UNA NUEVA MIRADA HACIA LA NATURALEZA

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factores ambientales, científicos, sociales y culturales, y con un
doble contexto, nacional e internacional, pues el caso español es
en buena medida el de la recepción de ideas y mentalidades
desarrolladas en otros países. Para abordar el problema, siquiera
sea a grandes rasgos, se examinan aquí algunos temas y episodios
especialmente significativos en las décadas en torno al cambio de
siglo. El excursionismo, la coincidencia de naturalistas y educadores en la sierra de Guadarrama, o la creación de los primeros
espacíos protegidos, muestran la participación o interacción de
aspectos científicos, y permiten analizar los encuentros o desencuentros con los primeros pasos de la ecología en España. Pero,
antes de entrar en un análisis monográfico, será útil trazar un
cuadro histórico general, necesariamente muy esquemático, de
los antecedentes de la cuestión en España.
UNA NUEVA MIRADA HACIA LA NATURALEZA
Si se admite que la aparición de nuevas actitudes hacia la
naturaleza es un componente significativo de la mentalidad
moderna, la tardanza con que tales actitudes se manifiestan en la
sociedad española puede remitirse al contexto más general de los
problemas y retrasos en la incorporación de España a la modernidad. Del mismo modo, cabe interpretar que las expresiones de
interés por la naturaleza detectables hacia finales del pasado
siglo en España se relacionan con un movimiento más amplio de
modernización cultural y científica. Iniciado entre algunas élites
cultas, y muy especialmente entre científicos y naturalistas, este
nuevo interés por la naturaleza se consolidará en los primeros
años del nuevo siglo. Es a partir de entonces cuando se manifiesta de forma más explícita y consciente, y cuando esa nueva
mirada hacia la naturaleza se hace patente en muchos intelectuales españoles. Aunque tardía, la recepción de esta herencia del
romanticismo, que ya había dejado abundantes huellas en otros
países occidentales, se extiende ahora en España con cierta rapidez. En el periodo relativamente corto del primer tercio de siglo,
se generaliza desde los sectores cultos de la sociedad en que
había encontrado primeramente eco hasta alcanzar a una parte
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importante de los sectores populares urbanos. A1 mismo tiempo
se va trasformando.
Azorín encuentra que el "gusto por la Naturaleza en la literatura es completamente moderno", "en Francia, Rousseau -iniciador y engendrador de tantas cosas- inaugura el paisaje literario", pero en España ha tardado más en llegar (Azorín, 1923, pp.
10-19). Luego resume con sencillez los orígenes de este fenómeno
según la interpretación más extendida, que los considera producto .
de la emancipación del hombre respecto de la naturaleza.
"El sentimiento amoroso hacia la Naturaleza, es cosa del
siglo XIX. Ha nacido con el romanticismo, poco a poco; gracias a
la ciencia, a los adelantamientos de la industria, a la facilidad de
las comunicaciones, el hombre ha ido descubriéndose a sí mismo.
Ha surgido el yo frente al mundo; el hombre se ha sentido dueño
de sí, consciente de sí frente a la Naturaleza. De esa consideración y de esa afirmación ha brotado toda una literatura nueva,
desconocida de los antiguos. Esa es, precisamente, la obra del
romanticismo."
Se alude aquí al papel de la ciencia. Si bien las ideas de sentimiento de la naturaleza o de amor a la naturaleza se refieren
sobre todo a lo estético, la indagación científica aparece siempre
como la otra cara de la moneda. En realidad, ciencia y sentimiento tienen en este contexto un mismo significado de redescubrimiento. Científicos, viajeros y artistas contemplan bajo una
nueva luz la naturaleza y sus manifestaciones. Igual que la ciencia decimonónica revela nuevos conocimientos sobre la Tierra y
sus habitantes y explora parajes hasta entonces ignotos, una
nueva sensibilidad estética descubre en el paisaje natural emociones y símbolos antes insospechados. El romanticismo es a este
respecto una referencia inexcusable, y así aparece también en las
palabras de Azorín. Pero hay que considerar al mismo tiempo
que las actitudes ante la naturaleza forman parte del devenir histórico de la humanidad en su conjunto, en la medida en que el
hombre siempre ha estado en contacto con su medio. Es la opinión de Unamuno en el siguiente comentario, incluido en Por tierras de Portugal y de España (Unamuno, 1911, p. 290), que casi
parece una replica a la cita anterior de Azorín.
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"Se ha dicho que el sentimiento estético de la Naturaleza es
un sentimiento moderno, que en los antiguos no estaba sino
esbozado, que es de origen romántico, y no falta quien añada que
su principal sacerdote fue Rousseau. Alguien, exagerando, ha
agregado que a la Naturaleza la han descubierto para el arte los
modernos, y que a esto ha contribuido su descubrimiento por la
ciencia. Es indudable que la geología, la botánica, la zoología,
etc., enseñan a sentir la hermosura del campo, y es indudable que
el sentimiento del campo se ha desarrollado mucho modernamente, a la par que la música, pero no puede exagerarse la tesis.
Los antiguos eran poco paisajistas; el paisaje no era para ellos
sino un medio para realzar al hombre, pero lo sentían."
Para englobar los aspectos estéticos con otros más generales,
relacionados con el uso y el aprovechamiento de la naturaleza
como soporte en última instancia de toda actividad humana,
puede recurrirse a la expresión de Fernando González Bernáldez
de "imagen sociocultural de la naturaleza", empleada precisamente en un análisis del caso de España (González Bernáldez,
1987a). En este y otros ensayos del mismo autor se ofrece una
revisión de los principales cambios históricos de las actitudes
colectivas ante el medio natural (González Bernáldez, 1984a,
[1984]b) que utilizaré para hacer un rápido repaso de los antecedentes de esta cuestión previos al periodo que luego se va a considerar.
Evidentemente, hay un primer nivel de cultura popular,
ligado a las formas tradicionales de explotación de los recursos
naturales, en el que se ha almacenado una sabiduría empírica
destinada a optimizar su aprovechamiento y a garantizar la posibilidad de su uso continuado. El resultado son unas pautas culturales que necesariamente se articulan en una cierta concepción
general de la naturaleza. En los niveles cultos la relación con las
prácticas concretas de explotación de la naturaleza es menos
directa, pero a cambio surgen preocupaciones teóricas más formalizadas y explícitas, por ejemplo de tipo legislativo, en torno a
la conservación de los recursos naturales. Desde épocas medievales, estas preocupaciones podían tener que ver con el disfrute de
algunos recursos, como la caza, por parte de los sectores dominantes de la sociedad, y con el beneficio económico que se obte-
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nía de otros, incluyendo la pesca continental, los pastos y los bosques, a menudo controlados también por las clases dirigentes
gracias a derechos señoriales y de otros tipos sobre el territorio.
Algunos componentes del medio natural, como es señaladamente el caso del arbolado, concitan ambos tipos de respuestas
sociales, las actitudes de reverencia o respeto, que hunden sus
raíces en niveles ancestrales de la cultu_ra, y las elaboradas en un
plano más teórico y técnico, en forma de normativas y medidas
políticas. A la conservación de bosques y árboles se refieren
ordenanzas medievales, disposiciones reales de austrias y borbones y, finalmente, todo el movimiento que surge en el siglo XIX,
en parte como reacción al efecto deforestador de la desamortización. González Bernáldez señala la peculiar y recurrente asociación de la preocupación por la cubierta forestal con la corriente
intelectual que desde finales del siglo XVI se plantea en España
las causas del atraso moral y material de la nación. La identificación de los campos desnudos y secos con la pobreza y la decadencia reaparece una y otra vez en la obra de viajeros y pensadores
hasta adquirir su forma más paradigmática en el regeneracionismo del cambio de siglo.
Quizá las primeras manifestaciones de un sentimiento de la
naturaleza con rasgos de modernidad en la historia hispánica
correspondan al periodo renacentista y a la relativa difusión
lograda por el pensamiento humanista a pesar del clima ideológico adverso. La ilustración dieciochesca y su preocupación por
eictender el dominio de la razón a todos los órdenes de la actividad humana trae una mentalidad de intervención activa para la
mejora en el aprovechamiento de la naturaleza en pro del bien
común y el progreso económico. Las reflexiones preambientalistas ante las consecuencias negativas de una explotación abusiva
de los recursos tienen ejemplos concretos entre los ilustrados
españoles (Urteaga, 1987). Son sin embargo las doctrinas liberalizadoras defendidas por los ilustrados en aras de ese progreso
económico las que darán lugar en la primera mitad del siglo
siguiente al proceso desamortizador de los bienes comunales y
eclesiásticos, de tan negativas consecuencias en lo que a la conservación de los recursos forestales se refiere. En un ambiente de
renovada preocupación por la conservación de los bosques se
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crea en 1848 el Cuerpo de Ingenieros de Montes, con el establecimiento de la correspondiente Escuela de Montes para la enseñanza técnica forestal. La actuación del nuevo colectivo profesional de los Ingenieros de Montes será, sobre todo en su primera
etapa, un factor decisivo en la difusión de un pensamiento protoconservacionista, basado en la importancia de la cubierta forestal
para el mantenimiento de ciertos equilibrios en el clima, las
aguas y el suelo (Casals Costa, 1988, Gómez Mendoza, 1992a). El
movimiento regeneracionista del cambio de siglo, más amplio en
sus objetivos, enlaza con estas preocupaciones e integra la política forestal en un programa de reformas que aboga en general
por un mejor conocimiento del medio natural hispano (Gómez
Mendoza y Ortega Cantero, 1988).
El siglo XIX integra además el desarrollo y la herencia del
romanticismo a la que aludía Azorín. Una herencia que trasforma profundamente las actitudes ante la naturaleza y los simbolismos que se proyectan sobre ella. EI gusto romántico por la
naturaleza salvaje, misteriosa y sobrecogedora, enmarca la emergencia de fenómenos culturales como el excursionismo y el montañismo, que tienen como escenario predilecto la majestuosidad
de las altas cumbres. La fascinación que ejerce la cordillera de los
Alpes como destino favorito de este movimiento hará que pronto
se acuñe la expresión alpinismo, que ha sobrevivido hasta hoy
aunque con un sentido deportivo más restringido que el contemplado en su primitiva acepción. Estas aficiones ligadas al disfrute
de la naturaleza llegan a España a partir de mediados de siglo. Su
primera recepción se produce en Cataluña, asociada a un incipiente movimiento nacionalista. Las raíces también en parte
románticas del catalanismo ofrecen un buen caldo de cultivo
para el arraigo de un excursionismo historicista, científico y naturalista, que tiene temprana plasmación institucional con la creación de las primeras sociedades excursionistas de España (Martí
Henneberg, 1986, 1994). En Madrid la recepción de la afición
excursionista y montañera tiene su núcleo más característico en
la Institución Libre de Enseñanza (Morales Moya, 1984, Jiménez
Landi, 1984), por lo que desde el principio adquiere una dimensión educativa muy característica, anticipadora de los modernos
conceptos de educación ambiental. El excursionismo institucio-
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nista es también científico, y mantiene estrechas relaciones con la
actividad de algunos de los más destacados naturalistas del
momento. Por ello constituye una `perfecta síntesis de las nuevas
actitudes hacia la naturaleza cón las preocupaciones que podrían
calificarse de regeneracionistas en sentido amplio. El conocimiento de la naturaleza forma parte de un empeño de modernización cultural de España a través del fomento de la ciencia y la
reforma de la educación.
También los anarquistas españoles, herederos en cierto modo
del culto a la razón y la ciencia de la ilustración, tienen en su ideario un lugar importante y cargado de connotaciones positivas
para la naturaleza. En España, como en otros lugares, el pensamiento libertario (Álvarez Junco, 1976) contrapone el naturismo
y la armonía con la naturaleza a la alienación material y moral
del capitalismo y la religión. En general, las ideas higienistas, con
su preocupación por un entorno vital saludable en las ciudades y
por la realización de actividades al aire libre, se van extendiendo
desde finales de siglo a todos los sectores progresistas, y adquieren una expresión importante en el movimiento obrero. Su plasmación es también clara en las reformas planteadas por un nuevo
urbanismo, como el que representan paradigmáticamente el plan
para el ensanche de Barcelona de Cerdá o la Ciudad Lineal de
Arturo Soria en Madrid, y en la preocupación por la función
social de los parques y jardines en las ciudades (Casals Costa,
1992).
La confluencia de todos estos movimientos y fenómenos
socioculturales da lugar con el nuevo siglo a un auténtico florecimiento de manifestaciones de interés y, como ya se empezará a
decir, de amor por la naturaleza, que se prolonga hasta 1936. Un
florecimiento tardío y comparativamente modesto, si se tiene en
cuenta que, por ejemplo, en Estados Unidos existían desde hacía
tiempo asociaciones conservacionistas de amplia implantación,
como el Sierra Club, fundado en 1892 (Turner, 1991), o que antes
de la guerra europea de 1914 Alemania ya había creado un completo sistema institucional y jurídico para la protección de numerosos espacios naturales (Conwentz, 1914). Pero es en todo caso
muy notable si se compara con la pobreza que en este sentido,
como en otros, siguió a la guerra Civil. Con la excepción de un
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cierto gusto por los paisajes de aire alpino como escenario de
actividades colectivas y del fomento de un excursionismo juvenil
con resabios paramilitares, la España oficial de la posguerra no
tuvo ni siquiera el tipo de intereses por la naturaleza presentes
en otros fascismos europeos (Bramwell, 1989, pp. 161-174). Es
precisamente el trauma de la guerra y la posterior ideologización
nacionalcatólica, que el régimen franquista extendió a todas las
esferas sociales y culturales, lo que explica el escaso conocimiento actual, incluso entre los sectores ciudadanos más sensibilizados al respecto, de aquella incipiente conciencia ambiental,
cuyos aspectos más genuinos quedaron borrados en la posguerra.
Ello explica también, más alla de las precauciones que es necesario tomar al asimilar mentalidades correspondientes a periodos
históricos distintos, la escasez de relaciones directas entre aquellas raíces y la mentalidad ambientalista actual. Sólo algunos
tenues hilos subterráneos, desconocidos para la mayoría, unen el
conservacionismo y otras manifestaciones de interés por la naturaleza que florecieron en la España del primer tercio de siglo con
el movimiento ambientalista que recientemente, desde hace poco
más de dos décadas, ha surgido en la sociedad española, nuevamente como resultado de un proceso de recepción de modelos
desarrollados antes en otros países.
La plasmación literaria de una nueva visión del paisaje en los
escritores del noventaiocho y los que les siguieron, que hacen de
los escenarios naturales y de los sentimientos que les inspiran
uno de los temas fundamentales de su obra, es para muchos la
única referencia de la sensibilidad ante la naturaleza en este
periodo. Seguramente es Unamuno quien más y mejor ha dejado
constancia de ello en sus escritos. "Sí, en tratándose de naturaleza me gusta toda, lo mismo la salvaje y suelta que la doméstica
y enjaulada, aunque prefiero aquella" (Unamuno, 1911, p. 286),
afirma, y no se refiere sólo a un plano estético o contemplativo
sino a una experiencia directa. "En cuanto dispongo de unos días
de vacaciones -menos iay! muchas veces de los que me harían
falta- me echo al campo, a restregar mi vista en frescor de verdura y en aire libre mi pecho", dice el mismo Unamuno, que
llega a bordear planteamientos panteístas en su relación con la
naturaleza (Unamuno, 1911, p. 248).
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"Y allí, en aquel castañar de Osorio, me tendí a la caída de
una tarde hasta ver acostarse las colinas en la serenidad del anochecer. Es algo siempre nuevo, algo que siempre parece llevarnos a la fuente de la vida, algo que nos invita dulcemente a confundirnos con la madre tierra."
Pero no es sólo un movimiento estético o literario, o restringido a algunos intelectuales, como lo muestran hechos políticos y
sociales que a menudo se olvidan. Así, la promulgación de las
primeras medidas conservacionistas en sentido moderno, con la
aprobación de la Ley de Parques Nacionales en 1916 y la creación de los dos primeros parques en Covadonga y Ordesa en
1918, la popularización de ciertas actividades y deportes de aire
libre entre sectores de población urbana relativamente amplios,
como ocurre con el montañismo y el esquí a partir de la década
de 1920, o el interés por la naturaleza silvestre de un turismo en
incipiente desarrollo, que motiva iniciativas específicas como el
Parador Nacional de Gredos y la aparición de las primeras colonias de hotelitos para el veraneo en pueblos serranos como Cercedilla o San Rafael en el caso del área de influencia metropolitana de Madrid. También estos aspectos más prosaicos aparecen
recogidos por un Unamuno viajero que se felicita de la creciente
afición al turismo (Unamuno, 1911, pp. 294-295).
"Otra de las cosas que contribuyen hoy aquí a desarrollar la
afición al campo y al goce de las bellezas de la Naturaleza es el
automóvil. El deporte automovilista ha llevado a muchos a conocer campiñas y rincones que antes ignoraban, ha hecho que
muchos empiecen a descubrir España."
El nexo entre el interés por un conocimiento científico de la
naturaleza y su mero disfrute estético o recreativo se mantiene,
aunque debilitado, durante todo este periodo. La referencia
común es un componente ideológico de carácter patriótico y
nacionalista. El conocimiento de la naturaleza de España, o de
Cataluña, como esencia, solar histórico o sustrato productivo de
la nación es el planteamiento que de modo más general sigue
encuadrando el interés por el entorno natural. Y el excursionismo es su manifestación más completa y característica, como
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muestra una última cita de Por tierras de Portugal y de España
(Unamuno,1911, p. 186).
"Estas excursiones no son sólo un consuelo, un descanso y
una enseñanza; son además, y acaso sobre todo, uno de los mejores medios de cobrar amor y apego a la patria. Por razones de
patriotismo debería fomentarse y favorecerse las sociedades de
excursionistas, los clubs alpinos y toda asociación análoga."
Con la República de 1931, y el clima de reformas socialmente
progresivas que la acompaña, la naturaleza silvestre se convierte
en un símbolo predilecto de valores cívicos positivos, ejemplificados en monumentos como la Fuente Cossío y la Fuente de los
Geólogos, emplazadas en-bellos parajes de la sierra de Guadarrama e inauguradas en 1932 con la asistencia de autoridades
políticas republicanas tan significativas como Fernando de los
Ríos y Julián Besteiro. Este último, Presidente de las Cortes
constituyentes de la República, recordaba en la inauguración de
la Fuente de los Geólogos sus primeras excursiones al Guadarrama como alumno de la Institución Libre de Enseñanza. "En
los días a que estos recuerdos se remontan, éramos un grupo
reducido, fuertemente unido por el entusiasmo, pero aislado",
dice Besteiro (Peñalara, 1932), que se felicita al comprobar cómo
en el tiempo trascurrido desde entonces el interés por la naturaleza ha evolucionado, al compás de las transformaciones sociales
del siglo, hasta alcanzar a amplias capas de la población. "Luego
ese espíritu se ha ido extendiendo y hoy vemos participar de él a
los hombres de características sociales más diversas: restos algunos de viejas aristocracias, clases medias dedicados a profesiones
liberales, hombres de la oficina y hombres del taller y de la
fábrica".
EL GUADARRAMA, ESPACIO NATURAL Y CULTURAL
El 19 de noviembre de 1886 se constituía en el seno de la Institución Libre de Enseñanza, en Madrid, una "Sociedad para el
estudio del Guadarrama" destinada a"la investigación de esta
Sierra y su población bajo todos sus aspectos, sin excluir por eso
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