interpretación de la experiencia religiosa: ¿qué quieren decir los

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JURE KRISTO
INTERPRETACIÓN DE LA EXPERIENCIA
RELIGIOSA: ¿QUÉ QUIEREN DECIR LOS
MÍSTICOS CUANDO HABLAN DE SUS
EXPERIENCIAS?
Si no estamos en tiempo de místicos, sí lo estamos en el de los analistas de las
experiencias místicas. Los autores que las analizan sólo coinciden en que los místicos,
al hablar de sus propias experiencias, las describen de manera semejante. Muchos
autores han tratado de reunir los rasgos de esas experiencia religiosas caracterizadas
por ser gozosas, transitorias, inesperadas, escasas, valiosas y extraordinarias hasta el
punto de parecer, a menudo, como provenientes de una fuente fuera de lo natural. Pero
aquí termina la unanimidad de los autores, pues la variedad de opiniones acerca del
significado último de las experiencias místicas es más bien la regla que la excepción.
The Interpretation of Religious Experience: What Do Mystics Intend. When they Talk
about Thir Experiences?, The Journal of Religion, 62 (1982) 21-38
ENFOQUE INICIAL
Sería una tarea abrumadora citar, siquiera por encima, las diferentes opiniones. Y la
cosa se complica por el hecho de que los representantes de los más variados campos
(medicina, psicología, filología, fenomenología, lingüística y sociología) se sienten
llamados a contribuir a la explicación de la experiencia mística. Ante tan extensos
estudios yo pretendo especificar los objetivos de mi presente investigación.
Experiencia mística: experiencia humana
Parto de que la experiencia mística es una experiencia humana. Por tanto, es razonable
dar por supuesto que se mueve en un terreno fisiológico y psicológico, y las ciencias
respectivas podrán tratar de ese terreno como de objeto suyo si usan los instrumentos
adecuados que tienen a su disposición. Sin embargo, en este ensayo no intento
concentrarme en las fuerzas ni en los cambios fisiológicos o psicológicos que actúan
antes y después de la experiencia de éxtasis, ni tampoco valorar directamente el impacto
de los factores sociales en las experiencias místicas o viceversa.
¿Declaraciones con valor ontológico?
Mi objetivo es bastante pequeño pero esencial. Se fija en si los místicos, de hecho,
hacen declaraciones con valor ontológico partiendo de la experiencia mística y, en caso
afirmativo, en si eso es legítimo o no.
En concreto defenderé que la afirmación, hecha por místicos o por teóricos de las
experiencias místicas, de que los místicos tienen una experiencia directa y objetivable
de Dios o de la Realidad Ultima es filosófica y teológicamente insostenible. Examinaré
detenidamente alguna de las pruebas místicas que dan pie a tales afirmaciones. Y me
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ceñiré a los místicos cristianos no sólo por razón de brevedad. Mi argumentación
comprenderá una visión distinta a la habitual acerca de la naturaleza de la experiencia
mística y del misticismo.
La experiencia mística es un punto de la historia
Argumentaré que la experiencia mística es un punto determinado de la historia de una
persona y toma su riqueza de los elementos que constituyeron su historia en el pasado y
que la constituyen en el momento presente. La historia es un continuo ensanchar
horizontes y la experiencia mística es un momento de la historia personal que tiene un
horizonte específico.
Aunque ahora me limito a mencionar la diferencia, aceptada por todos, entre
experiencia mística y su interpretación, confío en que esto quedará claro hacia el final
del artículo. Por lo que toca a las afirmaciones de parecidos entre las experiencias
místicas de cualesquiera culturas y cualesquiera confesiones religiosas, yo sólo podré
indicar la dirección en que yo entiendo que el problema puede resolverse. Mi solución
se basará en que la experiencia mística, como toda experiencia, está condicionada por
los presupuestos y tomas de posición culturales, históricos, filosóficos y religiosos. Si
esto es así, será posible afirmar que la interpretación de la experiencia no es algo que
uno hace después de haberla tenido, sino que la experiencia y su interpretación son
simultáneas. Igualmente, la afirmación de que las experiencias místicas son semejantes
en base a que las manifestaciones psicológicas y fisiológicas son también muy parecidas
es muy problemática. Y aún será menos seguro afirmar que tuvo lugar una experiencia
con valor ontológico porque estén presentes esas manifestaciones. En la primera parte
de mi trabajo intentaré aclarar el término "horizonte" y su extensión. Esto será el núcleo
del trabajo y la base para interpretar las pruebas místicas y valorar la naturaleza de la
experiencia mística. En la segunda, la discusión se fijará en la afirmación de los
místicos y de los que teorizan sobre las experiencias místicas, de que los místicos
experimentan una unión con la Realidad Ultima.
HORIZONTE Y SU EXTENSIÓN
Nada se puede objetar, supongo, si damos por sentado, como ya he hecho, que la
experiencia mística es esencialmente una experiencia humana. Creo que ni siquiera hace
falta demostrarlo. Siendo así, la experiencia mística debe ser considerada como parte de
la historia del individuo, porque ninguno de los elementos de su vida pueden ser
considerados como independientes de los que le precedieron. La vida humana es una
sucesión de momentos más o menos ordenados y de elementos integrados en un
conjunto significativo por una intencionalidad más o menos consciente. La vida humana
se expresa como una narración. La vida de uno es una historia específica, propia, que es
contada por uno y que se compone de las cosas que uno va encontrando en su vida.
¿Qué es en concreto una experiencia humana? ¿Qué es lo que hace que una historia sea
una historia humana?
JURE KRISTO
El ser humano crea sus propios "mundos", integra universos de significado
Si observamos cómo los seres humanos viven, crecen, se desarrollan, decaen o mejoran,
nos podemos dar cuenta de que el ser humano crea sus propios "mundos", construye
universos donde reúne los elementos de las diversas experiencias personales y los
integra en conjuntos que tienen sentido, intención, orden, orientación, en una palabra:
significado. Permítaseme que llame a estos mundos "universos de significado". Tales
universos se forman a lo largo de una vida, por lo tanto están cambiando
constantemente, pero no tanto como para dejar de ser los mismos, ya que están
construidos con elementos que están siempre presentes; están creados por un equipo de
elementos de la propia experiencia personal. Por eso la experiencia de una vida puede
ponerse en forma de historia; hay una constancia y continuidad en el material que la
constituye, y hay también un cambio en el agrupamiento de los elementos de dicho
material.
Cuando uno sabe que está en la verdad, uno vive en un universo que garantiza el
significado. Claro que el universo de significado podría ser una ilusión; pero ese
universo de significado es una negativa a buscar un nuevo universo de significado, a
recombinar los elementos de experiencia en una nueva configuración. Los místicos
nunca dejan de advertirnos de que en el momento en que estemos satisfechos con un
determinado universo de significado podemos estar seguros de que nos hemos instalado
en una ilusión. La teología cristiana formuló ya este principio casi en sus comienzos. Ya
decía San Gregorio Niseno: "en esto consiste la visión de Dios: nunca estar harto en el
deseo de verle, porque mirando a lo que uno puede ver, reenciende siempre su deseo de
ver más. Así nada limitará el crecimiento en el ascenso hacia Dios". (La vida de
Moisés). Y Catalina de Siena: "Mientras somos peregrinos en esta vida, podemos y
debemos crecer y mejorar; los que no lo hacen, por eso mismo van hacia atrás". (El
diálogo). Y Teresa de Avila: "...si no procuráis virtudes y hay ejercicio de ellas, siempre
os quedaréis enanas; y aun plega a Dios que sea sólo no crecer, porque ya sabéis que
quien no crece descrece, porque el amor tengo por imposible contentarse de estar en un
ser, adonde le hay". (Castillo Interior, Morada 7% capít. 4.º, n. 10).
Por consiguiente un determinado universo de significado no es el definitivo. Ninguno lo
es, ni es excusa para dejar de buscar uno nuevo. Detenerse en cualquier universo de
significado sería caer en la ilusión.
Elementos del universo de significado
Voy a explicar ahora cuáles son los elementos que constituyen un universo de
significado, y en esto coincido con Maréchal. Estos elementos son: el mundo que rodea
a uno; el propio yo, y Dios. En cualquier momento de la vida de una persona parece que
hay una visión y preocupación acerca de sí mismo; también una visión de lo que le
rodea, principalmente la relación con los demás seres humanos: y hay también una
visión de la relación con el Misterio que se vislumbra ante uno mismo y que invita a
descifrar el sentido de la propia vida. El Misterio no está expresado de un modo
concreto porque es inaprehensible, pero matiza la relación con los otros dos elementos
del universo de significado.
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De hecho, no es difícil ver que estos tres elementos del universo de significado
converge n en un punto que es el cuidado de uno por sí mismo, la preocupación de uno
por sus propios objetivos; en una palabra, el interés de uno por el significado de la vida.
Es un hecho comprobado por la experiencia que el sentido de la vida no puede
deducirse por completo de la sola concentración sobre uno mismo. Para vivir
plenamente y con sentido, el ser humano debe extenderse hacia otro y finalmente hacia
el Incomprehensible, que nos induce a seguir buscando cuál es el sentido de la vida. Por
consiguiente, el centro de cualquier universo de significado es la preocupación de uno
por el significado; y el mundo y Dios se ofrecen como puntos de referencia donde poder
anclar ese significado.
Evidentemente los místicos no sistematizan de este modo en sus obras, pero muchos de
ellos analizan la situación humana centrada en esas tres áreas mencionadas, como
lugares donde el ser humano intenta localizar la fuente del sentido de la vida. Uno
podría pedir a los místicos que apoyasen esta opinión de que hombres y mujeres
organizan sus vidas situando sus universos de significado sea en sí mismos, sea en el
mundo, sea en Dios. Los místicos ordinariamente expresan sus ideas en palabras como
desprendimiento, desafección, desapego y sus contrarias: prendimiento, afección,
apego. Juan de la Cruz, por ejemplo, trazó su Subida al Monte Carmelo alrededor de la
triple necesidad del espíritu humano de evitar el buscar el sentido de la vida en el
mundo, o sea en aquello a que nos inclinan nuestros sentidos; o en sí mismo, o sea en
aquello a que nos inclinan los apetitos insaciables del entendimiento y de la voluntad; o
en las representaciones que uno mismo se hace de Dios.
He dicho antes que los universos de significado están cambiando constantemente.
Pueden extenderse o encogerse. También dije que el cambio se realiza por un relevo o
reajuste de sus elementos. Todos estos cambios son debidos al cambio del horizonte
personal. Este concepto requiere una explicación. Bernard Lonergan define el horizonte
como "el máximo campo de visión desde un determinado punto de vista". Si el
horizonte cambia, lo hace también la visión. Y también su cualidad: cuanto más amplio
es el horizonte, tanto mejor es la visión; cuanto más estrecho es el horizonte, peor es la
visión. Por visión entendemos aquí: el verse uno a sí mismo; ver el mundo de uno
mismo; y ver la relación de uno mismo con Dios de una manera nueva. Es la
adquisición de un universo de significado en el que uno de esos tres elementos toma el
lugar de horizonte.
Una de las intuiciones fundamentales de los místicos es que uno puede tomar cada uno
de los elementos de su universo de significado y constituir con ellos su propio
horizonte. Claro que la calidad de la visión dependerá de lo que uno ha escogido para
hacerlo su propio horizonte último. Y es evidente que también es decisivo el determinar
cuál es el verdadero, auténtico y adecuado horizonte para un ser humano en cuanto tal.
Porque establecer un horizonte que no proporcione la perspectiva de cuál es el sentido
de la existencia humana, no daría lugar a un universo de significado con que poder
vivir. El vivir con autenticidad o sin ella depende de que se viva en un universo de
significado cuyos elementos estén ordenados acertada o desacertadamente. Los
maestros espirituales advierten que uno podría vivir ante horizontes que no constituyen
el último sentido de la existencia humana. La existencia y la experiencia humanas
podrían así quedar limitadas a sí mismo o al mundo. Los místicos urgen a que uno se
desprenda de todas las cosas que se presenten como sustitutivas del auténtico horizonte
del ser humano. Cuando el horizonte es uno mismo o el mundo, uno ve el sentido de la
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vida como una egoísta preocupación por sí mismo y con las solas satisfacciones que
puedan venirle del mundo. Sin embargo, la experiencia demuestra que sólo algo que
tenga las cualidades de lo definitivo puede satisfacer los deseos del espíritu humano.
Los místicos son expertos en esto.
Esto nos lleva a otro punto importante: la formación de un universo de significado, pues
tal universo se crea al entregar el corazón a un determinado horizonte. El estar en
posesión de un universo de significado no es todavía suficiente para intuir la verdad de
un horizonte. Además, uno ha de poner el corazón en ello. De hecho, una cosa
únicamente comienza a ser el horizonte de uno cuando él comienza a valorarla, cuando
esa cosa se hace vitalmente importante para uno. El universo de significado, la
"atmósfera" para la cual uno vive, se crea en el momento en que uno decide de todo
corazón entregarse a las cosas que para él son de importancia vital.
Hay una interacción íntima entre estas dos modalidades de la experiencia humana, es
decir, entre la percepción de la veracidad de algo y el entregar el corazón a ello. Todo el
ser humano, mente y corazón, parece estar a la búsqueda de algo por lo cual vivir; es
decir, estructurando la propia vida de modo que vivir valga la pena y tenga pleno
sentido. Todas las fuerzas del ser humano convergen en este punto crucial de crear un
universo de significado. La dicotomía de entendimiento y voluntad está superada.
Conocer es más que adecuar el entendimiento a la cosa. Conocer quiere decir apropiarse
ciertas verdades acerca de uno mismo, acerca de mi mundo, y acerca de mi Dios.
Conocer es ver el sentido de uno mismo en relación a estas realidades, y dejar que este
conocimiento se apodere de nuestra vida. O sea que conocer es ambas cosas a la vez:
ver y vivir la propia vida en un espacio creado por la aparición de un nuevo horizonte.
Conocer es, pues, tener sentido. Pudiéramos decir que la mente no ve hasta que lo hace
con el corazón. Y, paralelamente, querer algo no es simplemente esforzarse por lograrlo.
Querer es "ver" con el corazón cómo debo ordenar mi vida de modo que permanezca
verdadera.
Debo señalar que no es mi intención elaborar una teoría epistemológica. Sólo pretendo
establecer una regla a seguir.
Al llegar aquí deseo aclarar mi pensamiento diciendo que el universo de significado, el
dar sentido a la vida, lo llamaría fe. Fe tomada, por supuesto, en su sentido más amplio,
es decir, confianza y esperanza en el sentido de la vida. Esta fe es el fundamento sobre
el que descansa la fe explícita y elaborada de las diferentes religiones. En este sentido,
la fe es la cualidad humana más esencial. Es lo que muchos llaman apertura del hombre
a la trascendencia, apertura al horizonte infinito. Anticipándome a la conclusión, diré
que una aportación esencial de los místicos es la percepción práctica y experimental de
que el ser humano es autotrascendencia y está orientado a la trascendencia. La
consecuencia práctica es el reconocimiento de que en la condición humana actual no
puede crearse ningún horizonte al cual entregar el corazón para obtener un universo de
significado definitivo.
La experiencia mística es parte de una historia, y así debemos considerarla si queremos
llegar al fondo de su naturaleza. El desarrollo místico es una narración con una
dinámica psicológica específica que no es diferente de la dinámica de cualquier otra
historia sensible, aunque sí tiene mayor intensidad. La cumbre de la experiencia de un
místico reflejará necesariamente el contenido de la narración que la ha precedido. Por
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consiguiente, el estudiar una experiencia mística, aislada de la historia que la conlleva,
sería arriesgarse a toda clase de malentendidos y confusiones.
Es importante clarificar más aún lo que entendemos por horizonte. También es decisivo
darse cuenta de que una visión religiosa y filosófica o una doctrina metafísico-teológica,
de la cual uno participa y por la cual uno ha sido formado, es uno de los elementos más
importantes del universo de significado. La historia individual está formada y
configurada por la comunidad y por las partes constitutivas de esa comunidad. El factor
central de la formación de la comunidad parece ser la visión o enfoque metafísicoreligioso, y parece también que la calidad de la propia visión y del propio horizonte
dependerá de la clase de doctrina a la que uno se adhiera. La doctrina será tanto más
decisiva cuanto uno se adhiera a ella con más fuerza. No hay nada tan en peligro como
un universo de significado. Cuando se dilucida muy clara y específicamente cuál es el
último horizonte se crea el universo de significado y, como respuesta, viene la entrega
del corazón. Esa elucidación es, a menudo, dada o propuesta por un fundador religioso,
un mensajero de Dios, un profeta, e incluso un guru. Así pues, uno entrega su corazón a
un horizonte incorporado al mensaje y visión de Jesús, otro al de Buda o de Mahoma,
etc. Cada una de estas visiones puede ser expresada, y es de hecho formulada en un
conjunto de proposiciones, pero no puede quedar totalmente captada en frases;
trasciende las formulaciones confesionales. Místico es el que toma un conjunto de
proposiciones con suma seriedad, pero también aquel que conoce la relatividad de sus
propias afirmaciones y de las de los demás acerca de la Verdad, y así entrega su
corazón, sin dubitaciones ni condiciones, al horizonte último que esas visiones indican
por sí mismas más que a su formulación. Esto es para los místicos la fe, y por eso le dan
tantísima importancia. Y en ellos se da siempre una respuesta radical a la visión
comprendida en las proposiciones aceptadas por la fe. El místico está en tránsito místico
en el momento en que entrega su corazón al horizonte último incorporado en una visión
religiosa que él acepta como verdad.
Nunca se subrayará demasiado que el tránsito místico es una respuesta a un horizonte
especifico definido. La subsiguiente experiencia del místico demostrará más y más la
veracidad de la visió n original, la veracidad de la fe a la cual uno entrega su corazón.
Un místico puede llegar a desanimarse por la impetuosidad de su esfuerzo y detenerse
en su búsqueda, pero raramente se perderán por completo ni la veracidad de la intuición
original ni su respuesta. ¿Cuál es la naturaleza de los más altos logros de la experiencia
mística? Me parece que es el reconocimiento de la veracidad de la visión propuesta, de
las cosas aceptadas por la fe. Tal reconocimiento estará impregnado de certeza. Todos
los místicos van acompañados de certeza acerca de su experiencia.
Tampoco es raro que casi todos los místicos manifiestan un sentimiento de felicidad
extrema fruto de la satisfacción por un logro definitivo. Al reconocer la veracidad de la
visión a la que uno ha entregado su corazón, uno satisface su hambre por la verdad y su
esfuerzo por la felicidad definitiva. En la experiencia de llegada, alcance y unión con el
ser último, tanto la mente como el corazón encuentran su paz y reposo definitivos. Sería
raro considerar esa experiencia de la felicidad total como si no tuviese relación alguna
con la experiencia de la vida que condujo a ella. La experiencia mística es el último
capítulo de una historia personal.
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¿QUE AFIRMAN LOS MISTICOS?
Pero, ¿cuál es el estado psicológico en la experiencia mística? ¿Cuál es el objeto de la
experiencia, si lo hay? ¿Conoce el místico la realidad última, llámese Dios, Alá, o de
otro modo? ¿Cuáles son los efectos de estas experiencias para el que las experimenta?
¿Qué relación hay ent re los conocimientos obtenidos en la experiencia y la fe que la
precedía? ¿Qué es lo que los místicos quieren decir?
Para contestar a estas preguntas deseo recordar algunos de los principios que han
conducido mi estudio hasta este punto. Creo, en primer lugar, que cualquier
investigación acerca de la naturaleza de la experiencia mística ha de ser una empresa
racional para que tenga sentido y sea útil. En segundo lugar, hago mío el presupuesto de
Maréchal y de Katz, de que para un estudio provechoso de la experiencia mística uno
debe empezar por investigar las condiciones de posibilidad de cualquier experiencia. El
tercer punto que quiero destacar tiene relación con el precedente. Un ser humano está en
un proceso constante de crear universos de significado, y por consiguiente está
reestructurando los diferentes elementos en su campo de visión. La experiencia mística
no puede considerarse aparte de este proceso vital; tiene que ser un resultado de tal
dinamismo. Esto es ya un indicio de que me sería difícil aceptar la opinión de que la
experiencia mística sea una especie de visión de la estructura última de la realidad o de
la realidad última en sí misma.
Sin embargo, hemos de tener en cuenta las aseveraciones de los místicos que parecen
confirmar que sus experiencias son una mirada de tal naturaleza que está totalmente
desconectada de las restantes experiencias de su vida; que tiene un valor cognoscitivo
específico, que es inalcanzable por los medios y procesos cognoscitivos ordinarios; etc.
Veamos algunas de estas aseveraciones.
Tomemos como ejemplo a Juan de la Cruz. Tiene un lenguaje sorprendente. Hablando
acerca de la experiencia unitiva, asegura que el alma parece revestida de Dios y bañada
en la divinidad; parece que Dios se comunica a sí mismo; los dos se hacen uno; el
espíritu parece transformado en Dios. Juan de la Cruz lo resume todo diciendo que en
este estado de matrimonio espiritual el alma se hace divina, se hace Dios por
participación, en cuanto es posible en esta vida.
¿Qué significan estas afirmaciones? Yo me pregunto si son afirmaciones en realidad. Si
miramos la obra de Juan de la Cruz en su conjunto, vemos que su lenguaje no es ni
siquiera un intento de describir una experiencia o sus características; es más bien un
comentario teológico espontáneo de teología mística o tal vez acerca de lo excepcional
de sus propias experiencias. Lo excepcional de su experiencia no descarta, sin embargo,
las cosas que la precedieron. Al contrario, las cosas que precedieron la experiencia
condujeron progresivamente al místico hasta el momento de esta experiencia
excepcional. Por eso, el místico hace la lectura de sus experiencias excepcionales
necesariamente en términos que constituyen la experiencia de su propia vida. Más aún,
la experiencia misma está influida, incluso estructurada, por esos elementos. Esta. es- la
razón por la que se espera una experiencia de una determinada especie. La unión con
Dios se espera porque se cree en ella. Como expresó Juan de la Cruz, "el centro del
alma es Dios", y uno ha de alcanzar su centro.
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La misma dinámica aparece en el análisis de la famosa idea del citado místico, el
"conocimiento amoroso". Juan de la Cruz insiste en su tratado teológico, en que la
ascensión. mística se logra mediante la fe y el amor. Según él, estos son los dos únicos
medios dé que dispone el ser humano para , lograr la unión Con Dios; ni los sentidos, ni
siquiera el entendimiento o la voluntad serían suficientes para ello. Juan de la Cruz era
muy lógico cuando llamó conocimiento amoroso al último logro de la ascensión
mística. Se trata de un conocimiento que uno tiene únicamente cuando ama. Está claro,
no obstante, que Juan de la Cruz no pretende que este conocimiento sea una especie de
penetración en la estructura de la realidad o de la vida íntima de Dios. Dicho
conocimiento es la certeza de que uno está en la presencia de Dios y de que Dios está
muy cerca de uno mismo. Es la certeza, por encima de toda duda, que asegura a uno que
las proposiciones de fe son precisamente lo que el corazón ha estado deseando, y que
eso es el sentido definitivo de la vida humana en cuanto tal.
Es tranquilizador el comprobar que el mismo Juan de la Cruz disuade la interpretación
de las experiencias de éxtasis como intuiciones de la vida íntima de Dios. Escribió: "es
de notar que, por g randes comunicaciones y presencias y altas y subidas noticias de Dios
que un alma en esta vida tenga, no es aquello esencialmente Dios, ni tiene que ver con
El. "(Cántico Espiritual, 1, 3). Y aunque usaba un lenguaje bastante recargado para
describ ir sus propias experiencias, en momentos más reposados prevalecían las normas
teológicas para hablar de Dios. Aseguraba, repetidas veces, que no podemos tener
experiencia de Dios en esta vida, y que necesitamos la fe para nuestra relación con Dios
mientras seamos: peregrinos.
Podría objetarse que el gran conocimiento de la teología que tenía Juan de la Cruz le
impidió malinterpretar las experiencias místicas propias o de otros. Por eso, me gustará
examinar algunos textos de Teresa de Avila que mostró mucha menor complejidad
teológica.
En ocasiones, ella mostró un lenguaje muy fuerte para describir su experiencia personal
de Dios como Trinidad de Personas. Es decisivo recordar sus palabras: "Me parece que
han de pensar que yo lo sé por espiriencia, y háceme grandísima vergüenza, porque,
conociéndome la que soy, es terrible cosa". (Castillo Interior, Séptima Morada, c. 1, n.
2). Además, también aquí, como en el caso de San Juan de la Cruz, la experiencia de las
Personas de la Santísima Trinidad es una especie de sentimiento de certeza acerca de su
Presencia. No es una visión imaginativa sino intelectual. El mejor instrumento
lingüístico que Teresa y otros místicos tienen para describir la intensidad de su
sentimiento es que "el espíritu se hace uno con Dios".
Más significativo es lo que Teresa dice cuando intenta aclarar la naturaleza de su
experiencia. La experiencia es tal que no impide realizar las tareas ordinarias con
eficacia: "Pareceros ha, que según esto, no andará en sí, sino tan embevida que no puede
entender en nada. Mucho más que antes, en todo lo que es servicio de Dios, y en
faltando las ocupaciones, se queda con aquella agradable compañía de la Trinidad".
(Castillo Interior, Séptima Morada, c. 1, n. 9). Esta es quizá la más clara confirmación
de mi tesis de que la experiencia mística es, ante todo, un estado o un punto de la vida
en el que uno vive su propia vida en la persuasión de que el horizonte definitivo de uno
es Dios. No es una visión del género sujeto-objeto, sino un sentimiento de la presencia
constante de Dios que impone una actitud práctica muy especifica por lo que se refiere
al mundo y al prójimo. No hay, en esta experiencia, visión plena o clara de Dios. Teresa
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insiste: "...el divino y espiritual matrimonio, aunque esta gran merced no deve cumplirse
con perfección mientras vivimos". (Castillo Interior, 7.a Morada, c. 2, n. 1). Lo que sí
pasa es que uno percibe y vive su vida en un espacio cuyo horizonte es Dios: "...en el
centro muy interior del alma, que deve ser adonde está el mesmo Dios". "... siempre
queda el alma con su Dios en aquel centro..." "ser Dios el que da vida a nuestra alma"
(Castillo Interior, 7.a Morada, cap. 2, nn. 3, S, 7).
Encuentro muy notable el que Teresa de Avila juzgase este modo de poseer a Dios
como horizonte claro de la propia vida más importante que cualquier experiencia
unitiva, por intensa y deliciosa que pueda ser. Pues "el favor de la unión pasa
rápidamente, y después el alma queda sin esa compañía, me refiero sin la conciencia de
ella," lo que no ocurre con la otra clase de experiencia. Cuando uno vive su propia vida
en la conciencia de que Dios es su propio horizonte, "las facultades, sentidos y
pasiones" crean ciertamente "momentos de guerra, prueba y cansancio", pero uno
permanece en calma y lleno de paz. Lo que es más notable es que Teresa afirma que, en
esta conciencia de que Dios es el único horizonte, "todos los raptos desaparecen" junto
con todos los temores y emociones innecesarias. Ya no son necesarios. Basta con tener
a Dios como horizonte definitivo.
Este parece ser el mensaje de Las Moradas de Teresa. Posiblemente es tentador
detenerse en la Sexta parte, porque uno queda cautivado por la fascinadora presencia de
lo misterioso y extraordinario; pero afortunadamente Teresa misma, como todos los
místicos, desean que demos un paso hacia adelante.
De todo lo dicho, parece lícito deducir que lo que los místicos nos dicen es el modo con
que las experiencias les afectan a ellos, el modo como ellos se ven a sí mismos. Es
verdad que se expresan con una terminología ontológica. Son expresiones enraizadas en
las tradiciones de cada místico concreto, en su educación teológica y filosófica, incluso
en su formación, en su adhesión a los postulados de la fe, etc. Es necesariamente así. La
mayoría de los místicos, si no todos, hablarán acerca de la unión con el ser último por la
sencilla razón de que tal unión ha sido siempre esperada. El ser último tendrá, sin
embargo, características en cada caso particular, porque así es esperado, con esas
específicas características.
Mi objetivo es mostrar que la experiencia mística es parte de la historia de una vida, y
que no puede considerarse separada de lo que le precede. Por tanto, no puede
considerarse como una visión de la realidad última desconectada del enfoque teológico
y metafísico del místico. Toda la historia de una persona influye en cada instante
concreto de una experiencia personal. La experiencia mística no es una excepción.
Si la experiencia unitiva es una especie de contemplación, lo es de la propia vida, con
un horizonte concreto al que el místico se entrega totalmente. Esta entrega o
rendimiento ocasiona una reestructuración de todos los elementos del campo de visión
del místico. Consecuentemente se verá a sí mismo con una luz diferente; verá toda su
historia personal que precedió a este momento, con una visión nueva; verá de otra
manera las relaciones del mundo consigo; y verá a Dios con una luz nueva. La
experiencia puede ser penosa o llena de alegría. No se puede determinar de antemano
qué clase de sentimientos se desencadenarán; dependerá de la percepción de todos estos
elementos en una determinada configuración de la historia de la propia vida.
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El elemento de percepción y relación con Dios permanecerá esencial en todas las etapas
del camino, ya que, precisamente por haber establecido a Dios como centro de su vida,
el místico progresa continuamente en un mejor conocimiento y una más íntima relación
con El. Los místicos cristianos explicitaron esta posesión de Dios como horizonte
definitivo, con la práctica de la presencia de Dios.
La percepción y el conocimiento de Dios no deben tomarse en el sentido de una
experiencia de Dios como uno la tiene de las cosas de este mundo, sino en el sentido de
un conocimiento de Dios como de un ser que lo trasciende todo, inc luso la experiencia
mística de Dios. Todos los místicos cristianos coinciden en ello. Semejantemente, la
expresión "relación con Dios" no debe tomarse como una especie de desmesura basada
en el atractivo de Dios considerado como objeto, sino más bien como la entrega del
corazón a ese Dios que se percibe como trascendente. Para el místico cristiano ese Dios
trascendente está presente en el Evangelio, y conservado presente constantemente por la
fe. Por eso, la mayoría de los místicos cristianos mantienen que la fe no pierde su valor
en los más altos logros de la experiencia mística.
Llegados aquí debo hacer la pregunta crítica: ¿Se equivoca el místico cuando describe
una experiencia íntima de la presencia de Dios, o de unión con Dios? Una respuesta
exageradame nte simple sería decir que sí. La intensidad de la experiencia está
ciertamente presente; la conciencia de la posesión de -Dios es poderosa; la conciencia o
el sentimiento de estar junto- a Dios o sumergido en El está ahí; y es abrumador el
hecho fisiológico de sentirse fuera de los sentidos, del cuerpo, de la razón y de todo lo
perteneciente a la condición humana. Está todavía por determinar qué clase de leyes
psicológicas imperan en ello. Pero la cuestión fundamental es si los místicos afirman
realidades partiendo únicamente de su experiencia insólita.
Evidentemente los místicos hacen afirmaciones ontológicas. Pero una examen más
detenido de tales afirmaciones produce la convicción de que los místicos quieren ante
todo tratar temas teológicos. Su experienc ia no es más que una ocasión para tales temas.
A menudo tal experiencia es la prueba de posiciones teológicas y escriturísticas ya
existentes. Nunca dicha experiencia es la única fuente de ninguna afirmación teológica
nueva. Además, no olvidemos la advertencia de los místicos más competentes de que lo
extraordinario de la experiencia es lo menos importante de la ascensión mística. Por
tanto, no puede ser fuente de afirmaciones importantes. Lo que los místicos sugieren
como mucho más importante, esencial, es la llegada a un estado en que lo extraordinario
de la experiencia cesa, y uno puede vivir en un espacio especialmente iluminado, creado
precisamente por tener a Dios como constante e inquebrantable horizonte personal. Por
eso, lo extraordinario de las experiencias significa poco; nunca ha sido un objetivo para
el místico; la meta es la vida, sentido de la propia existencia. En un momento
determinado de la vida, se crea el universo de significado de tal modo que el Ser último
es el único horizonte; y este universo entraña solidez, permanencia, certeza y verdad. La
experiencia, entonces, empieza a ser una prueba personal del valor y del sentido o
significado de la vida.
Podemos concluir que la experiencia mística es una visión que resulta de la entrega del
corazón a un horizonte que uno sabe que lo trasciende todo, incluyendo cualquier
experiencia que uno pueda tener. Este ensanchamiento de horizonte es un auténtico
crecimiento en el conocimiento de Dios y en la intimidad con El, pero nunca un
conocimiento que pueda objetivar a Dios. Es más bien un crecimiento en la certeza de
JURE KRISTO
que aquello por lo que uno vive, y que el propio corazón desea con ansia, es ciertamente
verdad, No es difícil ver que, al fin, y al cabo, es más bien un conocimiento y certeza
acerca de uno mismo que acerca de cualquier otro reino, que es inaccesible a la
experiencia humana. La experiencia mística de Dios es el principio de una nueva
historia que el místico quiere vivir.
Tradujo y condensó: JAVIER DE BISTUE
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