NOTA DE TAPA >> GEORGE W. BUSH

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NOTA DE TAPA >> GEORGE W. BUSH
EL SEÑOR
DE LA GUERRA
A pocos días de su término, un análisis sobre el legado de la presidencia del líder más
conflictivo en la historia norteamericana. La herencia de un mandatario cuya era empezó
a la sombra del fraude y deja al mundo hundido en la violencia. Por Alejandra Conti
E
n las elecciones presidenciales estadounidenses de
noviembre del 2000, Al
Gore obtuvo la mayor cantidad de votos, 50.999.897,
contra 50.456.002 de su rival republicano, George W. Bush. Pero un recuento
en Florida y la intervención de la Corte
Suprema de Justicia dieron vuelta el
resultado en el Colegio Electoral. La más
polémica elección de la historia estadounidense envió así a la Casa Blanca a lo
que entonces se consideró “un presidente accidental”.
El 20 de enero de 2001, día de la
asunción de Bush, nada hacía prever lo
que vendría. A lo sumo se auguraba una
presidencia gris, propia de un político sin
lustre, como había demostrado ser el hasta entonces gobernador de Texas. Daba la
impresión de que el retoño de George H.
Bush no tenía más mérito que su cuna y
apellido para haber llegado hasta allí.
Peter Hakim, presidente de Diálogo
Interamericano, una influyente ONG
basada en Washington que propicia una
mejor relación entre los Estados Unidos
y América latina, recuerda su percepción.
“En ese momento no tenía grandes expectativas. Su desempeño durante la campaña
me había dejado la sensación de que el nuevo presidente no era particularmente inteligente, que no tenía una visión amplia de los
Estados Unidos y que no era un político muy
preparado. Su habilidad para conectar con
la gente común, a un nivel personal, era su
punto fuerte. En ese momento yo esperaba
que su declamado interés en América latina
20 RUMBOS
George W.
Bush sale del
Salón Oval
y recorre los
jardines de la
Casa Blanca, en
Washington.
En enero de
2009 se retirará
del poder luego
de cumplir,
con dos
presidencias
consecutivas,
ocho años
al frente de
la potencia
mundial.
y su espíritu compasivo fueran genuinos.
Pero no fue el caso.”
Mark Jones, profesor de Ciencia Política en la Universidad Rice, en Texas,
tenía una opinión levemente diferente,
y fue sorprendido en su buena fe. “Parecía un tipo pragmático, flexible, partidario
de consensuar con los demócratas. Como
gobernador aquí, en Texas, se había caracterizado por buscar alianzas y acuerdos con
el partido rival. Y como administrador, cuidaba el presupuesto, no gastaba demasiado
y buscaba el superávit. Estaba aliado con
la derecha cristiana, que los republicanos
necesitan para ser elegidos, pero no parecía
tan dependiente de ella. Además, tenía muy
buena relación con los latinos, al contrario de
los republicanos en California y otros estados
en los que se habían hecho propuestas antiinmigratorias, cosa que él no hizo en Texas.
También declaraba su interés en tener buenas relaciones con América latina.”
Todo apuntaba a que la gestión de
Bush se centraría en la política interna,
particularmente en lo económico. “Su
gobierno comenzó mal porque fue producto
de una elección muy cuestionada y definida
por la Corte Suprema: arrancó con un déficit de credibilidad como nunca había ocurrido en el último siglo –dice Daniel Zovatto,
politólogo cordobés y director regional
para América latina de IDEA Internacional–. Parecía que sería un gobierno de transición, hasta el regreso de los demócratas.
En lo económico, Clinton le había dejado un
buen superávit, que se podría haber mantenido. Pero llegó el 11 de septiembre y todo
cambió radicalmente.”
Antes y deSpués
Ese día se produjo el peor atentado
terrorista de la historia; un desafío a la
primera potencia del mundo. ¿Cómo
respondería este personaje que casi no
había viajado al extranjero, que no leía
mucho y del que los medios en general,
y la televisión en particular, se burlaban
impiadosamente?
Mientras los norteamericanos hacían el
duelo por los tres mil muertos del 11-S,
Bush y sus asesores preparaban una respuesta contundente: llevarían el país a
la guerra. Las decisiones que se tomaran
debían unir a la opinión pública detrás de
la figura presidencial y preparar el espíritu colectivo para una experiencia bélica
inédita, contra un enemigo invisible y sin
un frente geográficamente localizado.
La inteligencia norteamericana determinó que los autores de los ataques fueron miembros de Al Qaeda, una organización dirigida por el millonario saudita
Osama bin Laden (alguna vez colaborador de la CIA), quien probablemente se
había refugiado en Afganistán.
La guerra contra el terrorismo
A fines de 2001, los Estados Unidos, respaldados por una alianza de naciones y
con la aprobación de la ONU, invadieron
« Clinton le dejó un buen
superávit, pero con el 11-S
todo cambió » Zovatto
RUMBOS 21
afp
george w. bush > el señor de l a guerra
El costo humano
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infografía: fernando san martin
22 RUMBOS
Afganistán en el marco de la operación
Libertad Duradera. El objetivo era capturar a Bin Laden, ocultado por los talibanes, y desactivar Al Qaeda.
Así empezó la llamada “Guerra contra el Terrorismo”, que pronto se reveló
como una modalidad bélica que utiliza
tácticas y métodos del terrorismo de Estado, justificada por la supuesta imposibilidad de combatir a la insurgencia por
otros métodos. El “ataque preventivo”,
otra creación doctrinaria de Bush y contraria al derecho internacional, se justificaba para anular un potencial ataque.
En este marco, el gobierno norteamericano hizo acuerdos con países cuestionados por violaciones a los derechos
humanos con el objetivo de trasladar a
su territorio, en secreto, sospechosos de
actos terroristas para ser interrogados.
El gobierno de Bush construyó en
Guantánamo (Cuba) una cárcel en la
que sólo rige el derecho militar estadounidense, los presos (detenidos en cualquier parte del mundo y considerados
prisioneros de guerra) no pueden elegir a
sus abogados ni recibir visitas, ni acudir
a los consulados de sus países. Un verdadero limbo judicial que el Gobierno
sostuvo contra las críticas para evitar su
desmantelamiento. La verdad sobre las
violaciones a los derechos humanos en la
“Guerra contra el Terrorismo” pronto se
supo, pero la respuesta oficial fue negar
todo, o argumentar que en contiendas
así los excesos son inevitables.
Prueba de liderazgo
Los medios estadounidenses pasaron de
burlarse de Bush al “patrioterismo” y al
apoyo incondicional a su “comandante
en jefe”. No se podía opinar en contra
de la invasión a Afganistán, uno de los
países más pobres del mundo, ni de la
complicidad previa de diferentes gobiernos de los Estados Unidos con los talibanes. Se corría el riesgo de ser acusado
de “poco estadounidense”. Hubo escasas
voces internas en contra de la guerra. Los
que se animaron a hablar fueron repudiados y expuestos a la condena social.
La “Guerra contra el Terrorismo” condicionó parte de las iniciativas legales del
Ejecutivo aprobadas por el Congreso
norteamericano. Entre las leyes que se
aprobaron en el marco de la nueva realidad bélica, varias implicaban flagrantes
retrocesos en los derechos civiles, tan
costosamente adquiridos. Particularmente, la Ley Patriótica, que permite al
Gobierno vigilar sin orden judicial las
comunicaciones privadas de personas
dentro de los Estados Unidos, así como
sus registros médicos y financieros. También permite el accionar discrecional de
las autoridades de inmigración para detener y deportar a extranjeros sospechosos
de actividades terroristas. En este caso,
las detenciones pueden ser por tiempo
indefinido. La norma también permite
allanar y registrar viviendas particulares
sin permiso de sus dueños.
Desde sectores opositores a Bush se
interpretó que las leyes referidas a la
seguridad estaban destinadas a acallar
Teorías conspirativas
y nuevos malos
Inmediatamente después del 11-S
llovieron y se multiplicaron las
teorías conspirativas: que los ataques
a las Torres Gemelas fueron un
autoatentado, que el avión que cayó
en el Pentágono nunca existió, o que
fue un misil. Que el avión que cayó
en Pittsburg y que supuestamente se
dirigía a la Casa Blanca fue derribado
por orden del Pentágono. Que sí hubo
ataques, pero que fueron provocados
por el lobby del petróleo, al que la
familia Bush pertenece, para poder
adueñarse de los yacimientos de
Medio Oriente.
La confirmación de que los atacantes
eran musulmanes liberó una onda
expansiva de islamofobia. Los
musulmanes que viven en los Estados
Unidos se vieron obligados a dar
profesión de fe norteamericana, a
proclamar su amor por los Estados
Unidos y a justificar, o evitar, el uso de
símbolos religiosos. Los musulmanes
en Occidente pasaron a ser los malos
de las películas, como antes fueron
los indios, los nazis, los comunistas
o los latinoamericanos en las de
narcotraficantes.
las críticas internas sobre temas relacionados con las guerras, pero el Congreso
avaló, con apoyo demócrata, la mayoría
de las medidas belicistas y armamentistas de Bush. Los demócratas también
respaldaron leyes que constituyeron un
retroceso inédito en los Estados Unidos
en materia de derechos civiles.
El turno de Irak
En marzo de 2003, Bush fue más
allá: invadió Irak sobre la tesis de la
supuesta tenencia de armas de destrucción masiva y la presencia de Saddam
Hussein, un dictador que, según la
Casa Blanca, era un peligro internacional por su apoyo a los terroristas.
El entonces jefe del Pentágono, Donald
Rumsfeld, anticipó que la guerra duraría seis meses.
Esta vez no tuvo el apoyo incondicional de Europa, como en 2001 al
invadir Afganistán. Las razones no convencían y el tiempo demostró que la
desconfianza era acertada. Pero el primer ministro británico, Tony Blair, y el
presidente español, José María Aznar,
dieron la pátina de respaldo occidental
que Bush necesitaba para la invasión.
Tan precaria era la argumentación
sobre la conexión de Saddam con el
terrorismo que se sospecha que la decisión de invadir Irak podría haber sido
tomada por Bush apenas producido el
11-S. Los dichos del entonces jefe del
Departamento de Estado, Colin Powell,
en febrero de 2003 ante la ONU fueron
más que controvertidos. Un año después, Powell debió reconocer que las
motivaciones para justificar la invasión
no eran tan sólidas.
Bush saluda luego
de aterrizar en la
base norteamericana
Abraham Lincoln.
afp
¿Por qué Afganistán?
La historia reciente de
Afganistán es una muestra de
las contradictorias prácticas
de Occidente, y de los
Estados Unidos en particular,
cuando se trata de apoyar o
rechazar gobiernos en países
remotos pero ricos en algún
bien estratégico.
Desde finales de los 70,
Afganistán estuvo sumido
en una brutal guerra civil.
En 1979, la entonces Unión
de Repúblicas Socialistas
Soviéticas invadió el país,
agravando la situación de
guerra interna. El resultado
fue la muerte de entre 600
mil y dos millones de civiles.
La resistencia afgana fue
liderada por los mujaidines
(respaldados y armados por
los Estados Unidos), que
en 1989 expulsaron a los
soviéticos. Desde entonces
comenzó un crecimiento
sostenido de los talibanes,
una secta del Islam vinculada
al whahabismo saudita;
ambas identificadas con
el fundamentalismo más
recalcitrante. Su dominio
repercutió en violaciones
a los derechos humanos,
especialmente contra mujeres
y niñas, obligadas a vivir
enclaustradas en sus hogares,
sin poder estudiar ni trabajar
y sometidas a la autoridad de
cualquier varón de la familia.
Los Estados Unidos se
enfrentaron a su ex aliado
talibán cuando la inteligencia
norteamericana determinó
que Bin Laden podía estar
en Afganistán. Siete años
después, Afganistán sigue
siendo un país ingobernable,
con un núcleo de relativo
orden en Kabul y el resto del
territorio repartido entre
jefes tribales que imponen
sus leyes. Los talibanes, luego
de un repliegue, resurgieron.
Los combates entre las tropas
de la OTAN y los supuestos
terroristas dejan diariamente
decenas de muertos. Los
derechos humanos son
apenas mejores en Kabul.
Y de Osama bin Laden, ni
noticias. Cada tanto aparece
en un video reiterando sus
amenazas, lo que alimenta las
teorías conspirativas.
RUMBOS 23
george w. bush > el señor de l a guerra
El fin de la guerra, una ilusión
federico guastavino / ln
La relación con América latina
Bush con Nestor Kirchner, en Mar del Plata.
Otro fracaso
El disparador del muro fue el aluvión de inmigrantes
provenientes de México y Centroamérica. Cada año,
medio millón de mexicanos son interceptados por
patrullas fronterizas norteamericanas y devueltos
a su país. Unos quinientos mueren en el intento de
cruzar por la frontera de más de tres mil kilómetros,
víctimas del calor y la falta de agua, y también de
traficantes de personas que los dejan en medio del
desierto.
Más de 11 millones de inmigrantes viven en la
ilegalidad en los Estados Unidos. Las empresas y
comercios los necesitan porque aportan mano de
obra no especializada y barata, pero la tendencia es
a expulsarlos.
En los últimos tiempos han sido incontables las
crónicas sobre la detención y deportación de
inmigrantes ilegales, todas de ribetes dramáticos y
que demuestran la inflexibilidad de las autoridades
a la hora de expulsarlos. El resultado es el terror
generalizado entre quienes están en esa situación,
familias destruidas y el enriquecimiento de los
traficantes de personas, que cada vez cobran más
caros sus servicios.
El muro entre México y los Estados Unidos se va
construyendo por tramos y lo que ha logrado, hasta
ahora, es que los inmigrantes crucen por nuevos
lugares cada día.
La “Guerra contra el
Terrorismo” condicionó
los derechos humanos.
dencia por primera vez, las elecciones
de 2004 fueron un verdadero referéndum sobre la gestión de Bush. Esta vez
no fueron necesarios los recuentos. Fue
reelegido con el 51 por ciento de los
votos, contra un 48 por ciento del senador John Kerry. Del tipo de Texas que no
sabía nombrar a los presidentes extranjeros, Bush había pasado a ser, en la mente
de la mayoría de los norteamericanos, el
estadista que había respondido a quienes los atacaron y cuya determinación
en la “Guerra contra el Terrorismo” había
impedido nuevos atentados.
Y por si todo eso fuera poco…
El estallido de la burbuja financiera este
año es la culminación de una serie de
hechos ominosos que jalonaron las presidencias de George W. Bush. La crisis lo
sorprende cuando ya es un “pato rengo”
(traducción literal de lame duck, como
los norteamericanos llaman a los presidentes en la parte final de su mandato).
Algunos expertos creen que es la peor
crisis financiera desde la Gran Depresión
del 30 y, para millones de norteamerica-
Balance
nos, seguramente tendrá más efectos que
la Guerra de Irak.
Básicamente, gente que compró su
casa con un crédito se encuentra con
que, por los vaivenes de los mercados
y de los tipos de interés determinados
por la Reserva Federal, no puede pagar
los préstamos. Muchísimas propiedades
salieron a remate por precios ínfimos, que
no alcanzan a cubrir las deudas de los
ex propietarios con los bancos. Aparece
una nueva clase social, la de los ex clase
media súbitamente sin techo. Un problema enorme, un presente griego para la
próxima administración norteamericana,
que se sumará al legado bélico de Bush.
“El peor presidente que se puede recordar
–dice sin dudar Peter Hakim, de Diálogo Interamericano, al hacer un balance
sobre Bush–. Resultó que era inflexible,
menos compasivo y más manipulable de
lo que yo pensaba. Esto último lo mantuvo sujeto a la influencia de personas como
Dick Cheney, Donald Rumsfeld y Karl Rove.
Además, es obsesivamente terco; no admite
errores. Pero así y todo, resultó atractivo
para los ciudadanos comunes.”
Hakim tiene una larga lista de puntos negativos en el balance de las dos
presidencias de Bush: Guantánamo,
el uso de la tortura, la falta de respeto
a la ley en los Estados Unidos y en el
extranjero y su falta de voluntad para
responsabilizarse por prácticas políticas
equivocadas. “El único aspecto positivo que
puedo recordar es que después del 11-S no
se produjeron nuevos ataques terroristas en
suelo estadounidense”, señala.
En la misma línea, Jones, de la Universidad Rice, ironiza: “Habría que ponerse a
buscar los aspectos positivos de la presidencia de George W. Bush. Los negativos están
Daniel Zovatto,
politólogo
cordobés
y director
regional para
América
latina de IDEA
Internacional, y
Peter Hakim,
de Diálogo
Interamericano.
El costo económico
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+4,2 B
Las relaciones de los Estados Unidos con los países
latinoamericanos tocaron sus puntos más bajos
durante la era Bush. Si bien el presidente republicano
había anticipado que las relaciones con la región
serían una prioridad de su gestión, la “Guerra contra
el Terrorismo” eclipsó a América latina. En algunas
naciones, Washington logró imponer tratados de
libre comercio bilaterales, y en Centroamérica pudo
hacerlo en bloque. Estos acuerdos cristalizan las
relaciones de fuerzas preexistentes, motivo por el
cual la iniciativa fue rechazada por los restantes
estados latinoamericanos.
El gobierno del mexicano Vicente Fox intentó
sin éxito colaborar como vocero oficioso de los
Estados Unidos para sumar a otros países al Área de
Libre Comercio en las Américas (ALCA). Bush y su
gabinete culparon al venezolano Hugo Chávez y a
Fidel Castro (en menor medida) por esta reticencia
latinoamericana. Chávez no dejó de figurar en las
declaraciones de los funcionarios de Bush cuando
se refirieron a las deficiencias de la democracia en
la región, pero el venezolano no dejó acusación sin
contestar, en una guerra dialéctica que, hasta ahora,
no pasó de las agresiones verbales.
“Bush había dicho que su prioridad durante el
primer período de gobierno iba a ser América
latina, de hecho, llevó a cabo una primera visita
a México que dejó mucho optimismo. Pero todo
quedó en muy segundo plano tras los ataques
del 11-S –explica Daniel Zovatto, de IDEA–. En ese
momento se produjo un giro de 180 grados hacia
una política exterior completamente unilateral,
focalizada en la defensa preventiva, y eso es lo que
ha tenido empantanados y ocupados en materia
de política exterior a los Estados Unidos. (…) La
ironía de esta administración, que por fortuna está
terminando, porque le ha hecho mal a los propios
Estados Unidos, es que arrancó su presidencia
diciendo que su prioridad uno iba a ser América
latina y termina su gestión construyendo un muro
que divide a su país de su aliado estratégico en el
Sur, que es México, que es su socio en el NAFTA (por
North American Free Trade Agreement, un bloque
comercial que también integra Canadá). Es decir que
el mensaje a México es: comercio con vos, pero no
te quiero como vecino.”
El 1o de mayo de 2003, Bush anunció
el final de los combates a mayor escala: “El tirano ha caído, Irak es libre”, dijo
enfundado en un uniforme de aviador
de guerra a bordo del portaaviones
nuclear Abraham Lincoln, apenas seis
semanas después de iniciada la invasión.
Su popularidad en los Estados Unidos
rozaba el 70 por ciento.
Saddam Hussein había sido derrocado
el 9 de abril, pero la guerra no había terminado y las cosas no pararon de empeorar desde ese incomprensible discurso.
Miles de millones de dólares fueron y
siguen siendo destinados a esa guerra
que ya consumió la vida de más de cuatro mil militares de las fuerzas “aliadas”
y de más de 600 mil iraquíes, según los
cálculos más extremos (ver infografía).
En abril de 2004 se conocieron fotos
que probaban los abusos a los que eran
sometidos los presos iraquíes en la cárcel de Abu Ghraib. Pero la indignación
pública resultante se diluyó luego en
penas menores para los culpables.
Abu Ghraib fue sólo la muestra de un
terrible drama que castiga a Irak, que hasta 2003 estuvo bajo la férula de un tirano
y desde entonces padece una ocupación
militar que usa métodos del terrorismo
de Estado en una guerra demencial contra distintas facciones extremistas, tiene a
las ciudades como campo de batalla y a
los civiles como blancos o “efectos colaterales”, según el caso. La sociedad, otrora
laica a la fuerza, ahora está brutalmente
dividida por sus creencias religiosas y
sobrevive en un permanente estado de
violencia e incertidumbre.
El empecinamiento en invadir y permanecer en Irak es leído como evidencia
de la avidez de los Estados Unidos de
asegurarse el abastecimiento de petróleo
y hacer negocios. La presencia de Halliburton (empresa a la que perteneció el
vicepresidente de Bush, Dick Cheney)
como contratista en Irak es una señal
entre muchas en ese sentido.
Pese a todo lo anterior, y en contraste
con la elección que lo llevó a la presi-
&ONJMFTEFNJMMPOFTEFEÓMBSFT
infografía: fernando san martin
24 RUMBOS
RUMBOS 25
george w. bush > el señor de l a guerra
Katrina cayó del cielo
afp
quíes que murieron, una cantidad aún
más numerosa dejó su país. Sólo quedan
los que abrigan esperanza de mejoría y
los que no pueden hacer otra cosa, porque no tienen nada. Pero también quedan los mercenarios (a quienes ahora se
llama “contratistas”), las empresas que
hacen negocio del desastre, los extremistas y las fuerzas de ocupación.
Es la herencia más visible de George
Tony Blair y
José María
Aznar junto
a Bush. El
respaldo de
ambos fue
fundamental
para invadir
Irak.
W. Bush, cuya era empezó a la sombra
del fraude y deja al mundo hundido en
las tinieblas de la guerra. <<
En 2005, los Estados Unidos
padecieron los efectos del huracán
Katrina, uno de los más terribles
de su historia. Se abatió sobre la
costa del Golfo de México y castigó
con especial fuerza Nueva Orleáns,
poniendo a prueba la capacidad de
reacción del Gobierno, y el resultado
no fue positivo. Este fenómeno
meteorológico desnudó una cara
poco conocida del Primer Mundo.
El desastre que dejó y la respuesta
oficial, escasa y a destiempo, sacaron
a la luz fenómenos políticos y sociales
que no habían sido mostrados antes
en esa magnitud. Murieron más de
1.800 personas. El 80 por ciento de
la ciudad de Nueva Orleáns quedó
inundada. Miles de personas fueron
evacuadas, algunas de ellas a lugares
en los que no se las proveyó de
suficiente agua y comida y donde
el hacinamiento derivó en serios
hechos de violencia. Pero fuera de
esos lugares no reinaba la paz: hubo
saqueos de negocios y casas de
familia, como si se tratara de un país
del Tercer Mundo. Hasta aparecieron
francotiradores que atacaban a civiles
indefensos y socorristas.
Un importante sector de la población
afectada era pobre y de raza negra.
A esto se atribuyó la ineficiencia de
la respuesta de la Agencia Estatal de
Manejo de Emergencias (FEMA) y se
especuló con que muy otra podría
haber sido la reacción si el desastre se
hubiera producido en una población
El huracán Katrina
puso a prueba
la reacción del
gobierno de Bush.
blanca y de clase media. Las quejas
también apuntaban a que los servicios,
privatizados y tercerizados, no fueron
tan eficientes y rápidos como habría
sido una organización estatal. Tres
años después, la reconstrucción de
la ciudad todavía no se completó.
Algunos barrios no podrán volver a
latinstock
claros: guerras, invasiones, violaciones a los
derechos humanos y restricciones a las libertades civiles”. Jones señala que el próximo
presidente estadounidense tendrá que
lidiar, ante todo, con la situación en Irak,
a la que define como “una guerra sin salida”. “No se trata sólo de sacar el ejército
de allí. El conflicto tiene impacto en muchos
aspectos; por ejemplo, significa un gasto
fenomenal para el Gobierno y ha afectado
la credibilidad del país. Cada día que los
Estados Unidos siguen en Irak empeora su
imagen en el mundo. No se puede dejar Irak
sin que haya un gobierno estable. En esto,
creo que el próximo presidente va a tener las
manos atadas”, explica el académico.
La historia introdujo hechos imprevisibles y radicales que habrían conmovido
cualquier estructura, en cualquier país y
con cualquier presidente. La realidad es
infinitamente más compleja a partir de
los ataques del 11 de septiembre y las
respuestas bélicas de George W. Bush.
En Afganistán, Osama bin Laden,
el supuesto cerebro del 11-S, sigue sin
aparecer. Y el país, lejos de avanzar en el
camino del desarrollo, padece un resurgimiento de los talibanes que las fuerzas
de la OTAN no pueden contener y esto se
traduce en decenas de muertes diarias.
El desastre de Irak salta a la vista. El
otrora feudo de Saddam Hussein se convirtió en un paraíso de grupos sectarios
enfrentados de la manera más violenta.
Además de los cientos de miles de ira-
ser habitados. The Economist señaló
que en los barrios pobres la población
cayó de 14 mil a 1.500 personas.
Además, se entablaron juicios
millonarios tanto a FEMA como a una
empresa que proveyó a la ciudad de
50 mil viviendas móviles fabricadas
con materiales cancerígenos.
« El próximo presidente
deberá lidiar con Irak, una
guerra sin salida » Jones
Ocho años después
Bush sorprendió con su
victoria en el 2000, a pesar
de carecer de credenciales en
política exterior y luego de
una dudosa votación. Cómo
se lo veía y cómo se lo evalúa
hoy, lo explica el analista
Carlos Pérez Llana, vicerrector
de Relaciones Internacionales
de la Universidad Siglo 21 de
Córdoba.
–¿Cuál era su percepción
sobre George W. Bush
cuando fue elegido?
–Su perfil a fines del 2000 era
el de un duro republicano del
Sur, con el antecedente de su
gobernación en Texas. En esas
circunstancias representó a la
26 RUMBOS
Pérez Llana.
derecha histórica de su
partido, a los sectores
religiosos del Sur y a la “nueva
conciencia” que encarnaron
los neoconservadores. Estos
últimos se habían fortalecido
en el Partido Republicano
luego de terminada la
Guerra Fría y participaron
activamente en el gobierno
de Reagan.
–¿Cuáles son los aspectos
positivos y negativos, en
el plano interno y en el
internacional, por los cuales
será recordado?
–En el plano interno,
Bush se montó sobre un
discurso de fractura, no de
consensos. Pretendió dividir
a la sociedad entre buenos
y malos y descuidó temas
clave, como el deterioro
de la competitividad
estadounidense, el exceso
de endeudamiento de los
consumidores o la falta de
control sobre los bancos,
y no se preocupó por el
ya agravado estado de
la infraestructura. En ese
sentido, el cuestionado rol
del Estado en la catástrofe de
Katrina es paradigmático. En
materia externa, el indicador
más adverso es el retroceso
de la imagen de los Estados
Unidos en el mundo y aquí
la guerra de Irak tiene un
peso decisivo. Como éxito
internacional, los acuerdos
con la India constituyen la
mayor novedad estratégica.
–¿En qué medida el futuro
presidente estadounidense
estará condicionado por las
políticas de Bush?
–El futuro Presidente estará
muy condicionado por la
herencia del presidente
Bush. La crisis económica,
la debilidad del dólar, la
mayor dependencia del
petróleo extranjero que
alimenta las arcas de sus
mayores adversarios, los
petroestados, y el aislamiento
internacional obligarán a
su sucesor a definir nuevas
políticas. En lo interno, el
riesgo puede radicar en un
mayor proteccionismo. Y
en lo externo, habrá que
observar cómo Washington
se adapta a lo que F. Zakaria
tituló en su reciente libro: El
mundo post americano (W.
W. Norton; 2008).
RUMBOS 27
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