INTRODUCCIÓN Juan Carlos Tedesco* LOS CAMBIOS EN LA EDUCACION SECUNDARIA Y EL PAPEL DE LOS PLANIFICADORES América Latina es una región con algunas características peculiares desde el punto de vista de su estructura social y su desarrollo. En términos culturales, si bien tiene una enorme diversidad, no se han producido en ella los fenómenos de integrismo, fanatismo y fundamentalismo que se observan en otras regiones del mundo. En términos políticos, parece haber superado las tentaciones autoritarias que rigieron en las últimas décadas, y la democracia –con serias dificultades, por cierto– tiende a consolidarse en la mayor parte de la región. Desde el punto de vista económico, la mayoría de los países han logrado en los últimos años algunos avances importantes en términos de estabilidad de las monedas y de integración del mercado mundial. Algunos de ellos, incluso, también han recuperado el crecimiento. Sin embargo, las pautas del proceso de desarrollo económico no han permitido reducir los elevados índices de pobreza, desempleo y concentración del ingreso que caracterizaron tradicionalmente a las distintas sociedades latinoamericanas y, en la mayoría de los casos, esos rasgos se ha acentuado. En este contexto cultural, político y económico existen fuertes evidencias de que la educación se ha convertido en un sector clave de las políticas públicas. Prácticamente todos los países están llevando a cabo procesos de transformación educativa, que están en el centro de los debates tanto de los educadores y especialistas en educación como de los demás actores sociales en su conjunto. Los procesos de transformación educativa vigentes en América latina han obligado, a veces dolorosamente, a revisar muchas ideas, metodologías y procedimientos tradicionales. Parafraseando una frase bastante común, se puede afirmar que las reformas ya no son lo que eran antes. No lo son, en primer lugar, porque lo que está en juego es mucho más trascendental que lo que estaba en juego antes de los procesos de cambio educativo. Paradójicamente, la entrada en el siglo XXI se parece mucho más al fin del siglo XIX que a los mediados del siglo XX. En estas decisiones sobre la transformación educativa está en juego nada más ni nada menos, que el destino de las sociedades y de las personas. La educación es el sistema social más importante desde el punto de vista de la producción y la distribución de conocimientos, y existe un consenso bastante general en reconocer que será el factor clave del desarrollo social, político y personal en el mundo al que estamos entrando. Por eso no es de extrañar que la discusión sobre los procesos de transformación educativa provoque, simultáneamente, una gran demanda de consensos, de acuerdos y de concertaciones y constituya un foco muy fuerte de conflictos. En el marco de este análisis general, la educación secundaria es –probablemente– el tema que provoca mayores controversias en la agenda de discusiones de los procesos de transformación educativa. Hace ya mucho tiempo que los diagnósticos, tanto cualitativos como cuantitativos, han señalado que en la enseñanza media se concentra la mayor densidad de problemas o, desde el punto de vista de las políticas de educación, existe la menor cantidad de soluciones y respuestas. Para comprender las razones de este déficit de respuestas es preciso recordar que la expansión de la enseñanza básica provocó, en casi todos los países, la * Juan Carlos Tedesco es licenciado en Ciencias de la Educación (UBA). Ha sido especialista en política educacional del Proyecto UNESCO-CEPAL “Desarrollo y educación en América latina y el Caribe”, donde fue responsable de las investigaciones sobre educación y empleo; director del CRESALC (Centro Regional de Educación Superior para América Latina y el Caribe); director de la Oficina Regional de Educación para América Latina y el Caribe (OREALC) y director de la Oficina Internacional de Educación de la UNESCO, en Ginebra. Actualmente es director de la sede regional del Instituto de Planificación de la Educación en Buenos Aires. masificación de la enseñanza media y, con ello, la crisis del modelo tradicional que concebía este nivel como un mecanismo de pasaje a la universidad, a través del acceso a la cultura general. Pero la masificación de la enseñanza media también está asociada a la situación de la juventud en la sociedad moderna. Al respecto, es posible identificar tres grandes tendencias, no siempre armónicas sino más bien contradictorias entre sí, que afectan de manera decisiva la situación de la juventud. En primer lugar, la tendencia a aumentar las dimensiones de la vida social sobre las cuales los jóvenes deben tomar decisiones. En el pasado, todo lo referente al estilo de vida, a las maneras de relacionarse y de elegir amigos, de vestirse o de constituir una familia, por ejemplo, estaba en gran medida determinado por el origen social, la cultura y las instituciones. Hoy en día, en cambio, aunque existan limitaciones materiales para hacerlo, todos los estímulos sociales se dirigen a presentar muchas más opciones en esos ámbitos y a pretender que cada uno tome sus propias decisiones. En segundo lugar, el momento de tomar decisiones se está adelantando de manera progresiva. Las decisiones se toman cada vez más temprano. Hasta los niños toman hoy algunas decisiones o participan en la toma de ciertas decisiones sobre sus estilos de vida, sus maneras de vestir, la elección de sus amigos, etc., que antes estaban totalmente reguladas desde afuera. En otro sentido, este fenómeno se expresa, por ejemplo, a través de la discusión que se produce en el ámbito jurídico acerca de la edad mínima a partir de la cual una persona es responsable de sus actos, discusión fundamental desde que se produjo el incremento de la delincuencia juvenil e infantil . Contradictoriamente con estas dos tendencias que reflejan más bien el aumento de la autonomía, asistimos a un tercer fenómeno, según el cual se posterga cada vez más el momento de la independencia, de la autonomía material y financiera, porque se pospone cada vez más el ingreso al mercado de trabajo. En este juego contradictorio de tendencias vigentes en la sociedad, la juventud se encuentra en una situación muy compleja. Por un lado, aparece asociada con imágenes que la presentan con un futuro incierto, con carencia de posibilidades, riesgos de exclusión, ausencia de utopías y de proyectos en los cuales valga la pena invertir energías y emociones. Por otro, en cambio, se la concibe como el símbolo de la creatividad, de las posibilidades de utilización plena de los márgenes de libertad existentes, de ruptura con el pasado. Si bien existen pocos estudios empíricos sobre estos fenómenos en la región, es posible afirmar que este juego de tendencias contradictorias no es un fenómeno coyuntural. Se trata de una cuestión estructural muy profunda, a la cual se debe prestar mucha más atención si pretendemos encontrar respuestas pedagógicas y educativas adecuadas. A partir de esta somera descripción de las transformaciones sociales, es posible sostener que los cambios que se requieren en la enseñanza secundaria son cambios integrales. No se trata sólo de modificar métodos pedagógicos ni de renovar contenidos, sino de encontrar las fórmulas pedagógicas e institucionales, tanto desde el punto de vista de los contenidos y de los métodos como del diseño institucional de la educación, que permitan articular estas demandas distintas y contradictorias. La enseñanza secundaria debe brindar formación básica para responder al fenómeno de la universalización de la matrícula, preparar para la universidad a aquellos que aspiran a continuar sus estudios, preparar para el mundo del trabajo a los que no siguen estudiando y desean incorporarse a la vida activa y formar la personalidad integral de los jóvenes, particularmente en aquellos aspectos relacionados con el desempeño ciudadano. Este conjunto de demandas implica, sin duda alguna, que el tema de la enseñanza secundaria se discuta de manera integral. En este sentido, tal vez la idea misma de organización del sistema educativo en niveles primario, secundario y terciario ya no se corresponde con la realidad. Las exigencias sociales y los requerimientos del desarrollo científico y técnico plantean la obligación de educarse a lo largo de toda la vida, lo cual rompe con el concepto de que el conocimiento se desarrolla en forma progresiva, a través de una secuencia lineal de niveles. Los nuevos enfoques indican que lo más importante es tener una muy buena educación básica general, que permita luego un proceso de aprendizaje permanente a lo largo de toda la vida. Esto, que puede parecer un poco lejano a países caracterizados por la existencia de poblaciones en situación de extrema pobreza, no lo es tanto si se asume que los países y las poblaciones que están en esa situación no necesariamente tienen que recorrer el mismo camino que los otros países y las otras sociedades para llegar al punto en el que están hoy. Es posible, tal vez necesario, saltear algunas de estas etapas si se tiene en claro la meta a la que se quiere llegar. En el marco de esta significativa diversidad de situaciones, parecería que lo importante en el momento de definir estrategias de cambio es establecer la secuencia más adecuada a las condiciones y a los puntos de partida. En este sentido, los trabajos presentados en este libro permiten articular las tendencias generales, por un lado, y los casos específicos de países que enfrentan estos desafíos desde situaciones diferentes, por otro. Los casos constituyen ejemplos de procesos de cambio y son, por ello, una buena muestra de que América latina no es una región pasiva ni estática. Más allá de las limitaciones financieras, sociales o políticas, existen procesos de cambio que indican la presencia de una sociedad y de una comunidad educativa dinámicas en la búsqueda de soluciones. Esta comunidad se merece, por eso, un debate más calificado de sus propuestas. La necesidad de promover un debate más calificado de las cuestiones educativas nos obliga a pensar nuestras propias maneras de trabajar, nuestros deberes y responsabilidades. En este sentido, la presentación de los trabajos reunidos en este libro, y que corresponden a los resultados de dos seminarios organizados por el IIPE, constituye una buena ocasión para reflexionar sobre los nuevos desafíos de la práctica profesional de los especialistas en educación. En primer lugar, es preciso asumir el deber de la claridad. Muchas veces los debates educativos suelen quedar ocultos detrás de explicaciones muy oscuras, supuestamente técnicas, que los actores sociales no logran comprender y, por lo tanto, no encuentran en ellos ningún estímulo para su participación ni ningún entusiasmo para su movilización. En segundo lugar, existe el deber de ser rigurosos. Desde este punto de vista, es necesario introducir mayores dosis de racionalidad, de rigor científico y académico en las discusiones. La experiencia de algunos debates recientes muestra que debemos plantearnos el objetivo de superar la idea de que el debate educativo es meramente ideológico, y de que en él sólo se debaten supuestos teóricos o principios generales que no tienen demasiado que ver con lo que sucede en la realidad. Superar este enfoque retórico y puramente ideológico no significa abandonar los valores y la defensa de los ideales de una educación comprometida con la equidad social, la democracia, el respeto a la diversidad y el desarrollo integral de la personalidad. Por el contrario, la legitimidad de la defensa de esos valores sólo será posible si logramos traducir los postulados generales en alternativas coherentes de acción política. En tercer lugar, es preciso enfrentar el desafío de la complejidad. Es evidente que ya no caben explicaciones o estrategias puramente pedagógicas, aisladas de lo económico, lo social y lo cultural. Pero este reconocimiento de que no es posible ningún reduccionismo también es válido para los otros enfoques: tampoco son posibles reduccionismos economicistas, sociologicistas ni culturalistas. Ningún reduccionismo es legítimo en este momento en que se aprecia que las situaciones son enormemente complejas, que para entenderlas se necesitan enfoques interdisciplinarios y que una de las condiciones fundamentales para el éxito de las estrategias de acción es que asuman un carácter sistémico. En contraposición con ciertas ideas y estereotipos comunes, la complejidad aumenta en condiciones de pobreza. Con frecuencia encontramos que cuando se trata de entender y trabajar en situaciones de pobreza se formulan enfoques simplistas y unidireccionales. La complejidad parece reservada a las situaciones de otros sectores de la población y de la sociedad. La experiencia indica todo lo contrario. En realidad, lo único pobre y escaso en situaciones de pobreza son los recursos materiales; todo lo demás posee mucha riqueza y complejidad. Seguir insistiendo con un enfoque simplista puede ser una fuente de frustraciones que es nuestra obligación no seguir estimulando. Todos estos elementos son decisivos para la redefinición que viven actualmente los procesos de planificación educativa. En este sentido, el mayor desafío que enfrentan la planificación y la gestión educativa es que se vinculan con el deber de la anticipación. La planificación tradicional se anticipaba al futuro haciendo proyecciones lineales a partir del presente y de ciertos supuestos que la realidad se encargaba luego de desmentir. La incertidumbre se ha transformado en la constante de la sociedad moderna, y el futuro, en buena medida, es un objeto a construir. Anticipar el futuro, en estas condiciones, implica que hasta cierto punto debemos producirlo. Los futuros no están escritos, los determinismos fatales no existen y hay márgenes importantes para la libertad y la acción de los actores sociales. La planificación educativa ya no puede seguir siendo un ejercicio tecnocrático y autoritario que supone comportamientos de los actores sociales acordes con estimaciones que se pueden diseñar en escritorios. Si bien aprendimos a valorar el ejercicio de la libertad, en esta última década también aprendimos que la total falta de regulación tampoco construye una sociedad y que la aplicación ideológica del concepto de mercado a todos los ámbitos de la sociedad puede provocar irracionalidades muy costosas desde el punto de vista de la instrumentación de políticas públicas. No se puede sacrificar la libertad a la racionalidad porque esto conduce al autoritarismo, pero tampoco es posible, en función de la libertad, negar la racionalidad y crear una situación en la que sólo rige la ley del más fuerte y no es posible construir una sociedad cohesionada en la cual sea posible vivir juntos. Estas consideraciones teóricas también ayudan a encontrar los caminos para mejorar nuestras formas concretas de trabajar. Existe un sentimiento compartido y generalizado de insatisfacción con las maneras que utilizamos para organizar nuestro trabajo. En algunos casos, incluso, se ha agudizado la vieja disociación entre los que se supone que planifican y deciden sin ejecutar, y los que supuestamente que ejecutan sin participar en el diseño de las decisiones. Esta distinción está hoy superada por completo. Ninguna organización moderna puede funcionar sin vincular pensamiento y acción en todos sus niveles. Cualquier empresa moderna se caracteriza justamente por esta articulación entre el diseño, la planificación y la ejecución. Por eso es muy importante que los planificadores y administradores de la educación asuman el desafío de superar la disociación entre planificación y ejecución, entre macronivel y micronivel, entre sistema e institución educativa. La teoría, los planes y los diseños sin compromiso con la aplicación práctica y sin el enriquecimiento que llega de la realidad terminan por ser un conjunto muy pobre de abstracciones que no explican nada relevante y no transforman realmente lo que sucede en el sistema educativo. Y a la inversa, las prácticas empíricas que no van acompañadas por una reflexión sistemática sobre sí mismas no logran superar los límites de lo inmediato y, por lo tanto, no consiguen explicar y resolver problemas cada vez más complejos. En síntesis, la planificación y la gestión educativas tienden a tener cada vez más densidad cultural y política. Este proceso es la contrapartida lógica de nuestra pretensión de brindar más densidad técnica a los comportamientos políticos y culturales. El caso específico de la reforma de la enseñanza secundaria es un ámbito donde se presenta con toda claridad la necesidad de transformar la reforma en un proceso cultural y político, sin lo cual no tendrá el éxito que técnicamente todos estamos impulsando.