\'% ‘■ ‘■4 ayuntamiento DE MURCIA a r c h i v o e s t e e je m p l a r , POR SU TAMAÑO Y/O e s t a d o d e c o n se r v a c ió n n o s e p u 1 S £ I S 1 Q C Q p ia E A c u e r d o C o m is ié n de G o b ie r n o : 27 o c t u b r e ^ ^ /I At ■5^4 i f W ' f / Si $I'«'- ï:i yù 1 ' I tl'p î -s'^' Sf % W U ' m iiii '■ >'n !tsi . ’V/ / 7 f k ’l---' ^Ví'Jpb'r mm: r^ív j’rS r7. líSíy >,<i fc. ¿i, - i. :/ , ' I** '77 DE L a EN : I 1*. / , I -" \^ ^ '■ ; ■ F.stah. Tipogràfico de hp>. Pa*.. Zoco, 5. .. f ’j ■' H2URCSA, 1879. - ■ -■5-■ ^’*% . E n la ciudad de M u rcia y sus Salas Consistoriales, á la s diez de la mañana del día trece de N oviem bre de mil ochocientos setenta y nueve, se reunieron, á celebrar sesión extraordinaria, bajo la presidencia del E x celen ­ tísimo Sr. D . M ariano Castillo y Giinenez, G obernador civil de la P rovin cia , los Sres. D . P ascual Abellan Sánchez. Alcalde Presidente del E x cm o . A yuntam iento; M arqués de V illalba de los Llanos, D. E u lgen cio M eseguer Ulan, D. Dionisio A lcázar Zam orano, D. D om ingo C olom boM artinez, D. José Calvo G a rcía , D. José Ulan González, D . Pa^ tricio Al mela Y illa , D. Antonio Dórente T u rón , y D. Fran­ cisco M artinez Monte)ano. Tenientes de A lcalde; y los Sres. D. F ran cisco Ulan Sanchez, D. P e d ro V icto r Na-^ Varrò, D. Fernando F lores Muelas, D. G erónim o García Ruiz, D. A le jo M olina M arquez, D. P e d ro DiaZ Cassou, D. A ntonio Guirao BaeZa, D. Juan M anuel Espinosa B as­ tida, D. F elipe M olina Sánchez, D . Julio M eseguer A n dreu, D . José Calafat P ardo, D. D iego G arcía A lix , D, A nselm o A rqu es Alem án, D . José P erez Salas, D. Juan M igu el H ernansaez, D. Rafael Alm azan y Mar^ tin, D. A belardo G arcia O chando, D. Joaquín Casalduero Conte, D. Rom an Sanz B arrera, D . A c is c h Marin Sama niego, D . José R am on S án ch ez,_ D. M ariano M arquez C ervetto, I). Juan P iqu eras M olinero, I). L uis Fontes A lv a re z de T oledo, D. R ica rd o Guirao de la R oca m ora , y D. Joaquin Sánchez C aravaca, R egid ores; declaróse abierta la sesión, y dijo E l S r . P r e s i d e n t e , fE xcm o. Sr. D . M ariano CasîilloJ: L os pueblos, no msnos que I03 in dividu os, vienen obligados á significar su gratitud por ios favores que reciben: M urcia los ha recibido gran­ des, con m otivo de la terrible inundación que ha devastado su H uerta, y el A yuntam iento celebra, en el dia de h oy, una sesión ex tra ord i­ naria, que me com plazco en presidir, para significar su agradecim iento á la par que el dei pueblo que representa y adm inistra. A este fin, tiene nom brada una Com isión de su seno, y esta ha form ulado un inform e. En él, según tf>ngo en tendido, y entre otras fórm ulas de g ratitud hácia todos los que han procurado el alivio de nuestra gran desdicha, se propone que la ciudad adopte por hijos, á D . Eduardo Gasset y A rtim e que preparó, y á quien principalm ente se debe, esa explosion de sentimientos caritadvos que ha dado pan y vestido á los infelices huertanos, y á los Sres. C ald o, Santa Ana y M uñoz, que, viniendo á recorrer las huellas que dejara el gran desasHe, han podido estudiar los m edios de aliviarlo, ya que no sea posible su rem edio. M odesta honra la de la adopción, es sin embargo la mas grande que puede dispensar un A yu ntam iento, y cansa d e . legítim o orgullo cuando la ciu d ad adoptante es la sexta población de España, y fué en lo antiguo, centro y m ícleo de saber que brilla cuando, apagada la clara luz del califato de Córdoba, en M urcia, tranquila y rica, se asila, huyendo de los A lm orávides, tod o el saber de los árabes. H ijos de M urcia serán, desde hoy, si el A yuntam iento acuerda com o la Com isión, los señores que ántes hemos nom brado y que se distinguen en el periodism o, en las ciencias ó por su filantropía; y no inau­ guran ni cerrarán, seguramente, la série de hombres notables que produjera este suelo. M urcianos eran los que tanto se distinguieron en esas dos brillantes páginas del grandioso poem a de la reconquista, las Navas y el Salado: murcianos, los que, con el Marqués de los V elez, pacificaron las siempre inquietas Alpujarras; y M urcia ha teni­ d o , tam bién, por hijos, legisladores com o Jacobo de las L eyes y el ilustre Marqués de Corvera, poetas com o G il P olo y Echegaray. historiadores com o Cáscales y Clem encin, y hombres de Estado com o Saavedra, Floridablanca y Cánovas del Castillo. M e asocio á las manifestaciones do gratitud de la capital de la — o — provincia que gobierno y que es también el punto de m i nacim iento. Este ha sido mi objeto al inaugurar esta sesión pronuuciando algu­ nas frases.— fA pláusos.J E l Secretario leyó el acuerda del E x cm o . A y u n ta ­ m iento, tom ado en sesión de 3 de N oviem b re, por el que se nom bró una com isión para que escogitara la fo r ­ ma de significar M u rcia su gratitu d á todas las personas y corporacion es que, con m otivo de la inundación, han prestado á sus habitantes servicios especiales; para c o m ­ poner cu y a com isión fueron designados los Sres. C on ce­ jales, C alvo García, Diaz Cassou y G arcía A lix . A c to seguido, pidió la palabra y dijo E l S r . D í a z C a s s o u : La C om isión de que form o parte, y de que he sido ponente, más aún que á leer su inform e, vá, E x cm o. S r., á daros cuenta por mi condu cto de las dificultades con que tropieza al evacuarle. L os m edios acostum brados y fórm ulas convenidas para significar la graticud de estas corporaciones, parecen pequeños é in ­ suficientes ee (jaso tan extraordin ario; y al considerar las univer­ sales simpatías de que M urcia ha sido objeto, los servicios que se la han prestado y los socorros y ayuda que de todas partes recibe; la C om isión siente que el no poder corresponder á tanto favor, ni áun agradecerlo bastante, es una desgracia nueva que recae sobre nuestra inmensa desgracia. Inm ensa en verdad, E x cm o. Sr. Tráa el año de pequeñas in u n ­ daciones de 1877, y el de sequía y escasez de 1878, el año corriente pareció llam ado á resarcir á los em pobrecidos ^ dueños y colon os de tierras de regadío. Las cosechas habian sido abundantes, los frutos tenían buen precio, casi todos estaban recolectados ya, cada vivienda era un pequeño alm acén; y ei labrador aguardaba, sólo, la cosecha d el pim iento, la últim a y la más pingüe d el año, para saldar sus déudas, pagar el precio del arrendam iento y disponer de sus sobrantes. Y hé aquí que, al amanecer de un dia, pardos nubarro­ nes detienen su vuelo y se posan sobre esos elevados m ontes de la cordillera Fenibética entre que nace el G uadalentin, y que. por la parte de O. S. O . lim itan nuestra provincia; surgen en m ayor núm ero, y se extienden hasta cubrir con su som bra esos otros sesenta montes de la cordillera M ariánica, que dan cuna y nom bre al Segura; surgen todavía más, y se apelotonan unos sobre otros, com o si el firm am ento fuera reducido cam po de maniobras para sus vagarosos escuadrones; condénsanse de repente y en cantidad prodigiosa, y d el seno do aquellas nubes rasgado por cien rayos, se desprenden sobre la tierra — 6 — las aguas de un diluvio. Caen y se deslizan, éstas, por la pelada falda de los montes que desnudó im previsora codicia; acumúlanse en los ram blizos y ramblas de terreno inabsorvente, que co -stituyen la parte principal de nuestro sistem a hidrográfico; y form ando tres grandes corrientes, los tres grandes ejércitos de la inundación, y recorriendo en doce horas más de sesenta leguas, la avenida del G uadalentin que ha devastado L orca, engruesada con las del V alle y Ram bla de la Viznaga, se une á la del ¡Segura, y avanza, en la oscuridad de las primeras horas del 15 de N oviem bre, sobre la huerta que llamaron los árabes su etpejo, y ei h istoriador M ariana, un p a fai&o. — fB ravos .J y avanza cubriendo la huerta en tod a su extensión; borra los cauces, entierra los cultivos, arrolla com o hoja seca la barraca, hunde la casa, arruina el caserío, inunda los lugares; arrebata á los tardos en despertar y á los débiles, pone en riesgo la vida de los d i ­ ligentes y esforzados; y subiendo sin esfuerzo las alturas, y bajando veloz en las pendientes, y replegándose en los repliegues, y enso­ berbeciéndose en los obstáculos; la inundación corre sobre las 12,000 hectáreas de los murcianos pensiles, incontrastable com o la cólera de D ios, y terrible com o la voz del m ism o D ios, que habla, dice la B iblia, en el rum or de muchas aguas juntas: es un mar desgajado de las sierras que, en el silencio de una noche oscura, corre á buscar otro mar, pasando sobre M urcia y O rihuela.— hie^i.J Terrible noche, E x cm o. Sr. La ciudad despierta sobresaltada al toque de rebato de todas sus campanas; recórrenla, llam ando á las puertas, familias casi desnudas que huyen del Barrio inundado, y,_ en los primeros m om entos, pudieron pasar el Puente; la ciudad misma empieza á inundarse por sus extrem os; se dice que el M alecón, que la defiende del rio, ha ced id o; el gas se apaga, el terror aumenta, y la inundación crece, crece, y, después de enseñorearse de la Huerta, empuja sobre la ciudad sus turbias olas mezcladas con ruinas y ca­ dáveres. ¡Cuánto terrib’ e drama en aquellas pocas horas! U n m atrim onio huye delante de la inundación; el padre lleva en hom bros los dos hijos mayores la madre dos más pequeños. La oleada les coge, la m ujer vacila, llama, no puede seguir, le faltan fuerzas. Tira uno, le grita su m arido. jY cuáE, exclam a la m adre, ¡los dos son hijos míos! — Tres hombres, inm óviles á pesar de la inundación, rodean ©1 lecho en que agoniza su padre. El agua sube y m oja ya los colchones. P adre, hay riada; ¿quiere V . que lo saquemos?, dice uno. El m o­ ribundo mira en derredor y contesta: tes que mis hijos no quieren que muera y o en rni cama? L os hijos callan y lloran. Entre los tres, levantan, poco á poco, el lecho; muere el anciano en su cama; y aquellos hom bres, insensibles al peligro, no piensan en salvarse hasta que rezan un Padre nuestro por el alma del d ifu n to,— En uno de los parajes más pobres de la H uerta y en una de sus más pobres v iv ie n ­ das, una m ujer vela ju n to al lecho do su m arido enferm o, en que duerm o tam bién un tierno niño. H a llam ado pidiendo socorro, y nádie la contesta; se ha arrodillado ante una estampa de la V irg en pidiéndola un m ilagro, y el agua, que llegaba á su cuello, la ha obligado á levantarse; el agua crece, sube, y empapa, ya, los col­ chones; el hom bre sacudo su letargo, el niño sigue durm iendo. H az, por D ios, un esfuerzo, dice ella, ven y subámonos á un árbol. El la mira con ojos encendidos por la calentura, y, ndéjame en paz, contesta, ¿puedo acaso moverme?m La pobre m ujer incorpora al hom bre sobre ei lecho y cojo ai niño en sus brazos; pero el agua sube aún más, la barraca cruje, oscila, amenaza hundirse; y, enton­ ces, la heróica mujer carga sobre sus espaldas al m arido; coje por sus vestiduras, con los dientes, al niño; sale, mom entos antes que la barraca se hunda, vacila, se esfuerza, sigue, llega á un árbol y los salva.— ¡G loria eterna, E xcm o. S r., á los héroes de aquella n o ­ che, cuyas hazañas nos son conocidas: paz eterna á aquellos otros, cuyas heroicidades han quedado com o un secreto entre la tierra y ©1 cielo, y cuyos cuerpos yacen, en gran núm ero, en las profundidades de un sepulcro á que sirven de inmensa cristalina losa las aguas del M editerrán eo!— fM u y bien.J A m anece por fin. ¡Qué tarde amanece cuando el d olor y la ansiedad hacen de las horas siglos! Parecía que el sol rehusaba ilu ­ minar tantos horrores. ¡A h ! el dia ántes, al ponerse, el ú ltim o beso de sus rayos fué para aquel paisaje que no tuvo rival en el m undo: un oásis de legua y m edia de ancho por cinco leguas de largo, que cercan áridos montes; dos villas populosas á los extrem os del valle, com o guardando sus entradas; una ciudad en su m edio, que se apiña en torn o de gigante torre; diez y ocho pueblos y treinta caseríos destacándose sobre una alfombra do verdura, en lo que alcanza la vista; 6,000 viviendas escondidas entre los árboles, pardas unas com o pajosos nidos, blancas otras com o palomas blancas; un rio, serpiente de plata que desarrolla sus anillos por la m itad do la H uerta; m il cáuces que lo sangran y llevan, con el agua, verdor y lozanía hasta el pió del alto monte; tierras geom étricam ente d iv i­ didas y niveladas con esmero, en relación á sus cáuces; todos los cultivos en el suelo; todos los árboles en sus jardines; gigantes ala­ medas que, descollando sobre las árboles, marcan la dirección de los cam inos; palmas que, descollando sobre las alamedas, im prim en ca­ rácter á tod o el bello paisaje; y derram ando sobre éste la anim ación, el m ovim iento, la vida, una población de 27,000 habitantes en la ciu d a d , de 5,000 en las villas, de 57 ,000 en ía H uerta, ocupada, la m ayoría, en el cultivo de las 12,000 hectáreas de sus cármenes, y viviendo, casi toda, de la riqueza que desarrolla con su continuo intensísimo cultivo. fM uyhi&n.J—Y al amanecer d el dia 15 de O^»tubre, un brazo de mar corrien do sobre tod o ésto con rna v e lo ­ cid a d de tres metros por segundo; lo que fué casa convoi tido en un escollo, y las ruinas de los caseríos form ando islas, y p’v.#blo3 com o el de N onduerm as del que quedan en pié sólo tres casas, y la gigante torre de la ciu d ad alzándose sobre un charco; y asidos á esos escollos, y agrupados sobre esas islas, y encaramados los más sobre los árboles; desnudos com o sorprendidos durante el sueño, yertos de frió, desfalleciendo de hambre; los infelices m oradores de la H uerta, que miran con ojos alucinados por el vértigo, aquella turbia marejada que ha sido ya suruina, y v á á ser, quizás, su muerte. Se han contado quinientos cauáveres: ¡cuántos más hubieran sido á no haber G uardias Civiles! E llos se lanzaron, antes que nádie, á salvar los náufragos de la H uerta, siguiéronles Carabineros y B om beros, ¡ah! el valor com o ei m iedo es contagioso, nuestros G uardias m unicipales y algunos paisanos iban trás la Guardia C ivil, los Carabineros y B om beros. H u bo, entonces, rasgos de valor que vivirán siempre en la me­ m oria de este pueblo. La Guardia C ivil de caballería pasa á nado desde el prim er instante, la de infantería form a cadena con los B om beros, prueba á pasar, y dos veces el empuje de las aguas rom ­ pe su form ación; á la tercera, la corriente arrebata al sargento de la Guardia C ivil, Azcárate; sálvale un bom bero, el Com andante M ar­ tínez: la cadena se ha roto también, pero la pequeña tropa pasa; y poco después, la refuerza el Teniente de Carabineros, !ár. Cabas, que ha p od id o reunir apresuradamente doce de los suyos. Setenta h om ­ bres son, en suma, los que van á socorrer tres m il habitantes del B arrio, y empiezan por trasladarlos, haciéndoles bajar por los bal­ cones, y reuuirios en las casas que creen más sólidas; pero son tantas las que se hunden, y tan escaso el núm ero de las que restan en pié, que se hace preciso trasladar á M urcia parte de la población; y vénse, entonces, Guardias Civiles, Carabineros, Bom beros y M u n ici­ pales volver sosteniendo á los fuertes, y trayendo sobre los hom bros, ó á la grupa de los caballos, niños, enferm os, ancianos y mujeres. La operación es lenta; en vano reúne, el A lcalde, tod os los carruajes do alquiler de M urcia; llegan, se detienen á la bajada del Puente y no pasan de allí; no se atreven. Entonces, sale de entre el nu­ meroso público un caballero, D . Rafael Fernandez R odríguez, corre á su casa, vuelve guiando, él m ism o, su silla de postas, baja el Puente y pasa. Anim ados por este ejem plo, pasan también los óm n i­ bus; la ¡Sra. V iu d a de D . M anuel Estor envía su carruaje; acude lu é g o ,. también, el de D . Enrique C lavijo, el traslado de los habi­ tantes del Barrio se acelera; al m ediar el dia no queda en él quien — 9 — peligre; y los más anim osos de sus habitantes, olvida n do el riesgo pasado, se unen á la p-^queñafuerza salvadora y ván á e x p lo ra rla huerta. L o hacen disem inándose, llevan por tod a arma una caña con que tantean el terreno y bascan bajo la turbia corriente las sen­ das mas elevadas en que aquella no les cubre; avanzan con precaución; llegan de esto m odo al pié mismo de los árboles, á los m.,mtones de ruinas; rehacen el ánim o de los infelices que en óilos se salvaran, les confortan, los animan, salen con ellos p or sondas, en que resbalar es m orir, hasta la carretera más próxim a y punto don de pueden llegar los carruajes; vuelven, éstos, á la ciu d a d atestados de náufragos hambrientos, desnudos, chorreando agua y lo d o , y se les recibe con aplauso; y , acom pañados de bendiciones, vuelven inm ediatam ente á la H uerta á recoger un nuevo carga­ m en to.— fM u y bien.J Y o he visto, E xcm o. S r., al Com andante de la G uardia C iv il anim ando, con la voz y ei ejem plo, á sus heróicos guardias, y he v is­ to con agua al pecho, muchas horas, al aristócrata D irector de esos B om beros, que-, prestando un servicio ageno á su instituto, igua­ laban, ya que exceder no era posible, el arrojo de los G uardias. ¡A h E xcm o. S r.! si queda alguna aristocracia que tenga razón de ser en nuestra época, y merezca el respeto de estas generaciones d em ocrá­ ticas, es la de contadísim as fam ilias en que, por raro acaso, sigue v in ­ culado el valor y la capacidad de prestar eminentes servicios á su pàtria. tJn dia, era otra iauudacion la que amenazaba M urcia, la de las huestes carlistas mandadas por el infeliz Lozano; las fam ilias aco­ m odadas huyeron, y el pueblo, que apenas tiene que perder, se arm ó inm ediatam ente; organizase una junta de defensa y acude el padre d e ese D irector de B om beros, el noble C onde d el V a lle ,.y d ice: yo soy el prim er contribuyente de M urcia y debo ser, también, el prim er ciudadano que muera en su defensa. Vengo á buscar mi puesto. Perdonadm e esta digresión, señores, es que M urcia debe m ucho á D . José M elgarejo Escario, D irector de B om beros; y yo he creid o que pagaba al hijo, contando uno de tantos rasgos de su p a d re.— • fM uestras de aprobacion.J N o es solo de M urcia de donde parte organizado el socorro de la Pluerta. En A lcantarilla, el Teniente de la G uardia C ivil, D . R a ­ fael Estáñ, so m ultiplica al frente de sus guardias; y, de él, cuenta aquel pueblo extrem os de valor y prodigios de activid ad. A la otra parte do la via férrea, uuo de los más distinguidos militares m ur­ cianos, el General A larcon, á quien el G obernador de la P rovin cia ha avisado telegráficamente la cat;ístrofe, acude, desde Cartagena, con botos, M arinos ó Ingenieros; nuevamente, después de centenares de años, repiten los ecos de nuestras montañas el golpe cadeiicioso de los rem os, que baten dia y noche aquella turbia corriente; y el — 10 — General no tom a alim ento ni descansa hasta que de todas partes vienen á decirle que nádie queda en peligro. ¡A h !; E xcm o. S r., si á la vez que de los trances supremos de aquel terrible dia, hago m ención de estos rasgos de noble esfuerzo, no es ciertam ente parque necesitéis q u e s o os recuerden; que o lv i­ darlos es tan difícil, com o recompens,arlos im posible. H ágolo para que, al acordar esta mañana el m odo de agradecerlos, esperim enteis, com o la Com isión, el disgusto de los m edios usuales y fórmulas convenidas, y la dificultad de traducir, por éllas, los sentim ien­ tos de un pueblo, cuya gratitud es tan viva que sólo cede en gran­ deza á la del mal que le agovia.^— fM u y bien.J Y no se encierra en lo dich o, ni son todas d el dia 15, las deudas de este pueblo: que si en aquel dia fué grande la obra dei valor, no ha sido, luégo, mónos grande la obra de la caridad. Tu vo el R ey , el prim ero, noticia de la catástrofe, y adelantó su visita á la escuadra, cam bió el itinerario de su viaje, llegó á M urcia de los prim eros y trajo el prim er socorro m etálico. Cuadro fué el de su entrada en Nonduerm as, digno de un V illa cis. Era una tarde som bría, y era al caer de la tarde; el cielo, triste com o en crepúsculo de O toño, la tierra, un paisaje de charcos y fango, ca­ ñaverales tendidos y árboles descuajados; sobre un m onton de ruinas, que ántes fueran tod o un pueblo, un rey jov en rodeado por una m ultitud hambrienta y casi desnuda, que le refiere, con gesto ani­ m ado y lengua rica en imágenes, detalles de la catástrofe; más léjqs, las A utoridades de M urcia y el séquito del M onarca, que d iíícilinente han p od id o seguirle por aquel cam po de lod o. Entusiasma­ dos y agradecidos los pobres huertanos no saben que hacerse. D ios y el R ey se confunden en su respeto y am or, y alguno de éllos se arrodilla y persigna al paso del M onarca; todos le siguen y rodean, muchos le hablan, los más osados le tocan, las mujeres y niños le besan manos y traje, todos le bendicen; el R ey quiere repartirles d i­ nero y le aconsejan que nó; pero ningún consejo puede im pedir que dé á aquellos desgraciados la limosna de sus lágrimas. L loró el R oy; tod os también llorábam os. ¡B enditos sean los R eyes que lloran con sus pueblos! ¡B endito sea A lfonso X I I ! En tanto que M urcia recibe consuelo y socorro, á un tiem po, con la visita del R ey , un antiguo periodista, D . Eduardo Gasset y A rtim e, ha acudido, en dem anda también de auxilios, á ese otro R ey del M undo, que se llama la Prensa, los P eriódicos. E l Imparcial ha propuesto que se nom bre una Junta de Socorro, que organice los del vecindario de M adrid; y las personas que el periódico designa, se tienen, desde luego, por nom bradas, y se reúnen bajo la presi­ dencial del venerable Patriarca de las Indias; llama, con un artículo, á las puertas del corazón de las damas españolas; y , com o si solo — 11 — aguardaran este llam am iento, las damas españolas se consagran desde aquel instante á la propaganda de la caridad; invoca, tam bién, la de Francia, en telegrama á sus periódicos; y la noble hermana m a­ yor de las naciones latinas vuelve sus ojos á M urcia, y dá la c o n ­ signa al m undo entero do acudir á socorrerla. En la sublim e e x ­ plosión de entusiasmo caritativo, que E l Lnparcial ha in iciado y que la prensa toda sostiene en tod o el m undo, nádie queda in diferente, todos quieren dar algo; el rico de sus sobrantes, el pobre de su necesario, el sábio de su ciencia, de sus artes el menestral y el artis­ ta; el prim er orador de España, Castelar, ofrece su palabra, el más afortunado de nuestros hombres políticos. Cánovas d el C astillo, pone á disposición de su pàtria adoptiva, cuanto pueda y valga-, y se regis­ tra el caso de un em pleado de corto sueldo que dá su única capa; de un jornalero que, en m itad de una calle, se quita y dá á una es­ tudiantina su chaqueta; de m endigos, que m endigan, un dia entero, para M urcia; de pobres presidiarios, que, en el penal de Cartagena, vacían sus bolrsillos y recojen, entre tod os, 1,013 rs. para los inun­ dados de M urcia, y se registra, tam bién, el caso sin precedente de un m illonario, que, en pocos dias, se despoja de todos sus m illones para aliviar las desgracias de estos pueblos: vedle ahí, es D . José. María M uñ oz.— fApláusos repMidos, vivas á D . José M aría Muñoz, vivas á la caridad.) Sí; ¡viva la caridad !, que no por ser más discreta que en siglos anteriores, es, por ello, ménos viva; com o no por haberse depu rado el sentim iento religioso, perdió nada de su fuerza. V iv a la caridad ! por más que no sea obra suya sola ese magnífico espectáculo que ha dado el m undo entero con ocasión de M urcia. Tam bién en 1651, en el dia 14 de O ctubre, sufrió este valle otra gran inundación, de cu y os daños puede formarse idea sabiendo que se derrum baron seis con v en ­ tos, edificios, por lo com ún, bien construidos. H abía caridad en ton ­ ces, mucha más caridad que ahora, en concepto de los que llam an siglos de fé á nuestros siglos de atraso; y á pesar de óllo, la sultana del Segara lloró sola, sobre el lod o, la ruina casi total de su riqueza y la muerte de m uchos de sus hijos. N i el R ey vino á visitarla, ni una novia real pidió que se cercenasen, en beneficio de M urcia, los gastos de su boda; ni una R eina M adre hizo loterías en el_ extranjero para socorro de los inundados; ni M adrid acudió á vestirlos, reabrir sus cáuces y sanear sus tierras; ni vino á conocer sus males una dip uta­ ción del talento, com o la que form an esos adalides de la prensa, cuyo decano es Santa A na; ni á estudiar los m edios de im pedir que se repitan, otra diputación de la ciencia com o la que presiden el Catedrá­ tico G aldo y el Ingeniero Bausá; ni hubo suscricion nacional, ni sé supo, apénas, fuera de España, la catástrofe, ni hubo en Murcia, más que lod o, ruinas, hambre y miseria, m uchos años; y fráiles, veinte y — 12 — dos conventos, que predicaran con form ida d á los vivos y pidieran cristianam ente por los m uertos. Es que, entonces, la caridad era, sólo, un dogm a; y hoy es un saatim ienio. A l suprim ir la distancia entre los pueblas esos delgados hilos d el telégrafo, nervios del m undo que trasmiten instantáneam ente la sensación de cada parte; al tenderse los pueblos brazos de rails por cim a de sus fronteras; los hombros se han con ocido m ejor y se han am ado más; la ciencia ha hecho del m undo civilizado un solo pueblo, y , entonces, y sólo entonces, la caridad ha p od id o hacer de este pueblo una fam ilia. ¡V iv a , pues la caridad!; pero ¡viva, tam bién, la ciencia! ¡viva el progreso!— f Jpkm sos, felicitaciones al orador, vivas á la caridad y á la ciencia.) E l Secretario lee el siguiente I nform e: E x cm o . S r .: L a Com isión nom brada para propon er la manera de significar el agradecim iento dei pueblo m urciano, hácia las corporacion es y personas que se han distinguido por sus servicios durante la inunda­ ción y hum anitarios socorros prestados después de ella; halla que las déudas de gratitud contraidas por M urcia son tantas y de tan diversa condición que no pueden agru­ parse,, ni hay m odo de agradecerlas separadam ente y en form a correspondiente á la im portancia de cada serv i­ cio. P o r de pronto, y mientras otros m edios no discu­ rre la Com isión ó el A yu n tam ien to, ios que suscriben creen que el A yuntam iento debe consignar un voto de g ra cia s: A S. M . el R e y , D. Alfonso X II, R eina M adre y S. A . la P rin cesa de Asturias, á quienes, al efecto, deberá di­ rigirse reverente exposición . A l Gobierno de S. M. A la Junta central de S ocorros. A la Junta de Senadores y D iputados para soco rro de las P rovin cias inundadas. A la Junta de S ocorros del vecin dario de M adrid, repre­ sentante de la inagotable caridad de aquel pueblo, que tanto puede llam arse la cabeza com o el corazón de toda España. — 13 — A los In genieros, que com ponen la Com isión que ha ve­ nido á M urcia á estudiar la catástrofe y los m edios de evitar que se reproduzca. A l E x cm o . é íltm o. Obispo de M urcia, por haber puesto su palacio, á disposición de los inundados, haberles alim entado algunos dias y haberles repartido cuan­ tiosas lim osnas. Al General D. M anuel A la rcon , p or los servicios que prestó en los pueblos de Eeniajan é inm ediatos en la tarde y n och e del 15 de O ctubre. A l Gapitan General del Departamento M arítim o de C ar­ tagena, por los que á las órdenes del General Alarcun prestó la M arinería del A rsenal. A l General G obernador de la P laza de Cartagena, por lo que respecta á los prestados en igual form a por la fuerza de Ingenieros, haciéndole expresión d el m érito especial contraido por el Capitán Sr. lig a r te . A l Comandante de la Guardia Civil de esta P rov in cia , por los h eróicos servicios prestados por esta fuerza. A i Comandante de Carabineros de la P rovincia, por los de la pequeña fuerza que mandaba el Teniente se­ ñor Cabas. A l Com andante m ilitar de M urcia, p or los de la Infantería. A los Jueces y Fiscales de prim era instancia, por los servicios especiales prestados durante y después de la inundación, en el socorro de los heridos y en­ tierro de cadáveres. A los R ectores de las U niversidades y D irectores de Ins­ titutos y de E scuelas, por la benéfica conducta que la ju ven tu d escolar ha tenido en todas partes. A lo3 A yuntam ientos, Corporaciones y Com ités de S oco­ rros, españoles; que han contribuido al de M urcia, enviando donativos, abriendo suscriciones, etc., en­ tre los que se distingue j m erece todo encom io ei A yu n tam ien to, C orporaciones y pueblo de la Ciudad de Cartagena. — 14 A los Ayuntam ientos, C orporaciones y Com ités del E x ­ tranjero, que han enviado donativos para socorro de los inundados. A l Comité de la Prensa francesa por sí, y en representa­ ción del noble pueblo F ran cés, para cu ya caridad no h u bo nunca Pirin eos. (1) A l Com ité de com erciantes franceses, que preside M on­ sieur Rondeau, y representa D. Salvador Louez. A los periódicos que en M urcia, en España y en el E x ­ tranjero han hecho la cam paña de la caridad con tan notables resultados. A las asociaciones que con el nom bre de Colonias murcia^ ñas existen en España y en el E xtranjero, y que en todas partes han dem ostrado su cariño hácia la inol­ vidable pátria prom ovien do suscriciones, y organi­ zando espectáculos á beneficio de los inundados. A l Sr. D. R afael Fernandez R odríguez, por haber sal­ vado varios náufragos en la mañana ckl 15, guiando él m ism o su carruaje; á la Sra. DA Dolores García, V iu d a de Estor, por haber enviado uno suyo desde los prim eros m om entos; al Sr. D. E nrique C lavijo y demás señores que enviaron después los suyos, y á varios vecinos del B arrio del Cármen que pres­ taron é sus con vecin os gen erosa ayuda. L a Com isión opina que, á más de las gracias, que debe­ rán darse al vecin dario de M adrid, por conducto de su Junta Popular de S ocorros; debería ponerse el nom bre de Plaza de la Caridad Madrileña á una de las (1) Posteriormente, en sesión de 1.” de Diciembre, teniendo eií cuenta las grandes demostraciones de caridad de la Francia, tomó el Ayuntam iento nuevos acuerdos que son: Colocar una lápida conm emorativa en su SalOn de Sesiones. Igualmente otra en cada casa que se edifique con fondos obtenidos de la caridad francesa. Y levantar un monum ento conm em orativo frente al único que en Murcia recuerda la invasión del imperio é igual en todo á dicho m o ­ numento. - l ò ­ de M urcia, y las arm as de la villa de M adrid á todas las casas ó viviendas que se construyan con sus donativos. A n álogos escudos de arm as ó inscrip­ ciones conm em orativas deberán ponerse en todas las vivien da s de la H uerta que se reconstruyan con fondos debidos á la caridad de corporaciones y par­ ticulares. L a Com isión, com o el A yuntam iento y pueblo m u rcia ­ nos, se siente penetrada de gratitud hácia la prensa periódica, y teniendo en cuenta que el periódico El Imparcial in ició la suscricion, encabezóla con una sum a respetable, envió á M u rcia los prim eros soco­ rros, y que corresponsal su y o era también el Sr. B aleriola, prim er periodista que lleg ó á M u rcia con m o­ tivo de la catástrofe; propone al A yu n tam iento que regale á la redacción de dich o p eriódico, en repre­ sentación de la prensa periódica nacional y extran­ je ra , una placa con inscripción alusiva. Con m otivo de las inundaciones de 1877, el E x celen tí­ sim o Sr. D . A ntonio Cánovas del Castillo prestó á M urcia, de que es hijo adoptivo, señalado y espe­ cial servicio; para a g ra d e ce r el qué y los no m énos señalados de ahora, debería colocarse una lápida con ­ m em orativa en el Salón de Sesiones del A yu n ta­ m iento. L a Com isión tam bién cree que los Sres. D . Eduardo Gasset y A rtim e, D. M anuel M aría Santa Ana, D . M a­ nuel M aría José de Galdo y D. José María M uñoz, m erecen la gratitud del A yuntam iento y la distin­ ción más alta que éste pueda concederles. P ropone, en su consecuencia, que se les declare hijos adop­ tivos de esta ciu dad, que se pongan sus nom bres á las prim eras calles que se construyan en el futuro pueblo de N onduerm as y que se solicite del G obier­ no que nom bre Com isario R ègio en las provincias inundadas á D . M anuel M aría José de Caldo. ~ 16 — Finalm ente, y com o quiera que todavía no son conocí-' dos todos los^ actos de gen eroso desprendim iento rea­ lizados en todo el M undo, con ocasión de nuestra desgracia; la Com isión cree que el A yuntam iento habrá de celebrar otras sesiones con eí objeto que la presente, y que por ahora no deberá cerrarse el A cta especial de la Inundación, en que, á la vez que se describa aquella gran catástrofe, se historie y baga una descripción com pleta y detallada hasta la m inuciosidad de esta inundación de beneficios que ha sucedido á aquella inundación de lodo. E l A yuntam iento en vista de lo propuesto, resolverá com o crea más conveniente. Salas Consistoriales y N o­ viem bre doce de mil ochocientos setenta y n u e v e .— B ELLAN.— C a l v o G a r c í a . — 'D ía z C a s s o u . — G a r c ía A l i x . P regu n tó el Sr. Gobernador si se aprobaba la p ro ­ puesta form ulada por la Com isión, y por unanimidad, y cnm edio de calorosos apláusos fué aprobada. A cto seguido manifestó dich o Sr. Presidente que el G obierno de S. M. había acordado en Consejo de IVlinistros con ceder al benéfico Sr. D. José M aría M uñoz, la Cruz de prim era clase de la Crden C ivil de Beneficencia, sin necesidad de form ar el expediente prevenido, por caer de lleno los actos realizados por d ich o señor en la letra y espíritu del R eglam ento y por ser tan n otorios. D ijo que iba á tener el honor, después de leer el telégram a que le había trasm itido ei Sr. M inistro de la Gobernación, participándole la resolución del G obierno antes dicha, de co lo ca r en el pecho del repetido Sr. M uñoz, la Cruz, cu y a insignia le era regalada p or la Junta de Socorros y el A yuntam iento. L e y ó el Sr. G obernador el telégram a de que queda h ech o m érito, y colocó la Gran Cruz de B eneficencia en el pecho de D , José M aría M uñoz, entre entusiastas y nutridos apláusos dei A yuntam iento y num eroso público. Se levantó la sesión. g p y F'' ^ ' j',; • 7 V '. V, ♦■■■A.'" V'- ■■‘: ' A k t :- vA f: '.^Íp-'-‘ x$l\ ':' >'-\l > ‘ V vd ' ■ '~ ! .r. *■,7'^.,4 '■A;. v - S t r :C \ i% ' ->* tr-^X'-- V.-«: ,;ív.XX^' ‘ - ;# Ä '": y: V xlxfe ' A !^-l 7 % X Í.' ■, c». .í■ i , M f i y'SfX ii- I) .1