perfiles e historias

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V I DA
EL NORTE z Domingo 16 de Febrero del 2014
PERFILES E HISTORIAS
Editora: Rosa Linda González
perfiles@elnorte.com
Tras el terremoto de 1985, Agustín volvió a Monterrey en 1987 para
trabajar en el Instituto de Cultura de
Nuevo León e impartir clases en la
UANL y en el Tec, donde forjaría la
ruta por la que se le conoce.
Labrada se dedicó a la televisión. Fue hasta el 22 de julio de 1990
cuando él y Agustín se reunirían de
nuevo, devastados, tras la muerte
de Puig en Cuernavaca, a donde éste se había mudado. El escritor, de
57 años, fue víctima de un infarto
tras una operación de vesícula.
Daniel De la Fuente
De película
Agustín nació en 1946 en Los Mochis y es el segundo de siete hijos de
un agricultor que quiso que su muchacho fuera profesionista, por lo
que lo envió al Tec de Monterrey. El
joven intentó cursar Economía, pero
la trigonometría lo hizo desistir.
“Acabé en Letras, aunque debo decir que empecé a leer por un
primo y por mi hermana, que eran
devoradores de libros”, cuenta. “Yo
por imitación agarraba libros que,
ahora lo pienso, ni entendía”.
Agustín es delgado y de mirada
severa, pero sus maneras suaves y
su voz aguda hacen despertar una
sonrisa aun antes de emitir sus comentarios, habitualmente cargados
de humor y de anécdotas.
Al término de sus estudios,
Agustín se fue al DF y trabajó en el
archivo de Televisión Independiente de México, empleo que lo haría
recorrer otras filmotecas.
“¿A qué aspiraba? No sé”, confiesa. “Lo que quería era salir con
amigos, divertirme. Tenía 20 años y
llegué a ciegas, pero me pude adaptar porque llegué con Javier Labrada, quien llevaba tres años en el DF.
Viví en su casa de 1971 a 1976”.
Labrada nació en Navojoa y conoció a Agustín en el Tec. Estudió
Contaduría y, contrario a su amigo,
que se dedicaría a la promoción cultural y a la docencia, aquél orientó
su vida a la producción de teatro y
de programas de televisión.
Otro trabajo de Agustín fue organizar el archivo del Canal 13, una
dicha para este joven que, de niño,
acompañaba a su padre y a su hermana a ver cine en Los Mochis.
“Me chuté 350 guiones para
teleteatros e hice las fichas de ese
archivo. Eso, conocer a gente como Carlos Monsiváis, ir a fiestas y
a cineclubes me hizo la vida padre,
muy placentera”, cuenta.
Por supuesto, leía muchísimo.
Uno de esos libros fue La Traición de
Rita Hayworth, que Agustín reconoce tardó en leer porque le caía mal
la portada con un retrato de Puig
junto a un proyector de cine.
“Pero la leí y me fascinó, se la
presté a Labrada y le fascinó también. Luego salió Boquitas Pintadas
y también nos gustó”.
Puig no era aún el astro en el que
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Cortesía: Rafae
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García Gil
En familia
con Puig
Francisco Bustos
a historia salió de
la penumbra cuando al término de la
charla que dio hace
meses el escritor Ricardo Piglia en el Tec de Monterrey, Agustín García Gil se le
acercó al autor de Plata Quemada,, quien firmaba en ese momento autógrafos, y le dijo:
“Hola, soy Yasmin… la hija de
Manuel Puig”.
Cuentan que Piglia abrió los
ojos, sorprendido, al igual que los
que hacían fila y escucharon la inusual presentación.
“¡No lo puedo creer!”, le dijo.
“Me dijeron Tununa (Mercado) y
Noé (Jitrik) que vivías en Monterrey. Qué maravilla conocerte. Debemos vernos en otra ocasión”.
Venciendo su timidez, Agustín,
reconocido profesor de literatura en
el Tec y en la UANL durante años,
le expresó que era su fan “número
uno” y que todo lo que había dicho
en la charla lo sabía de memoria. Piglia abordó muchas veces la obra
de Puig, escritor argentino.
“Es que todavía no puedo creerlo”, rio Piglia. “Debes tener mil anécdotas. Debemos vernos”.
La gente que aguardaba un autógrafo comenzó a presionar, por lo
que Agustín y Piglia se saludaron de
nuevo, se tomaron una foto y prometieron verse, lo que no ha sucedido, por lo que las “mil anécdotas”
no se han contado.
Pero aquí van algunas.
Agustín García Gil es apreciado como profesor de literatura y promotor cultural,
pero pocos saben que en los 70, junto al productor televisivo Javier Labrada, protagonizó
un singular pasaje de amistad y colaboración con el autor de El Beso de la Mujer Araña
se convertiría tras la aparición de su
novela El Beso de la Mujer Araña y
su tránsito al cine de Hollywood, ni
era todavía considerado por autores
como Piglia como “el primer escritor
profesional de la literatura argentina”.
Nacido en 1932 en General Villegas, Argentina, Puig estudió Arquitectura y Letras en Buenos Aires, y más tarde cine en Roma. Su
primera novela, La Traición de Rita
Hayworth, vio la luz en 1968.
De acuerdo con Labrada, Puig llegó a la Ciudad de México en 1974 huyendo de Argentina pues la dictadura
vio con malos ojos The Buenos Aires
Affair, su tercera novela, cuyos ejemplares empezó a retirar de librerías.
En agosto de ese año, Emilio
García Riera le habló a Javier, quien
también trabajaba en el Canal 13,
para decirle que el escritor quería
ver películas mexicanas. Entusiasmado, aquel le habló a su amigo
Agustín para que lo acompañara.
“Vimos “Applause”, con Lauren Bacall, en la oficina de Luis de
Llano Palmer, papá de Julissa, en
una videocasetera grandota”, cuenta Agustín. “Puig, yo, Labrada y su
amigo Rafael Gándara López nos la
pasamos hablando durante la película; duramos otro rato platicando
y luego nos fuimos al departamento,
donde Labrada tenía un proyector
de 16mm y una vasta colección, a
ver “Vámonos con Pancho Villa”, de
Fernando de Fuentes.
“Salimos siendo muy amigos”.
guiones al carbón
Su interés de ver cine mexicano se
lo comentó Puig a Elena Poniatows-
ka en una entrevista ese año.
“Vuelvo a la novela (El Beso de
la Mujer Araña, la cual tenía en proceso); como te contaba, hay un personaje –digamos– ‘kitsch’, que en
un momento hace una larga referencia a una película mexicana de
cabareteras, de aquellas de fines de
los 40. Y para documentarme busqué películas de la época.
“Empecé por ahí, pero ahora me
entusiasmé y quiero cubrir todo lo
posible. De todos los géneros”.
Por eso el encuentro con los
mexicanos. Sin embargo, si la estancia en el País fue provechosa para Puig, también lo fue para sus amigos: mientras que aquél comenzó
a documentarse del cine nacional
en el departamento de Labrada y
Agustín, este par de suertudos tuvo
la oportunidad de leer y de escuchar
“en directo” las entregas de El Beso
de la Mujer Araña (Agustín leería
más tarde Pubis Angelical en Nueva
York), además de que el argentino
los involucró en proyectos de guiones para cine y teatro.
De acuerdo con un registro
de Agustín, anotado también en el
estudio Intertextualidad y génesis
en los textos mexicanos de Manuel
Puig: Novelas, guiones, comedias
musicales (1974-1978), de Graciela Goldchluk, aquél colaboró en la
revisión de diálogos del personaje
mexicano en la novela Pubis Angelical; en los libretos Yo Traigo los
Ases (Amor del Bueno), Muy Señor
Mío y El Beso de la Mujer Araña, y
en los guiones cinematográficos
Muestras Gratis de Hollywood Cosméticos, Recuerdos de Tijuana, Ur-
z Javier Labrada
ge Marido, El Lugar sin Límites y El
Impostor (llevado a la pantalla como “El otro”), ambos dirigidos por
Arturo Ripstein.
De hecho, en el estudio de Goldchluk se reproducen fragmentos
de borradores en los que hay apuntes y correcciones de Agustín, quien
sería el más apegado al trabajo de
escritorio del argentino.
Así, el departamento se volvió
un laboratorio, dice Agustín. Un taller al que llamaban “guiones al carbón”, en el que pretendían escribir
muchísimos proyectos, pero con la
palabra de Puig.
“Los guiones eran lana, pero más que todo diversión”, dice.
“Creo que Puig amaba eso”.
Así, Agustín se dedicó a ser, literalmente, Puig.
“Lo interesante es que me di
cuenta que podía ser Puig, materia
Puig. A lo que hacía, él le daba el visto bueno. Nunca me sentí ‘negro’ en
los trabajos, siempre sentí que hacía
materia Puig”.
Aunque Puig vivía en Coyoacán
con un pintor, aquél escribió el guión
de un musical para Lucha Villa: Amor
del Bueno, en el departamento de
Labrada y Agustín. Dice éste que lo
hacía en una Olivetti Lettera a la que
le fallaban ciertas teclas.
“En lo que se refiere a El Beso
de la Mujer Araña, discutía con nosotros la comprensión, le hacíamos
observaciones. Por supuesto, no
nos hacía caso, pero le ayudaba a
verbalizar sus problemas”.
Puig terminó su novela emblemática en 1976 y Agustín se la pasó en limpio para entregarla a Seix
Barral. Aquél, a su vez, le revisó los
guiones Tres Pasos en la Noche, Celos y La Casa de Azúcar. La amistad,
pues, se volvió entrañable.
“¡Éramos una familia!”, cuenta
Agustín.
Esto, sin embargo, tuvo un final:
en 1976, Puig viajó a Nueva York, lo
que no era inusual, pero la estancia
se extendió un año.
“Yo estaba bloqueado porque
fue una ruptura”, reconoce Agustín. “Puig se fue, en parte porque
muchos de los guiones no cuajaron;
Labrada compró casa, y yo me quedé volando. Me desligué y empecé a
trabajar para instituciones”.
Todavía en 1982 Puig le pidió
la mexicanización de los diálogos
para teatro de El Beso de la Mujer
Araña. Llevaban tres años sin hacer
algo. Después, nunca más trabajaron juntos.
La relación de amistad y trabajo entre Puig y Labrada era conocida, pero no lo suficiente como para aparecer en artículos sobre la obra del
argentino. Fue hasta que The New
York Times publicó su nota necrológica al día siguiente de la muerte
que se revelaría el grado sentimental de aquella historia.
“Le sobreviven su madre, María
Elena de Puig, su hermano, Carlos
Puig, y dos hijos: el señor Labrada
(quien se identificó como hijo y dio
la versión oficial de la muerte) y
Agustín García Gil”.
El escritor Tomás Eloy Martínez, amigo de Puig, se sorprendió
de aquella nota. Así lo escribió en
Lugar Común la Muerte:
“Esas referencias me sorprendieron. ¿Era posible que Manuel hubiera tomado a dos niños en adopción? Llamé por teléfono al autor
del artículo, John McQuiston, y le
pregunté si sabía algo más sobre el
tema. ‘Nada’, me dijo”.
Tomás Eloy, fallecido en el 2010,
contó que llamó a la funeraria y ahí
le hablaron de dos hijas, Rebecca
y Yasmin, pero le pareció que era
una broma, “una traición final de
Rita Hayworth”.
“Rebecca y Yasmin se llaman las
hijas que Rita tuvo con Orson Welles y Ali Khan”, concluyó.
Tras venir a México y conocer
la historia, Tomás Eloy supo por Labrada que él era Rebecca y Agustín
Yasmin, y que ambos llamaban a
Puig “mamá” o “mami”.
Agustín habla con afecto de esta relación entre ellos.
“Con nosotros Puig siempre fue
muy cariñoso, nos necesitaba y lo
necesitábamos. Como a los cuatro o
cinco meses de frecuentarnos, muy
listo, para evitar rivalidades nos dijo entre broma y en serio: ‘Yo quiero ser la mamá’. Fue Manuel Ávila
Camacho, productor de “Muestras
Gratis de Hollywood Cosméticos”,
el que nos puso los nombres.
“Nos gustó y a Puig también”.
Por ello, Labrada dice hoy que
no dudó un instante en autodenominarse hijos de Puig ante el corresponsal de la agencia AP, en cuya información se basó The New York
Times para hacer su nota.
“Así lo habría querido él”, dice.
Las “hijas” estuvieron en su funeral.
La referencia se fue perdiendo
en el tiempo. Agustín nunca reveló
a sus alumnos el pasaje de amistad
y complicidad literaria.
Labrada tampoco lo ha contado mucho, excepto a investigadores
que a veces le escriben para indagar
en aquella “familia”.
Este último no duda en definir
aquellos años mexicanos de Puig.
“Fue un ‘turning point’, un momento definitorio que cambió mi
vida, la enriqueció, y, como en la
última frase de El Beso de la Mujer Araña: fue un sueño breve, pero
muy feliz”.
Lo mismo para Agustín, maestro brillante, animador cultural y
presentador cumplidísimo de libros
–nadie como él.
“Contar esto es para recordar
que para Puig, los años mexicanos
fueron fructíferos. Tan sólo con decir
que aquí escribió su novela más célebre, El Beso de la Mujer Araña.
“En lo personal fue una etapa
muy linda en mi vida… inolvidable”.
Iván García ganador categoría video y Christian Guerra ganador categoría foto
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