LA VIDA SACRAMENTAL - Discípulas de Jesús

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LA VIDA SACRAMENTAL
“Diariamente participemos de la Eucaristía, conscientes de
que ese es el momento culmen de nuestro día, en el cual
unidas a Cristo, nos ofrecemos al Padre y ofrecemos
también todos nuestros trabajos y afanes por la salvación
del mundo”. (CONSTITUCIONES)
LA NECESIDAD DE UNA VIDA EUCARISTÍCA
La vida cristiana se determina por la inserción o unión de
nuestras vidas en Cristo Jesús, nuestro Señor y Salvador.
Una manera muy directa de permanecer en Él, es en la
unión sacramental con su cuerpo y su sangre: en la
Sagrada Eucaristía.
ALIMENTARNOS PARA FORTALECERNOS
En la Palabra de Dios se nos narra en el libro de 2 Re
19,1-8 cómo el profeta Elías, en un momento de prueba y
tribulación cae desfallecido, con desánimo y desaliento
por la dificultad de la prueba. Como respuesta a su clamor
Dios manda un ángel que le invita a comer del alimento
que Dios le envía, para que pueda llegar al final de su
destino. “levántate, come y bebe, que te queda mucho
por recorrer” (v.7) y la Palabra de Dios menciona que con
la fuerza de ese alimento caminó día y noche durante
cuarenta días hasta llegar al Horeb, el monte de Dios.
En este pasaje se nos relata la importancia de
alimentarnos con el pan que Dios nos envía y el objetivo
de Dios al dárnoslo. Sabemos que todo en el Antiguo
Testamento es figura de Cristo. Este alimento que da la
fuerza para seguir hasta que lleguemos a la casa de Dios
es sin duda, Jesús mismo. Jesús nos dijo: “Yo soy el pan de
vida, el que venga a mí no tendrá hambre, el que venga a
mí no tendrá nunca sed” (Jn 6,35); Jesús se nos presenta
como el alimento que nos trae la vida, debemos
alimentarnos de Él con una plena conciencia de unirnos,
de ser alimentados de su gracia, de su amor, de su paz, de
su salud, de su vida, etc. alimentarnos en Él de todo lo
que nos haga falta, conscientes que nos queda mucho por
recorrer.
Cuántos de nosotros no desfallecemos ante las luchas, las
dificultades de la vida, por estar débiles, por carecer de la
fuerza de este alimento. La comunión para nosotros debe
ser un unirnos profundamente a Él, dejar que, como decía
Sta. Teresa: “quiero que abraces mi basura”.
ALIMENTARNOS PARA MANTENERNOS UNIDOS A ÉL,
PARA PERMANECER Y PERSEVERAR EN LA FE.
El otro sentido de alimentarnos de Jesús Eucaristía es
para permanecer unidos a Él, como Él mismo dijo: “Yo Soy
el Pan vivo que mi Padre les da, el que come de este Pan
tiene vida eterna. El que come mi carne y bebe mi sangre
permanece en mí y Yo en él”. (Jn 6, 51-56)
La vida cristiana no es para vivirse de emociones y
sentimientos, sino que tenemos que avanzar en fe,
respondiendo lo mejor que podamos al llamado del
Señor: “Busca primero el Reino de Dios y todo lo demás
se te dará por añadidura” (Mt 6,33).
Permanecer en Él, como el sarmiento a la vid:
“Permaneced en mí, como yo en vosotros. Lo mismo que
el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no
permanece en la vid, así también vosotros si no
permanecéis en mí” (Jn 15,4). Sólo unidos a Cristo
podremos perseverar en la vida de fe.
Necesitamos hacer de la Eucaristía nuestro alimento de
vida para permanecer en su amor, en su gracia, en su
voluntad, para resistir la prueba, para fortalecernos en la
lucha contra el pecado.
UNIRNOS A ÉL PARA CRISTIFICARNOS
Es decir, para ser como Él. San Pablo dirá: “Ya no vivo yo,
es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,20). Sólo en la unión con
Cristo, apropiándonos de sus pensamientos, de sus
sentimientos, de su voluntad, podemos irnos
transformando en Él. Éste es el objetivo final de todo
discípulo: ser como su Maestro.
Es en la comunión donde nos hacemos uno con Él, donde
alcanzamos un sólo corazón, una sola mente; buscando
tener sus mismos deseos, sus anhelos, sus pasiones, sus
amores, su voluntad, sus sentimientos y ésto nos irá
configurando con Él.
Es importante pues que no relativicemos nuestra vida
eucarística, sino que como verdaderos discípulos de
Jesucristo, saquemos de la Eucaristía la fuerza para toda
nuestra vida, para nuestro apostolado, para nuestra
misión, para evangelizar, etc.
Nadie en el combate espiritual puede verdaderamente
salir victorioso si no es un hombre o mujer de vida
eucarística. Hagamos caso al mandato del Señor, como
Elías: “Levántate”. Levántate de toda comodidad o apatía
y vé a comulgar, vé a disfrutar del banquete del Señor
preparado para ti desde el principio de los siglos,
levántate y come y no busques ser saciado con otros
medios, otras personas, no busques alimentarte de las
cosas vanas y pasajeras que no te darán la verdadera vida.
Recuerda cómo dijo el ángel al profeta Elías: “Te queda
mucho por recorrer”.
LA CONFESIÓN
“Cultivaremos el espíritu de penitencia, de mortificación y
de continua conversión a Dios, practicaremos diariamente
el examen de conciencia, recurriremos con frecuencia y
libremente al Sacramento de la Reconciliación”.
(CONSTITUCIONES)
LA NECESIDAD DE LA CONFESIÓN
EN NUESTRAS VIDAS
Dios es Santo y nos invita a que nosotros abracemos su
santidad: “Sean santos como yo el Señor su Dios soy
Santo” (Lev 19,12). “Sean perfectos como vuestro Padre
del cielo es perfecto” (Mt 7,48).
Este llamado exige para nosotros una vida de continua
conversión, un luchar de manera constante por dejar el
pecado en nuestras vidas, ya que siendo lo único que nos
separa de Dios, hemos de buscar de manera continua
vernos librados de él y permanecer en una vida de gracia,
pues: “Si reconocemos nuestros pecados delante de Dios,
Él es fiel y justo para perdonarnos y purificarnos de toda
maldad” (1 Jn 1,9).
La conciencia de esta realidad debe movernos sin duda a
fomentar una actitud de continua conversión. La práctica
del examen de conciencia se vuelve para nosotros un
medio muy útil para purificarnos de nuestras faltas.
En esta lucha por crecer en el conocimiento personal de
nosotros mismos, de nuestras debilidades, de nuestros
pecados, de crear una conciencia sensible que busque la
verdadera conversión, una vida de virtud, de renuncia al
pecado. Que podamos decir como el salmista: “Pues yo
reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado.
Contra ti, contra ti sólo pequé Señor, cometí la maldad
que aborreces”. (Sal 51,5-6).
Como el hijo pródigo, requerimos caer en cuenta de
nuestro pecado (Lc 15,17), cuán importante entrar en
nosotros y descubrir la raíz de nuestros pecados.
Necesitamos dirigirnos con la humildad del que reconoce
su falta y no merece la bondad divina. Hacer la confesión
humilde de nuestras faltas con sinceridad y sin
justificaciones, “Padre he pecado contra el cielo y ante ti.
Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a
uno de tus jornaleros” (Lc 15, 18-19).
La confesión es un sacramento que manifiesta el amor
misericordioso de Dios, del amor incondicional, que no
nos pide ser buenos para amarnos, que comprende
nuestra debilidad y nos perdona.
La inmensa gratitud con la que hemos de reparar nuestra
falta con el ejercicio de la penitencia impuesta, que
siempre será por fuerte que sea, tan poca cosa para
reparar la magnitud de nuestra falta. Recordemos que:
“duele más la falta de un hijo, que la de un siervo”.
Es muy importante salir con la convicción de enmendar
las faltas, de trabajar sobre la raíz de nuestros pecados,
de combatir nuestro defecto dominante. De luchar por no
volver a caer. Esta es una manera que manifiesta nuestro
verdadero deseo de cambiar, de manifestar nuestro
verdadero arrepentimiento.
Hay que plantearnos propósitos prácticos que nos ayuden
a superar las debilidades en que frecuentemente caemos.
Llevar un plan de vida donde diariamente trabajemos
estas actitudes y perseverar hasta alcanzar la virtud
contraria, Dios verá con alegría nuestros esfuerzos y nos
bendecirá con su gracia para alcanzarlos.
Salir de la confesión con una actitud de esperanza, de fe
en la gracia de Dios, de ánimo por trabajar la virtud, con
deseo de reparar nuestras faltas con actos de amor a Dios
que nos lleven a fortalecer nuestra amistad con Él. De
esta manera nuestras debilidades y pecados serán motivo
de crecimiento y de unión con Dios y no de separación de
Él.
La confesión es un sacramento indispensable en nuestra
vida espiritual, la gracia sacramental que recibimos nos
fortalece para ya no caer con la misma facilidad en el
pecado. El trabajo consciente sobre el crecimiento de
nuestros defectos y pecados nos llevará a crecer en
actitudes de santidad. Como decía San Francisco de Sales:
“Si trabajamos un defecto por año, pronto seremos
santos”. Así que ¡comencemos a trabajar!
¡DAD GLORIA AL SEÑOR!
¡AHORA Y POR SIEMPRE!
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