Una nueva legislación que autoriza el suicidio asistido La prensa ha

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Una nueva legislación que autoriza el suicidio asistido
La prensa ha informado recientemente que en el estado de Washington de los EE.UU., de
acuerdo a una nueva ley estatal aprobada por amplia mayoría en Noviembre de 2008, los
pacientes terminales podrán pedir a sus médicos que les receten medicamentos letales para
poder proceder a quitarse voluntariamente la vida. Se suma así este estado al de Oregon,
donde desde 1997 existe una ley que permite el suicidio asistido (Death with Dignity Act). Se
ha generado ahora una amplia discusión en EE.UU., con opiniones a favor o en contra, por las
implicancias de la ley y por la probabilidad de que este tipo de cambios legales ocurra en más
estados en un futuro próximo.
Para formarse una opinión objetiva sobre el tema es necesario conocer las disposiciones
legales que fueron aprobadas, las cuales permiten la prescripción de estos medicamentos, pero
también la limitan y la regulan. En primer lugar no se autoriza que los médicos administren
fármacos que produzcan directamente la muerte del enfermo, ellos los tienen que ingerir por
si mismo. Esto diferencia el suicidio asistido y la eutanasia, que no se autoriza en esta ley. Los
enfermos que soliciten recetas de fármacos letales deben ser residentes del estado de
Washington, tener más de 18 años y tener plena capacidad o competencia para decidir. La
petición del enfermo debe formularse en forma oral, petición que debe repetirse quince días
después. También debe escribirse una solicitud formal ante dos testigos, de los cuales al
menos uno no debe ser familiar, heredero ni médico tratante. Y además dos médicos deben
certificar que el enfermo tiene una enfermedad terminal con pronóstico de sobrevida inferior a
seis meses.
El fundamento de esta disposición legal es el reconocimiento del derecho de las personas a
gestionar, no sólo su vida sino también su muerte, sobre la base del respeto a su autonomía.
Por lo mismo se busca asegurar que la decisión sea personal y libre de presiones. Se mantiene
la prohibición legal de atentar contra la vida de las personas.
La autonomía o libertad de autodeterminación es siempre una elección entre varias opciones,
pero no es una libertad absoluta. Siendo la persona humana esencialmente relacional tiene, en
el ejercicio de su libertad personal, los límites dados por el grupo familiar, social y la cultura
en que vive. En otras palabras, la autonomía de uno limita con la autonomía de los que lo
rodean.
Por otra parte, cuando una sociedad aprueba por amplia mayoría este tipo de legislación está
declarando que el valor del principio de autodeterminación es de tanta relevancia que ha
pasado a constituir un derecho que el médico debe respetar. Para el médico, consciente de la
inevitable asimetría de autonomías entre la propia y la del enfermo, resultan de tremenda
importancia los resguardos que la ley establece para asegurar que se pondere tanto la
beneficencia como la no-maleficencia. La primera en cuanto pretende asegurar que la
decisión del suicidio sea fruto de una elección auténtica y consistente: que tenga plena
capacidad y que lo reitere en quince dìas. La segunda en cuanto exige que no haya ningún tipo
de violencia de la voluntad: dos testigos y la mayor certeza médica posible expresada por la
confirmación diagnóstica de dos médicos diferentes.
Las dudas de la legitimidad moral de esta ley, surgen evidentemente desde diversas miradas,
sociales y culturales, de las que mencionaremos tres:
1. Para muchos creyentes el valor y la dignidad de la vida humana es entendida como un
don, o al menos como una vida interdependiente con otros, por lo que no se puede
justificar que se permita disponer libremente de ella.
2. La enfermedad terminal constituye la etapa final de la vida de una persona y se
considera como un período propicio para realizar un balance, encontrar sentido y
significado a su propia vida, expresar su voluntad, reconciliarse consigo mismo, con
su fe y con los demás. Consecuentemente la muerte digna o muerte en paz no puede
ser entendida como la eliminación de la vida, sino como un final sin dolor, sin
sufrimiento, dentro de lo posible conciente, y acompañado por las personas que les
son más queridas al enfermo.
3. Cuando una sociedad no ha resuelto de manera importante las asimetrías
educacionales y de acceso al cuidado sanitario, cabe la duda de la auténtica validez de
una solicitud de suicidio, ya sea por falta de atención médica, o de redes de apoyo
familiar y social. La valoración de mala calidad de vida en situación de desamparo
puede ser debida a estos factores y no a una elección enteramente libre.
Si los médicos y los otros profesionales de la salud quieren cumplir con uno de los fines de la
medicina, cual es favorecer la muerte en paz deben hacerlo contribuyendo a lograr que en el
final de la vida, sus enfermos no sólo tengan acceso a todo el apoyo clínico que requieran
sino también a que ello no ocurra en situación de abandono. Si esto se logra, aunque algunas
leyes lo permitan en situaciones calificadas, las solicitudes de prescripción de fármacos para
el suicidio serán muy excepcionales.
Finalmente cabe recordar que este tipo de leyes permite pero no obliga a los médicos a asistir
el suicido de un enfermo o a practicar la eutanasia a petición suya. La objeción de conciencia
del profesional siempre es válida y así lo reconocen las leyes que regulan la eutanasia o el
suicidio asistido en algunos países europeos y en estos dos estados norteamericanos
respectivamente.
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