Jishin to Tsunami kara Sakura no Kaika made no aida ni (Entre el terremoto, el maremoto y los cerezos en flor) Miguel Ruíz Cabañas Izquierdo Embajador de México en Japón Los extranjeros que llegan a vivir a Tokio tienen que saber algo muy importante: todos los días tiembla en algún lugar de Japón. La inmensa mayoría son movimientos imperceptibles que sólo registran los sismógrafos. Pero en algunos días aciagos, los jishin pueden causar víctimas mortales, heridos y grandes pérdidas materiales: casas, edificios, carreteras, torres de comunicación, escuelas, hospitales y, en casos extremos, plantas nucleares. Históricamente, los japoneses han sido muy conscientes de la vulnerabilidad de su entorno físico. Por ello, en las últimas décadas han desarrollado una verdadera cultura de prevención en casos de desastre, con tecnologías y sistemas muy sofisticados para proteger a la población ante los embates de los jishin y los tsunamis. Generosamente han compartido esa experiencia con otros países, México incluido. Baste recordar que el Centro Nacional de Prevención de Desastres Naturales de nuestro país (CENAPRED), se estableció en 1986 con la cooperación japonesa, después de los terribles sismos que azotaron a la ciudad de México en septiembre de 1985. Pero es muy difícil prepararse para lo que ocurrió el pasado 11 de marzo en la región de Tohoku, al noreste de la isla de Honshu, la más grande en extensión del archipiélago japonés. En el océano pacífico, a sólo 24 kilómetros de profundidad y 130 kilómetros de la ciudad de Sendai (350 kilómetros de Tokio), se produjo un jishin de nueve grados, el más grande del que se tenga memoria en Japón, que a su vez provocó una serie de tsunamis, sólo cuarenta minutos después, con olas de trece y hasta quince metros de altura. En algunos lugares los tsunamis penetraron tierra adentro hasta cinco kilómetros, arrasando a su paso poblaciones completas, borrando cualquier vestigio de vida y civilización. Este jishin solamente se compara con el “Terremoto de Jyogan”, ocurrido en el año 869, es decir, hace más de mil años. De acuerdo con estudios de sismólogos japoneses, ese terremoto fue de alrededor de 8.6 grados, con un epicentro en un lugar muy cercano al de Tohoku. Al momento de escribir estas líneas, cuando los sakura (cerezos) empiezan a florecer en Tokio, oficialmente las víctimas mortales del jishin y los tsunamis superan 11 mil personas, y los desaparecidos más de 16 mil. Hay más de 400 mil damnificados. Aunque hasta ahora las radiaciones no han afectado a la población de Tokio o del norte del país, y es remota la posibilidad de que esto llegue a ocurrir, continúa la emergencia nuclear en la planta de Fukushima Dai-ichi. El Primer Ministro Naoto Kan, ha calificado al desastre como la crisis más grave que enfrenta Japón desde la Segunda Guerra Mundial. Nadie lo ha contradicho. El gobierno ha calculado que el costo de la reconstrucción superará los 310 mil millones de dólares. Es el desastre natural más costoso de la historia. El gobierno central ha informado que asumirá el costo financiero de la reconstrucción. No podría ser de otra manera. Aunque el gobierno de Japón tiene la deuda acumulada más elevada entre las economías desarrolladas, equivalente al 200% del PIB en 2010, y que su economía no ha logrado crecer significativamente en las últimas dos décadas, tiene reservas por más de 1.05 trillones de dólares, las segundas más grandes del mundo, sólo después de China. El desastre ha provocado una disminución de alrededor del 30 por ciento en la generación de electricidad del país, forzando recortes escalonados del servicio, afectando a la industria y a los hogares en algunas regiones del país. Urge la adopción de un plan radical de ahorro energético que tenga efectos mínimos en la capacidad productiva nacional. Ese es el principal reto a mediano plazo. Sortearlo exitosamente implicará cambios importantes en las tecnologías de generación de electricidad y, en última instancia, transformaciones en el modelo de vida de la población. El jishin empezó a sentirse en Tokio a las 14.46 horas de ese fatídico viernes 11 de marzo. Yo terminaba un almuerzo de trabajo en un restaurante ubicado en el sexto piso de uno de los edificios más sólidos de la ciudad. Al salir del establecimiento presencié algo que nunca antes había visto: miles de personas en las calles y en las aceras abandonando en masa, pero ordenadamente, todos los edificios. Rostros de dolor, angustia, algunas lágrimas, pero sin que nadie perdiera la compostura, atentos a las indicaciones de las autoridades, siguiendo un guión preestablecido. A pesar de que los altavoces de la ciudad anunciaban, en japonés e inglés, que se acercaba un enorme tsunami, no había escenas de pánico o histeria colectiva. Sentí un enorme alivio al llegar a nuestra sede diplomática. Los inmuebles estaban en pie. Todo el personal estaba a salvo en el estacionamiento al aire libre. Pronto comprendimos que el terremoto había afectado la región de Tohoku, principalmente, por lo que el resto del país no registraba grandes daños ni víctimas mortales. La mayor parte de los mexicanos que viven en Japón (alrededor de dos mil) residen en Tokio, Nagoya, Osaka, Kyoto, Hiroshima, Nagasaki, Fukuoka y otras poblaciones del sur del país. Pero Sendai, ciudad norteña de un millón de habitantes, registraba enormes daños y se encontraba incomunicada, al igual que otras poblaciones más pequeñas de la zona. Por eso decidimos concentrarnos de inmediato en la búsqueda de los 58 mexicanos que, según nuestro registro consular, habitaban en la región de Tohoku. Los teléfonos de la embajada repiqueteaban. A esa hora, en México era de madrugada. Aún así, recibimos docenas de llamadas de noticieros nacionales, de Estados Unidos, Colombia y España, preguntando si teníamos informes sobre víctimas mexicanas. Pudimos informar que no teníamos reportes en ese sentido, que el terremoto no había afectado a las grandes ciudades, pero que estábamos tratando de contactar a los mexicanos en la región afectada. Los trenes se habían suspendido en Tokio, en la región del Kanto y en el norte de Honshu, igual que muchos vuelos. Las líneas telefónicas seguían saturadas, lo que en algunos momentos hizo difícil la comunicación, incluso dentro de la ciudad. Aún en esas condiciones, continuaron por varios días las llamadas telefónicas y los mensajes electrónicos a los correos de la embajada. Se multiplicaron los mensajes en las redes sociales como Facebook. La mayoría eran de mexicanos, residentes en Japón y en México, y de medios nacionales e internacionales. El equipo de la embajada atendió todas estas comunicaciones de la mejor manera que nos fue posible. La misma tarde del viernes 11 recibimos en la embajada la primera llamada de un alto funcionario de la Secretaría de Relaciones Exteriores, Rogelio Granguillhome. De inmediato, Rogelio sugirió que el gobierno de México podría enviar una brigada de búsqueda y rescate de sobrevivientes. Se habló la misma tarde con la Cancillería japonesa, la que al día siguiente aceptó nuestro ofrecimiento, junto con equipos de otras ocho naciones: China, Corea del Sur, Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Australia, Nueva Zelandia y Singapur. La Brigada de Protección Civil de la Secretaría de Gobernación, compuesta por seis binomios hombre-perro, llegó a Tokio el lunes 14 y de inmediato se trasladó a la Prefectura de Miyagui. Los acompañó Raúl Curiel como enlace de la embajada. Trabajaron conjuntamente con el equipo de rescate francés y regresaron a México el sábado 19, una vez concluida su labor. El gesto fue altamente apreciado por las autoridades japonesas. Asimismo, el 29 de marzo, el gobierno de México hizo entrega de un paquete de ayuda humanitaria para auxiliar a población afectada en las prefecturas de Miyagui e Ibaraki. Desde el mismo viernes 11, la embajada ha tenido todo el tiempo, el apoyo sólido, amplio y experto de la oficialía mayor y las direcciones de protección a mexicanos, cooperación técnica, comunicación social y otras unidades de la Secretaría de Relaciones Exteriores, así como de las oficinas superiores encabezadas por la Canciller Patricia Espinosa. Ante una situación incierta por el descontrol de los reactores nucleares de la planta de Fukushima Dai-ichi, y docenas de réplicas del terremoto que atemorizaron aún más a muchos mexicanos, se envió a un grupo de 73 connacionales que habitaban en la zona afectada, y en Tokio, a la ciudad de Osaka por algunos días. Además, la Secretaría de Relaciones Exteriores organizó un vuelo especial a México que abordaron 100 personas y la embajada apoyó a otros 97 connacionales que solicitaron asistencia para viajar temporalmente, o regresar anticipadamente a México en vuelos comerciales. Debido a la interrupción de las comunicaciones telefónicas en algunas poblaciones, el Cónsul de la embajada, Alejandro Alba, acompañado de Mario Miyoshi y José Cantero, se trasladaron a las zonas afectadas de la Prefectura de Miyagui. Fue un periplo de mil quinientos kilómetros en cinco días por carreteras bloqueadas, nevadas y, a veces, sin suficiente gasolina. Visitaron numerosos refugios, albergues y oficinas municipales. Sus esfuerzos no fueron en vano. Ubicaron a muchos de los connacionales que estábamos buscando. Mejor aún, en días posteriores se logró localizar a todos y cada uno de ellos. Algunos sí sufrieron pérdidas materiales, pero todos están con vida. Muchos han viajado a México. Otros han preferido quedarse para participar en las labores de reconstrucción de las comunidades que los acogieron. Al igual que la mayoría de los mexicanos residentes en Japón, gran parte de los connacionales en esa zona son familias binacionales producto de uniones entre mexicanos y japoneses. Muchos connacionales que mostraron gran interés en abandonar cuanto antes el país en los días posteriores al terremoto y los tsunamis cambiaron de opinión. Prefirieron quedarse en Japón. No les faltaban razones: mantener la unidad familiar, los empleos, la continuidad en los estudios. Su situación es comprensible: es muy difícil romper abruptamente con un modo de vida que han construido en este país a lo largo de muchos años. En los medios internacionales ha llamado mucho la atención la reacción serena y estoica del pueblo japonés frente a la tragedia. Creo que es auténtica. Algunos japoneses le llaman shoganai, algo así como “no hay más remedio” que resignarse ante las consecuencias trágicas causadas por una fuerza mayor, en este caso los desastres naturales del jishin y los tsunamis. También es notable el hecho de que no se han registrado robos y saqueos que en ocasiones producen estos desastres naturales. La reacción de la sociedad frente al descontrol de la planta nuclear de Fukushima Dai-ichi no ha sido la misma. En los medios han surgido críticas a la empresa concesionaria de la planta. El mismo gobierno la ha criticado en varias ocasiones por no proporcionar rápidamente la información sobre lo que está sucediendo al interior de la planta. El gobierno japonés, a través de la Cancillería y otros ministerios, ha mantenido puntualmente informadas a todas las embajadas sobre la evolución de la situación en el país y, en especial en la planta de Fukushima Dai-ichi. Más allá del radio de 30 kilómetros decretado por las mismas autoridades, la salud de la población, incluyendo a Tokio y la zona norte del país, en ningún momento ha estado amenazada por las radiaciones. No tengo la menor duda de que Japón saldrá airoso de esta nueva prueba que la naturaleza le impuso. El carácter de su pueblo lo garantiza. Los sigue animando el espíritu de gambari masu, la máxima de dar siempre el mayor esfuerzo para salir adelante. Las cualidades de una sociedad acostumbrada a trabajar en equipo y a alcanzar colectivamente ambiciosas metas económicas y sociales, volverán a ser el cimiento de su recuperación. La emergencia no se ha superado. Desde el 11 de marzo se han producido más de ochocientas réplicas del terremoto, incluyendo casi cien temblores superiores a cinco grados. Casi treinta embajadas han abandonado la ciudad de Tokio para instalarse en Osaka u otras ciudades. Por supuesto, la embajada de México no se ha movido de Nagata Chó, barrio de Tokio donde se ubica desde hace ciento veinte años. No hay razón objetiva para hacerlo. La situación en la planta de Fukushima Dai-ichi continúa siendo grave según el gobierno japonés. Con el apoyo de la Cancillería, la embajada seguirá trabajando para servir a los mexicanos. Sin embargo, la experiencia de los últimos veinte días deja varias lecciones y reflexiones importantes. La primera, es la necesidad absoluta de que los mexicanos que residen en Japón, y en cualquier otro país, se registren ante las embajadas y consulados. Es imposible proveer servicios de información, asesoría y protección si se ignora el hecho mismo de su presencia. Debería ser una obligación legal para todos los mexicanos residentes en el exterior. La segunda lección es sobre la importancia de desarrollar una verdadera cultura de prevención y atención en casos de desastre, como la que tiene Japón. La desgracia ha obscurecido un hecho fundamental: las grandes ciudades japonesas están de pie. Resistieron un terremoto de nueve grados. Es un triunfo incuestionable de la ingeniería y la arquitectura japonesa y de los estrictos reglamentos de construcción de sus ciudades. Está México preparado para el terremoto que, según los expertos, con toda seguridad ocurrirá en nuestro territorio en algún momento? Por último, es inevitable volver a revisar la seguridad de las plantas nucleares. Es difícil pensar que Japón, que cuenta con 54 reactores de los que recibe el 30 por ciento de la energía que consume, y no posee otras fuentes tradicionales como carbón o petróleo, renunciará a ellas. Está claro que en Japón y en todo el mundo esta coyuntura abre aún más la oportunidad para la utilización de nuevas energías que no contribuyan a acelerar el cambio climático. Pero es un hecho que todas las economías desarrolladas tienen plantas nucleares y todas las economías emergentes tienen planes muy ambiciosos de desarrollarlas. Mi esperanza es que la lección de Fukushima Dai-ichi lleve a todos los gobiernos a imponer controles más estrictos sobre su ubicación, y a tecnologías cada vez más seguras sobre su operación. Los sakura ya están floreciendo. Pronto se desvanecerán para reiniciar el tiempo japonés. Nos recuerdan que la vida es frágil y efímera. Tokio, 31 de marzo de 2011 Texto difundido por Misioneros de Guadalupe AR