Editorial En 1950, Albert Einstein reflexionó acerca de la enseñanza en términos que aún tienen validez: “La enseñanza ha sido siempre el medio más importante de transmitir el tesoro de la tradición, esto es, de los conocimientos acumulados, de una generación a la siguiente. Hoy que se ha debilitado la familia como portadora de la tradición y de la educación, la continuidad y la salud de la humanidad depende, en grado aún mayor, de las instituciones de enseñanza. El mejor método de educación ha sido el que urge al discı́pulo a la realización de tareas concretas. Sin embargo, entre las tradiciones más arraigadas en las escuelas se hallan la memorización mecánica y las clases de exposición. Estos procedimientos apuntalan el miedo, la fuerza y la autoridad artificial. Este tratamiento destruye los sentimientos sólidos, la curiosidad, la sinceridad y la confianza del alumno en sı́ mismo. El poder del maestro debe basarse lo menos posible en medidas coercitivas, de modo que la única fuente del respeto del alumno hacia el profesor sean sus cualidades humanas e intelectuales”. El hombre debe su fuerza a ser un animal social. Hemos de prevenirnos, en consecuencia, de quienes predican el éxito, en el sentido individualista; suele pensarse que el hombre que triunfa es quien recibe mucho de sus semejantes, muchı́simo más de lo que le corresponde por el servicio que presta. Con todo, el valor de un hombre debe juzgarse por lo que da, no por lo que es capaz de recibir. La motivación más importante del trabajo, en la escuela y en la vida, es el placer que proporciona el trabajo mismo, el que producen sus resultados y la certeza del valor de esos resultados para la comunidad. La tarea más importante de la enseñanza es fortalecer estas fuerzas psicológicas en el joven, lo que es mucho más difı́cil que despertar la ambición individual. La escuela no debe limitarse a enseñar directamente los conocimientos y habilidades especiales que se usarán directamente en la profesión. Las exigencias de la vida son demasiado múltiples para que resulte posible esta formación especializada. Lo primero deberı́a ser, siempre, desarrollar la capacidad general para el pensamiento y el juicio independientes y no la adquisición de conocimientos especializados. Lo anterior es debido a que el campo de la investigación cientı́fica se ha ampliado enormemente en todas las disciplinas y la capacidad de asimilación del intelecto humano está y seguirá estando estrictamente limitada. La inevitable especialización hace cada vez más difı́cil captar de modo general la ciencia en su conjunto, por tanto el verdadero espı́ritu de investigación queda mermado sin remedio ¡a medida que aumenta el progreso cientı́fico!” De aquı́ que sea más adecuado no ofrecer los resultados como algo ya hecho, sino, primero despertar la curiosidad cientı́fica, exponer posibilidades opuestas de enfocar la cuestión. . . Sólo tras esto tiene sentido clarificar la cuestión mediante un análisis exhaustivo. La honradez intelectual de un autor nos hace compartir la lucha interna de su propia mente. Esto es lo que constituye el distintivo del maestro nato. Es tan importante dar vida al conocimiento y mantenerlo vivo, como resolver problemas concretos. Y, del libro “Razón y Naturaleza” de Morris Cohen, es el siguiente extracto: “Hay una diferencia muy importante entre una institución que está abierta e invita a todos a estudiar sus métodos, a sugerir mejorı́as, a debatir, y otra que atribuye las diferencias de ideas a malos sentimientos o distorsiones de la conciencia, tal como el Cardenal Newman lo hace con quienes cuestionan la infalibilidad de la Biblia. . . La ciencia propone sus teorı́as como provisionales y corregibles, en tanto que el autoritarismo considera a sus enunciados como definitivos y los cuestionamientos como una deslealtad y falta de fe”. 3