Bienvenidos a bordo

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Bienvenidos a bordo
Señor inversionista, ¿busca usted indicadores que le den una pista sobre el futuro
económico? Siga entonces la demografía. Esto parece indicar una investigación que
publicará Diane J. Macunovich en el Journal of Population Economicsi. Incrementos en
el grupo de edad 15-24 años tienen un fuerte impacto positivo en el crecimiento del PBI
per cápita (¡y al revés!). A esta conclusión llegó el investigador después de estudiar
datos de 155 países desde 1960 hasta la actualidad.
Cambios drásticos se constataron en la participación de las edades de 15 a 24 años en la
población total en el último medio siglo: en el 80% de los casos coincide con una
disminución de la tasa de crecimiento del PBI. Este parece ser el rasgo característico en
las cuatro crisis económicas desde 1980 (incluida la crisis Tequila y la Asiática) y
también en la “década perdida” de Japón. El efecto es aún más pronunciado en la crisis
que comenzó en 2008. La causalidad no puede haber sido desde la economía a la
demografía porque se trata de adolescentes ya nacidos 15 años atrás. Y también está
descontada la migración por causas económicas.
El argumento gira en la idea de que una parte importante del crecimiento de la demanda
en la economía proviene de formación de nuevos hogares: aumenta la demanda de
bienes duraderos de vivienda y de consumo, como automóviles, heladeras, muebles, etc.
Entonces, si hay crecimiento en este segmento joven de la población, es bastante
probable un futuro crecimiento global del consumo (y al revés). Menor número de
jóvenes significa menor demanda futura de bienes y por ende augura un futuro
enlentecimiento de la economía (y futuro enlentecimiento económico significa más
pesimismo empresarial hoy). Por ejemplo, en un estudio anterior, Macunovichii muestra
que el Baby Boom que experimentó Estados Unidos culminó en importantes cambios en
la demanda de bienes en la segunda mitad del siglo XX cuando esos nuevos niños
pasaron a ser jóvenes y comenzaron a formar nuevos hogares.
Así, cambios en la demografía pueden ser una llamada de atención: es una regularidad
empírica que resulta ser un buen termómetro de acontecimientos futuros. Esto es lo que
muestran la crisis de principios de los ’80, la crisis Tequila de los tempranos ’90, la
crisis Asiática 1996-98, la “década perdida” de Japón y la reciente 2008-09.
Los datos de Uruguay muestran estancamiento en la participación de los jóvenes de 1529 años en la población total. Y el argumento de que preferimos optar por la calidad en
lugar de la cantidad (de jóvenes) no parece tener asidero en los datos. En una reciente
investigacióniii, Angrist, Levy y Schlosser, muestran –utilizando una variedad de
instrumentos- que no hay evidencia empírica de que menos hijos signifiquen mejores
hijos.
Desde la niebla de los tiempos ha preocupado a los científicos el efecto del tamaño de la
familia sobre la economía. Se podría pensar que si, en promedio, las familias tienen
menos adolescentes a su cargo, pueden invertir más en cada uno de ellos y así mejorar
el capital humano de cada uno y su bienestar. Es la asociación negativa que parece
haber, a primera vista, entre tamaño de la familia y resultados académicos, por ejemplo.
Pero el problema de esa teoría radica en la gran cantidad de variables que afectan tanto
al tamaño de la familia como a los resultados académicos al mismo tiempo, es decir,
variables que confunden a los observadores. Y el problema se acentúa porque, aunque
muchas de esas variables se pueden medir y controlar (el ingreso de la familia, la
educación de los padres, el barrio en el que vive, etc.) otras son inobservables (si son
padres responsables, si están comprometidos con la educación de sus hijos, etc.). En
definitiva, observando a simple vista número de hijos y desempeño escolar de esos hijos
no se puede saber a ciencia cierta cuál es el efecto puro (descontando todos las otras
variables) del tamaño de la familia sobre los logros académicos de los hijos.
Angrist, Levy y Schlosser se proponen resolver el problema usando varios
instrumentos: entre ellos una encuesta para más de 90 mil personas en Israel (Censos
1983 y 1995) que contiene datos sobre familias cuyos dos primeros hijos son del mismo
sexo (y deciden tener uno más buscando un “mix”) e información de gemelos (un
aumento de familia inesperado al momento de la concepción, no correlacionado con
otras variables). Así, Angrist, Levy y Schlosser muestran que un niño más en la familia
no tiene efectos negativos sobre los años de educación alcanzados, sobre la asistencia
escolar, sobre las horas trabajadas, tener empleo o el nivel futuro de ingresos. Al mismo
resultado llega Marc Frenetteiv en una reciente investigación con datos de 20 mil
personas en Canadá: más hijos no implica peores hijos. Frenette señala algunas posibles
explicaciones sobre esta aparente paradoja. Una de esas explicaciones es que las
familias numerosas pueden tener menos computadoras, libros, etc. por cabeza pero esto
no tendría ningún impacto en los niños (comparten esos bienes, etc.). Otra posible razón
es que familias de mayor tamaño pueden tener ahorros en sus costos (cocinar para 4 es
más barato per cápita que cocinar para 1; obtienen descuentos en los gastos en
educación por ser varios hermanos; comparten atención de los padres, juguetes, ropa,
etc.). Una explicación adicional que sugiere Frenette es que quizá un niño mejore al
tener unos hermanos mayores porque obtiene más información externa o se quiere
parecer a sus hermanos; y un hermano mayor puede mejorar por el incentivo de ser
ejemplo para sus hermanos menores o porque se obliga a repasar conocimientos al
ayudar a sus hermanos con los deberes escolares. O quizá tener más hermanos hace
posible que un niño tenga más contactos sociales para sus futuros trabajos (los amigos
de sus hermanos) o que adquiera responsabilidades pronto en casa de tal manera que
madure más rápido.
Brooke, un condado de Virginia del Norte en Estados Unidos, carga con una triste
distinción: nacen 71 niños por cada 100 personas que fallecen. En el bachillerato de
Brooke estudian hoy la mitad de alumnos respecto a cuando se abrió en 1969, el párroco
de la Iglesia cercana ofició 15 entierros y un solo bautismo en el último año, y el
departamento de bomberos tiene tan pocos voluntarios que vienen de otros condados a
ayudarv.
En fin, parecería que inyectar un poco más de dinamismo en la demografía aportaría a
nuestro país. No tengamos miedo: si algunos quieren sumar (o sumarse) a la población,
bienvenidos a bordo.
Alejandro Cid
Datos de Uruguay, Fuente: INE
Porcentaje de la población en los Censos según grupo de edades.
Grupo de
Edades
1908
1963
1975
1985
1996
0 a 14 años
41.0
28.2
27.0
26.7
25.1
2000
(preliminar)
24.8
15 a 29 años 30.1
30 a 64 años
65 o más años
total
22.8
22.5
22.7
22.9
22.7
26.3
2.5
41.4
7.6
40.7
9.8
39.4
11.2
39.3
12.8
39.3
13.2
100.0
100.0
100.0
100.0
100.0
100.0
Journal of Population Economics (2011), “The role of demographics in precipitating
economic downturns”. Diane J. Macunovich.
i
Springer, Dordrecht (2007). “Effects of changing age structure and intergenerational
transfers on patterns of consumption and saving”. In: Gauthier A., Chu C., Tuljapurkar
S. (ed) Allocating public and private resources across generations. Springer, Dordrecht,
p. 243–277. Diane J. Macunovich
ii
iii
Journal of Labour Economics (2010). “Multiple experiments for the causal link between the
quantity and quality of Children”. Joshua Angrist, Victor Lavy y Analía Schlosser
Review of Economics of the Household (2010). “Why do larger families reduce
parental investments in child quality, but not child quality per se?” Marc Frenette.
iv
The New York Times. “With death outpacing birth, a county slows to a shuffle”
Sabrina Tavernise y Robert Gebeloff, 6 de mayo de 2011.
v
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