México, lugar de encuentro de literaturas de migración An Van Hecke Introducción Bien sabemos que si hablamos de “La Literatura Mexicana” no se trata en absoluto de un concepto bien definido, ni de una categoría fija. A veces se habla de “La Literatura Mexicana” como de una literatura que reflejaría o tendría que reflejar la “identidad mexicana”, como si ésta también fuera una noción clara y uniforme. Quizás hay que distanciarse un poco de las categorías basadas en criterios nacionales. En mi investigación, México siempre ha sido el foco de estudio, el “ombligo” si se quiere, el centro, pero un centro en constante movimiento, un centro que se nutre incesantemente de lo que entra y sale. Es decir, además de estudiar la literatura escrita por “mexicanos”, de identidad mexicana, me interesa estudiar también la literatura escrita por autores no mexicanos, pero que viven en México o que escriben textos que tratan de México. Percibo México como un país de migración, o más bien de migraciones, de desplazamientos, desde tres puntos de vista: la inmigración de latinoamericanos en México, la inmigración de europeos en México, y en tercer lugar, la emigración de mexicanos hacia EE.UU. Intentaré revelar aquí las líneas de investigación que he seguido los últimos años, enfocándome en tres autores: el guatemalteco Augusto Monterroso, la mexicana Margo Glantz y el chicano Alejandro Morales. A primera vista son muy distintos entre ellos, pero, en el fondo, comparten mucho más de lo que uno podría imaginar. Esto se explica precisamente por el hecho de haber vivido la migración o por ser hijos de migrantes, lo que a su vez se refleja en su literatura. Evidentemente, Augusto Monterroso y Alejandro Morales no caben bajo la categoría de “Literatura Mexicana”, pero éste es justamente el punto, porque ya no se trata de colocarlos en categorías, sino de romper fronteras y deshacerse de las etiquetas. Por un lado, México les ha dado mucho a estos autores, y por otro lado, ellos también, con su obra, han contribuido enormemente a la cultura y la literatura de México. Resulta muy revelador destacar lo que estos autores inbetween tienen en común: el cuestionamiento de la identidad nacional, la fascinación por México, la nostalgia frente a la melancolía, y la intertextualidad. Estos son los temas que desarrollaré a continuación en el análisis de los tres autores mencionados. El propósito de esta ponencia consiste pues en revelar los hilos conductores de mi investigación anterior, y de establecer algunas pautas para un eventual proyecto en el futuro, que giraría alrededor del tema de la traducción. 1. La identidad nacional: un concepto volátil Si estudiamos a un autor como Monterroso resulta difícil decidir si llamarlo hondureño, guatemalteco o mexicano. No sólo la crítica literaria ha expresado sus dudas, sino que el propio autor ha vacilado a veces, al igual que otros autores latinoamericanos que encontraron refugio en México. Por haber vivido la mayor parte de su vida en México, más de cuarenta años de exilio, muchos lo consideran mexicano y hasta se ha incluido en antologías de literatura mexicana. Así lo percibe también Juan Villoro, quien me explicó su visión al respecto en una entrevista que le hice sobre Monterroso: Creo que para conveniencia de la literatura mexicana, conviene considerarlo como parte de nuestra literatura, entre otras cosas, porque las fronteras literarias son mucho más flexibles que las de los agentes de migración. Un escritor que ha hecho toda su obra en México, que está entre nosotros, pues sería una injusticia no considerarlo como un escritor mexicano. Por otra parte, Guatemala y México comparten aspectos muy próximos. […] No creo en una distinción nacional de las literaturas, y además en este caso sería de un rigorismo nacionalista muy fuerte, porque no es un autor venido de Australia. (Villoro en Van Hecke 2003: 5) El tema de la identidad nacional vuelve a menudo en la obra de Monterroso, en cuentos, ensayos, y también en entrevistas, y por lo general, lo trata con bastante escepticismo, burlándose de fronteras y patriotismos exagerados. Además, cabe aclarar que Monterroso no es “migrante”, ni él mismo usa este término sino que siempre habla de sí mismo como “exiliado”, lo que es muy diferente: la causa de su desplazamiento fue política. Sin embargo, en su autobiografía, Monterroso escribe una frase llamativa, con la intención de aclarar las cosas de una vez para siempre: “Soy, me siento y he sido siempre guatemalteco” (Monterroso 1993: 13). El retorno a Guatemala finalmente en 1996 fue fundamental, aunque sólo fue ocasional. Nunca regresó definitivamente. Sospecho que es justamente por haber vivido entre dos naciones, México y Guatemala, que la crítica no haya visto a Monterroso durante muchos años. En la segunda mitad del siglo XX, todas las miradas estaban clavadas en los grandes del boom con los que Monterroso no tenía nada que ver. Sólo al final de su vida, a partir de los años noventa, el gran público lo descubrió. En el caso de Margo Glantz, el tema de la identidad nacional, a primera vista, no es primordial en su obra. Nació en México, y siempre ha sido considerada como escritora mexicana, pero en su autobiografía, Las genealogías, leemos que, por ser hija de inmigrantes, también para ella, la cuestión de la identidad ha sido difícil. Glantz escribe que se siente a veces “personaje de Dostoievski”, viviendo entre “contradicciones, por aquello del alma rusa encimada al alma mexicana” (Glantz 1987: 20). Sin embargo, para Glantz, el tema de la identidad se vuelve aún más complejo por ser de origen judío: “Y todo es mío y no lo es y parezco judía y no lo parezco y por eso escribo –estas– mis genealogías.” (Glantz 1987: 16). Muchos autores que son hijos de migrantes suelen expresar la necesidad de saber de dónde vinieron sus padres. Glantz emprende esta búsqueda de su origen por medio de una historia familiar, e incluso regresa a Rusia. También en la obra de Alejandro Morales, como en muchos autores chicanos, el tema de la identidad es omnipresente. Por lo general, los chicanos no se consideran ni norteamericanos, ni mexicanos, sino algo diferente. El chicano es otro, un ser híbrido, intercultural, nómada. En esta búsqueda de identidad, Morales vuelve casi siempre al pasado. En sus novelas históricas, intenta recuperar el pasado olvidado de los chicanos. Lo que leemos en Morales no es tanto una voz de protesta que reivindique la identidad mexicana. Más bien llega a la constatación de que ésta se ha perdido irremediablemente. Tal vez aquella identidad mexicana estaba antes, pero ya no está. Para muchos escritores como Morales, sólo queda un camino, a saber, el de la imaginación y de la reinvención del país de origen. En los tres casos, lo que vemos es que al borrarse las fronteras entre las identidades nacionales, estos autores se enfocan en las relaciones interculturales. No siempre destacan lo negativo, los conflictos, sino que tratan de buscar nuevas formas de convivencia, de forma positiva y creativa. En sus obras, intentan reconciliar identidades a primera vista opuestas. Los desplazamientos que han sufrido ellos o sus antepasados les llevan a cuestionar el concepto de la identidad nacional, que muchos prefieren llamar ya “postnacional”. Llama la atención además que los tres autores aquí estudiados a menudo se acercan a este tema con humor e ironía, como Monterroso por ejemplo cuando escribe en Los buscadores de oro: “Vivo con la incertidumbre de mi derecho a pisar ni siquiera los treinta y cinco centímetros cuadrados de planeta en que me paro cada mañana.” (Monterroso 1993: 66-67), y cuando recoge un nuevo pasaporte en el consulado guatemalteco en la Ciudad de México, comenta: “Cinco años más de „yo‟, y supersticiosamente, casi una garantía de cinco años más de vida.” (ibid. 67). 2. La fascinación por México El segundo aspecto que comparten Monterroso, Glantz y Morales, al igual que innumerables otros autores, es una enorme fascinación por México, que bien podemos llamar pasión, entusiasmo y hasta obsesión. ¿Qué ofrece México que es tan único y especial, que atraiga tanto a estos autores? Mucho, y esta fascinación irradia a través de todas sus obras, así que me limitaré a solo un ejemplo en cada uno. Uno de los textos más brillantes que Monterroso haya escrito sobre México, es indudablemente el ensayo “Vivir en México”, del libro La vaca (Monterroso 1998: 147-149). Es una combinación de elogio del país, agradecimiento por la acogida como exiliado, y nostalgia por un México que ya no existe. El México de los años cuarenta, cuando llegó, ya no es el mismo de los años noventa cuando escribe este ensayo. Uno de los factores decisivos de la atracción de México para Monterroso, es su literatura, la de Rulfo, Arreola, Reyes, Pacheco, Bonifaz Nuño, Elizondo y muchos otros. No sólo se interesó por sus obras, sino que compartió con muchos de ellos una amistad profunda. Tal vez en la siguiente frase percibimos algo de este carácter tan especial de México que le cautivó tanto a Monterroso: “Lo mágico, lo fantástico y lo maravilloso está siempre a punto de suceder en México, y sucede, y uno sólo dice: pues sí.” (ibid. 149). El compromiso que muestra Margo Glantz con su país, México, también es impresionante. Gran parte de su vida profesional como maestra, y gran parte de su obra, la ha dedicado al estudio de la literatura mexicana, desde los cronistas, pasando por Sor Juana hasta la literatura de los siglos 20 y 21. También a nivel personal, tal como lo leemos en Las genealogías, hay una gran fascinación por la Ciudad de México, y Glantz se vuelve nostálgica por el México del pasado. Volvemos a vivir en el México de los años 30 y 40, con artistas como Rivera y escritores como Torres Bodet y Villaurrutia. Los ambientes artísticos y culturales en los que se movía el poeta Jacobo Glantz, el padre de Margo, eran realmente seductores. Pero, en el fondo, la nostalgia de Margo no tiene como objeto el México que ella conoció en su infancia, ya que fue bastante problemática, sino que se refiere al México tal como fue pintado por Velasco a finales del siglo 19 cuando el cielo aún era cristalino y transparente (Glantz 1987: 153). En el caso de Alejandro Morales, tampoco es difícil encontrar ejemplos en los que se manifiesta la fascinación por México. En la novela The Rag Doll Plagues (1992) distinguimos un doble movimiento, centrífugo y centrípeto. Desde México, salen muchas fuerzas: el poder de los curanderos, las ondas mágicas de las pirámides, de los volcanes y de los conventos, y la sangre inmune de los mexicanos por un milagro de la naturaleza…. Al mismo tiempo, se revelan muchas fuerzas que se dirigen hacia México: el destino final de la mayoría de los personajes es México. También en su penúltima novela, Waiting to happen, es muy fuerte el impacto de personajes míticos, históricos y literarios de México. La protagonista, J.I., además de poseer características de Sor Juana, tiene poderes especiales que la conectan con muchos otros iconos mexicanos: “She was the answer to their dreams. She was their Virgen de Guadalupe, Coatlicue, la soldadera, la prostituta, all under control in J.I., la muchacha buena, the virgin they dreamed of taking home to meet mother.” (Morales 2001: 2). Todos los estereotipos mexicanos en una sola persona no pueden sino llevar a situaciones explosivas, y es lo que pasa en esta novela compleja y violenta. México es entonces un lugar omnipresente en la obra de Monterroso, Glantz y Morales, aunque no es el único país sobre el que escriben, por supuesto. Los tres se mueven como cosmopolitas en universos muy diversos, pero es un hecho que la cultura mexicana, en todos sus aspectos, tiene un poder inmenso sobre sus obras. Al mismo tiempo es interesante confrontar las diferentes visiones que nos ofrecen estos autores sobre México. 3. La nostalgia y la melancolía De mi estudio sobre Monterroso, he podido concluir que el concepto de nostalgia es muy ambiguo: algunas veces el autor lo acepta, pero por lo general, lo rechaza y se niega a ser nostálgico. Es evidente que hay nostalgia por Guatemala y por los compañeros de la Generación del 40, pero también es normal que el autor no pueda dejarse llevar por sentimientos nostálgicos. De todos modos, la palabra casi no aparece en su obra. En cambio, la melancolía es un concepto maravilloso y profundo, muy presente en Monterroso, en particular por su relación con el espacio. Existe un fuerte paralelismo entre el ambiente y el estado mental de personajes literarios, que se vuelven melancólicos, de una manera recíproca. Existe también la melancolía por el paraíso perdido, por la vida que termina. Se reveló asimismo una melancolía que se asocia a la pereza, es decir la inmovilidad. También hay un tipo de melancolía que se podría llamar la “melancolía del infinito”. Finalmente, queda claro que Monterroso tampoco se entrega completamente a la melancolía, y sospecho que se dirige a Séneca y su estoicismo para encontrar respuestas, no sólo a la melancolía, sino a otros sentimientos conflictivos como la desorientación o la inquietud causada por el movimiento perpetuo. Curiosamente, en Margo Glantz encontramos las mismas dudas si se trata de caracterizar los sentimientos como nostálgicos o melancólicos. En su autobiografía Glantz habla de un tal Perelman al que conoció en Rusia y que había vivido algunos años en México. A Perelman le entra mucha nostalgia por el México de los años treinta, donde tenía una novia y escuchaba música mexicana. Siendo inmigrante de segunda generación, Margo Glantz evidentemente no siente la misma nostalgia por Rusia que sus padres. Sin embargo, de regreso en México, al contar la historia maravillosa de Perelman, Glantz tiene un extraño sentimiento de nostalgia, que luego prefiere llamar “saudade”: Mi nostalgia se acrecienta para ponerse a tono con lo de mi nuevo amigo, no es ya nostalgia, es saudade, dulce, pegajosa, cursi, rosa, como la canción que cantara Lara allá por los treinta, cuando un soviético hebreo era aún jovencito de diecisiete años rondando a las muchachas de La Lagunilla, al tiempo que sentía nostalgia por la nieve. (Glantz 1987: 175-176) En Alejandro Morales, el tema de la nostalgia parece ser inexistente. Incluso me atrevo a decir que hay en él una aversión hacia el concepto, aún más fuerte que el que descubrimos en Monterroso y Glantz. ¿Nostalgia por México? No, porque este país nunca ha sido suyo. En esto, Morales se distingue de Sandra Cisneros, autora chicana que sí reconoce sentir nostalgia por México: And I don‟t know how it is with anyone else, but for me these things, that song, that time, that place, are all bound together in a country I am homesick for, that doesn‟t exist anymore. That never existed. A country I invented. Like all emigrants caught between here and there. (Cisneros 2003: 434) En el caso de Morales podríamos hablar tal vez de una nostalgia por el mítico Aztlán, que al final de la novela Waiting to happen aparece transformada en Aztlandia. Este sí es su espacio, pero lamentablemente, al igual que el México de Cisneros, el mítico Aztlán tampoco existe. 4. Espacio e intertextualidad El estudio del espacio recibe una dimensión complementaria cuando se relaciona con el análisis de la intertextualidad. Parece que algunos autores, en particular Monterroso y Glantz, buscan respuestas en autores de la literatura universal para contrarrestar la melancolía, el desarraigo, el estar entre dos o más culturas. La intertextualidad ha sido el método principal de mi investigación sobre Monterroso. El concepto de “intertextualidad rizomática”, de Alfonso De Toro (1997: 22) me ha ayudado a entender el fenómeno. En el caso de Monterroso, está muy claro: la literatura se hace con la literatura. La literatura se revela como un espacio paralelo al espacio real, con el que comparte las mismas características: ambos son espacios en movimiento. Monterroso prefiere no hablar de “influencias” ni de “modelos literarios”, sino más bien de “cómplices” que lo “acompañan” cuando está “navegando” en un “vaivén” inestable. Son “guías” a los que sigue, aunque llegan momentos en que éstos también son abandonados. Algunos diálogos son interminables, como el que mantiene con Cervantes, otros, al contrario, como con Octavio Paz, son interrumpidos. El paralelismo entre el espacio real y el espacio literario se confirma cuando el propio autor contrapone ambos y siempre termina dando prioridad al mundo literario, de libros y autores. También la obra de Margo Glantz está cargada de referencias intertextuales, lo que se explica en parte por el trabajo de Glantz como profesora de literatura y como crítica literaria. Así por ejemplo hay una intertextualidad explícita con Sor Juana en la novela El rastro (Glantz 2002). Se puede formular la hipótesis de que estas referencias a Sor Juana hacen juego con la desorientación del personaje principal, Nora García. También quiero detenerme en un pasaje en el que la narradora de Las genealogías explica cómo el nombre de una calle donde vivió en su infancia ha tenido un impacto sobre ella: la calle Niño Perdido. Margo supone que este nombre es la razón por qué siempre se ha sentido tan cerca de niños abandonados y por qué siempre la asociaban con la oveja negra. Esta constatación la lleva a leer obsesivamente a Pedro Páramo de Juan Rulfo (Glantz 1987: 154- 156), novela en la que la desorientación y el abandono son temas principales. Aquí se revela la importancia de la intertextualidad. Si vemos a los autores mencionados y citados por Glantz en su totalidad, podemos distinguir entre dos tipos. Por un lado, aparecen los que refuerzan la nostalgia del país, tanto en Rusia como en México: Chéjov y Gógol en sus visiones de las estepas rusas, López Velarde en su poema patriótico “Suave patria”. Por otro lado, encontramos en Glantz muchas referencias a autores “inbetween” como Colón, Cortés y Carpentier, y también autores judíos en exilio, con quienes Glantz se identifica. Ambos tipos parecen ser igualmente importantes para ella y reflejan los múltiples conflictos en su propia vida. Finalmente, también en Alejandro Morales hay un alto grado de intertextualidad con autores de todo el mundo, pero en particular mexicanos. En Waiting to happen por ejemplo se trata sobre todo de referencias intertextuales a Sor Juana, pero también hay menciones de autores mexicanos contemporáneos como Octavio Paz, Carlos Monsiváis y Elena Poniatowska. La lectura que hace Morales de estos autores influye inevitablemente en su visión de México. 5. Futuro proyecto: “Traductores/creadores: escritores entre dos mundos” El tema de migraciones, exilios y desplazamientos me ha llevado a orientar mi investigación hacia el campo de la traducción. Ya lo he estudiado brevemente en el caso de Margo Glantz y de Alejandro Morales, y mi intención es desarrollar el tema en Monterroso a un nivel aún más profundo. En su autobiografía, escrita en español, Glantz introduce varias palabras en yidish o ruso, seguidas por la traducción al español o por una explicación en español. Esto da cierto carácter exótico al texto y refleja el fondo multicultural en el que creció la pequeña Margo, conflictivo, pero enriquecedor al mismo tiempo. La narradora desempeña entonces el papel de “traductora”, aunque a un nivel básico, de palabras sueltas, porque, en el fondo, se trata más bien de la imposibilidad de traducir. Cuando su padre quiere que traduzca su poema “Colón”, Margo no puede porque no entiende yidish, aparte de palabras que se refieren a comida y regaños (Glantz 1987: 137). Así que en el caso de Glantz, se trata más bien de la frustración de no entender, de estar “perdida en la traducción”, es decir, “lost in translation”. También el caso de Alejandro Morales es muy interesante si se trata de traducciones. Morales escribe tanto en español como en inglés. Lo típico de Morales es que para cada novela, que casi todas suelen tener un fondo histórico, hace una investigación previa. Trabaja con muchos documentos por lo que sus obras están repletas de referencias intertextuales, con textos de diferentes géneros. Como se trata muchas veces de textos en español, los traduce al inglés. Ahora bien, Morales interpreta el concepto de “traducción” en un sentido muy amplio: I translate many different kinds of texts: literary, journalistic, historical, theoretical, comic, cartoons, words, painting, images, statues, bridges, buildings, clothing, music, film, water, stuffed animals, sounds, memories, etc. From a short paragraph in a newspaper article I might interpret and translate and write several pages, or a chapter of a novel. I am a “Translator/Creator”, “Traductor/Creador” (…). (Morales, correspondencia personal, abril 2009) Este concepto de “traductor/creador” es lo que precisamente me interesa estudiar en el caso de Monterroso. Monterroso no era bilingüe como Morales, ni creció en un ambiente en el que los padres hablaban otros idiomas, como en el caso de Glantz. Monterroso era monolingüe, pero había aprendido muchos idiomas, hasta latín. Descubrimos en Monterroso una gran fascinación por las traducciones, a todos los niveles. Mi intención no es estudiar las traducciones de las obras de Monterroso, sino que pienso más bien en estudiar a Monterroso como traductor y su visión sobre el arte de la traducción. El propio autor fue traductor de algunas obras, de Cohen y de Swift, por ejemplo, pero también hacía traducciones de pequeños fragmentos que después incluía dentro de su propia obra, en particular en La palabra mágica. Eso es curioso, porque, a pesar de que menciona claramente al autor del texto original, da la impresión de que el texto recibe un nuevo estatuto, y que tiene la misma originalidad que la de sus propios ensayos entre los que se inserta la traducción. El tema de la traducción es algo que le interesa sobremanera, ya que dedica varios ensayos y fragmentos a la cuestión. Ahí reflexiona sobre la profesión del traductor en general, y analiza y comenta traducciones específicas. Los ensayos “Poesía quechua” (Monterroso 1985: 84-88) y “Sobre la traducción de algunos títulos” (ibid. 89-96) ilustran bien este interés. La traducción de un texto puede ser considerada como otro “desplazamiento” o “movimiento” dentro de la literatura, que corre pareja con los desplazamientos espaciales e intertextuales que he podido comprobar ya en la obra de Monterroso. La fascinación del autor por las traducciones probablemente puede ser explicada por la misma filosofía del movimiento. Para muchos exiliados, el problema del idioma es fundamental en el proceso de integración. Si bien no era un problema para Monterroso, quien se exilió a otro país hispanohablante, la traducción es una de sus obsesiones. También cabe tomar en cuenta las observaciones que hizo Monterroso sobre las traducciones de su Oveja Negra al latín, algo que le alegraba mucho. El propósito consiste pues en relacionar todo lo que Monterroso hizo en traducción con lo que dijo sobre la traducción, porque sospecho que hay ahí toda una filosofía monterrosiana escondida. Conclusión Considerando mi investigación en su totalidad, tanto la que he realizado, como la que propongo hacer sobre traducción, se revela el interés de relacionar autores que tradicionalmente se han estudiado bajo distintas categorías: Monterroso suele ser estudiado bajo la categoría de “literatura guatemalteca” o “literatura de exilio”, Glantz suele aparecer en estudios comparativos de literatura mexicana femenina, y específicamente de escritoras judías, Morales se encuentra casi únicamente en estudios sobre literatura chicana y latina en EE.UU. Resulta interesante abrir las perspectivas y estudiar a estos autores en un contexto más amplio de “literatura de migración” o “literatura de desplazamiento” o “literatura de fronteras”. Ya se han hecho muchos estudios sobre el exilio de españoles en México, o sobre el exilio de latinoamericanos en México, pero siempre se mantienen estas divisiones. Al juntar casos tan distintos como Monterroso, Glantz y Morales, se observa que comparten muchos tópicos, como los arriba estudiados: el cuestionamiento de la identidad nacional, la fascinación por México, la nostalgia frente a la melancolía, y la intertextualidad. El estudio de un autor ayuda a entender mejor la obra de otro. En estos tres autores, la migración, el desplazamiento y las fronteras constituyen fundamentos básicos de su obra, en la que crean un diálogo enriquecedor entre las literaturas de Europa, América Latina y Estados Unidos. Bibliografía Cisneros, Sandra (2003). Caramelo or Puro Cuento, New York, Alfred A. Knopf. Glantz, Margo (1987). Las genealogías. México: SEP, Lecturas mexicanas 82. ______ (2002). El rastro. Barcelona: Anagrama. Monterroso, Augusto (1985). La palabra mágica. 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