualidades poéticas de El nacimiento (o Fuente) de las Antillas, creación escultórica que en 1949 fue reconocida con un Diploma de Oro; y ponderó asimismo la feliz conjunción de idea y realización. La consideró como un exponente de la calidad alcanzada por la escultura cubana, a la que situó en el primer lugar del continente. Con esta última af irmación se hacía eco de la opinión emitida por el catedrático Luis de Soto tras un «exhaustivo viaje» por la región. De esa manera se revertía un tanto aquella imagen sobre la primacía de la pintura en la vanguardia cubana, con la cual se regodeaba el poeta, ensayista, narrador y crítico de arte José Lezama Lima, admirador, sobre todo, de la pintura de Mariano Rodríguez; aunque no dejaba de apreciar la obra del escultor Alfredo Lozano. Pogolotti también infor mó sucintamente sobre la formación artística de Ravenet, no necesariamente conocida para un público heterogéneo que, de ese modo, aquilataría mejor la signif icación de aquella obra de ar te. Y por supuesto, darlo a conocer de manera más integral fue el objetivo esencial de la celebración por el centenario, que no se limitó a la exposición Ravenet: Presencia múltiple … Entre las actividades colaterales, se inauguró una muestra de grabados del ar tista en el Taller Experimental de Gráf ica de La Habana. Y se estrenó el documental Ravenet, escrito y dirigido por la realizadora cubana Niurka Pérez. Este cortometraje, basado en entrevistas a la hija del homenajeado, al periodista Enrique González Manet y a Antonio Fer nández Seoane (más conocido como Tony Ravenet), reveló datos e imágenes de la vida y obra de un creador nacido en Valencia (España), pero aplatanado en Cuba desde temprana edad. Gracias al testimonio de estas personas muy cercanas, bien por lazos familiares o amistosos, bien por el estudio de su creación; y gracias también a aquellas otras que abrieron sus colecciones privadas, el espectador pudo adentrarse un tanto más en la personalidad creadora de Ravenet, quien fue uno de los iniciadores de la modernidad visual Integración, 1953, bronzocromo. 43 Revolución y Cultura Descanso, 1952, hierro, 47 x 64,5 x 18cm (Foto: Julio Antonio Alvite) Revolución y Cultura 44 en Cuba, resultó galardonado en el Salón Nacional de Pintura y Escultura de 1935 por su e xcelente retrato Ligeia , promovió la pintura mural en nuestro país y fungió como orientador en el Estudio Libre de Pintura y Escultura en 1937, junto con Eduardo Abela, Rita Longa, René Portocar rero, entre otros artistas de la vanguardia histórica. Este material de Cinematografía Educativa (CINED) –dedicado a la memoria de quien organizó puntuales exposiciones de arte, principalmente cubano, en nuestro país y en el extranjero,5 y reivindicó tempranamente al patrimonio nacional de las artes plásticas locales y universales– de cierto modo devino un homenaje a quien también realizó uno de los primeros documentales de ar tes plásticas en la Antilla mayor, cuando f ilmó la exposición 300 años de arte en Cuba. Según se ref irió en el cortometraje de Niurka Pérez, aquel documento fílmico de Ravenet recogía imágenes tanto de las obras exhibidas como plasmaba la presencia de muchos de sus autores: todo un testimonio histórico que, sulfatado, fue arrojado sin otros miramientos a la basura. En el documental Ravenet se cuentan anécdotas sobre este creador cuyos murales estuvieron signados por la desventura: los emplazados en la Biblioteca Central de la Universidad de La Habana fueron ocultados por un falso techo, a pesar de las protestas de su hija, quien a la sazón era profesora de ese alto centro de estudios. Otro mural que pintó en la Escuela Normal de Santa Clara, fue tapado. Del que inició en la Capilla de los Mártires, sólo ha sobrevivido un ángel ¿guardián? en el interior de la cúpula… La lista lamentab lemente podría continuar. En el recorrido audiovisual de unos treinta minutos por una obra tan diversa, también se hizo alusión a la escultura de salón y al aire libre realizada por Ravenet en los años 40 y 50. Designado en 1944 como miembro de la Comisión de Monumentos, Edif icios y Lugares Históricos y Ar tísticos Habaneros de la Of icina del Historiador de la Ciudad, Ravenet llevó sin embargo la escultura urbana, tanto ambiental como conmemorativa, a otros lugares de Cuba y del extranjero, con anterioridad incluso a la Revolución de 1959.6 En el documental Ravenet, su hija Mariana dice que la obra cerámica de su padre había vinculado lo decorativo con lo escultórico. Y este criterio coincide de algún modo con el expresado anteriormente por Guy Pérez Cisneros, quien en la exposición de La Rampa se detuvo asimismo en la escultura cerámica allí expuesta por Ravenet: «Hay el grupo de las estatuillas, modeladas con verdadera pasión y liber tad, con impulso sostenido de la inspiración, verdadero enjambre de bocetos y estudios, terreno de juego para el pulgar primero y la luz después; indican ellas la ar rancada alegre y def initiva —de Ravenet— hacia el dominio de la escultura; muchas de ellas, al pasar por el fuego, se han revestido de cristales y esmaltes, de suaves reflejos que rodean a las for mas como un halo y, al suavizarlas, hacen en la obra el misterioso trabajo de af inamiento y equilibrios que sólo esperamos del tiempo y de sus aliados, el viento y el agua. Triunfan aquí el seno, el caracol, la cabeza, el tronco, la curva, la forma llena, dominio propicio a los amores de la luz y de la sombra. »7 Obras cerámicas como estas, descritas y valoradas con un sentido poético que entrelaza temas, formas y técnicas, fueron también expuestas en Ravenet: Presencia múltiple… Son piezas avistadas por G.P. Cisneros como estudios, creaciones preliminares. Y una muestra de ello fue que la nombrada Integridad debió ser fundida en una materia más sólida y duradera (metal) porque iba a tener una escala mayor y sería ubicada a la intemperie . Varios escultores de avanzada no soslayaban entonces a la cerámica (concretamente, la terracota) para hacer sus obras volumétricas, pensando quizás llevarlas luego a un material def initivo y menos frágil; pero no todos las exponían tal cual. No era lo acostumbrado, ni lo recomendado por la Academia de San Alejandro, que consideraba incluso a la talla en madera como un tabú. Cuando se observan las esculturas cerámicas y los proyectos de obras que en las exposiciones hechas luego en Cuba han sido asumidas con tanta naturalidad, no se puede dejar de admirar aquella temprana actitud retadora, cuya audacia no disminuye por el hecho que también pudiera estar motivada por carestías económicas.8 Y se admira aún más cuando se compara tal disposición con la de otros escultores también carentes de medios financieros propios, de un comitente o de un mecenas, y que no se arriesgaron a mostrar obras en barro fuera de sus talleres. Estos últimos no carecieron realmente de recursos materiales, sino que no supieron o no quisieron aprovechar los disponibles. Sus limitaciones, I ZQUIERDA ARRIBA Plato cenicero, 1957 (foto: Julio Antonio Alvite). I ZQUIERDA MEDIO Desnudo, 1940. I ZQUIERDA ABAJO Retrato del hombre de París, 1928. DERECHA ARRIBA Homenaje a Amelia, 1957. óleo/lienzo 86,5x123 cm. (foto: Julio Antonio Alvite). DERECHA ABAJO Guy Pérez Cisneros, Ravenet y Portocarrero. Revolución y Cultura A RRIBA Autorretrato, 1961. MEDIO Ambos mundos IV,1969 óleo-serrín-fieltro sobre madera (foto: Julio Antonio Alvite). ABAJO Inauguración Fuente/ Nacimiento de Las Antillas en el Parque Central de La Habana, 1950. Revolución y Cultura 46 estrecheces o privaciones fueron más bien mentales. En las esculturas cerámicas de Ravenet era frecuente la representación de la pareja estilizada y el continuo escultórico, la trabazón de formas que evocaban las del inglés Henry Moore y estaban en paralelo con las del cubano Agustín Cárdenas, integrante de Los Once. Eran piezas que coqueteaban con la «f iguración» y la «abstracción»; como lo hizo, de otro modo, una de sus obras monumentarias: la dedicada a los vegueros sublevados, cuyos relieves narrativos coexisten con las formas geométricas de los volúmenes. Lo f igurativo nunca abandonó def initivamente a la creación escultórica de Ravenet. Ha estado presente en varios de sus monumentos conmemorativos, conformados por grupos y bustos. En estos últimos, con una intención retratística incluso, que incluyó tanto a figuras históricas y del ar te (Guy Pérez Cisneros, entre ellos) como a personas del ámbito religioso. La figura humana, femenina, en estos casos, fue igualmente representada por Ravenet en fuentes privadas: obras ambientales y decorativas cuyo aire de clasicismo ya era manif iesto en una escultura de mujer con apo yo realizada en París en 1928. La visión desprejuiciada, anticonvencional, es perceptible en varias creaciones esculturales de Ravenet, que a juicio de entendidos hicieron aportes a la escultura cubana en los años 40 y 50 del siglo XX. Pero el sentido escultórico de sus obras trascendió las morfologías y taxonomías artísticas para prodig arse en esa labor de formador, de promotor, de iniciador, que modela, esculpe, talla o funde, según el caso, la conciencia artística de su tiempo. Y ello, a través de curadurías aportadoras; la lucha por la vanguardia y los ideales cívicos; la incansable labor en pos del rescate, salvaguardia y reivindicación de los valores patrimoniales… Con motivo del centenario, se ha editado recientemente en el exterior un catálogo de obras del artista que están en el extranjero y pertenecen a la familia Ramírez-Corría. Próximamente debe presentarse el libro Ravenet revela a Ravenet, de la editorial Letras Cubanas y escrito por su hija, quien se basó en un diario en el cual su padre reflejó peripecias de su infancia y juventud… Mas, de cualquier modo, otras aristas de la vida y obra de este creador y promotor cultural quedarán para ser develadas por el tiempo, ese que la escritora belga de lengua francesa, Marguerite Yourcenar llamó «el gran escultor». Obra escultórica urbana En el extranjero: 1948- Monumento a Carlos J. Finlay (bronce). Collins Park, Miami, Florida. 1949- Fuente de las Antillas (g rupo en bronce de dos metros y medio de alto). Pabellón Per manente de Cuba, Port-au-Prince, Haití. 1950- Monumento a Carlos J. Finlay (bronce). P aseo del Centenario, Panamá. En Cuba: 1943- El Hermano Casiano (busto en piedra). Par roquia del Vedado, C. de La Habana. 1943- El ángel guardián (monumento en piedra). Patio Central del otrora Cole gio La Salle, Vedado, C. de La Habana. 1944- El Hermano Claudio (busto en mármol). Guantánamo. 1947-Monumento a Emilio Laurent (piedra). Gibara, pro vincia de Holguín. 1949- Monumento a Guiter as (busto en bronce). Puente Canímar, Matanzas. (Fue quitado del lugar durante la dictadura Batistiana y devuelto a su sitio después del triunfo revolucionario, con la adición de un busto de Aponte.) 1951- Monumento al General Enrique Collazo (busto en bronce). Calle Línea y M, Vedado, C. de La Habana. 1952- Monumento a Eliseo Grenet (már mol de la Isla de Pinos, hoy de La Juv entud). Ave. 41 y calle 78, Marianao, C. de La Habana. 1952- A las madres (monumento de 2,50 metros de altura en mármol de Carrara). Santo Domingo, provincia de Villa Clara. 1952- Monumento a los hér oes de Cacarajícar a (14 metros de altura, en már mol y piedra). Las P ozas, Bahía Honda, carretera norte de Pinar del Río. 1952/1953- Integridad (grupo escultórico de 6,50 metros de altura ejecutado en cobre y bronce directo). Tribunal de Cuentas (actual Ministerio del Interior), Plaza de la Revolución. C. de La Habana. 1957- Monumento a los Veguer os (encargado por el Club Rotario de Santiago de Las Vegas, y ejecutado en mármol y acero inoxidable. 7,50 metros de altura). Colocado en la entrada de Santiago de Las Vegas, municipio de Rancho Bo yeros, C. de La Habana. Notas 1 Pérez Cisneros, Guy. Las estrategias de un crítico. La Habana, Edit. Letras Cubanas, 2000, pp. 366-367. 2 Pogolotti, Marcelo. «Nacimiento de Antillas». En: El Mundo , La Habana, 11 de abril de 1950, p. A12 3 Idem 4 Idem 5 Entre estas: Escuelas Europeas, 300 años de arte en Cuba, El arte en Cuba, su evolución en la obra de algunos artistas (todas exhibidas en 1940, en la Universidad de La Habana); Exposición de Arte Cubano Contemporáneo (1941, Capitolio Nacional); Pintura cubana en México (1946, exhibida en ese país)… Para una ampliación del tema, cfr. Antonio Fernández Seoane. «Domingo Ravenet, el imprescindible curador». En: Artecubano , La Habana, no. 1/ 2004, pp. 64-67. 6 Un listado más completo y preciso de su escultura al aire libre lo proporcionó su hija . Ver recuadro en este trabajo. 7 Guy Pérez Cisneros, op.cit. 8 Es sabido que la escultura se encarece por los materiales «nobles»: mármol, piedra… 47 Revolución y Cultura ESTRENANDO EL SIGLO Revolución Revolución yy Cultura Cultura 48 ACTORES Escándalo en la trapa, puesta en escena de Tony Díaz, Compañía Rita Montaner on este ciclo de reflexiones me propongo un recorrido por algunos de los elementos cardinales de la vida teatral cubana en los últimos años. A casi un lustro del redondo 2000, la escena cubana ofrece un panorama amplio y variado, aunque se localizan dif icultades en la producción y, sobre todo, se han tor nado insuf icientes los espacios para albergar la labor de un número considerable de grupos. Se suele hablar de diversidad cuando se solicita una palabra que caracterice el período actual. Me temo que la comodidad del término y la existencia de una gama de opciones estéticas en efecto diversa, haga olvidar que, algunas v eces, convenga más el tér mino dispersión para calif icar la inconsistencia del repertorio o la poco sistemática presencia de la dramaturgia nacional. Con todo, el quinquenio que cierra ha asistido a un crecimiento en cuanto a organización, atención a los creadores y promoción del teatro que hacemos. Aunque desde mediados del pasado siglo se abre paso con fuerza la idea de que el actor constituye el centro y, para algunos, el elemento esencial del hecho teatral, en nuestro medio no abundan las reflexiones sobre el arte de la Escena Cubana del XXI Amado del Pino actuación y sus singularidades en la tradición cultural cubana. Siempre me sobrecoge pensar en los espectáculos que se estrenaron en los años más duros del llamado Período Especial (1993, 94 ó 95) y se fueron de cartel sin una reseña crítica o, peor aún, sin programa de mano, ese humilde pero eficaz aliado de la memoria. Insisto en que en nuestros libros de historiografía o de memoria escénica (tan importantes en un arte condenado a la fugacidad) deben aparecer los nombres de los principales intér pretes. Además, las investigaciones y tesis de nuestros jóvenes teatrólogos podrían tomar más a menudo como centro la carrera de esenciales actrices y actores. Vale recordar que desde la fundación del g rupo La Cueva, en 1936, el teatro inicia una apuesta tímida pero continua por la modernidad. Teatro Universitario, ADAD, la Academia Municipal de Ar te Dramático, Prometeo y otras instituciones estrenan títulos recientes de la dramaturgia europea y norteamericana, a la vez que entran en contacto con las teorías de los fundamentales renovadores del ar te teatral en el siglo XX. A pesar de que en ese momento quedan muchas huellas de las escuelas clásicas de representación o del tradicional modelo español, basado en la declamación, hacia los inicios de la década del cincuenta se habla cada vez con más frecuencia del método de Stanislavski. Por poner un ejemplo, una figura como Adolfo de Luis se ocupa con fervor por trasmitir las experiencias (para otros el Método) del maestro ruso. La llamada Época de las Salitas trajo consigo la función diaria, y no obstante la rapidez que abunda en toda empresa signada por lo comercial, el contacto sistemático con el público y la existencia de temporadas largas permiten hablar de profesionalismo. Con la fundación de Teatro Estudio, en 1958, el propósito de una labor profunda y creíble, orgánica y múltiple en la actuación llega a un punto culminante, sobre todo por la organización de una escuela que tiene a Vicente Revuelta como principal maestro. Vicente, su hermana Raquel, Ernestina Linares, Miriam Acevedo se convier ten en jóvenes vir tuosos y dan fe de una nueva forma de asumir la interpretación. El contacto con el palpitante legado de Brecht matizará la conquista stanislavskiana y en momentos de cierta ingenuidad hasta se contrapone la interiorización del ruso con la vocación épica del alemán. Pero en lo mejor de nuestro teatro posterior se complementan ambos legados y se suman otras enriquecedoras influencias como las de Grotowski o, más recientemente, de Eugenio Barba. Breve mapa generacional El sur gimiento de la Escuela Nacional de Ar te, a principios de los sesenta, y después del Instituto Superior de Ar te en 1976, propiciaron una solidez a nuestra gente de teatro. Por La Habana pasaron maestros rusos que eran herederos de los fundadores del Teatro de Ar te y en la entonces Unión Soviética estudiaron algunos directores nuestros. Otras f iguras –pienso en Roberto Blanco y Mario Balmaseda– cursaron estudios y entrenamientos en el Berliner Ensemble. Sin embargo, la ausencia de un programa sistemático en la enseñanza artística y la propensión a lo discontinuo de nuestra vida teatral, no pone ese legado inmediatamente en manos de las nuevas generaciones. Creo que –a diferencia del ballet– en nuestro ámbito ha f altado la f igura del pedagogo teatral, un formador entrenador de actores a la manera que lo ha sido el maestro Fer nando Alonso en el ballet cubano. La institución que forma un estilo más diferenciado y riguroso es Teatro Estudio. La compañía lidereada por los her manos Raquel y Vicente (paradigmáticos intérpretes ellos mismos) lleva a las tablas textos clásicos, profundiza en el arte del actor y durante décadas consolida un elenco estable. Roberto Blanco, Berta Mar tínez, Omar Valdés, Hilda Oates, José Antonio Rodríguez, Ana Viña, Eduardo Verg ara, Adolfo Llauradó, Flora Lauten, Isabel Moreno, Mónica Gufantti, Aramís Delgado, Miriam Lear ra, P ancho García y Adria Santana se formaron parcial o totalmente en Teatro Estudio. Pueden señalarse otros momentos de crecimiento artístico que favorecen la aparición de notables interpretaciones. La esencial experiencia de Blanco –primero con Teatro de Ensayo Ocuje y después con Irrumpe– fue el espacio de relevantes faenas y de matices singulares en cuanto al entrenamiento y proyección del actor. Allí Hilda y Omar encarnarían algunos de sus g randes personajes y se darían a conocer nuevas f iguras. Un actor como Roberto Bertrand recibe la formación de Teatro Estudio a través de la peculiar visión de su maestro y serviría para ejemplif icar la efectividad de un estilo voluntariamente grandilocuente o poético, en la que el actor se integra con fluidez al virtuoso entorno espectacular que caracteriza la obra de Blanco. Una experiencia también culminante, aunque lamentablemente breve, es la del grupo Buscón, encabezado por José Antonio Rodríguez, que durante varias temporadas en el primer lustro de los ochenta logró aglutinar formidables intérpretes de diversas procedencias y for maciones: Balmaseda, Aramís, Mónica Gufantti, a los que se añade Micheline Calvert, de las primeras graduadas de la ENA, una actriz de peculiar voz y profunda sensibilidad. En otra cuerda y más apegados a Brecht, Piscator y otros líderes del teatro de agitación social, el Teatro Político Bertold Brecht, bastante olvidado en el presente, tuvo en algunos de sus intérpretes el punto más alto. Allí desar rollan su labor fundamental Balmaseda y otros actores carismáticos y valiosos como René de la Cr uz, Luis Alber to García, Samuel Claxton y Litico Rodríguez, este último procedente del teatro musical. Entre las mujeres habría que señalar a Elvira Enríquez. Apegado a la estética de raíz popular, Tito Junco es otro relevante hombre de las tablas que funda en 1979 su propio g rupo, Teatro de Arte Popular, en el que se foguearían valiosos intérpretes, entre los que sobresale Mirta Ibarra. Al 2000 llega la sociedad cubana y su cultura después de unos noventa complejos, difíciles y de especial impacto para el teatro. No se puede af irmar que se trata de una década-páramo. Es en estos años que emerge y se consolida Teatro El Púb lico, con la singular sensibilidad de Carlos Díaz, teatrista también capaz de aglutinar valiosos actores. También el Buendía de Flora Lauten alcanza su madurez en estos años. Pero Teatro Estudio se divide, y la emig ración (muchas veces hacia el exterior y otras hacia la televisión o el cine) hacen difícil seguir la pista de rostros y voces de mucho talento. Se produce una cierta crisis de los paradigmas. Blanco pasa un período de los noventa en Venezuela y regresa muy enfermo. Consigue, estoicamente, dirigir un par de espectáculos, pero Irrumpe, aunque existe en el plano nominal, anda muy lejos de ser el poderoso grupo de los ochenta. Buscón se mueve desde hace tiempo en una estética cercana a lo comercial y con un elenco totalmente distinto al de sus orígenes. Berta Mar tínez –una de nuestras g randes f iguras de la dirección– no ha vuelto a actuar, y la presencia del gran renovador Vicente ha sido escasa en lo que va de lustro. El camino abierto por Teatro Político no ha encontrado continuidad y el regreso de La panadería, uno de sus títulos esenciales, resultó fugaz y ocasional. El imprescindible dramaturgo Eugenio Hernández Espinosa ha continuado la tradición de Teatro de Ar te Popular, apreciab le sobre todo en sus re veladores monólogos Lagarto pisabonito y Emelina Cundiamor, inter pretados por Nelson González y Monse Duany. Teatro Escambray –tan influyente a par tir de su fundación en 1968 y propiciador de formidables actuaciones– estrena menos y con escasa promoción o crítica. La compañía Hubert de Blanck –depositaria de la sede y de b uena par te del legado de Teatro Estudio– ha 49 Revolución Cultura Revolución yyCultura Alejandro Milián en Escándalo en la trapa cambiado sustancialmente su nómina. Con esa institución, en enero de este año, Alberto Sarraín llevó a las tablas Morir del cuento, del maestro Abelardo Estorino y para muchos signif icó un regreso –no exento de melancolía– de los tiempos en que abundaban los elencos amplios y estables. Brilló en esta puesta en escena Micheline Calvert, de regreso a Cuba después de varios años de ausencia, y Pancho García, uno de los teatristas de labor más continuada y coherente en el último par de décadas. También muy orgánica resulta la presencia de Adria Santana en esta obra. En la relación Adria-Estorino se da un caso, raro entre nosotros últimamente, de identif icación plena entre una actriz y la estética de un dramatur go y/o director. Miriam Lear ra, Amada Morado, Nieves Riovalles y Doris Gutiér rez, hijas de Teatro Estudio, dieron pr uebas de equilibrio y madurez en Morir del cuento. Miriam, Amada y Nieves han logrado simultanear su trabajo para la televisión con la fidelidad al teatro. Esta tendencia creo que sería beneficiosa como atractivo para el público y como ampliación de los recursos de nuestros intérpretes. Aunque para Carlos Díaz la idea de un elenco estable no resulta demasiado tentadora ni pertinente, en sus últimos espectáculos ha dado la posibilidad de la maduración o la arrancada a un buen número de nuestros actores y actrices. Formidable resulta la no muy abultada pero exitosa labor teatral de una artista muy conocida por sus largos años de trabajo para la pequeña pantalla. Sobre el escenario, con Teatro El Público, Susana Pérez desplie ga una convincente cadena de acciones y desata mecanismos de comunicación plenamente escénicos. Algo similar ha logrado Carlos con Yaqueline Arenal y Mijaíl Mulkay, de formación teatral, pero más conocidos por su trabajo para la televisión o el cine. Contribuyó también este director a la consolidación de Raf ael (Felito) Lahera, brillante en la versión de Díaz de Así es si así os parece, de Pirandello. En la aparición de los más jóvenes durante el lustro, no puedo dejar de mencionar a Georbis Martínez. Cuando asumió la Abig ail Revolución Cultura 50 Revolución yy Cultura de Las brujas de Salem, algunos pensaron que el recién graduado se dedicaría a los personajes femeninos. Poco después Georbis demostraría talento en la versión de Carlos de La gaviota y llegaría a una estación inicial de plenitud en Ícaros. Otra de las revelaciones del período ha compartido su labor entre El Público y A rgos Teatro, colecti vo encabezado por Carlos Celdrán. Ambos representan dos de los grupos más vitales y premiados de esta etapa. Me ref iero a Yailene Sierra. Aunque en el polémico montaje de La celestina, con El Público, da pruebas de versatilidad y gracia, no es hasta su desempeño en Roberto Zucco (de regreso con Celdrán) y en Icaros, otra vez con Díaz, que despliega todas las potencialidades de su voz magistralmente colocada y su efectiva, fluida gestualidad. Párrafo aparte merece la labor de Celdrán en la formación y pro yección del elenco. Su diálogo creador con Alexis Díaz de Ville gas es uno de los acontecimientos fundamentales de la escena cubana en estos cinco años. Vale recordar que Celdrán viene de la estética de Flora Lauten y su Teatro Buendía, que le sirvió de for mación y despegue. Pero con su grupo –sin renunciar al discurso de las imágenes– anda en búsquedas más cercanas a Stanislavski y otros maestros de la inter pretación psicologista. Alexis también acumula experiencias variadas en su car rera. For mó par te de Teatro del Obstáculo, el grupo de Víctor Varela, un nombre decisivo en nuestra escena de los noventa. Pero a par tir de El arca, en 1996, Varela deja de estrenar y poco después se radica en los Estados Unidos. El crecimiento de Díaz de Ville gas tiene un punto alto en su desempeño en La señorita Julia, y la culminación en Vida y muerte de Pier Paolo Pasolini, un montaje considerado como extraordinario por la crítica. En este actor la disponibilidad física, el manejo virtuoso de la voz sirven de punto de partida para una interpretación profunda y convincente. En Vida y muerte... se ratifica, además, el magisterio de Pancho García, y Celdrán apuesta con éxito al talento de dos jóvenes actores: Caleb Casas y Fidel Betancourt. Otros dos de los ejemplares desempeños del período han estado a cargo de intérpretes procedentes del mundo del humor. Aunque Osv aldo Doimeadiós es graduado del Instituto Superior de Arte y en varias ocasiones se ha destacado como actor dramático, el atractivo de sus personajes humorísticos lo sigue vinculando con fuerza al mundo de la risa. Doime acaba de estrenar Santa Cecilia, de Abilio Estév ez, bajo la dirección de Carlos Díaz. Estamos aquí ante un punto casi mágico de equilibrio entre la precisión técnica y la entrega emocional; canta en registros diversos, elabora una suerte de danza entre trascendental y cotidiana, derrocha recursos desde el punto de vista gestual y de las gradaciones de su voz. De Omar Franco pocos esperaban la capacidad de hacer reflexionar o sufrir, hasta que lo vieron reinar sobre el escenario de la sala Llauradó en Penumbra en el noveno cuarto, dirigida por Doimeadiós. En Franco se unen el carisma, la veracidad, la entrega y un sentido cotidiano, pero raigal, de lo trágico. A mi lado en algunas de las funciones de Penumbra..., más de un cole ga me dijo que Omar le recordaba a los grandes actores populares de otras décadas: Luis Alber to García, Tito Junco, tal vez hasta el también comediante Litico Rodríguez. Entre los muchos trabajos notables del período sobresale el de un actor de provincia, que para algunos poco informados resultó una sor presa en el Festival Nacional de Teatro Camagüey 2002. El santiaguero Dagober to Gaínza asumió el rol protagónico de Dos viejos pánicos, según la puesta en escena de Ramiro Herrero, yuxtaponiendo su larga experiencia de actor callejero y de sala al espíritu amargo y cuestionador del texto de Piñera. No se veía un trabajo similar fuera de La Habana desde el impresionante desempeño de Carlos Pérez Peña –alma de Teatro Escambray– en su unipersonal Como caña al viento o el de la también santiaguera Fátima Patterson en Repique por Mafifa. Otra órbita de la sensibilidad actoral se ha movido bajo la influencia de la creación colectiva latinoamericana y sobre todo de las indagaciones de teatro antropológico, lidereadas por el fundador del Odin, Eugenio Barba. Este influjo se hizo sentir mucho más en los noventa, pero en la arrancada del nuevo siglo algunos grupos e intérpretes siguen apelando a un estilo en el que el entrenamiento y la investigación desplazan a la caracterización clásica. De la tropa de Buendía sobresalen la madurez que ha ido alcanzando Sandra Lorenzo y el sentido espectacular de Antonia Fernández en La vida en rosa. Antonia debutó como directora con la premiada Historia de un caba-yo, puesta en escena en la que Lorenzo logró el mejor papel de su carrera, al igual que Carlos Cruz, que nos puso a galopar con el caballo f ilosófico y ético de Tolstoi. Más radical en esta cuerda alejada de la construcción tradicional de personajes, Roxana Pineda, fundadora del Estudio Teatral de Santa Clara, ha demostrado vir tuosismo en el manejo de la voz y otros resortes extraverbales. También apreciable fue la labor en el inicio del lustro de Evelyn Villamontes, del camagüeyano Teatro del Espacio Interior. Teatro de la Luna, aunque con menos intensidad que en la despedida del siglo, ha sostenido su trabajo dentro de una estética en la que el intérprete debe cantar muchas veces con sentido dramático y formar parte de la concepción bastante coreográf ica de su director Raúl Martín. A pesar de que se ha dejado sentir la ausencia de los formidables Gretel Trujillo y Déxter Pérez, sigue siendo apreciable la integralidad de Mario Guerra en las obras del colectivo y en el unipersonal El enano en la botella, así como el carisma de un veterano actor como Roberto Gacio en el monólogo El álbum, y la precisión en el decir de Amarilis Núñez. Ella, como varios de los talentosos actores que desandan la treintena, ha sido insistentemente reclamada por telenovelas y otros dramatizados televisivos. Se sabe que los medios ofrecen popularidad y mayor retribución económica, por lo que es el teatro quien debe potenciar su atractivo para enfrentar esa dura competencia. Yailene Sierra en Ícaros, texto de Norge Espinosa, puesta en escena de Carlos Díaz con su Teatro El Público. Cultura 51 Revolución Revolución y yCultura Alejandro Milián con otros jóvenes actores en Escándalo en la trapa. La capacidad de encontrar en la palabra cantada un recurso espectacular vuelve a aparecer en un espectáculo centrado en las actuaciones: La edad de la ciruela, de Teatro D’Dos, dirigido por Julio César Ramírez. Daysi Sánchez y Yacquelin Yera llevan a feliz tér mino un juego escénico ef icaz a par tir del muy representado título de Arístides Vargas. Una joven actriz de este grupo, Beatriz González, salió premiada del más reciente Festi val Nacional de Teatro por su múltiple apropiación en Siempre se olvida algo. También con momentos cantados y fluida relación con textos versif icados llamó la atención Chino Juan en Triángulo, dirigido por Alejandro Palomino con Vital Teatro. Abordaje aparte merecería el decisivo tema de la formación de los actores. Intuyo que nos encontramos en una etapa de recuperación en la que ha influido el afán de creadores como Corina Mestre y Carlos Celdrán en el ISA. Con todo y que circulan opiniones diversas en cuanto a la formación en el nivel medio, van llegando a la escena intérpretes vigorosos y repletos de potencialidades. Puede servir de ejemplo el rigor y la g racia demostrados por Alejandro Milián en Escándalo en la trapa, de José Ramón Brene, reciente éxito de Tony Díaz con la compañía Rita Montaner. Creo que se debe reforzar el papel de la academia en la preparación de los jóvenes teatristas y dejar el imprescindib le diálogo con lo más no vedoso para talleres o seminarios extraescolares. Me adscribo a la evidencia de que el actor sigue siendo el centro del hecho teatral, pero asumo la preocupación por su formación, retención y desar rollo. El movimiento natural que propicia la creación no debe confundirse con la dispersión o el caos. Ojalá que en el futuro se fortalezca el vínculo entre los directores y sus discípulos a la manera de las señaladas relaciones SantanaEstorino, Martínez-Carlos Díaz, Díaz de VillegasCeldrán o Lorenzo-Flora Lauten. No hay que temerle a que los actores vayan al cine o a la televisión, siempre que regresen enriquecidos y sigan encontrando en el teatro el más austero, pero insustituible centro de su profesión. Revolución Revolución yy Cultura Cultura 52 Nélida Piñon «y0» 9o* Usos del en los años M. Carmen Villarino Pardo y0 n Brasil nunca se ha hablado tanto de mujer y literatura como en las últimas décadas, en flagrante desvío de la tradición crítica –y de silencios historiográf icos–, que sólo parecía atender a te xtos f ieles a los procesos de canonización, compuestos en el registro de lo masculino. Si por un lado, hasta los años setenta, pocas voces femeninas habían alcanzado el reconocimiento literario, por otro lado, escaseaban los estudios relativos a la mujer y a la literatura, hasta la explosión que se produjo a mediados de esa década. En esos trabajos críticos, sobre todo a partir de finales de los años ochenta y durante la década siguiente, se convirtió en cuestión central el predominio temático de la búsqueda de identidad de los personajes femeninos, «ansiedad» que hasta los sesenta no perturbaba la cabeza de la inmensa mayoría de las mujeres brasileñas. Ellas no se daban cuenta de su dependencia del orden patriarcal ni de su anulación como sujeto. De hecho, la rebeldía que mostraron a partir de esos años no fue contra la situación de dictadura política –que criticaban algunos escritores hombres– y sí contra los excesos del patriarcado (Cunha, 1997: 112). Parece, pues, bastante esperable que la literatura de autoría femenina de los setenta y ochenta tematizase insistentemente las consecuencias de la sujeción de la mujer al poderío masculino de la sociedad en que vivía; y esa narrativa de la época expresa con vigor el conflicto de la mujer que se conciencia de la esclavitud enmascarada de realeza en los dominios del hogar, y de las barreras encontradas en el camino de buscar una salida. De esos años tenemos numerosos ejemplos de nar rati vas, sobre todo novelas y cuentos, en que las escritoras utilizan sus textos para hablar de su mundo, en busca de una identidad que pasa por problematizar asuntos de sus personajes, casi todos ellos femeninos, que, desde una primera voz narrativa, hurgan en su pasado y buscan explicación para su falta de autoestima, para sus problemas de relaciones sociales y, especialmente, para definir su identidad. De ello nos hablan textos de Nélida Piñon, de Lya Luft, de Marina Colasanti, de Patrícia Bins, de Myriam Campello... y de Clarice Lispector. La novela de Helena Parente Cunha, Mulher no espelho, de inicios de los ochenta, como tantas otras narrativas de esa época en Brasil, trae para el universo de la ficción la representación de la mujer que acababa de emerger de aquel espacio social de cambios. En ese texto vive el personaje femenino escindido entre los papeles que tradicionalmente la división de géneros le destinó, y su deseo de escapar de la coyuntura esclavizante. Habiendo nacido y vivido en el ambiente que conserva las tradiciones familiares, en Salvador da Bahia, su fractura se revela enseguida, por medio de las posi- Profesora de la Universidad de Santiago de Compostela, con cuyo sello editorial fue publicado su libro Aproximação à obra de Nélida Piñon. 2000. 53 Revolución y Cultura ciones invertidas de la protagonista, que dice «yo» y de su antagonista, «la mujer que me escribe», especie de alter ego. Como si estuviesen todo el tiempo delante de un espejo. De algún modo está presente la frase, actualizada y feminizada, de Rimbaud: «Je est un autre», «Yo es otra». Tras estas visiones del yo, que asociamos con una toma de posición autorial que parece simplif icarse en una visión de «mirar para el propio ombligo», se ocultan otros productos literarios y culturales, también de autoría femenina brasileña, en que la mirada se abre al entorno más amplio y a la inserción del ‘yo, femenino, singular’ en el espacio social en que vive. Pocas e xcepciones a ese panorama: las novelas O pardal é um pássaro azul (1975), de Heloneida Studar t; A República dos Sonhos (1984), de Nélida Piñon; y Tro pical sol da liberdade (1988) , de Ana Maria Machado. En las dos vertientes que apuntamos, la de mayor repercusión en el conjunto del sistema literario brasileño es aquella en que las protagonistas de las novelas o cuentos, como si estuviesen presas de los ‘lazos de familia’ que las fortalecen pero no las explican, pasan a intentar explicarse por sí mismas, y a mantenerse f ijas en una serie de opciones de materiales de repertorio que las unif ican y ag rupan, al mismo tiempo que las diferencian de aquellas otras opciones priorizadas dentro del sistema literario, en que las memorias de tipo político, o los textos que f iccionalizan la realidad social o los problemas del país, tienen un éxito mayor en el mercado, y ocupan posiciones centrales dentro de ese mismo campo en que la producción de la mayoría de estas autoras todavía ocupa posiciones periféricas. De entre ellas, el caso de Nélida Piñon adquiere connotaciones diferentes. Se trata, como sabemos, de una escritora que inicia su trayectoria literaria en 1961 con la novela Guia-Mapa de Gabriel Arcanjo y, y0 Revolución y Cultura 54 desde entonces y hasta la actualidad, ha publicado dieciséis libros y participado en antologías u obras de carácter colectivo. Su dilatada trayectoria la convierte, hoy, en una productora literaria con un elevado capital cultural y simbólico, también acompañada de un importante capital económico, que la sitúan en un espacio central dentro del campo literario brasileño y con una gran repercusión a nivel internacional gracias a su faceta de intelectual y a las traducciones de sus libros a otras lenguas (inglés, polaco, español, francés)1. En algunos de sus textos, como indicamos, Nélida adopta la posición de una escritora preocupada por encontrar la identidad de los personajes femeninos que trabaja (cuentos como: «I lo ve my husband», «Colheita», «Ave de paraíso», «O revólver da paixão» o la nov ela A casa da paixão); y en otros, con una selección repertorial más volcada hacia el exterior, adopta una posición de carácter más épico, sin olvidar la preocupación anterior (novelas del tipo de Fundador, A República dos Sonhos). Habituada a priorizar personajes femeninos en prácticamente todas sus novelas y cuentos, la escritora que toma posesión de la butaca número 30 de la Academia Brasileira de Letras en mayo de 1990 y se convierte, en 1997, en la primera mujer en presidir una Academia de este tipo en el mundo, durante el año 1997 nos ofrece, en dos momentos de la última década, libros en los cuales el «yo» se convier te en voz priorizada; y las dudas de carácter autobio gráfico se deshacen cuando sabemos que se trata de un libro de ‘fragmentos’ y otro de ‘crónicas’. Hablamos de O pão de cada dia (OPCD, 1994) y Até amanhã outra vez (AAOV, 1999). En el segundo de los casos está la intelectual Nélida Piñon que semanalmente publicaba una crónica en el periódico de Río de Janeiro O Dia; y en el primero nos encontramos con un material repertorial diferente y nuevo en algunos casos, por el hecho de utilizar la fórmula ‘fragmentos’. Pero, en el fondo, los asuntos de que trata este libro nos remiten a otros materiales de repertorio comunes a diferentes selecciones de la autora a lo largo de su trayectoria literaria. Trabajos que hablan de la imaginación, de Sherezade, de la narrativa y de procesos de escritura, de escritoras brasileñas, de Galiza, de viajes, de máscaras y de asuntos de la mujer. Parecen, en este caso, esbozos de conversaciones o bor radores de textos que se desarrollarían a través de otra forma en sus trabajos. No deducimos, con esto, que el origen de su última novela Vozes do Deserto esté directamente vinculado con el fragmento «Sherezade», ni que «Daniel» forjase buena parte del trabajo del que sur gió A República dos Sonhos, a pesar de saber que ese era el nombre de su abuelo y que de él deriva el nombre de Nélida («Apenas um nome», Até amanhã outra vez, 57-58) y que, como leemos en OPCD , «Daniel»: «Meu avô é a minha narrativa» [Mi abuelo es mi narrativa](11). Si muchas veces, sobre todo al estudiar de modo general los cuentos, los críticos hablan de este género como un peldaño para dar un salto hacia otro mayor, el de la novela, considerando así el cuento un género menor, una suerte de experimentación,2 en el caso de Nélida se ha insinuado esta situación, sobre todo, con el cuento «Finisterre» ( O calor das coisas, 1980), a propósito de A repúb lica dos sonhos; pero al leer libros como OPCD entendemos más elementos de los entresijos de ese trabajo de escritura. Sin que olvidemos nunca que ese y o es un ‘yo f iccionalizado’, al servicio del yo real que escribe y f irma el libro y que tiene un grado de conciencia importante sobre el acto en sí. De modo que, como también podemos comprobar a través de entrevistas de la propia escritora brasileña desde los años ochenta, en el proceso de reconstrucción biobiblio gráfica con el objetivo de dar aspecto de coherencia a una tra yectoria dilatada (V illarino, 2000) –en el tiempo y en los productos ofrecidos–, estos ‘fragmentos’ pueden funcionar como hilos que cosen un poco más los retales de un traje confeccionado con mucho tiempo y con gran interés en todos los detalles. Pero estas hipótesis pueden ser sólo eso, aunque sí está claro que esta mirada hacia el yo desde el otro yo no es para encontrarse a sí misma y conocerse (mirar hacia el ombligo), sino más bien para construirse y mostrar que se conoce bien y pretende que así lo hag an los demás. Así lo vemos. Así lo entendemos. De ningún modo lo juzgamos. Lo cierto es que, a partir de mediados de la década de 1980, y ya def initivamente instalada en el sistema literario brasileño, Nélida Piñon puede (se permite) escribir este tipo de libros, una vez que, como sabemos, ocupa también una posición de prestigio en el campo cultural y económico, y posee un elevado capital simbólico. No es casualidad, tampoco, que estos textos apareciesen publicados en la editora Record, de Río de Janeiro, una de las mejor situadas en el mercado editorial brasileño. Sin entrar en juicios de valor en los que no creemos ni en cuestiones de género que no nos preocupan para hablar de estos temas (Arriaga, 2001: 27), lo cierto es que la joven a la que le costó mucho esfuerzo conseguir una editora para sus primeros libros (básicamente hasta que ganó su primer premio con A Casa da Paixão, en 1974), ya no es la misma que publica éstos en la década de 1990. No son pocos los textos de autoría nelidiana en los que críticos y estudiosos han querido encontrar huellas autobiog ráf icas, sobre todo en la novela A Repúb lica dos Sonhos (1984), en que cuenta una visión de Brasil a través de los ojos y vivencias de una familia de emigrantes gallegos al país sudamericano. Nélida, como se sabe, es hija y nieta de esa emigración. De hecho, al leer el libro de ‘fragmentos’, de 1994, el estudioso de la obra de Piñon va a encontrar lugares comunes a otros textos. Se trata, así lo entendemos, de un período en que la autora opta por no escribir directamente un libro de cuentos o una novela y sí por colocar en formato texto anotaciones personales a propósito de asuntos que la preocupan, en su vida personal o en su carrera literaria. De tal modo que el yo que dice, por ejemplo, en el texto «O rosto da escrita» (1994: 92), À tarde, fomos ao auditório da Pontifícia Universidade Católica do Rio de Janeiro. Após intenso debate estético entre dois proeminentes teóricos, Clarice Lispector ergueuse irada de sua cadeira, instandome a seguila. (...) [Una tarde fuimos al auditorio de la Pontif icia Universidad Católica de Río de Janeiro. Después de un intenso debate estético entre dos prominentes teóricos, Clarice Lispector se levantó airada de su silla, instándome a seguirla.] es un yo, Nélida Piñon, mujer, escritora, amig a de Clarice Lispector, autora consolidada y prestigiada en esos momentos (1976) en el campo literario y cultural brasileño. El hecho en sí podemos constatarlo al estudiar las dinámicas que desarrolló el Departamento de Lenguas y Literaturas Modernas de dicha Universidad en esos momentos, bajo la dirección del profesor y poeta Affonso Romano de Sant’Ana. De la amistad entre las dos escritoras tampoco necesitamos cer tif icados de terceros. Pero el cómo sucedieron los hechos que narra o recuenta están f iltrados por la memoria de la escritora y, como no se trata de encontrar ninguna v erdad, sino de no caer en lo que el sociólogo Pierre Bourdieu denomina ‘ilusión biográf ica’ (Bourdieu, 1992), leemos ese texto, como el resto de los que componen el libro, con un distanciamiento necesario. En el título, de manera hábil, no está escrito «romance» ni «contos». La autora adopta una posición en que, desde el espacio central que desde hace tiempo le ha sido otorgado en el sistema literario brasileño, consigue despertar la curiosidad de diferentes agentes que funcionan en él, y, sobre todo, desar rollar estrategias productivas. Estrategias de mercado y también de usos repertoriales del ‘yo’ que contribuyen a reforzar una posición autorial que encontramos también en otro tipo de actos: conferencias, entrevistas para los medios de comunicación... La escritora adopta cada vez más una nueva función, la de intelectual. Y así, del mismo modo que cuando lanza un nuevo libro expli- ca el proceso de elaboración y ofrece pautas de lectura, convir tiéndose en la primera crítica de su obra, también a través de textos como los que configuran O pão de cada dia o las crónicas periodísticas que reunió en Até amanhã, outra vez encontramos otras facetas de ese yo, que es la escritora. En esta actitud de trasladar el capital simbólico adquirido en un campo para otro, es decir, del campo literario al campo cultural, encontramos a la misma escritora que acaba de lanzar hace más de un año su última novela, Vozes do deserto (2004), o que en 2001 publicaba un libro de discursos, Vozes da América. Todos ellos son productos literarios de una mujer que ha adoptado diversas posiciones a lo largo de su trayectoria (como parece esperable) y que, dentro del espacio de posibles que ha tenido en cada momento, ha optado por seleccionar algunos materiales repertoriales que se repiten de diverso modo, y por escoger otros que pueden resultar nuevos para quien es, hoy, una novelista o cuentista conocida y prestigiada dentro y fuera de Brasil, pero sobre todo, para quien muestra que quiere ser un referente más amplio. Estos dos libros, junto con el de discursos, donde agradece homenajes y premios, revelan algunas de esas ‘obsesiones’ nelidianas en relación con temas que maneja de modos diversos en sus manifestaciones (incluidos sus libros). La mujer descendiente de gallegos –oriundos de la vieja Europa– que hablan la misma lengua que la del país en que vive, que conoce las raíces del mundo gallego-portugués, que se muestra atenta al universo en facetas que abarcan lo cotidiano y lo épico, que permite hablar a seres que habitualmente están marginalizados (las mujeres); ella que es inteligente, culta, que domina la lengua y sus estructuras... ocupa hoy un lugar central en determinados espacios del sistema literario brasileño y es invitada a par ticipar en encuentros en lugares muy diferentes del mundo, profe-sora de 9o 55 Revolución y Cultura creación literaria y conferenciante que va a las entrañas del texto escrito... Ese es el perf il de la autora de estos textos, que reconoce usar ‘máscaras’ con frecuencia, que da consejos gastronómicos y turísticos sobre diversos lugares, que cuenta aventuras de sus viajes... en una columna de un períodico carioca y luego las presenta en un libro de crónicas. La f igura de esta escritora se parece poco a otras escritoras brasileñas de los últimos años. Le encontramos tal vez más parecido con algunos escritores-intelectuales del llamado boom latinoamericano de los sesenta, como García Márquez o Vargas Llosa, amigos personales de Nélida. El uso, abuso y presencia de este ‘yo’ nelidiano no se produce, pues, cuando la memorialística femenina triunfa en el sistema literario brasileño de los ochenta; se da cuando está af ir mada su posición en ese mismo sistema y cuando, después de un largo período sin publicar novelas, y en algún caso (como en el del libro de discursos y en el de Crónicas), cuando se ha ocupado de otras tareas que la han alejado temporalmente de la vida de escritora a tiempo completo y se ha hecho cargo de tareas de tipo representati vo (en la Academia Brasileña de Letras) o como profesora en la Universidad de Miami (Cátedra Dr. Henry King Standford de Humanidades). ¿Es que no podemos hablar de Nélida como escritora durante esos años? Creo que no se trata de eso, y por este motivo entiendo que la perspectiva de estudio y análisis de este tipo de casos debe ser, cuando menos, abierta. No me pregunto si estos textos son o no literatura, ni si responden a géneros literarios nuevos o reconocidos; me interesa entenderlos en las dinámicas del campo literario en que funcionan y en la trayectoria de la autora que los produce. Reconociendo que en las diferentes opciones que cada productor escoge están funcionando muchos factores y que, en la y0 9o Revolución y Cultura 56 propia vida del sistema literario, casi todas las piezas del puzzle tienen una función, más o menos determinada, más o menos transparente (dependiendo también de quien las maneje o de quien las observe). Los textos literarios de las escritoras brasileñas de los últimos años ya no se ajustan, de manera general, a la metáfora bíblica de la mujer silenciosa que Nélida Piñon coloca en «A intriga de Sara» de O pão de cada dia; tampoco nos atrevemos a decir que la crítica feminista Elaine Sho walter debía haber pre visto otras etapas en sus análisis sobre la construcción de una tradición de autoría literaria femenina, pero sí que su propuesta debe ser ampliada y adaptada. Entendemos que, independientemente de las opciones de materiales de repertorio que unas u otras hagan, eso no determina una etiqueta que responda a una minoría sociológicamente hablando. De hecho, y como se viene verificando, ser mujer escritora y joven son elementos positivos en los intereses de agentes del mercado y del mundo de la crítica, y no sólo en el sistema literario brasileño. El mercado, y en consecuencia determinados agentes del sistema (o al revés, no está nada claro) están más abiertos a nuevas opciones que puedan triunfar en las dinámicas sistémicas y ocupar posiciones centrales, como sabemos, en absoluto estáticas. Las opciones de escritoras que compar ten bio g ráf icamente algunos años de trayectoria literaria con Nélida Piñon son otras, y, de modos diferentes también consiguen ocupar posiciones sistémicas centrales. Hablamos de Adélia Prado, de Lygia Fagundes Telles, de la recientemente fallecida Hilda Hist, de Helena Parente Cunha... No excluimos ningún tipo de estrategias parecidas a las de Nélida Piñon, entendiendo siempre que nos referimos a posiciones dentro de las redes sistémicas y por tanto modos de actuar y función del productor y de los productos elaborados. Pretendí, sí, desvelar un ejemplo de espejo que nos devuelve una imagen que hemos trabajado y mimado para que se parezca lo más posible a aquella que queremos y para la cual hemos luchado mucho. Una máscara que adopta muchas formas y que, en honor a la tradición teatral griega que Nélida conoce tan bien, es útil para todos, no nos disimula hasta tal punto que nos anula, sino que, al contrario, nos permite ser camaleónicos y usar un yo que no es ni masculino ni femenino, o los dos a la vez, o Nélida Piñon u otra Nélida (como la cronista de A força do destino , 1978), pero que permite analizar materiales repertoriales poco usados en su trayectoria y de enorme rentabilidad para quien, como nosotros, también usa las máscaras para desenmascarar, intentando encontrar los rasgos que han sido ocultados o resaltados en el proceso de distanciamiento literario del yo físico. Bibliografia citada: Arriaga Flórez, Mercedes (2001), Mi amor, mi juez. Alteridad autobio gráfica femenina, Barcelona: Anthropos Editorial, 2001. Bourdieu, Pierre. Les règles de l’art. Genèse et structure du champ littéraire, Paris: Éditions du Seuil, 1992. Ciplijauskaité, Biruté. La novela femenina contemporânea (1970-1985). Hacia una tipología de la narración en primera persona, Barcelona: Anthropos, 1988. Cunha, Helena Parente. «A mulher partida: a busca do verdadeiro rosto na miragem dos espelhos», in Sharpe, Peggy (org.), Entre resistir e identificarse. Para uma teoria da prática da narrativa brasileira de autoria feminina, Goiás: Edra. Mulheres-UFG, 1997, 107-139. Villarino P ardo, M. C. Aproximaçoã à obra de Nélida Piñon. A República dos Sonhos. (A trajectória de Nélida Piñon no sistema literário brasileiro da segunda metade do século XX). Santiago de Compostela: Cd-rom, Univ. de Santiago de Compostela, 2000. Notas * Versión del trabajo presentado en el Coloquio Internacional «Las escrituras del yo en la cultura de mujeres latinoamericanas y caribeñas» (Casa de las Américas, La Habana, 14-18/02/2005), gracias al apoyo de la Cátedra de Cultura Cubana «Alejo Carpentier», de la Universidad de Santiago de Compostela, dirigida por Yolanda Novo. 1 Como ejemplo, el reciente Premio Príncipe de Asturias de las Letras, que le fue concedido en junio de 2005. 2 No pretendemos entrar ahora en la bibliografía, extensa y atenta, sobre esta cuestión, porque no parece oportuno. La vida infinita La vida infinita La vida infini Julio Mitjans n libro de historia nos pone frente a una relación de hechos, de sucesos, como lo pueden ser la epopeya de un pueblo, la vida de un rey, el destino de una comunidad; pero la fuente, los que sostienen los acontecimientos son: el padre de familia que desacierta, la mujer que elige y yerra, la hija a merced, el gesto de un demente, los hijos de los hijos, los días de la calle, la vida del propio. Caridad Atencio nos pone frente a La sucesión , poesía, Editorial Letras Cubanas 2004. El acontecimiento no se le resiste, llega fragmentado, como si el libro saliera del caos de la memoria: ... Cuando te convenciste salió detrás de ti con su instrumento, estigma de mi infancia: un gran sable esmaltado donde podía ver mi rostro. Confluencia, pasaje recobrado, alerta, sabiduría y estremecimiento por lo vivido nos devuelve Caridad en cada episodio poetizado. La intensidad nunca abandona a este libro, por momentos depositario de una ironía que cala hasta exponer un significado que nos deja sin aliento: Así como una piel que me rasgaron, se agazapaba entonces mi sociabilidad. Por mi padre y encerrada en la forma de su puño. No ver surgir las voces. Tentaba el modo y alguna vez la ayuda. Qué puede hacer un médico con un falo muy grande que muestra a su paciente. La virginidad agredida, el descubrimiento de la sexualidad masculina llega de una forma grotesca, desde el vicio. La sucesión es un libro de lo aprehendido, de la vida vivida, un verso nos lo dice, sí, es un verso, aunque todo el libro esté escrito en prosa, esto lo es: Oh, júbilo del sueño cuando ocurre sin haberlo contado. No sabemos si se refiere a la creencia popular de no contar lo soñado, si quieres que se cumpla, o si los confines del sueño se restauran en la realidad. Caridad hace su historia sin que los personajes asomen en el fragor del conflicto, ellos son el resultado de la confrontación. El dolor es el personaje más visible, a su alrededor giran todos sin cesar, y nos introduce en la segunda sección del libro: Te hablo desde un castillo al que no irías. No es divisado el fruto. Me conduce una herradura entre los senos. Allí donde los ser es echan de noche o allí donde es lo mismo ver o no ver la luna. Me asusto con mi calma. ¿Hasta qué punto de dolor conser varás la vida? Si leyésemos los libros anteriores de Caridad veríamos que ha persistido ese verso, libre de hojarasca, que si no supimos a cabalidad, era que su poesía estaba hecha en el camino de la indagación, ideológicamente entre sus libros, los más cercanos son Salinas para el potro, libro acontecido desde la ética para festejar la llegada de la maternidad, y Umbrías, soberbia antesala de La Sucesión. Acaso Caridad Atencio es una poeta del hechizo descarnado, de la aspereza de la vida, o ella logra a través de cierto nihilismo reconocerse, recuperar el sentido de la vida: ... «Usa la noche para que sobrevivas.» Sin sello personal le voy diciendo: «¿Cuál es el sentido de la vida cuando no temes a la muer te?» De un mazazo mis ojos ven todas las cosas. Este impulso vital se manifiesta más abiertamente, se resume en un verso que me hace pensar en futuros quebraderos: La paz ardua que construyo hacia dentro me despoja de horribles ataduras. La sombra del devenir, la inevitabilidad de la vida, que no es otra 57 Revolución y Cultura Revolución y Cultura 58 La vida infinita La vida infinita La vida infinita La vida infinita La vida infinita La vida infinita cosa que acontecimientos, no la deja, su paz es ardua. Pudiera decir que Caridad Atencio ha comenzado su gran libro, ella misma nos dice Dura la vida compr ender; autobiográfico y universal. Tendremos que leer atentos, se sucederán los días y con ellos el sentimiento del tránsito se abrirá como un rosal: Quemada la mano de acariciar , esta paradoja, esta historia, que a veces nos excluye y otras nos arrastra como una condena, tal vez sea el sentido, la certidumbre última a la que llega la poeta. Repito, Quemada la mano de acariciar, esta constr ucción es el resultado de un acercamiento racional al motivo poético, es así que Caridad Atencio logra sus más profundos registros, y me hace pensar, qué sería de los poetas si no mirasen la vida desde esa distinción, desde esa sensibilidad que devela una y otra vez los significados que antes no podíamos expresar. Caridad no se adentra en los destinos de la vida, al contrario ella trata de descifrar el significado de la que acontece, de lo que padece inexorablemente, y en este combate, en esta asunción de lo cotidiano, de esas zonas raras nos lega páginas de inolvidable poder de penetración: Allí donde debo ocultarme, está la fuente del desastre. Mira la sombra, la ventana podrida. En su inmovilidad son proclamadas. ¡Ay! Que no van a cambiar sino a lo que se insinúa. Todo el tiempo se va en conformar los cuerpos. Serán espejos ciegos en el polvo. Robo un bocado y aparece el orden con que el azar transcurre. En cada párrafo anterior he tratado de decir, de evidenciar la postura de Caridad Atencio frente al discurso poético, y no me explico mejor si no digo que: esta mujer es una lección ética ante el lenguaje, un camino que indaga en la vida, busca sus sentidos, a veces con una mirada irónica, otras haciendo de la elipsis un ademán de la confluencia, le corresponde el mérito de un discurso singular que nos devuelve todo el dolor de la esperanza y los días venideros; porque siempre habrá una Sucesión, ella está condenada a la vida infinita, al acontecimiento y al caos que también nos salvan. Por eso termino con un verso de Milton: ... valor de no ceder ni someterse nunca Félix Krull: memorias de un pícaro, confesiones de un escritor Olga Sánchez Guevara Jorge A. Collazo López homas Mann comenzó a escribir las Confesiones del estafador Félix Krull [Bekenntnisse des Hochstaplers Felix Krull] en 1910, y las interrumpió en el verano de 1911 para trabajar en el manuscrito de Muerte en Venecia. Las Confesiones , concebidas primero como noveleta, fueron retomadas fragmentariamente por su autor entre 1911 y 1923, y continuadas en 1951, hasta convertirse en extensa novela inconclusa con rasgos de autobiografía. Las primeras anotaciones para la obra datan de 1905: cincuenta años pasaron entre la concepción de la novela y su publicación, y otros tantos han transcurrido desde ésta. «Mientras, en absoluto ocio y retiro –sano por cierto, aunque cansado, muy cansado–, tomo la pluma para dar al paciente papel mis confidencias...» Así abre Thomas Mann las Confesiones, con frases que pudieran entenderse como inicio convencional de unas memorias reales. Y acaso es esa la intención: que el lector sienta que se halla en un plano intermedio entre ficción y realidad, un terreno donde conviven ambas. Es el juego con la personalidad del protagonista y la del autor, sostenido a lo largo de toda la obra, un juego de escondidas con el lector : ¿dónde estoy? ¿y quién soy ahora, Félix o Thomas? Quien pretenda afirmar que habla el autor y no su personaje, se verá confundido por la supuesta incertidumbre sobre las aptitudes del que escribe: «...se apodera de mí la peregrina duda de si por formación y estudios estaré preparado para este empeño intelectual.» Más adelante, en tanto Félix asegura que sólo escribe para sí, se pone al descubierto el escritor que a la larga espera por sus lectores: «...en secreto y desde el rabillo del ojo, al escribir, dedico alguna consideración al público lector ; y sin la confortante esperanza de su participación, su aplauso, probablemente no hubiera contado con tenacidad suficiente para llevar mi trabajo siquiera hasta el punto actual.» Luego, en la descripción del paraje a orillas del Rhin donde nació y transcurrieron sus primeros años, el narrador ficticio se distancia, y ve casa y familia como elementos de una sociedad aquejada por deficiencias, de la que se marginará voluntariamente, lo mismo que otros héroes de la picaresca. Pero la crítica de Thomas Mann no se limita a una sociedad en par ticular : va más allá de la crítica social cuy o fin es procurar cambios para una mejor convivencia. Es la negativa del individuo frente al ser social: una lucha por reafirmarse, por no perderse dentro del ser social. En este sentido no existe ningún tipo de sociedad de la que Félix no querría marginarse; ninguna sociedad quedaría libre de esta crítica. La del pícaro Félix expresa la marginación del artista marcado desde el nacimiento, imposibilitado de sentirse realmente parte del grupo social, de la familia, tal como lo concibe Thomas Mann. Y Félix Krull, el pícaro, debuta muy temprano: su primera impostura es propiciada por el padre ávido de reconocimiento social. El niño de ocho años pasa algunas semanas con sus padres en un balneario. En las habitaciones del hotel donde se hospedan él y su familia, el pequeño Félix se dedica a imitar el arte del primer violín de la orquesta que diariamente toca para los vacacionistas. Y lo hace tan bien, que el padre convence al director de la orquesta para que Félix, con un violín mudo, simule que es él quien toca mientras el verdadero violinista permanece oculto. Al final, público emocionado, beso y regalo de un broche de brillantes al «niño prodigio» por parte de una princesa rusa, aceptación y aplauso de todos. Félix, «ebrio de alegría», saborea por primera vez el éxito, y es un éxito basado en el engaño... «Fue uno de los días más bellos de mi vida, tal vez el más bello de todos.» Al cabo de algún tiempo, en su primera visita al teatro, Félix disfrutará la extraordinaria actuación de un comediante para descubrir luego que el artista que vio en escena y el del camerino son muy diferentes: es el arte como impostura aceptada por la sociedad, el actor-impostor que se realiza en la impostura de su arte. Este aspecto lo había abordado ya Thomas Mann en Tonio Kröger: el artista debe vivir como ser social sabiendo que su mundo, su verdadero lugar de realización, es la escena. El artista sólo puede existir como tal; fuera del escenario es nada, y está consciente de ello. Y para Félix cada uno de sus gestos es el de un artista: la vida es su escenario. ¿Tal vez fuera también así para Thomas Mann, o al menos él lo sintiera así? Esta sería una explicación de la melancolía presente en su obra: escribir sobre el ser humano y sus relaciones, sin poder tomar parte real en ellas. Una y otra vez salta a la vista la fugacidad de todo lo humano, del amor, lo único que distingue al ser humano del resto de la naturaleza viva; el conocimiento del comienzo y el final, lo que hace de cada «gesto» humano algo único, digno de toda simpatía. Félix reflexiona sobre el amor, se extiende ante Zouzou en un largo discurso sobre el sentimiento amoroso, pero él no se enamora, como si de ese modo alcanzara un estado de inmunidad al sufrimiento.¿Hay ligereza en Félix, en su manera de abordar la vida? Aun en los momentos difíciles, como el suicidio del padre y la ruina de la familia en plena adolescencia del protagonista, no se manifiestan sus sentimientos o no se expresan, no ya en palabras, sino tampoco en la atmósfera de la narración. Da la impresión de que Félix no siente, o siente muy a la ligera –y un ser humano sin ninguna tristeza parece un imposible: tristeza y alegría son dos caras de la misma moneda, llámese amor, llámese vida–; Félix no se enamora, y en ocasiones no parece amar a nadie excepto a sí mismo. Pero amarse a sí mismo es también condición para poder amar realmente al otro, y distinguir dónde ter mina el yo y comienza el mundo: un punto de partida. Por otra parte, en su escritura Thomas Mann evita adentrarse en la esfera de los afectos, acaso por conciencia de la imposibilidad de descubrir al ser humano mediante palabras, o porque considera un desatino el pretender sondear tales profundidades. Para él, la obra de arte alcanza su maduración sólo cuando se halla por encima de los sentimientos, de los afectos; no se puede escribir enamorado o bajo la influencia de un sentimiento fuerte, porque la obra, la palabra, fallarían su objetivo. Se pudiera pensar entonces que Félix ejerce un dominio premeditado sobre sus emociones, se sobrepone a las circunstancias, y que precisamente eso le permite ser lo que es; la palabra Hochstapler (en español: simulador, embaucador, caballero de industria, estafador, farsante) remite en alemán a hoch, alto, y Stapel, emporio... No se trata de un simple pícaro, un descontento de la sociedad que se margina de ella: es alguien que reclama lo que cree que le pertenece Thomas Mann. (Foto tomada de revista Humboldt, 118, 1996.) 59 Revolución y Cultura por derecho, por su valía y sus capacidades, porque está «más arriba», hoch, Hochstapler... De pequeño, Félix se imaginaba que era emperador, e involucraba a los adultos en su juego; de adolescente, y para sus adentros, imaginaba ser un príncipe. El juego se repetirá cuando ya adulto suplante al marqués de Venosta a petición de éste, y como marqués se presente ante la familia Kuckuck en Lisboa. Con el profesor Kuckuck se encuentra Félix en el tren que los lleva a la capital portuguesa; Kuckuck le explicará, en el transcurso de un largo monólogo, los misterios de la existencia y su fugacidad, la evolución de las especies y la fragilidad del ser humano, amasado, sin embargo, del mismo polvo que las estrellas. «enferma estoy de cuclillo y de huesos / pero entonces sobre rieles de plata el horizonte...», dice Friederike Mayröcker en uno de sus textos poéticos. ¿Es el v erso inicial una referencia al discurso de Kuckuck? En todo caso, el poema está lleno de nostalgia por la juventud que ha quedado atrás, de melancolía por el paso inexorable del tiempo y el conocimiento de que existe un final, y en eso se emparenta con las Confesiones. Pero melancolía y nostalgia se ven atenuadas en la novela por un fino sentido del humor y una ironía sutil que, además, aligeran de toda carga aleccionadora un libro lleno de sabiduría, donde el autor refleja las experiencias de una larga y fructífera vida dedicada al arte de escribir, y relativizan posibles objeciones en tor no a la moral de un pícaro adorable llamado Félix Krull. Thomas y Katja Mann durante la concesión de la ciudadanía de honor de su ciudad natal, Lübeck, 1995. (Tomado de revista Humboldt, 118, 1996.) Revolución y Cultura 60 ALEMANIAS Frank Padrón a pugna entre las dos Alemanias, aún después de la reunificación, es tema común de los filmes agrupados en la Semana de cine de ese país que bajo el subtítulo «Una selección representativa de lo mejor de la última década», pudo apreciarse en la sala Chaplin de la Cinemateca de Cuba. De modo que la última semana de junio significó una cita con esta parcela de buen cine europeo de fines del XX e inicio del nuevo siglo-milenio, por cuanto vimos, en realidad, algo de lo (mucho y excelente) facturado en el Berlín posmuro. Y ya lo apuntaba: el conflicto entre la sociedad socialista desaparecida y el capitalismo salvaje que gana terreno (no sólo físico) en el nuevo, ampliado espacio, es verdadera recurrencia en las cintas facturadas a par tir, justamente, de haberse instaurado el nuevo orden social. Por lo menos tres de las siete películas seleccionadas en esta muestra abordan el tema: Luces, Berlín está en Alemania y la muy popular, no por vista menos esperada y respaldada ¡Good Bye, Lenin! Berlín está en Alemania (2001) es una cinta de Hannes Stöhr que recibió los premios de la crítica germana y del público en la sección Panorama del Festival de Berlín. Basada en un hecho real (la salida de un preso de la cárcel once años después de haber sido juzgado por una muerte accidental: entró en plena RDA y sale en una Alemania unida y plenamente capitalista), la cinta mantiene su interés hasta el simbólico y cíclico desenlace. Lo mejor de la misma, a mi juicio, es el tono eficazmente resuelto entre comedia S,OTRO AÑO CERO y tragedia: los conflictos del personaje para reinsertarse en un mundo que le es absolutamente ajeno (desde su antigua familia y los amigos, a lo laboral y social) son resueltos admirablemente por el director, quien se apoya en un elenco de primera, comenzando por el protagonista, el admirable actor Jorg Schutauf. El tempo, deliberadamente moroso, asume y proyecta la angustia existencial y social del héroe. El mundo, que otrora le resultaba difícil, ahora le es ancho y ajeno, y aunque los otros, en buena medida hacen lo posible por hacérselo más fácil y asequible, todo resulta diseñado para aislarlo y condenarlo. La vieja realidad del preso, más deformado que verdaderamente redimido con la sanción, del hombre que, tras el error parece condenado al mismo, pese a sus intentos por mejorar , Sísifo cargando eternamente la piedra montaña arriba, es llevada admirablemente en esta cinta donde quien está todo el tiempo en la picota es la sociedad contemporánea. Pero si esta vez el acento se inclina a los prejuicios y la deshumanización del nuevo (o renovado) sistema que lo abarca todo con una crueldad temible, el interés mayor de Wolfgan Becker en su multipremiada ¡Good Bye, Lenin! (entre otras preseas, la de mejor película europea del año 2003) es añorar una RD A utópica, que sólo estuv o en los sueños y esfuerzos de sus mejores hijos, entre ellos la madre protagónica de esta comedia con pespuntes dramáticos, también ejemplar en cuanto a la manera de resolver tal dualidad tonal. Se trata más bien de una farsa, con esa tenacidad del hijo en mantener, para su madre infartada, una apariencia de no cambio verdaderamente delirante, pero las críticas tanto al viejo como al inevitable, nuevo mundo, no ocultan una mirada de nostalgia, hasta de ternura por lo que se fue, y no precisamente ante el anquilosamiento o la falta de perspectivas en que había caído el «socialismo real» (que sí reciben su cuota de afilada crítica), sino en lo positivo que tuvo esa forma de vivir desde ciertas actitudes que deben prevalecer en cualquier sistema sociopolítico. La obra mantiene un humor perenne, abordando el absurdo de la situación, para lo cual Becker utiliza tanto una técnica heredada del clip o el «video casero» (no es gratuito, como se sabe, el uso que él mismo tiene en la diégesis), como los códigos del cine publicitario, virados como guante, comoquiera que los viejos programas y añejados sistemas comunicativos de los medios en la RDA son los que, paradójicamente, funcionan en la representación que implica la historia. Valga anotar cómo la impor tancia que tiene ese, el principal núcleo dramático del filme, no implica en lo absoluto el descuido de otros elementos expresivos, como la interiorización en los personajes: la hermana pragmática, la novia dúctil, pero a veces agotada, del hijo; los vecinos y colegas de la madre, víctimas del nuevo orden de cosas; el padre aparentemente adaptado a la nueva vida; y claro, los mismos protagonistas, todos sometidos al ojo de la cámara desde un tratamiento agudo, fuertemente analítico, mientras la historia reserva una dosis de «suspense» que incluye una bien manejada «sorpresa» para el desenlace, y alberga una posible doble lectura (la madre ¿se cree el cuento o lo sabe todo a partir de cierto momento y los actantes son los que ejecutan el performance?). Lo cierto es que en ¡Good bye... todo demuestra una elaboración y un cuidado que refuerza sus valores desde el aparente y asumido desenfado que exhibe. Otras miradas del cine alemán de fines del 90 y el 2000 se reparten entre la revisión histórica mucho más atrás, tanto como el Holocausto, desde una familia que escapa del mismo instalándose en Kenya (En algún lugar de África), y el abordaje de aspectos contemporáneos, casi siempre desde la comedia (Kroko, En julio, Después de la cinco en la selva). En algún lugar... de Carolina Link, basada en una novela autobiográfica de Stefanie Zweig, ha sido otra premiadísima: los encontronazos interculturales entre Europa y África (que, recordemos, trató desde su punto de vista el continente negro en una reciente muestra africana), o los descubrimientos del mundo por una adolescente, aquí se dan con tintes nada paternalistas ni idealizados y son aspectos que la obra, agraciada con un Oscar al mejor filme extranjero, focaliza con pasión y energía, mas evitando peligrosas caídas en el melodrama. Los lauros que en su país recibiera a las mejores fotografía, dirección y película, no son, por supuesto, nada gratuitos. La recreación histórica significa la manera más inteligente que tiene de 61 Revolución y Cultura proyectarse este tipo de cine: como vía a la reflexión en el presente. El profundo estudio de ambientes y caracteres trasciende lo sincrónico para una lectura abiertamente diacrónica, atemporal. De la mejor manera cerró esta bien escogida Semana de cine alemán: Luces, de Hans-Christian Schmid1. Los colegas que integraron el jurado de la Asociación Cubana de la Prensa Cinematográfica tuvieron a bien premiar la en el Tercer Encuentro Internacional de Cine Pobre (Gibara 2005). Un título irónico, pues mucha tiniebla deja en el ánimo esta obra de conflictos Este-Oeste (persistentes tras el muro caído), historias entrelazadas entre refugiados ucranianos que sueñan con un Occidente luminoso, y gente de allí que abre sus manos o las cierra ante los que lleg an, o peor : los explotan y humillan. Como escenario, el río Oder, que enlaza una ciudad polaca (Slubice) y otra alemana (Frankfurt). Por encima de las etnias y las procedencias, Schmid discursa en torno a un problema mucho más global y humano: la traición y la ingratitud, gente que, de un lado u otro, de un estrato y posición social diversas, de este país o aquel, está siempre dispuesta a enterrar el puñal en pro de sus mezquinos intereses, muerden la mano que los alimenta, y pagan el bien con el mal. Nada de maniqueísmo ni blanco y negro, sin embargo, en esta pieza coral. Muy por el contrario, el guión resulta bordado: una impecable edición interrelaciona los casos y los devuelve en una puesta en pantalla contundente, que actúa como un puño en la sensibilidad del espectador, lo impulsa a la reflexión y auto-revisión, y expone todo esto mediante una conjugación de sus recursos que no deja margen a la improvisación mínima, mientras ofrece desempeños que prosiguen la tradición actoral de la escuela germana, junto con actores del Este. Hans-Christian Schmid dirigió también otra película vista en la muestra: Después de las cinco en la selva (1995), sobre encontronazos intergeneracionales, mediante dos familias cuyos hijos se escapan a Munich. Un montaje paralelo ensarta situaciones resueltas con ingenio, que denuncian tanto la hipocresía de los ma yores como la Revolución y Cultura 62 desvalorización de los jóvenes, aunque deja claro que actitudes negativas o positivas se encuentran en cualquier grupo. El rostro más famoso del cine alemán, la juvenil Franka Potente (Corre, Lola, corre), encabeza un reparto de extraordinarias actuaciones. Menos fortuna corre Kroko (2003), de Sylke Enders, también encauzando desajustes sociales de jóvenes, mediante una joven dura, marginal, cuya conducta irresponsable la lleva a trabajar en un asilo de discapacitados. Premio de Plata en la entrega de los laureles alemanes de cine, y una candidatura al premio europeo al descubrimiento del año para su director, la obra exhibe excelentes momentos, un desempeño sobresaliente de la actriz protagónica, Franziska Jüenger, y una imagen realista de cierto sector de la juventud germana, pero no consigue una narración sostenida, sino plena de escollos e irregularidades. Esta Semana constituyó un fructífero acercamiento a las indudables luces del nuevo cine alemán, heredero incuestionable del aporte de los maestros Fassbinder, W inder y Schlondorf. 1 Esta cinta iba de première, pero los constantes cortes del fluido eléctrico por esos días afectaron esa función, de modo que actuó como cierre de la Semana. El mismo problema impidió que apreciáramos otra cinta que llegaba con muy buenas recomendaciones: En Julio (1999), del laureado Faith Akin (Frente al muro). LOS LUISÍADAS* Mario Coyula s curioso que los dos mayores literatos de España y Portugal hayan coexistido y también fuesen lisiados por heridas de guer ra: Cer vantes manco y Camôes tuer to. La obra cumbre de Luis Vaz de Camôes, Os Lusiadas, pinta en sus diez cantos la historia de Portugal y sus colonias en una onda que rezuma nostalgia con algo de pesimismo, esa saudade entreverada de hedonismo que tan buena música popular ha dado, incluyendo el bossa-nova, al otro lado del Atlántico. Parecería forzado extender ese componente de la cultura lusitana a un judío cubano como el arquitecto Luis Lápidus (1937-1995), pero después de haber compartido con él durante treinticinco años trabajos, proyectos, viajes, humores, confesiones, reflexiones, temores y hasta expectativas no siempre realizadas e incluso poco realistas, encuentro algo muy similar en su personal concepción del mundo. A diez años de su muerte, descubro en Lápidus una Weltanschauung –por cierto, ese término le divertía mucho, quizás por ser el yiddish tan cercano al alemán– que combinaba honestidad y renunciamiento, muchas veces probados con un espíritu de lucha teñido por esa actitud hemingwayana de enfrentar la pelea aún sabiendo que está perdida de antemano. Todo esto se mezclaba en él con los comprensibles resabios paranoicos que persiguen a los marcados por el Holocausto, grabados en la memoria genética por siglos de pogroms; y un humor fino y ácido, casi minimalista. Isabel Rigol y Pablo Jané, compiladores y presentadores del libro La Encrucijada del Tiempo (Fundación Luis Lápidus / Ediciones Plaza Vieja, 2005) sortean hábilmente el peligro de deshumanizar al antologado y convertirlo en un semidiós predestinado, y lo hacen con la misma elegante sencillez tan propia de Lápidus. El texto introductorio de Rigol aporta información importante sobre la vida y la obra de Lápidus y relaciona entre sí muchos de los conceptos principales del autor, mientras escapa a la nostalgia lacrimosa que a veces empaña la objetividad cuando se habla de personas muy cercanas y con una especial calidad humana, desaparecidas a destiempo. Esa discreción de estos dos amigos y compañeros suy os me recuerda una foto en que Luis, con su uno ochentiséis de estatura, aparece detrás de importantes personalidades cubanas y extranjeras del mundo de la conser vación de monumentos; siempre en segunda fila, siempre por encima, más cerca del sol. Este libro destila un amor tranquilo por la obra de nuestros antecesores, muy parecido al que mantuvo unida a la hermosa pareja que formaron en la vida Luis Lápidus y Myriam Radlow. La suave persistencia de ella, rosa y gris, ha sido decisiva para que el lector pueda ahora acceder a una parte de la sólida producción teórica de Lápidus. Los textos aquí recogidos se escribieron fundamentalmente en el último período de su vida, dedicado a la salvaguarda del patrimonio en el Centro Nacional de Conser vación, Restauración y Museología, CNCRM; pero también aparecen referencias a su desempeño anterior como diseñador. Ello cubre desde la arquitectura de edificios y el paisajismo hasta los interiores, la gráfica y la señalización, el 63 Revolución y Cultura diseño industrial y de exposiciones; y una actividad docente continua desde que los dos, casi recién graduados en la Colina, inauguramos la Ciudad Universitaria J osé Antonio Echeverría, CUJAE, en 1964. En varios ensayos escogidos, Lápidus desarrolla con soltura ideas pioneras sobre la ampliación del campo y de las épocas del patrimonio a preser var, y el papel de los centros históricos en relación con el resto de la ciudad, otras ciudades y el territorio. Fue precursor y promotor de la toma de conciencia sobre el valor de la arquitectura ecléctica como principal componente en la masa construida de las zonas centrales de las ciudades cubanas, un tema que fue ampliamente discutido en el histórico Coloquio sobre Eclecticismo y Tradición Popular en Las Tunas, 1986, que agrupó a los principales especialistas y figuras de la cultura cubana, que solo el prestigio de él y de Isabel Rigol podían convocar. El humor de Lápidus siempre funcionaba con el under statement. Hay una foto de aquel evento en que una conocida profesora, muy anciana y corta de estatura, pero muy vital, aparece abrazándolo tiernamente. En un aparte, le digo, ¿Luis, qué está pasando aquí? , y me responde, Nada, parece que no se da cuenta de la diferencia de estatura… Allí mismo, en Las Tunas, Lápidus dejó una joyita, la refuncionalización de la casa natal de ese contradictorio héroe local, el Mayor General Vicente García, donde combina delicadamente la conser vación con inter venciones contemporáneas, demostrando que para conservar hay que ser también capaz de crear, siempre que un ego desmedido de autor no se imponga sobre la materia y el espíritu que se heredan del pasado, y el capricho injustificado no desvirtúe la autenticidad del monumento. Luis Lápidus también destacó los valores del patrimonio de la arquitectura del Movimiento Moderno en Cuba al convocar el Coloquio sobre Richard Neutra y su Estela, celebrado en el CNCRM en 1992, anticipándose así a la creación del DoCoMoMo-Cuba. Consecuentemente con su historial de buen diseñador, su campo de intereses se extendió a la vanguardia arquitectónica mundial, resultando en la Conferencia Inter nacional sobre Arquitectura El Proyecto Habana. Ar quitectura Otra Vez, auspiciada por el MAK de Viena, comenzando el año 1995, donde participaron arquitectos de la ultravanguardia deconstructivista mundial. Por cierto, la presentación de esos proyectos y del libro homónimo en el propio CNCRM, ya después de la muerte de Luis, dejó un cierto desencanto en los que esperábamos un debate encarnizado sobre proposiciones iconoclastas que eran hermosamente muy provocadoras. Quizás la falta de hábito para la crítica pueda explicar esa pasividad, y muchos prefirieron callar sus opiniones, si es que las tenían. En estos ensayos Lápidus hace un recuento de las etapas y tendencias en la conser vación de monumentos en Cuba, y también ofrece un panorama de la situación mundial a fines del siglo XX, y en especial en América Latina y el Caribe, apoyándose en sus vivencias y en su participación en el Comité Internacional del Consejo Internacional de Monumentos y Sitios, ICOMOS . También toca un tema candente, la relación amor-odio entre patrimonio y turismo, donde a menudo se corre el peligro de matar a la gallina de los huevos de oro; y redescubre los valores de los pequeños pueblos cubanos, de la arquitectura de madera, y de los bateyes de los ingenios, esos cientos de poblados que eran Revolución y Cultura 64 verdaderos focos de cultura urbana en medio del campo, ahora en peligro de extinción junto a sus valiosas locomotoras de vapor. Lápidus también incursionó desde muy temprano en el tema de la identidad del patrimonio arquitectónico, tan dogmatizado por los que no comprenden que la cubanía no es más que un proceso continuo de mestizaje y asimilaciones bien digeridas, decantadas por el tiempo y pulidas por el uso. Sin embargo, la globalización homogeneizadora de esta época, marcada por la informática y la transnacionalización de las economías mundiales, marcha a una velocidad muy distinta y se combina, en el caso nuestro, con una rara mezcla de estancamiento aparente junto con desgarramientos, trasplantes traumáticos, confusión de valores y falsos modelos de éxito. Ello violenta los plazos que requiere una sedimentación a través del viejo método de pr ueba y er ror, y desv aloriza a los v alores tradicionales. Quizás ahora, más que nunca, se necesitan mentes lúcidas y equilibradas como la de Luis que tomen distancia sin perder el contacto con la realidad. Es curioso que los que usaron ese término para pisotear y dispersar a Los Luisíadas cubanos, acusados de culturosos en la década fatídica de los setentas –y literalmente obligados a poner los pies en la tierra, es decir, en el fango– hayan terminado por cortar completamente su relación con una realidad que ya no comprenden y de la que hace mucho tiempo no forman parte, reiterando errores que hace tiempo ya fueron puestos en evidencia. La selección de textos termina con los apuntes para una ponencia en el II Seminario Internacional de Enseñanza de la Arquitectura, dictados a Myriam y truncados por la muerte, esa puerta oscura que se ha tragado a otras figuras importantes de la arquitectura cubana post-59 como Joaquín Rallo, Walter Betancourt, Fernando Salinas, Tonino Quintana, Elmer López, Sergio Baroni o Rodolfo Fofi Fernández. En esas ideas, sin desar rollar, Lápidus esbozaba criterios sobre temas como el prestigio y la dignidad, la creatividad y la imaginación. Queda mucho por hacer, así comenzaba el último párrafo inconcluso. Él no pudo, pero otros quizás podrán. Adiós, Luis; o más bien, hasta pronto. Julio 2005 DE MARIO COYULA 13 DE ABRIL DE 1995, COMO DESLÁPIDUS EN EL CEMENTERIO MACABEO DE LEÍDO EL PEDIDA, EN EL ENTIERRO DE LUIS G UANABACOA. TEXTO IMPERFECTO PARA UNA LÁPID A IMPROBABLE A la sombra de esa torre desplomada que es tu cuerpo roto vengo y digo ¿qué mano anquilosada podrá ensayar ahora sobre un cristal de roca el filo cartesiano con que intenté podar lo innecesario? ¿Cómo pensar en devolver elogios cruzados mutuamente sin incluir el brillo que tomé prestado y reconocer la deuda sin desafiar tu agridulce humor hebreo? ¿Qué vista ya nublada conseguirá apreciar y resentir a un tiempo ese intercambio absurdo de amarillos y el mostaza ambivalente de una camisa comprada en Sri Lanka? Abril es ciertamente el mes más cruel tiempo de estigmas y herpes florecidos precarias devociones viento del Sur que enciende la locura ¿qué arquitecto será capaz entonces de esbozar esa lápida improbable qué crítico armará la trampa académica de una biografía sin dejarte fuera? ¿Cómo ensamblar recuerdos convividos cruzando por un mundo que termina para aceptar la explosión de este silencio terco y despedirte entero? *Luis Lápidus. La encrucijada del Tiempo , Colombia: Ediciones Plaza Vieja, Colección Memoria Viva, Fundación Luis Lápidus, 2005 UN ARTISTA POEMA BAJO EL SIGNO DEL TAMBOR Estela Hernández egún evidencias arqueológicas, el uso de los tambores se remonta a más de seis mil años antes de nuestra era. En Babilonia aparecieron pero con tres mil años de diferencia; y así, de Asia occidental se desplazan hacia Egipto, desde donde se trasladaron por toda Europa y África. En éste último continente los tambores representan poderes místicos. Estos instrumentos han representado allí un papel fundamental en ritos y danzas. También en la guer ra. Cuando se habla de percusión se debe pensar en el desarrollo de los pueblos, de sus tradiciones y su gran alianza con la naturaleza, de la cual obtenían objetos sobre todo de madera, siendo los africanos verdaderos maestros en su tallado. Así nacieron los primeros tambores africanos, preparados con madera de selección y tensados con cuero de chivo o cabra africana. Esa obra se llevó a otros continentes y actualmente el hacer música con tambores no sólo es propio de África. En este continente, sin embargo, desde tiempos antiguos el instrumento principal de percusión es el Djembe, que era tocado tradicionalmente por los griots. Quizá Eduardo Córdova, nacido en La Habana en 1963, sea un descendiente de esos griots que un día decidieron confeccionar sus propios instrumentos. Este joven artista, Obras del artista Eduardo Córdova 65 Revolución y Cultura graduado de la Escuela de Ar te, ya muestra un gran aval, donde se junta la talla en madera y la percusión. A mi pregunta sobre cómo se le ocurrió fusionar estas disciplinas, me responde: «Tenía la idea en mi mente, era mi ilusión hacer mis propios instrumentos, pues el sonido de mi tambor no me dejaba del todo satisfecho. Mi objetivo era crear un tambor que desde el mismo lugar pudiera tocarlo todo. De tocar los siete sonidos. El Batá, y la tumbadora, entre otros.» El joven percusionista comenzó así su aventura en troncos de cedro, herrajes y cueros, que con su idea y talento dieron forma a ese mundo de sonoridades y sueños que brindan una espectacular interpretación de la música y la artesanía. Pero, cuál fue su primera pieza: «La hice cuando comencé en la Banda del Estado Mayor. Tenía dieciocho años, allí cumplía el Servicio General Activo, lugar donde además impartí clases y me gradué como profesor de música. En mis ratos libres comencé a trabajar la madera y ese día por curiosidad y desconocimiento de la técnica para este trabajo, la madera se fue perforando dando origen a un rostro, que quedó más realizado luego del perfeccionamiento en la talla. Entonces tuve la idea de confeccionar tambores en forma de rostros africanos. A esta mi primera pieza le agregué caracoles y quedó como un Eleguá, así decían mis compañeros.» A partir de ese momento cuenta que se inspiró en la realización de un tambor de siete sonidos. Un instrumento que uniera a los tambores Batá (el Oconcolo, Itotele e Iya). De un solo tronco salen las piezas, dos tumbadoras, un bombo, una caja y un bongó convertidas en rostros, labor manual que lo convierte en artista único. Esta unión que resume en uno a los Batá es a lo que Córdova le llama las Siete Bocas. De esta manera, con una imagen y una sonoridad particular, es que irrumpe en el ámbito artístico. Sus manos de percusionista son tan ágiles como en la talla de tumbadoras, chekerés, y otros instrumentos de su propia inspiración que marcan los tambores folclóricos afrocubanos con un aire renovador contemporáneo. Luego de concluido el SMG, el joven artista continuó como profesor en la escuela Paulita Concepción, en El Cerro, llevando así su obra a los más pequeños, labor que ha continuado con el taller que imparte en la UNEAC. Referente a ello expresó: «Allí comencé el proyecto con música popular que fue presentado con gran éxito en premieres de PERCUBA y de la Fiesta del Tambor, donde resultaron ganadores dos de mis alumnos: Juliet Abreu y Guiller mo del Toro.» La obra de Córdova hizo su incursión por la Feria Internacional de Ar tesanía (FIART), donde obtuvo su primer premio con «Tambor Cepo», en el que detalla a un hombre africano oculto en el monte, una denuncia de la crueldad de la esclavitud. Desde entonces, realiza un trabajo mucho más serio en sus piezas, las cuales también se han podido apreciar en otras naciones. En Chile creó un taller con un grupo de niños con problemas sociales y de conducta, el cual culminó en un amplio pro yecto comunitario que, gracias a su asesoramiento, todavía continúa en ese país. Festivales, ferias, exposiciones y otras actividades nacionales e internacionales, han dado su reconocimiento al artista, que siempre ha salido airoso al mostrar su estilo y su capacidad, Revolución y Cultura 66 al medirse con artistas de primera línea en lo que respecta a la percusión. Recientemente viajó a Barcelona para participar en el Forum Barcelona 2004. Allí lideró el Taller de Instr umentos de Percusión Cubana. En ese lugar, Córdova demostró su destreza como artesano en directo, e hizo evidente la riqueza y la diversidad cultural de la artesanía en Cuba. Mucho significó para él dicha estancia en Barcelona, fue como viajar por el mundo y conocer diferentes formas de expresión en la percusión; pudo tocar, además, junto a músicos guineanos del Circus Baobab, o junto a intérpretes de los tambores hindúes o del cajón de los flamencos de La Mina. No hablaban el mismo idioma, pero se entendían por medio de la melodía en la que intervenían como juegos de preguntas y respuestas, formando un verdadero espectáculo. El artista, por otra parte, creó desde 1999 su propio grupo musical, Obbara, cuyo pequeño formato favorece una atmósfera de fuerte ritualidad y sentido ceremonial. Su nombre emana de signo yorubá Oddún, en el que predomina Changó. La música y cantos del grupo Obbara son una aproximación al universo afrocubano a partir de elementos contemporáneos. Eduardo Córdova cuenta que ahora su nuevo proyecto es crear la Casa del Tambor, donde se impartirían talleres para adultos y niños. Esta idea pudiera expresar más abiertamente su obra, pues tendrían acceso a ella cubanos y extranjeros, quienes apreciarían demostraciones en vivo tanto de la percusión como de la confección de los instrumentos. En fin, que este gran artesano y percusionista, se hace merecedor del calificativo de «un artista bajo el signo del tambor». El Programa Memoria del Mundo de la UNESCO, que en lo adelante tendrá ciento veinte obras y colecciones, fue creado para preser var el patrimonio documental, por considerarlo una auténtica memoria del mundo y espejo de la diversidad de lenguas, pueblos y culturas de nuestro planeta. (F UENTE: PL) La Perla del Sur, Patrimonio de la Humanidad Documentos martianos registrados por la UNESCO Un informe de la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), dio a conocer que su director general, Koichiro Matsuura, aprobó, a propuesta de su Comité de Consejeros, la incorporación en el registro Memoria del Mundo de veintinueve obras y colecciones documentales provenientes de veinticuatro países, entre ellas más de dos mil documentos del más universal de los cubanos, José Martí. La colección de Cuba, que se conserva en el Centro de Estudios Martianos de La Habana, está compuesta de dos mil cuatrocientos treinta y cinco documentos literarios, periodísticos, políticos y personales relacionados con la vida y obra del héroe de la Isla. Según los detalles, la colección posee mil ochocientos veintiún manuscritos de puño y letra de Martí y cuatrocientos quince documentos relativos a su persona, así como su correspondencia, en especial la mantenida con su familia. Entre otras de las reliquias incorporadas a la Memoria del Mundo figuran una inscripción fenicia de tres mil años que se encuentra en el Líbano, manuscritos medievales sobre medicina y farmacia en Azerbaijan, así como dibujos de arquitectura gótica de Austria y un codex albanés del siglo VI. Por primera vez se incluyeron colecciones de Albania, Azerbaijan, Colombia, Cuba, Italia, Líbano, Namibia, Portugal, Suecia, Ucrania, Gran Bretaña y Estados Unidos. El centro histórico de Cienfuegos fue proclamado Patrimonio Mundial de la Humanidad. Y grande debió ser la alegría de la doctora Mar ta Arjona, presidenta del Consejo Nacional de Patrimonio Cultural del Ministerio de Cultura, ponente de los argumentos sustentados por la parte cubana, los cuales merecieron, luego de un exhaustivo análisis, el aval para integrar la exclusiva lista de sitios patrimoniales del mundo. Fundada en 1819 por colonos franceses, Cienfuegos se convirtió pronto en un centro comercial de productos agrícolas y en uno de los más importantes puertos de la costa sur cubana. Su arquitectura, de estilo neoclásico en un principio, derivó hacia formas eclécticas, sin que por ello el paisaje urbano perdiera nunca su armonía. Junto a la llamada Perla del Sur, otros dieciséis nuevos sitios engrosaron la lista del Patrimonio Mundial, entre ellos las oficinas salitreras de Humberstone y Santa Laura, en Chile; el centro histórico de la ciudad r usa de Yaroslav, la célebre ciudad italiana de Siracusa y el barrio del puente viejo en el centro de la localidad bosnia de Mostar. (F UENTE: GRANMA D IGITAL) Arte cubano en Mónaco El arte de nueve artistas cubanos logró un impacto favorable entre expertos y conocedores gracias a una importante muestra en el Principado de Mónaco, a la que asistió el Príncipe Alberto II, en uno de los primeros actos culturales en los que participó luego de su investidura como jefe del pequeño Estado europeo. Roberto Fabelo, Arturo Montoto, Moisés Finalé, Agustín Bejarano, Roberto Diago, Rigoberto Mena, Ernesto Estévez, Lester Campa, y Alexis Leyva (Kcho) fueron los artistas reunidos en esta exposición que comprendía cerca de un centenar de obras. La mayoría de los creadores estuvo presente en la apertura, junto a Rafael Acosta de Arriba, presidente del Consejo Nacional de las Ar tes Plásticas de Cuba. La muestra, de un significativo carácter de apertura comercial, se destacó por grandes espacios personalizados con abundantes piezas de cada artista. Fabelo abre una ruta que cierra Kcho. Durante el paso por la sala sobresalían la amplitud lograda por Bejarano y Finalé, la fuerza de la obra de Diago y la excelente atmósfera alcanzada por Montoto. La exposición abrió además puertas a la abstracción de Mena y a los paisajistas Ernesto Estévez y Lester Campa. La apertura fue destacada por el diario Mónaco Matin y apenas dos días después ya había propiciado el intercambio de la delegación cubana con importantes personalidades, galeristas y coleccionistas y el surgimiento de ideas para dos significativos proyectos: una galería para la promoción permanente del arte cubano en Mónaco y un Museo de Ar te Contemporáneo Cubano en Austria. (FUENTE: G RANMA DIGITAL) Nueve artístas cubanos integraron la muestra realizada en el Principado de Mónaco. 67 Revolución y Cultura De fiesta los niños en el cine cubano El cine cubano abre sus puertas a los niños, no solo como público que asiste a las exhibiciones, sino como protagonistas de las historias en pantalla. Así lo demostró hace unas semanas, y en el Festival de Cannes, el realizador Juan Carlos Cremata con su largometraje ¡Viva Cuba!, laureado por un jurado de niños y niñas en ese importante evento. Y sobre todo, aclamado por el mejor de los públicos: los niños cubanos. Ahora, otro joven director, Pavel Giroud presenta su pro yecto La edad de la peseta, que próximamente comenzará a rodar en la capital cubana, coproducido por el ICAIC y Mediapro, de España, así como por la empresa v enezolana Alter Producciones. En esta nueva producción actuará la célebre actriz española Mercedes Sampietro, quien ha incursionado también por otras cinematografías de Latinoamérica, recordémosla junto a Federico Luppi en Lugar es comunes, obra hermosa del cine argentino. Como protagonista de la historia aparece un adolescente cubano, Iván Alberto Carreira, quien medirá sus fuerzas con actores reconocidos. (FUENTE: T RABAJADORES DIGITAL ) Bailando Cha Cha Cha en familia La más reciente coproducción cubanoespañola, Bailando Cha Cha Cha, dirigida por Manuel Herrera ( Zafiros locura azul y Capablanca), toma el cubanísimo baile popular , creado por Enrique Jorrín a comienzos de la década del cincuenta, década en la que se desarrolla el filme, como telón de fondo de un melodrama que constantemente nos hace pensar que estamos más cerca de una telenovela compactada que de un guión cinematográfico. Al respecto su director declaró que sí, que no se le puede tener miedo al melodrama, lo que hay es que saber explotarlo bien, de manera que encierre un mensaje positiv o capaz de trascender. La trama puede parecer inverosímil... pero, ¿quién no conoce historias familiares inverosímiles? El guión se le ocurrió a su hijo Inti, fue trabajado en conjunto con Alejandro Brugues. Su esencia pude resumirse en una clásica ironía trágica: el jefe de Revolución y Cultura 68 familia, jefa en este caso, Mercedes, encarnada por la experimentada Eslinda Núñez, lucha a brazo partido para mantener la unidad de su familia sustentada en el supuesto éxito del padre de sus hijos, Ramiro (Vladimir Villar), un pelotero que marchó a los Estados Unidos a triunfar. Uno de los hijos, Sebastián (Teherán Aguilar), es un militar graduado quien acaba como censor en una importante revista de la época, y se siente seguro de sí mismo y confía en la situación política del país. El otro, Javier (Sandi Marquetti), es un flautista que solo está seguro de una cosa: para triunfar tiene que irse a probar fortuna al exterior, pues la música no es más que parte de un burdo comercio que no da ni para vivir. Ambos están dispuestos a abrirse camino ante la vida, a dentelladas si es preciso, pero con puntos de vista bien distintos. En cuanto a la hija, Alicia, (encarnada por la actriz canaria Goya Toledo, a quien bien recordamos de Amores perros), es la más afectada por la fantasía que ha urdido la madre para mantener la unidad de la familia. Esta muchacha, sencilla, ingenua, resulta incapaz de abrir los ojos y ver quién es realmente su novio. Este es el cuadro familiar enmarcado por el baile de la época, con las correspondientes actualizaciones musicales y coreográficas. El rol de la música no resulta casual ni un elemento más en el filme, pues en la vida real Manuel Herrera procede de una familia musical (no de músicos). Por ello, no falta un recuerdohomenaje al inmortal Bola de Nieve. Y en cuanto a la realidad histórica y política, no es un elemento dominante; en ocasiones, incluso aparece modificada cronológicamente. Asimismo, el guión se atreve por otros rumbos: el derecho de ser diferente y cómo este hecho era entonces un estigma imperdonable para el afectado. Desde el punto de vista técnico, sin embargo, sus realizadores sienten una gran insatisfacción. Su director de fotografía, el reconocido Raúl Reyes, se lamenta de dos aspectos fundamentales: primero, el material fotográfico que iba a ser utilizado, una novedosa película virgen de textura especial, se veló, y por tanto, se perdió esta oportunidad. Segundo: la falta de efectos digitales, que impidieron realizar algunas tomas y efectos que mucho hubieran aportado. Manuel Herrera lo apoya, al plantear que ya es hora de que se entienda que en el cine actual los efectos especiales constituyen una parte esencial, que bien utilizados ayudan a una mejor realización de la obra. No obstante estos inconvenientes técnicos (y de la verosimilitud del guión), sin duda Bailando… es algo que refresca nuestras pantallas. Aunque, claro, se podía esperar mucho más. Premio Nacional de la Crítica 2004 Oficialmente fue anunciado el Premio Nacional de la Crítica 2004 otorgado a los diez mejores libros publicados por editoriales cubanas a autores vivos residentes en el país para así estimular el trabajo del escritor y de las casas editoras nacionales. Desde hace veintidós años se viene realizando esta iniciativa que busca promover lo mejor de nuestra literatura. Este importante galardón es convocado anualmente por el Instituto Cubano del Libro y en esta ocasión el jurado estuvo integrado por Ana Cairo, su presidenta, y como miembros Margarita Mateo Palmer, Alberto Garrandés, Roberto Manzano, Basilia Papastamatiú, Pedro Llanes Delgado, Osvaldo Cano, Enrique Pérez Díaz y Leyla Leyva. Los ganadores de este significativo reconocimiento fueron Otra visión de la música popular cubana, ensa yo de Leonardo Acosta (Letras Cubanas); Viudas de sangre, novela de Daniel Chavarría y El bello habano, ensayo de Reynaldo González (ambos títulos también de Letras Cubanas); Vida y obra del Apóstol J osé Martí, estudio biográfico de Cintio Vitier (Centro de Estudios Martianos). También fueron premiados El maquinista de Auschwitz, poesía de Víctor Fowler (Unión); Esta tarde llegando la noche, poesía de Luis Lorente (Casa de las Américas); Cerval, libro de poemas de Carlos Augusto Alfonso (Letras Cubanas); Parques, poesía de Jesús David Curbelo (Capiro); Mujeres en la cer vecera, volumen de cuentos de María Liliana Velorio y Las muchachas de La Habana no tie-nen temor a Dios, ensayo de Luisa Campuzano (estos dos últimos libros de Unión). Un adiós a Noel Nicola A los cincuenta y ocho años de edad, este destacado compositor e intérprete de la Nueva Trova cubana, nos dijo adiós. Nacido en La Habana el 7 de octubre de 1946, Nicola provenía de una familia de músicos y compuso sus primeras canciones a los trece años. Su primer recital en público tuvo como escenario la Casa de las Américas, junto a Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, en 1968. Un año más tarde integró el Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC, ampliando su formación musical en los talleres impar tidos por Leo Brower, Federico Smith y Juan Elósegui. Fundador, primer presidente y uno de los máximos exponentes de la Nueva Trova, el catálogo de Nicola recoge más de trescientos cincuenta títulos musicales. Compuso canciones, música infantil, para cine, teatro, televisión y orquestaciones, y musicalizó poemas. Entre sus temas más conocidos se encuentran «Por la vida juntos», «Para una imaginaria María del Carmen», «Comienzo el día», «Son oscuro» y «Es más, te perdono». Su obra ha sido incluida en numerosas antologías y monografías. Representó a Cuba en importantes escenarios internacionales y realizó giras artísticas por más de treinta países de Europa, América y África. Obtuvo diversos premios y distinciones durante su vida artística y la Orden Félix Varela de Primer Grado, que otorga el Consejo de Estado de la República de Cuba. (F UENTE: G RANMA DIGITAL) Ibrahim Ferrer: Boleros en la eternidad Ni una sola señal, ni siquiera un leve indicio, hizo suponer a los espectadores que abarrotaron la última semana de julio el Palau de la Música de Barcelona, que estaban despidiéndose de Ibrahim Fer rer. Allí, en la inauguración del Festival Más i Más, cantó lo que siempre quiso cantar : boleros. Llevaba algo más de un mes por varios países de Europa occidental –en el circuito de los festivales de jazz de la temporada estival, cada vez más abiertos a las llamadas músicas del mundo– en campaña de promoción de lo que sería su próximo disco, Mi sueño, a bolero songbook, que en buen español no es más que repasar un cancionero, de esos que se pasan de mano en mano, con los temas preferidos de los autores del corazón. El sueño quedó tr unco. Al regresar el miércoles pasado a La Habana, Ibrahim ya no era aquel recio roble, de mediana estatura y sonrisa irreductible, que se elevó desde la modestia hasta el cielo. Una severa disfunción digestiva alteró de manera irreversible su organismo y le causó la muerte. Una muerte súbita, realmente inesperada. «Espero que el disco salga, pues en lo fundamental ya estaba hecho –comentó Daniel Floristano, un brasileño que desde hace nueve años se desempeñaba como director de gira de Ferrer. Estaba muy ilusionado. Por primera vez cantaba lo que verdaderamente le venía en ganas, las canciones que se sabía de memoria desde tiempos remotos. Porque para él había llegado el momento de romper lanzas por el bolero, como género, en territorios ajenos a la región iberoamericana.» En plena gira, el maestro dijo que seguiría cantando mientras alentara la vida, aunque tuviera que apoyarse en un bastón, tanto era su compromiso con el arte. Pero aún más lo era con su condición de cubano universal. En silencio, sin alardes publicitarios, entregó fondos a las instituciones culturales de la Isla para el sistema de enseñanza artística. Creía y sentía por los suyos. P or su esposa Caridad, por los nueve hijos que vio crecer, por sus compañeros de oficio –en más de una ocasión le oí decir que Pacho Alonso y Enriquito Bonne merecían un libro para que saliera a flote la nueva rama santiaguera de los sones del siglo XX– y por la Patria. Un cartel en las afueras de La Habana recuerda su respuesta tranquila y segura a la negativa de visas del Gobierno de Estados Unidos que le impidió estar en la ceremonia de los Grammys Latinos donde se hizo sentir su disco Buenos her manos: «¿Terrorista yo?» «Mírenme la cara a ver si ésta tiene algo de terrorista, porque yo lo único que hago y he hecho es llevar al mundo nuestra cultura». (F UENTE: GRANMA DIGITAL) Cantar de amores Consagrado a Puerto Rico, el XIX Festival Internacional Boleros de Oro brindó un programa en el cual confluyeron temas de Cuba y del hermano pueblo boricua, en la infinitud de líneas, vertientes y estilos que abarcan la bolerística clásica y contemporánea, a cargo de invitados de once países que ahondaron en los códigos inherentes a este modo de imbricar el sentimiento a la música. ¿Quién fue primero: el huevo o la gallina?... Esta interrogante, extrapolada a la génesis del bolero quedó inmersa en los puntos suspensivos habituales en cada escenario, pues mexicanos y cubanos mostraban en su arte elementos históricos y estéticos que apuntaban hacia ambos lados de la brújula. La fusión constituyó uno de los recursos empleados por numerosos intérpretes, desde leyendas como Omara Portuondo, Danny Rivera y Andy Montañez, hasta voces que recién irrumpen en los escenarios y se estrenan en la lucha por alcanzar lugares cimeros. Esta edición quedó marcada de tal forma por la gala inaugural que opacó los fulgores de otros momentos relevantes. Aquella puesta tan coherente no resiste comparación con el resto del evento. Danny Riv era incursionó en títulos emblemáticos de la bolerística cubana y puertorriqueña, en una constante de buen hacer, no solo por su técnica vocal y su gestualidad sino también con el baile, como un toque de alegría. Contribuyó a su realce el formidable grupo que habitualmente lo acompaña. Espoleados por tal excepcionalidad, sus invitados también denotaron su profesionalidad y talento, como Omara Portuondo en temas tan espectaculares como Veinte años, de María Teresa Vera. Posteriormente, ella asumió la voz prima en el dúo ocasional con Danny en Madrigal, enaltecido por el pianismo del maestro Frank Fernández. También el Kar l Marx recibió la esperada presencia de Andy Montañez y su pianista, en un espectáculo diferente al anterior, pues el destacado ar tista boricua brindó temas soneados con ribetes de salsa. Andy también tuvo entre sus invitados a Omara, con quien realizó dúos fabulosos. En otros momentos ambos cantaron en solitario y ella se unió en un trío sorpresivo a dos jóvenes cantantes: Haila y Vania. (A.O.) Foto: Héctor Delgado El maestro Frank Fernández, Omara Portuondo y Danny Rivera en el espectacular Veinte años, de María Teresa Vera. 69 Revolución y Cultura i el verano ni los ciclones interrumpieron la actividad en Revolución y Cultura. Con atrasos que no vamos a justificar aquí, el pasado 14 de junio se presentó el primer número correspondiente a 2005. En él rendimos un pequeño homenaje a nuestro colega Jaime Sar usky, quien mereció el Premio Nacional de Literatura 2004, y saldábamos con un extenso dossier una deuda de gratitud con Matanzas, esa provincia de tan medular importancia en el devenir de la cultura cubana. Destacaba en dicha edición, además, el inicio de una serie de artículos que continuará durante todo el año, dedicada al aniversario cuatrocientos del Quijote , la inmortal creación de Cer vantes. Poco después, el 7 de julio, inauguramos en Espacio Abierto la muestra El mundo según yo, del reconocido artista de la gráfica Frémez. Esa tarde Lisandro Otero hizo un recuento de la trayectoria de su Arriba, Lentes-sangre; abajo, Canción americana, obras de Frémez Revolución y Cultura 70 gran amigo, como lo calificó, desde los años de la revista Cuba, las colaboraciones en La Gaceta, el compromiso que asumieron ambos con RC, a la que consideraban una revista «para andar en casa» y que resultó mucho más que eso. Elogió la importancia de Frémez en el desarrollo del cartel político cubano y en su difusión por el mundo. Frémez, quien dedicó la exposición a sus amigos, hizo mención de su larga relación con Revolución y Cultura , que se remonta a épocas anteriores a la aludida por Lisandro, y de lo feliz que se sentía con este reencuentro, al punto que podían considerarlo colaborador «por siempre jamás». Una conferencia no nos faltó. Aun cuando habían concluido los ciclos concebidos para los meses anteriores, invitada por la dirección de Revolución y Cultura, el 20 de julio la académica norteamericana Marilyn Miller nos ofreció un recorrido histórico, político y crítico por los caminos insulares, caribeños y estadounidenses de la guayabera, desde la perspectiva de los estudios culturales. Más recientemente, el pasado 6 de septiembre, la doctora Graziella Pogolotti tuvo a su cargo la presentación del segundo número de nuestra publicación. La destacada intelectual resaltó cómo la organización interna de este número ofrecía al lector claves sobre la cultura cubana, en particular a esa relación entre el afuera y el adentro . Y vamos a citar un extracto de las ideas al respecto que vertió en relación con el dossier dedicado a la familia Santa Cruz-Montalvo. Según Pogolotti, en esos artículos se puede apreciar desde cómo la condesa de Merlin –aunque escrita en otra lengua, su obra testimonial pertenece a la cultura cubana– incluyó pasajes autobiográficos en su trazado de la vida de Malibrán; hasta, según los textos escritos por Lohania Ar uca y Carlos Venegas, cómo esta familia formaba parte de un grupo habanero poseedor de un conocimiento y un dominio de los asuntos de Europa, superior al de muchos europeos, lo cual le permitía vincularse e influir en la política metropolitana. Es por este camino que se abre paso la ilustración en Cuba, uno de cuyos ejemplos es la Real Comisión de Guantánamo, ideada y dirigida, precisamente, por el conde de Santa Cruz y Mopox, padre de la condesa de Merlin. Los bienes de dicha familia contribuyeron a la construcción del extraordinario convento de Santa Clara. De ello, y de la vida cotidiana en ese recinto, trata el artículo de Lyding Rodríguez; y la referencia a este asunto lleva nuevamente a la condesa y a su «sensacional» escapatoria narrada en Mis primeros doce años. Y en medio de esta suer te de novela religiosa y de aventuras, que muy bien refleja esa relación entre el adentro y el afuera, concluyó Pogolotti, se expresa la trascendencia de nuestra patria mucho más allá de sus límites geográficos. Por último, no queríamos dejar de mencionar las importantes donaciones de revistas de las últimas décadas que ha recibido en este período nuestra hemeroteca, las cuales podrán ser consultadas próximamente por los interesados, de lunes a viernes, en horario laborable.