Locuras de Europa - Foro Fundación Serrano Suñer

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«Locuras de Europa»
La proximidad de una guerra en Europa se presentía en todas partes. El
conflicto se incubaba desde la paz de Versalles. La nueva Alemania de Hitler
ambicionaba la hegemonía. La Italia de Mussolini buscaba la supremacía en el
Mediterráneo. Francia y el Reino Unido, los vencedores de 1918, eludían con la
«política de apaciguamiento» una nueva guerra rechazada por el pacifismo de
sus ciudadanos. Y la nueva potencia, la URRS, había abandonado la revolución
mundial y aguardaba la confrontación de los sistemas capitalistas. En ese
escenario internacional tiene que jugar la nueva España de Franco, nacida con la
ayuda material y moral de Alemania e Italia y hermanada ideológicamente con
el Nuevo Orden.
El Gobierno de agosta de 1939 se había constituido trece días antes del
estallido del pacto Hitler-Stalin y 20 días antes del estallido de la guerra mundial.
Son dos fechas clave en la Historia. El día 23 de agosto la Alemania del III Reich
y la Unión Soviética han sellado en Moscú un pacto de no agresión con un
protocolo secreto en el que se reparten su papel en Polonia, el Báltico y el
centro este de Europa. La sorpresa fue formidable. Era un acuerdo entre dos
poderes teóricamente irreconciliables que se ve como el camino para Alemania
de mantener a salvo su costado oriental ante la guerra que se avecina.
En efecto, una semana después, el 1 de septiembre, el ejército alemán
cruza la frontera polaca. El 3 de septiembre, Francia e Inglaterra declaran la
guerra a Alemania. Ha comenzado la Segunda Guerra Mundial. Para España el
intervalo de paz había durado cinco meses. El 18 de septiembre, el ejército
soviético invade Polonia por el este. El 19 capitula ante los dos invasores que se
reparten su territorio. Polonia es una nación católica. Madrid queda entre la
perplejidad y la espera.
España y la guerra
Para el Gobierno de Franco no por anunciada, la nueva situación no deja
de afectar profundamente los proyectos políticos en curso. Había una
impetuosa energía para levantar una nueva España desde una situación herida
política y económicamente. Éste es el dictamen de Serrano: «Ni económica, ni
militar, ni políticamente, estibamos en condiciones de apetecer sucesos bélicos
exteriores [...]. No nos convenía la guerra entonces, en primer lugar porque
España, cansada, arruinada, mal preparada, no apetecía aventuras bélicas. Y en
el caso de haberlas apetecido [...] su situación había de vedarle una
participación en ella en condiciones convenientes y decorosas.» (Entre Hendaya,
págs. 158-161.) El mismo día 1 de septiembre -antes de la entrada en guerra de
Francia e Inglaterra-, España declara su neutralidad. La posición anticomunista
de España se manifiesta airadamente cuando el 30 de noviembre la URRS ataca
Finlandia. Franco protesta «ante la bárbara invasión».
Las dificultades se multiplican. El 31 de octubre, Serrano expone por la
radio los problemas con los que se enfrenta el Nuevo Régimen. La economía
española está bajo cero, la escasez de suministros obliga a un repliegue
autárquico, la escasez oprime a la población. Aunque no es ministro de
Exteriores -lo es de Gobernación y preside la Junta Política- la influencia de
Serrano es evidente. Es él quien ha viajado a Italia para agradecer la ayuda. Y
además, en el conflicto bélico, de él depende un poder innegable, la Prensa y la
Propaganda.
El avance alemán en la Europa occidental se inicia en abril de 1940.
Aceleradamente, ocupan Noruega y Dinamarca, penetran en Holanda y Bélgica,
acorralan en Dunkerke a británicos y franceses y el 14 de junio París se entrega
al ejército de Hitler. En prácticamente un mes, la victoria alemana ha dejado sola
a Gran Bretaña en el tablero.
En España, esa victoria provocó oleadas de entusiasmo a favor de
Alemania, la germanofilia -que ya venía de los días de la Guerra Civil- empapó a
todo el Nuevo Régimen. El triunfo supuso una estrategia novedosa. «Por eso
Franco –escribe De la Cierva- cambió su anterior admiración ante los ejércitos
aliados por su asombro ante la Wehrmacht, y hasta 1944 estuvo convencido de
que Alemania ganaría militarmente la guerra. El táctico traicionó al estratega,
por más que a uno y otro se impuso el estadista [...]. - Y continua-: Todos los
generales españoles coincidían con Franco en esa apreciación.» (R. de la Cierva,
Franco. La Historia, Edit. Fénix, Madrid, 2000, pág. 422.) Unas páginas antes ha
escrito: «Ante la victoria inesperada y aplastante de la Alemania de Hitler [...] es
humana e históricamente comprensible que Franco sintiera una tentación, que
llamaré inevitable y suprema, de participar en la guerra mundial en contra de
Inglaterra y Francia, a quien Franco consideraba como enemigos históricos
porque lo eran, y por lo tanto a favor de Italia y Alemania.» (Pág. 410.)
El discurso de Valencia
El 21 de abril de 1940, Serrano dirige la palabra a más de 200.000
falangistas en Valencia. Es un discurso en clave de política interior y la referencia
a la contienda europea es muy breve. « [El que atente a la unidad cometerá un
delito de alta traición.] Y esto que será así siempre, lo será más en momentos
tan graves y serios como estos en que viven España y el mundo, cuando el
mismo destino de Europa peligra.» Es un canto a la unidad y una denuncia
contra los que «quieren minar el crédito de la Falange, que es, por decisión del
Caudillo, el primer instrumento político del Estado.» (De la Victoria, págs. 115121.)
Italia entra en la guerra. Tánger
El 10 de junio de 1940, cuando los tanques alemanes se acercan a París,
Mussolini anuncia desde el balcón del Palazzo Venecia que Italia se incorpora a
la guerra. Cuando el día 14, los alemanes entran en París, Franco ordena que
España ocupe la zona internacional de Tánger. Se explica que la medida tiene
carácter provisional y persigue solamente proteger la neutralidad de la zona.
Pero al mediodía Madrid contempla una manifestación de júbilo con gritos de
«Tánger español». Entre el 15 y el 18 de junio, la Unión Soviética -de acuerdo
con el pacto con Hitler- se apodera de Estonia, Letonia y Lituania.
Vigón. Carta y entrevista con Hitler
La convicción sobre el triunfo de Alemania era general. Franco envió una
carta a Hitler por medio del general Juan Vigón, jefe del Alto Estado Mayor. Éste
se la entregó el 16 de junio. Vigón le expuso las reivindicaciones españolas para
la posible entrada en la guerra. Pero Hitler, en esos momentos, no puso interés
en la intervención española. Lo hará más tarde.
Franco evoca Gibraltar
Escribe el profesor Ricardo de la Cierva: «El 17 de julio [de 1940], al recibir
del Ejército las insignias de la Gran Cruz Laureada de San Fernando, Franco
pronuncia, calculadamente -con la mirada vuelta hacia el peligro de invasión
alemana- una arenga que Gran Bretaña juzga provocadora. "No hemos acabado
nuestra empresa [...]. Hemos de hacer política [...] la política de la unidad de
España." Y concreta esa política de unidad en continuar la de los Reyes Católicos
que contenía el mandato de Gibraltar.» (Franco. La Historia, pág. 433.)
En septiembre, el día 6, Hitler, Goering y el almirante Raeder ponen al día
su estrategia y estudian la «operación Félix»: el ataque a Gibraltar no es
secundario y confían en el apoyo español. Su Estado Mayor perfila los detalles.
Militarmente, la Wehrmacht estima que la operación no presentaba problemas
insolubles. Sólo se precisaba la decisión política de España: dejar pasar las
unidades alemanas. Es lo que intentarán Canaris y Von Richthofen sin lograr una
respuesta afirmativa. Y Londres, que conoce los planes, le informa al embajador
español, duque de Alba, de sus deseos de considerar más adelante las
aspiraciones de Franco [por Gibraltar].
Serrano en Alemania. Acotaciones previas
Franco sabe que Berlín está molesto con su ministro español de Asuntos
Exteriores, coronel Beigberder, por sus conexiones con la Embajada Británica en
Madrid, con el embajador sir Samuel Hoare y personal de sus servicios de
información. Las «Panzer Division» han llegado a Hendaya y se decide que
Serrano Suñer se desplace a Berlín en visita oficial para averiguar los proyectos
de Hitler. Tiene instrucciones de Franco de eliminar cualquier duda sobre su
acercamiento a los ingleses, de afirmar la creencia en la victoria alemana y de
los deseos de participar en la guerra cuando se estuviera en condiciones.
Éste será el primer acto de una obra dramática –Alemania y España en la
Segunda Guerra Mundial- en la que Ramón Serrano hará de actor principal. El
guión estará escrito por Franco con la colaboración directa del propio Serrano.
Como en la historiografía ha sido la principal materia de discusión el papel de
Serrano, conviene marcar unas acotaciones pertinentes para entender el
argumento.
1. Hay que tener en cuenta la posición victoriosa y prepotente de
Alemania desde 1939 hasta 1941. Con la «guerra relámpago» las victorias
son fulminantes y espectaculares. Hitler se ha convertido en señor de
Europa.
2. Cuando se produjo el desplome del ejército francés, tenido como uno
de los mejores del mundo -y que situó a los alemanes en la Frontera
española-, se extendió la general convicción de la victoria final de Hitler.
Inglaterra quedaba a la espera del asalto final.
3. España estaba implicada en el conflicto por dos razones: por su
posición estratégica y por su actitud ideológica (afinidad con el Orden
Nuevo y gratitud al Eje por la ayuda militar, económica y diplomática en
la Guerra Civil).
4. Hitler, cuando vio que Inglaterra aguantaba en soledad y no aceptaba
su paz, entendió que Gibraltar podía jugar un papel decisivo en la derrota
final. (Del otro lado, los aliados también presionaban a España. Estos
tenían en sus manos un arma poderosísima: el suministro de bienes a una
España bajo mínimos, los navicerts.)
5. Franco y Serrano creían en el triunfo alemán. La reserva para su
incorporación, la cautela, descansaba en cuatro factores: la situación
catastrófica de España, la interrogante de si sería una guerra corta o una
guerra larga, las condiciones de ayuda para la entrada y las ganancias
territoriales a obtener por su incorporación. Al postergar Hitler la invasión
de Inglaterra subió el papel de España, aumentó la cautela y la relación
con Alemania fue de «amistad y resistencia».
6. La línea estratégica del punto anterior se desarrollará por España, a lo
largo de meses, cosida a los acontecimientos. Con actitud germanófila.
Pero con entero pragmatismo, Madrid utilizará en zigzag el discurso
retórico y los hechos. De esos años tan fluidos –y contradictorios- hay
que distinguir palabras, gestos y hechos sustanciales.
7. En los diálogos con los alemanes desde septiembre a noviembre de
1940, el actor principal -no único- es Serrano Suñer, el cual, aunque fuera
la estrella política del Gobierno de Franco, era -lo dice él mismo- un
ministro sin poder resolutivo que tenia La escapada dilatoria de decir que
necesitaba consultar. (La cursiva es nuestra.)
8. Serrano Suñer entendía que dadas las circunstancias políticas y de
guerra, la dominación alemana en Europa, España estaba obligada a
«practicar una inequívoca política de amistad». Mis discursos todos fueron
germanófilos; intervencionista no lo fue ninguno. «Hubo un momento
decisivo: cuando Dunkerke [...]. Es más que probable que aquella
intervención de España en ese momento hubiera sido el fin de la guerra
[...]. Lo que si puedo asegurar -como testigo que soy de mayor
excepción- es que el Gobierno español no pensó ni por un instante en
aprovechar aquel momento.» (La cursiva es nuestra.)
9. El hecho incontrovertible es que España no entro en la guerra.
Precisiones sobre la neutralidad
Para mejor entender los acontecimientos de esa hora hay que contar con
una ajustada noción de lo que en ellos jugó la neutralidad y la no beligerancia.
Desde la Primera Guerra Mundial la neutralidad dependía mucho más de la
circunstancia exterior que de la decisión propia de un país. La realidad histórica
diluyó el significado de la neutralidad y por eso apareció la neutralidad
cualificada, la «no beligerancia» que es una neutralidad comprometida o un
relajamiento de los deberes de la neutralidad convencional sin tomar parte
activa en las hostilidades.
Ramón Serrano ha invocado en Entre Hendaya la analogía de la
«neutralidad» de otros países europeos y la de España en esos tiempos. El caso
de Suecia es significativo: en 1940, 262.000 soldados alemanes cruzaron su
territorio; hasta 1943 suministró productos industriales a Alemania; y permitió
que voluntarios suecos lucharan en el frente ruso. Y también lo que le dijo
Mussolini -en el viaje de agosto de 1939- «que en las dimensiones de la guerra
moderna nadie podría ser neutral por voluntad sino por azar» (En nota de la
edición de 1973, añade: «Esta idea no era idea exclusiva de Mussolini. En
Estados Unidos el Washington Post, periódico oficioso, escribía en 15 de mayo
de 1940: "Ya no hay naciones neutrales, porque la neutralidad es un concepto
muerto."» (Memorias, pág. 181.) En esa línea coherente escribe: «Mas como el
hecho era la guerra, resultaba preciso estar y pesar en la coyuntura de la guerra,
aunque con peso no beligerante [...] Nuestra neutralidad no podía por lo tanto
ser retraimiento.» (Pág. 228.)
Berlín. Von Ribbentrop y Hitler
El 13 de septiembre de 1940, el ministro de la Gobernación y presidente
de la Junta Política inicia el viaje -que él califica de exploración y tanteo- al
frente de una comitiva de políticos y militares. Dionisio Ridruejo y Antonio Tovar,
entre los primeros. El día 15, les recibe Von Ribbentrop, ministro de Exteriores.
La estancia en Alemania se extiende desde el 15 al 30 de septiembre. En las
entrevistas de trabajo con Ribbentrop hay dos puntos sobresalientes: la petición
alemana de instalar una base en las Canarias -a lo que se opone con energía y
enojo Serrano- y la fecha de entrada en la guerra -a lo que responde Serrano
con las reivindicaciones españolas en África y la necesidad apremiante de
alimentos y materias primas. Ribbentrop juega un papel acuciante. «Tenia –
escribe Serrano- una especie de vanidad envarada con la que se chocaba
siempre.» Cuando Serrano vuelve a su hotel, los españoles aprecian el enfado
que le embarga. Uno de ellos, el escritor Manuel Hakón, ha recordado tiempo
después -ABC, 15 de junio de 1973- el enfado trocado en firmeza, «vimos al
Serrano de una pieza, dándose sólo al interés de España [...]. A lo que Serrano
renunció en aquella hora del año cuarenta era mucho para un germanófilo,
nunca renegado, que creía de buena fe en la victoria del Eje y en un puesto de
España en Europa» (cfr. en Lahiguera, pág. 158).
El 17 de septiembre, Hitler recibe al ministro en la Cancillería. Era el
primer encuentro personal. Serrano acude con el barón de las Torres y Antonio
Tovar y alertado por la conversación del día anterior con Ribbentrop. Hitler
estaba acompañado por Ribbentrop, Meissner (ministro jefe de la Cancillería) y
el muy deficiente interprete Gross. Así recuerda a Hitler: «Si había en su Figura y
en sus movimientos mucho de vulgar, algo era en él singular -el contraste lo
comprobé luego cada vez más claramente- sobre todo su mirada poderosa [...].
En aquella primera entrevista la actitud dominante en él fue de serenidad, de
sosiego y de orden.» Fríamente, el Führer se refirió a la equivoca posición
española y Serrano la achacó a fallos de información de sus agentes en España.
Después Hitler se explayó sobre el curso de la guerra y el gran papel de la
aviación; sobre la tarea de una Europa unida; sobre el peligro de un
imperialismo norteamericano. Señaló como necesaria la defensa de las islas del
oeste de África. «En aquella primera conversación las alusiones de Hitler a la
participación de España en el conflicto europeo fueron indirectas y vagas [...].
Manifestó su deseo [...] de trasladarse a la Frontera española para tener una
entrevista personal con el Generalísimo Franco.»
En sus conversaciones con Heleno Saña, Serrano amplía datos de esos
encuentros con Hitler: «Noté que al plantearse el tema de nuestras
reivindicaciones coloniales, intentaba él desviarlas en una dirección distinta a la
de Marruecos y el África en general y me dijo: "Oiga usted, ministro, ahí tienen
ustedes Gibraltar, y tienen Portugal, que sería facilísimo tomar [...] el Rosellón y
la Cerdaña son territorios españoles."»
La firma del Pacto Tripartito
El 27 de septiembre de 1940, en el tramo final de su estancia en Alemania,
Serrano acude como espectador y testigo a la firma solemne del Pacto Tripartito,
Alemania, Italia y Japón. Las tres potencias se reparten el liderazgo del Orden
Nuevo: Alemania e Italia en Europa, Japón en Asia. España no se adhiere. (Lo
hará, secretamente y con concluyentes condiciones, en Hendaya.)
Las cartas de Franco a Serrano
En los días siguientes continúan las conversaciones con Ribbentrop en las
que se perfilan las diferencias en sesiones incomodas y tensas. En una de ellas,
en la propia casa de Ribbentrop, éste reitera con insistencia la cesión a Alemania
de una base militar en las Canarias. La indignada reacción de Serrano hace el
dialogo muy incomodo. Éste se apresura a informar a Franco de la gravedad de
la situación y espera instrucciones. Disponen de un específico avión correo. En
cinco días, Franco le remitió tres cartas manuscritas (las cuales Serrano no dará a
conocer hasta treinta años más tarde).
La primera -y más extensa- es del 21 de septiembre. El Generalísimo le
dice: «Muy bien llevada la entrevista [...]. Se aprecia como siempre la altura y
buen sentido del Führer y el egoísmo y sentido desorbitado de los de abajo [...].
Conviene llevarlos al campo de la reciprocidad de los acuerdos a satisfacción de
ambas partes sin sombras, con toda lealtad.» Sigue luego con reflexiones
detalladas sobre la valoración de la ayuda española, las reivindicaciones sobre
Marruecos, la ayuda militar pedida, el suministro de artículos, el papel de Italia.
Le dice: «Cuanto más se retrase la intervención sin daño para la situación de
conjunto, eso hemos ganado; pero debemos de estar metidos ya dentro, esto es
con derechos reconocidos [...] si bien Gibraltar es condición necesaria para la
liberación del Mediterráneo, no es suficiente, pues tiene otra puerta y otras bases
en el Mediterráneo oriental [...]. Protocolo [...] hay bases para la redacción de un
protocolo, dejando los aspectos técnicos (armamentos, etc.) para acuerdos de
este orden y dejando el camino abierto para los pactos o tratados que se
concluyan como consecuencia de mi entrevista con el Führer [...]. Como verás
hay acuerdo completo entre el Führer y nosotros, sólo queda la apreciación
técnica de algunos factores que no son los concluyentes que él afirma.» Hay un
curioso párrafo: «En los protocolos que se firmen hay que tener mucho cuidado y
leer bien los dos textos el alemán y el español. Aquél por dos personas que
dominen el alemán en todos sus matices. A poca duda que os ofrezca se puede
enviar en avión una copia y por telégrafo darte la conformidad o reparos.»
Termina indicándole: «No creo que nos convenga que Ribbentrop se entere, estás
enterado de mi conformidad a los puntos de vista del Führer, que éste ha escrito
de acuerdo con su Estado Mayor, pues conoces las diferencias.»
El día 23, Serrano recibe una segunda carta de Franco: «Querido Ramón:
Unas líneas para remitirte la carta al Führer que no salió esta mañana por la
enorme complicación de su redacción en alemán […] ya que según los entendidos
es cosa de grandes dificultades […]. De París me traen la impresión [...] de que los
aviadores alemanes no creen llegar a una decisión con los bombardeos y parece
no se atreven a arriesgar su prestigio en un desembarco por sí difícil. Yo creo que
los bombardeos son de una grandísimo eficacia y llegarán a derrumbar la actitud
inglesa.» Y al día siguiente, 24, la tercera carta: «La alianza, no tiene duda, está
completamente expresada en mi contestación al Führer y en la orientación de
nuestra política exterior desde nuestra guerra [...], pero aunque la guerra corta
sea la aspiración de Alemania e Italia, ya se abre camino, el supuesto de la guerra
larga [...]. A nosotros con mayor razón, por carecer de todo y entrar cuando la
guerra ya por si se ha prolongado, no obstante la derrota francesa, nos
corresponde asegurarnos para la guerra larga.» (La cursiva corresponde a
subrayados de Franco.)
Para Serrano, las cartas reflejan la confianza de Franco en su gestión y
que sólo podrían ser dirigidas a quien como él lo sabe alejado de «un
vehemente intervencionismo». En ellas encuentra tres evidencias
incontrovertibles: la creencia ciega en la victoria alemana; la decisión in pectore
de participar en la guerra; y un elemento de independencia en las relaciones
internacionales.
Antes de regresar a España, Serrano tuvo un segundo encuentro con
Hitler. «Me encontré esta vez con un Hitler más burgués y confiado que en la
anterior.» La entrevista fue más cordial y en ella no se tocaron nuevos temas. En
las notas sobre los diversos encuentros en Berlín, Serrano apunta: «Mis razones
les parecen demasiado unilaterales y mis contestaciones incomodas. No me
extrañará que estos se busquen un siervo.» (Cfr. Entre Hendaya, págs. 201-291.)
Serrano, ministro de Exteriores
A la vuelta de Alemania, Serrano pasa por Roma, en donde dialoga con
Mussolini y Ciano. Es un mundo y una cultura en la que él se encuentra
desahogado y confiado. Les cuenta a sus anfitriones sus reservas ante la
hegemonía europea del III Reich y la falta de tacto que en ellos ha percibido
para los asuntos españoles.
Ya en Madrid, por decreto del 16 de octubre de 1940, Ramón Serrano
Suñer cesa como ministro de la Gobernación y es designado ministro de
Asuntos Exteriores. (Franco asume la cartera de Gobernación desde esa fecha
hasta el 5 de mayo de 1941. Pero don José Lorente Sanz -el colaborador y
subsecretario de Serrano- «queda encargado del despacho de todos los asuntos
del Ministerio de Gobernación, bajo la directa dependencia del jefe del
Gobierno». Hay que anotar también que el día 19 se dicta una orden que dice:
«Este ministerio se ha servido disponer se encargue V. I. del despacho ordinario
de la Subsecretaria de Prensa y Propaganda.»)
La llegada a Exteriores supone concentrar todas sus energías en los
problemas internacionales y un cierto alejamiento de la complicada política
interior. Está a punto el encuentro en la frontera de Hitler y Franco. La entrevista
se concierta para el23 de octubre. Franco y Serrano preparan su argumentario y
su estrategia.
Hendaya
El 23 de octubre de 1940, a las 3.30 de la tarde entra en Hendaya el tren
especial del Führer. Diez minutos después llega Franco. Tras los saludos y la
revista de fuerzas suben al vagón de Hitler. Son las 3.40 de la tarde cuando se
inicia la sesión. (De esta histórica entrevista -al escribirse estas líneas sólo había
un superviviente, Ramón Serrano Suñer. Cuando éste publica en mayo de 1947
Entre Hendaya y Gibraltar omite las conversaciones de Hendaya. Una laguna
sorprendente que se va a llenar treinta años después cuando publica sus
Memorias. Explica entonces que una instancia patriótica, el afán de no perjudicar
los intereses españoles –gravemente comprometidos con el resultado de la
Segunda Guerra Mundial-, le llevaron a omitir el encuentro. Porque de Hendaya
surge un «protocolo», dilatorio y condicionado, pero que implicaba el
compromiso formal de pasar de la «no beligerancia» a la beligerancia a favor
del Eje.)
Para relatar la entrevista, tan historiada y comentada, aquí se manejan,
principalmente, dos testimonios personales: el de Serrano Suñer en sus
Memorias de 1977. Y el del barón de las Torres en el artículo de Razón Española,
n.º 90, julio-agosto de 1998, así como su carta autógrafa a Ramón Serrano del
21 de noviembre de 1972 reproducida en De anteayer y de hoy.
Los asistentes fueron seis. Por parte alemana, Hitler, Von Ribbentrop y
Gross, interprete. Por parte española, Franco, Serrano y el barón de las Torres,
interprete. El único superviviente es Serrano. (El profesor Antonio Tovar,
intérprete de Serrano en Alemania, quedó en el andén. Lo mismo ocurrió con el
embajador de España en Berlín, Espinosa de los Monteros, y el de Alemania en
Madrid, Von Stohrer.)
La conferencia tuvo dos sesiones. La primera, desde alrededor de las
cuatro hasta alrededor de las siete menos cuarto. La segunda, desde pasadas las
diez de la noche hasta alrededor de la una de la madrugada del 24. Entre
medias, Hitler ofreció una cena protocolaria en su vagón.
En el comienzo, Franco expresó su satisfacción por el encuentro. Hitler
ensalzó la gesta de Franco y destacó la importancia de la reunión.
Seguidamente expuso la situación militar y el plan para un nuevo orden político
en Europa para el que era necesario la colaboración de España en la victoria.
Señalo el valor estratégico de la península. Y en un momento dijo: «Yo soy el
dueño de Europa y como tengo a mi disposición doscientas divisiones no hay
más que obedecer.» Anunció el aniquilamiento de Inglaterra e indicó los tres
puntos importantes para el papel de España: Gibraltar, Marruecos y Canarias. El
reintegro del peñón era una cuestión de honor y señaló su importancia para
cerrar el Mediterráneo a los aliados. En lo referente a Canarias, le preocupaba
que cayeran en poder de Inglaterra por el peligro para su campaña submarina
que estaba en marcha.
Franco declaró que Gibraltar era tierra española pero que la guerra con
Inglaterra sería un sacrificio excesivo. Respecto a Marruecos le agradeció su
ofrecimiento para después de la guerra, si España entrara en ella; por el
momento el ofrecimiento se hacía sobre una cosa que no tenían en su mano. En
relación con Canarias él no creía en un ataque, pero reconocía que no tenían la
defensa adecuada. A ello le respondió Hitler que Alemania le enviaría las
baterías necesarias.
Franco señaló que era más urgente el cierre de Suez que el del estrecho.
Hitler reiteró que era más importante cerrar por Gibraltar que por Suez. E
insistió en que había llegado el momento para que España tomara una
determinación; que las tropas alemanas estaban en los Pirineos y que, como al
día siguiente tenía una entrevista con Pétain y Laval, quería saber cuál era la
actitud de España.
Franco le contestó que no creía que tuviera nada que ver la actitud de
España con las conversaciones con una Francia derrotada y a costa de la cual se
le acababan de hacer ofrecimientos que, una de dos, eran un cebo para la
entrada en la guerra o no se pensaban llevar a cabo. («Esta contestación del
Caudillo no parece agradar mucho al Führer», anotó el barón de las Torres).
Hitler insistió en conocer la actitud definitiva de España.
Franco se reiteró en lo manifestado y detalló las dificultades españolas
tras la gravísima Guerra Civil. Según Serrano, Franco trató con abrumadora
amplitud el tema de las reivindicaciones españolas en Marruecos, pidiendo
sobre esto un compromiso formal y previo para participar inmediatamente en la
guerra. Lo hizo con «abrumadora insistencia». Hitler puso muchas objeciones, y
no se comprometió a nada. También -sigue Serrano- Franco le preguntó por la
batalla de Inglaterra que consideraba fundamental e inquirió las causas de la
escasa actividad alemana por aquellos días y Hitler le interrumpió diciendo unas
cuantas vaguedades -nada convincentes- y asegurando que a su debido tiempo se
daría victoriosamente esa batalla (la cursiva es nuestra).
De la Cierva, en su Franco. La Historia escribe: «Otra réplica importante de
Franco es que Inglaterra no estaba vencida, como pretendía el Führer; Alemania
no había ganado la batalla del espacio aéreo como Hitler pretendía y además,
aun perdidas las islas, Inglaterra continuaría la guerra en el Imperio con el apoyo
de Estados Unidos.» (La cursiva es nuestra.)
Alrededor de las seis y media de la tarde, recuerda Serrano, «Hitler perdió
atención, denotaba cansancio y aburrimiento y ordenó a Ribbentrop que le
entregara a los españoles el documento que traían preparado para su estudio
antes de la firma. Al levantarse de la mesa se dirigió a Ribbentrop y le dijo "Con
estos tipos no hay nada que hacer"».
Franco y Serrano volvieron al tren español. Franco le dijo: «Es intolerable
esta gente, quieren que entremos en la guerra a cambio de nada; no nos
podemos fiar de ellos si no contraen, en lo que firmemos, el compromiso formal,
terminante, de cedernos desde ahora los territorios que, como les he explicado,
son nuestro derecho; de otra manera ahora no entraremos en guerra. Este
nuevo sacrificio nuestro sólo tendría justificación con la contrapartida de lo que
ha de ser la base de nuestro Imperio.» Serrano volvió a visitar a Ribbentrop con
un doble objeto (De anteayer, pág. 211): «suavizar el ambiente» y preparar «la
redacción del comunicado que había que dar a la prensa del mundo» pensando
en la repercusión en sus relaciones con el embajador Hoare y la obtención de
navicerts.
El barón de las Torres anota el afán del Führer por hacer ver a Franco la
conveniencia de entrar en la guerra, virtualmente ganada, y asegurando la
ayuda que España precise. El Caudillo repite que España no está preparada y
que ya es ayuda su neutralidad que le alivia de tener efectivos en los Pirineos, y
haber ocupado Tánger. «El Führer a esta contestación, y visiblemente
contrariado, manifestó que aunque eso sea verdad, no es lo suficiente ni lo que
necesita Alemania [...]. Después de un forcejeo [...] propone el Führer [...] que se
firme por parte de España un compromiso en el que se comprometa a entrar en
la guerra al lado de Alemania cuando ésta estime necesario que lo haga más
adelante [...]. Se siguen manteniendo durante más de tres cuartos de hora los
respectivos puntos de vista y, pasadas las doce y media, el Führer, que ha ido
cada vez más perdiendo su control, se dirige en alemán a Ribbentrop y le dice:
"Ya tengo bastante. Como no hay nada que hacer, nos entenderemos en
Montoire [con Pétain]." El Führer, dando muestras de su soberbia o de su mala
educación, se levanta de la mesa y de forma completamente militar y agria se
despide de los presentes, acompañado de su ministro de Asuntos Exteriores.»
Poco antes de la una, tiene lugar la despedida. Los alemanes acompañan
a los españoles hasta el tren que los devuelve a San Sebastián. La conferencia
ha sido tensa, reiterativa y lenta por la traducción. En el viaje, Franco departe
con Serrano, el barón de las Torres y Antonio Tovar. Le pide su opinión, sobre
Hitler y Ribbentrop, a Luis de las Torres y éste dice: «Son unos perturbados y
unos maleducados.»
Las correcciones al protocolo
A las dos de la madrugada del 24, Franco y Serrano están en el palacio de
Ayete trabajando sobre el texto del protocolo entregado por Ribbentrop.
Introducen las modificaciones oportunas para recoger las condiciones dilatorias
y las reivindicaciones formuladas. A las tres de la madrugada se retiran a
descansar. Pero al amanecer, el embajador Espinosa de los Monteros despierta
a Serrano y le dice que viene de Hendaya, en donde los alemanes están irritados
con la posición mantenida por Franco, a recoger la conformidad española, «de
otra manera puede ocurrir cualquier cosa». Serrano, malhumorado, despierta a
Franco, al que le dice que se debe esperar a que sea de día y entonces
«seremos nosotros quienes entreguemos personalmente a los alemanes el
contraproyecto que de madrugada redactamos». Franco duda y al fin le dice:
«Mira, en estas circunstancias no es prudente hacer esperar más a los alemanes
y lo mejor será entregar el proyecto que hicimos anoche, dándoles, sólo en base
de éste, nuestra conformidad. Hay que tener paciencia: hoy somos yunque,
mañana seremos martillo.» Y Espinosa de los Monteros retorna a Hendaya y se
lo entrega a Ribbentrop que se dirige a Montoire para la conferencia HitlerPétain. De la Cierva detalla los pasos siguientes. Ribbentrop, muy contrariado,
redactó una nueva versión con la entrada en guerra previa una consulta
conjunta y sin reserva expresa sobre los artículos de primera necesidad y
suministro de armas que no fue firmada por Franco ni por Serrano. «El acta
secreta de Hendaya -dice el citado profesor-, publicada por los americanos en
1960, coincide con el texto español publicado en sus Memorias por Serrano
Suñer y mantiene las reservas expresas que se suprimían en la propuesta de
Ribbentrop antes de partir.» (Hendaya. Punto final, Planeta, 1981, pág. 147.)
Éste es el famoso protocolo que se mantuvo secreta por lo que de
hostilidad encierra hacia las potencias aliadas. Cuando Serrano escribe sus
Memorias intenta localizarlo en los archivos de Asuntos Exteriores y no se
consigue encontrarlo. Es el profesor Carlos Rojas, de la Universidad de Emory,
en Atlanta, quien señalo su existencia. Había sido editado, en 1960, por el
Departamento de Estado norteamericano, entre los documentos alemanes
requisados en la Wilhemstrasse. La edición llevaba por título «Documents on
German Foreign Policy 1918-1945» incautados por Estados Unidos en los
archivos secretos de la Wilhelmstrasse y la Chancillería del III Reich.
El contenido del protocolo de Hendaya
Serrano incluyó en sus Memorias (págs. 312-313) la versión española e
inglesa, que es la que aquí se utiliza. El documento comienza: «Hendaya,
octubre 23, 1940. Los Gobiernos italiano, alemán y español se han mostrado
conformes en lo siguiente.» Siguen seis puntos con el siguiente contenido. En el
1, se menciona el intercambio de opiniones entre el Führer y el jefe de Estado
español-así como de los tres ministros de Asuntos Exteriores- en el «modo de
llevar la guerra». En el 2, España «declara estar dispuesta a acceder a la
conclusión del Pacto Tripartito [Italia, Alemania y Japón, 27 de septiembre de
1940] y a este fin firmar, en la fecha en que sea fijada por las cuatro potencias
unidas, un protocolo apropiado que contemple su actual acceso. En el 3,
«España declara su conformidad al Tratado de Amistad y Alianza entre Italia y
Alemania. En el 4, «España intervendrá en la presente guerra al lado de las
Potencias del Eje contra Inglaterra, una vez que la hayan provisto de la ayuda
militar necesaria [...]. Alemania garantizará a España ayuda económica,
facilitándole alimentos y materias primas». En el 5, «Además de la
reincorporación de Gibraltar a España, las potencias del Eje afirman que, en
principio, están dispuestas a considerar [tras los tratados de paz después de la
derrota de Inglaterra] que España reciba territorios en África en extensión
semejante en la que Francia pueda ser compensada, asignando a la última otros
territorios de igual valor en África; pero siempre que las pretensiones alemanas
e italianas contra Francia permanezcan inalterables. En el 6, «EI presente
Protocolo será estrictamente secreta [...]. Hecho en tres textos originales en
italiano, alemán y español» (cfr. Memorias, págs. 283-300).
El capitán de navío Álvaro Espinosa de los Monteros
En Hendaya, Franco le preguntó a Hitler por la batalla de Inglaterra. Era
mentar un fallo irritante en los planes alemanes. Y en las cartas a Serrano es
curiosa su referencia a los «entendidos» en traducir al alemán, a los que le traen
información de París con la opinión pesimista de los aviadores de la Luftwaffe y
la insistencia en contar con una correcta redacción de los protocolos (que
Serrano no llegó a firmar). Son «guiños» que, a posteriori, han evidenciado que
Franco en Hendaya contaba con un «alerta» sobre el triunfo alemán. Un lugar
común ha sido el atribuir ese «alerta» al marino Luis Carrero Blanco -entonces
jefe de la 3.ª Sección del Estado Mayor de la Armada-. Un famoso informe de
Carrero a Franco habría decidido que, en última instancia, en Hendaya, el
Generalísimo se zafara de entrar en la guerra, que era lo que deseaba el
germanófilo Serrano Suñer. Esta versión ha venido circulando -sobre todo tras
la caída de Serrano y la derrota del Eje- hasta nuestros días. Principalmente
impulsada por los enemigos de Serrano Y por el mismo Carrero.
Aquí entra en escena Álvaro Espinosa de los Monteros. Desde octubre de
1939, Álvaro Espinosa de los Monteros, capitán de navío, estaba en Roma de
agregado naval. (Su hermano Eugenio era general del Ejército y en 1940 era
embajador en Berlín. Otro hermano, Rafael, estaba de agregado naval en París y
Londres.) En septiembre de 1940, Álvaro Espinosa es llamado a El Pardo para
ayudar a Franco a redactar y traducir la correspondencia con Hitler.
Pero su función no fue la de un mero traductor. Por supuesto que
manejaba el alemán como su propia lengua pero, además, tenía una cultura de
estrategia naval de muy alto rango y una visión de la guerra mundial distinta de
la de Franco, de la de los políticos y de la imperante, en esos momentos, entre La
Fuerzas Armadas. Por la índole del trabajo -que le obligó a veces a residir en El
Pardo-, Espinosa conversó mucho con Franco y le razonó su visión del conflicto.
Fue enviado a París con la misión de contactar con los pilotos de la Luftwaffe
para informar sobre la realidad de la batalla contra Inglaterra, lo que hizo
incluyendo una entrevista con el propio Goering, instalado en la capital francesa
para mejor dirigir el ataque aéreo.
La tesis de Álvaro Espinosa -en 1940- era la de que Hitler perdería la
guerra por su relativa debilidad en el mar. Subrayaba su carencia de materias
primas; y también que en el supuesto absurdo de que pudiera cerrar el estrecho
de Gibraltar y tomar Suez -que perdería inmediatamente por falta de recursos
navales-la costa española sería planchada por la Marina británica. Para el
estratega Espinosa de los Monteros, la guerra sería larga y aun suponiendo que
Alemania consiguiese invadir y ocupar Inglaterra, ésta seguiría la contienda
apoyándose en las colonias, y que con sus medios poderosos, su elevadísima
moral y la ayuda americana, que vendría sin duda, se alzaría con el triunfo final.
(El reembarco de Dunkerke era, para él, la mayor operación naval con éxito de la
Historia.)
Ramón Serrano, en 1981, al referirse a las reflexiones de Álvaro Espinosa que conoce a posteriori- dice: «Todo ello lo tuvo en cuenta [Franco], con
indudable astucia, en Hendaya cuando, con intención y cautela, para no irritar,
se limitó a preguntar al alemán sobre la batalla de Inglaterra, con la esperanza
de oír de Hitler los recursos con que podía contar para vencer las graves
dificultades que se iban a presentar; y que Inglaterra -dijo Franco- aun invadida,
seguirá luchando en Canadá y colonias.» Y más adelante: «Los hijos del ilustre
capitán de navío Espinosa de los Monteros -militares tres, en excedencia
voluntaria- están consagrados a la noble y muy legítima tarea de dar a conocer
la meritoria intervención de su padre en un momento tan delicado y en el que
su opinión y consejo pesaron singularmente en las reservas que tuvo Franco en
su conversación con Hitler. Esto es lo que de verdad tomó en consideración
Franco en aquellas circunstancias y no el informe que -con inexactitud se ha
querido atribuir por alguien en exclusiva a Carrero Blanco y que es del Estado
Mayor del Ministerio de Marina, argumentando contra la intervención de
España en la Guerra Mundial: algo, por otra parte, físicamente imposible porque
tal informe es posterior a la conferencia de Hendaya.» (De anteayer, págs. 214215.)
(La intervención de Álvaro Espinosa está pormenorizadamente recogida
en dos obras. España en Hendaya, de Hernando, Juan, Gonzalo e Ignacio
Espinosa de los Monteros, impreso en CIRSA, Madrid, abril 1981, y EL Silencio es
Historia. La entrevista de Hendaya. La Segunda Guerra Mundial y el Franquismo,
de Ignacio Espinosa de los Monteros, catedrático de la Escuela Técnica Superior
de Ingenieros Navales de Madrid. Inédita, texto de 285 páginas en poder de su
hija Begoña.)
Carta de Franco a Hitler
Siete días después de Hendaya, el 30 de octubre, Franco le escribe a
Hitler y le dice que ante la insistencia en llegar a un acuerdo con Pétain «me
pareció inadmisible Vuestra propuesta de que en nuestro pacto no figurase
concretamente lo que es nuestra aspiración territorial. Pero que con arreglo a lo
convenido "por esta carta os reitero las legítimas y naturales aspiraciones de
España en orden a su sucesión en África del Norte sobre territorios que fueron
hasta ahora de Francia"» (Memorias, pág. 305).
«Consejo de guerra en Berchtesgaden»
«Creíamos haber capeado el temporal», escribe Serrano en sus Memorias.
A los veinte días del acuerdo secreto de Hendaya, el embajador alemán - Von
Stohrer- le entregaba un telegrama del ministro Von Ribbentrop, «me transmitía
una invitación del Führer para trasladarme a Berchtesgaden con objeto de
hablar de cosas importantes, el lunes a ser posible» [era un viernes]. «Me
trasladé sin perdida de tiempo a El Pardo para hablar con Franco y en el primer
momento pensamos los dos si no sería mejor dar algún pretexto para no ir:
aunque pronto rectificamos pensando que si Hitler y su Estado Mayor tenían
decidido algún proyecto -con toda probabilidad la conquista de Gibraltar- no
dejarían de realizarlo por razón de nuestra ausencia y que, en cambio, si
acudíamos a su llamada podríamos, cuando menos, intentar que desistieran por
el momento.» (Ibid.)
Serrano, precavido, pidió una inmediata reunión con los ministros
militares -Varela, Moreno, Vigón-. Enseguida tuvo lugar esa reunión en la que se
apreció que las cosas no habían cambiado, que Hitler quería la fecha de entrada
en la guerra. «Entonces el general Varela, dirigiéndose a Franco, exclamó: "Pues
que no vaya, que no vaya." Vigón y el almirante dijeron: "Bueno, hay que
pensarlo." Y yo dije: "Si, desde luego hay que pensarlo, porque ir puede tener
algún inconveniente, pero si no vamos, tal vez nos los encontremos en Vitoria."»
(EI franquismo, pág. 203.)
El relato lo tenemos en Entre Hendaya (cap. XII) y las Memorias (cap. XIV).
El 18 de noviembre llegó Serrano a Berchtesgaden. Le acompañaban el barón
de las Torres y Antonio Tovar. Al día siguiente se les unió Ciano y, después de
comer, Hitler le recibió en el Berghof. Presidía escoltado por Ribbentrop y el
intérprete Paul Schmidt. «La actual situación -dijo Hitler sin preámbulo algunoobliga a actuar rápidamente. [...] Los italianos acaban de cometer un gravísimo e
imperdonable error al empezar la guerra contra Grecia.» Continuó que la
aceleración del fin de la guerra solucionaría los problemas económicos y evitaría
el derramamiento de sangre. «Para lograr todo eso es indispensable el cierre
absoluto del Mediterráneo. En el oeste, por Gibraltar, el cierre puede llevarse,
debe llevarse, a cabo, rápidamente y con toda facilidad, y también actuaríamos
en el este atacando el canal de Suez. [...] de 230 divisiones de que dispone en la
actualidad el ejercito alemán, 186 se encuentran inactivas y en disposición de
actuar inmediatamente donde sea necesario o conveniente. [...] He decidido
atacar Gibraltar. Tengo la operación minuciosamente preparada.»
Serrano, en su turno, jugó con precaución y tanteo. «No traigo
preparación sobre este tema, ni mucho menos criterio de gobierno, por lo que
le voy a contestar por mi cuenta personal.» E invocó la franqueza y los
sentimientos fraternales y leales en sus palabras. En su exposición ante el Führer
esgrimió los argumentos económicos (el hambre del pueblo, los navicerts
ingleses para los suministros); militares (la puerta de Suez, la insuficiente
preparación); y psicológicos y políticos (el cansancio de los españoles): «Como
amigo verdadero que era estaba obligado a manifestarle con toda la sinceridad
-que es el lenguaje propio de los amigos- que no podíamos dar conformidad a
esa pretensión. Y llegado a ese punto, cuando yo esperaba como probable su
reacción peor, es curioso que no insistió; inclinó la cabeza en actitud que a mi
me pareció comprensiva [...] y, como resignado, se limitó a pedirnos que
pasáramos a una gran habitación próxima en la que había un gran tablero
central, muchos planos sobre él y colgados en las paredes con banderitas que
indicaban la posición de sus ejércitos.» Allí, el general Jold les explicó el
proyecto para la toma de Gibraltar. Habían transcurrido cuatro horas y Serrano
sugirió ponerse de acuerdo para la explicación que él debería dar a su vuelta a
los embajadores de Estados Unidos e Inglaterra en Madrid, indudablemente
inquietos por este viaje. Se aceptó que fuese la petición de cereales a Alemania
ante las dificultades existentes. Tras tomar un té, Hitler le pidió que volviera,
antes de marcharse, a hablar con Ribbentrop.
A la mañana siguiente, Serrano se reunió con Ribbentrop el cual le
insistió en la conveniencia de la pronta entrada de España en la guerra. Si
Franco estaba de acuerdo, una comisión militar se trasladaría inmediatamente a
España. «La situación -añadió- es la siguiente: Alemania tiene ya ganada la
guerra y por más que se haga nunca le podrá ser arrebatada la victoria.»
Ribbentrop le detalló muy prolijamente el ataque diario a Inglaterra; la falsa
esperanza británica en Estados Unidos y en Rusia; el gran programa de guerra
submarina en marcha; el distanciamiento de Turquía de los aliados y la
necesidad fundamental del cierre de Gibraltar para el final de la guerra. Serrano
le comento que sus informaciones eran distintas, que la ayuda americana
aumentaría y que Rusia podría pasarse al otro bando. Que el interés de España
estaba en las facilidades de los aliados para el abastecimiento, y la conveniencia
de que Alemania nos enviara víveres, lo que, a su vez, destruiría el rumor de que
era Alemania la causante del hambre de España.
El día 20, Serrano emprendió el regreso. Volvió sin haber firmado ningún
compromiso. El 22 estaba en El Pardo con Franco y los ministros militares a los
que informó de las peticiones alemanas. Se decidió mantener la neutralidad a
todo trance. «Pero la verdad es -escribe Serrano- que ni en Hendaya ni en
Berchtesgaden quedó conjurado el gran peligro de invasión y de guerra que
corrimos.»
La operación Félix
Por la decisiva importancia que Gibraltar jugó durante el cometido
político de Serrano -a partir sobre todo de la batalla de Inglaterra- conviene
dibujar los hitos más señalados del problema. El 12 de noviembre de 1940 -seis
días antes d la llegada de Serrano a Berchtesgaden-, Hitler había firmad su
instrucción general para la operación Félix -la toma de Gibraltar-. La entrada
terrestre y aérea en España se fijaba para el 10 de enero de 1941. Después del
encuentro con Serrano, el 5 de diciembre, Hitler ratificó la fecha del 10. El 7 de
diciembre, llegó a Madrid el almirante Canaris, que se entrevistó con Franco y le
informó del ultimátum, a lo que Franco le contestó que ni era posible aceptar la
fecha ni comprometerse a fijar un día concreto. En ese momento, las tropas
italianas en Egipto se habían hundido ante las británicas y la conquista de Suez
se había esfumado. Hitler tuvo que poner su atención en el Mediterráneo
centro-oriental y, no contando con la luz verde de Franco, pospuso la toma de
Gibraltar. El día 20 dictó las instrucciones para la operación Barbarroja: «Aplastar
a la Unión Soviética mediante una rápida campaña, aun antes de concluir la
lucha con Inglaterra.»
Pero volvió a intentar otra vez la entrada de España en la guerra: el 20 de
enero de 1941, el embajador alemán visitó a Franco y repitió el ultimátum. Para
esas fechas, los británicos habían reconquistado Tobruk. El 24 de enero, volvió a
solicitar ser recibido. Franco, junto a Serrano, lo atendió el 27. «El Reich pide,
una vez más, al general Franco una respuesta clara.» Se mantuvo la firmeza de
la posición española esgrimiendo la lista de ayudas previas. Von Stohrer sólo
consiguió otra dilación.
Hitler recurre a Mussolini
Tras un intercambio de cartas entre Franco y Hitler, éste decidió recurrir a
Mussolini para que influyera sobre España. Así el 11 de febrero de 1941, Franco
y Serrano, cruzando Francia, se dirigieron a Bordighera, adonde llegaron al
anochecer. Allí les esperaba Mussolini, que deseaba el encuentro por sentirse
preterido. Al día siguiente tuvieron dos sesiones de trabajo. Los españoles
expusieron sus de siempre conocidas razones. Un Mussolini decaído por la poca
brillante actuación de sus tropas comprendió esas razones. «No hubo -escribe
Serrano-, pues, petición concreta, mucho menos apremios; sólo reflexiones
mantenidas -como siempre hiciera- en tono considerado y comprensivo.» (Entre
Hendaya, pág.344.)
Encuentro con Pétain
De vuelta a España, Franco y Serrano tienen un encuentro con el mariscal
Pétain. En Montpellier, el anciano jefe de Estado francés les ofrece un almuerzo
que «transcurrió en medio de una cordialidad delicadamente medida, acaso
levemente embarazosa [...]. Las conversaciones carecieron de interés» (Entre
Hendaya, pág. 346).
El asedio por las familiares del franquismo
A mitad de febrero, Serrano está de nuevo en Asuntos Exteriores que,
lógicamente, absorbe su dedicación. Pero el frente de la Prensa, que ya no está
bajo su mando, si que le interesa de modo especial. Consigue de Franco que las
materias de política exterior dependan de él, para lo que cuenta con sus
antiguos colaboradores -Ridruejo, Tovar, Garriga...-. La prensa del partido
seguirá una línea claramente germanófila, pero la censura ya controla las
apariciones de Serrano en los diarios.
Entre tanto las tensiones y conflictos de las tendencias del régimen van
cuajando en familias políticas arbitradas por Franco. A lo largo de 1941 -con el
racionamiento y el hambre como realidad insoslayable-, la coalición de fuerzas
va reforzando sus propias posiciones. Esa granazón complica el escenario. Junto
al impulso falangista de Serrano -que mantiene en el partido la preeminencia
por ser presidente de la Junta Política- los monárquicos alfonsino-juanistas
aumentan su influencia, sobre todo en el Ejército. Un Ejercito que se siente autor
de la guerra y recela de la Administración de la victoria por los jóvenes del
partido. Por otro lado, los sectores católicos y la Iglesia están cada vez más
presentes en los cargos de la Administración y en instituciones sociales. El
grupo carlista integrado tiene corto reflejo en el aparato de poder. El
predominio de la Falange de Serrano en el poder –más aparatoso que real- es
rechazado por las otras fuerzas y, dentro del partido, también tiene la
animadversión de los falangistas legitimistas que, proclamando su franquismo,
recelan del poder del presidente de la Junta Política. Todo el conflicto latente irá
aflorando en 1941 con el reparto de concesiones que Franco llevará a cabo. Ese
reparto va a suponer un declive paulatino de la estrella de Serrano.
Durante los primeros meses de 1941, Serrano cuenta en el aparato del
partido con Pedro Gamero, que está encargado de la Secretaría General. Voces
como las de Ridruejo, Laín o Maravall piden en Arriba todo el poder para la
Falange; que los técnicos dejen paso a los políticos; que se realice la revolución
nacionalsindicalista que es el desmontaje del capitalismo burgués. Y todo ello,
sobre el fondo del descontento falangista por no estar junto al Eje en la lucha
por la nueva Europa.
El 11 de enero, Ramón Serrano intervino en Barcelona en un acto de la
Sección Femenina. En su discurso se reflejan los dos frentes en los que se halla
envuelto: el del exterior y el del interior. A los del exterior que se desentienden
del hambre del pueblo español les dice que «si estuvieran insensibles a nuestras
demandas y nos negasen el pan o hicieran imposible el trabajo del pueblo
español, o nos exigieran como precio el honor, entonces, camaradas de la
Falange, ¡qué riesgo, qué dolor, ni qué muerte podrían detenernos!». A los del
interior les dice: «Pero lo que la Falange no puede admitir, porque ello es
políticamente inválido, es que se constituyera un mero amontonamiento de
grupos y de conciencias heterogéneas.» (De la Victoria, págs. 164-170. La cursiva
es nuestra.)
Serrano era consciente de la hostilidad que suscitaba. Así como también
de que en el equilibrio de fuerzas ya no tenía el mismo peso que Franco le
había otorgado en Salamanca. La minoría falangista descontenta porque se
posterga la revolución, porque no se interviene en la guerra, porque la
hegemonía de poder es aparente, porque está vacante la Secretaria General,
protesta ante Serrano. La minoría contrariada e insatisfecha utiliza el arma de la
dimisión de sus cargos para presionar a Franco. Es el caso de Pilar y de Miguel
Primo de Rivera.
El inicio del ocaso. Mota del Cuervo
Serrano intentó encauzar el descontento y la frustración -entre la lealtad
a Franco y su compromiso con los falangistas- reclamando el papel rector de la
Falange en el Movimiento. El 2 de mayo de 1941, habló ante una concentración
falangista en Mota del Cuervo. Fue un discurso en el que atacó a los que «cada
vez con mayor atrevimiento quisieran sustituir lo autentico por lo simulado».
Proclamó que en un régimen falangista, el sujeto que conduce la tarea «no
puede ser más que la minoría política movida por la luz y por la fe», la Falange.
El mensaje de protagonismo político para la Falange tuvo una gran resonancia.
Fue causa o pretexto de un acontecimiento importante: la crisis política de
mayo, la de mayor dificultad y duración del franquismo, y la que marcó, con su
solución, el inicio del ocaso de Ramón Serrano Suñer.
(Cuenta Javier Martínez de Bedoya que en esos días el conde de Jordana
le dijo: «Serrano no sabe bien lo que ha hecho con todo este lío que ha armado
con su discurso en Mota del Cuervo; pase lo que pase a plazo corto -incluso a
su favor-, para Franco, ha quedado sentenciado.» [J. Martínez de Bedoya,
Memorias desde mi aldea, Ámbito, Valladolid, 1996, pág. 172.])
Galarza y Carrero. La dimisión de Serrano
Pero en esas horas, Franco jugaba sus cartas -ya sin contar con Serranoy el día 5 designó ministro de la Gobernación (cartera que formalmente
regentaba Franco desde el nombramiento de Serrano para Asuntos Exteriores
en septiembre de 1940) al coronel Valentín Galarza, a la sazón subsecretario de
la Presidencia del Gobierno. Galarza había estado en la entraña de la
conspiración militar de 1936, era monárquico y antifalangista. Su nombramiento
para Gobernación levantó las iras de los falangistas serranistas. La reacción se
materializó en un artículo despectivo del Arriba titulado «El hombre y el
currinche», probablemente escrito por Ridruejo, que era un claro ataque a
Galarza. La réplica aparecía en el Madrid con el artículo «El único que define», en
el que se arremetía contra el grupo falangista. Los dos artículos en clave. Siguió
la dimisión de Antonio Tovar y el cese de Ridruejo. Y el propio Serrano Suñer le
presentó la dimisión a Franco acompañándole el artículo del Madrid. Franco le
contestó en carta autógrafa: «Querido Ramón [...]. Deseo que antes de tomar
una decisión, que tanto sirve al propósito de nuestros enemigos, y que en estos
momentos de confusión puede causar daños a Espada, medites la injusticia y
sinrazón de tu medida.»
(En aquellas horas quedó en segundo plano el sustituto de Galarza.
Quedó como un trámite corriente la designación del capitán de navío Luis
Carrero Blanco como subsecretario de la Presidencia [el rango de ministro lo
tendría en 1951]. Pero Carrero -que había sido nombrado consejero nacional a
propuesta de Serrano- pasó a desempeñar un puesto importantísimo junto a
Franco y, en silencio, se convertiría prontamente en la figura de mayor confianza
del Generalísimo. A lo largo de treinta y tres años, como consejero de Franco,
jugará un papel fundamental y decisivo, no igualado por ninguna otra persona
del Régimen. Adversario de Serrano, será su ejecutor en septiembre de 1942.)
Arrese. La Falange de Franco
En sus Memorias (cap. IX), Serrano cuenta como entonces conoció que los
falangistas descontentos y dimisionarios -comprometidos con él en la primacía
de la Falange-le habían punteado y conectado directamente con Franco: Miguel
Primo de Rivera sería ministro de Agricultura, José Antonio Girón, de Trabajo y
José Luis de Arrese, secretario general de FET y de las JONS. No quiso en modo
alguno que su dimisión apareciera tomada en solidaridad con la de aquéllos.
Pero dice Serrano «lo importante del suceso fue que yo había dejado ya de ser
mediador entre el jefe y las "jerarquías autenticas de la Falange"', que su error
había sido el empeño "en hacer compatibles dos lealtades que eran
incompatibles". Y, lo más importante, "Franco a cuenta de mi dimisión había
descubierto con ello que yo no era aquel incondicional, incomodo desde luego,
pero seguro, que había sido"».
El nuevo secretario general del partido, José Luis de Arrese, estaba
emparentado con los Primo de Rivera, había participado en los sucesos de la
Falange de Hedilla en abril de 1937, por lo que fue condenado. Su falangismo
estaba predominantemente impregnado de catolicismo. Había sido Serrano
quien le ayudó a salir de la cárcel y quien lo promocionó -entonces ante la
sorpresa de Franco- para gobernador civil de Málaga. Estaba entre los
legitimistas dimisionanos en vísperas de la crisis de mayo. Su ascenso a ministro
fue para Serrano una desmesura. Pero no para el Generalísimo, que tuvo en él al
hacedor de la Falange de Franco. La relación de Arrese con el Caudillo fue
siempre de «sumisión jerárquica absoluta». Para Payne, entre 1941 y 1943.
«Arrese realizó largamente la tarea de burocratizar y domesticar la Falange, que
Serrano nunca fue capaz de completar» (Franco y José Antonio, op. cit., pág. 552).
Pero en esa crisis, en esos momentos de confusión que mienta Franco en
la carta a Serrano, hubo más decisiones. El Generalísimo promocionó a dos
militares monárquicos, Luis Orgaz y Alfredo Kindelán, alto comisario de
Marruecos y capitán general de Cataluña respectivamente. Y, además, la Prensa
y Propaganda pasaron a depender de la Secretaría General del partido, es decir,
de Arrese. Serrano quedó sin línea directa. «Desde la crisis de mayo de 1941 concluye Serrano-, el grupo de falangistas que luchaban conmigo pierden la fe
en nuestro intento político.» Franco había conseguido premiar al Ejército y a la
Falange no serranista. Y el nuevo reparto de poder lo había hecho en clave
interna sin relación con la situación internacional. Serrano seguía en Exteriores y su política seguiría la de Franco- y en la Presidencia de la Junta Política -cada
vez más inoperante-. Pero se había iniciado su ocaso.
El ataque a la Unión Soviética
Cuando en la madrugada del 22 de junio de 1941, las divisiones
alemanas atacaron a la Unión Soviética, hubo en España una explosión de
emoción popular. El embajador británico, Hoare, comentó. «La explosión
retumbó por todos los rincones de España.» Porque hasta entonces el pacto
germanosoviético enturbiaba la devoción de los españoles por Alemania y a
partir de ese día el Bien y el Mal estaban claros. España estaba con el Eje, contra
la plutocracia capitalista y el marxismo. El Gobierno, a través de Serrano, pidió al
embajador Von Stohrer un puesto en la lucha contra el comunismo pero sin
declaración formal de guerra a la URSS. El día 24 una manifestación se
concentró ante el edificio de la Secretaría General del Movimiento en la calle de
Alcalá. «Los jerarcas que ocupaban el gran bacón del edificio no sabían que
decir y me llamaban.» Desde Exteriores, Serrano se trasladó a Alcalá 44. Se
dirigió a la multitud enardecida con palabras que se harán famosas: «Camaradas:
no es hora de discursos: Pero sí de que la Falange dicte en estos momentos su
sentencia condenatoria: ¡Rusia es culpable! Culpable de nuestra Guerra Civil.
Culpable de la muerte de José Antonio, nuestro fundador. Y de la muerte de
tantos camaradas, y de tantos soldados caídos en aquella guerra por la agresión
del comunismo ruso. El exterminio de Rusia es exigencia de la Historia y del
provenir de Europa.» La respuesta fue delirante. Serrano pidió que se cantara el
«Cara al Sol» y que se disolvieran con orden.
Pero no todos le obedecen. Hay grupos que se dirigen a la Embajada
Británica y la apedrean al grito de «Gibraltar, español». -Otra vez Gibraltar-. El
embajador pide ser recibido inmediatamente por el ministro de Exteriores, que
está en su casa. Serrano le recibe. Hoare, que va acompañado de sus
colaboradores uniformados y armados, le formula su enérgica protesta por lo
ocurrido. Serrano le escucha y le contesta que el Gobierno deplora y condena
el suceso, que toma las medidas para impedir que se repita y que está a su
disposición para indemnizar los daños. «Esto desconcertó a Hoare que sin duda
esperaba de mí una actitud distinta […] perdió los nervios y temblando con ira
extrema dijo: "Esto sólo sucede en un país de salvajes." Al oírle señalé la puerta
y di por terminada la entrevista.» (Entre Hendaya, pág. 373.)
La División azul
Fue la Falange, simbolizada en Serrano que en esa hora recuperaba
protagonismo, la que abrió los banderines de enganche para los voluntarios de
una «División de Falange para ir Rusia». El secretario general Arrese firmó la
orden para que «la juventud entre en la batalla preferida, en la gran cruzada
europea». La afluencia de voluntarios -falangistas o no- fue extraordinaria. Pero
el Ejército, el general Varela, se impuso sobre el partido. Una orden del Estado
Mayor creó la «División Española de Voluntarios» para luchar contra el
comunismo, mandada por militares profesionales. Pero se la conocerá como la
División Azul, nombre, dice Serrano, «algo almibarado debido a la minerva del
secretario general contra el parecer de otros falangistas de mejor gusto
retórico».
El parecer de Serrano era contrario a que fuese una unidad regular del
Ejército: una unidad de voluntarios falangistas era «un compromiso mucho
menos grave» frente al exterior. Fue designado jefe de la División el general
Muñoz Grandes, profalangista, que era precisamente en ese momento
gobernador militar del Campo de Gibraltar. La División fue aliviadero de algunas
jerarquías falangistas políticamente desencantadas por la marcha del régimen.
Dos nombres fueron ejemplo de ello: Enrique Sotomayor, inspirador del Frente
de Juventudes, y Dionisio Ridruejo.
De la Cierva indica que la División provocó un reavivamiento de los
entusiasmos falangistas y alivió las tensiones Ejército-Falange. El 3 de julio,
Serrano declaró: «España es beligerante moral en el conflicto germanorruso.»
Moral y material porque era una intervención armada, aunque parcial, junto a
Alemania. El intento de Hitler de atacar Gibraltar saltando por encima del
consentimiento de España era ahora más improbable: la muchedumbre que
arremetió contra la Embajada Británica lo hizo uniendo la División Azul a la
reclamación de Gibraltar. De otro lado, la invasión de Rusia suponía un nuevo
centro de gravedad estratégica, de grañidísima envergadura, que desplazaba el
del Mediterráneo.
Otro desencuentro: El 17 de julio de 1941
En el aniversario del Alzamiento, el 17 de julio de 1941, Franco pronunció
un discurso ante el Consejo Nacional. Para la redacción del texto rehusó la
colaboración de Serrano. Éste dice que por entonces estaba «un tanto
distanciado» por razones de política interna y que «apenas iba por El Pardo».
Este hecho del alejamiento -dada la importancia del acto y del discurso- del
ministro de Exteriores y presidente de la Junta Política nos indica un hito más en
la caída de Serrano. En la intervención de Franco los párrafos más significativos
fueron los siguientes: La suerte está echada [...] la destrucción del comunismo
ruso es ya de todo punto inevitable [...] la lucha entre los dos continentes es
cosa imposible [...] se ha planteado mal la guerra y los aliados la han perdido.
Serrano, que desconocía el discurso, no ocultó su desagrado. Relata que los
embajadores ingles y americano abandonaron «de manera muy ostensible la
tribuna diplomática». Y sigue. «Yo permanecía en silencio y con la cara alargada
[...] pasamos al despacho de la Presidencia de la Junta Política [...] ante sus
reproches yo me expliqué: "Creo que has hecho manifestaciones muy graves
que no son propias de un discurso del jefe del Estado [...] si fuera preciso hablar
así, por razón de su gravedad debieron hacerse por el ministro por si un día
hubiera necesidad de tragárselas, pues entonces, al ministro -yo o quien fuerase le destituía y no pasaba nada, en cambio siendo tuyas..."» (Memorias, págs.
348-349).
Apartamiento y destitución de Merino
En el contexto de un partido subordinado y distanciándose de la deseada
radicalización revolucionaria hay que situar la eliminación del delegado nacional
de sindicatos, Gerardo Salvador Merino, falangista, ex combatiente, notario y
abiertamente pronazi. Su ambiciosa propuesta de poder sindical chocaba con
las fuerzas empresariales, con la Iglesia y con el Ejército. En julio de 1941 fue
acusado de antecedentes masónicos en su juventud, por el general Saliquet,
presidente del Tribunal Especial para la Represión de la Masonería y el
Comunismo. Apartado del cargo y cesado, fue condenado a finales de octubre.
Merino era consejero nacional y vocal de la Junta Política. Fue inhabilitado y
confinado hasta 1947.
Ratificación del Pacto Anti-komintern
El 25 de noviembre de 1941, Serrano se trasladó a Berlín para ratificar el
Pacto Anti-komintern, el acuerdo político contra el comunismo inicialmente
firmado por Alemania y Japón en 1936, en entredicho por el pacto Moscú-Berlín,
y de nuevo vigente con la invasión de Rusia. El acto tuvo lugar en la Nueva
Cancillería construida por Hitler y a él acudieron todos los ministros de Asuntos
Exteriores de los países firmantes (Italia, España, Rumania, Dinamarca,
Eslovaquia, Finlandia, Bulgaria, Croacia y la China de Nankin). Llevaba el encargo
particular de Franco de visitar al mariscal Goering-la segunda personalidad del
Reich- lo que llevó a efecto descubriendo que «era campechano, simpático,
listo», pero cortante con las explicaciones dilatorias de Serrano. Goering era un
partidario decidido de la operación Félix y escéptico ante los argumentos
españoles. Tras de tres días de actos programados, Hitler recibió a los ministros
invitados, les explicó su visión optimista de la guerra, les anunció la próxima
entrada en ella de Japón y Estados Unidos y su seguridad en el triunfo. Serrano
conversó con Hitler; era la séptima vez que lo hacía -y seria la última-. Su
recuerdo de ese encuentro es el de que lo encontró tan distante, tan
desconocido y extraño como en la primera ocasión.
Recién acabada la visita a Berlín, saltaba al mundo la noticia el 7 de
diciembre: ataque japonés por sorpresa a Pearl Harbor. A la guerra se sumaban
dos nuevas potencias, Japón y Estados Unidos. El día 11, Alemania e Italia
declaraban la guerra a Estados Unidos. Las relaciones de España con el gigante
norteamericano serán más difíciles. El invierno español se agudizaba en
carencias y sufrimientos.
El ocaso de un político. 1942
El comienzo de 1942 es una continuación del desgaste de Serrano
proveniente de la crisis de mayo del año anterior. Los informes de Carrero, y de
generales como Kindelán y Varela, reprueban y son muy críticos con la situación
política y con el consiguiente desprestigio del Generalísimo y del Ejército. El
principal problema interno es la Falange. Por su proximidad cotidiana a Franco,
destacan los informes de Carrero en los que, con meridiana claridad, se reflejan
sus coordenadas ideológicas: su peculiar entendimiento de la Civilización
Cristiana de la que España es representante única en el mundo. En Carrero se
cruzan dos líneas de explicación histórica: la masonería y el judaísmo como
fuerzas del Mal. En su informe de diciembre de 1941 sostiene que la coalición
anglosajona soviética es el Mal-dice- frente a la cual el Eje es «una reacción
enérgica, pero posiblemente inspirada en un concepto material de la vida.
Nadie representa el verdadero antijudaísmo de tipo espiritual, el verdadero
concepto del Cristianismo Católico, porque indudablemente este papel está
reservado a España.» (Gonzalo Redondo, Política, Cultura y Sociedad en la
España de Franco. 1939-1975, Eunsa, pág. 445.)
En la última semana de enero de 1942 Franco recorre Cataluña:
Montserrat, Barcelona, Sabadell, Tarrasa y Lérida. En esta capital manifiesta: «He
dicho que la vida militar discurre y se apoya en las filas del Ejército y la vida civil
discurre sobre los cuadros de la Falange.» Es un viaje triunfal en el que
pronuncia discursos varios con mensajes políticos dirigidos al interior. Son
mensajes de árbitro para sus equipos y familias de colaboradores políticos,
militares, civiles y eclesiásticos. Pero el acompañante y ejecutor del viaje no es,
como otras veces, Serrano Suñer. Es José Luis de Arrese, el secretario general.
Sevilla. Un millón de españoles
Serrano sí interviene en el encuentro de Franco y Salazar el 12 de febrero
en Sevilla. Durante más de seis horas conversan en el Alcázar y pasan revista a la
situación. Sus coincidencias les llevan a pactar que España haga frente a las
presione alemanas sobre la península y que Portugal haga lo propio frente a
Inglaterra y Estados Unidos. Las conversaciones -escribe Serrano- tuvieron lugar
en el Alcázar y se prolongaron informalmente paseando por los jardines.
«Consistieron esencialmente en un cambio de impresiones.» Pero le sorprende
la personalidad del doctor Salazar del que tenía «un imagen disminuida de este
hombre como jefe de un fascismo desvaído, frió, cauteloso y modesto» y se le
revela «como uno de los políticos más depurados de nuestro tiempo» (Entre
Hendaya, pág. 349). En Sevilla, nos dirá más tarde, «es cuando se sella una
relación de simpatía muy grande entre los dos». Mantenida años después. (EI
franquismo, pág. 375.)
Tras despedir a Salazar, en una recepción militar, Franco afirma: Si
hubiera un momento de peligro, si el camino de Berlín fuera abierto, no sería
una división de soldados españoles los que allí fuesen, sino que sería un millón
de españoles los que se ofrecerían. Estas palabras, escribe De la Cierva,
restallaron como un latigazo en los observadores aliados, pero Franco las
pronunció desde el fondo del alma y como una consciente aplicación de su
teoría de las tres guerras [la anticomunista, la atlántica y la del Pacífico]» (Franco.
La Historia, pág. 536).
Informe de Carrero en mayo de 1942
El profesor Tusell recoge en su Carrero. La eminencia gris del Régimen de
Franco (Temas de Hoy, 1993, págs. 72-75) un informe elevado a Franco con
fecha de 12 de mayo de 1942. En él el subsecretario de la Presidencia de modo
rotundo le dice que «la situación política actual se ofrece a la vez confusa y
grave»; señala el desconcierto y el disgusto; junto al malestar de tipo material
está la mala organización económica; el problema se polarizaba en torno al
partido, desunido, con una «sorda lucha de grupos que se constituyen
alrededor de determinadas personas»; absorbido por una copiosa burocracia,
doblando a la organización estatal; nutrido de «no pocos indeseables». Frente al
partido se alzaba el Ejército -totalmente divorciado de él-, que era el único
capaz de hacer «cristalizar una doctrina política nacional»; Franco debía tomar dice Carrero la dirección y Presidencia de la Junta Política para «la formación de
un cuerpo de doctrina nacional que represente el espíritu del Movimiento tal
como V. E. lo siente y lo sentían todos los buenos españoles durante la lucha y
[el] estudio de las Leyes fundamentales del Estado». (No está de más el reparar
en el hecho de que el subsecretario Carrero Blanco es militar, un marino de
Estado Mayor, un cualificado representante de las opiniones existentes en las
Fuerzas Armadas.)
Último viaje a Italia de Serrano
En junio de 1942, Serrano hizo un viaje a la Italia de Mussolini, invitado
por el conde Galeazzo Ciano. Estaba cansado por la disidencia interna, era muy
consciente de su declive político y anhelaba un asueto privado en tierra amiga y
con gentes amigas. El viaje no tenía ninguna agenda oficial. Ciano lo alojaría en
su casa de Livorno pero Mussolini decidió que se instalara en Roma, en Villa
Madama, porque quería charlar con él. Y así se hizo. Pero Serrano se encontró
con un Ciano cambiado, muy crítico con Mussolini. En Roma, Serrano y el Duce
tuvieron varios encuentros sobre la situación general. Antes de regresar, Ciano
le transmitió el deseo del rey Víctor Manuel de recibirlo en su finca privada de
San Rossone, en donde en compañía de Ciano dialogaron y pasearon.
Regresados a Roma, Serrano le confesó a Ciano su sorpresa por el cambio de
actitud en él observado sobre Mussolini y el rey. Con su singular desparpajo,
Ciano le informó que era el rey quien daba y quitaba el poder. Serrano no
encontró la Italia que esperaba, también allí hacía crisis la política interna. En
víspera de su vuelta, es recibido por Pío XII en una audiencia de gran
cordialidad. El 29 de junio estaba en España con la congoja de haber captado el
viraje en la lealtad de Ciano hacia Mussolini (cfr. Entre Hendaya, cap. XV).
Julio de 1942. Denuncia de Ridruejo a Franco
La vuelta a España le encara con la realidad de un clima adverso dentro
de la Falange de Arrese y, sobre todo, con un Franco distanciado y poco
propicio a contar con él. La devaluación de Serrano afecta a sus seguidores, al
antiguo equipo de colaboradores de Salamanca y Burgos, a sus hombres de
confianza; están en situación decepcionada. Dionisio Ridruejo -su principal
confidente y amigo, vuelto de luchar en Rusia con la División- se siente
moralmente lejos del aparato oficial. «El papel de Serrano -que con todos sus
defectos era un político de casta y parecía pretender una constitucionalización
seria del Estado y una autonomía real del poder civil- bajaba, no porque sus
ideas internacionales fueran éstas o las otras, sino porque se permitía la libertad
de poner en duda las dotes mesiánicas del jefe y no era bastante flexible para lo
que el complejo mestizaje de la situación exigía. Subía, en cambio, el papel del
secretario general-Arrese- no porque éste representase lo autentico, sino
porque parecía el más incondicional de los hombres.» (Casi unas, pág. 236.)
En Dionisio Ridruejo se evidencia el sentimiento de la minoría falangista
desengañada. Éste se había alistado en la División Azul y el 14 de julio de 1941
salió de Madrid en la segunda expedición de voluntarios. Desde agosto de 1941
a abril de 1942, Ridruejo estuvo destinado en Posad y en Nowgorod -salvo el
mes de enero, hospitalizado en Berlín-. El 22 de abril llegó enfermo a Barajas,
donde le recibieron, además de sus familiares, Serrano Suñer y Pilar Primo de
Rivera.
El 7 de julio de 1942 Ridruejo escribió una larga carta a Franco. Es
consecuencia de una entrevista que había tenido con él y de la que Ridruejo
salió defraudado por lo que, huyendo de la hipocresía, le escribe con sinceridad
respetuosa pero enérgica. Le cuenta su choque con la realidad agria con la que
se ha encontrado. Para un falangista sincero ya no hay esperanza. «El dictador
no puede ser un árbitro sobre fuerzas que se contradicen, sino el jefe de la fuerza
que encarna la revolución [...] ese movimiento debe poseer íntegramente el
poder con todos sus resortes [al servicio] de una empresa capaz de crear para
ese pueblo mejores formas de vida y un ideal colectivo proporcionado a su
vitalidad [...]. La realidad es casi absolutamente opuesta a este esquema [...]. El
resultado es catastrófico.» Denuncia la «terrible realidad del Régimen» y que La
Falange es simplemente la etiqueta externa de una enorme simulación que a
nadie engaña. Hacia el final, recurre a la ironía mordaz: « ¿Piensa V. E. qué
desgracia mayor podría yo tener, por ejemplo, que la de ser fusilado en el
mismo muro que el general Varela, el coronel Galarza, don Esteban Bilbao y el
señor Ibáñez Martín?» (Casi unas, págs. 236-240. La cursiva es nuestra.)
La ley de Cortes
«El proyecto de Cortes se elaboró en un momento en que mis relaciones
con Franco eran escasas e incómodas [...] de una cosa tan importante como ésa,
a mí no me hablaron para nada» (El franquismo, pág. 262). La ley de Cortes de
17 de julio de 1942 -luego ley Fundamental- tuvo como inspiradores materiales
-junto a Franco- al falangista Arrese y al tradicionalista Esteban Bilbao. Cuando
Franco le pidió opinión a Serrano, a las puertas de un Consejo de Ministros, éste
le denuncia la falta de una exposición de motivos. «Entonces Franco me dijo
que redactara yo el preámbulo, lo que hice mientras se celebraba el Consejo de
Ministros [...] había otro problema grave [...] no habían sabido encontrar un
nombre para designar a las futuros representantes políticos de la nación [...] no
querían emplear la palabra "diputado" [...] los llamaban simplemente "miembros
de las Cortes" [...]. Yo dije entonces [...] vamos a ponerles, pues, el nombre de
"procuradores en Cortes" [...] las Cortes fueron un acto de autenticidad
aparencial, como fue aparencial el Consejo Nacional del Movimiento, que no
tenía función real.» (El franquismo, pág.263.)
La bomba de Begoña
Las tensiones internas entre falangistas y carlistas afloraron con estrépito
en agosto de 1942. Más profundas eran todavía las tensiones dentro del
Gobierno en el que Serrano ya no tiene la cuota de poder de tiempos atrás. Los
ministros enemigos de Serrano son Arrese -secretario general del partido- y
Varela -ministro del Ejército-. Y la figura clave, Luis Carrero, subsecretario de la
Presidencia desde mayo de 1941.
El domingo 16 de agosto, se celebraba un acto religioso en el santuario
de Nuestra Señora de Begoña de Bilbao en memoria de los carlistas caídos en la
Guerra Civil. Era una concentración de afirmación carlista y de manifiesta
oposición a la Falange. Presidía el general Varela, ministro del Ejército. Cuando
los asistentes salían de la ceremonia, en el atrio, chocaron con un inesperado
grupo de seis falangistas. Entre gritos de «Viva el Rey», se produjo un confuso
altercado en el que uno de los falangistas lanzó una bomba de mano hiriendo a
varios carlistas. Varela -que salió indemne del atentado- informó
inmediatamente a Franco, que se encontraba veraneando en Galicia con Arrese
de invitado. Después Varela, sin permiso de Franco, envió una circular a los
capitanes generales interpretando el incidente como una agresión contra el
Ejército, como un intento de asesinato. El coronel Galarza, ministro de la
Gobernación, le secundó alertando a los gobernadores. Los informes decían que
Domínguez era un agente del espionaje británico.
En cuarenta y ocho horas, un consejo sumarísimo condenó a muerte a los
falangistas Juan José Domínguez Muñoz y Hernando Calleja. Compañeros
falangistas de Domínguez, como Narciso Perales, intervinieron para impedir la
ejecución. Se movilizó el aparato del partido. Requerido Serrano, habló
personalmente con Franco dos veces. Fue inútil. Domínguez fue ejecutado el 2
de septiembre. Calleja fue indultado por ser mutilado de guerra.
Las cartas de Dionisio Ridruejo. La ruptura
El atentado de Begoña abrió la crisis interna que venia gestándose desde
la primavera de 1941. El 29 de agosto de 1942, horas antes de la ejecución de
Domínguez, y en víspera del cese de Serrano Suñer, Dionisio Ridruejo escribió
una carta a éste, para que por su conducto le manifieste a S. E. el jefe nacional
«mi deseo, mi voluntad irrevocable, de ser separado de los cargos que me
confirió en el Consejo Nacional y en la Junta Política». La Falange había sido la
unificadora de las fuerzas «que bajo un aglutinante negativo habían coincidido
en el Alzamiento»; aceptó el caudillaje de Franco: «Hemos servido a Franco
hasta el suicidio [...] ¿se ha decidido Franco de verdad a ser nuestro jefe? Yo lo
dudo [...]. Él es el dueño del Estado pero la Falange no informa ese Estado [...]
son las eternas fuerzas de reacción las que mandan [...] la Falange, mandada repito- por ineptos notorios, no puede contener la violencia de los suyos frente
a ciertas provocaciones [...] prefiero estarme fuera, libre para acudir -porque de
la Falange "esencial" no me voy- a otras convocatorias más claras si llega el caso
de que alguna vez se produzcan.» (Memorias, págs. 367-370.)
El 2 de septiembre, con la salida de Serrano, Ridruejo dirigió a Arrese
reproduciendo la petición que había hecho de ser relevado de sus cargos. El 15
de octubre, la policía detuvo a Dionisio Ridruejo y le condujo a Ronda, en donde
fue confinado. Por esas fechas la Wehrmacht había llegado al Volga, al norte de
Stalingrado.
El cese de Serrano. 3 de septiembre de 1942
La caída de Serrano fue consecuencia exclusiva de razones internas. El
papel capital de Carrero en la crisis de septiembre lo detalla puntualmente
Laureano López Rodó, acaso -posteriormente- el más intimo colaborador del
entonces subsecretario, y luego ministro subsecretario, vicepresidente y
presidente del Gobierno. En La larga marcha hacia la Monarquía relata los
hechos. Franco regresa a El Pardo. «Carrero -dice López Rodó- está con él. El 3
de septiembre el cambio de Gobierno está prácticamente resuelto, aunque con
dificultades. Al monárquico Valentín Galarza es sencillo sustituirle en
Gobernación: iría Pérez González. Sin embargo, la sustitución del también
monárquico general Varela, ministro del Ejército, crea problemas. Franco ofrece
el cargo al general Carlos Asensio Cabanillas, jefe del Estado Mayor Central, que
rehúsa [...]. En vista de ello Carrero sugiere a Franco que no consulte el
nombramiento, sino que lo considere como un destino militar. Así lo hace Franco
nombrando al general Asensio, quien no pudo ya sino aceptar. Con esta
solución en el Ejército, Franco se daba por satisfecho y se disponía a "cerrar la
crisis". Sin embargo, Carrero le indica que a su juicio es necesario el relevo de otro
ministro, el de Asuntos Exteriores, Serrano Suñer, que por su condición de
presidente de la Junta Política era la persona más destacada del partido. Carrero
argumentó una teoría de compensaciones, de equilibrio, para añadir, según él
mismo me refirió: "No puede haber ni vencedores ni vencidos. Si después de lo
ocurrido no sale del Gobierno Serrano Suñer, los españoles dirán que quien
manda en este país es él y no Vuestra Excelencia." Franco reaccionó en el acto:
cayó Serrano Suñer y él asumió personalmente la Presidencia de la Junta Política,
tal como le había recomendado Carrero en su informe del mes de mayo anterior;
de otra parte nombró ministro de Asuntos Exteriores al general Francisco
Gómez-Jordana.» (Págs. 29-30, la cursiva es nuestra.)
En sus Memorias, Serrano cuenta en el capitulo XVII su caída. Como
gustoso y buen conocedor del lenguaje su narración del suceso está llena de
riqueza interpretativa. Afirma rotundamente que su salida no se debió a
discrepancia alguna con Franco en política exterior, que fueron motivos de
política interna. Cuando Franco lo convocó a El Pardo, le habló nervioso y con
rodeos: «Al fin concretó: Con todo esto que ha ocurrido te voy a sustituir.»
Serrano dice que le recordó las veces que le había expuesto su deseo de salir
del Gobierno y su dolor porque no hubieran hablado con claridad. Antes de
marcharse le dijo: «Desearía, para tu propio bien y el del país, que instalaras
firmemente en tu cabeza la idea de que la lealtad específica de un consejero, de
un ministro, no es la incondicionalidad sino la lealtad crítica.» (La cursiva es
nuestra.)
Serrano había sido ministro de Franco desde el 29 de noviembre de 1938
hasta el 2 de septiembre de 1942, cuatro años y ocho meses. «Me marché. Salí
del Gobierno el día 2 de septiembre de 1942, me distancié con dignidad de la
política, me desentendí del poder, no así de las preocupaciones por los
problemas de España, y me dediqué a ejercer, con exigencia y prestigio, mi
profesión de jurista, esto es, a cultivar los valores que están ínsitos en el
Derecho: la Justicia, la seguridad jurídica.»
En ese mismo mes de septiembre, con fecha del día 28, Carrero en un
informe manuscrito le dice a Franco: «Es evidente también que V E. ha podido
coronarse Rey de España y, desde mi punto de vista personal, creo que marca
más clara la designación providencial del rey tradicional como en el caso de V.
E., pero V. E. no ha querido tal cosa.» (L. López Rodó, op. cit., pág. 32. La cursiva
es nuestra.)
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