Una reivindicación de la doble conciencia

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ESTUDIOS. Revista de Investigaciones Literarias y Culturales, Año 9, N" 17. Caacas, ene-jun, 2001, pp. 85 - 9l
UNA REIVINDICACION DE LA DOBLE CONCIENCIA
Donrs Sovrunn
Harvard University
Doris Sommer emprende una defensa de la doble conciencia (signo de pertenencia a dos culturas)
como facilitadora de la práctica democrática. Señala que la doble pertenencia fue en un tiempo la
ruina de las minoías americanas, porque obstaculizaba la aculturación y les llevaba a percibirse como
"un problema". En la sociedad postmoderna, en cambio, esto mismo permitiría la apertura de
espacios de coordinación. Más que de mestizaje, transculturación o hibridismo, se trata de reivindicar
el momento en que la diferencia entre razas y culturas queda expuesta, con su carga de conflicto por
las pérdidas que no se olvidan ni se perdonan. De acuerdo con Sommer, gracias a esta tensión se
despeja un espacio de debate sobre los derechos y las obligaciones. Propone entonces que las Américas
necesitan valorar estas diferencias, celebrarlas como las fisuras que impiden que los países se petrifiquen en la mezquindad de una norma cultural monolítica.
Palabras clave: doble conciencia, cultura y diferencia, minorías americanas, post-modernidad,
cultura
y
democracia.
A VINDICATION OF DOUBLE
CONSCIOUSNESS
Doris Sommer undertakes the defense of double consciousness (sign of belonging to two cultures) as
the facilitator of democratic practices. She points out that dual belonging was at a time of ruin for
American minorities, because it prevented acculturation and led them to think of themselves as "a
problem". In post-modern societies, by contrast, it would permit the opening of coordination spaces.
More than mestizaje, transculturation or hybridization, the purpose is to vindicate the moment in
which cultural and racial differences remain exposed with their charge of conflict, as the result of
losses that are never forgotten nor forgiven. According to Sommer, thanks to this tension a new
arena for debate on rights and obligations is opened. She proposes that the Americas need to valorize
these differences and celebrate them as the fissures that impede countries from petrifying into the
meanness of a monolithic cultural norm.
Key Words: double consciousness, culture and difference, American minorities, posf-modernity,
culture and democracy.
"¿Cómo se siente uno al ser un problema?" Esto es lo que los blancos siempre les
preguntan a los negros dice W.E.B. Du Bois al comienzo de Souls of Blackfolk (1903),
incluso cuando se compadecen de los agravios "que te hacen hervir la sangre". Du
Bois reduce su propio punto de ebullición a un fuego lento, para ser ventrflocuo de los
blancos: "Sentir que se es un problema," dice é1, "es una sensación peculiar, esta doble
conciencia, esta sensación de mirarse a uno mismo siempre a través de los ojos de los
demás, de medirse el alma con el rasero de un mundo que observa con un desprecio y
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una piedad divertidas. Uno siempre siente su dualidad, iuncricano, negro; dos almas, dos pensamientos, dos luchas no reconciliadas-".
La doble conciencia esundouble bindpara Du Bois. [-o hir sirlo en general para las
minorías en los Estados Unidos, los "Neither nor" en el poenlu tlc Sandra María Esteves.
El problema, claro está, supone que la coherencia vale más quc lrr hctcrogeneidad. ¿Por
qué suponer tal cosa, en plena postmodernidad, después clc llts provocaciones de
Néstor García Canclini, y frente a los pronósticos que los latinos cloblemente americanos- serán pronto la minoría más numerosa en los Estados Ullidos? La verdad es
que las prácticas diarias ya no suponen la monocultura, ni en los.iucgos bilingües, que
llegan pronto a ocupar toda una red televisiva llamada Telemundo (ver al respecto el
atlículo "speaking double", en la revista The New York Times Mogazine,9- I 9- 1 998), ni
en los sentimientos patrios que pueden pertene-ser a más de un país (ver el texto "A
Shuttle between Worlds", enThe New YorkTimes, l9-2ljulio 1998). Entre los muchos
performers de doble filo está Coco Fusco, que hace alarde de st broken English por el
exceso español. Roberlo Fernández se desdobla al disfrazar una lengua por otray gozar
la inconmensurabilidad entre las dos. Hoy se es un rompecabezas con piezas de sobra,
observa Gianina Braschi. El exceso deja brechas en una identidad cultural y en otra,
para ganar cierta libertad de movimiento. Podría abrir brechas también en el campo
(caduco) delos American Studies, para cultivar diversas siembras en un terreno todavía ocupado por el rizoma whitmaniano, que fue tan celebrado por Deleuze y Guatari
como figura democratizante, es decir niveladora. La verdad es que el rizoma nivela
arrasando todo en su contorno, celebra la unidimensionalidad y seduce con la promesa
de igualarnos cultural y políticamente.
Los Amerícan Studíes han empezado, lentamente, a responder a las provocaciones
latinas, al admitir libros latinoamericanos en sus cursos, y al contratar instructores de
estudios étnicos. Son avances, sin duda, pero no perturban el diseño rizomático que 1o
convierte todo en más hojas de la misma hierba. El reto será formular otro diseño, uno
que haga visible el encanto de la inconmensurabilidad, incluso para los que valorizan la
estética por encima de la política. ¿Por qué hemos dejado que el bilingüismo se limite a
discusiones políticas y pedagógicas? ¿No tiene su especificidad estética y filosófica?
¿No supone una sofisticación que intrigaría a los conservadores monolingües? Sin
embargo, la estética bicultural es un discurso por hacer, para dar cuenta de la ironía
metalingüística que comparten obras admirables con las prácticas cotidianas de codeswitching. La filosofía de la lengua tampoco ha explorado esos senderos bifurcados.
Hasta ahora se ha lirnitado a especular sobre las funciones de un sólo idioma, o a
describirlas en la línea atrevida de Wittgenstein y de Austin. Pero ellos, pese a su
respeto por los contextos y los juegos variables, no comentan el contrapunteo diario en
boca de los bilingües. Hacen, más bien, un esfuerzo por evitarlo. ¿Qué pasa, pregunta
Wittgenstein, cuando uno expresa una idea o un sentimiento en palabras? ¿O cuando
una expresión inglesa se te ocurre mientras escribes en alemán? No menciona la posibi-
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lidad de dejarla en inglés, como una interrupción o síncopa que pudiera abrir un orden
simbólico para admitir otro.
Los dobles códigos, como expresión de la doble conciencia, ya no nos atan a las
contradicciones autodestructivas que frustraban a Du Bois. Al contrario, y éste es mi
tema. Ahora serírn nuestra rnejor salvaguardia cultural para la práctica democrática,
porque Ia dualidad no permitirá la mezquindad de un pensamiento, de una lucha, de una
rnedida cle valor. La democracia valoriza el procedimiento por encima de las normas
sustanciales. En la yuxtaposición de culturas particulares que encajan mal, a lo mejor, la
democr¿rcia puede funcionar procesalmente. El mismo Du Bois señala esta dirección
cuando rehusa "blanquear su alma de negro" para encajar en América. Pero sobre todo,
Souls oJ Black Folk se lamenta de que ver doble significa perder el enfbque. Du Bois
había heredado el optimismo hegeliano de Ralph Waldo Emerson, y sintió profundamente la decepción cle no avanzar.
Para Emerson, la cloble conciencia había significado el principio de coordinación
entrc firerzas opuestas. Era la relación productiva entre la naturaleza y la libertad. entre
la herencia racial y el propósito universal. Así la formuló durante la turbulenta década
anterior a la Guerla Civil, justo después cle que México perdiera la mitad de su territorio
frente a los Estados Unidos. En vez de buscar remedios para una condición que hoy se
llamaría esquizofrcnia, Emerson encargó lnonumentos a Ia grandiosa solución americana: "¿Por qué clebemos temer ser aplastados por elementos salvajes, nosotros que
estamos hechos de los lnismos elementos?".
La pregunta no es retórica para todos. Los que son aplastados la hacen en serio. El
mismo Emerson reconoce la clicha cle pertenecer alaraz.a triunfante: "Nos gusta, dice, el
h¿ibito nervioso y victorioso dc nucstra rama farr.riliar". "El fr'ío y el rnar entrenarán una
raza imperial sajona, quc ll nirturalcza no puede permitirse perder, y. después de confinarla durante mil años a la lc.jana Inglatema, produce cien Inglaterlas, cien Méxicos".
Entretanto. las otras raz¿rs sc tlcte rioran en la travesía. "Los millones de alemanes e
irlandeses, como el ncsrl). ticnen unl gr:ln cantidad de guano en su destino. Son
enviados en barco a través tlcl Atlirntico y son transportados en carreta a través de
América para abrir zun jas ,v ¡lrra (raba jar, ...y después para morir de forma prematura
para crear un punto de tierra vcrtlc cn la pradera". Los anti-emersonianos se negarán a
incluirse entre los anglo¡i¿rioncs r'orrr¡uistadores o entre los vencidos que alimentan el
progrcso con sus propias cxistcncius ¡rrescindibles.
que no choquen con
Por eso, afirnrar los purlictrlllisnros "descart¿rbles"
-siempre
los procedimientos de una corn¡'rlllirla civilidad- es tan responsable como oportuno
hoy. A f'alta de interrupcionc\ cn r.n) rrnrcricanismo triunfalista. en English: the global
languuge (DavidCrystal. l99l'l).nucslrosconciudadanosseguiránflelesalossacerdotes de la raza sajona. Cincucnt¿r uños rlespués de la rapsodia emersoni¿rna sobre el
Destino, años después de la Guerr'¡r civil y de la Reconstrucción trunca, la libertad
resultó ser otra c¿rdena para los nc¡tr1)s. v Du Bois protestaba que ninguna destreza
r,t
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I
podría enderezar la doble conciencia para marchar adelante. Desde entonces, la doble pertenencia ha sido la ruina de las minorías americanas, porque obstaculizaba la
aculturación. Esta es una conciencia infeliz por definición, en su duplicidad estructural.
Sentirse uno como un problema engendra el tipo de odio a uno mismo que puede
experimentar cualquier grupo minoritario, en la medida que pertenece al grupo mayoritario que lo odia.
No obstante, la dualidad no fue siempre patológica. Una larga historia de sociedades premodernas resulta instructiva. La dualidad tampoco implica necesariamente problemas para una sociedad postmoderna, donde la sobrecarga de diferencias culturales
demanda, como dije, un espacio vacío y público para la coordinación. Considérese la
Inglaterra medieval, donde los normandos eran lo suficientemente sabios como para
darse cuenta de que gobernaban un país de extranjeros. Los sajones, los judíos, los
alemanes, los daneses y otros no sabían "hablar el mismo idioma" en ningún sentido
literal, pero se les permitió negociar los unos con los otros en los jurados mixtos. La
prudente atención al dffirend era una práctica medieval mucho antes de que se convirtiera en la esperanza postmoderna de Lyotard.
Ahora que nuestras naciones postmodernas se están ajustando a las oleadas
imparables de inmigrantes a veces reacios a la aculturación, a los sonidos continuos de
diferentes lenguas en espacios públicos, podemos tomar el ejemplo de los normandos
y de los moros en España, por citar un ejemplo más. Estos solían cobrar impuestos a los
infieles en vez de eliminarlos como guano para la conquista. La modernidad cristiana
impuso una coherencia cultural y política: consolidó los reinos, y expulsó a los herejes.
La modernidad en Inglaterra acabó también con las diferencias intemas: una Ley Común uniforme sustituyó el jurado mixto, y los judíos fueron expulsados (como en otros
lugares) porque preferían la doble conciencia a la coherencia de una cultura intolerante.
Hoy, los derechos universales son una idea que se separa del deseo por una cultura
universal. Ernesto Laclau provoca a los tradicionalistas al sostener que el universalismo es prometedor hoy en día porque depende de las diferencias que se habían descartado como desviaciones. El universalismo actual es una paradoja para el pasado, porque
se sostiene sobre el vacío entre culturas discontinuas. El sujeto democrático no supone
una cultura que nos une, sino cierto nivel de incomprensión mutua. Por eso la filosofía
política y la ética, de Benjamin y Arendt a Bakhtin y Levinas, nos previenen contra la
empatía. que abruma los sentimientos ajenos con repeticiones narcisistas de uno mismo.
Este no es el momento de llevar la doble conciencia en una dirección, con los ágiles
anglosajones de Emerson. Tampoco es el momento de seguir a Du Bois en círculos
viciosos al tiempo quelaraza y la nación se entierran mutuamente en un terreno que
requiere la aculturación pero que no la permite. Hoy nos damos cuenta de que la doble
conciencia es una condición normal y en gran medida universal; el mundo es mayor-
mentebilingüe(Lewis,1998: l9).Estambién,comohevenidodiciendo,unaestructura
de sentimiento democrático.
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La diferencia entre la aculturación y el programa híbrido que prefería Du Bois
será una innovación para algunos académicos nofleamericanos. ya que han sido entrenados para valorar la asimilación como el proceso de dejar atrás las culturas de
origen (Phil Fisher, 1975). Apenas sabemos cómo denominar la reticencia de Du
Bois de separar y elegir cuando lo reclaman diferentes culturas. ¿Cómo llama uno el
proceso cultural de amalgamiento que acepta la diferencia pero que aparentemente la
absorbe en una nueva mezcla homogénea?
Los latinoamericanos conocen muchos nombres para lo junto y revuelto: el "mestizaje" por ejemplo, la transculturación, el hibridismo. El manifiesto de Du Bois a favor de
la fusión sería, en América Latina, un lema convencional. Era el destino mejicano (Z,a
misión de la raza iberoamericana, reza el subtítulo de La raZa cósmica), porque ningún otro país, decía Vasconcelos, estaba tan libre del prejuicio racial que obstruye el
progreso humano. Los anglosajones (como Emerson y Whitman) parecían prosperar
por voluntad divina pero, como recalcó Vasconcelos, "ellos cometieron el pecado de
destruir esas razas, mientras nosotros las asimilamos, y esto nos da nuevos derechos y
esperanzas para la admisión sin precedente en la Historia". La "transculturación" de
Fernando Ortiz enfatizaría el proceso cultural sobre la herencia racial. La innovación de
Ortiz consistió en reconocer el dolor y las pérdidas (principalmente para los negros) del
amalgamamiento, incluso cuando el producto final era una admirable cultura cubana. A
diferencia del constructor de instituciones que era Vasconcelos, Ortiz estaba describiendo una cultura cósmica que ya existía.
Probablemente, este tipo de fusión estabilizada es lo que anhelaba Du Bois. Pero
quiero arriesgar una lectura menos probable, y de paso releer otros ideólogos hegelianoamericanos. Entre ellos está Richard Rodríguez, que es asimilacionista, dice, no por ser
"americano" sino mexicano y mestizable. "No odio ni temo a los americanos" agrega.
"Los quiero, tanto que los como vivos y así forman parte de lo que soy". Podría haber
citado el "Manifestó antropófago" de Oswald de Andrade, sobre el americanismo como
una aspiradora cultural, así como el ensayo corolario de Roberto Schwarz "Nacional por
substracción" que se mofa de los que resisten la amalgama de elementos bárbaros. Lo
que más me interesa, sin embargo, es el momento anterior a la amalgamación, allí donde
Gertrudis Gómez de Avellaneda deja a su héroe, Sab, cuyas tres razas se quedan visibles y yuxtapuestas, sin producir un mulato perfecto. Allí es donde nos detiene García
Canclini, para considerar \a heterogeneidad multitemporal de las culturas híbridas que
conllevan, necesariamente, cierta melancolía por las pérdidas que no se olvidan ni se
perdonan. Sobrevive, en Du Bois por lo menos, el desprecio por los que blanquean el alma
para lograr una conciencia coherente. Ese desprecio es una expresión del orgullo por la
propia diferencia y por la energía que mantiene la parlicularidad frente al americanismo
nivelador. Gracias a esta tensión, se estira el tejido social, y se despeja un espacio de
debate sobre los derechos y las obligaciones. Esta es una respuesta de la postmodernidad
a la dialéctica de la moderni zación'. valorizar las intemrpciones de una cultura por otra.
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En ocasiones les he planteado a diversas personas una pregunta que ahora quiero
hacerles a quienes leen este texto. Se trata de una cuestión quizás impertinentemente
personal: me interesaría saber si remediarían su doble conciencia en caso de ser posible,
o si preferirían continuarbajo su carga. Supongan que mañana al despertarse, pudieran
dejar de ser judío-americanos, lesbo-americanas, latino-americanos, afro/asiático/gay/
musulmán-americanos, o cualquier otra variación particular, para ser simplemente americanos, o mexicanos, cubanos, peruanos. ¿Lo harían? Si pudieran suprimir el guión de
su "identidad" oximorónica, ¿querrían hacerlo? Hasta ahora, casi todos aquellos a quienes les he hecho esa pregunta me han dicho que no, incluso cuando se sorprenden de
sus propias respuestas. ¿Cómo explicar esta reticencia. cuando una parte tan considerable de nuestro entrenamiento cívicc'l y cultural en las Américas demoniza la dualidad?
Quizás sintamos, a veces sin decirlo, que el remedio es mucho peor que la queja.
Algunos teóricos contemporáneos lo dicen de manera urgente y atrevida. Ya mencioné a Ernesto Laclau, ese argentino que desde Europa deliende una universalidad
anclada en particularismos. Debería mencionar también a Mari Matsuda, una teórica
legal japonés-hawaiana que también defiende el papel de las diferencias culturales. Es
la mejor salvaguardia de la democracia, sostiene ella, porque la promesa de justicia ha
sido empantanada en una práctica de intoierancia monocultural. No es esto un argumento a f'avor de una Torre de Babel que se estremecerá con las frustraciones de la
incomprensión. Al contrario, es una defensa de la esf-era pública, situada al lado de
cualquier cultura particular. El terreno político se deja ver en los vacíos entre los códigos culturales, a la hora de traducir, dejugar al bilingüismo, y de hablar con acentos
fuertes. Las señales de otro trasfondo cultural recuerdan al ciudadano que no debe
asumir que comprende al prójimo y posiblemente 1o encamina a proceder con respetuosa cautela.
Matsuda, entre otros. no estará satisfecha con la mera tolerancia de dif'erentes
acentos en eljuzgado, de diferentes sabores en los puestos de comida de las esquinas,
y de complicadas redes personales de pertenencia. Las Américas necesitan valorar
estas diferencias, celebrarlas como las fisuras que impiden que los Estados Unidos, y
otros países, se petrifiquen en la mezquindad cle una norma cultural. Ahora que la
inmigración es virtualmente incontenible, que los afio-americanos de todo el continente están evaluando lo que se gana con la asimilación, ahora que la lucha de clases por
todo el hemisferio asume inflexiones étnicas, es el momento de admitir que el sueño de
la coherencia cultural es más peligroso que prometedor.
¿,Es la doble conciencia de hecho un obstáculo'? ¿Bloquea la conversación respon-
sable en un vértigo de auto-odio particular
y de desprecio universal hacia los
inadaptados? Hay buenas razones para creer lo opuesto: que la doble conciencia perrnite la conversación entre partes que respetan las diferencias que los separan, porque
reconocen las obstinadas diferencias que agrietan sus propias identidades. De otra
forma, la tolerancia se seguirá malinterpretando como el rizoma, que a todos nos admite,
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nos canibaliza, con tal de convertir nuestras particularidades en guano. La doble con-
ciencia requiere más cuidado, y nos impone tareas en los campos de la estética, la
filosofía lingüística, y la política. Si logramos afectar las disciplinas que compartimos
con las culturas hegemónicas, haremos algo por abrir un espacio democratizante. Pero
si no reivindicamos la doble conciencia a nivel teórico, los discursos minoritarios seguirán siendo marginales, y posiblemente decaerán en los esencialismos que repitan la
intolerancia del centro.
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