ANEXO No. 15 Guía No. 32 AL ENCUENTRO CON EL VIVIENTE Jn 20, 1-31 Texto de Xavier Léon-Dufour, S.J.1 Al quedar encerrado en el sepulcro, Jesús de Nazaret desaparece de la escena pública. Poco después, los discípulos proclaman vigorosamente que otra vez está vivo y que ha logrado reconciliar a los hombres con Dios. ¿Qué es lo que ha ocurrido entre la muerte de Jesús y el nacimiento, por la fe pascual, de la comunidad cristiana? Los evangelios ofrecen una respuesta con el relato de las «apariciones» del Resucitado: Jesús se mostró a los discípulos, les manifestó qué significaba para ellos su entrada en la vida definitiva y los envió a proclamar la buena nueva. Este es el mensaje de los relatos evangélicos de pascua. La tradición evangélica La comunidad de los creyentes expresó primero su convicción en 3fórmulas sucintas2: confesiones de fe que proclaman que Jesús fue despertado de la muerte , himnos que celebran la exaltación gloriosa de Jesús4. Pablo, por ejemplo, recoge una fórmula que cabe fechar por el año 35: «Porque yo os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras; que fue sepultado, y resucitó al tercer día según las Escrituras; que se apareció a Pedro y luego a los doce» (1 Cor 15, 3-5). Tras el recuerdo de la muerte y de la sepultura, el término tradicional «resucitó»5 intenta expresar el paso de Jesús muerto a una vida que no acaba. Se utilizaron además otras expresiones sacadas de un campo lingüístico muy distinto: la exaltación de Jesús a la derecha de Dios, su entrada en el santuario no hecho por manos de hombre, su glorificación. El acontecimiento mismo de la resurrección no se narra en ningún texto del nuevo testamento: por su misma naturaleza, se escapa al conocimiento histórico. Lo mismo que el sol deslumbra a todo el que lo mira de frente, pero se deja reconocer en sus efectos, la resurrección solo puede ser conocida en la fe, por el testimonio del encuentro con Jesús que experimentaron los discípulos: en el texto que trasmite Pablo (1 Co 15, 4-8), la afirmación de la resurrección va seguida inmediatamente de la enumeración de las 1 XAVIER LÉON-DUFOUR, S.J., Lectura del Evangelio de Juan, Vol. IV, Ediciones Sígueme, 1998, pp.159-164. 2 La presentación se apoya en nuestra obra Resurrección de Jesús y mensaje pascual. Salamanca, 1992, 4191. 3 Ro 10, 9; 1 Co 15, 3-5; 1 Tes 1, 10; 4, 14. 4 Ro 1, 3s; Flp 2, 6-11; 1 Ti 3, 16; Ef 4, 7-10; Ro 10, 6s; 1 Pe 3, 18-22… 5 Aquí se utiliza el término egégertai, perfecto pasivo del verbo egeíro, que significa «despertar» (se sobreentiende «de la muerte»). En 1 Tes 4, 14 se utiliza otro verbo: anéste, de anístemi, que significa «levantar» de la posición tumbada del cadáver. apariciones: la lista de sus beneficiarios llega hasta el mismo Pablo. A partir de estos testimonios que pertenecen a la6 ciencia histórica, la resurrección de Jesús es un hecho que el creyente puede llamar «real» . Los evangelistas presentaron en varios relatos estos encuentros de los discípulos con el Resucitado y lo hicieron de manera distinta según la perspectiva teológica de cada autor y según las tradiciones de que disponían. Para captar mejor este proceso que va desde la afirmación desnuda del hecho hasta su narración, se puede comparar el relato lucano de la conversión de Pablo con el testimonio del interesado: mientras que en sus cartas Pablo se limita a indicar sobriamente la experiencia que lo trasformó radicalmente -ha «visto» a Cristo (1 Co 9, 1),7 fue «conquistado» por él en su carrera de perseguidor (Flp 3, 12), fue «conocido por él» -, Lucas expone detalladamente en el libro de los Hechos su encuentro con el Señor glorificado8. Estos dos relatos, ciertamente distintos, se atienen al hecho, pero cada uno lo presenta de forma distinta. Si en las fórmulas kerigmáticas y en los himnos la comunidad afirma el acontecimiento que fundamenta su fe, en los relatos pascuales manifiesta con mayor claridad el nexo que la une con el Resucitado. Los relatos de aparición están sin duda enmarcados narrativamente por datos espacio-temporales, pero no por eso constituyen una secuencia de corte biográfico sobre Jesús después de su victoria sobre la muerte: la existencia del Resucitado es una existencia celestial y no de este mundo. A través del prisma de las palabras del Señor, los relatos cuentan la comprensión que la Iglesia de los orígenes tenía de sí misma, inseparable desde entonces de la realidad de Jesús, que vive en Dios y que está siempre presente entre los suyos. No hay que extrañarse de que en los evangelios no siempre coincida la localización de las apariciones (Jerusalén o Galilea) ni su cronología: lo que los evangelistas pretenden no es reconstruir una secuencia de acontecimientos unidos por una lógica interna, como en la pasión, donde el arresto precedía al proceso y el proceso a la condena y a la muerte, sino significar desde diversas perspectivas el efecto del acontecimiento pascual en este mundo. Lo que las presentaciones evangélicas tienen en común es que el descubrimiento del sepulcro vacío precede a las apariciones del Resucitado9. Los evangelistas se guardan muy bien de hacer del Resucitado un Jesús superviviente. ¿No es para evitar este peligro por lo que Marcos (16, 1-8), el más antiguo de ellos, no refiere ninguna aparición, sino que termina bruscamente su relato con el anuncio de un encuentro en Galilea?10 En los otros textos en que Jesús se hace ver viviente, nadie es capaz de disponer de aquel que se presenta de improviso y desaparece del mismo modo; su iniciativa es absoluta y su aspecto no permite reconocerlo al principio; su nueva existencia no necesita ninguna justificación de tipo apologético, excepto en Lc 24, 36-43, 6 La resurrección de Jesús es, como tal, un acontecimiento trans-histórico; conviene reservar el término «histórico» a lo que puede conocerse por la ciencia y abrir la historia a otras realidades distintas de los datos científicos. De hecho, lo real desborda lo histórico; la historia se extiende más allá del terreno establecido por la ciencia histórica. Cf Resurrección de Jesús y mensaje pascual, 265-271. 7 Cf Gl 1, 13-23; 1 Co 15, 8-10. 8 Hch 9, 1-19; 22, 6-21; 26, 12-23. 9 El kerigma primitivo no mencionaba el hallazgo del sepulcro vacío. La desaparición del cadáver no es más que un corolario de la resurrección realizada, la cual, según la concepción judía que comparten los evangelistas, implica la transformación total del cuerpo (cf 1 Co 15, 42-49). Esta espera se reservaba, para todos los hombres, al final de los tiempos. 10 Cf Mc 16, 7s. Los versículos con que termina este evangelio (Mc 16,9-20) no son el final original. Añadidos en una fecha posterior, se conservaron en el canon. Su contenido está sacado de los otros evangelios canónicos o de fuentes análogas. Se llama a estos versículos «el final marquiano»: cf J. Hug, La finale de l'évangile de Marc (Mc 16, 9-20), Paris 1978. donde el Resucitado quiere probar la realidad de su cuerpo a los discípulos que creían ver a un espíritu. En cuanto al lapso de tiempo durante el que se produjeron las apariciones, ni siquiera Lucas se preocupa mucho de precisarlo: la misma ascensión ¿tuvo lugar la tarde de pascua (Lc 24, 51) o cuarenta días después de pascua (Hch 1, 3-11)? En todo caso, las apariciones a los discípulos se acabaron, pues la Iglesia ya estaba fundada. Mateo muestra indirectamente que la aparición majestuosa de Cristo en Galilea es también una despedida. En Juan, las palabras de Jesús en 20, 29 inician el tiempo de «creer sin haber visto». No obstante, el cese de las apariciones no significa ni mucho menos que el Resucitado esté ausente, lo que sucede es que su presencia es de otro tipo. Sigue siendo para siempre el «Enmanuel» (cf. Mt 1, 23; 28, 20); la fuerza del Espíritu irrumpirá en los discípulos (Lc 24, 49); se les da finalmente el Espíritu santo (Jn 20, 22). Esta dimensión de la fe eclesial se confirma por el hecho de que, en cada evangelio, el episodio principal de esta sección es el encuentro de Jesús con los discípulos reunidos; así se funda la comunidad de los que creen en su resurrección11. En todas las versiones, este relato está construido según un esquema tripartito: 1. La iniciativa radical de Jesús; 2. El reconocimiento de aquel que se hace presente; 3. La misión que se confía a los discípulos. Esta misma estructura se encuentra en otros relatos pascuales12. La perspectiva joánica También Juan refiere varias manifestaciones del Señor viviente. Pero su forma de ver el misterio pascual es distinta de la de los sinópticos. Para estos, la «resurrección» de Jesús es, como el mismo término indica, un acontecimiento que sucede a la muerte y se distingue de la ascensión, si por ésta se entiende su entronización celestial. En Juan se suprime el espacio de tiempo que separa estos actos distintos. Según su esquema de bajada/subida del Hijo del hombre, la subida coincide con el momento de la muerte. Para Jesús, morir es, después de haber acabado su misión, «pasar de este mundo al Padre» (13, 1). El doble sentido de la palabra «ser elevado» en 12, 32 muestra claramente que la muerte y la exaltación del Hijo son un único misterio; en 13, 3031 se alude a la muerte inminente tan solo con el «ahora» de la glorificación. Así, en algunos iconos eslavos Jesús muere con unos ojos grandes y muy abiertos, ya que entra en la gloria eterna. La peculiaridad estilística de Juan es haber mostrado que la gloria penetra en los acontecimientos terrenos. Se comprende que el evangelista no emplee a propósito de Jesús la expresión «resucitado de entre los muertos», más que en dos de sus comentarios que son un eco de la expresión tradicional13. En estas condiciones, la crítica subraya una dificultad de primer orden. Si en la presentación que sigue a la glorificación del Hijo en el momento de su muerte ya está todo dicho, ¿a qué viene narrar algunos relatos de aparición? A este interrogante, se puede responder que el relato pascual de Juan no se contenta con recoger sin más la tradición común; responde a una exigencia interna de la obra y está impregnado de su teología. En los discursos de despedida, Jesús dio alguna luz sobre la nueva situación de los discípulos después de su paso al Padre; pero narrativamente estos anuncios se quedaban en el plano 11 12 Mt 28, 16-20; Lc 24, 33-49; Jn 20, 19-23; Cfr. Mc 16, 7 Mc 16, 14-18. Mt 28, 9s; Jn 20, 16-18. 13 Jn 2, 22, que hay que comparar con el paralelo en 12, 16, donde el término es «glorificado», y 20, 9. de las promesas. Ahora que el Hijo ha llegado al final de su itinerario, lo que hay que mostrar es cómo los suyos se apropiaron de lo que les había obtenido el paso de Jesús a la gloria. He aquí, pues, no ya la biografía del Resucitado, sino la historia de los discípulos que se encaminan hacia la fe en el Señor viviente que sale a su encuentro. Los episodios del capítulo 20 se suceden con bastante independencia; por ejemplo, no hay nada que vincule la aparición a los discípulos y el encuentro con la Magdalena. Cada pieza vale por sí misma. Se ha propuesto entonces unificarlo todo presentando el capítulo como una catequesis de la fe que reconoce en Jesús al Señor y es capaz de irradiar su presencia en el mundo. Este es el objetivo global de la presentación joánica: María de Magdala y los discípulos parten de una falta de fe y llegan a una fe plena. Pero es inútil buscar una progresión entre un episodio y otro. Si embargo, aunque el evangelista no quiso enlazar artificialmente entre sí unos recuerdos de diversa índole, sí quiso estructurar el texto comenzando por la fe del discípulo amado y de María, cada uno por separado, para continuar luego por el grupo de los discípulos y concluir con la aclamación: «¡Dichosos los que creen sin haber visto!». El lector asiste a una extensión progresiva de la fe en el Señor viviente hasta los lectores de hoy.