XI JORGE ISAACS (1) (REMINISCENCIAS) Corría el año de 1867, y se preparaba un grande acontecimiento literario: la aparición de María, la novela famosa de Jorge Isaacs. Isaacs era ventajosamente conocido ya como autor de magníficos versos. Ninguna de las personas que siguen con. interés el movimiento literario del país ha olvidado la manera singular como se reveló al mundo de las letras el nuevo y predilecto discípulo de las musas americanas. Es toda una historia que, aunque someramente referida algunas veces, recojo, entusiasta, entre mis recuerdos .más queridos, para consignarla aquí con todos sus (1) El presente capItulo. escrito en su primitiva do aún vivía el sefíor Isaacs. fue publicado forma cuan- por primera vez en 1893. en El Rumor, de Buga. y reproducido posteriormente por La Revista Ilustrada de Nueva York, y por La Miscelánea, de Medellin. Expurgado hoy de algunas inexactitud~s de relato y de no pocos errores de redacción; y aumentado con detalles interesantes que han llegado después a mi conocimiento. y con particularidades que, acaso, no habría sido oportuno dar a luz antes, lo dejo correr en este libro. seguro de que las personas que se dignen leerlo juzgarán. como el autor. que se encuentra. ~n d lugar que le corresponde. JIO LUCIANO RIVERA y GARRIDO ponnenores, persuadido de que con ello procuraré satisfacción y contento a más de una alma tierna. Un día leyó por casualidad D. José María Vergara y Vergara la composición poética de Jorge Isaacs, Río AJoro ... Ya lo dije antes: no hay en Bogotá quien no recuerde con agrado al ameno escritor e inspirado poeta que se llamó José Maria Vergara y Vergara; pero, más que al bardo y al autor festivo, es al hombre a quien, no sólo en Bogotá sino en otros muchos lugares de la República, se recuerda con estimación y gratitud. Tal hecho se verifica porque Vergara y Vergara poseía un corazón de oro en un alma de niño: era todo bondad, entusiasmo, ardentía y generosidad. De Vergara se refiere que, siendo muy pobre, se robaba a sí mismo para socorrer con los e~casos haberes de que se despojaba, a los desgraciados, víctimas de la mi~eria y del desamparo. Cuando Vergara hubo terminado la lectura de la composición citada, -':jQuién es, por Cristo! dijo sorprendido a la persona que le mostraba aquellos magníficos versos y que, si la memoria no me es infiel, era el señor N. Hurtado, de Popayán: ¿Quién es el autor de una cosa tan bella? .. -Jorge Isaacs, respondió su interlocutor. -¿Jorge Isaacs? .. , dijo el scilor Vergara, quedándose un momento pensativo: ¡no lo conozco! -Es un joven caucano, hijo del rico propietario inglés del mismo nombre, a quien usted debió conocer en el Valle del Cauea. -Sí, en efecto, conocí en Palmira a aquel respetable caballero, pero no a su hijo. .. Sea de ello lo que fuere, prosiguió Vergara, agitando con vehemencia IMPREsloNES y RECUERDOS 111 el papel que tenía en la mano, desde ahora afirmo a usted que el nombre del autor de estos versos \vivirá mucho tiempo en la memoria de los amantes de la poesía verdadera: es decir, ¡será célebre! Las personas de aquel tiempo que aún viven y la generación que a él ha sucedido, saben que al emitir ese concepto con la autoridad que a sus juicios daba el excelente gusto literario y la gran versación que en esas materias poseía el señor Vergara, se mostró certero profeta. Una casualidad hizo que en alguno de los días subsiguientes al en que D. José María .leyó la poesía de Isaacs, éste tuviera necesidad de ocurrir a una agencia de negocios que, asociado al señor doctor Aníbal Galindo, administraba el señor Vergara. Con este motivo y de la manera más inesperada, se efectuó el conoci· miento personal entre los dos caballeros, conocimiento que habría de convertirse con el tiempo en sólida amistad. De los asuntos puramente comerciales que habían llevado a lsaacs a aquella oficina, se pasó a tratar de literatura; y, como era de esperarse, Vergara felicitó a Jorge por su admirable canto al Río Moro, y recabó del joven que le mostrara sus demás trabajos. Dié-ronse cita y por la noch~ estuvo D. José María de visita en casa de lsaacs. Desde el primer momento trató al poeta caucano como a un amigo de larga data, es decir, con suma confianza y con esa familiaridad afectuosa, de buen tono, que era propia del modo de ser de aquel caballero republicano, enemigo jurado de los estiramientos de la etiqueta. Interrogó a Jorge acerca de su pasado y .se manifestó sumamente sorprendido de que, encontrándose en posesión de tan elevadas dotes de poeta, no hubiera cedido a las tentaciones de la publicidad, • Ull LUCIANO RIVERA y GARIlIDO en tiempos como los nuéstros, en que hay verdadera comezón por verse en letras de molde; impidióle con energía que cometiera el atroz filicidio de arrojar al fuego todos sus manuscritos, como diz que intentaba hacerlo, impulsado por razones que escapan a mi conocimiento; volteó al poeta al derecho y al revés con aquel espíritu de investigación intelectual que en él era infatigable; escudriñó hasta el fondo de su gaveta; y cuatro horas después se retiraba, enamorado del vate, más pagado del hombre y con los bolsillos hasta el tope, llenos de borradores de los versos del autor de Saulo. Transcurridos unos pocos días se reunía en casa del señor doctor José María ~amper el jurado literario más selecto que acaso se haya congregado alguna vez en la capital de la República. Ese jurado tenía como objeto principal apreciar la obra poética de Jorge Isaacs, cuya excelencia hebía hecho conocer ya D. José María Vergara a algunos literatos de nota. Eran las ocho de una de esas noches serenas y temo pIadas que hacen de Bogotá, en verano, una mansión deliciosa. El reducido pero lujoso y confortable salón del autor de Un drama íntimo, brillaba con el refleja de numerosas bujías, colOCadas en candelabros de cristal; en grandes jarrones de porcelana azul, ramilletes de flores escogidas esparcían suaves aromas por la abri· gada estancia; y un gran círculo, compuesto por doce caballeros, se encontraba situado ~n contorno de la e~paciosa mesa de centro, sobre la cual se veía una ele· gante lámpara de bronce, y al pie de ella un rollo abultado de papeles manuscritos, recogidos con una cinta roja. No lejos de aquel sitio y en asiento inmediato a los dueños de casa, estaban Jorge Isaacs y su mecenas, D. José María Vergara y Vergara; visible· IMPRESlONf:S 'í UCUJ:RDOS 11' mente preocupado aquél; éste, sereno y risueño, como siempre, envuelto en una ancha capa española, que acentuaba más la varonil expresión de su fisonomía sarracena. Se departía con animación acerca de diversos asuntos, y en todos los semblantes se veía pintado el sentÍmiento de una viva curiosidad. Aquello era un mosaico. Los mosaicos, como es ya de constancia histórica en los fastos literarios del país, eran reuniones más o menos intermitentes que se efectuaban sin obedecer a reglamentos ni estatutos determinados, en casas de algunos literatos notables; ya en la del señor Samper. como en la noche a que me refiero; ya en la del señor Vergara; en la de D. Ricardo Silva, en aquella. época nido perfumado por el aroma de la felicidad; o en la del señor Marroquín, la del señor Borda, del señor Fallan o D. José María Quijano O. En los mosaicos se trataba mucho de literatura, de artes, de intimidades concernientes a los circunstantes, de crónica, de todo. .. iHasta de política! Se bromeaba un poco, se reía, se tocaba piano; se leían lindas composiciones originales en prosa y en verso; se tomaba té, café o chocolate, según que los contertulios fuesen más o menos adictos a las cosas modernas o a las antiguallas ... En fin, se pasaban dos o tres horas útiles y entretenidas, en las cuales diez, quince o veinte caballeros de lo más culto y distinguido con que en esa época contaba Bogotá entre lo mejor de sus literatos y artistas, y en algunas ocasiones, seiíoras, artistas o letradas ellas también, o que, sin serlo, embellecían y animaban la reunión con su hermosura y con su gracia, y hacían el gasto con el derroche más pródigo de espiritualidad y buen tono que pueda imaginarse. En esas amenas tertulias solía verse de vez en cuando a 114 LUCJANO RIVERA y GARRIDO la señora Mercedes Párraga de Quijano, tan graciosa. como inteligente; a la ilustrada señora Soledad Acosta de Samper; a la culta y respetable señora Samper de Ancízar; a la señora Vicenta Gómez de Silva, dama hermosa entre las más hermosas que se han admirado en Bogotá, y otras señoras, renombradas todas, con razón, por su belleza o por su ingenio. De esos mosaicos salieron los mejores artículos de costumbres y las más inspiradas poesías que vieron la luz en esa época, como fueron: El correísta, de Vergara; Un domingo en casa, de Silva; La docena de pañuelos, del inolvidable Guarín; La perrilla, de Marroquín; Mi hogar, de Samper; La luna, de Fallan, excelsa producción, suficiente ella sola para dar fama a la literatura de un pueblo, como que es para nuestras letras lo que El lago, de Lamartine, para las francesas, y tantas y tantas composiciones exquisitas, hijas del ingenio privilegiado de los señores Pombos, los Ortices, Valenzuela (Teodoro), Carrasquilla, Camacho Roldán, Posada, Borda, los Pérez, Becerra (Ricardo), Galindo y otros. No todo era rosas, claveles y azucenas en el camino que habría de llevar a Jorge Isaacs desde la penumbra de su existencia recogida y modesta hasta la plena luz de ese areópago bogotano. Entre los caballeros que iban a fallar en el proceso de su gloria, encontrábase alguno que no se sentía favorablemente dispuesto hacia él. "Habíase sentado en una silla un tanto retirada del grupo principal, y se entretenía en hojear un abultado diccionario que tenía a su alcance..... (1) ¿La causa de tan insólito desvío? " 1La maldita política! En 1860 y 1861, Isaacs hizo campaña contra el gene(1) Isidoro de 1895. Laverde Amaya: Bibliografla colombiana, edición IMPRESIONES y RECUERDOS ral Mosquera, primero en Cali, en febrero de aquel año; después en Antioquia, a las órdenes del general Braulio Henao, entonces coronel. .. "Instintivamente comprendí (¿qué juicio cabal a los veinticuatro años en tales asuntos?)", me decía Jorge en carta muy interesante, dirigida en septiembre de 1893, con el objeto de rectificar la aserción hecha por mí en la prImera edición de este escrito, de que él había sido oficial en el ejército de D. Julio Arboleda: "instintivamente comprendí que Mosquera trabajaba en servicio de su desmedida y temible ambición. Hoy, en igual caso haría yo, aunque me costara la vida, lo que entonces hice. El año de 1867 justificó mis temores instintivos de muchacho patriota: la dictadura, sea cual fuere su forma y pretexto, es, ha sido la calamidad atroz y desmoralizadora de estos países suramericanos ... No fui oficial de Julio Arboleda, ni su amigo: he admirado sus osadías de experto y valeroso general, sus discursos elocuentes, sus obras de poeta, de las cuales repito con placer estrofas admirables; viven en mi memoria desde que yo era un niño: "Voy rocorriendo pensativo y mudo Con lento paso la esmaltada falda Por do el Cauca entre ribas de esm~ralda Precipita su rápido raudal .... ¡Ay! Quizá las mujeres española~ Que el bautismo reciben en la cuna, Tendrían más fortaleza y más fortuna .... "Te quiero, sí, porque eres inocente, Porqu~ eres pura, cual la flor temprana Que ~bre su cáliz fresco a la mañana y exhala en torno delicioso olor .... u,6 LUCIANO RIVERA y GAltRlDO "Era de la índole y escuela y edad de Gonzalo d.e Córdoba. Si era grande, ¿por qué no fue magnáJu· mo? " En 1861 tenía yo apenas veinticuatro años, y le vi unos momentos, tres días después de su victoria en El Cabuya!. Fui a pedirle que me dejara ver a Cé· sar Canto, que cayó prisionero en esa batalla. Ya no era D. Julio el hombre pálido y moreno, de complexión nerviosa, que en mi niñez conocí cierto día que yo traveseaba, chiquitito, en la caja de costura de su espolia. Le hablaré a usted de todo eso alguna vez: será. interesante " Como antes dije, alguno de los literatos que en la noche mencionada iban a ceñir las sienes de Isaaa con los lauros del genio o a infligirle la tortura de la derrota, era liberal exaltado y miraba con prevención al oficial del ejército de Henao ... El reloj de la Catedral dio pausadamente las nueve de la noche, con esa sonoridad majestuosa y solemne que caracteriza las vibraciones de aquellos bronces ¡¡agrados. -Sefíores, dijo el dueño de casa con la estentórea voz de tribuno que le era peculiar: el señor Isaacs va a favorecernos con la lectura de sus poesías. No necesito reclamar la atención de ustedes, agregó de una manera intencionada, invirtiéndose hacia el caballero liberal, que continuaba muy distraído hojeando el voluminoso infolio. Jorge Isaacs era en esa época un joven de veintiocho afíos, poco n1<\So menos. Delgado y esbelto, de estatura regular y bien proporcionada. Isaacs, como todos los _hombres que han habitado por largo tiempo en las orillas del mar o en los valles extensos, al andar llevaba siempre la cabeza erg¡.lida, acostumbrado desde la niñez a dominar con la mirada los hori- IMPRESIONES y RECUERDOS wntes lejanos. En sus labios de acentuados rasgos, que sombreaba un espeso bigote negro, peinado hacia abajo, se dibujaba ordinariamente cierto pliegue desdeñoso, no exento de bondad, que era en él indicio de altivez de raza y formaba característico contraste con la animadísima expresión de los ojos, velados en días de excesiva luz por espejuelos de cristal azul. La frente levantada, amplia, redonda y de líneas correctas; bien hecha la nariz; despojadas de vello las mejillas, y éstas, más bien enjutas que abultadas; y el aire general de la fisonomía, seductor y atrayente como el de todos los hombres jóvenes de prosapia semítica. Si para comunicar cierto saborcillo novelesco a la escena que intento describir dijera que, al oír las palabras del señor Samper, Isaacs se había levantado de su asiento con desembarazado ademán a fin de dar principio a la lectura de sus versos, faltaría deliberadamente a la verdad. ¡No! Isaacs se levantó con timidez y bastante inmutado: las manos le temblaban algún tanto cuando desenrolló el manuscrito de las poesías, y la voz, de suyo sonora y bien timbrada, era insegura en el momento de empezar. Verificóse esto con la composición titulada La muerte del sargento. La pri. mera estrofa no pudo apreciarse bien, por lo cual se pidió rectificación de la lectura. Entonces el joven hizo un poderoso esfuerzo sobre sí mismo; comprendió que del modo como leyera sus poesías iba a derivarse la suerte que ellas corrieran, y acaso también su porvenir, y consiguió dar a su voz la conveniente entonación, el timbre requerido. Isaacs leía con mucha propied~d cualquier escrito; sus propios trabajos, de una manera admirable. S:1 bía modular la voz como conviene; comunicaba a la palabra escrita la vida que 118 LUClANO RIVERA y GARRIDO debe prestarle la fuerza de' la idea; expresaba con acierto la pasión; animaba la frase con el calor del sentimiento, y poseía como nadie el secreto del cambio de las inflexiones, que es como el centro sobre el cllal gravitan todos los recursos de que un buen lector se sirve para obtener el efecto ambicionado. Leer bien es una de las cosas más difíciles de la vida: leer bien es un orle, como ha dicho Legouvé; es casi una ciencia. En los años que cuento no he oído leer como creo que debe leerse, sino a cuatro o seis personas, entre ellas al ilustre poeta difunto D. José Zanilla, y al viajero y literato andaluz D. José María Gutiérrez de Alba. La lectura de La muerte del sargento se verificó, pues, de una manera casi artística y terminó en me· dio de un silencio profundo. Si la luz de las bujías que alumbraban el salón hubiera sido susceptible de producir algún ruido; si el aroma de las flores que adornaban las mesas hubiera podido advertirse al surgir de las pálidas o encendidas corolas, rumor de luz y ascensión de perfumes habrían sido oídos. .. A aquella poesía siguió La mañana del abuelo; y trascun-ida una cortísima pausa, Los ojos jJardos. El silencio continuaba: es decir, los labios no se movían, de los pechos no salían voces, ni se oía la m,ís leve palabra; pero se sentía, se adivinaba una poderosa corriente eléctrica que inundaba con sus efluvios abundantes a aquel auditorio impresionado y hacía brotar chispas luminosas de tocIos los ojos, las cuales eran como los fug-itivos relámpagos de la tempestad de entusiasmo que empezaba a desencadenarse en aquellos cerebros. Algunas manos eomo que intentaban levantarse para aplaudir y procurar así una salida al fuego que invadía las almas; otros amagaban posarse sobre el hombro IMPRESIONF.S y UH',lJl'RDos Jl9 del vecino, como para llamar la atención hacia tal o cual pasaje determinado de la lectura; y en las variadas actitudes del conjunto, se revelaba una intensa emoción ... Como evocados por el mágico acento del poeta, surgían en mudable y luminosa sucesión del seno de sus cantos, que eran reflejo de la naturaleza misma, el hermoso Valle, callado y misterioso en su indecible majestad; los bosques de verdor incomparable; las retozonas fuentes; 1<:svívidas flores de aroma embriagador; el juncal bravío, la parda llanura, el matorral reseco ... y sus labios narraban las tristezas del hogar I perdido, la muerte gloriosa del soldado invicto y los amores desgraciados de la aldeana; la historia del ese. clavo fiel y los ensueñ0s ambiciosos del trovador de numen oriental. .. Todo aquello iluminado por una suave luz de aurora, que así prestab3. los cambiantes tonos de girasol a la profusa selva, como tornaba en diamantes rosados las temblorosas gOlas de rocío ... ¡Oh, qué momento aquél! Mientras tanto, Jorge proseguía la lectura sorprendido, acaso, por aquel silencio cuya verdadera naturaleza no podía :ldvertir; pero su voz no se debilitaba, su acen to crecía en sonoridad y melodía... Ya no er3. un hombre que leía versos delante de otros hombres: era el poeta que, arrebatado por la música de sus estancias armoniosas, desplegaba las alas en el azul de horizontes inmensos y remontaba el vuelo ~ la región de lo infinito! Así continuó la inolvidable escena hasta que llegó el turno a La visión del castillo, que finaliza la serie y cuyas estrofas últimas dicen así: uo LUClANO RIVERA y GARRIDO .................................................. ¡Oh! Basta de tinieblas y porvenir sin nombre, Si tantos han vencido luchando, ¡lucharé! Yo quiero que a los genios mi voluntad asombre, Dejar un sol por faro donde el escollo hallé. Parásito ya seco de un tronco envejecido, Lanzado por los vientos a un piélago sin fin, A sus melenas canas en la tormenta asido Quemándome sus rayos la tempestad seguí. ¡Oh diosa de mis sueños de juventudl En vano Ya exánime y sin rumbo de nuevo te invoqué, Y errante en las tinieblas, buscándote mi mano, erel besar la tuya, y alzóme una mujer. Tan bella, tan amante, brindóme su pureza; Dichoso fui su esclavo, pagué su compasión; La di mi hogar por trono; por lujo mi pobreza; Calmó mi sed de Lázaro su inagotable amorl ¿Me olvidarás por siempre, visión de mis encanto •• Celosa de mi vida, de tan mundano bien? ¡Oh, vuelve y dicta al vate los inmortales cantosl Tus versos con mis lágrimas y sangre escribiré. Las últimas palabras se ahogaron en un estruendoso :aplauso. Nadie pudo resistir la emoción profunda que embargaba los ánimos; ninguno de los que allí esta· ban fue dueño de sí mismo, y todos se levantaron a una, impulsados por idéntico sentimiento, para abrazar a Jorge y felicitarlo calurosamente; distinguiéndose con especialidad por sus demostraciones de fervorosa admiración el literato liberal que no había podido perdonar al poeta el haber militado bajo las banderas de una causa contraria. ¡Oh, qué ovación tan gloriosa!. " ¡Cuán inmenso IMPRESIONES y RECUERDOS 121 entusiasmo! ... ¡El genio de la poesía americana debió de conmoverse de gozo en aquella noche bendita! Al día siguiente, al darse cuenta en un periódico de la capital de lo que había ocurrido la noche anterior en el mosaico congregado en casa del señor Samper, se atribuían al espiritual literato D. Manuel Pamba, entre otras, muy interesantes, estas o semejantes palabras: "Jorge Isaacs vivía contraído al trabajo humilde, tranquilo e ignorado, sin acordarse para nada de una deidad esquiva y voluntariosa que se llama Gloria ... Un día la voluble diosa llamó a las puertas del poeta caucano; y Jorge, que al amanecer de aquel día se levantó desconocido, en esa noche se acostó famoso:Pocas semanas después, las Poesías de Isaacs aparecieron en bella y correcta edición, que costearon entusiasmados los mismos caballeros y literatos que en aquella noche de imborrable recuerdo habían ceñido la frente del vate con la corona del genio. Fue el señor doctor Teodoro Valenzuela, el literato liberal aludido en las ,lineas anteriores, hombre de grande inteligencia y loable decisión por el arte, quien propuso a sus nobles compañeros que dieran a su admiración esa forma palpable. De los anales literarios de Colombia no desaparecerán nunca los nombres ilustres de esos catorce varones de buena voluntad. Helos, aquí: J. M. Samper, J. Manuel Marroquín, Ezequiel Uricoechea, Ricardo Carrasquilla, Aníbal Galindo, Próspero Pereira Gamba, Diego Fallon, J. M. Quijano O., Rafael Samper, Teodoro Valenzuela, J. M. Vergara y Vergara, Ricardo Becerra, Salvador Camacho Roldán, Manuel Pamba. 11-6 12% LUCIANO RIVEL'I. y GARRIDO Treinta y tres años han corrido después de ejecutado ese acto de levantada cultura social y patriotismo excelso. ¿Tendríamos hoy la dicha de que escenas semejantes se repitieran, para honra de Colombia y estímulo poderoso de sus hijos inteligentes? .. "Que responda el lector con la mano sobre el COrllzón," diré con mi paisano el señor D. Jorge Roa. * '" * Tenía yo relaciones de amistad con un joven bogotano de apellido Madiedo, cajista en el establecimiento tipográfico del seiíor don José Benito Gaitán. U na tarde encontré a ese joven en la lujosa fonda que llevaba en aquel tiempo el nombre de "Club Americano", situada, como acas~ se recordará, en la esquina noreste de la primera Calle Real hacia la plaza de Bolívar. Después de saludarnos y hablar acerca de asuntos indiferentes, me dijo Madiedo: -.Pronto verás publicado un libro que se imprime actualmente en el establecimiento del seiíor Gaitán, en el cual se trata mucho de tu país, del Valle del Cauea ... -¿Sí?, le dije; y ¿cómo se titula el libro? ¿Quién ~s su autor? .. -El libro se titula simplemente María, respondió Madiedo; su autor es un paisano tuyo y se llama D. Jorge Isaacs. He aquí la manera como por primera vez llegó a mi conocimiento el famoso libro de Isaacs; ese libro singular, destinado a tantas y tan merecidas glorias, que habría de hacer derramar incontables lágrimas, arrancadas por la sincera y exquisita ternura de sus páginas incomparables. Fue mi amigo el señor don IMPRESIONES y RI!CUERDOS Isidoro Laverde Amaya quien hizo llegar a mis man06 aquella obra, trascurridos unos pocos días. Siempre he creído que Isaacs, desconfiado de su propio mérito, como todos los hombres de verdadero talento, no se atrevió a esperar de su libro la profunda impresión que produjo, el éxito realmente extraordinario que alcanzó en todas partes. Fue tan espléndida, tan completa e incondicional la ovación que se hizo a la obra y al autor, que no creo pueda volver a presenciarse nada igual en nuestro país, por mucho que Dios quiera favorecer a los colombianos con los ricos dones del genio. -"Yo he sentido la emoción de mi libro," decía Isaacs a alguno de sus amigos, antes de la publicación de Afaría: "¿La sentirá el público? .. " -¡Sí, la sintió! Los hombres admiraron a María como un esfuerzo supremo del genio; las damas, conmovidas hondamente con aquella dolorosa historia, impregnada en sus más íntimos detalles con el aroma de la melancolía y desarrollada en el seno de uno de los más hermosos países del mundo, soltaban el libro de las manos para enjugar el copioso llanto que brotaba de sus ojos; y el público en general lo leía con avidez inusitada. -"¿Será cierto?", nos preguntábamos todos. -"¿Es verdad que el Valle del Cauca sea un país tan bello cual aparece en las descripciones de Isaacs?" -decían los bogotanos."Cosas y hechos como los que constituyen el argumento de esa obra, no pueden inventarse", exclamaban las gentes por todos lados. "Ese libro está escrito con lágrimas", decía la ilustre poetisa D<;lSilveria Espinosa de Rendón; "deja el alma herida, porque su lectura produce tristeza irremediable". Isaacs fue entonces el hombre de moda. Las mujeres deseaban con vehemencia conocerlo, pues vieron l~ LUCIANO RIVERA y GARRIDO en él al intérprete afortunado de todas las ternuras femeninas; los salones de la alta sociedad le abrieron de par en par sus doradas puertas; los círculos literarios, que ya lo habían aclamado como gran poeta, le cedieron el primer puesto como novelista; y todo el mundo admiró su ingenio sin restricciones. Bogotá probó en esa notable circunstancia que sí es digna de los valiosos dictados de espiritual y culta con que siempre se la ha enaltecido. Como testimonio probatorio de lo que dejo escrito, bastará referir el hecho siguiente, que acaso no se haya borrado de la memoria de algunas de las numerosas personas que conmigo tuvieron ocasión de presenciarlo. Trabajaba a la sazón en el teatro existente entonces en Bogotá una de las mejores compañías líricas que han visitado la capital de la República de treinta años a esta parte. Llamábase la prima-donna Eugenia Bellini, si mis recuerdos no me engañan. El nombre poco hace al caso: la artista era de un mérito indiscutible y desde el primer momento había seducido en masa al público bogotano entendido en música o admirador incondicional de todo lo bello y lo bueno. Coincidieron con la aparición de María las primeras audiciones musicales de aquella compañía, y justamente, se daba Norma, la ópera predilecta de los bogotanos en aquel tiempo, en uno de los quince o veinte días siguientes al que salió a luz la novela caucana. El teatro estaba colmado: lo más granado de las bellas damas bogotanas llenaba los palcos, y la platea había sido ocupada íntegramente por la má~ elegante juventud masculina de la capital; esto, sin hablar del gran número de personajes eminentes en la literatura, en la política y en las artes, que se veían IMPRESIONES y RECUERDOS disemmados, así en las galerías como en los sillones de orquesta, y hasta en las lunetas, reservadas por lo común a los simples mortales. Mujeres jóvenes y hermosas, luz, flores, diamantes, perfumes y armonías: he aquí el conjunto arrebatador que formaba en esa noche aquel auditorio escogidísimo. Entre los palcos de segunda fila más inmediatos al proscenio, hacia la izquierda, veíase uno que permanecía desocupado, no obstante haber empezado el primer acto. El público había escuchado absorto la incomparable obertura; habíase estremecido el edificio hasta sus fundamentos, conmovido por los acentos poderosos del imponente coro Non partir,' y Norma, la angelical sacerdotisa del templo de Irminsul, iluminada por la luz de perla de la luna llena, levan· tados al cielo los bellísimos ojos, con la corva cuchilla que había de segar el muérdago sagrado, en la diestra, y la siniestra sobre el corazón, empezaba la sublime aria de la Casta diva, para escribir la cual, dice Teófilo Gautier, Bellini subió al cielo y arrebató una pluma de las alas de un ángel, cuando en medio del solemne silencio del auditorio se oyó el golpe seco de la puerta del palco desocupado de que hablé antes, y tres caballeros, elegantemente vestidos, entraron en él y tomaron asiento. U no de ellos, delgado, de tez mate, con bigote negro y abundante cabellera lacia del mismo color, peinada hacia atrás, moderaba la vivacidad de sus miradas con anteojos de cristal azul. Inmediatamente se oyó un rumor sordo, que surgía del patio y de las galerías, producido por un nombre; un nombre que todos los labios pronunciaban a una, al mismo tiempo que todas las miradas, así las de las bellas damas de los palcos como las de los nu- LUCIANO RIVERA y GARRIDO merosos caballeros de la platea, se dirigían hacia aquel sitio. -¡Jorge Isaacsl ¡Jorge Isaacs! ¡Jorge Isaacsl Entonces se efectuó un hecho que acaso no volverá a repetirse nunca en la misma forma, en Bogotá. La Bellini, ajena del todo a lo que pasaba en el patio, proseguía desgranando, en su garganta de oro, el sartal de cristalinas perlas de la inmortal aria; parecía como si de sus labios la oración a la diosa se elevase hasta el cielo como un perfume único, como una plegaria sin igual. Ondas de purísima armonía se derramaban por el ámbito, y la orquesta acompañaba, trémula y conmovida, aquella suprema expresión del genio de la música; y mientras que el aire vibraba, estremecido al impulso de aquellas notas sublimes, el rostro de la hermosa artista reflejaba, con elocuencia irresistible, las poderosas sensaciones que producían en su alma esos suaves acordes de deliciosa melodía ... Mas el público, en su mejor parte, no se daba ya cuenta de ninguna de aquellas magnificencias musicales que tantas veces lo habían electrizado de placer: era Jorge Isaacs, el celebrado autor de Maria, quien, por el momento, subyugaba toda su atención; era Efrain, el Efrain del "monólogo terrible del alma ante la muerte, que la interroga, que la llama, que la ruega ... ya quien demasiado elocuente respuesta dio una tumba sorda y fría, que sus labios oprimían y sus lágrimas bañaban"; era el afortunado poeta de las márgenes del Nima, lo único que en aquellos instantes de emoción imponderable encadenaba la atención y las miradas de aquel público selecto. iEso es la gloria! Cosa inasible, idea abstracta, objeto sin color, alma sin cuerpo; pero aureola de divina luz, que brilla esplendorosa sobre la frente del IMPJU:sIOl\ES y RECUUDOS 7 12 genio y lleva los reflejos de su infinita irradiación hasta los senos invisibles de la posteridad más lejana. ¡Asombroso poder! El incidente que acabo de referir no debe sorprender al lector. Fue cosa muy natura1. Isaacs no era conocido hasta entonces sino de los hombres de letras y de un limitado número de personas extrañas al tecnicismo del arte, pero que leen con gusto los versos buenos. Una vez devorada, qqe no leída, Maria, por la sociedad culta de Bogotá en masa, ella quiso tener el espiritual placer de conocer personalmente al escritor, y fue la satisfacción de ese anhelo justísimo, en los momentos precisos en que la mente y el corazón del público se sentían subyugados por la impresión profunda de aquel libro inmortal, lo que produjo la escena que he pretendido describir. (1). (1) En carta de Septiembre de 1893, me deda lsaacs lo que sigue, con relación a aquel incidente, conocido por él cuando por primera vez se publicó este capítulo: •....... Lo que usted refiere en sus artículos de El Rumor, ocurrido en el teatro de Bogotá, con motivo del entusiasma que, dice usted, causó la primera edición de María, yo na 10 advertí, y esto es de fácil explicación: no esperaba, no pude creer que mereciera tales manifestaciones de aplauso y cariño. Si mis compafteros de palco se dieron cuenta de lo que sucedió, nada noté, nada, y he ahí una prueba de que me conocían mucho, como íntimos amigos. Usted me da ahora -todo le pare(:e poco al honrarme- la primera noticia de aquel suceso. Otro modo hay de explicarse.la cosa: la cantatriz hechicera '1 cantando aq\lclla música de l~ellini, que es capaz de hacerle creer a un ateo en Dios trino y uno; mi sangre de entonces, hirviente e imperiosa. y todo lo demás ver ni oír yo? Fuera de Norma, ¿qué habia , de . 128 I.UCIANO RIVERA y GA!:RlDO * * •.• Como todas las almas enamoradas de lo bello, la mía ha sido muy adicta a los placeres delicados que proporciona la lectura. Ya dije cómo desde los tiempos lejanos de la escuela fue esa afición una necesidad imperiosa de mi organización moral; pero, entre los muchos libros con que me he deleitado desde niüo. ninguno ha trabajado tan profundamente mi espíritu como M aria. A la circunstancia de reconocer en ella -como sus incontables admiradores- una concepción literaria de la más elevada originalidad, se agrega para mí la de que el tierno y sentimental argumento que la forma, se desarrolla en el mismo primoroso suelo en donde tuve la dicha de nacer, y asimismo, también, la de amoldarse en modo tan acentuado la esencia íntima del libro a las tendencias melancólicas de mi carácter. Y como son allí tan bellas cuanto fieles las asombrosas descripciones, que reflejan nuestra magnífica naturaleza con singular brillo en aquellas páginas, nítidas y tersas en su esplendor artístico. como láminas de mármol de Carrara; como hay ejecución tan esmerada y pulcra en el trazo de los diver:sos caracteres; tanta propiedad y galanura en la expresión y tan profundo y doloroso sentimiento en el admirable conjunto, desde el instante en que Efraín ·se deja cortar esos cabellos, "precaución del amor contra la muerte, delante de tanta vida", hasta las sublimes e inolvidables escenas que la sirven de desenlace trágico, siempre me he sentido subyugado por ella, y, lo repito, es la obra literaria que ha dejado en mi alma más permanentes e inalterables emociones. ¡Loor a María! ... La imagen de Efraín, que "parte a galope, estremecido, por en medio de la pampa so- IMPU:SIONES y RECUERDOS 129 litaria, cuyo vasto horizonte ennegrecía la noche", es el símbolo más perfecto del dolor irremediable, y jamás se borrará de mi memorial En la época en que por primera vez vio María la luz pública, no tenía yo relaciones de amistad con Isaacs. No obstante ser compatriotas y haber tenido mi padre en otro tiempo el honor de ser conocido del padre de Jorge, caballero inglés muy distinguido, a quien todo el mundo recuerda en el Cauca con respeto, alguna diferencia en la edad, la insignificancia de mi persona y mi cortedad natural impidieron por algunos años el que nuestras almas, hechas para amarse y comprenderse, se pmieran en contacto íntimo. Mientras tanto, yo era el admirador más entusiasta del poeta caucano, si bien, en la forma, mi entusiasmo no pasaba de los límites de calurosa apreciación en el seno de las conversaciones familiares con amigos de confianza. Pero, he aquí que transcurridos unos veinte meses y habiéndose agotado enteramente la primera edición de María, que apenas alcanzó al exiguo número de ochocientos o mil ejemplares, con motivo del recelo natural en quien, entre nosotros, afronta por primera vez los peligros de la publicidad, requerido Isaacs por todos los admiradores del libro, de dentro y fuera del país, para que hiciese otra edición, más copiosa que la anterior, la anunció al público en los periódicos de la capital. Entonces, olvidado de mi insuficiencia y estimulado únicamente por mi fervorosa admiración, a la cual se mezclaba algo así como reconocimiento por la gloria que procuraba a nuestro país, aproveché esa feliz coyuntura y borrajeé un articulillo relativo a la obra, el cual no tiene más recomendación que la sinceridad del entusiasmo que lo dictó. El señor don Medardo Rivas publicó aquel es LUCIANO RIVERA y GARRIDO crito en un periódico que dirigía en ese tiempo, cuyo título era El Liberal. A la sazón, Isaacs había leído ya la bellísima carta que le dirigió desde el Socorro el inolvidable Adriano Páez. Esa carta, escrita con lujo de sentimiento y profunda expresión de ternura, es toda ella un himno fervoroso de admiración y entusiasmo, el más bello y espontáneo homenaje que acaso haya recibido jamás el inmortal idilio caucano; efusiva demostración de arrobo del más infortunado, pero también el más ~impático y benévolo de nuestros poetas; que principia con el acento noble y grave que corresponde al crítico de corazón levantado, y acaba con estas palabras, propias del m¡Í.s amante y tierno de los hennanos: "La aurora que se aproxima y la amiga lámpara que va a extinguirse, me indican que debo terminar esta carta. La pluma ha corrido, ha volado sobre el papel sin pensar en las horas que corren también para siempre. Perdona que en vez de un juicio crítico te envíe un grito de entusiasmo. Ojalá que te sea grato y que vaya a unirse con los que sin duda saludarán tu obra. Si no hallas en estas líneas una sola crítica, culpa no sólo a mi insuficiencia sino también a lIJaría. Ella no me ha dejado pensar: hirió en el corazón," fuente de la sensibilidad, y aún mana sangre de la herida. ¡Adiós!" Isaacs había recogido ya las palmas y los lauros que, en forma de vehementes y acertados conceptos, le había discernido la prensa americana, sirviéndole como autorizados voceros D. losé Maria Vergara y Vergara, D. José Joaquín Borda, D. David Guarín y el señor Juan Salvador de Narváez, en Bogotá; D. José María Estrada, en la República Argentina; D. Enrique del Solar, en Chile; el seIior Paz Soldán, en el Perú; IMPRESIONES y RECUERDOS lSI en la culta México, los afamados literatos Justo Siena y Francisco Sosa ... y, no obstante tantos y tan merecidos aplausos, prodigados todos por personalidades eminentes en las letras hispanoamericanas, Jorge, a quien con la mayor injusticia se tachó por algunos de envanecido y orgulloso, él, que si no hubiera tenido tanto juicio habría podido dejarse llevar de la embriaguéz del triunfo hasta el delirio, no desdeñó la humilde y afectuosa demostración del principiante: acogióla con gratitud y cariño, e inmediatamente después de publicada, me dirigió la siguiente carta, acompañada de su retrato en fotografía: "Amigo mío: "Leí ayer en El Liberal el artículo laudatorio que usted ha escrito juzgando bondadosamente a María. Mis ojos, al recorrer esas líneas dictadas por el corazón entusiasta de usted, se han llenado de lágrimas como cuando escribí el último capítulo de aquel libro. "Gracias, gracias mil: mi gratitud eterna por el honroso recuerdo que hace de mi padre; y acepte usted mi amistad, si es que ella puede pagar esa corona tejida con flores de nuestras selvas nativas, para colocarla en mi frente. "JORGE ISAACS." La fotografía que, como dije antes, acompañó la carta anterior, representa a Jorge de unos treinta años, apenas, y en ella aparece el poeta vestido con traje de campo, a orillas de un límpido lago, que en lontananza ciñen arboledas umbrías. Con la mano derecha tiene cogido un sombrero grande, de paja, y en la izquierda lleva con cierto abandono natural un ramillete de azucenas silvestres; ambas manos están apoyadas en cruz sobre el cañón de una elegante escopeta LUCJANO RIVERA y GARJUDO de caza, cuya culata descansa en el suelo; y no lejos de allí se ven un latiguillo y una cartera, como arrojados al descuido sobre la yerba. Entiendo que la idea de retratarse así fue sugerida a Isaacs por la señora esposa de uno de los más afamados fotógrafos de Bogotá, hermosa y elegante dama, tan espiritual como inteligente y, por lo mismo, admiradora entusiasta del autor de María. De ese incidente, en huena hora suscitado por mí, nació la amistad que me ligó después con Jorge; amistad que, lo espero así, no se extinguirá sino con nii vida. Muchas, muy diversas entre sí han sido las fases presentadas por mi existencia en el decurso de más de veinticinco aiíos que han corrido de aquella época a la actual; pero, ya sea que el dolor haya amargado mis días, ya que el efímero placer los haya iluminado con su lumbre de relámpago, mi amistad por Jorge no se ha entibiado un solo instante; mi admiración por su talento más bien ha crecido con la madurez de mi juicio, y siempre he experimentado legítimo orgullo en llamarme su amigo. Acaso el hombre tuvo defectos: ¿Quién está libre de ellos? .. ¿No tiene manchas el padre de la luz, el sol?.. En la verdadera amistad se debe ser ciego para las imperfecciones, como en el amor: sólo deben verse cualidades. IY Jorge tuvo tantas! ... Como literato y como poeta, nadie entre nosotros ha recibido los aplausos que cosechó Isaacs, aplausos cuya resonancia unánime ha colmado los ecos de la fama en la América española. Y no sólo ha sido leída María en el continente de Colón: además de las numerosas ediciones, más o menos correctas, que se han publicado en idioma castellano, una de ellas, ilustrada, en Barcelona, ha merecido el singular honor, ob- IMPRESIONES y IlECUEIIDOS tenido por muy señalados libros en Hispanoamérica, de ser vertida al inglés, al italiano, al alemán, al portugués y a la lengua de los salones y de la diplomacia, la lengua de Racine y de Renan. ¡Cuán alto habla esto en favor de María! Pero ¡ay! era preciso que se cumplieran una vez más las palabras de Jesús: -"¡Ninguno es profeta en su país!" ... El Cauca, que tan orgulloso y complacido debiera haberse mostrado con un hijo como Isaacs, que tanta honra le ha procurado y tanto brillo ha dado a su fama; que en alas de la poesía y el sentimiento, llevó el lustre de su nombre y el reflejo de sus bellezas a recónditas regiones; que hizo oír en los lujosos palacios de los potentados europeos el rumor apagado del viento en nuestras selvas perfumadas, la música salvaje de nuestros torrentes y los regocijados cantos de nuestras avecillas primorosas, e hizo admirar en países lejanos, que quizás no sabían que existiésemos, los tintes de zafiro y nácar de nuestro cielo, los perfiles audaces de nuestras cordilleras y la infinita majestad de nuestros horizontes. .. que demostró ante el mundo civilizado que en nuestra raza no ha degenerado el sentimiento, pues tuvo bastante corazón e ingenio suficiente para escribir con el llanto de su propio dolor la historia del dolor de todos ... El Cauca, repito con pesar, fue el primero en llevar a los labios del poeta la copa de acíbar con que la ingratitud humana recompensa los generosos esfuerzos de los buenos. Y en vez de suministrar el contingente de lauros que por deber de reconocimiento le correspondía para la corona con que la admiración universal habría de premiar los sublimes cantos del sentido vate, fue la calumnia el estigma con que se pretendió deslustrar el brillo esplendoroso de sus glorias. ¡Do- LUCIANO RIVERA y GARRIDO loroso es decirlo! ¡Cuánto diera por poder expresar aquí otra cosa! ... Pero, seamos justos, aunque nos ITlOstremos de una severidad implacable con nosotros mismos: ¿no fue, por desgracia, en el Cauca donde surgió primero la miserable y odiosa especie de que Isaacs era un impostor vulgar al hacer pasar como obra suya 1Haría, supuesto que ésta diz que no es sino el lamento póstumo, el gemido postrero del mayor de sus hermanos, Lisímaco, muerto en la flor de la vida? .. ¡Oh! ¡Qué cosa tan terrible es el despecho de la envidia: ya que fue imposible desgarrar las inmortales de esa corona diciendo que el libro no servía de nada, se gritó que era ajeno! "¡Siempre aquel libro en boca de los que quieren dañarme!" me decía Jorge en carta escrita en una circunstancia solcmnísima: "¿Qué es eso? Si fue un delito escribirlo, ¿asÍ como ellos lo quieren, debo purgarlo?', .. Amigo mío, ¿por qué nos regocijamos en un tiempo, por amor al país en donde usted y yo nacimos, viendo el buen éxito que obtenía este libro? ., ¡De mi mente aparte Dios los pensamientos que la entenebrecen en este instante! ¡Nunca vuelvan a mí!" No intento, ni nadie ha intentado jamás, rdutar la inepcia que dejo consignada. Ella pertenece a ese géneto de invenciones malévolas, que apenas si merecen los honores de la mención; o si esto se c[ectúa, que Gea tan sólo por las necesidades de la historia, pues ellas se destruyen por sí mismas. Los que creen o fingen creer en tan absurda falsedad son muy cándidos o muy perversos, y en todo caso, puede afirmarse que no conocieron a Jorge Isaacs ni en retrato. Si se pretendiera, por vía de entretenimiento o a título de travesura ingeniosa, desvanecer tan ridícula fábula, IMPRESION~ y RECUl'.RDOS con la cual han querido los envidiosos de las glorias de Isaacs arrojar lacto sobre las bien ganadas ejecutorias de su talento, nada habría más sencillo que convencerlos hasta la eviclencia de su estúpida impostura. ¡Ah! ¡Y si se supiera cuánto amó Jorge al Cauca!. .. En 1869 me decía descle Bogotá lo que sigue, en respuesta a una carta en la cual le hablaba yo del entusiasmo que inspiraba a algunos relacionados míos la lectura de sus obras y el mérito de su persona: " ... N o se cómo empezar para decirle cuánto agradezco que los amigos y amigas de usted me estimen así. Es necesario, es indispensable que yo me haga realmente acreedor a ese cariño, y Dios sabe que no ahorraré medio para salirme con ello. iQuerer es poderl, le he dicho a usted alguna vez: yo quiero merecer una tumba en mi valle natal, una tumba que los buenos saluden con afecto y los que saben sentir cubran de flores, y yo, Dios mediante, la ganaré. Siempre rondando alrededor de mi corazón el recuerdo de ese país amado, ¿qué tarea, qué sacrificio. no seré capaz de aceptar por hacerle bien? .. Ni me intimida lo magno de la obra, ni me acobardan los terribles elementos que es necesario combatir, ni me desconsuela mi debilidad: ¡Querer es poder!" Ese era Jorge Isaacs, hombre todo sentimiento y todo corazón, de quien con noble espíritu de verdad decía en circunstancia determinada el inteligente cuanto ilustrado caballero antioqueño D. Gabriel Uribe, que aunque se le colocara en puesto inferior, resultaba ser el primero, pues sin quererlo ni buscarlo, sus excepcionales dotes lo elevaban allá. En las numerosas cartas que me dirigió Jorge en diversas épocas, resalta como dominante el amor que siempre profesó a nuestro hermoso Valle. Son LUCIANO RIVERA y GAIUtIDO tan interesantes esas misivas; brilla en ellas en tan alto grado el lujo de la dicción florida, y allí están expresados en tan galana prosa los nobles pensamientos de su autor, que, más que cartas escritas en el seno de la intimidad más cordial, pudieran pasar éomo composiciones destinadas a ser leídas en público. y como en esa cOlTespondencia se encuentra, palpitante de vida y naturalidad, el carácter de Isaacs, y en ella predomina deseo persistente del bien, la releo siempre, animado por cariiíosa gratitud y complacencia indescriptible. Al principio del año de 1'872 fue nombrado Isaacs cónsul general de Colombia en la República de Chile, e inmediatamente partió para'el Pacífico. En Lima y en Santiago fue recibido Jorge como un potentado de las letras, pues en aquellas cuItas capitales es tan leída María como en Bogotá mismo; y el conocimiento personal del poeta acrecentó el entusiasmo y la admiración de los que, como Ricardo Palma, Paz Soldán, Enrique del Solar, Blest Gana, Eduardo de la Barra y Santiago Estrada, habían sentido vibrar las fibras más delicadas de sus almas, conmovidas por los acentos de la lira de Efraín. En abril de 1872 me decía Jorge desde la capital de Chile lo que sigue, con motivo de cierto pensamiento que sometía yo a su dictamen: .... ¡La riqueza! jI' la gloria! ¡Y los placeres/ ... Humamos en la cuna la vanidad, nos dan por alimento ponzoíla, y la sed de oro nos devora en la vida: la ambición viene una noche a turbar el sueño antes tranquilo, que disfrutábamos en el hogar paterno, y deslumbrados, y ciegos e insensatos huímos de la campiña y los bosques y el río, persiguiendo una quimera, IMPRESIONES \ Rj':(;l.!ERDOS en alcance de una sombra, y cansados y solos, y con el remordimiento en el alma, lloramos después sobre las rocas de playas extranjeras los días de felicidad perdida, y buscamos en vano un rostro amigo, y ya no se levantarán nunca en nuestro horizonte las palmeras y techumbres del hogar paterno; apostatamos del amor, lo inventamos, lo fingimos, falsificadores viles, profanadores sin perdón; oprimimos en abrazos frenéticos a la muerte cubicrta de sedas, joyas y perfumes, y al despcrtar yacc deshecho a nuestros pics el ídolo de cieno y ceniza. "Sólo la paz del alma, los apacibles y dulcemente monótonos placeres de la vida de familia, el afecto de corazones honrados, dan el bien que hace llcvaderos el dolor y la fatiga en la jornada de la existencia." El hombre que escribía así y sentía con tanta delicadeza, sin parar mientes en si sus palabras habrían de ser leídas alguna vez por persona distinta de aquella a quien iban dirigidas en el seno de la confianza y del afccto, ¿pudo ser literato esclarecido a quien un continente entero prodigó sus aplausos? .. Todos los que tratamos de cerca a Jor~e Isaacs sabemos cuün íntimamente estuvo ligado el modo de ser del hombre al carácter de sus obras, lo mismo en lo que se relaciona con el arte que en lo que se refiere al sentimiento. Cuando Jorge hablaba de la naturaleza y de sus portentosas manifestaciones, se exaltaba, se transfiguraba; y en su vigoroso lenguaje, animado por imágenes pintorescas que prestaban realce y daban vida a su exprcsión, admiraban sus oyentes al gran poeta de los esplendores caucanos, al tierno historiador de castos y dulcísimos amores ... Que narrara un hecho, que describiera un paisaje, que relatara las aventuras de sus atrevidas exploraciones, la elocuen- LUCIANO y RIVERA GARRIDO cia ennoblecía sus palabras; y como que su mirada penetrante salvaba las vallas materiales que lo rodea; ran, y si se dirigía lejos, muy lejos en lo invisible corporal, cual si buscara en horizontes que su auditorio no podía contemplar, la imagen de sitios queridos, el recuerdo de lugares predilectos que su mente guardaba con cariñoso esmero. ¿Y sería ese hombre un impostor? .. Mas, no vaya a juzgarse por lo que antes dije, que en el Cauca todo el mundo apruebe aquella manera insidiosa de pensar; no: in~ontables son los admiradores y amigos que Isaacs tiene en la tierra de su nacimiento, y entre ellas se distinguen muchas de las hermosas hijas de estas comarcas benditas que tanto poetizó el autor de María con los melancólicos acentos de su lira de oro. *' * • En la muy importante obra del agustino Blanco Carcía, La Literatura española en el siglo XIX, volumen III, correspondiente a las Literaturas regionales, se encuentran los siguientes conceptos: "Más celebrado que por sus versos, lo es Jorge lsaacs (1837-1895) en toda la América española como autor de la novela María, idilio de un primer amor infortunado, en que palpita con honda resonancia y cordial sinceridad la nota patética, acompañada por las armonías de la naturaleza tropical; pero lo confuso y desmañado de la redacción, y la falta de habilidad narrativa, sin contar otros defectos, colocan la obra de Isaacs muy por bajo de Atala y Pablo y Virginia, sin que esto sea negarle su propio mérito absoluto y relativo." IUPl!.ESIOl'óI'.5 y Rl!CUERDOS El afamado literato D. Juan Varela se expresa así, al tratar de un asunto análogo al presente: "No digo yo que nos esté bien (a los españoles) adular a los hispanoamericanos, suponiendo que sus poetas y sus prosistas valen más de lo que valen. ¿Pero será mejor mostrarnos con ellos severísimos críticos, empuñar la férula, esgrimir la disciplina o la palmeta, y censurarlos y castigarlos con dureza? .... Parece que es eso precisamente lo que hace el respetable monje del Escorial al desestimara María en los términos que dejo copiados; y en verdad que los desperfectos señalados por él en la labor de Isaacs se me figuran algo así como reparos que se hacen a una espléndida azucena porque alguno de sus pétalos no resultó tan correcto como el admirador de la naturaleza lo hubiera querido, dado que para él nada valdrían el hermoso conjunto de la flor y su aroma exquisito, y preferiría darse el ingrato regalo de mostrar lunares... donde sólo existen bellezas. Es cosa que sorprende realmente que el reverendo padre encuentre confusión y desrnaiía en donde al propio tiempo descubre armonías ... Confusión y desmaña en la obra de Isaacs, cuando es, quizás, la redacción del espléndido trabajo lo que más ha cautivado a los críticos eminentes que lo han avalorado como joya de arte literario; y cuanto aquello de que AJarla esté "muy por bajo de A tala y Pablo lJ Vrginia", ya demostraron lo contrario con sesuda y bien meditada argumentación, Estrada, Sierra y Vergara, apreciadores que bien valen al padre Blanco Carda. Lo singular es que después agrega, como por vía de compensación, "que no niega al libro su mérito absoluto" ... Es verdad que el eminente sacerdote es el mismo historiador de la literatura americana que, al tratar LUCIANO RIVERA y GARRIDO de nuestros hombres de letras, en general, dice en otra parte de la obra citada: "El partido radical de la Nueva Granada, absolutamente infecundo para el bien, apenas ha contado en sus filas con un escritor de importancia." No es posible consentir en tan errado cuanto injusto concepto, sea dicho con todo el acatamiento debido a la elevada personalidad del sabio religioso español, siquiera parezca ajeno de este lugar establecer tan indispensable rectificación: Pinzón Rico, D. Felipe y D. Santiago Pérez, Juan de D. Restrepo y David Guarín, escritores a quienes menciona con encomio el mismo padre, fueron o son liberales, y cuanto a lo otro, bástale al partido liberal de la Nueva Granada, para su gloria, el que a él se deba la abolición de la esclavitud en nuestro país; acto de excelsa justicia, que borra como esponja poderosa aquel concepto tan terrible como inmediato: absolutamente infecundo para el bien ... =1' '" '" Mucho Sé ha discurrido entre nosotros, y aun lejos de nosotros, acerca de si !lIaría existió verdaderamente, o es sólo la visión inmortal del alma del poeta; sobre si los tiernos incidentes que forman la cadena dorada de aquel delicioso idilio, constituyen una fábula encantadora, o vienen a ser realmente la historia de dos seres, tanto m,ís seductores y adorables cuanto fueron ungidos con el óleo santo de las lágrimas por un destino sombrío e inexorable ... "Ese libro nos ha sorprendido", dice el conocido escritor mexicano señor Justo Sierra: "peregrino" en medio del mar de libros infiltrados de materialismo y corrupción que invade IMPRESIONES y RECUERDOS los pueblos modernos, ese hijo de la América virgen nos habla de fe, de esperanza y de amor... Si el faro sólo fuera el producto de una imaginación romántica, sería una decepción muy amarga ... pero no: detrás de tanto sentimiento y de tanto dolor, debe existir una triste verdad: la solitaria tumba que guardan, celosas, las azucenas del Cauca." (1). No obstante la cordial intimidad que medió entre Jorge y yo, nunca me atreví a descorrer el velo, que ocultó tenazmente a las miradas profanas del público el santuario inviolable del pensamiento del autor. En muchas ocasiones, cuando estuvimos juntos, a solas, y en el abandono efusivo de la amistad, Jorge me trazó el plan de algunas obras suyas, inéditas aún -Camilo entre otras- impulsado por el anhelo de conocer la naturaleza íntima, el carácter verdadero de su primer libro, me vi al canto de exigirle me dijera con franqueza lo que en él hubiera de cierto, y avancé hasta el punto de insinuar algunos preliminares significativos; pero, al darme cuenta de una especie de resistencia amistosa, que me pareció encontrar en él I cuando apenas hube tocado el asunto, no pasé del intento, me di por satisfecho con sus respuestas vagas o evasivas -que interpreté a mi modo- y continué forjándome la ilusión, gratísima, de que María existió. Si en virtud de lo mucho que he contraído la atención al estudio de aquel poema de inmortal belleza y de todo lo que he investigado acerca de su esencia íntima, he de manifestar lo que creo, no vacilo en afirmar -sin pretensión de decir cosa nueva- que cuanto en María se refiere, es rigurosamente exacto, como símbolo de pasión y sentimiento, y como pintu(1) Artículo publicado en El Domingo, periódico de México. 1{2 LUCIANO RIVERA y GARRIDO Ta de una naturaleza sin rival. Porque, supongamos que María no se hubiera llamado así en la esfera real de las cosas, ni Efraín, Efraín, ni Emma, Emma, y así de lo demás. ¿Dejaron, por eso, de ser personas que existieron o pueden existir? .. ¿Y los hechos? .. ¿Es tan afortunada la humanidad que sólo en las creaciones sentimentales de los poetas padece y llora? .. ¡Pluguiese a Dios que así fuera! ... y cuanto al maravilloso escenario del libro, ¿no conocemos todos en el Cauca los campos virgiliarios en donde se desarrolla el sencillo y conmovedor drama? .. ¿No nos son familiares todos los tipos que con perfección fotográfica retrata Isaacs, desde la angelical María -porque, ¿cómo no han de existir aún algunas Marías en el Cauca?- hasta la simpática y suave Emma; desde el elegante e insustancial Carlos (tipo muy común) hasta el campechano y sencillote, pero íntegro Emidgio, y el honrado y laborioso D. Ignacio, el de ojillos de pdjaro disecado y nariz de pico de paletón; desde el bíblico montañés antioqueño José, hasta Juan Angel, el negrillo cariñoso y fiel, Y desde los respetables y virtuosos padres de Efraín hasta la esbelta y seductora mulata Salomé? .. ¿Por qué, pues, hemos de dudar de la veracidad de la dolorosa historia? .. ¿Por qué empeñarnos en reducir a las exiguas proporciones de cuento largo -como no falta quien lo haya llama· do- ese admirable libro de cuyas páginas surge un delicado aroma de selva caucana, que puebla nuestra mente de ensueños infantiles o delirios de amor? .. "María es verdad, porque es pasión pura, dice el notable escritor colombiano D. Diego Mendoza; y como símbolo de ella, sí vive vida inmortal en el espíritu y en la memoria. Para los que la vean en lo sucesivo, como la vio Efraín, caer de rodillas, desatar del y Pl",CUERDOS IMPUSIONES talle el pañolón y cubrirse con él los hombros, María será la encarnación perpetua de los amores castos. El que, como nosotros, haya visto pasar ante los ojos la procesión, con las antorchas del pudor apagadas de las mujeres dc la novela francesa actual, sentirá alivio si moja los labios en el agua fresca y cristalina de esta narración sentimental, envuelta en los velos del decoro; y el que, por afición o necesidad, viva en el mundo, tan serio y tan angustioso, de los problemas de todo orden, que atormentan el alma contcmporánea, hará bien, de cuando en cuando, en llamar a la puerta de "los amigos que dejó atrás. Tránsito sacará de la sala, por indicación de Braulio, el banquito en que nos hemos de sentar para dominar la escena. Efraín nos servirá de guía; con él atravesamos, en busca de médico para el alma enferma, las ondas del Nima, humildes, diáfanas y tersas, que ruedan iluminada5 hasta perderse en las sombras de los bosques silenciosos." (1). * '" Diego Mendoza: Segu11da lectura de Man'a. ~' C;:::.~) ~';.1 r:.:::;, t:...':) ":';',''l:t~t¡ .~.::r:~~,: ..; .. ".•... ~ t ., \.00 .. ".,.,,,,;' '''_ -...: .. r.:;:....:·c * Desde el día en que mi razón pudo darse cuenta clara de la trascendencia psicológica de María) me he preguntado con ahínco si el medio ambiente social en que se formó la inteligencia de Isaacs debe considerarse como factor principal en el génesis de tan importante obra; si ella responde a las aspiraciones de una sociedad suficientemente culta para especular, por propio impulso, con las diferentes formas del scntimiento, en sus relaciones con el arte, o debe estimarse como elemento absolutamente extraño a la gestación (1) ~,:." ~;::t 1::.><. ji:;.-¡:.:;: ~!..~ l~,,'- IMPRESIONES y PYG1ERDOS talle el pai'íolón y cubrirse con él los hombros, María será la encarnación perpetua de los amores castos. El que, como nosotros, haya visto pasar ante los ojos la procesión, con las antorchas del pudor apagadas de las mujeres de la novela francesa actual, sentirá alivio si moja los labios en el agua fresca y cristalina de esta narración sentimental, envuelta en los velos del decoro; y el que, por afición o necesidad, viva en el mundo, tan serio y tan angustioso, de los problemas de todo orden, que atormentan el alma contemporánea. hará bien, de cuando en cuando, en llamar a la puerta de los amigos que dejó atrás. Tránsito sacará de la sala, por indicación de Braulio, el banquito en que nos hemos de sentar para dominar la escena. Efraín nos servirá de guÍ3.; con él atravesamos, en busca de médico para el alma enferma, las ondas del Nima. humildes, diáfanas y tersas, que ruedan iluminadas hasta perderse en las sombras de los bosques silenciosos." (1). * '" Diego Mendola: Segu1Ida r:~:.::) t::..,.:, * Desde el día en que mi razón pudo darse cuenta clara de la trascendencia psicológica de María, me he preguntado con ahínco si el medio ambiente social en que se formó la inteligencia de lsaacs debe considerarse como factor principal en el génesis de tan importante obra; si ella responde a las aspiraciones de una sociedad suficientemente culta para especular, por propio impulso, con las diferentes formas del sentimiento, en sus relaciones con el arte, o debe estimarse como elemento absolutamente extraño a la gestación (1) r-···· "'t,-,~, .......,;;·~1 lectura de Man·a. ~~... -.,+ •...,.,- c:,,:, s::."!:.: . ~;.:~ .. ~~:;~ *'~~ .•...•...•• LUCIANO RIVERA y GAlUUDO de aquel idilio delicadísimo, sino contrario, hasta cierto punto, a los fines naturales de tan excelsa labor. :Estudiado el asunto en los diferentes aspectos que presenta, ya sea deteniendo el examen de la mente en el estado actual de la educación de este pueblo, ya en las instintivas tendencias que en él alcancen a descubrirse y revelen hasta dónde puede llegar su estimación y comprensión de los propósitos y objeto de aquel sutilÍsimo trabajo del espíritu, es imposible dejar de ver que ni en la forma de estímulo, ni como resultado de tradicional enseñanza, ni como aplicación de una ley moral llegada al estado de perfecta madurez, deba juzgarse que la influencia sClcial de estas regiones tenga mínima parte en el fenómeno de la concepción de tan hermoso libro. Y así tenía que ser, sin que de ello resulte proceso contra nadie: comarca nueva en la vida política, que ha sido para ella larga y tormentosa prueba; novísima, asimismo, en el desarrollo de su existencia intelectual, y ajena, por falta de medios y por dificultades de topografía, a la pose· sión y goce de fruiciones espirituales que pudieran llevarla al mundo del ideal, no habría sido posible que de la sociedad incipiente que reside en su seno surgiera el aliento poderoso que habría de poner a Isaacs en la senda del arte, vehículo noble de las más grandiosas manifestaciones del espíritu humano. Por lo mismo, aquel ilustre hermano nuéstro no nos debe nada: se lo debemos todo; él forma, en su condición de poeta caucano, un caso único, una excepción gloriosa, surgida, acaso, en momento oportuno para los intereses morales de este pueblo, llamado, sin duda, en no lejano porvenir, a hacer sentir sus pasos en la escena social de Colombia. ¿Cómo pudo, pues, formarse esa alma privilegiada Iw:pusloN:IS y U:CU:UllOS 145 en el silencio de su soledad y su aislamiento, hasta el instante augusto en que, revelándose a espíritus selectos que pudieron comprenderla, le fue dado hacer labor que habría de llevar su nombre a remotas naciones, y con su nombre el de la comarca feliz que le sirvió de madre e inspiradora, ya que no de maestra? .. . En el confín del anchuroso seno formado por el alto valle del Cauca y en los declivios amenos de la atrevida sierra de los Andes centrales, con horizontes inmensos en que la verdura recorre todos los tonos del color y el cielo sirve de techumbre azulina a campos hermosísimos, vense blanquear desde grandes distancias los muros de risueña morada, que en otro tiempo fue asilo de una familia opulenta y feliz. Allí los naranjos, los sauces y los jazmines adornaban con sus follajes las amplias galerías y perfumaban con el aroma de sus flores los patios y jardines; las aguas rodaban sobre limpias guijas, llevando a la vida la alegría de sus murmullos y la frescura de sus auras. Por doquiera, una vegetación lozana, campiñas fértiles, ganados robustos, aves de brillantes matices ... El espíritu de los habitadores de aquella morada vivía en el perpetuo embeleso de la contemplación del horizonte del Valle que, silencioso y melancólico en su soberana belleza, se extendía desde la portada principal hasta los lejanos fundamentos de la cordillera de occidente ... mientras que hacia el levante, la montaña, con sus cimas azules y sus quiebras pintorescas, formaba al paisaje un fondo de majestad grandiosa. El trabajo constante acrecentaba la prospf;Tidad de esa familia dichosa; y numerosos servidores de raza I1-7 LUC1ANOR.rvnA y CAUlt>O africana, tratados con paternal bondad, contribuían con el contingente de sus voluntarios esfuerzos al aumento de la ventura de ese hogar respetable. La tierra correspondía con opimos frutos al empeño empleado en cultivarla; y hermosos rebaños, que alegraban la campiña con sus balidos, iban a tenderse mansamente al caer de la tarde, a la sombra de las coposas ceibas que circundaban la señorial morada. Allí, en el seno de esos campos admirables, sin cuidado por las exigencias rudas de la vida, se deslizó la infancia de Jorge Isaacs, al lado de padres amorosos y entre hermanos tiernos. Después vino la adolescencia, tejida para él por el destino como una rica tela que las hadas propicias hubieran bordado con perlas y flores; y, acariciado por los vientos de la vecina montaña, en contacto íntimo con aquella naturaleza virgen y primorosa, dispúsose su alma en modo perfecto para el culto divino del sentimiento. Y a fin de que ninguna consagración faltara a la felicidad, que hizo de su primera juventud una cadena dorada de inefables goces, el amor germinó en su corazón y ie hizo sentir emociones inolvidables. ¡Sí! ¡Allí amó Jorge Isaacs como pocos hombres han amado en el mundo! ... "Mi novia", me decía él en alguna de sus deliciosas cartas, "mi novia era una muchachita de catorce años, fresca como los claveles del Paraíso y tímida como una cuncuna recién aprisionada. Yo era todo corazón (y así moriré) y ese corazón era todo, todo de ella. Aquella mujer tan pura y amorosa era mi, sueño de todas horas, mi sueño de los diez y ocho años, vivo, encarnado por un milagro" ... Pero un día, ¡día nefastol, el cielo se cubrió de nubes, el clarísimo horizonte tornó sus galas en negros blPRESIONlS y !U:CUERDOll crespones; y la muerte de su padre, primero, y después la guerra, la persecución y la ruina, alejaron a Jorge para siempre de los lugares benditos en donde creyó que reposarían algún día sus cenizas, al lado de las de sus mayores. Fue al dejar esa morada hermosa y querida, donde la existencia revistió para él las lujosas galas de una alegre fiesta, la fiesta de su juventud, pompa galana de su corazón apasionado, cuando, perseguido por el azote de la desventura; arrastrado por el furioso ven· daval de la contraria suerte, y viendo diseminados los suyos por los cuatro lados del horizonte, como si en ellos se cumpliera la maldición terrible que pesa sobre su raza desgraciada, exhaló estos gemidos: ••¡Dios de Israel! Oh Dios cuya mirada Alumbra al peregrino en su jornada. Héme cual niii.o me postré ante ti: Mi dicha niebla fue que disipaste, Al humilde y al pobre me igualaste; Lejos de esta mansión voy a morir," (1) Ausente de la patria amada; lejos de todos los seres que le eran queridos, y lastimado por las crueldades de la injusticia, Isaacs se sintió abrumado en la mañana de la vida por la pesadumbre del dolor. Orga. nización delicada y sensible, constituída para experimentar como pocas la intensidad de las emociones poderosas, lloró tn el silencio de su soledad atribulada y, pulsando el laúd de las amarguras supremas, cantó sus pesares íntimos, las dulzuras del hogar perdido, los tiernos recuerdos de la niñez, las impagables cario cias de la madre, el casto beso de la esposa, el susurro (1) Jorge Isaaes: La casa paterna. LUCIANO RIVERA y GARRIDO de las auras nocturnas entre las ramas del ciprés qu~ sombreaba la tumba de su padre ... Refugio de sus días sin luz y de sus noches insomne~ fue la noble Antioquia, tierra generosa que nunca negó el sustento de su suelo ni el asilo de sus monta· ñas al peregrino desgraciado. .. Cuidados solícitos y patriarcal hospitalidad no alcanzaron a mitigar los duelos del poeta: su alma se quejaba en todo instante y, como la mirla cautiva, lloraba en su miseria la libertad perdida, echaba menos en su cárcel dorada el perfumado ambiente del nido paterno, la gala esplen· dorosa del nativo bosque ... Y, ¿cómo hubiera podido dejar de quejarse ese corazón privilegiado, si estaba mortalmente herido? .. Por eso eran hondos y sentidos sus lamentos: ¡de esa herida manaba la sangre con que habría de escribir sus cantos inmortales! Hé ahí el verdadero genitor de la poesía de Isaacs; hé ahí el secreto de la gestación de Maria: ¡el dolorl ... Unid a ese sentimiento sublime el de la ad· miración intensa por la naturaleza que rodeó con sus encantos perdurables la adolescencia del poeta, y habréis descubierto los medios misteriosos en virtud de los cuales surgió en el corazón de Isaacs el germen grandioso de esa obra imperecedera, verdadero monumento de la literatura sentimental. Si Isaacs no hubiera padecido tanto; si la desgracia no se hubiera ensañado en él y en los suyos; si la muerte no hubiera producido esas desgarraduras te· rribles que laceraron su alma; si el alejamiento de la patria no le hubiera permitido comprender con tan absoluta perfección las magnificencias de la naturaleza caucana, porque, como él lo dijo, "las grandes bellezas de la creación no pueden a un tiempo ser vistas y cantadas", acaso no habría hecho un verso nun· IMPJU:SlONES y RECUERDOS 149 ca, ni María habría surgido de su lira de oro: ¡esos cantos y ese poema de inmortal belleza, sólo con lá· grimas pudieron escribirse! * * * Por los años de 1854 a 1856 vivía en S.•••••, ciudad rica e importante del departamento de Antioquia, un joven hermoso e inteligente a quien daré el nombre de Samuel. Miembro de una familia distinguida de la comarca, había recibido una educación esmerada y sobresalía por el amor a sus padres y la manera decidida con que comprendía la ley del trabajo, cualidades que acentuaba un temperamento fogoso y muy impresionable. No había cumplido Samuel veinte años cuando, consecuente con el modo de ser que había recibido de la naturaleza, concibió una de esas pasiones absor· • bentes que llenan la vida de un joven hasta desbordarla y hacen del amor un culto fanático que acaso no se extinga con la muerte. Bien explicaban el carácter de aquella pasión las prendas singulares de la muo jer, mejor dicho, la niña, que la había inspirado. Rosa parecía buena como un ángel y, en armonía con su espléndido nombre, era bella como sólo saben serlo esas doncellas hebreas nacidas en las montañas antia· queñas, cuya tez morena luce con los matices de la perla, y en contraste con ella brillan .rasgados ojos negros, sombreadQs por sedosos cabellos de negrura mayor. En los albores plácidos de aquel amor de niños, Samuel se creyó correspondido; pero muy pronto asal· tóle dolorosa sospecha de que los nobles sentimientos que daban vida a sU alma no eran participados sin- LUClANO ltIVEIlA y G.uJ.IDO ceramente por la que los había hecho nacer, no obstante las dulces sonrisas y las miradas tiernas con que en un principio, por vituperable espíritu de coquetería, habían sido acogidas sus ardorosas manifestaciones. Desde ese instante empezó para el vehemente joven una existencia de contrariedad. El correr del tiempo llevó a su alma entristecida la persuasión desoladora de que su amor, su noble amor, era un amor sin esperanza; y fúnebres pensamientos cruzaron por su mente, como relámpagos de la tempestad de su corazón. En semejante estado de ánimo concurrió Samuel a un gran baile, al cual asistía también la motivadora de sus tormentos; y allí en ese foco ardiente de goces mundanos, en medio de luces y flores, perfumes y armonías, cuando todo hablaba de vida y de placer, de juventud y amor, el frío desdén con que Rosa, por intempestiva veleidad de coqueta, acogía la purísima pasión de su alma nueva y generosa, le hizo perder para siempre la fe en la dicha. Enajenado por la cruel decepción, creyó ver en la conducta versátil de su amada la prueba irrecusable de su amor por otro hombre, y el horrible tormento de los celos se enseñoreó como un tirano en su afligido espíritu. Cuando el joven se retiró de aquella fiesta, que pa· ra él había sido el funeral de su ventura, llevaba impresa en el semblante la revelación de un propósito siniestro ... ¡Oh! ¡Si él hubiera abierto su alma a un padre, a un hermano, y hubiera abrevado en las fuentes del consuelo, que sólo puede ofrecer un seno amigo!... Pero, débil para resistir la terrible contrariedad de su destino, asilóse en su dolor, doblegóse ante el soplo impetuoso de la desgracia; y, perdida la fe, muerto IMl'USlONI!I y IlECUF.RDOS el valor, sumido en la desesperanza, como Manuel Acuña, el desdichado vate mexicano, puso fin a su breve existencia disparándose una pistola en el-co· razón. El dolor de la familia de Samuel fue uno de esos dolores que no pueden describirse en cuatro frases convencionales: ¡los que tienen hijos podrán como prenderlo! Obligada por las tremendas prescripciones estable· cidas para esos graves casos, la autoridad eclesiástica no pudo consentir en que el cadáver del suicida fuese sepultado dentro de recinto bendito, por 10 cual la huesa fue excavada a muy corta distancia del cernen· terio, donde acaso reposen aún los despojos mortales del desgraciado joven. . . .Años después, llevado a Antioquia por los diver· sos accidentes de la guerra que ensangrentó el país en 1860, Jorge Isaacs, ignorado aún, visitaba la hermosa ciudad donde se efectuó el triste suceso que he referido en las líneas precedentes. En uno de los paseos vespertinos que solía dar por los alrededores de la risueña y simpática población, encontróse el futuro autor de Maria con un caballero amigo suyo y COmpañero de armas, quien lo condujo hasta el cementerio, situado a menos de medio cuarto de legua del poblado. -He observado, dijo Isaacs a su amigo, deteniéndose en frente del sagrado lugar, que usted gusta de visitar solo, con frecuencia, este sitio; y descubro en su semblante la impresión de profunda tristeza que tales visitas dejan en el alma de usted. -No se ha equivocado usted, amigo mío, respondió el caballero; y señalándole un punto del terreno donde el suelo apare da deprimido, a CQrta di6tancia .ltt:í.\i{t U~.'il:~7':. . ,,, ,. , t~,;' ~ LUClANO RIvERA y GAlWDO fuera del circuito del cementerio, agregó: allí está sepultado el cadáver de un ser desgraciado a quien amé mucho; y cuando visito estos lugares, el recuerdo de aquella persona querida, unido al del triste fin que tuvo su corta vida, destroza cruelmente mi corazón. Vivamente excitada la curiosidad de Isaacs por las palabras de su amigo y conmilitón, instóle con empeño para que le refiriera la historia a que se contraían sus penosos recuerdos, a lo que accedió aquel caballero, sin ocultar ninguno de sus lamentables pormenores. Esa historia era la de Samuel. Cuando hubo terminado la triste relación, se acercó Isaacs, conmovido y mudo, al sitio donde yacían los restos del desventurado joven, y contempló con profunda tristeza aquel ignorado rincón de tierra. .. En seguida sacó de su cartera un lápiz, y escribió sobre el muro, en la parte que miraba hacia la sepultura, las siguientes estrofas: "Yo vine de tu huesa abandonada A llevar por recuerdo algunas flores; La virgen de tus tÍ !timos amores Sus lágrimas, voluble, te negó. "Fuera del santo sepulcral asilo Huella tu fosa indiferente el hombre; Una cruz te negaron, y tu nombre .... ¿Qué importa el mundo si perdona Dios?" * * * Mencioné antes a Camilo y debo decir unas pocas palabras con relación a esa obra, inédita aún. Camilo es una novela extensa en la cual trabajó Isaacs mucho$ IMPRESIONES y RECUEiDOS afíos y que, en el sentir de literatos muy expertos que lo conocen, es, si no superior a María como obra de sentimiento -porque "la ternura no tiene sino una sola edición", como con tanto acierto como espiritualidad lo dijo el señor D. Juan de Dios Uribe- sí muy notable por el movimiento dramático de una acción animadísima, y por las magníficas descripciones de tipos y paisajes caucanos, sin hablar del levantado alcance que, según se asevera, tiene la obra en el campo de la especulativa social. Cuanto a condiciones de estilo y unción psicológica, dícese que predominan en ella y la enaltecen las mismas cualidades eminentes que hacen de María "la biblia de nuestra literatura", según la expresión del inteligente escritor D. Isidoro Laverde Amaya. Afirman personas doctas que han leído el manuscrito, que hay en Camilo escenas capitales de un efeto grandioso. Entre otras que he oído elogiar como episodios dramáticos de gran valor, se habla de la admirable composición en que una pobre muchacha del pueblo, voluntaria del ejército nacional, al ver que en lo más fragoso de reñida batalla cae herido de muerte el compañero de su humilde cuanto agitada existencia, poseída por el noble furor de una justa venganza, recoge el fusil humeante que acaban de soltar las moribundas manos del soldado y, oculta tras de vetusto vallado de piedra, de una hermosura trágica como la del ángel de la desesperación, hace fuego sin descanso sobre el enemigo hasta causarle irreparable daño y hacerle pagar caro la sangre del amante muerto. Aseguran que nada iguala a la fogosa expresión del estilo empleado por Isaacs para describir la magistral escena, épico incidente que inspiró al malogrado artista Alberto Urdaneta uno de sus me- LUCIANO RIVUA y GAUJOO' jores y más encomiados cuadros. Entre los personajes del libro figura un mudo, del cual dicen primores los que conocen la estructura completa de Camilo; mudo que viene a dar a ciertos pasajes de la obra el carácter de la más acentuada originalidad e introduce en ella un elemento de poderoso interés. También se afirma que en ese libro trató Isaacs con mucho acierto y ele· vación de miras el pavoroso tema histórico de la esclavitud en el Valle del Cauca. Como el recuerdo de la historia no envuelve precisamente la idea de recrio minación, sino que ella entraña en sí el pensamiento de la enseñanza, por lo que las lecciones del pasado puedan servir para la existencia del futuro, tranquilícense las personas suspicaces que quieran ver en la simple enunciación del hecho una amenaza de decla· mación demagógica o de apasionado e inconducente debate de la cuestión de razas: demasiado inteligente y noble era Isaacs para que se hubiera pagado de tan rastreras complacencias al consagrarse a un estudio que, de seguro, no tuvo otro móvil que el bien de su país. De diversa manera se juzga en el público la abstención de Isaacs de dar a luz a Camilo y otros trabajos que conservaba inéditos. Dicen algunos que el asombroso éxito de María entraba por mucho en sus vacilaciones a ese respecto, y no ha faltado quien crea que cuando publicó el único canto que se conoce de Saulo -composición calificada de caótica por aquellos que olvidan o ignoran que en ella el poeta "sintió hondo y pensó alto", como dijo el seÍior R. Jiménez Triana10 que se propuso diz que fue arrojarlo como pasto a la crítica para ver si conseguía que se debilitara un tanto el sentimiento de admiración que produjo Ma· ría, y sobre esa mala impresión publicar Camilo. Ca- IMPIlE!!ON:U y RECUllUlOS J55 mo se ve, por el camino de las suposiciones se suele ir muy lejos ... Encontrándome en Cali en cierta ocasión, hace ya algunos años, salí una tarde de paseo con Jorge y nos encaminamos al cerrillo de San Antonio, bello sitio, muy frecuentado por las elegantes caleñas, desde donde se domina el más hermoso paisaje que puede imaginarse: la linda ciudad, coronada de palmeras como una princesa india, y circundada por risueñas campiñas. se extiende al pie, muellemente reclinada sobre la limpia falda; y todo el alto valle, espléndido con ~us magníficas llanuras terminadas hacia oriente por la altísima cordillera central y bañado por los reflejos metálicos de la luz azul de su cielo primoroso, ie dilata en abierta lontananza como la soñada visión de un poeta oriental. Sentados sobre un montan de piedras grandes, ennegrecidas por el tiempo y calcinadas por nuestro aro diente sol, en tanto que las brisas del Pacífico mitigaban el fuerte calor que había reinado durante el día, Jorge me mantuvo encantado por más de una hora, narrándome a grandes rasgos, con la propiedad de expresión que sólo él poseía, el interesante argumento de Camilo. Quedé profundamente conmovido ..... cuando hubo terminado, -¿Qué aguarda usted, le dije, para agregar esa flor exquisita a la corona de sus glorias? .. ¿Qué espera para enriquecer con tan primorosa joya la literatura de nuestro país? Sonrió al advertir mi entusiasmo; y luego: -¿Nuestro país?, me interrogó; ¿cuál, el Canea? .. -Sí, Jorge, el Cauca, principalmente el Cauea!, le respondí. -¡Ah, el Caueal ... exclamó con acento de honda '. LUCIANO RIVERA y GARRIDO amargura, a la eual se mezclaba la vehemencia del más santo de todos los amores, ¡el amor a la Patria! ¡El Cauca! ... Lo amo mucho, prosiguió, animándose gradualmente; y lo quiero ver engrandecido, como son grandes sus montañas, que desde aquí vemos; como son vastas y hermosas sus llanuras y sus selvas, que desde estos sitios contemplamos! .. ¡Y sepa usted, amigo mío, que para mí el Cauca es foco inextinguible de ilusiones gratísimas!. .. ¡En el Canca nací; en el Cauca fui niño, en el cauca amé! ... Aquí vivieron y murieron mis padres; aquí nacieron mis hijos; el reflejo de este cielo admirable prestó su luz a los bellísimos ojos de mi esposa ... Y allá, agregó con ademán elocuente, levantándose y mostrándome con la mano extendida unos puntitos blancos que salpicaban las faldas inferiores de la cordillera central y no eran otra cosa sino las habitaciones de la hacienda de El Paraíso, es decir la morada de sus mayores, el escenario bendito de ese idilio de ternura incomparable que se llama María, allá quisiera yo morir, para que mis huesos, ocultos bajo las piedras de esos collados, descansaran en el reposo eterno, en contacto perdurable con esta tierra tan amada ... ¡Sí, mucho amo al Cauca, aunque es tan ingrato con sus propios hijos! -Pero a Camilo, insistí, como para desviar su peno samiento de tan melancólicas ideas, ¿cuando lo publicará usted? .. .Jorge guardó expresivo silencio. * * * Los apartes que preceden, concernientes al trabajo inédito de Isaacs que he denominado Camilo, fueron leídos por él cuando por primera vez se publicó este IMPRESIONES y RECUERDOS 157 capítulo. Con tal motivo me dirigió una carta muy interesante en noviembre de 1893, de la cual reproduzco en seguida lo pertinente al asunto, que comple. menta de un modo satisfactorio los datos consignados con}elación a tan importante materia . . . . .. .Ya me había acostumbrado a creer -¡en trece años el dolor cava tan hondol- que en recompensa de mi afecto leal y ardiente a la tierra, donde nacimos, ni hogar ni tumba tendré en su suelo ... "Yo necesito creer que lo poco que hice y hago por la honra y prosperidad del país natal, no será olvidado y sí agradecido por la juventud republicana del Cauca. Usted me asegura que ella me estima. Si lo contrario pensase yo, ¿cómo tener la entereza de áni· mo, la fe que no me ha faltado ni en los más aciagos días de estos últimos años? No ha estado a mi alcance hacer labor de más mérito. Otros sean capaces, en holgura y en propicios tiempos, de tarea mejor, y así lo deseo con toda mi. alma. Hoy se dice -y oírlo me impacienta- 'que la actual generación de ese país no fatigará la Historia', que se ha esterilizado la tierra de los Caldas y Torres, que se ven unas rarísimas excepciones, a manera de sarmientos exóticos de vid que . la maleza ahogó. Unos pocos, cuya cuenta no exige los dedos de una mano, son las excepciones que aparecen brillantes; pero si toda esa juventud, suprimida·y en sombra, llegase a tener núcleo y estímulos; si ambiente de libertad la confortara y nuevo calor la hiciera erguir, volverían para el Cauca días de gloria y bienestar. En aquel escenario los hombres no pueden ser pequeños, si libres son. He estudiado mucho, cuanto me ha 5ido posible, lo que actualmente sucede en el LUCIANO RIVERA y GARJ.IDO Cauca, y no es irremediable, nunca lo creeré: la de· magogia y el ultramontanismo, cada cual a su turno, han sido los azotes de esos pueblos; el desaliento del presente, caso de que se prolongara, sería fatal. La lucha empezó desde 18SI, o muy poco antes, y en ella, con treguas cortísimas, algunas de marasmo, van tras· curridos sesenta y dos años. ¿Qué habría de suceder en u'n país cuya primera necesidad fue educar para la República y la industria la clase proletaria, mezcla de raza africana, europea e indígena? Libertad e ignorancia suman barbarie. Los fundadores de la República nada tenían de antropólogos. La sociología no era alÍn ciencia conocida: edificaron sobre escombros de servidumbre y a la luz de las batallas. De los here deros de su labor gigante, unos quisieron ser únicos dueños de ella en nombre de la libertad, otros en nombre de la religión; ninguno en nombre de CRISTO, verdadero apóstol y mártir de los oprimidos, de los sedientos de justicia, de las democracias. Invocaban • los derechos del hombre para hacer mártires; los de la religión, para hacer esclavos. Nadie se acordó del que dijo: 'amaos los unos a los otros, enseñad al que no sabe, vestid al desnudo, dad de beber al sediento y seréis venturosos'. La libertad enemiga del cristianismo ... ¡Cristo abominando su obra! ¡Iniquidad humanal ¡Fariseísmo tenaz! "Dominado por estas convicciones, personificando (fácil labor) estas ideas, poniendo en relieve fatales errores, escribo a Fania, cuya acción empieza en 1822, aunque un bello episodio me hace retroceder hana 1808, y a las campañas de José María Cabal, otros detalles. A lma negra (lo que usted denomina Camilo) debe seguir a Fania. Retocando el primitivo plan de la obra se convierte en dos libros: el último, Alma ne- btP1U!SIONES y munDOS 159 gra, aparecería fragmentario sin el otro. En ese trabajo tengo puesta toda mi atención, mis facultades todas, y confío ya plenamente en que el resultado satisfará a mis amigos. o "Y a qué, sino al trabajo habría de acudir para alivio de mis infortunios? . . Así lo he hecho, y usted lo hallará muy natural y puesto en razón. Jorge Roa, ya ilustre paisano nuéstro, y que me da su estimulante cariño, volvió a despertar en mí el deseo de darle término a la obra de que le hablé antes, que usted llama Camilo. Además, ese libro debe preceder al que yo quería escribir o completar ahora, de argumento, drama y costumbres muy interesantes para Antioquia" ... ••• ••• ••• Muchos años pasaron sin que yo tuviera el noble placer de estrechar la mano de Jorge, pues las incesantes labores de investigación científica a que estuvo contraído por largo espacio de tiempo en la península guajira y en la costa atlántica, estorbaron su vuelta al valle nativo. En carta escrita a fines de 1891, me decía: ... "Mi salud se quebrantó mucho en los últimos veintidós meses: en Bogotá tuve necesidad de hacer muy penosos esfuerzos para lograr el coronamiento de la obra objeto de mis viajes. En aquellas excursiones por la Costa, viví unas veces como conquistador español, y otras como salvaje: tuve que explorar re· giones nunca pisadas ni por :Federmán ni por Ojeda; y, como era natural, contraje una afección palúdica que ha sido muy difícil y arriesgado venceJ'o Me siento ya mejor de dolencias físicas; las del alma no son te- 160 LUCIANO RIVERA y GAlWDO mibles, porque ésta se encuentra vigorosa y entera .. Jorge Isaacs murió en la ciudad de Ibagué el 17 de abril de 1895, día que, por tan triste circunstancia, puede considerarse como nefasto para Colombia. En los últimos años de su existencia vivió pobre de dineros, pero rico de glorias, satisfechos los anhelos de su afectuoso corazón por los tiernos cuidados y cariñosa solicitud con que su excelente familia mitigó la amargura de los momentos postreros. Gentilhombre por gracia de estado, apenas si echaba menos en la madurez de la vida las grandezas y comodidades que rodearon su cuna. Bien sabía que no necesitaba de riquezas perecederas quien, como él, había recibido del cielo dotes tan excepcionales y tenía méritos más que suficientes para que el afecto de sus amigos lo custodiara al través de la distancia, y la admiración de las almas nobles formara a su nombre inextinguible aureola. La muerte de Jorge Isaacs tuvo dolorosa resonancia en todo el continente americano. La prensa de las ciudades más importantes del mundo de Colón dio testimonio elocuente de su pesar, y en ese coro de justísimos lamentos se distinguieron, como era natural, los principales periódicos de la capital de Colombia. Pocas veces se había revelado el sentimiento público con más espontaneidad de expresión, al tratarse de la pérdida de un hombre ilustre, como en el caso de la muerte del autor de ~María; y lo mismo en prosa que en verso, ingenios de poderoso aliento y generoso corazón deploraron con sentidas quejas ese tristísimo suceso, que bien puede considerarse como una gran desgracia nacional. IMPUlIONES !' IlECUERDOS 101 El distinguido sacerdote mexicano D. Vicente F. Abundis, me decía en carta dirigida de Ciudad Victoria (Tamaulipas) en el mes de septiembre de 1895: " ... Doce años hace que leí, por primera vez, a Maria; de entonces a esta fecha más de seis veces he vuelto a leer sus páginas, y las mismas sensaciones, la misma congoja, el mismo dolor en mi corazón he sentido, hoy que tengo treinta años, que en aquellos primeros días de mi juventud. "¡Oh señor! Nací mexicano, pero siento en mi alma. amor intenso por ese bello suelo de Colombia ... Mil veces dichoso usted que ha contemplado el sitio bendecido que inspiró a Isaacs su libro. o. Quisiera respirar el perfumado ambiente del Valle del Cauca, oír el dulce murmullo del Zabaletas, extasiarme ante ese panorama que he soñado tantas veces... "En México ha sido llorada la muerte del autor de Maria como la de Gutiérrez Nájera; como quizás no 10 sería la de muchos de sus hijos eximios... ¡Ah! No alcanza usted, señor, a comprender, cuán popular y querido es aquí el nombre de su ilustre compatriota de usted. ¿Tendremos la ventura de deleitarnos algún día con las obras que, según ha afirmado la prensa de México, dejó inéditas el insigne escritor?.. o" La misma interrogación se oye incesantemente en boca de los innumerables amigos y admiradores del más tierno de los poetas colombianos. Es de presumirse que los dignos herederos del ilustre Isaacs, no privarán por mucho tiempo a la amistad y a las letras del goce de tan inefable satisfacción. "Nos parece que la vida de Isaacs no puede ser estudiada con prescindencia de su obra, ni las fases de ésta sin ver qué sol, en cada etapa de su agitada peregrin~ción, il~miuó s~ Ífc;:nte,si el sol ardiente de la 161 LUCIANO llIVJ:ltA y GAUmO juventud o el sol pálido del último invierno", dice el más espiritual y profundo de los analizadores del carácter literario del autor de María, D. Diego Mendoza. "Cuando toda la obra de Isaacs sea conocida del público, y, así, haya pasado por la prueba decisiva, se verá si la flor vale más que el fruto, o el fruto más . que la flor, o si uno y otra, a la luz y al calor de su estación, tienen lUloSmismos quilates; si Fania es superior a María, o si las dos creaciones son perlas arrancadas por un mismo buzo, madréporas de diferentes edades en mares que se comunican por corrientes misteriosas." (1). >1: '" '" Era aún adolescente y las cosas del mundo se pre· sentaban a mis ojos veladas por una especie de niebla luminosa que las hacía aparecer doblemente seductoras y amables, cuando tuve la dicha de visitar el territorio antioqueño; y por este motivo, en mi mente quedó fijo el vigoroso y poético recuerdo de aquella región de estructura singular, tan distinta por su conformación y por sus condiciones etnográficas del suelo hermoso en donde plugo a Dios hacerme ver la luz primera. Aquel recuerdo, embellecido con la mágica apariencia que los albores de la juventud saben prestar a todos los objetos -así a los países que re· corramos en esa edad feliz, como a la mujer preferida que recoge amorosa las primicias de nuestro corazónvive en mí con caracteres imborrables. Acá en mi memoria se refleja vivaz la imagen de una comarca extensa y montañosa, cruzada en dife(1) Diego Mendoza: Segund4 lectura de "MlJrílJ". rentes direcciones por estrechos valles en cuyas cuencas clamorean espumosos torrentes o caudalosos ríos, encajonados entre verdes faldas, tendidas unas como los paños de un vestido regio, empinadas otras como lienzos de gigantesca arquitectura; cubiertas todas por el verde tapiz de interminables y profusos maizales; animadas las más por risueñas cabañas que hasta el palio del cielo elevan la humareda de sus hogares, y en cuyos contornos muge el paciente buey, fiel compañero de las labores del agricultor, o brama el ternerillo a corta distancia de la vaca de limpia piel y mirada profunda. En esta cuchilla, y en la otra, yen la de más allá, veo con la mente pintorescos poblados de blancas casas que forman cortejo digno a esbeltos campanarios; y por doquiera, la vida, el movimiento; en todas partes la animación y el gusto al trabajo; y hasta donde penetra la tenaz investigación de la. memoria, no alcanzo a descubrir tierras incultas... Más bien paréceme distinguir allá, sobre el altísimo peñasco, al avizorado labrador que, temeroso de no encontrar ya en su país espacio ni bosques para el hacha potente que en la diestra lleva, dirige la mirada hacia los vastos horizontes caucanos, en solicitud de campo de acción para su actividad infatigable, y de obstáculos, que vencerá con su constancia y con su arrojo. Ese es el sur de Antioquia. .. Más allá, en el centro de encrespado y verde territorio, mi fantasía, auxiliada por el lente poderoso del recuerdo, contempla entusiasmada ciudades simpáticas, pulcras y atrayentes, como Sonsón, Ríonegro, Marinilla, La-Ceja, El-Re· tiro ... y más allá aún, en el corazón de un valle primoroso que parece formado por el capricho poético de un príncipe de los cuentos árabes, para recreo de odalisca favorita, en medio de boscajes de limoneros f LUClANO "IVERA y GAlUUDO rosales y jazmines, veo a Medellín, la sultana antio- queña. En aquella región hermosa y rica, eremitorio de labores rudas y asiento de un pueblo que suspira por el progreso, y, constante como ninguno, trabaja obstinado para alcanzar ese gran bien, veo con el alma gentes activas como la abeja y perseverantes e ingeniosas como la hormiga, que rechazan las caricias pérfidas de la pereza que enerva y oponen mano fuerte a la fatiga que habrá de recibir opima recompensa. ¡Pueblo inteligente y valeroso, que así huye de la afeminación de las costumbres,· como lucha a brazo par· tido con las rocas de sus montes y las selvas de sus valles, hasta arrancar de las primeras esa fuerza que se llama oro, y extraer del suelo de las otras la simiente que nutre y vivifica; como, al llegar la noche cuelga en los muros del hogar los instrumentos de la labranza -esas armas preciosas de los pueblos pacíficos- y acompaña con los acordes de la vihuela las dulces canciones de sus montañas! ... ¡Pueblo varonil y espiritual, que con el mismo entusiasmo que se inclina hacia la tierra para fecundarla con el. sudor que corre de su frente en la lid del trabajo, levanta al cielo la mirada para extasiarse ante la grandeza de la obra de Dios! Esa tierra es Antioquia; esa comarca es la hermana del Cauca; nuestra amiga natural, nuestra vecina honorable; región predestinada por las leyes eternas que gobiernan la suerte de los pueblos, a ser nuestra aliada en el peligro, nuestra compañera en las glorias ... Cupo a esa tierra ubérrima y hermosa la envidiable gloria de servir de tema fecundo a la musa inspirada de Jorge Isaacs, así en los primitivos destellos de sus Plf.tIlifes~acionesespléndidas! cuando cantó La monta- IMPRESIONES y RECUERDOS ñera y Los amores de Soledad, Jacinto y Martina y Río Moro, como cuando, ,expirante ya el sol de su agitada vida, pulsó el laúd de las entonaciones inmortales y colmó los ecos de las montañas antioqueñas con el clamor de La tierra de Córdoba. Misterioso y singular prestigio ejercían en el alma del poeta caucano las hondas quiebras y las cimas azules del territorio de Robledo; grande era la influencia que en su corazón ardoroso y patriota hacían sentir las virtudes y las condiciones eminentes de ese pueblo de pasado glorioso, consolador presente y bello porvenir. .. ICómo comprendía Isaacs con la poderosa visión de su genio, que en esa comarca crece, verde y lozana, una de las mejores esperanzas de Colombia! ¡Cómo supo darse cuenta clara su corazón magnánimo de las generosas dotes de aquel pueblo, al cual juzgó digno de todo su amor y de todo su reconocimiento, cuando, desviando los angustiados ojos de la patria amada, pidió "que enviara pronto Antioquia por sus huesos!" ... y ¿de qué manera ha correspondido el pueblo antioqueño al deseo ferviente, a la súplica postrera del más tierno de los poetas colombianos? .. Mal inspirada por sentimientos egoístas, o sugerida por el materialismo que injustamente le atribuyen almas superficiales o prevenidas, ¿ha oído Antioquia con indiferencia o con desdén el ruego último de aquel que la amó tanto? .. ¡No! ¡La comarca favorecida está a la altura del favorecedor! Ella siente hervir su sangre, enardecida por el más noble de los entusiasmos; con· vaca a sus hijos para que preparen el espíritu en piadoso recogimiento y se hagan merecedores del precioso legado; acumula mármoles y bronces; recoge las flores y los laureles que habrán de servirla para tejer coronas inmortales; adorna con palmas sus caminos; tUCIANO RIVERA y GAIWDO engalana sus poblaciones; se prepara dignamente para recibir en su seno los restos mortales del poeta del llanto; de aquel de los hijos de Colombia que en el campo del arte y del sentimiento -única cosa que perdura al través de los tiempos, en la agitada marcha de la humanidad hacia lo desconocidosupo dejar grandioso testimonio de su amor y su veneración por el suelo bendito que escogió para asilo eterno de sus cenizas ... Singular personalidad la de Isaacs, destinada a poner de relieve ciertos caracteres escogidos, a evidenciar a ciertos hombres de excelso temperamento, lo mismo en el pleno goce de la vida, cuando se mostró como un astro de magnitud suprema en el cielo de las letras patrias, que hoy, cuando, muerto ya para la vida perecedera de este mundo efímero, brilla en el cielo de la inmortalidad con la luminosa estela de su gloria! ... Bien valen los nombres de los catorce literatos de la capital que en noche inolvidable lo consagraron sacerdote de esa religión sublime de las almas egregias, la poesía; bien valen esos nombres los de los ocho ca· balleros, nobles hijos de Antioquia que, oficiantes de la admiración y de la gratitud, se han constituído voceros del inteligente y generoso pueblo elegido por Isaacs como guardián de su tumba, para que sean cumplidos los votos postrimeros del poeta. Esos nombres, que los fastos gloriosos de la Tierra de Córdoba conservarán siempre como un timbre de honra, son los siguientes: Pedro Nel Ospina, Fidel Cano, Camilo Botero Guerra, Juan José Malina, Carlos Vélez S., Pascual Gutiérrez, Eduardo Zuleta, Manuel J. Alvarez. Esos ocho nombres representan las ciencias y las letras, la política y las artes, el comercio y la industria de Antioquia; es decir, lo más elevado de cuanto pue- lMPUSlONF.S y RECUnDO. de constituir la vida de ese departamento en el orden de los intereses morales y materiales. Ellos representan, asimismo, las diversas agrupaciones que intervie· nen de uno u otro modo en la existencia política de ese pueblo altivo: simbolizan, pues, las más nobles aspiraciones de una sociedad culta y cristiana que, cuando se trata de enaltecer el verdadero mérito, hace abstracción completa de los menguados asuntos de partido, y sólo se preocupa con el engrandecimiento de la Patria ... y como si los caballeros que llevan esos nombres ilustres juzgasen incompleto el desarrollo de su propósito, sin la participación eficaz y dignificad ora de la mujer -dado que se pretende honrar la memoria de un gran poeta, que tuvo como ideales de sus cantos esos atributos esencialmente femeninos: el amor casto, la ternura y las lágrimas- han solicitado y obtenido el concurso de damas de tan elevado rango social y virtudes eximias como son aquellas con cuyos nombres honro estas humildes páginas: Señora D:¡l María Ignacia Arango de Llano, señorita Teresa Uribe Restrepo, señorita Concepción Ospina . .* * * Antioquia guardará, con el respeto y la veneración debidos, el sagrado depósito que el cantor de Río Moro quiso confiar al cariño de todo un pueblo, y puede afirmarse que lo guardará en urna de mármol y pórfido, urna que las manos puras de las hermosas hijas de esas poéticas montañas cubrirán a mañana y tarde con guirnaldas de rosas y azucenas ... Pero si el esfuerzo que ese' pueblo espiritual y generoso hace hoy con el fin de conservar esas cenizas ilustres en cenotafio digno de ellas, se viese frustrado por alguna 168 LUCIANO R.IVUA y CADIllO de tantas circunstancias que la previsión humana no puede evitar, no importa: guárdelas en humilde túmulo, si más no puede hacer, que allí estarán bien, custodiadas por el afectuoso ceJo de que da elocuente testimonio el entusiasmo con que se ufana hoy, al constituirse el?-ejecutor testamentario de las últimas voluntades del poeta caucano. Eso, el cariño de un pueblo vigoroso y noble, en medio del cual sintió aro der el fuego sagrado de la inspiración, allá en los días vehementes de la primera juventud; el afecto sincero y constante del pueblo de sus simpatías y de su admiración, eso era lo que anhelaba para su memoria el ilustre vate; y por ello quiso dormir el sueño último a la sombra de los "jazmines y floridos naranjales", en aquel valle primoroso, donde reina la ciudad romántica, de la cual dijo en estrofa inmortal: ¡Cómo la miro en estrelladas noches En mis sueños aún! Formándote cojines se agrupan los a1cores, La cubren las montañas con su azulino tul.