introducción - Centro de Estudios Cervantinos

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Alberto del Río Nogueras, Florindo, de Fernando Basurto (2007)
INTRODUCCIÓN
Podría achacarse a la pereza del editor el hecho de que una guía del Florindo, cuya
edición de 1530 consta de más de 166 folios en letra gótica, quede reducida en esta
colección a poco menos que un opúsculo, pero lo cierto es que por más que uno hubiese
querido estirar el resumen de su argumento, la peripecia, de tan escueta, no da para más. El
libro de caballerías de Basurto es el típico ejemplo de narración dominada por la
amplificación “retórica” en detrimento de la amplificación “material”, útil distinción que
William W. Ryding apuntara en su estudio sobre las estructuras narrativas medievales1. La
trama es relativamente sencilla: evita detenerse en pormenores genealógicos y en
circunstancias de nacimiento para entregarnos al héroe, tras brevísimas alusiones a su
educación, dispuesto a abandonar la tierra natal para probar su ánimo belicoso en Italia, “la
tierra donde es y será más contina la guerra”. Nada tiene de extraño la adopción de un
esquema que planea sobre parte de los libros de caballerías hispánicos, empezando por el
ejemplo pionero del Tirant, modelo de parquedad en los detalles biográficos ligados a los
inicios de la trayectoria heroica. Sin embargo, en el arranque de la obra y privilegiando
elementos que quedan al margen del esquema arquetípico, asistimos a largos parlamentos y
discusiones con sus padres sobre la conveniencia o inconveniencia de desposarse. Es la
primera muestra de algo que va a ser una constante a lo largo de sus páginas: la importancia
concedida a las argumentaciones misóginas vertidas en multitud de consejos y consejas bien
nutridos de ejemplos de la antigüedad y espigados de fuentes compartidas que llevan al
anónimo autor del Diálogo de las transformaciones de Pitágoras, a Cristóbal de Villalón en El
Scholástico y a nuestro autor a incluir el ejemplo con el que un monarca instruye a su hijo
Patronio para “que no se casase sino con persona que conosciesse y que en generosidad de
sangre fuesse su igual y que recibiesse en dote lo menos que pudiesse y que en estremo no
fuesse hermosa”.2
Pero no es este el único de los aprioris ideológicos que guían la pluma del autor
desde la dedicatoria a don Juan Fernández de Heredia, conde de Fuentes. No olvida el
autor en el final de la primera parte confesar la intención de repasar los orígenes de la
malvada secta mahomética:
Baste saber a los lectores el principio y nacimiento suyo y su bestial movimiento y
falsas y mentirosas invenciones, sin dezir su fin, pues fue para perder su ánima y no
preservar el cuerpo de concepción de toda maldad, para perder y dañar millones de
millones de ánimas que penando lleven a él, no descansando ellas en las infernales
penas que están aparejadas a aquellas que abitan en los cuerpos mal aventurados
que guardan y sostienen su seta.
1
Structure in Medieval Narrative, La Haya, Mouton Press, 1971.
Véase el impecable estudio de las similitudes y diferencias de las tres versiones en Ana Vian
Herrero (ed.), Diálogo de las transformaciones de Pitágoras, Barcelona, Quaderns Crema, 1994, pp. 90-104. Y ahora
la noticia dada por César Chaparro Gómez del empleo de este ejemplo, traducido al latín por Valadés,
“Retórica y libros de caballerías: la presencia de exempla en la Rhetórica christiana de Diego Valadés”, Cuadernos
de Filología Clásica. Estudios latinos, 24 (2004), pp. 257-292.
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Alberto del Río Nogueras, Florindo, de Fernando Basurto (2007)
No es de extrañar, pues, que sus primeras hazañas en el viaje de Persia a Italia le
lleven a combatir con denuedo a los partidarios del profeta árabe, convertido en personaje,
y destacado, de estas primeras páginas que discurren entre Meca y Medina y aprovechan
para fustigar, en línea con la literatura anticoránica del momento, la ascendencia
despreciable de Mahoma, su humilde oficio de acemilero, su condición de embaucador de
secuaces y, no podía ser de otra forma en un libro de ortodoxa militancia, la disoluta
conducta que en asuntos de faldas guía al caudillo árabe y que desemboca en la institución
de la poligamia en el Islam, nueva ocasión para las andanadas misóginas en la novela:
Con la qual él no saliera si en aquellos tiempos y patrias oviera personas doctas que
defendieran nuestra santa fe cathólica; mas como estavan desiertas de personas
sabias y pobladas de ingenios ciegos y çercadas de coraçones dañados, no ovo quien
resistiesse al malo y bullicioso de Mahoma que no alterasse todas las gentes de
África con la Bervería, para que siguiessen su dañado y malo propósito para su
dampnación y perdimiento.
Pero si en estos primeros capítulos la acción, en su consabida vertiente bélica de
enfrentamientos entre cristianos, idólatras y mahometanos, no queda completamente
desplazada por el contenido doctrinal, no puede decirse lo mismo de la segunda parte del
libro, dominada por los entresijos del duelo judicial caballeresco. Llegado el héroe a
Nápoles, se suscita al poco de su recepción en la corte un enfrentamiento con su
antagonista, Alberto Saxio, que va a correr paralelo al pleito dinástico entre el rey Federico
y el duque de Saboya y que ha de nutrir las páginas de este bloque central. Si hubiésemos de
resumir el asunto de estos más de 80 folios bastaría con decir que las pretensiones al trono
napolitano del duque son sistemáticamente denegadas. Paralelamente, el intento de Alberto
Saxio, refugiado en Saboya, de no reconocer su derrota frente a Florindo en el torneo
convocado para obtener la mano de la princesa Madama Tiberia, resulta vano. Claro que
entonces pasaríamos por alto lo que constituye en realidad el grueso de esa segunda parte y
aun del libro, a saber: los formalismos de rieptos y desafíos que se enseñorean de las páginas
con el ir y venir de emisarios, trompetas y heraldos. Las cartas de batalla suelen dar lugar al
traslado oral de su contenido, que el trompeta refiere ante la corte reunida
ceremonialmente para la ocasión, al capítulo que a renglón seguido recoge textualmente el
documento, a las disquisiciones de la camarilla de gobierno para aconsejar sobre la
respuesta, al sobrecartel originado de la discusión, que a su vez será entregado en la corte
contraria para iniciar un proceso similar de vuelta con la obligada contestación. Y todo ello
en un fuego cruzado de palabras que implica no sólo a las dos parejas de retadores y
retados, sino igualmente a padrinos, mantenedores de campo y hasta al propio tribunal de
la Rota, pues de un conflicto genealógico de bastardía en reino italiano se trata. Ya lo
avisaba la portada del libro, “en el qual se contienen differenciados riebtos de carteles y
desafíos, juizios de batallas…” Por ello no me parece exagerado hablar del Don Florindo
como un tratado de rieptos y desafíos3, un espejo en que los caballeros pueden aprender a
conducirse en lances de honor propios de su estamento.
3
Alberto del Río Nogueras, «El Don Florindo de Fernando Basurto como tratado de rieptos y
desafíos”, Alazet, 1(1989), 175-194.
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Conviene, sin embargo, no perder de vista que el Privilegio Real del libro está
firmado en Monzón, localidad en la que Carlos V celebraba cortes en 1528. Precisamente
por esas fechas el Emperador andaba enfrascado en el tan publicitado reto con Francisco I,
asunto que dio lugar a carteles y sobrecarteles, a idas y venidas de heraldos muy similares a
las descritas en la obra de Basurto, quien muy bien pudo haber pretendido homenajear y
halagar el espíritu caballeresco del monarca con esta sección de su libro, a la vez que
terciaba en el terreno de la ficción sobre la legitimidad de la política carolina en la península
Itálica, trasladando el conflicto con la monarquía francesa por el control de los territorios
italianos a la pugna novelesca de Federico de Nápoles con el Duque de Saboya. Ni que
decir tiene que las dimensiones de esta fantasía histórica se dejan sentir en el avance de la
acción, detenida y morosa en esta parte central del libro, enmarañada entre los formalismos
del “combate imaginario”4.
Tampoco la tercera y última parte sale bien librada de una escritura muy alambicada
en lo formal y más pendiente del desarrollo de tesis doctrinales que de un diseño narrativo
ágil y variado. Confluyen en un protagonismo compartido el héroe y su padre, personaje
crucial de la peripecia desde que ya en la primera parte se decidiera a salir en busca de su
hijo. Lo que en un principio podría haber sido poco más que un tributo a un motivo
folclórico perfectamente rastreable en nuestros libros de caballerías, por no hablar de la
literatura artúrica, -esto es la superación por el vástago de la hazaña que el padre no ha
podido acabar5-, se convierte en manos de Basurto en el extenso desarrollo del asalto
alegórico al Castillo Encantado de las Siete Venturas. En él había quedado encerrado el
duque Floriseo, concretamente en la mansión del pecado de lujuria, por no haber sabido
resistir a las deshonestas proposiciones del demonio en forma de mujer. ¿Quién mejor que
Florindo, siempre en guardia frente a los engaños femeninos, para afrontar el definitivo
asalto? Este, por lo demás, se estructura siguiendo el esquema, de tanta fortuna entre los
escritores místicos, de asedio al castillo interior guardado por las alimañas de los siete
pecados capitales. No escapará al lector avisado que de esta manera la obra de Basurto en
su tercera y última sección se convierte en un ejemplo precursor de los libros de caballerías
a lo divino.
Pero la narración termina con un broche postizo que pone en evidencia las
contradicciones implícitas en la concepción de un héroe desamorado y misógino que ha de
asumir el protagonismo de un universo literario caballeresco. El giro había sido anunciado
ya por unos forzados devaneos con las damas en su estancia segoviana, donde llega a
enamorarse de Clariana, hija del conde Piramón. Aunque incoherentes con su trayectoria,
permiten plantear el conflicto entre el sentimiento filial y la pasión amorosa. Los consejos
de sus allegados acaban por inclinar la balanza hacia el lado del deber justo antes de
emprender la conquista del castillo de las Siete Venturas: “El amor del padre es sin fin y el
de Clariana jamás tendrá principio, porque si oy te pareçe que te adora, mañana la verás
trocada. Pues no es otra cosa la muger sino la flor del sauco que en cayendo del árbol
queda su fruto negro, o la salamandra del horno que los hijos que engendra con el calor
mata quando son criados, o un animal que camaleón se llama que toma el color de todas las
colores sin tener perfecta ninguna”.
4
Tomo prestado el término del libro conjunto de Martín de Riquer y Mario Vargas Llosa, El combate
imaginario. Las cartas de batalla de Joanot Martorell, Barcelona, Barral, 1972.
5 Thompson L142.3. Son surpasses father in skill
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Alberto del Río Nogueras, Florindo, de Fernando Basurto (2007)
Liberado el duque Floriseo de su prisión y para terminar el relato de manera
canónica, Florindo, a nuevo ruego de sus padres, se ve obligado a aceptar por fin el
compromiso matrimonial: “les dixo que pues no podía escusar de ser casado por haver
heredero para heredar los sus señoríos, que él era contento”. Y se decide por la menos
hermosa de la terna propuesta por tres embajadores. La elección se hace cuadrar con su
ascetismo y ortodoxia -“e diziéndole que havía escogido en la traça de las donzellas en la
hija del que guardava la fe santa de los cristianos, fue alegre don Florindo”- pero no deja de
ser un broche postizo, relegado al último folio del Don Florindo y en contradicción flagrante
con su trayectoria. Y es que como muy bien sabía don Quijote, el intento de hacer
descansar la peripecia de un relato caballeresco sobre un protagonista contrario al amor y
remiso ante las mujeres incurría en flagrante despropósito contra las reglas del género6:
“Limpias, pues, sus armas, hecho del morrión celada, puesto nombre a su rocín y
confrmándose a sí mismo, se dio a entender que no le faltaba otra cosa sino buscar una
dama de quien enamorarse, porque el caballero andante sin amores era árbol sin hojas y sin
fruto y cuerpo sin alma”.
Alberto del Río Nogueras
Universidad de Zaragoza
6 No es la única rareza de este singular libro, pues el propio héroe explora un camino vedado de
ordinario a los caballeros andantes, el que lleva a las mesas de tahures y a los enfrentamientos derivados de las
discusiones sobre el juego. De nuevo una preocupación de Basurto, compartida por no pocos moralistas en
su época, y destacada desde la propia portada -que ofrece el libro para “escarmientos de juegos”-, incide en el
dibujo de un protagonista atípico para una narración caballeresca.
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