Empresarismo y creación de empresas: la falacia de otro “ismo” Elaborado por: DANNY MÚNERA BARRERA Facultad de Economía Grupo de Investigación Mercado y Libertad Universidad Pontificia Bolivariana Julio 30 de 2009 Hace varios años que el tema de la creación de empresas se apoderó de los más variados círculos, desde las tiendas de barrio hasta los pasillos universitarios. Jóvenes y adultos, letrados y al contrario... Médicos, veterinarios, economistas y financieros tocan el tema con tanta elocuencia, que con el paso de los días la mayoría de las personas se ha familiarizado con estilizados conceptos e intrincados razonamientos que articulan la identificación del targed en un nicho de mercado, con la proyección de cash flow en los bussines plan; a tal punto se ha llegado, que la creación de empresas ha adquirido la relevancia de un enfoque cargado de un chocante tecnicismo, desde el cual se resuelven casi todos los problemas del cotidiano acontecer. En este contexto, no es posible destapar una bebida hidratante o accionar el mecanismo de desagüe de un sanitario, sin encontrar allí una oportunidad de negocio que amerite un venture, o sindicar un crédito para apalancar la inversión; las tasas de retorno no admiten discusión y en el peor de los casos, el período de recuperación se puede acelerar mediante anticipos de capital para abrir una posición de cobertura en una divisa con buen spread. Muchas circunstancias indican que la actualidad atraviesa la era del empresarismo, emprendimiento o emprenderismo; da igual siempre que por ello se entienda un paradigma que supone que el principio y fin del desarrollo económico y social, es la creación de empresas en gran escala, o mejor es decir creación en masa de empresas, para lo cual obviamente se requiere una masa igual de empresarios. Si a lo anterior se suman algunas hipótesis, fácilmente verificables, es posible deducir algunas consecuencias igualmente verificables. Por ejemplo, si se acepta que la riqueza disponible para la creación de empresas, o simplemente la riqueza disponible en un país o la totalidad del planeta si se quiere, es finita en un período de tiempo específico, el enfoque empresarista (es decir muchas empresas y empresarios) conduce casi espontáneamente a la conclusión, algo perogrullesca, que sólo pueden crearse empresas pequeñas. Qué es pequeñas, no es una cuestión relevante en este punto, lo que interesa resaltar es que el empresarismo conduce hacia la creación de pequeñas empresas. Esta conclusión se torna viciosamente circular si se tiene en cuenta que también el mercado es finito, esto es, la muchedumbre de compradores que recurren por medio de canales a las empresas, nuevas y antiguas, para cubrir sus necesidades, no existen en cantidades ilimitadas. En tal escenario, y bajo el supuesto adicional que las empresas se distribuyen el mercado en partes alícuotas, mientras mayor sea el número de empresas, menor será el tamaño del mercado de cada nueva empresa. La circularidad se hace evidente al considerar que un gran número de empresarios implica (bajo los supuestos establecidos) un gran número de pequeñas empresas, y que la creación de un gran número de pequeñas empresas, implica un gran número de empresarios. Lo preocupante del asunto es que los programas de empresarismo predican las bondades de su oferta basados en la creencia ciega, irreverente y necia, de que las empresas son la variable explicativa en la ecuación, lineal y simple, del desarrollo. La necedad del argumento descansa en el desconocimiento, casi intencional, que el empresario es la categoría previa y absolutamente indispensable de las empresas, esto es, sin empresario no existe empresa, sin embargo la génesis y evolución del empresario se concibe como un resultado, natural y espontáneo, de la creación de las empresas. Como si fuera poco, una revisión somera y superficial de los contenidos de los programas de empresarismo que se ofrecen en la actualidad, pone al descubierto que éstos se caracterizan por la generosidad con la que emulan y exaltan, las personalidades de los empresarios, pero poco, por decir lo más, por identificar, estructurar y transmitir las características formales del empresario. Es triste y altamente deprimente el repertorio de fórmulas que sirven para referirse al empresario, dejando de lado, completamente al margen, el papel que éste juega como vector que direcciona el desarrollo de una región o de un país. A lo anterior cabe sumar otra circunstancia igualmente preocupante, y es que los programas de empresarismo, en su totalidad, carecen de una visión fenomenológica de la empresa, esto es, no se identifica en ninguno de los programas un modelo, visión o paradigma de empresa. La ausencia de un marco conceptual que subsane tal carencia, ha sido reemplazada con la abundancia de cartillas o guías, mal llamadas metodologías, de planes de negocio, bajo el entendimiento que empresa y plan son categorías homologables a partir de indicadores de viabilidad. Así entonces, se confunde viabilidad financiera con viabilidad económica y, por un intrincado proceso de asimilación, se ha generado la tesis, no probada, que la creación de microempresas es la mejor apuesta para contribuir al crecimiento y al desarrollo económico. La falacia del empresarismo como estrategia de desarrollo en Colombia, se puede ilustrar si se considera que para el año 2007 los reportes del DANE revelaron la más elevada tasa de crecimiento económico de los últimos treinta años, sin embargo, no es posible deducir de ello que la causa explicativa de este crecimiento, sea la mayor proliferación de nuevas y antiguas microempresas; muy por el contrario, se pueden referir varias circunstancias para argumentar que las microempresas tienen poca capacidad para sustentar la dinámica económica y social que Colombia necesita y desea. A continuación se refieren tres aspectos que dan cuenta de algunas debilidades estructurales de la masa de microempresas en Colombia. El primero de estos hace referencia a un informe de la superintendencia de sociedades del año 2006, en el cual destacaba que la participación de las micro y pequeñas empresas en el conjunto económico de la nación, si acaso superan el 5% de los activos fijos; lo anterior equivale a decir que las microempresas en Colombia tienen una pobrísima dotación de activos fijos (esto es, edificios, maquinaria, vehículos y similares), lo cual debe estar asociado, entre otras cosas, a baja tecnología y a indicadores de valor agregado igualmente bajos. El segundo aspecto que se va a referir, está relacionado con informes dados por la Corporación para el Desarrollo de las Microempresas, quien revelaba en el año 2007 que, según los datos del Censo General de 2005 (DANE), el 96% de las actividades económicas del país es desarrollada por unidades microempresariales; este dato en sí mismo no presenta ninguna novedad, y en la era del empresarismo estas cifras no asustan, mucho menos asombran. Lo que si llama la atención, es que el 54,6% de las microempresas se localizan en el sector comercial (tiendas, restaurantes, almacenes de repuestos y similares), esto es, sector de no – transables, o actividades económicas que no son aptas para el desarrollo de mercados internacionales; solamente el 12,22% se localiza en actividades industriales, en donde se producen bienes transables, es decir a partir de los cuales es posible desarrollar mercados externos; lo que no contribuye a este propósito, es que el 40% de las microempresas del sector industrial ocupan, cuando mucho, dos trabajadores. De lo anterior es inmediato concluir que la capacidad de respuesta a los mercados nacionales e internacionales de una microempresa que, además de insuficientes activos fijos, está conformada por dos trabajadores, es absolutamente baja, nula o simplemente indiferente, pues por simple inercia, es incapaz de responder a los estímulos del mercado más allá del vecindario local. Finalmente, y casi a manera de ejemplo, la encuesta nacional de microestablecimientos de comercio (DANE, 2001), reveló que el total de éstos generó, en el año 2000, 8 billones de pesos en ventas y contribuyó con 556.775 empleos, es decir que (en promedio) cada trabajador en este segmento empresarial, produjo poco más de 14 millones de pesos en ventas; por contraste, en el mismo año, los establecimientos de comercio de mayor tamaño (con más de 20 empleados) generaron ventas por 40 billones de pesos y emplearon a 215.818 personas, es decir que (en promedio), cada trabajador en este segmento empresarial produjo poco más de 185 millones de pesos en ventas, esto es 13 veces el valor de las ventas que genera un trabajador de una microempresa del sector comercio. Este último aspecto parece sugerir que la productividad de los factores es más generosa, en tanto y en cuanto, el tamaño de las empresas sea mayor. Esta, que es una afirmación coherente con el análisis de corto plazo de la teoría económica de la producción, no se percibe clara en los principios fundacionales del empresarismo, pues este “ismo” parece predicar la creación de empresas, al margen de los conceptos básicos y elementales de la teoría económica. Ahora bien, los argumentos hasta aquí presentados no pretenden señalar al empresarismo y la creación de empresas como un camino errado y sin trascendencia, sino más bien resaltar, que mientras no se considere formalmente al empresario como categoría previa al desarrollo de las empresas, y al margen de un modelo de empresa validado por mecanismos interdisciplinarios, entonces el empresarismo será recordado como la falacia de otro “ismo” alrededor de la problemática del desarrollo. El meollo de esta elucubración no debe verse en los prejuicios que se puedan suponer implícitos, sino en la cuantiosa magnitud de los recursos que este nuevo “ismo” ha venido demandando de una generación ávida de un esquivo desarrollo económico y social. En conclusión, estas líneas pretenden hacer un llamado de atención para que los líderes responsables del empresarismo hagan un alto en el camino, y, de cara a la comunidad que los exalta y necesita, introduzcan cambios radicales en los programas que promocionan y ofrecen, mirando como empresarios cargados de responsabilidad social, hacia el futuro sostenible de las generaciones por venir.