Mayo 2008 Informe Negociaciones de paz en Burundi Una justicia ardua pero necesaria Caroline Sculier 1 Abogada de profesión, Caroline Sculier trabajó como abogada en Bélgica antes de especializarse en la actividad directa sobre el derecho internacional humanitario, los derechos humanos y la justicia en los países en conflicto o en post-conflicto, con varias organizaciones, incluyendo Abogados sin Fronteras, Human Rights Watch, Global Rights, y Coalición Mundial contra la pena de muerte. Estuvo varios años en la región de los Grandes Lagos en África, en Burundi más concretamente, entre 2000 y 2006. En 2005, participó en la Misión de Observación de las Elecciones de la Unión Europea para Burundi como analista política. El Centro para el Diálogo Humanitario (Centro HD) es una fundación independiente e imparcial, con base en Ginebra, que promueve y facilita el diálogo para resolver conflictos armados y disminuir el sufrimiento humano. 114, rue de Lausanne Ch-1202 Génova Suiza info@hdcentre.org tel. : + 41 22 908 11 fax: +41 22 908 11 40 www.hdcentre.org © Copyright Henry Dunant Centro para el Diálogo Humanitario, 2007 La reproducción de la totalidad o parte de esta publicación puede permitirse solo con consentimiento por escrito y autorización de la fuente. 2 Índice Agradecimientos Prólogo 1 Un contexto histórico de violencia política 2 Características del proceso de paz burundés Una atención internacional reforzada Dinámicas paralelas Apoyo e interferencia de la subregión Un proceso escalonado La justicia está inscrita en el Acuerdo de Arusha 3 Un proceso escalonado Las Declaraciones del Cairo y de Túnez de 1995 y de 1996 Las negociaciones de Sant’Egidio en Roma de 1997 El Acuerdo de Arusha del 28 de agosto de 2000 Los acuerdos de 2002 entre el Gobierno de transición y los movimientos rebeldes minoritarios CNDD-FDD de Jean Bosco Ndayikengurukiye y el Palipehutu-FNL de Alain Mugabarabona El Protocolo de Pretoria de 2003 entre el Gobierno de transición y el CNDD-FDD de Pierre Nkurunziza El acuerdo de alto el fuego global del 7 de septiembre de 2006 entre el Gobierno y las FNL 4 Los actores en el proceso de Arusha La mediación Los actores burundeses La comunidad internacional 5 Las disposiciones relativas a la justicia en el Acuerdo de Arusha Las disposiciones del Acuerdo de Arusha relativas a la justicia Justicia para el pasado Justicia para el futuro El lugar de la sociedad civil y la opinión pública 6 Lecciones Del proceso de paz burundés a Arusha La justicia en el proceso de paz burundés Conclusión Lista de los participantes burundeses negociadores y signatarios del Acuerdo de Arusha Bibliografía Abreviaciones y acrónimos 3 Agradecimientos Prólogo La autora desea expresar sus más sinceros agradecimientos a todos los que, consagrándole tiempo y atención, han contribuido en el presente estudio y que, por motivos de confidencialidad, no serán mencionados. Quiere agradecer en particular a aquellos que se han tenido la deferencia de releer y aportar los comentarios que les han parecido pertinentes a la versión provisional. Evocar el proceso de paz burundés implica hablar de casi trece años de negociaciones, bloqueos y acuerdos, entre ellos y como pilar fundamental, el Acuerdo de Arusha para la paz y la reconciliación en Burundi el 28 de agosto de 2000. Desgraciadamente, también implica la muerte de muchos civiles. Si bien las elecciones de 2005 pusieron fin a la transición que provocó el Acuerdo de Arusha, en 2007 Burundi aún afrontaba el complejo y peligroso problema de integrar el último movimiento rebelde. Este proceso aún continúa. Este informe forma parte del proyecto Negotiating Justice: strategies for tackling justice issues in peace processes (Negociar la justicia: estrategias para abordar las cuestiones de justicia en los procesos de paz) del Centro HD. El Centro HD expresa su agradecimiento y su reconocimiento a la Agencia canadiense de desarrollo internacional por su apoyo económico en este proyecto. Preámbulo Desde la redacción del presente documento, concluido en diciembre de 2007 sobre la base de las conversaciones llevadas a cabo en Burundi a finales de 2006, la cuestión del “proceso de paz burundés” ha vuelto a estar en el punto de mira. Después de varias tentativas anunciadas, pero difíciles, de aplicación del acuerdo global firmado en septiembre de 2006 entre el gobierno burundés y las FNL, las hostilidades han vuelto, en detrimento esencialmente de la población civil. En junio de 2008, la víspera de la publicación del presente documento, se abrieron nuevas negociaciones en Sudáfrica con la presencia de representantes de las Naciones Unidas, de la Unión Africana, la Unión Europea y de la Iniciativa Regional, bajo la supervisión de la mediación sudafricana. Cuestiones previamente abordadas, pero que se habían dejado en suspense, volvieron a salir a la superficie; particularmente el acuerdo técnico de las fuerzas, la integración de los combatientes, la representación política en las instituciones y la amnistía, que dejaron una impresión amarga de “déjà vu”. El presente estudio abarca dicho proceso, particularmente los debates y las conclusiones que han caracterizado el Acuerdo de Arusha, intentando responder a la pregunta de por qué y cómo los asuntos de justicia han formado parte de las negociaciones. La impunidad estigmatiza la violenta historia de Burundi (Parte 1). El asesinato del presidente hutu Melchior Ndadaye, el 21 de octubre de 1993, por miembros del ejército tutsi, se puede considerar como el punto de arranque de un proceso de paz complejo y difícil. Éste se caracteriza por la continua prórroga de los eventos, la imbricación de varias dinámicas y una atención reforzada de la comunidad internacional. La notable implicación regional evidencia el movimiento que prevalecía en la época a favor de una apropiación africana de los problemas africanos (Parte 2). Varios acuerdos han ultimado (Parte 3) la mediación sucesiva de dos antiguos presidentes africanos, el tanzano Mwalimu Nyerere y el sudafricano Nelson Mandela, así como la bendición impaciente de la comunidad internacional (Parte 4). Se ha tomado en consideración la justicia porque los negociadores burundeses declaran la impunidad como causa profunda del conflicto. Aún así, si bien han establecido comúnmente el principio de una justicia necesaria, los mecanismos empleados son de naturaleza para retardar indefinidamente las responsabilidades. Después, la cuestión ha quedado interrumpida, contrariada, sin recibir ningún tratamiento decisivo (Parte 5). El presente documento es fruto de entrevistas, conversaciones telefónicas e intercambios escritos producidos en Burundi y en otras 4 partes en septiembre y octubre de 2006, con varios actores, observadores y diplomados burundeses e internacionales que han intervenido de cerca o de lejos en el proceso de Arusha. Para completar la información, la autora ha utilizado diferentes artículos y obras, así como su propia experiencia en Burundi entre 2000 y 2006. El proceso ha contado con muchos participantes, pero por cuestiones inherentes al calendario, se ha operado con una selección de los interlocutores potenciales. El lector podría impacientarse frente a las consideraciones que preceden al capítulo específicamente reservado a las disposiciones que el Acuerdo de Arusha ha consagrado a la justicia. La autora ha considerado que no podía omitir los elementos contextuales y evolutivos que han cimentado el largo camino hacia estas disposiciones. 1 Un contexto histórico de violencia política La historia de Burundi se caracteriza por una tradición de violencia política con raíces étnicas. De hecho, son estas las características que los actores burundeses del Acuerdo de Arusha han tomado en consideración para definir el conflicto1. Un diplomado africano que participó en el proceso de paz resume la situación con estas palabras: Creíamos que la elección del presidente Ndadaye marcó el año de la democratización de Burundi. Por eso condenamos su asesinato enseguida. En realidad, nos dimos cuenta de que los burundeses estaban acostumbrados desde hacía tiempo a acabar con la vida de sus príncipes. Ruanda y Burundi comparten características geográficas y demográficas2 parecidas. Este último, es de tradición monárquica y estuvo bajo dominación alemana hasta el 1916 y, de 1923 hasta el día de su independencia el 1 de julio de 1962, bajo administración belga. Muy pronto aparecen los ingredientes del conflicto étnico hutu-tutsi y de un conflicto regional,3 y se añaden a los eternos conflictos entre clanes que perturban desde tiempos inmemorables la Casa Real. En 1961 el príncipe heredero Louis Rwagasore, que jugó 5 un papel significante en la historia política de la independencia del país y que defendía la participación de todas las comunidades al poder, murió asesinado. El primer ministro hutu Pierre Ngendandumwe sufrió la misma suerte en enero de 1965. Al año siguiente, el militar tutsi Michel Micombero derriba la monarquía. A partir de ese momento, el país quedó en manos de una élite militar tutsi que provenía de una misma provincia, Burudi, al sur del país, e incluso de la misma comunidad4 y del mismo partido, la Unión por el Progreso Nacional (Uprona), creado como partido único. Los gobernadores no dudaron en recurrir a la fuerza entre ellos para conquistar el poder5, ni a recurrir a métodos discriminatorios para monopolizar la economía, la educación y el poder político y militar, desfavoreciendo los hutu y los tutsi del resto del país. En 1972, las pretensiones de poder hutu fueron destruidas después de una campaña de erradicación de la élite hutu llevada a cabo por el poder tutsi. Un esbozo de rebelión hutu vio la luz a la llegada de la Constitución, en 1980, por el Partido por la Liberación del Pueblo Hutu (Palipehutu) y su brazo armado, las Fuerzas Nacionales de Liberación (FNL). Todos estos resurgimientos políticos derivaron en ciclos de violencia durante los cuales murieron un buen número de civiles de las dos comunidades y que contribuyeron al arraigo de la impunidad. Después de la conferencia de La Baule de 1990, una última masacre sobre suelo burundés6 convenció a la comunidad internacional para exigir al poder burundés signos de apertura. El multipartidismo que resultó condujo a la elección, en junio de 1993, de Melchior Ndadaye, un hutu del Frente por la democracia en Burundi7 1 “Un conflicto fundamentalmente político de dimensiones étnicas extremadamente importantes” (Acuerdo de Arusha, Parte 1, artículo 4). 2 Burundi cuenta con una mayoría hutu (un 85% de la población) y una minoría tutsi (un 13%), a las que hay que añadir entre un 1% y un 2% de Batwa, tradicionalmente llamados “pygmées”, y la misma proporción de Baganwa, descendentes de la realeza. Todas estas cifras no han sido confirmadas por un censo reciente. 3 Entre, por ejemplo, la provincia de Muramvya, feudo de la monarquía y la provincia llamada “tutsi” de Bururi. 4 Se trata de la comunidad de Rutovu. 5 Los presidentes Micombero, Bagaza y Buyoya que se sucedieron hasta 1993, llegaron al poder por un golpe de estado. 6 Los acontecimientos de 1988 (en el norte) y de 1991 pesan sobre el país, y se añaden a una larga lista de masacres. Operaciones llevadas a cabo por el Palipehutu-FLN provocan represalias sanguinarias del ejército. La reacción de la comunidad internacional instauró un Gobierno de unión nacional con representación de todas las etnias y regiones. 7 La política de multipartidismo permite la creación de una multitud de partidos de una cierta importancia. El Frodebu era, por lo general, considerado como el partido hutu más representativo y se definía como tal, aunque integrara algunos tutsi. (Frodebu). Aún así, el 21 de octubre de 1993, apenas algunos meses después de la elección del primer presidente hutu de la historia de Burundi, éste fue asesinado por los miembros del ejército tutsi. En todo el país, los tutsi y los hutu favorables al Uprona fueron masacrados por compatriotas hutu fieles al Frodebu. La intervención del ejército, de obediencia tutsi, causó masacres sanguinarias y obligó a centenas de millares de hutu a refugiarse en los países vecinos, especialmente en Tanzania, Ruanda y en el antiguo Zaire. La decapitación del partido vencedor de las elecciones ocasionó un vacío político que ni la designación8, el 5 de febrero de 1994, del hutu Cyprien Ntaryamira consiguió saldar. Dos meses más tarde, el 6 de abril de 1994, murió en el atentado de avión del presidente ruandés Juvénal Havyarimana, considerado el detonante del genocidio ruandés. A pesar del sistema bicéfalo entre un presidente hutu, Sylvestre Ntibantunganya (Frodebu), y un primer ministro tutsi (Uprona) y de las negociaciones entre las diferentes fuerzas políticas, no fueron suficientes para estabilizar el país. A finales de 1994, una nueva rebelión armada hutu se organizó, el Consejo Nacional de la Defensa de la Democracia (CNDD-FDD), se adhirió al Paipehutu-FLN9 más antiguo. agosto de 2000, que excluía a los principales movimientos rebeldes sobre el terreno. Era el Acuerdo de Arusha para la paz y la reconciliación en Burundi. Hubo que esperar hasta noviembre de 2003 para que un alto el fuego fuera firmado entre el Gobierno de transición establecido después del Acuerdo de Arusha y el CNDDFDD, convertido en el principal movimiento rebelde. El CNDD-FDD integraba al Gobierno y a las instituciones de transición y en 2005, ganó las elecciones. Pierre Nkurunziza, el dirigente del movimiento se convirtió en el nuevo presidente de Burundi. Estas elecciones son generalmente consideradas como fin del largo periodo de transición político de Burundi10. La guerra civil duró más de diez años y se saldó la vida de 300.000 civiles. Todos y cada uno de los protagonistas: ejército gubernamental, movimientos rebeldes, milicias de partidos políticos11, grupos de auto-defensa u otros guardianes de la paz12; cometieron indistintamente graves violaciones de las leyes de guerra y severas exacciones a la población. Este caos generalizado en un ambiente de inestabilidad regional no dejó a nadie indiferente. Bajo la batuta del presidente tanzano Julius Nyerere, los esfuerzos diplomáticos se movilizaron, a veces de manera confusa. Son los primeros pasos del proceso de paz en Burundi. El golpe de estado el 25 de julio de 1996, que reinstauró al ex presidente tutsi Buyoya en el poder y derrocó al hutu Ntibantunganya, fragilizó los esfuerzos de paz conseguidos hasta el momento. Como castigo, los estados de la región impusieron un embargo al país. Las negociaciones inter-burundesas, que empezaron oficialmente en Arusha en junio de 1998, condujeron a la firma de un acuerdo, en 8 Las negociaciones de Kigobe, el 12 y 13 de enero de 1994 en Bujumbura, entre los partidos políticos, la Asamblea nacional reconstituida y los representantes del OUA y de la ONU. 9 Un movimiento rebelde más reducido operaba en la provincia frontalera de Kigoma, actuando desde los campos de refugiados hutu en Tanzania: el Frente de Liberación nacional de Joseph Karumba (Frolina). Para más detalles sobre la Constitución y la evolución de los movimientos rebeldes, ver más adelante, “Los acuerdos de 2002 entre el Gobierno de transición y los movimientos rebeldes minoritarios CNDD-FDD de Jean Bosco Ndayikengurukiye y las FNL de Alain Mugabarabona”, en la Parte 3. Un proceso escalonado. 10 Si bien las FNL estuvieron activos hasta finales del año 2006 en la provincia rural de Bujumbura, alrededor de la capital y en la provincia de Bubanza. 11 Las milicias tutsi conocidas popularmente como los “Sin fracaso” o los “Sin derrota”, estuvieron activas en los años de inestabilidad política que siguen a la tentativa de golpe de estado militar contra el presidente Ndadaye en octubre de 1993. 12 Para afrontar el avance de la rebelión, a partir de 1997 el ejército entrenó y organizó a jóvenes hutu por todo el territorio, que más tarde entraron a formar parte de un programa gubernamental de autodefensa llamado “Guardianes de la paz” reconocido en 2001 (Human Rights Watch, “To protect the people: the government sponsored self-defense program in Burundi”, diciembre de 2001). 6 2 Características del proceso de paz burundés Una atención internacional reforzada Justo después de los acontecimientos de 1993, el país gozó de una atención considerable, casi desproporcionada, teniendo en cuenta el interés geopolítico que representa. Las iniciativas privadas y los esfuerzos de la diplomacia paralela se multiplicaron. Las Naciones Unidas nombraron al mauritano Ahmedou Ould Abdallah enviado especial del Secretario General. Gracias a su intervención se canalizó una buena parte del trabajo de mediación de las ONG13. Burundi benefició de un interés reforzado por diversos factores: - La puesta en marcha de un Gobierno bicéfalo en 1994 no calmó las tensiones. En el plan político interno, la dinámica no paró de deteriorarse. La violencia étnica adoptó proporciones dramáticas14. - Había que evitar un “escenario a la ruandesa”. El golpe de estado que acabó con la vida del presidente burundés y que provocó el genocidio ruandés seis meses más tarde, cogió desprevenida a la comunidad internacional, aún en la euforia de las elecciones de junio de 1993. La incapacidad de prevenir o incluso de poner fin a un conflicto incrementó su culpabilidad. La comunidad internacional reportó toda su atención y su angustia sobre Burundi, reputado por tener el mismo esquema étnico y demográfico y que, en esa época, presentaba los mismos síntomas precursores15. - Fue también la época del renacimiento africano, de la gran influencia de la democratización exigida por África después del derrumbamiento del bloque comunista y de la reconfiguración del modo de regulación política de los países del 13 También las ONG internacionales enviaron a algunos hombres políticos a Sudáfrica para que se inspiraran de su modelo de resolución de conflictos. Una delegación internacional de parlamentarios se movilizó para ayudar a resolver la crisis alrededor de la nominación del presidente de la Asamblea nacional. 14 Las huelgas “ciudad muerta” en la capital, balcanización de la ciudad entre los barrios reservados a los hutu y los reservados a los tutsi, caza de brujas en las calles a plena luz del día. 15 Como en Ruanda, justo antes del genocidio, milicias (Los “Sin fracaso” o “Sin derrota”) operaban independientemente del ejército y se creó una nueva rebelión, el CNDD-FDD. 7 sur, según los modelos del norte. Con la elección de Boutros Boutros-Ghali como Secretario General de las Naciones Unidas y su agenda por la paz de 1992, nacía un movimiento a favor de la prevención necesaria de conflictos y, en la misma línea, de un reglamento africano para los problemas africanos. Burundi es una ilustración perfecta de esta última tendencia, aunque algunos lo interpretaban como un desinterés progresivo de Occidente hacia el continente africano, escenario de conflictos civiles y políticoétnicos que son largos, costosos y además, ya no tienen sentido fuera del contexto de la Guerra Fría. Las malas experiencias de misiones onusianas para mantener la paz en Somalia y en Ruanda remataron la tendencia del “African ownership”. El golpe de estado de octubre de 1993 significó un choque para el propio continente africano: la ola de democratización en la cual estaba sumergida el país, el éxito de las elecciones burundesas en junio de 1993 (mientras que Ruanda no avanzaba ni con la firma del Acuerdo de paz) y la implicación de la Organización de la unidad africana (OUA) que había enviado una gran delegación de observadores para las elecciones de Burundi, contribuyeron a un resurgimiento de los líderes africanos para responder a su decepción. Fue la configuración exterior que imperaba en aquel momento la que explica que, en el caso burundés, la intervención de la comunidad internacional se muestre ineludible. Pero el proceso burundés concentró tantos esfuerzos diplomáticos e iniciativas privadas que Ahmedou Ould Abdallah habla de “diplomacia pirómana”, sugiriendo que cada uno persigue sus propios intereses. El resultado no constituyó nunca una respuesta coherente y unificada a la problemática burundesa. Desde una posición de observador o de facilitador, los participantes se convirtieron en actores del problema. En cuanto a las burundeses, utilizaron esta cacofonía para promover sus propios intereses. Tarde o temprano todas las tendencias políticas burundesas encontraron un aliado entre los participantes exteriores16. 16 Así, Frodebu se pudo ganar la simpatía de aquellos que ante todo buscaban salvar los vestigios del proceso electoral de después 1993 y a restablecer la legitimidad institucional y constitucional; Uprona pudo jugar con la culpabilidad engendrada por el genocidio ruandés en el campo de la comunidad internacional; el CNDD de Nyangoma pudo aprovechar la desconfianza hacia algunos actores internacionales por no incluir grupos armados en el proceso; y los pequeños partidos pudieron asentar una legitimidad de la cual aún no disponían. Dinámicas paralelas Se puede considerar que todo el proceso de paz en Burundi, desde 1993 a la víspera de la firma del Acuerdo de Arusha, estuvo cruzado por dos procesos paralelos, una dinámica interna y una dinámica externa, a veces antagonistas, a veces complementarias. Desde que los países de la región se implicaron en el conflicto, los intereses geoestratégicos de unos y de los otros, rápidamente concentrados en las manos del presidente tanzano Nyerere, designado mediador, se enfrentaban a veces a los intereses estrictamente burundeses17. En 1996 el golpe de estado de Buyoya contra el hutu Ntibantunganya puso en duda la pertinencia y el impacto de los esfuerzos exteriores realizados desde 199318. Los estados de la región, apoyados por la OUA, endurecieron su posición, especialmente Tanzania y Uganda. Refutaron reconocer al futuro gobernador burundés, impusieron un embargo y exigieron que se entablaran las negociaciones con todos los partidos a nivel interno y externo, con la rebelión CNDD-FDD y otros partidos en el exilio. Durante ese tiempo, Buyoya se implicó paralelamente en el desbloqueo de un consenso nacional en el plan interno. La fórmula política de la “Cooperación interna” que obtuvo en junio de 1998 con los dirigentes del partido Frodebu que no estaban en el exilio, legitimó al “golpista” como presidente y regló la cuestión del próximo vencimiento del mandato de la Asamblea, elegida en 1993. Buyoya aprovechó este reforzamiento para endurecer su posición militar en el terreno contra la rebelión y consideró la posibilidad de ir a Arusha a negociar. De hecho, es sólo a partir de Arusha que puede obtener el levantamiento de sanciones. Sin embargo, su Gobierno ya había suscitado una nueva dinámica paralela al establecer negociaciones con el CNDD de Nyangoma, en Roma, bajo los auspicios de la Comunidad de Sant’Egidio19. Estas negociaciones fueron secretas. Buyoya las escondió incluso de Frodebu, con el que, sin embargo, acababa de negociar la cooperación interna. 17 Algunos ejemplos se explican en el punto siguiente. 18 Nyerere también consideró este golpe de estado como una algo personal. Véase más adelante: “La mediación” en la parte 4, Los actores del proceso en Arusha. 19 Véase más adelante, “Las negociaciones de Sant’Egidio en Roma, 1995”, en la Parte 3, Un proceso escalonado. En cuanto se inauguró la primera cumbre oficial de negociaciones de Arusha, en junio de 1998, las dinámicas continuaron superponiéndose: paralelamente a los debates llamados “inclusivos” que se celebraban en Arusha entre los protagonistas burundeses, Uprona entablaba negociaciones con Frodebu. Esto explica por qué el texto del Acuerdo final, iniciado por Mandela, que sucedió al difunto Nyerere, estaba lleno de restricciones20. El Gobierno, apoyado por los pequeños partidos tutsi, también pretendía denunciar estas negociaciones paralelas, que prosiguieron hasta el final y provocaron enmiendas de último minuto en el proyecto del acuerdo. Incluso después de Arusha, este paralelismo continuó caracterizando el proceso. En la época de integración del CNDD-FDD en las instituciones de transición, los actores invocaron dos instrumentos en referencia a dos procesos distintos según sus intereses: por un lado, el Acuerdo de Arusha, que recogía las disposiciones negociadas en la época entre el Gobierno y el conjunto de miembros signatarios y, por el otro lado, el acuerdo que el CNDD-FDD firmó en 2003 con el Gobierno de la transición, en el cual el movimiento rebelde negoció sus competencias políticas y militares. Apoyo e interferencia de la subregión Es difícil hablar del proceso de paz burundés sin mencionar la implicación y el papel de los países de la subregión. Estos últimos no pueden considerarse neutros por su implicación respectiva –incluso conflictiva– en la dinámica de los Grandes Lagos, donde cada conflicto tuvo incontestablemente un impacto regional. En el caso de Burundi, uno de los principales problemas residió en la importante afluencia de 1993, pero también en los ciclos de violencia (en 1972, por ejemplo), en los refugiados burundeses (y ruandeses) hacia los países limítrofes, sobrepasando la simple cuestión técnica y convirtiéndose en un factor de desestabilización potencial en toda la subregión que ya era un escenario de guerras civiles y de tensiones intracomunitarias. La manera en cómo se inició el proceso de paz en Burundi también estuvo directamente relacionada con el movimiento del “African 20 Véase más adelante, “El acuerdo de Arusha del 28 de agosto de 2000”, en la Parte 3, Un proceso escalonado. 8 ownership” que prevalecía en la época. Las personalidades de ese nuevo renacimiento africano, desde el Cuerno de áfrica al Cabo, aspiraban a mantener el control de los asuntos de la region21. Hecho que explica, entre otras cosas, que los mediadores del conflicto burundés fueran africanos; que se iniciara una dinámica regional ipso facto, o que la OUA, que preconizaba la implicación de los estados vecinos en el reglamento de un conflicto para evitar el efecto dominó22, endosara el embargo impuesto por los países de la región23. Los países de la subregión24 se reagruparon en el epicentro de lo que se llama “Iniciativa regional por la paz en Burundi”, presidida por el presidente ugandés Museveni. Oficialmente, estos últimos no participaban directamente en los debates, pero ratificaban los acuerdos y tenían un peso moral en las negociaciones y en la ejecución de puntos del acuerdo. En realidad, esta entidad estaba desprovista de estatuto y de fundamento jurídico. Esto fue lo que impulsó la creación del derecho. La iniciativa regional consagró de manera efectiva el poder africano en todo el proceso. Incluso en 2006, como garantía moral de la fase de ejecución del acuerdo firmado con las FNL. También ejerció la presión necesaria para solucionar crisis, como cuando obligó al presidente Buyoya a respectar los compromisos del calendario de la transición y a ceder su puesto a un hutu; o como adoptar la nueva Constitución y organizar el calendario electoral definitivo. Detrás de esta dinámica africana propia a la región, deseada y aclamada por la comunidad internacional, cada estado intentó satisfacer sus propios intereses, que no servían necesariamente a la resolución del problema burundés. Por ejemplo, el fracaso de la democracia en Burundi fue una oportunidad para el presidente ruandés Habyrimana quien, enfrentándose a un difícil proceso de paz interno iniciado el día después de la rebelión del Frente patriótico ruandés de Kagame, intentó siempre regionalizar el conflicto de su país. Tanzania, por su parte, se implicó activamente en el proceso burundés y encontró intereses estratégicos en la subregión. Nyerere se apoderó del proceso, lo que le permitió jugar su carta personal e imponerse frente a otro peso pesado, el general Mobutu, que reinaba más allá de la frontera burundesa occidental. En 1996, el golpe de estado del militar tutsi Buyoya sirvió a los intereses de la alianza militar anti-Laurent-Désiré Kabila organizada en el este del ex-Zaire, mientras que, por su parte, la rebelión hutu CNDD-FDD fue instrumentalizada por los países que, como Zimbabue o la República Democrática del Congo (RDC), luchaban en el otro bando. Así pues, el contexto regional marcó el proceso burundés. Si bien hay que alegrarse de la implicación de los estados vecinos en el reglamento de un problema con repercusiones regionales, la falta de neutralidad de éstos ralentizó u orientó el proceso. Un proceso escalonado El Acuerdo de Arusha para la paz y la reconciliación en Burundi el 28 de agosto de 2000 es la pieza clave en el proceso de paz burundés. Aún así, el proceso fue escalonado desde el principio hasta el final, creando otros acuerdos. No podemos hablar de “proceso de paz burundés” sin mencionar sus diferentes etapas. Las principales se explican detalladamente en un capítulo separado25. La justicia está inscrita en el Acuerdo de Arusha Saber si es oportuno incluir la justicia en los acuerdos de paz es una cuestión muy debatida. Separa más que une. Algunos estiman que consideraciones de este tipo deterioran las negociaciones; otros replican que son ineludibles, sobre todo si se trata de crímenes en masa repetidos o especialmente graves. 21 Otra ilustración de esta dinámica pro-africana es la primera guerra en RDC, antiguo Zaire, que derrocó al Presidente Mobutu. 22 Recomendación central de la OUA reunida en Comité ministerial en septiembre de 1995. 23 En enero de 1999 se levantó el embargo. Nyerer y Uganda siempre defendieron su continuidad para poder obligar al Gobierno burundés a negociar, aunque algunos afirman que el verdadero objetivo era derrocar el régimen de Buyoya. El hecho de que este objetivo recogiera las opiniones e intereses de los partidos y movimientos armados hutu que residían en el exterior del país aumentó las tensiones y la desconfianza. 24 Especialmente Uganda, Ruanda, República Democrática del Congo y Tanzania. 9 En Burundi, el tema acarreó una carga emocional sustancial, casi destructiva. La justicia –o más bien la ausencia de ésta– formó parte de los tradicionales debates al evocar la historia del país. Dos fechas son sistemática y simbólicamente alegadas – 25 Véase más adelante, Parte 3, Un proceso escalonado. incluso opuestas– para los burundeses para ilustrar este punto: por un lado, la campaña de 1972 orquestada por el poder tutsi para erradicar a la élite hutu y, por otro lado, las masacres sistemáticas de los tutsi en 1993, perpetradas en el país por los hutu fieles al Frodebu después del asesinato del presidente Ndadaye. La cultura de la impunidad perpetuada en Burundi condujo a los miembros negociadores en Arusha a identificarla, lógicamente, como una de las causas fundamentales del conflicto26. Aún así, más allá de las causas, fue una ilusión traicionada por la disposición del tiempo en el ajuste de cuentas. El recuerdo de las huelgas “ciudad muerta” y la caza de brujas en las calles de Bujumbura aún estaban muy presentes. Desde ese momento, la rebelión hutu no paró de aumentar su nocividad. La justicia se convirtió rápidamente en un instrumento de descalificación política del otro grupo. En Arusha, cada campo pedía “justicia” para su comunidad que seguía en Bujumbura contra el “otro”, de entrada considerado como el único responsable. Probablemente nadie hubiera osado abandonar la mesa de negociaciones sin un mecanismo destinado a estigmatizar al otro campo. Los participantes acordaron la necesidad del principio de justicia pero, por ceguera étnica, cálculo político y/o problema de protección no reconocido, ninguno estaba preparado a poner en causa sus propias responsabilidades. La cuestión de la justicia por el pasado se consideró prioritaria. El ejemplo del Tribunal Penal Internacional para Ruanda (TPIR), bajo reivindicación del campo tutsi, les inspiró más que el ejemplo sudafricano de reconciliación, sugerido por la mediación. Los mecanismos que aceptaron fueron, por un lado, una Comisión Internacional de Estudios Judiciales (CIEJ), considerada el dispositivo previo a un Tribunal Penal Internacional y, por el otro, una Comisión nacional de verdad y la reconciliación (CNVR). Si consiguieron convenir esta decisión de mutuo acuerdo fue, probablemente, porque este mecanismo doble permanecía abstracto y difícil de ejecutar y, sobre todo, porque delegaba la cuestión de su ejecución a un tercio, en este caso a la comunidad internacional. 26 Acuerdo de Arusha, P.I, art.3; P.III, art.2. Es interesante constatar que a lo largo de todo el Acuerdo se precisaba que las mesuras de inmunidad provisoria o de amnistía no eran aplicables para los crímenes de genocidio, de guerra y contra la humanidad (más adelante en el informe, reagrupados en la categoría “crímenes mayores”). Una de las explicaciones, de naturaleza contextual, residía en el talante mencionado precedentemente. En otras palabras, “como mi grupo es la única víctima y el otro es el único culpable, no tengo ningún escrúpulo en declararme contrario a toda forma de amnistía que sería declarada por esos crímenes de los cuales yo he sido víctima”. Cada grupo se encontró prisionero de una demagogia de la buena consciencia. Después de Arusha la cuestión de la justicia acaparó el enfrentamiento étnico que, después de haber velado en las negociaciones, imperó durante la transición. Este periodo temporal sólo fue una palestra del combate político por el posicionamiento de unos y de los otros. Con la integración del CNDD-FDD y el tratamiento específico que éste otorgó a la cuestión de la inmunidad provisoria, la cuestión reapareció en las agendas de la comunidad internacional, especialmente en la Organización de las Naciones Unidas (ONU), que hasta ahora se había abstenido de intervenir, prefiriendo privilegiar el desenlace político. En realidad, ninguno de los mecanismos de justicia decididos en Arusha se pusieron en marcha27. 3 Un proceso escalonado El Acuerdo de Arusha, base del proceso, sólo se puede comprender en el contexto de los acontecimientos que lo han o bien preparado, o bien completado, y cuyas etapas esenciales fueron las siguientes: - 1995-1996: Declaraciones del Cairo y de Túnez; - 1996-1997: Negociaciones de Sant’Egidio, en Roma; - 1998-2000: Proceso y Acuerdo de Arusha para la paz y la reconciliación en Burundi; - Octubre de 2002: Acuerdo entre el Gobierno de transición y el CNDD-FDD de Jean Bosco Ndayikengurukiye y el Acuerdo entre el mismo Gobierno y las FNL de Alain Mugabarabon; - Noviembre de 2003: Acuerdo entre el Gobierno de transición y la rama principal del 27 Para el desarrollo relativo a la cuestión de justicia transitoria, véase más adelante, Parte 5, Las disposiciones relativas a la justicia en el Acuerdo de Arusha. 10 CNDD-FDD de Pierre Nkurunziza; - Septiembre de 2006: Acuerdo entre el nuevo Gobierno (elegido en 2005) y la rama de Palipehutu-FNL de Agathon Rwasa. de la representación diabólica que tenía del otro: uno veía en los hutu como “terroristas genocidas” y el otro consideraba a los tutsi “golpistas y asesinos” del presidente Ndadaye. Las Declaraciones del Cairo y de Túnez de 1995 y de 1996 También porque el acercamiento no concernía más de dos grupos que la Comunidad de Sant’Egidio pudo maniobrar. Desde 1994, tomando el relevo de las diferentes iniciativas privadas y de los esfuerzos de la diplomacia paralela iniciadas hasta el momento, la fundación del antiguo presidente de los Estados Unidos, Jimmy Carter, en colaboración con la OUA y con el presidente maliense Amani Toumani Touré, organizó una cumbre de jefes de Estado en el Cairo, Egipto, el 28 y 29 de noviembre de 1995. Los jefes de Estado de los países vecinos de Burundi se reunieron por primera vez para tratar la cuestión burundesa, a pesar de que muchos estaban implicados en sus propios conflictos ya fuera en mayor o menor escala. Al inaugurar una política regional dinámica, la Cumbre consagró, además del carácter regional del conflicto, un poder exclusivamente africano en el proceso. El líder de la región, Julius Nyerere, primer presidente de Tanzania, fue propuesto como mediador en el conflicto burundés. Éste condicionó su nominación a nivel personal y excluyó a los presidentes Carter y Toumani Touré. Su nominación fue ratificada en la Cumbre de Túnez, del 16 al 18 de marzo de 1996. Fue el encuentro factual entre la voluntad de la comunidad internacional y el orgullo africano, favorecida por las circunstancias de la época y bajo la presidencia de Museveni, presidente de Uganda, cuyo nombre fue propuesto por Nyerere; que dio vida a lo que se conoce como “Iniciativa para la paz en Burundi”. Les negociaciones de Sant’Egidio en Roma de 1997 En los años 1996-1997, la Comunidad de Sant’Egidio de Roma inició un acercamiento entre, por una parte, el Gobierno del tutsi Buyoya y, de la otra el CNDD, en esa época representado por Léonard Nyangoma, fundador de este movimiento rebelde hutu. Esta iniciativa privada y secreta fue importante porque consiguió reunir a los dos principales protagonistas del conflicto burundés en una época en la que cada uno estaba prisionero En el ámbito político, esta iniciativa tuvo el mérito de ofrecer una realidad alternativa en un periodo en el que el proceso de paz iniciado en la región, bajo la batuta de Nyerere, se encontraba en un callejón sin salida después del golpe de estado perpetrado por Buyoya contra el presidente Ntibantunganya. No se sabe con certeza si el proceso de Sant’Egidio empezó antes o después del golpe de estado. El embargo decidido contra Burundi seguramente favoreció el mantenimiento de las negociaciones en la medida en que Buyoya se vio obligado, como condición para el levantamiento de la sanción, a contactar con los rebeldes28. En cambio, no cabe duda de que los dos grupos en el proceso de Roma se sintieron más cómodas en este proceso, supuestamente secreto y confidencial, que con la Iniciativa regional que implicaba abiertamente a los países vecinos y dejaba la vía libre a posibles reproches por la falta de imparcialidad. Sin embargo, el proceso de Sant’Egidio fracasó desde el momento en que el presidente Buyoya intentó interpelar a los líderes regionales para poder obtener el levantamiento de las sanciones. El CNDD, indignado por la actitud de Buyoya, que utilizaba las negociaciones en su favor, reveló públicamente el proceso. Un actor de la época matizó los hechos: el CNDD sufría una disensión interna importante entre los partidarios y los detractores de un proceso de negociación con los tutsi. Los detractores eran considerados como el origen del problema junto a la ayuda de un pequeño partido tutsi opuesto a todas las negociaciones con los “hutu genocidas”. Sabían que esta acción pondría al presidente Buyoya en dificultad en relación a su base. Sea como sea, Buyoya, que hasta ese momento había 28 El reproche entre estos dos protagonistas se explica tal vez por la voluntad común de privilegiar una dinámica “Bururi”, la provincia del sur del país de donde ambos provienen. Para ellos se trataba de oponerse a la hostilidad que la región, bajo la batuta de Nyerere, consagraba contra un poder confiscado por el sur desde hacía mucho tiempo, pero también de buscar la división de los otros grupos políticos favorables al proceso que no disponían de un brazo armado para hacer prevalecer militarmente sus derechos. 11 mantenido en secreto el proceso de Sant’Egidio sobre todo vis a vis de Frodebu, aprovechó esta oportunidad para romper con dicho proceso. Aún así, los participantes habían llegado a un acuerdo sobre seis puntos, bajo la forma de una agenda que abordaba las cuestiones polémicas como la reforma del ejército, el regreso a la legalidad constitucional y la necesidad de justicia. Si bien se informó sobre el proceso a algunos actores internacionales como el Enviado Especial de los Estados Unidos, el embajador Wolpe y un representante de la Fundación Nyerere, el procedimiento fue de tal discreción que los observadores fueron informados de que un acuerdo había concluido sólo en el último momento. La Comunidad de Sant’Egidio, por su parte, no tuvo más remedio que aceptar la petición de Nyrere que, molesto, exigió la repatriación del proceso de Arusha. Aún así, la Comunidad continuó jugando un papel importante en las negociaciones de Arusha, ya que el Padre Matteo Zuppi, que había dirigido el proceso de Roma, intervino en Arusha en calidad de presidente de la Comisión III, encargada de la reforma de las fuerzas de la defensa y de la seguridad. Incluso después de la firma del Acuerdo, la Comunidad de Sant’Egidio siguió presente. También arbitró reuniones entre los actores burundeses principales que en esa época anhelaban encontrar una solución al estancamiento del proceso de paz después de la firma del Acuerdo, por culpa de haber designado quién pilotaría la transición. Lejos de ser un fracaso, las negociaciones de Sant’Egidio se consideran más bien como auténticos “rompe-hielos” porque consiguieron reunir a los dos grupos antagonistas, convertir la palabra “negociación” en una posibilidad factible29 y, en consecuencia, permitir todos los desarrollos ulteriores. El Acuerdo de Arusha del 28 de agosto de 2000 Metodología El proceso de Arusha duró un poco más de dos años, junto con una decena de sesiones plenarias, comúnmente llamadas “rounds”, de una durada media de 10 días cada una, si bien algunas fueron programadas para tres semanas 30. El Acuerdo de Arusha se subdivide en cinco protocolos, producto de las cinco comisiones, presididas por un presidente y un vicepresidente y por personalidades exteriores propuestas según su peritaje o carisma y cuyas nominaciones son el resultado de largos debates entre los negociadores burundeses. Por unanimidad, estas personalidades exteriores fueron percibidas por los burundeses como los mediadores íntegros, aunque englobados en el contexto general de la mediación. Adoptaban los mismos métodos proactivos y estaban decididas a impedir a los participantes discutir detalladamente con el fin de obtener el Acuerdo a todo coste. Según el reglamento de orden interior de las negociaciones, todas las decisiones se tomaban por consenso y a puerta cerrada, y no se podía precisar ningún nombre (esencialmente en referencia al debate sobre las responsabilidades históricas y jurídicas). Una de las particularidades del Acuerdo de Arusha fue el hecho de haber anticipado garantías para su aplicación. Estas garantías fueron el fruto del trabajo de la mediación a última hora31, tratadas en un protocolo separado (Protocolo V) para responder a la preocupación de los partidos hutu de notificar las desviaciones a las cuales la historia les había sometido cada vez que conseguían el poder. Sin embargo, el CNDD de Nyangoma reivindicó ser el precursor de la idea desde las negociaciones de Roma. Estas garantías reposaban básicamente sobre dos instrumentos: una misión de mantenimiento de la paz de las Naciones Unidas y una Comisión de seguimiento y aplicación de los acuerdos de Arusha (CSA), con el objetivo de impulsar el ritmo y la dinámica necesarios para ejecutar las reformas en los principios adquiridos. Por último, hay que recordar que el texto final del Acuerdo fue, en realidad, el producto de dos series de negociaciones paralelas: 29 Algunos creen que el vocablo tiene una connotación negativa en la región. “Negociar” se considera como una confesión flagrante de derrota en relación a su base (radical). Esto explicaría porque se privilegiaron las soluciones militares (en Ruanda respecto al FDLR; Joseph Kabila frente a Luarent Nkunda o Bujumbura en 2007, respecto a las FNL). 30 Estos asaltos fueron completados con otras sesiones plenarias, ya sean de reflexión en pequeños comités (como las reuniones de Moshi –explicadas más adelante– o las dirigidas por Mandela, que organizaba reuniones separadas con los actores protagonistas) o bien de readaptación (sobre todo la Comisión I). 31 Véase International Crisis Group (ICG), El efecto Mandela, Evaluación y perspectivas del proceso de paz burundés, abril de 2000 y Burundi: ni guerra, ni paz. Una evaluación del proceso de paz después de la firma del Acuerdo de Arusha el 28 de agosto de 2000, diciembre de 2000. 12 - Veintisiete meses de debates públicos dirigidos por la Comunidad internacional entre 17 partidos políticos, el Gobierno y la Asamblea nacional. - Una noche de negociaciones directas entre los dos grandes protagonistas, el Frodebu y el Uprona. Contenido El Acuerdo, que se organiza en cinco protocolos, cinco anexos y dos apéndices, se puede resumir de la siguiente manera: 1. Compromiso de los participantes a llevar el país a la reconciliación, estableciendo la verdad sobre los orígenes y la naturaleza del conflicto; 2. Proposición de un marco institucional de transición que permita organizar las condiciones de una renovación democrática gracias a la partición equitativa de poder; 3. Necesidad de un alto el fuego y de la reforma de las fuerzas de seguridad y de la policía, como garantía de seguridad para todos los ciudadanos; 4. Etapas de una reconstrucción económica y social así como de una estabilización fundada sobre el regreso de los refugiados; 5. Formulación de garantías internacionales que aseguren la aplicación de las medidas decididas en Arusha. El Acuerdo define el conflicto y todo el mundo coincidió en reconocerle el carácter oportuno: un conflicto esencialmente político de dimensiones étnicas. Hasta entonces, el discurso oficial burundés siempre había negado la realidad étnica, practicando de esta manera el etnicismo y cerrando el debate en un carácter globalizante que alimentaba la ideología de la exclusión y de la exterminación del “otro”. Convenía aportar respuestas políticas al conflicto político y, sin embargo, los negociadores no pudieron evitar la trampa étnica. Los que la lamentaron fueron los que se conciliaron, con la distancia, y reconocieron el beneficio: el tabú étnico fue reconocido públicamente. Y si el Acuerdo consagró el etnicismo, al mismo tiempo también contenía lo que podía alimentar su negación. En la actualidad, el tabú parece haber desaparecido con las luchas de influencia pudiéndose ejercer en el seno de una misma etnia. Principales defectos La crítica fundamental contra el Acuerdo reside en el hecho de que en la ausencia de los movimientos rebeldes armados en la mesa de las negociaciones, no hubo un alto el fuego. El país quedó confrontado a las consecuencias mortuorias del conflicto. Otra consecuencia fue que las reformas, en especial las del ejército, no pudieron realizarse. Tampoco hubo Acuerdo sobre el equipo que dirigía la transición venidera. Esta ausencia prorrogó los debates unos catorce meses, visto que la transición empezó el 1 de octubre de 2001. Por último, la firma fue el resultado de una combinación de restricciones. El Gobierno, con el apoyo de los pequeños partidos tutsi, pretendía denunciar el “hold-up” llevado a cabo en el proyecto del acuerdo por el tándem paralelo Uprona-Frodebu y, al mismo tiempo, contestar a los enmiendas de última hora que éstos últimos habían conseguido introducir en la noche del 27 al 28 de agosto, la víspera de la firma. La estrategia de restricciones significaba que las negociaciones no habían acabado. A menudo, estas restricciones fueron denunciadas por desmembrar la propia noción del Acuerdo. A pesar de estos problemas, la firma disminuyó sensiblemente las tensiones. Las restricciones fueron aisladas, así que con el tiempo, no parecen haber sido determinantes. Justicia para el pasado Las disposiciones del Acuerdo consagradas a la justicia son detalladas más adelante. Si bien en un Acuerdo de paz es normalmente más fácil prever los instrumentos que serán utilizados en el futuro, el Acuerdo de Arusha da la impresión de estancarse en el pasado. No sólo prevé los instrumentos específicos destinados a administrar las violaciones pasadas, sino que todas las medidas proyectadas hacia el futuro son decididas en base a experiencias anteriores, con el objetivo de evitar repetir los mismos errores. Tratar las raíces del conflicto parece ser la prioridad de los negociadores. La mediación intentará influenciar a los participantes para que no se centren en la cuestión del pasado. También Nyerere se posicionó contra la opinión de un Tribunal, declarando, según uno de los actores de las negociaciones, que el pasado era el pasado, que nada podría cambiarlo y que, por lo tanto, era inútil retomarlo. Mandela, por su parte, consideraba que la idea de un tribunal era demasiado abstracta. Por eso defendió un mecanismo único, más eficaz según él y 13 más simple para ejecutar, a imagen de una Comisión de Verdad y de Reconciliación. O, como mínimo, un mecanismo que privilegiara la reconciliación. Los Acuerdos de 2002 entre el Gobierno de transición y los movimientos rebeldes minoritarios CNDD-FDD de Jean Bosco Ndayikengurukiye y el Palipehutu-FNL de Alain Mugabarabona Estos dos movimientos rebeldes hutu sufrieron divisiones internas. Léonard Nyangoma, miembro del partido Frodebu y fundador del movimiento CNDD a finales del año 1994, fue destronado por Jean Bosco Ndayikengurukiye en 1998, en el momento en que las negaciones de Arusha empezaban, lo cual complicó todavía más la cuestión de la inclusión del movimiento en el proceso de paz. Pierre Nkurunziza retomó el mando a Jean Bosco Ndayikengurukiye a finales de 200132. El movimiento Palipehutu-FNL, por su parte, sufrió las mismas luchas. Creado en 1980 por Remy Gahutu, se divisó en una rama política (Palipehutu) y en una armada (FNL)33. Las FNL prosiguieron sus actividades sobre el terreno bajo la dirección de Kossan Kabura, destronado en febrero de 2001, poco después del Acuerdo de Arusha, por Agathon Rwasa, líder actual del Palipehutu-FNL. En agosto de 2002, Alain Mugabarabona, secretario encargado de las relaciones exteriores del Palipehutu-FNL con sede en Holanda, tentó derrocar a Rwasa. Las divisiones siguieron después de que el CNDD-FDD accediera al poder y ni el poder ni la mediación sudafricana consiguieron calmar las tensiones. La rama del CNDD-FDD de Jean Bosco Ndayikengurukiye y la del Palipehutu-FNL de Alain Mugabarabona deben considerarse como ramas minoritarias de su movimiento rebelde respectivo, producto o bien de una división interna o bien de una tentativa de derrotar al poder. Pero si Jean Bosco Ndayikengurukiye reinó sobre el terreno en bases congolesas, Alain Mugabarabona nunca recibió direcciones 32 No es gratuito señalizar, en un contexto donde el conflicto étnico apare junto a intereses regionales, que Pierre Nkurunziza no proviene de la misma provincia que los dos primeros dirigentes del CNDD-FDD: el primero es originario de Ngozi, al norte del país y los otros dos de Bururi, al sudoeste. 33 Otras divisiones crearon el Frente de Liberación Nacional (Frolina) de Joseph Karumba en 1989 y el Palipehutu de Etienne Karatasi, sucesor de Remy Gahutu, en 1992. Después de una breve existencia armada concentrada en los campos de refugiados en Tanzania, estos dos dirigentes en el exilio participaron en las negociaciones de Arusha y firmaron el acuerdo. de las FNL. Algunos incluso sospechan del Gobierno de la transición del momento de haber teleguiado34 la tentativa de golpe de estado de Mugabarabona contra Rwasa y de haber negociado un Acuerdo de paz con los pequeños movimientos para validar la importancia de las disensiones y con esta estrategia, descreditar a los verdaderos dirigentes sobre el terreno, Pierre Nkurunziza por el CNDD-FDD y Agathon Rwasa por las FNL. En 2002, y aunque pretendían todo lo contrario, Jean Bosco Ndayikengurukiye y Alain Mugabarabona ya no gozaban ni de peso político ni de combatientes. Apoyaron el Acuerdo en letra y espíritu sin discusión. Cuando lo firmaron, todavía podían obtener una representación en las instituciones transición y transformar su movimiento en un partido político. El protocolo de Pretoria de 2003 entre el Gobierno de la transición y el CNDD-FDD de Pierre Nkurunziza Obtenido gracias al sudafricano Jacob Zuma, sucesor de Mandela, el Acuerdo que intervino entre el Gobierno de la transición y la rama mayoritaria del movimiento CNDD-FDD de Pierre Nkurunziza es, junto al Acuerdo de Arusha, la otra pieza clave del proceso de paz burundés. El protocolo III ultima el Acuerdo de Arusha en cuanto a la reforma de las fuerzas de defensa y de seguridad. También fue el responsable de establecer la paz en casi todo el país35. Más conocido con el nombre de “Protocolo de Pretoria”, el acuerdo consiste en realidad en varias etapas y documentos: - El Acuerdo de alto el fuego firmado el 2 de diciembre de 2002, aunque los participantes no lo cumplieron; - La declaración conjunta de cesación definitiva de hostilidades el 27 de enero de 2003; - El Protocolo de Pretoria del 8 de octubre de 2003 sobre la división de poderes políticos, de defensa y de seguridad en Burundi; - El Protocolo de Pretoria del 2 de noviembre de 2003 sobre las cuestiones confusas respecto a la división de poderes políticos, de defensa y de seguridad en Burundi; - El Protocolo sobre el acuerdo técnico de fuerzas; 34 Con el apoyo de la mediación sudafricana (véase más adelante). 35 Salvo en las provincias en las que las FNL seguían presentes. En agosto de 2004, las FNL reivindicaron la masacre de 154 civiles banyamulenge en Gatumba. 14 - El acuerdo global de alto el fuego del 16 de noviembre de 2003. El acuerdo global dio lugar a una ley nacional de adopción, que estipulaba que formaba parte del Acuerdo de Arusha pero que abrogaba las disposiciones anteriores contrarias al CNDDFDD. Después de este acuerdo, el CNDDFDD se integró en las instituciones de transición a partir de noviembre de 2003 y el ejército de la policía se remodeló36. Es importante entender que a partir de ese momento, el periodo de transición se desarrolló en base a dos procesos paralelos: por una parte, el proceso de Arusha fundado según las disposiciones negociadas ente el Gobierno y el conjunto de participantes signatarios y, por otra parte, el proceso que surgió del acuerdo firmado entre el Gobierno de la transición y el CNDD-FDD, en el cual este último negoció sus competencias políticos y militares (independientemente de las disposiciones mencionadas en el Acuerdo de Arusha y con exclusión de los otros participantes signatarios en la época). En un principio, el CNDD-FDD no se asoció al Acuerdo de Arusha e incluso rechazó reconocerlo abiertamente. Fue bajo la presión de la mediación y de las comunidades regionales e internacionales, que supervisaban el proceso, que moderó sus propósitos. Además, tomó consciencia de la ventaja política que el Acuerdo ofrecía y que podría aprovechar a corto plazo, con la instauración del calendario electoral que clausuraba el periodo de transición. En esa época, el Acuerdo de Arusha era la referencia, la boya a la cual la comunidad internacional y la región se aferraban en vistas del estancamiento de la transición. El Acuerdo de alto el fuego global del 7 de septiembre de 2006 entre el Gobierno y las FNL Después de varias tentativas fracasadas, el Gobierno elegido en 2005 y las FNL firmaron un Acuerdo global de alto el fuego el 7 de septiembre de 2006 en Dar-es-Salaam, confirmando al mismo tiempo un preacuerdo37, logrado algunos meses antes. Llegó tarde, contra toda previsión y gracias a la insistencia de los actores exteriores, principalmente 36 Oficialmente, empezó a finales del año 2004. Tanzania, seguido por Sudáfrica, representada por el ministro de la Seguridad, Charles Nqakula, sucesor de Jacob Zuma. Como en los casos precedentes, el nuevo Gobierno burundés no se apresuró para llevar a buen término las negociaciones que implicaban incluir, más tarde o más temprano, al Palipehutu-FNL y, por consiguiente, un reajuste del poder que acaba de conquistar el control. Probablemente cansados del interminable proceso burundés pero decididos a concluirlo, los actores exteriores impelieron a los participantes a firmar un acuerdo de principios, dejando deliberadamente al margen todos los detalles, que los participantes estaban invitados a discutir más tarde entre ellos. Un mecanismo conjunto de verificación y de supervisión bajo la autoridad de la región y de la Unión africana, garantizó la ejecución del acuerdo. 4 Los actores en el proceso de Arusha La mediación 38 La mediación Nyerere El presidente Nyerere –en realidad su Fundación, creada en 1996– se impuso en el conflicto burundés por razones que iban desde su prestigio político a su perfecto conocimiento del contexto de Burundi. No tardó en implicarse, pero no consiguió controlar el conflicto en seguida. Las dos reuniones sucesivas que organizó con los representantes de Frodebu y de Uprona en Mwanza, Tanzania, del 22 al 25de abril de 1996, y el 8 y 9 de junio de 1996, no aportaron nada de decisivo39. La figura de Nyerere fue, a menudo y muy pronto, criticada por el grupo tutsi, que no paró de denunciar la simpatía de éste por los hutu. Además, después de las reuniones de Moshi, en mayo de 1999, cuando tuvo la ocasión de decidir el reagrupamiento de los participantes según las afinidades 37 Acuerdo del principio de Dar-es-Salaam en vista de la realización de la paz, de la seguridad y de la estabilidad durable en Burundi, firmado el 18 de junio de 2006. 38 Es sintomático constatar que la mayoría de los actores burundeses interrogados no tienen una opinión consolidada sobre las realidades que recubren las nociones de mediación y de facilitación. Tanto una como la otra son utilizadas indistintamente, para calificar el proceso de pilotaje. La mayoría de los acuerdos, es cierto, llevan de por sí el adjetivo “facilitador”. 15 étnicas40, Nyerere fue acusado de facilitar la armonización de los puntos de vista de los hutu que participaban en las negociaciones. Del mismo modo, el campo tutsi siempre acusó a Tanzania de no querer llegar a un acuerdo, para demostrar a nivel internacional que era imposible cooperar con los tutsi. En realidad, el golpe de estado de Buyoya en julio de 1996 fue el verdadero inicio de las relaciones entre los dos protagonistas. Nyerere había demostrado hasta el momento una cierta simpatía41 por Buyoya que, por su parte, nunca había escondido la admiración por el veterano líder. El golpe de estado de Buyoya sacudió este equilibrio. Nyerere, que se sintió traicionado, rechazó la “Cooperación interna” de Buyoya que, a su vez, declinó la invitación a la cumbre regional del 25 de agosto de 1997, cuestionando la neutralidad de Nyerere. Este último habría incluso calificado el régimen de Buyoya de “apartheid”. En cuanto aceptó oficialmente formar parte de Arusha, en junio de 1998, el proceso de paz burundés arrancaba en unas condiciones un tanto ajetreadas42. Objetivamente, es difícil considerar la neutralidad de Tanzania en el conflicto burundés. Siendo un país limítrofe, aloja desde 1965 un gran número de refugiados hutu. Algunos sospechaban de una agenda escondida que toleraba en el territorio tanzano a refugiados y a rebeldes hutu. Tanzania siempre se defendió e, incluso sin ir tan lejos, se podría considerar que la presencia notable de esos refugiados43, que incluían grandes figuras políticas burundesas, pudiera haber influenciado hasta un cierto punto a la estabilidad del país y, por consecuencia, pesar sobre la política que el país adoptaba vis-a-vis de Burundi. Es sobre todo la presencia, tolerada o no por Tanzania, de rebeldes hutu del otro lado de la frontera que los tutsi percibieron como inoportuno de la parte de Nyerere. La principal característica de la intervención de Nyerere residió en el método llamado “inclusivo”44, que reagrupaba alrededor de la mesa a diecinueve participantes burundeses. Los grandes ausentes 39 Hay que decir que la presencia de representantes del Frodebu y del Uprona relevaba más de una iniciativa personal que de un mandato claro y legítimo de sus bases. 40 Véase más adelante, en el punto siguiente. 41 Es interesante constatar que, entre todas las condiciones que ha impuesto para el levantamiento del embargo, no mencionó la retirada de Buyoya. 42 Para más detalles, véase International Crisis Group, op.cit. seguían siendo los grupos armados. Nyerere se afrontó a la división del CNDD desde el principio de las negociaciones. Su posición de intelectual pragmático consistía en favorecer el aspecto político: si el conflicto político se solucionaba, el conflicto armado desaparecería. En consecuencia, adoptó una posición legalista: el movimiento rebelde armado de Jean Bosco Ndayikengurukiye, que acababa de separarse de su fundador Nyangoma, se vio obligado a, o bien cambiar de nombre, o bien a hacer lo necesario para ratificar formalmente el cambio de dirigente. Ante el rechazo de la segunda opción, Nyerere acabó por apartar a Ndayikengurukiye y favorecer a Nyangoma (que ya estaba en la mesa de las negociaciones). La Unión Europea, que defiende la estrategia de adiestramiento, apoyó la decisión. La táctica resultó ser un fracaso. La mediación de Mandela Nyerere dirigió la primera y mayor parte de la mediación. Al morir, en octubre de 1999, Mandela le sucedió. El antiguo presidente sudafricano impuso un ritmo irrefutable y un nuevo aire a las negociaciones. Su mandato consistió principalmente en acabar lo más rápido el proceso. Esto explica en parte por qué, a pesar de todos los intentos, Mandela no consiguió que los rebeldes participaran en las negociaciones. Si los dos mediadores disponían de un papel activo para hacer proposiciones, Mandela lo utilizó mucho más que Nyerere, que esperaba a que los burundeses le propusieran sugerencias concretas. La gran diferencia entre los dos estilos de mediación también reside en el hecho de que Mandela estigmatizaba públicamente la cuestión étnica tutsi/hutu y que exponía explícitamente los obstáculos del proceso de paz, hecho que favorecía una presión internacional constante sobre los actores burundeses. La desconfianza de los tutsi se despertó de nuevo cuando Mandela anunció que abordaría la cuestión burundesa según su punto de vista y su experiencia personal, que es la de una mayoría oprimida por una minoría. Aún así, Mandela también obligó a los participantes a abordar los aspectos más sensibles. A diferencia de Nyerere, Mandela impuso una presión constante al presidente Buyoya para incitarlo a hacer las concesiones que los rebeldes 43 Tanzania arbitró hasta 800.000 refugiados burundeses. 44 Véase más adelante para más información y consecuencias del método. 16 reclamaban para poder participar en las negociaciones, en especial la liberación de presos políticos. A pesar del efecto dinámico que infundió, Mandela no cambió ni el marco ni los actores del proceso y no consiguió que los movimientos rebeldes hicieran partícipe de las negociaciones. Tampoco estaba seguro de que el movimiento de Jean Bosco Ndayikengurukiye estuviera de acuerdo: militarmente fuerte, beneficiándose de la base congolesa en RDC, éste habría rechazado venir para compartir un pastel que pensaba poder obtener con las armas45. La mediación de Mandela, cuyo carisma y enfoque son aclamados a la unanimidad, fue extremadamente personalizada. Las críticas que recibió fueron de otro calibre: falta de disponibilidad, visión macrocósmica dejando los detalles en manos de los tanzanos y el método intervencionista según sus puntos de vista. Si Nyerere evitaba los aspectos delicados, Mandela no dudaba en emprenderla con los actores burundeses, alternando las reuniones confidenciales sin testigos ni nota y las conversaciones en público. Algunas de estas reuniones fueron consideradas incluso humillantes para los burundeses. La presión incesante que ejerció, “impaciencia” se podría decir, condujo a los burundeses, que normalmente evitaban el afrontamiento directo, a imaginar estrategias indirectas de resistencia. Y sin embargo, esta obstinación de “nunca soltar la mano de los burundeses”, según una expresión de un observador burundés, consiguió obtener la firma. Aunque los burundeses coinciden en reconocer que el método de Nyrere se adoptaba y comprendía la “psicología” burundesa, éste nunca hubiera conseguido el éxito de Mandela. Uno de los negociadores burundeses admitió que sin el reemplazo forzado, seguramente nunca hubieran firmado nada. Cuando Mandela intervino, el Acuerdo ya contaba con una base pero quedaban muchos aspectos sin concretizar. Los instigadores se impacientaban. Un proyecto de acuerdo fue presentado por el equipo de mediación el 17 de julio de 2000. Los participantes establecieron un margen de tres semanas para 45 También estaba en deuda con sus colaboradores, la RDC y Zimabue, que necesitaban hombres en la lucha contra la coalición anti-Kabila en el este de la RDC. analizarlo y proveer los últimos comentarios. Mandela asignó la fecha del 28 de agosto como fecha límite para la firma de un acuerdo definitivo. Aunque algunos la estimaron la propuesta de irrealista, entre ellos los representantes de la comunidad internacional, la fecha nunca se modificó, obligando a firmar a marchas forzadas. Muchos observadores burundeses concluyen que esta decisión fue uno de los puntos débiles del proceso porque la presión era tan grande, que ni los propios burundeses se pudieron apropiar del Acuerdo. Como un negociador burundés manifestó espontáneamente: “El Acuerdo de Arusha es, ante todo, una proposición de Mandela!”, sugiriendo que no fue obra de los burundeses. La llamada mediación sudafricana Justo después de la firma del Acuerdo de Arusha, Nelson Mandela, que se declaró cansado de las argucias de los burundeses, delegó su responsabilidad de dirigir las negociaciones de alto el fuego entre los grupos armados y el Gobierno de la transición al Vicepresidente de Sudáfrica, Jacob Zuma. Éste, consciente de la delicada misión, primeramente procedió a realizar consultaciones sustanciales con los dirigentes de la región e intentó retomar el contacto con los dirigentes de los grupos armados con el objetivo de entablar las negociaciones de alto el fuego con todos los participantes. Los primeros resultados se manifestaron en la conclusión de alto el fuego con la rama del CNDD-FDD (de Jean Bosco Ndayikengurukiye) y la rama de las FNL (de Alain Mugabarabona) en 2002. Jacob Zuma siempre enfatizó que él tenía como misión facilitar la conclusión de un acuerdo de alto el fuego global y no de restablecer las negociaciones de paz de Arusha. Enfrentado a problemas político-financieros en su propio país, fue reemplazado por el ministro sudafricano de Seguridad Nqakula, encargado de conducir a un acuerdo entre la última fuerza armada de las FNL y el Gobierno. El acuerdo se firmó en septiembre de 2006, después de la redacción de este informe. La estrategia de la mediación sudafricana era de motivar las negociaciones con todas las fuerzas rebeldes, incluso las más pequeñas, con tal de obligar a los principales movimientos sobre el 17 terreno a unirse al proceso de paz. En diciembre de 2002, un alto el fuego fue firmado con el CNDD-FDD de Pierre Nkurunziza, inmediatamente después de los Acuerdos de octubre de 2002, firmados con las fuerzas rebeldes minoritarias. Ese alto el fuego no duró mucho tiempo. La mediación sudafricana sufrió los mismos reproches que el Gobierno: al favorecer la división de los grupos rebeldes en vez de empezar una nueva dinámica inclusiva, la estrategia sudafricana no hacía más que demorar el proceso. Los actores burundeses Arusha reunió 19 participantes: 17 partidos políticos, el Gobierno y la Asamblea nacional46. Preconizado por Nyerere, si bien algunos afirman que fue una propuesta del Gobierno burundés para dificultar o torpedear los debates, el método llamado “inclusivo” pecó ahí donde fue aclamado: la regla del consenso que utilizaba, favorecía a los debates interminables y eminentemente conflictuales. El Gobierno burundés, por su parte, siempre mantuvo su juego paralelo y dejando de lado la “gran misa” de Arusha, para retomar las palabras de un miembro del Gobierno, siguió con sus negociaciones restringidas y privadas con otros actores limitados: en Roma, privilegiando a los beligerantes; en el debate interno y en Arusha, privilegiando a Frodebu. Es importante entender el talante que presidía en las negociaciones: el enfrentamiento étnico por otros medios y en otro espacio. En esa época, todos los partidos burundeses presentes estaban articulados según su pertenencia étnica hutu o tutsi. En Arusha seguían siendo fieles a su comunidad, que estaba en Bujumbura, y que también los tenía atados de pies y manos. Sólo el discurso étnico hizo diana y fueron los que no dudaron en despertar el fantasma étnico los que obtuvieron más atención. Arusha podría haber constituido una ocasión ideal para renunciar a la etiqueta étnica, sobre todo después de que los participantes reconocieran por ellos mismos que el conflicto era esencialmente de carácter político. El conjunto de actores internacionales y nacionales interrogados en el marco de este estudio lo lamentan, pero al mismo tiempo, ponen en duda el 46 Véase la lista de partidos burundeses negociadores del Acuerdo de Arusha. éxito de una tal iniciativa que, en el contexto de esa época, hubiera intentado atenuar el aspecto étnico. Los mediadores sucesivos no sólo lo intentaron sino que contribuyeron a cristalizar el aspecto étnico. Nyerere también facilitó el reagrupamiento de los participantes en dos grupos étnicos con la esperanza de armonizar los puntos de vista de los miembros de una misma etnia. Las reuniones de Moshi en 1999 dieron lugar a tres bloques o grupos llamados “G”: el G7 hutu, el G8 tutsi y el G3 que comprendía el Gobierno, la Asamblea y el Uprona, que defendía la unidad. Después, se pasó a hablar sólo del G7 hutu y del G10 tutsi (que abarca al antiguo G8) 47. Mandela también optó por la estrategia de mostrarse al desnudo en el asunto étnico e impuso una división de la transición en dos periodos, dirigidos alternativamente por cada etnia. El resultado de esas estrategias fue que las negociaciones se construyeron en base al aspecto étnico. En consecuencia, y si bien los participantes reconocieron que debían aportar soluciones políticas para responder a un conflicto de carácter político, éstas fueron étnicas. Un diplomado reconoció que fue un fallo, pero que era el precio a pagar para obtener la firma. En el caso burundés, el gran problema del método inclusivo fue el de la representatividad: - Sólo los grandes protagonistas del Uprona y del Frodebu podían ser considerados como representantes de sus comunidades48, incluso si los dos participantes aceptaban a miembros de la otra etnia, generalmente por cuestiones de imagen y reputación. - Desde 1991 y la llegada del multipartidismo, los pequeños partidos se multiplicaron. Articulados en función de su pertenencia étnica, se presentaban en solitario o con el apoyo de un protagonista de su grupo étnico, en espera de puestos ministeriales en recompensa, como después de las elecciones de 1993. No tenían representante en la totalidad del territorio; algunos incluso estaban limitados al marco familiar49. Algunos de estos pequeños partidos sólo fueron a Arusha para hacer progresar los argumentos extremistas o para favorecer los bloqueos según el interés del personaje al cual estaban aliados y que él, 47 El G10 no contaba con instituciones. Sólo comprendía partidos políticos: Uprona, Parena, Inkinzo, PRP, Anadde, Raddes, PIT, AV-Intwari, Abasa, PSD. 18 por cuenta propia nunca podría habérselo permitido50. Además, casi todos los partidos, incluso los protagonistas, se habían escindido o duplicado ya fuera a un nivel interno, sobre todo por el reconocimiento o no del régimen del golpista Buyoya y de la Cooperacion interna (el Uprona sufrió una división en dos ramas en octubre de 1998), o ya fuera entre una rama interna, presente en el país, y una externa (Frodebu). - Algunos observadores opinan que la cuestión de la (non) representatividad de los actores en las negociaciones de Arusha dificultó la visibilidad de la problemática. En esas condiciones, aunque el reagrupamiento de los participantes negociadores por Nyerere en dos bloques estigmatizó la pertenencia étnica, clarificó la continuación de los debates. - Los grandes ausentes en la mesa de las negociaciones fueron los grupos armados. Independientemente de las razones de esta alternativa, Nyerere será considerado como el responsable de este fracaso. El principal inconveniente de esta situación es que, al haber sido concluida sin la cesación de hostilidades, el Acuerdo no pudo establecer la paz en los países con una larga historia. Muchas vidas civiles fueron sacrificadas. Más grave todavía, después de la firma, la guerra se convirtió en un pretexto, tanto para unos como para los otros, para impedir la realización de las disposiciones del Acuerdo. La comunidad internacional Al principio del proceso, la OUA, la UE y la ONU, en calidad de observadores exteriores, no se implicaron directamente. Aunque la OUA menos que las dos restantes. Las Naciones Unidas, por ejemplo, fueron reticentes a la oportunidad de una mesura de embargo cuando fue propuesta por los países de la región, aunque al final apoyó la posición regional. Con Mandela, las organizaciones internacionales interesadas y los países donantes (Bélgica, Reino-Unido, 48 El Uprona era considerado como el protagonista del grupo tutsi y el Frdebu del grupo hutu. Sin olvidar que el Parena también disponía, en ese período, de una solidez en las zonas tutsi de la capital. 49 Se ha citado el ejemplo del partido Abasa, que fue limitado a su representante y a su esposa. 50 De la misma manera, después de los trabajos de septiembre de 1999, los pequeños partidos tutsi, bajo pretexto de una nueva ola de violencia en la capital, exigieron la inversión del ORDE DU JOUR de la Comisión III, y que la cesación de las hostilidades fuera discutida antes de la restructuración del ejercito, punto clave en la conclusión de un acuerdo. En esa misma época, un representante del PL hizo circular un documento constatando la elección de Nyerere como mediador. Estados Unidos, Francia, Canadá, entre otros) fueron bien acogidas. Sin embargo, su compromiso fue exclusivamente financiero. Algunos lamentan que bajo la protección del “African ownership”, estos actores que a fin de cuentas eran importantes, cesaron sus responsabilidades. En Arusha, la lentitud y la esterilidad de los debates acabaron con la paciencia de los socios capitalistas. Fueron derrotados por la actitud de los actores burundeses que se disputaban durante el día, pero bebían una cerveza juntos por la noche y no se daban cuenta de que, para los representantes burundeses, se trataba únicamente de guardar las apariencias. La prioridad de los intervencionistas internacionales se resume rápidamente en una frase: obtener una firma a cualquier precio. La única regla a seguir era la del pragmatismo. Como ilustra un diplomado occidental: “Si nos hubieran pedido un viaje a la luna y nos hubieran dicho que se trataba de un acuerdo que permitiría avanzar, probablemente lo habrían obtenido”. En algunos casos, la mediación condujo a los participantes a la superficialidad. De hecho, cada uno sabía que la regla del consenso en vigor favorecía, o más bien hacía correr el riesgo, de desmoronar el debate, según los intereses propios. La comunidad internacional, inclusive las Naciones Unidas, acabó por retomar la plaza que en un principio había abdicado, especialmente a través de dos instrumentos imaginados en el Acuerdo de Arusha: una Misión de mantenimiento de la paz y una Comisión de seguimiento y aplicación de los acuerdos de Arusha (CSA). La CSA tenía como objetivo impulsar el ritmo y la dinámica necesaria para ejecutar las reformas en los principios adquiridos. Pero estaba confrontada a grandes resistencias por la parte del Gobierno de Buyoya. La CSA perdió toda su eficacidad en el momento en que los burundeses consiguieron que un miembro por delegación signataria fuera representado en Arusha (en la misma óptica que se defendía una plaza lucrativa) en vez de “dos representantes de los miembros signatarios”, como estaba previsto en un principio. Los burundeses asistieron en masa, y lo que tendría que haber sido un pequeño consejo de administración, no hizo sino reproducir los 19 mismos debates conflictuales que en Arusha. La CSA sólo pudo ser un órgano reglador del conflicto étnico y aunque el Acuerdo le otorgaba competencias para dar directivas, favoreció, como durante las negociaciones, a las concesiones. Tampoco fue decisiva para la toma de decisión entre el Uprona y el Frodebu hasta la llegada del CNDD-FDD. La misión onusiana de Mantenimiento de la paz sólo se puso en marcha en junio de 2004. Puesto que no se reunían las condiciones necesarias, ausencia del alto el fuego, fue la Unión Africana quien se encargó de la misión. La Misión africana en Burundi (AMIB) fue la primera misión de este tipo y fue aclamada por el conjunto de la comunidad internacional. Sin embargo, su mandato es limitado y nunca se benefició de ayudas financieras ni logísticas, ni tan solo de la confianza, necesaria para una buena realización de la misión. La misión onusiana de Mantenimiento de la paz tendría la oportunidad de instaurarse después de la firma del alto el fuego con el CNDD-FDD, pero también y sobre todo porque era el final de un programa de transición. Sudáfrica conservaba el poder militar. A pesar de su mandato ampliado (en el capítulo VII de la Carta de las Naciones Unidas), la tarea esencial de la Operación de las Naciones Unidas en Burundi (ONUB) era controlar las elecciones. La reaparición de la comunidad internacional sólo fue una nueva ilustración del pragmatismo evocado precedentemente: con el tiempo, las ambiciones que presidian en Arusha fueron erosionadas, los esfuerzos se concentraron y las elecciones, fueron el único resultado tangible que la comunidad internacional podía conseguir. La justicia siguió la misma tendencia. Dejada al margen durante un buen cierto tiempo, las Naciones Unidas retoman la cuestión de la justicia provisioria51. A los ojos de los burundeses, la comunidad internacional sólo representaba un socio capitalista, “la cuarta etnia”, como al antiguo presidente burundés Bagaza le gustaba llamarla. En total, el proceso de Arusha tendría que haber costado 15.000.000 $52. Después de la firma, 1.900.000€ suplementarios fueron concedidos por la UE53 como muestra de apoyo a la CSA, por el funcionamiento de la Comisión mixta del alto el fuego (CMC), encargada de supervisar y de facilitar la operación de desarmamiento, desmovilización y reintegración (DDR) y para cubrir los gastos relativos al regreso a Bujumbura de los hombres políticos y dirigentes de los movimientos armados que hasta ahora estaban en el exilio. No se produjo, ni tan siquiera exigido, ningún informe financiero para justificar las sumas concedidas. En una evaluación interna, la UE concluyó que en relación al resultado obtenido (las elecciones), la operación financiera era razonable y justificada. Los socios siempre eludieron lo que podía poner trabas al buen funcionamiento del proceso, inclusive las justificaciones financieras de fondos atribuidos. Evitaron, pues, la polémica de la mala gestión de fondos que les habían sido asignadas por las instituciones para financiar el proceso de Arusha. Para empezar, no destacaron en el marco de la CSA en el cual estaban representados, si bien podrían haber encontrado en el argumento financiero una manera de presionar a los que hacían demorar la aplicación del Acuerdo. A lo largo de los tres años y doce meses de prorrogaciones (dos veces seis) que duró la transición, ninguna de las grandes reformas no pudo ser abordada. Probablemente las elecciones fueron la única realización concreta, a mérito de la ONUB. 5. Las disposiciones relativas a la justicia en el Acuerdo de Arusha Las disposiciones del Acuerdo de Arusha relativas a la justicia Las disposiciones relativas a la justicia se encuentran mayoritariamente dentro de los Protocolos I y II. Corresponden a grandes rasgos a dos períodos, el pasado y el futuro, y se pueden repartir del modo siguiente: Medidas centradas en el pasado: El Acuerdo preveía instrumentos específicos: amnistía, inmunidad provisional, liberación de los presos políticos y un doble mecanismo 51 Véase infra, Parte 5, Las disposiciones relativas a la justicia en el Acuerdo de Arusha. 52 Véase International Crisis Group, op. cit. 53. Cifras de la Unión Europea no oficiales. 20 que consistía en instaurar, de una parte, una Comisión internacional de investigación judicial (CIIJ), seguida de un Tribunal Penal Internacional (TPI), y, por otra parte, una Comisión nacional para la verdad y la reconciliación (CNVR). Mesuras centradas en el futuro: El Acuerdo prevé instrumentos que típicamente se encuentran en las negociaciones de paz: una constitución nueva, nuevos cuerpos de defensa y de seguridad, una reforma del sector jurídico, compensaciones territoriales y la formación de cuerpos de defensa y de seguridad de la cultura de la paz, de los derechos humanos y del derecho humanitario. Medidas en suspensión hasta la obtención de un alto el fuego54 • Amnistía para todos los combatientes de partidos y movimientos políticos por los crímenes cometidos por el hecho de estar implicados en el conflicto, pero no por los actos de genocidio, los crímenes de guerra o los crímenes contra la humanidad, ni por su participación en los golpes de estados.55 • La liberación de los presos políticos engendrada por el cese de las hostilidades.56 Independientemente de las disposiciones condicionadas por la obtención de un alto el fuego, tanto las medidas relativas al pasado como las relativas al futuro teóricamente tenían que empezar a ejecutarse durante la transición. Ese no fue ni mucho menos el caso. Justicia para el pasado El CIIJ y el TPI El Protocolo I del Acuerdo de Arusha estipulaba que el Gobierno de Burundi tenía que enviar una demanda al Consejo de Seguridad de la ONU para que estableciera una Comisión internacional de investigación judicial (CIIJ) sobre el genocidio, los crímenes de guerra y otros crímenes contra la humanidad. Si el informe de esta Comisión estableciera la existencia de estos crímenes, el mismo Gobierno tendría que pedir al Consejo de Seguridad la creación de un Tribunal Penal Internacional que se encargaría de juzgar y castigar a los culpables. Una gran mayoría de tutsis han defendido siempre con firmeza la idea de un TPI “al estilo ruandés”, en referencia al TPIR creado en noviembre de 1994. Para ellos, prioritariamente, se trataba de establecer la existencia de un genocidio para calificar los acontecimientos de 1993. En la época de las negociaciones, el recuerdo del genocidio de los tutsis de Ruanda se mantenía vivo en la memoria. Los hutus, en cambio, se mostraban reticentes ante la idea de tal sistema judicial, que hubiera podido perjudicarles seriamente mientras que ellos continuaban reivindicando el restablecimiento de una verdad histórica del mismo tipo para los acontecimientos anteriores a 1993. Merece la pena recordar aquí que el Acuerdo estipula que los crímenes mayores no podrán ser objeto de medidas inmunitarias provisionales o de amnistía. Este punto no está desprovisto de impacto: además de que Burundi respondía así a las exigencias internacionales y a la vez a las obligaciones que había suscrito ratificando la mayoría de tratados internacionales sobre la materia, se volvía difícil, para los grupos rebeldes que se han unido al proceso a continuación, intentar obtener una amnistía internacional. Este punto, pues, ha podido representar un freno. Sin embargo, mientras que las negociaciones relativas a la justicia transnacional han vuelto a primera línea, las Naciones Unidas no han parado de recordar esta exigencia. Los puntos de acuerdo principales fueron los siguientes: • El genocidio –que se quiere evitar– se menciona explícitamente en el Acuerdo pero es la CIIJ la encargada de investigar la existencia de actos de esta naturaleza y de sacar conclusiones a partir de las que se podría considerar la creación de un TPI; • La CIIJ no utilizará sólo, en su investigación, el informe de las Naciones Unidas de 1996 (que había concluido que existían actos de genocidio contra los tutsis en 1993 después del asesinato del Presidente Ndadaye), sino que también tendrá en cuenta el conjunto de informes redactados sobre Burundi (entre ellos el informe de Whitaker de 1985, que recogía crímenes de guerra del mismo tipo contra los hutus en 1972). 54. Artículo 1c. de la entradilla del Acuerdo de Arusha 55. Acuerdo de Arusha, P.III, artículo 26. 56. Acuerdo de Arusha, P.III, artículo 25 2c. Parece que ni la mediación, ni la ONU han tenido en cuenta –por lo menos oficialmente– la lentitud y el coste que ocasionarían unos 21 mecanismos como los mencionados. Sin embargo, en aquel momento, el TPIR recibió las primeras críticas y la ONU ya había tenido un anticipo de las dificultades que podía ocasionar una comisión de investigación con la que redactó el informe de 1996 sobre los acontecimientos en Burundi.57 El hecho de que Nyerere recibiera muy rápidamente las críticas de la opinión tutsi, que le reprochaba favorecer el otro campo y de hacer todo lo posible para evitar que se estableciera la responsabilidad del Fordebu en las masacres de 1993, podría tener relación con esta pasividad de la comunidad internacional, que quizás consideró inoportuno oponerse a la exigencia tutsi a favor de un TPI para no contribuir al empeoramiento de la sensación de parcialidad. Cuando entró a formar parte del proceso, Mandela pensaba en la creación de un mecanismo único para reemplazar el doble mecanismo que proyectaban los burundeses. Sin embargo, como se trataba de un punto de acuerdo entre partes que se disputaban en cuanto al resto58, se le sugirió que no insistiera. El G7 y el G10 llegaron a un acuerdo acerca de la CIIJ, pero con objetivos diferentes. Los dos grupos probablemente sabían que este mecanismo sería solo teórico, cuya puesta en marcha sería difícil y larga. Los negociadores eran conscientes de que dejaban “a los que vendrían más tarde” la labor de gestionar su futura puesta en marcha. Así mismo, a través del establecimiento de este mecanismo internacional, los dos grupos se deshacían, con satisfacción, de la delicada cuestión de determinar las responsabilidades delegándola a un tercero, en este caso a la comunidad internacional. Fue quizás este elemento foráneo el que hizo posible un consenso entre las partes en cuanto a este mecanismo. Aplicación Desde el principio, las relaciones que la CIIJ tenía que establecer con un segundo mecanismo, la Comisión nacional para la verdad y la reconciliación (CNVR)60, quedaron mal definidas. Los riesgos de solapamiento y de conflicto de competencias fueron obvios, incluso inevitables. Algunos actores han reconocido que eran conscientes de ello pero que no le concedieron importancia, porque lo principal no era tanto la aplicación sino el consenso político acerca del principio. El 24 de julio de 2002, cuando se había sobrepasado el plazo prescrito a este efecto en el Acuerdo de Arusha, el presidente Buyoya envío finalmente una carta al Secretariado General de las Naciones Unidas solicitando la creación de una CIIJ. Parece que la respuesta que recibió, probablemente por falta de concertación interna entre los diferentes servicios de la ONU, carecía de delicadeza diplomática: le habían anunciado, sin más explicaciones, que quedaba excluido siquiera considerar una cualquiera CIIJ. Un anuncio como este hubiera podido dejar a Buyoya en una posición delicada en relación con su base política para quien una CIIJ condicionaba un TPI, y no le habría dejado otra opción que la de mostrar, a partir de ese momento, cierta indecisión acerca de la cuestión de la justicia. La ONU probablemente temía que un mecanismo judicial cualquiera pusiera en peligro la difícil transición en curso. Por otra parte nunca tomó este riesgo. Nada avanzó hasta que un informe de la ONU de 2004, llamado “informe Kalomoh”, sugirió la creación de mecanismos diferentes de los mencionados en el Acuerdo de Arusha y, en cualquier caso, suprimió la CIIJ.61 La comunidad internacional prefirió alentar el punto de acuerdo antes que expresar sus dudas o reservas. Es imposible que no tuviera, ya que este tipo de mecanismos generan de buen principio problemas prácticos. La fraseología rigurosa que acompañó la redacción de estos puntos59 podría dar a creer que por falta de una posición firme, las Naciones Unidas en todo caso hicieron valer sus argumentos entre bambalinas. Con el tiempo, algunos diplomáticos extranjeros calificaron esta idea de la CIIJ como trampa en la que la comunidad internacional había caído de forma consciente o por pereza. “(Nosotros) hubiéramos tenido que forzarnos, desde el principio, a reflexionar acerca de un mecanismo jurisdiccional específico adaptado al caso burundés”, reconoció uno de ellos. Utilizando la misma imagen, un representante 57. Las conclusiones de esta comisión, lejos de contribuir al sosiego habían sido manipuladas por ciertos círculos burundeses con fines político-étnicos. 58. Parece que fue fundamentalmente la oficina de facilitación de Tanzania la que disuadió a Mandela de insistir acerca de este punto. 59. El establecimiento de mecanismos no es de derecho. Está correctamente estipulado que es el gobierno el que tiene que dirigirse al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. 60. Detallado en el punto siguiente. 22 del grupo hutu evocó, inversamente, la decisión del Informe de la ONU de suprimir la Comisión de investigación: una comisión como esa, a su juicio, habría podido y debido dar profundidad y consistencia a un mecanismo jurisdiccional. Sin un mecanismo internacional, estimó que su grupo no podía confiar en una jurisdicción, incluso de composición mixta, integrada en un aparato judicial nacional al que siempre había acusado de parcialidad. La CNVR Principio El segundo mecanismo, una Comisión nacional para la verdad y reconciliación (CNVR), logró atraer a los dos grupos rápidamente. Al igual que en la CIIJ, las partes tenían la intención de establecer su propia verdad en lugar de reconciliarse. Parece que a Mandela la idea de una comisión de este tipo no le resultaba ajena, y que los burundeses se habían familiarizado con esta idea incluso antes de su intervención. Desde los sucesos del 1993, las ONG internacionales (especialmente las sudafricanas) sensibilizaron a los políticos de Burundi sobre el ejemplo de Sudáfrica para que se inspiraran en ese modelo para la resolución de conflictos. Mandela sugirió mantener una comisión como un mecanismo único (en detrimente de un mecanismo judicial), que no fue finalmente lo que escogieron los habitantes de Burundi. La ley que establece una CNVR se promulgó oficialmente el 27 de diciembre de 2004. Han pasado ya cuatro años desde que se propuso en el Acuerdo de Arusha62. Esta ley fue aprobada con emergencia cuando el Gobierno de Burundi supo que iría al país una misión de las Naciones Unidas encargada de evaluar el problema de la justicia de transición, la misión Kalomoh. Creyeron que una normativa como esta podría demostrar la buena voluntad gubernamental para luchar contra la impunidad. Para algunos, condicionó el establecimiento de un TPI, siempre que la idea siguiera siendo válida. El Gobierno incluso convocó un período extraordinario de sesiones del Parlamento. El frenesí fue 61. El informe Kalomoh (publicado oficialmente el 11 de marzo de 2005 –S/2005/158) es la continuación de una misión de evaluación de las Naciones Unidas sobre el tema de la justicia de transición. Basándose en el modelo sierraleonés, sugiere que se cree un mecanismo doble de composición mixta nacional e internacional: una sala especial integrada al aparato judicial burundés y una comisión para la verdad. Para los detalles, ver infra. tal que las enmiendas al proyecto de ley que se previeron en abril de 2003 no se tuvieron en cuenta al adoptar la ley final, ni las observaciones sugeridas en ese momento por parte de la sociedad civil.63 En este sentido, la ley de 2004 representa una disminución de la versión de 2003. De todos modos, nunca se ejecutó, ya que se introdujo el informe Kalomoh por las consecuencias de los cambios sensibles al mecanismo. Las disposiciones específicas relacionadas con la amnistía, la inmunidad provisional y la liberación de los prisioneros políticos Estos tres puntos (la amnistía, la inmunidad provisional y los prisioneros políticos) se interpretan, a menudo, de manera confusa, especialmente porque los procesos de Burundi han pasado por diferentes etapas. Amnistía Mandela destacó especialmente la cuestión de la amnistía y la liberación de los presos. Sin embargo, la amnistía fue impugnada por los dos grupos, el campamento tutsi que veía impunidad concedida a los crímenes de 1993, y el grupo hutu, los autores del asesinato de Ndadaye y las matanzas de hutus antes de 1993. Además, dadas las posiciones radicales de su base en Bujumbura, ningún partido podía permitirse el lujo de aceptar una amnistía inmediata y completa, lo que explica que cada medida se ha acompañara de alguna exclusión (los crímenes mayores se excluyeron de forma incondicional de la amnistía o inmunidad temporal). Esta es la razón por la cual las partes hablaron más de la inmunidad provisional, teniendo en cuenta el compromiso entre el deseo de juzgar a los responsables y la necesidad de modificación del poder judicial que, como tal, no podía ofrecer garantías de un juicio imparcial. Inmunidad provisional En el Acuerdo de Arusha, la inmunidad provisional fue una medida concedida a los 62 El Acuerdo de Arusha preveía la creación de la CNVR en los primeros seis meses de la transición. 63 Las observaciones fueron, entre otras cosas, sobre los conflictos de jurisdicción entre CNVR y CIIJ, la ausencia de criterios de integridad o de moralidad con la que se nombra os miembros de la CNVR, la vida demasiado corta de la CNVR (2 años) durante un mandato demasiado ambiciosos (a partir de la independencia del país), la falta de consulta con la sociedad civil y la falta de disposición relativa a la indemnización de las víctimas. 23 líderes políticos hutus, para que volvieran del exilio protegidos contra las acciones judiciales que habrían sido consideradas como crímenes de motivación política cometidos antes de la firma del Acuerdo. También protegía a los combatientes de los grupos armados después de llegar al alto el fuego64. Esta medida se limitaba en ese momento, a la espera del establecimiento de un gobierno de transición65. En el momento en que se aprobó la ley (Ley de 21 de noviembre de 2003), pasó a ser irrelevante: los políticos ya estaban de vuelta y disfrutaban de una protección de facto. Esta legislación fue aprobada sólo después de un acuerdo entre el grupo de hutus (que exigían justicia) y el campamento de los tutsis (que exigían, a cambio, que se aprobaran la ley contra el genocidio y las condiciones de la alternancia en el liderato de la transición cuando se adoptara esta ley66). Sin embargo, la Ley de 21 de noviembre de 2003 mantuvo la idea de limitar el tiempo y el ámbito de aplicación: el privilegio era válido sólo durante el período de transición y no afectaba los crímenes mayores. La ley, por lo tanto, reconocía expresamente la jurisdicción de la CIIJ para investigar estos crímenes durante este período. La naturaleza del concepto de inmunidad provisional cambió significativamente con la llegada del CNDD-FDD y sólo puede entenderse en relación con la cuestión de los prisioneros políticos. Los presos políticos La liberación de los presos políticos es básicamente una reivindicación de los grupos armados. El CNDD-FDD y las FNL recuperaron esta terminología de otros sitios para sus acuerdos. Esta cuestión fue problemática durante las negociaciones y no pudo llegarse a ningún compromiso. La incertidumbre que tuvo lugar durante su inclusión en el Acuerdo de Arusha contribuyó a evitar el problema: no existía una definición del concepto y, más importante todavía, los negociadores delegaron esta responsabilidad a una comisión independiente que aún no se había creado. En cuanto a la noción de los presos políticos, hubo una definición. 64 En este último caso, la CNVR podría proponer una amnistía si se pudiese comprobar que ayudaría a la reconciliación. 65 Acuerdo de Arusha, P. II, art. 22 2.c. Mandela siempre ha abogado que Buyoya suavizara su posición y se hiciera justicia a las exigencias de los grupos armados. En junio de 2000, el presidente de Sudáfrica levantó protestas en el país porque, durante una visita pidió la liberación de todos los presos, independientemente de que fueran delincuentes o estuviesen involucrados en delitos violentos. Algunos burundeses lo acusaron de haber interpretado la cuestión sólo desde su punto de vista como ex preso político, olvidando que para los tutsis, estos prisioneros fueron considerados participantes en los actos de 1993, considerado un genocidio. El campamento hutu, por su parte, siempre ha insistido en el aspecto del tratamiento judicial ilegal y sesgado de estos presos por parte de un poder judicial tutsi monoétnico. El establecimiento de una comisión para estudiar las cuestiones relativas a los presos políticos fue la única concesión obtenida por Frodebu con Buyoya. Es importante para afirmar el predominio de esa parte por encima de los hutus, en general, este país no ha logrado reducir las diferencias existentes entre las partes en Arusha. Esta comisión mixta independiente, nacional e internacional, se estableció el 30 de noviembre de 2001. En su informe del 14 de febrero de 2002, recomendó que se considerasen prisioneros políticos todos los acusados o condenados por estar al mando de varios crímenes, que enumeró67, y sugirió su liberación, con excepción de los que fueron acusados o condenados regularmente por delitos violentos. Un segundo comité nacional de jueces sobre la cuestión de los presos, creado el 12 de marzo de 2003, no consiguió un mayor consenso sobre esta cuestión dentro de la clase política. Las liberaciones se produjeron más tarde, como consecuencia de la llegada del CNDD-FDD a las instituciones, pero fue otro intento de regular este “tema de los presos políticos”, que nunca ha sido abordado de lleno. Aplicación de las medidas a) La integración del CNDD-FDD y sus consecuencias Cuando el CNDD-FDD se incorporó al proceso, todas estas medidas se volvieron a examinar. 66 El 1 de mayo de 2003, después de los primeros 18 meses de transición, un presidente hutu relevó al presidente tutsi del cargo. Domitien Ndayizeye logró suceder a Pierre Buyoya. La ley contra el genocidio se aprobó el 8 de mayo 2003. 24 La cuestión de los presos políticos, que no recibió rendimiento real hasta ese momento, se convirtió en una parte integrante de las negociaciones que condujeron a la firma del Protocolo de Pretoria. El Frodebu (que en ese momento presidía la segunda parte de la transición) no tuvo dificultades para responder positivamente a la petición del CNDD-FDD para liberar presos políticos, con la esperanza de lograr lo que no habían conseguido con anterioridad. El partido tutsi Uprona, sin embargo, logró designó que a partir del 24 de noviembre de 2004, día que se corresponde con la creación del CNDD-FDD, era apropiado hablar de los presos políticos, lo que no significa que esto afectara a los prisioneros detenidos en base de los acontecimientos de 1993. • Otra reivindicación del CNDD-FDD fue ampliar el alcance de la inmunidad temporal a todos los dirigentes y combatientes de su grupo. Con el Protocolo de Pretoria, la situación era la siguiente: • Inmunidad provisional para todos los líderes y combatientes de ambas partes; • Creación de una comisión conjunta destinada a estudiar el caso de los que ya estaban detenidos y determinar si podían beneficiarse de la inmunidad provisional; • Mantenimiento de las disposiciones del Acuerdo de Arusha sobre el TPI y la CNVR. A partir de ese momento, se creó una confusión –deliberada o no– sobre la cuestión de los presos políticos, la inmunidad temporal y, muy rápidamente, sobre la idea de una amnistía. Un resumen cronológico de los acontecimientos ayuda a aclarar estos puntos: • A raíz del Protocolo de Pretoria, un decreto presidencial el 23 de marzo de 2004 creó una comisión para identificar a los colaboradores y combatientes del CNDD-FDD, que podían recibir inmunidad temporal. Es interesante destacar que el decreto excluye el delito de genocidio y crímenes contra la humanidad del ámbito de aplicación de la medida, pero no los crímenes de guerra. No se refiere tanto a los mecanismos de justicia de transición • • • del Acuerdo de Arusha68. El alcance de la inmunidad, por lo tanto, aumenta considerablemente. El comité mencionado anteriormente fue el tercero de este tipo. Entre marzo y diciembre de 2004, se propusieron 598 ampliaciones temporales y 408 casos de libertad condicional. En total, 1.400 prisioneros fueron liberados de acuerdo con criterios amplios e imprecisos69. El CNDD-FDD no estaba contento con el escaso número de liberaciones de las ordenanzas, pero el año 2004 también vio su convivencia, en las instituciones de transición, con la Uprona y el Frodebu. Por lo tanto, las liberaciones fueron oficialmente motivadas por argumentos justos y de procedimiento, y no políticos (por la duración de la detención preventiva excesiva, la aplicación de los criterios para la libertad provisional o condicional, razones de salud o –erróneamente– por la ampliación de los “prisioneros de guerra” 70). Cuando el CNDD-FDD ganó las elecciones, el movimiento continuó y creció. Mientras que la motivación política se hacía palpable, la cuestión no se ganó ni en transparencia, ni en consenso. Un decreto presidencial del 7 de noviembre de 2005 creó una cuarta comisión para identificar a los presos políticos, mientras que otra, con fecha de 3 de enero de 2006, concedía la inmunidad provisional a los presos políticos, ya identificados por la comisión antes mencionado. Se produjeron tres olas de liberaciones71. En todas las cárceles del país, cerca de 3.000 reclusos se beneficiaron de la ampliación. Gran parte de ellos eran los criminales que habían recibido una condena de cadena perpetua o pena de muerte, y que, probablemente, también estaban relacionados con los sucesos de 1993. Estas medidas causaron malestar, tres organizaciones de la sociedad civil atacaron la validez del decreto del 3 de enero de 2006 ante el Tribunal Constitucional72. Los jueces consideraron, en general, que esas liberaciones eran una afrenta a la autoridad de cosa juzgada, y algunos sostuvieron que los criterios utilizados por los comités para identificar a beneficiarios de la inmunidad 67 Atentados en contra de la seguridad exterior del Estado (art. 393-409 del Código Penal de Burundi), atentados y complots contra el jefe de Estado (art. 410 y 411 del Código Penal); atentados, conspiración y otros delitos contra la autoridad del Estado y su integridad territorial (artículo 412 y 416 del Código Penal). 68 En contra de la ley de 21 de noviembre de 2003, que acordaba la inmunidad provisional para los dirigentes que regresaban del exilio. 69 Cifras ONUB, no oficiales 25 carecían de transparencia, mientras que otros se quejaban de que la concesión de inmunidad provisional no se había acompañado de medidas para abordar el problema de la impunidad. Muchos las compararon con una medida de amnistía encubierta. El Ministro de Justicia, en el momento de las liberaciones, dijo que sólo eran provisionales y que los beneficiarios no se escaparían, cuando fuese necesario, de los mecanismos de acción de la justicia de transición, pero después del Protocolo de Pretoria, el CNDD-FDD no pudo definir indicaciones claras en cuanto al ámbito temporal o el alcance del material de la inmunidad provisional. b) El informe Kalomoh de las Naciones Unidass Del 16 al 24 mayo de 2004, las Naciones Unidas enviaron una misión de expertos para evaluar “la conveniencia y viabilidad” de la creación de un CIIJ para Burundi. El informe llamado Kalomoh, en honor al presidente73, se acabó casi un año después, el 11 de marzo de 2005, y llegó a la conclusión de que el establecimiento del doble mecanismo previsto en el Acuerdo de Arusha crearía confusión, conflictos de competencias entre los dos órganos (judicial y CNVR) y sería un desperdicio de recursos. Propuso, en cambio, dos mecanismos híbridos, de composición mixta nacional e internacional, inspirados en el ejemplo de Sierra Leona: una comisión de la verdad y una cámara especial integrada en el sistema judicial de Burundi. Organizaciones de la sociedad civil y algunos políticos expresaron su escepticismo acerca de estas conclusiones: no entendían por qué se cuestionaba el tema de la “oportunidad” de crear una CIIJ, no aceptaban el hecho de que el Acuerdo de Arusha se revisara y acusaban a la ONU de practicar un doble estándar (una justicia a bajo precio para su país) y de poner en tela de juicio la credibilidad de una justicia que sería realizada por un mecanismo incorporado en un dispositivo defectuoso. 70 Una Ordenanza Ministerial de 29 de julio de 2004 se refiere a la libertad provisional de los “prisioneros de guerra”. Esta es la primera vez que se utiliza esta expresión en el contexto de Burundi. Es razonable suponer que su aplicación es deficiente y no cumple con la definición de prisionero de guerra de los Convenios de Ginebra y tradicionalmente reservada a los conflictos armados internacionales. 71 Ordenanzas Ministeriales núm. 550/18 (liberación de 673 presos), núm. 550/116 (liberación de 780 presos), núm. 550/245 (1595 presos), núm. 550/246 (239 presos), de 9 de enero, 10 de febrero y 14 de marzo de 2006. 72 Los motivos en los que se basa el recurso se encuentran principalmente en la violación del principio de separación de poderes y el fracaso de Burundi en que sus compromisos internacionales. También surgen diferencias entre la misión de Nueva York y la ONUB en el campo, la última acusó a la primera de revisar lo que ya había sido un acuerdo entre las partes y se opuso a la supresión de la CIIJ. Nueva York se decidió a favor de las recomendaciones de la misión Kalomoh en su resolución 1606, que pedía al secretario general que iniciara las consultas necesarias con el Gobierno de Burundi. Más allá de los argumentos sobre la necesidad de apropiación de los burundeses sobre cuestiones que les afectan íntimamente o sobre las tendencias que querían limitar los órganos judiciales internacionales en beneficio de un solo TPI, esta decisión refleja una preocupación obvia de recursos financieros y probablemente de un mecanismo de apoyo que podría crear inestabilidad política en un futuro. El informe Kalomoh no tuvo una rápida sucesión, la prioridad siguió siendo el momento de las elecciones. Una vez completadas, una delegación del Gobierno se encargó, desde octubre de 2005, de negociar con la ONU. Estas negociaciones seguían en curso en el momento de redactar el informe. En 2007, no parecía que se hubiese hecho un progreso significativo. También han sido influenciadas por las negociaciones con el FNL, incluso si la ONU se ha mantenido intransigente en los principios establecidos. La ONU insistió al Gobierno en tres puntos que le parecieron importantes: la necesidad de consultas públicas amplias, la ausencia de amnistía para los crímenes mayores, y la independencia fiscal necesaria de la cámara especial74. Pareció que el Gobierno tratase de evitar el componente judicial. Su estrategia fue convencer de que estos instrumentos de justicia de transición que se habían dedicado, principalmente, a abordar la cuestión del pasado, debían estar (exclusivamente) orientados hacia el futuro y, por lo tanto, a la necesidad de la reconciliación. De este modo, se inspiró en el ejemplo de Sudáfrica, que no dudó en mencionar. Es razonable concluir que esta estrategia fue, entre otras cosas, para evitar el embarazoso problema de la responsabilidad, que podría tener consecuencias adversas para muchos, incluso dentro del CNDD-FDD. Esta realidad también 73 Tuliameni Kalomoh fue subsecretario general de Asuntos Políticos de la ONU. El hecho de que sea el Departamento de Asuntos Políticos quien dirigió la evaluación no es una coincidencia 26 explica el dilema con el que se encuentran las Naciones Unidas para poner en funcionamiento los mecanismos de justicia de transición. Su participación en estos mecanismos probablemente estuvo condicionada por los principios fundamentales que recuerdan las limitaciones y los grandes crímenes no amnistiados. Esta posición conduce inevitablemente a los temores de todos los antiguos beligerantes, no sólo en Burundi. Eso explica probablemente por qué no se ha puesto el punto final a las negociaciones con Rwasa, líder del Palipehutu-FNL. c) El impacto del Acuerdo firmado con el Palipehutu-FNL Con la firma de un alto el fuego con el Palipehutu-FNL, el tema de la inmunidad temporal se convirtió de nuevo en el centro de atención de la noticias. El Acuerdo garantizó la inmunidad temporal a combatientes de las FNL, pero sin dar más detalles sobre el calendario ni el alcance de los equipos de medida. Una ley nacional aprobada en noviembre de 2006 para confirmar que la inmunidad de las FNL75 contempla, por contra, que esta medida no puede aplicarse por los delitos mayores y debe tener un límite de tiempo (la medida se aplica al período anterior a la creación de la CVR y del Tribunal Especial). Como con el CNDD-FDD, había una sombra entre el acuerdo político (que se limitaba a mencionar el alcance de la inmunidad temporal, sin mayor precisión) y la legislación nacional de gran tamaño (que recuerdaba la exclusión). La cuestión de si había motivaciones políticas detrás de la inclusión de una limitación en el texto nacional no estaba clara: según la y los intereses, fue el resultado de la incesante insistencia, por parte de la ONU, de los principios intangibles, o simplemente fue una formalidad por parte de los parlamentarios para garantizar la conformidad de la legislación nacional con las obligaciones que unen el país a nivel internacional. De todos modos, la mención de esta exclusión no soluciona el problema del límite de tiempo: la inmunidad temporal proporcionada a las FNL es válida sólo hasta el 74 Hay que señalar que el Gobierno de Burundi utilizó, después del informe Kalomoh, el concepto del Tribunal especial en lugar de la Cámara especial, mientras que la ONU continuó hablando de la cámara. Una de las cámaras requiere una estructura integrada –no separada– en el sistema judicial nacional, con implicaciones financieras menos graves. establecimiento de mecanismos de justicia de transisión, que se extiende. En el acuerdo preliminar firmado en junio, el Palipehutu-FNL había exigido que la CVR se convirtiera en una Comisión de la verdad, la reconciliación y el “perdón”. Este requisito está claramente inspirado en el ejemplo de Sudáfrica, que también facilitó la firma. No es inconcebible que un sistema que privilegia la verdad y el perdón, en perjuicio de la responsabilidad, sea un precedente interesante para más de un estado en la región. Tampoco ninguno de ellos respondió o comentó el requisito de las FNL en el momento. Fue bajo la presión de las Naciones Unidas que la palabra “perdón” se borró de la versión final, por temor a que se abriera la puerta a una amnistía general, incluso por los cirmenes mayores. d) La difícil posición de las Naciones Unidas En el momento de redactar el informe, la ONU parecía haber (re)tomado el control sobre el tema del respeto de los principios internacionales de justicia, que determinaban, entre otras cosas, que para los crímenes de genocidio, de guerra y contra la humanidad no puede haber amnistía y que estos crímenes no prescriben. Si se hace hincapié en el perdón, en detrimento de la responsabilidad, el ejemplo histórico de Sudáfrica, en el que la ONU no estuvo involucrada, es sin duda un precedente vergonzoso, difícilmente compatible con las preocupaciones de estos últimos. En el proceso de la justicia de transición en Burundi, la ONU se enfrentó a la resistencia de las autoridades nacionales. Como respuesta, privilegió la prudencia, como ya hizo en el proceso de Arusha, asumiendo que una posición demasiado fuerte podría tener un efecto desestabilizador en la política. La consecuencia práctica de esta advertencia fue que la mayoría de las personas que se encontraban en Burundi para el estudio consideraron que el único responsable de la ausencia de cualquier iniciativa concreta sobre la cuestión de la justicia eran las Naciones Unidas. El 1 de enero de 2007, una Oficina Integrada de las Naciones Unidas en Burundi (BINUB), 75 La ley otorga inmunidad temporal de juicio a los miembros del “movimiento armado signatario del acuerdo global de un alto el fuego el 7 de septiembre de 2006”, incapaz de nombrar al Palipehutu-FNL, siempre considerado, en el momento de la ley, el encargado de poner de relieve la ideología étnica. 27 sustituyó la ONUB. Las prioridades establecidas para las actividades futuras de esta oficina fueron, entre otras, la buena gobernanza, la DDR y la reforma de la administración judicial, consideradas importantes para garantizar la seguridad y la estabilidad política de los países, y permitir que se cree una cultura de respeto de los derechos humanos en un momento en que el país aún no ha logrado brillar en estas áreas. También se esperaba que el BINUB apoyara al Gobierno para concretar los mecanismos de justicia transicional. El tratamiento de la responsabilidad sigue estando, hasta día de hoy, en la agenda de la ONU. En última instancia, si las reticencias de los dirigentes de Burundi se mantenían, algunos habían sugerido que la ONU podría optar por retirarse del proceso de justicia de transición, o al menos negarse a premiar el compromiso con el Gobierno si decidía conceder amnistía incluso para los crímenes mayores76. Justicia para el futuro Principio El Acuerdo de Arusha menciona una lista de instrumentos para abordar la cuestión de la justicia para el futuro, la mayoría de ellos deben llevarse a cabo durante el período de transición. En el Acuerdo, se hacen generosas referencias a los principios y textos relacionados con los derechos humanos: la Declaración Universal de los Derechos Humanos, los pactos internacionales de las Naciones Unidas, la Carta Africana de Derechos Humanos y los Pueblos, la Convención sobre la Eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer, la Convención sobre los derechos del niño; todos estos textos son parte de la nueva Constitución. El Acuerdo también recuerda que el deber de un Estado es proteger los derechos inalienables de los seres humanos y establecer los principios y medidas para luchar contra la exclusión en la administración pública, las fuerzas de defensa y el poder judicial, así como también declaraciones para la prevención y la erradicación del genocidio y de su ideología. El acuerdo prevé mecanismos para aplicar estos principios: un Tribunal Supremo, un Tribunal Constitucional, una reforma judicial, un consejo de Bashingantahe77 (justicia tradicional en vigor a escala comunitaria), una comisión de servicios judiciales y disciplinarios, un defensor del pueblo, un observatorio nacional para la prevención del genocidio, una escuela nacional de la magistratura, la promoción de la cooperación internacional y la contratación de juristas extranjeros para la reforma del sistema judicial. Por último, ofrece una lista de nuevas leyes que deben adoptarse para reformar la institución del poder judicial y mejorar su percepción: una ley que penaliza el genocidio, los crímenes de guerra y los crímenes contra la humanidad, medidas destinadas a corregir el desequilibrio entre los grupos étnicos y géneros en el poder judicial, las modificaciones adecuadas a los códigos y leyes, y las medidas para combatir la corrupción. Entre los instrumentos enfocados al futuro, cabe destacar la reorganización fundamental de la defensa y la seguridad. Aunque la mayoría de estas disposiciones están orientadas hacia el futuro, la mayoría se inspiran, sin ninguna duda, en el pasado. La introducción de un equilibrio entre los grupos étnicos y los géneros en la representación de las futuras instituciones, incluidas las judiciales, y las cuotas de las fuerzas de defensa y seguridad están diseñados principalmente para tratar las raíces del conflicto. Aplicación Algunas leyes sólo se adoptaron, algunas comisiones previstas se crearon y la de mayoría de las reformas se han escrito informes. La viabilidad y la eficacia no caracterizaron los primeros días de la ejecución. Deliberadamente o no, por lo general, se prestó poca atención a la aplicación de las medidas. La principal explicación radica en la extrema precariedad y la fragilidad del equilibrio político que caracterizaban las instituciones durante la transición. Mientras duraba el Acuerdo de Arusha, nadie había querido tener reservas sobre la elección de medidas 76 Durante una visita a Burundi en mayo de 2007, Louise Arbour, alta comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, dijo que la justicia y el fin de la impunidad son los pilares para la consolidación de la paz. Después de su visita, el Gobierno de Burundi acordó, aunque fue un proceso costoso, el principio de que a algunos delitos no se les podía aplicar la amnistía. No es imposible que revierta su posición y que todavía persista el desacuerdo entre las dos partes. 77 Para más detalles sobre el papel de Bashingantahe, véase The Role of Informal Justice Systems in Fostering the Rule of Law in Post- Conflict Situations: The Case of Burundi, Centro para el Diálogo Humanitario, julio de 2005. 28 claramente impracticables y confusas, nadie en la comunidad internacional insistió en el cumplimiento de los compromisos del acuerdo, por temor a poner en riesgo la transición. Las leyes que se aprobaron fueron más el resultado de un compromiso político entre el Frodebu y la Uprona, que literalmente se apoderaron de la dirección de la transición. En cuanto a los resultados, siguieron siendo escasos: el poder judicial no había mejorado significativamente, todavía se llevaban a cabo violaciones de los derechos humanos78, y se planteaba la cuestión de si la institución judicial había sido capaz de resolver el problema de la falta de confianza que inspiraba. Reforma de la justicia En general, la evaluación de los actores sobre la aplicación de las reformas en el sector de la justicia fue desigual. Nunca se creó la Comisión encargada de la reforma judicial, los jueces del Tribunal Constitucional fueron designados después de un retraso de varios años, la evaluación de los jueces nunca se llevó a cabo y la demanda de asistencia internacional se dirigió al poder judicial. Se adoptaron, sin embargo, la Ley del 22 de septiembre de 2003, sobre la descentralización de la competencia de las cámaras criminales de los tribunales de apelación ante los tribunales superiores y sobre el equilibrio entre géneros y grupos étnicos en la composición de los asientos, en los que las leyes todavía afectaban la estructura y el funcionamiento de la Corte Suprema, la revisión de la situación de la Corte Constitucional y la revisión de la Ley del Consejo Superior de la Magistratura. Cuotas El Acuerdo de Arusha se basaba en cuotas para lograr el equilibrio étnico en la defensa y seguridad (50% hutu – 50% tutsi) y en la administración (60% hutu – 40% tutsi). Sin embargo, no se establecieron (o no se quisieron establecer) criterios para determinar el origen étnico. Cuando el CNDD-FDD entró 78 La primera parte de la transición se caracterizó por la masacre de Itaba (ciudad cercana a Gitega, en el centro del país), en la que estuvieron involucrados los militares del ejército del Gobierno; la segunda parte, por la masacre de Gatumba, cerca de Bujumbura, en de la frontera congoleña, reclamada por el FNL, y después de las elecciones los servicios de inteligencia se vieron involucrados en la eliminación de unas treinta personas en Muyinga (al norte del país) en junio y julio de 2006. Ninguno de estos eventos ha sido objeto de un tratamiento judicial riguroso e imparcial. en el proceso, negoció su propia cuota en el Protocolo de Pretoria: 40% para el CNDD-FDD del 50% reservado a los hutus en el ejército, y 35% en la policía y los servicios de inteligencia. Las cuotas plantearon la delicada cuestión de traducir el poder constitucional e institucional compartido. En Arusha, el campo tutsi había alegado que las cuotas que se les asignaban estuviesen reservadas sólo para los partidos políticos tutsis, en vez de una asignación en función de su origen étnico independiente de su afiliación política. Sin embargo, los mediadores prefirieron no entrar en estos detalles, reservándose el debate sobre este punto para más adelante. La cuestión fue examinada de nuevo durante la transición, cuando se trataron aspectos sobre la redacción de la nueva constitución (véase más abajo), y causó una crisis política cuando el presidente hutu Ndayzeye desestimó al vicepresidente tutsi Kadege. Disposiciones relativas a la prevención del genocidio y en contra de la exclusión Estas disposiciones se tradujeron en la aprobación y promulgación de una ley de creación de un observatorio para la prevención del genocidio, sin aplicación ni impacto, y una ley contra el genocidio. La aplicación de esa ley está por encima de todas las esferas políticas. Su adopción debe leerse en relación con la ley que garantiza la inmunidad provisional a los dirigentes políticos que regresaron del exilio, ya que se vieron involucrados en duras negociaciones entre los dos grupos sobre la cuestión de la alternancia del jefe de estado que debía producirse el 1 de mayo de 2003. En cuanto al fondo, la ley fue ineficaz. El artículo 33 hace que los tribunales carezcan de jurisdicción en Burundi para hacer frente a los crímenes mayores cometidos antes del 8 de mayo de 2003, la fecha de entrada en vigor de esta ley, y hace que la clasificación de estos crímenes sea parte de la labor de la CIIJ (no establecido en el momento y ahora suprimido). Reforma constitucional / electoral El Acuerdo de Arusha no preveía la adopción de una constitución específica para el período de transición, gestionada por la Constitución de 1993 y las disposiciones negociadas en el capítulo 2 del Protocolo II del mismo Acuerdo. Las instituciones provisionales debían redactar una nueva constitución, destinada 29 a regular el período posterior a la transición, para retomar los principios establecidos en el capítulo 1 del Protocolo II del Acuerdo de Arusha. El grupo tutsi, sin embargo, logró imponer una constitución de transición (con el objetivo de eludir el Acuerdo de Arusha, considerado menos seguro) y se opuso tenazmente a redactar una nueva constitución que no tuviera en cuenta sus preocupaciones. A pesar de la firma del Acuerdo de Arusha, persistió el desacuerdo entre las formaciones predominantemente tutsi y los hutus en la traducción constitucional e institucional de la división del poder que se establece en el Acuerdo. Esto también explica por qué los esfuerzos fueron duros, durante la transición, cuando se trataba de empezar a trabajar en las reformas constitucionales o electorales. El Acuerdo de Arusha, en efecto, mantenía el principio de equilibrio étnico en las nuevas instituciones de transición, en sustitución del principio, apoyado por los tutsis, de la paridad institucional entre las dos familias políticoétnicas. Este sistema fue impuesto durante la transición. El mismo Mandela había ayudado a promover la paridad en las negociaciones. Sin embargo, es en última instancia el principio de equilibrio étnico que se pide en el Acuerdo, el que se incorporó en la redacción de la nueva Constitución, provocando la crisis política que se ha mencionado anteriormente. La mediación de sudafricana se vio obligada a presentar la resolución de la cuestión a la región, durante una cumbre regional que llevó a este efecto, que impuso una solución contraria a los deseos tutsi. La reforma de las fuerzas de seguridad - La reintegración de los combatientes - Vetting El elemento de poder en manos de los tutsis, el instrumento de protección para algunos, de dominación para los demás, el ejército y su reforma han sido siempre un tema sumamente polémico. Por la ausencia de los movimientos armados en la mesa de negociaciones, el Acuerdo de Arusha se refería sobre todo al principio de una reforma79necesaria sin discutir los detalles. El pobre resultado, varias veces citado como un ejemplo, fue una página en blanco en el Apéndice III, con el título “Acuerdo del alto el fuego”. Fue sólo a partir del Protocolo de Pretoria que este punto volvió a ser parte del orden del día, pero se convirtió en el objeto de dos procesos paralelos y separados: un proceso confidencial entre las fuerzas gubernamentales y el CNDD-FDD por un lado, y por el otro, el proceso iniciado entre el ejército y los pequeños grupos armados que habían firmado el Acuerdo de Arusha o los de 2002. Todo se puso en su lugar bajo los auspicios de las instituciones internacional es de control, la CSA y una Comisión mixta de alto el fuego (CMC), que fueron más espectadores que actores. Cabe destacar que el Acuerdo de Arusha preveía una disposición para excluir las nuevas fuerzas de defensa y seguridad, y reconocerlas como “culpables de genocidio, crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad, violaciones de los derechos humanos y golpes de estado”. Parece ser la única disposición similar a un vetting (o saneamiento). Si esta fue la intención en algún momento u otro, el método elegido por las autoridades militares de Burundi y el CNDD-FDD para el funcionamiento de DDR arruinó toda esperanza en este sentido. El camino seguido fue, de hecho, el de la integración previa, total y sin desarme de todas las fuerzas armadas y los combatientes rebeldes en un solo cuerpo para desmovilizarlos progresivamente, lo que no permitió la intervención o la supervisión internacional. Cuando estaba redactada, la medida se encontró con un obstáculo práctico importante: en ausencia de mecanismo judicial apropiado, nadie podía razonablemente “ser declarado culpable”. Una de las consecuencias de elegir este tipo de DDR era permitir la integración, en el nuevo órgano, de los presuntos criminales de guerra. Esta realidad parece no haber afectado a nadie, la prioridad siguió siendo política. Los donantes no han mencionado nunca el resultado. En cuanto a la población, es difícil saber exactamente cómo reaccionó: parece que lo más importante para la opinión de la mayoría hutu era conseguir el desmantelamiento del monopolio militar tutsi y para los tutsi, seguir sintiéndose protegidos. En el momento de las entrevistas se suponía que el proceso de DDR, que no se caracterizaba por su transparencia, continuaría bajo la 79 Incluye medidas simbólicas como la igualdad de representación de los dos principales grupos étnicos en la defensa y la seguridad, la organización profesional de los cuerpos, la creación de una nueva fuerza de policía nacional, la desmovilización de los combatientes de todos los movimientos rebeldes y de las Fuerzas Armadas de Burundi para la creación de un nuevo ejército (Fuerzas de Defensa Nacional), y la supervisión del proceso por una fuerza externa (Protocolo III del Acuerdo de Arusha). 30 supervisión del BINUB. El equilibrio étnico siguió siendo frágil en el nuevo órgano. Todavía no había cifras –o no eran verificables de inmediato– del número exacto de miembros. La futura integración de combatientes de las FNL dejaba el capítulo abierto. Lugar de la sociedad civil y la opinión pública El proceso de paz de Arusha ha sido monopolizado por la clase política. Esto se explica por la excesiva cautela de los representantes que negociaban en Arusha en frente de la intransigencia y las divergencias de sus bases en Bujumbura, que habrían podido poner en peligro las negociaciones. Por esto también era necesario, en el caso de Burundi, negociar al exterior. Pero esta situación causó a la exclusión de la sociedad pública y civil. La cuestión de la representación de la sociedad civil surgió cuando, después de unas cuantas “rounds, Buyoya consideró que eso era una ventaja para fortalecer su posición. Ante la fuerte resistencia de los tutsis en Bujumbura, en contra del propio principio de las negociaciones, pensó que su presencia serviría para reducir las tensiones y destruir los críticos. Los perdiems (asignaciones financieras) distribuidos a los participantes en las negociaciones probablemente ayudaron. El campamento hutu no quería esta participación. El compromiso fue que la sociedad civil se beneficiaría de un estatuto de observador permanente y las mujeres, de observadores temporales. Más allá de la crítica general de que una parte importante de la sociedad de Burundi fue excluida de los debates importantes para el país, cabe señalar que en el momento, la sociedad civil se mantuvo en general débil, dividida y manipulada. Los que fueron a Arusha servían como instrumentos y casi todos se alinearon con la posición del Gobierno. El proceso de Arusha también fue un proceso reservado a la élite de Bujumbura. Si bien era poco realista esperar que se formaran grandes debates en una población, general, sin educación, no se hizo nada para intentar suscitarla. La población de Bujumbura sufrí una falta de información, que pasaba por el filtro del organismo de radiodifusión nacional (RTNB), al menos inicialmente, y que la distancia geográfica incrementó. La consecuencia es que el proceso de Arusha no tuvo un impacto real en la población en el momento de su desarrollo. La imagen que la mayoría de la gente ha retenido es el de transporte aéreo constante y los generosos perdiems que obtenían los negociadores. Esta idea se mantuvo viva porque los nuevos edificios que recientemente se crearon en Bujumbura en un barrio cercano a la Asamblea Nacional han sido bautizados por los rumores como “villarusha”80. Parece que los mismos negociadores de Burundi consideraron el proceso como una fuente de enriquecimiento personal, ya que algunos no dudaron en obtener beneficios económicos de sus puestos en Arusha o cederlos para disfrutar de beneficios, con la consecuencia práctica de una falta de coherencia en los debates. Por otra parte, muchos negociadores ya estaban en el exilio en el extranjero cuando se iniciaron las negociaciones, y habían perdido la noción de la realidad cotidiana de la guerra que vivía el país. Las reflexiones y anécdotas populares muestran, sobre todo, la frustración de la gente. No sólo las negociaciones eran interminables, también, una vez completadas, no recibieron ningún dividendo de la paz supuestamente firmada. El tiempo para la población no tiene el mismo efecto que para los diplomáticos y negociadores. Como se ilustra un ciudadano: “Habría hecho falta encerrar a todos estos políticos en una habitación doble en Bujumbura en medio de disparos, que eran nuestro día de cada día. Se hubieran dado cuenta rápidamente de que llegar a un acuerdo era urgente que era para nosotros”. La población y en especial las víctimas nunca recibieron la atención que les correspondía por parte de los negociadores. El Acuerdo de Arusha contiene sólo medidas simbólicas81. El Protocolo IV sobre la reconstrucción fue enviado a Arusha por los técnicos. Durante la transición, la cuestión de la repatriación también recibió el mismo trato superficial. La Comisión nacional para la rehabilitación de las víctimas (CNRS) prevista por el Acuerdo se creó, pero sólo de manera teórica, sumida en parálisis políticas, las mismas que las mostradas en la transición. 80 En referencia a los perdiems recibidos y supuestamente utilizados para la construcción de estos edificios, aunque no hay pruebas en este sentido y la tarifa diaria de los perdiems recogidos en Arusha no habría superado, según los informes, los 100 USD. 31 Tras la firma del Acuerdo, el proceso de paz de Burundi siguió siendo un proceso confidencial en manos de un solo círculo político. En efecto, es admisible considerar el concepto de sociedad civil, excluida de este proceso, y expresar las dudas en cuanto a su representación real y, por lo tanto, sobre el valor de su participación. Sin embargo, no se puede negar que desde Arusha, y a imagen de los medios de Burundi, se han registrado progresos significativos. Ahora la sociedad civil es capaz de organizar las actividades, desarrollar plataformas de intercambio de información, movilizar energías y recursos. Como lo ha demostrado en las últimas elecciones de 2005. El episodio de su impacto en la ratificación por el Gobierno de Burundi del Estatuto de Roma sobre el Tribunal Penal Internacional es otro ejemplo82. Por último, no debe olvidarse el papel de varias organizaciones de derechos humanos y de la Iglesia Católica. Expresaron reiteradamente sus reservas sobre la posición del Gobierno. En junio de 2007 de nuevo, en la ceremonia de acreditación del nuevo embajador de Burundi ante la Santa Sede, el Papa acogió con satisfacción la idea de una CVR, al mismo tiempo que recordó que el perdón no se opone a la justicia. La sociedad civil, por lo tanto, se movilizó por el tema de la justicia de transición, pero no intervino. La ONU, sin embargo, instó al Gobierno sobre la necesidad de organizar consultas públicas a gran escala, pero parece que se inclinaron por la voluntad contraria a la de las autoridades. En el momento de las entrevistas que se llevaron a cabo para la redacción de este documento, la ONU retiró a sus contactos de la sociedad civil, lo que constata que quería un mecanismo judicial que destacara la cuestión de la reparación para las víctimas y no sólo una CVR, contra los deseos del Gobierno. Sin embargo, algunos miembros de la sociedad civil expresaron su preocupación de que el debate se convirtiera en confidencial entre la ONU y el Gobierno (reconociendo que la sociedad civil no fuera lo suficientemente fuerte como para hacerse cargo de la cuestión de la justicia de transición y promover la elección de un tipo adecuado de la justicia en el país). Los mismos expresaron 81 En el Acuerdo de Arusha, P. I, artículo 6, se prevee, entre otras cosas, la construcción de un monumento nacional en memoria de todas las víctimas y el establecimiento de un día nacional de conmemoración de las víctimas. sus temores de que Burundi se convirtiera, una vez más, sobre este problema crítico de la justicia, en un proceso guiado desde el exterior, en una especie de “copiar-pegar”, aplicando las soluciones probadas en otros lugares, como la solución de Sudáfrica. 82 Si bien la ratificación del Estatuto de Roma, adoptado en julio de 1998, no fue considerada por los negociadores en Arusha como un medio para luchar contra la impunidad, el Gobierno de transición expresó su intención de cumplirlo, refiriéndose al artículo 124 del Estatuto, que permite que un Estado signatario evada la jurisdicción del TPI durante siete años con respecto a los crímenes de guerra. De hecho, muchas voces dentro del Gobierno, y particularmente en el ejército, expresaron sus reservas sobre la ratificación del Estatuto mientras durara la guerra. La Asamblea Nacional y el Senado se objetaron a que el Gobierno hiciera uso del artículo 124, influidos en sentido por la promoción de la sociedad civil. La Corte Constitucional exigió, acogida por el Parlamento, promulgar la ley tal como fue aprobado por las cámaras, es decir, sin reservas, y el Gobierno optó por congelar el proceso. Todavía bajo la influencia de la sociedad civil se completó el proceso al año siguiente. Burundi es un Estado Parte en el Estatuto de Roma desde el 21 de septiembre de 2004. El TPI no tiene competencia para juzgar los crímenes cometidos antes del 1 de julio de 2002, lo que los deja en manos de los mecanismos de justicia de transición. 32 6 Lecciones Del proceso de paz burundés a Arusha Provistos de reservas, privados de un alto el fuego negociado sin los grupos armados, forzados por la presión de la mediación, de la región y de la comunidad internacional, mudos en lo que atañe a la dirección de la transición: la forma en la que se firmó el Acuerdo de Arusha podría considerarse un fracaso. Especialmente, no ha sido capaz de restablecer la paz de forma rápida, ni de promover el regreso de los refugiados o un cambio inmediato del tipo de Gobierno. Este fracaso es aún más estrepitoso si se tiene en cuenta que fue el resultado de años de despliegue de esfuerzos diplomáticos y se cobró, además de un capital ingente, una gran cantidad de vidas civiles. La mayor crítica reside en la ausencia de movimientos rebeldes en la mesa de negociaciones. La estrategia de la mediación, que consistía en apostar por el efecto dominó que no fallaría a la hora de generar una firma con los partidos existentes, fracasó de forma evidente. Además del hecho de que la guerra prosiguió, una de consecuencias fue el escalonamiento del proceso de paz. En el camino, el acuerdo principal terminó perdiendo su fundamento. Ninguna de las reformas y las decisiones adoptadas en Arusha llegaron a aplicarse, ya que la atención se centró principalmente en el alto el fuego. Es más, la guerra se convirtió en una excusa para evitar o retrasar la ejecución del acuerdo. Finalmente, la integración del “último vagón” (CNDD-FDD), por hacer uso de la metáfora de un diplomático, “ha conducido el tren en otra dirección” de la señalada por el Acuerdo de Arusha. “Hemos perdido la orientación”, concluyó. El enfoque de las mediaciones sucesivas carecía de profesionalidad. La falta de neutralidad de la mediación, debido al hecho de que se encontraba estrechamente implicada en la dinámica regional, se vio compensada por su perfecto conocimiento de un contexto que se mantenía impermeable a otras intervenciones externas. Sin embargo, esta práctica mediadora ha presentado otras carencias. Fue más pragmática y personal, en detrimento de un enfoque integral y científico, que habría servido para identificar los factores endógenos y exógenos, así como a los actores del conflicto susceptibles de influir en la resolución del mismo (la sociedad civil o la iglesia, por ejemplo). Fue extremadamente exigente – por lo que a veces resultaba humillante– en detrimento de la necesaria reconstrucción del tejido social entre las partes orientadas a la desconfianza exacerbada. Finalmente, se descartó: en repetidas ocasiones, la mediación, al igual que los actores internacionales –por temor al fracaso o a un bloqueo significativo en temas casi siempre controvertidos– han buscado satisfacer a todas las partes, aunque solo fuera parcialmente, ignorando deliberadamente la coherencia y la aplicabilidad de las disposiciones propuestas. Así, han caído en el juego de los burundeses, que no han vacilado en conseguir una victoria política vinculada a sus bases, ni tampoco en manifestar su desacuerdo y oponerse a la aplicación de estas disposiciones en el momento oportuno. No se puede hacer más que insistir una y otra vez en la singular preparación que requieren este tipo de negociaciones. En este nivel, el papel de la mediación es esencial. La comunidad internacional y los actores nacionales, ¿han perseguido los mismos objetivos? ¿Han dialogado sobre lo mismo? ¿Qué suponía exactamente, para los unos y los otros, el hecho de negociar? Un ejercicio que resulta beneficioso. No se pueden matizar estos resultados, que hacen que Burundi se asemeje a un laboratorio donde cada uno apuesta por su fórmula, si no se considera el Acuerdo de Arusha como una etapa de un proceso de paz iniciado varios años atrás y que aún continúa con las FNL, hasta el momento de la redacción del presente informe. Todos los interlocutores entrevistados parecen coincidir en que el proceso se ha ido convirtiendo, poco a poco, en irreversible. En este aspecto, Arusha es un éxito. En especial, proporcionó a las partes un foro para expresar sus quejas y represalias, en lugar de seguir luchando fuera y sin un marco de contención. Estas fueron capaces de confrontar, por primera vez y, sin rodeos, el tabú étnico, y el diálogo se hizo posible, incluso entre “golpistas” y “terroristas genocidas”. El acuerdo 33 desencadenó en un compromiso para abordar la lucha contra el genocidio, por una parte, y contra la exclusión, por otra. Imposibilidad –consciente e implícitamente aceptada– de las medidas adoptadas en el acuerdo. El proceso sólo consiguió despistar a la comunidad internacional, que veía a la partes atacarse por el día, y compartir una cerveza por la noche. Los burundeses firmaron bajo presión. Dijeron un sí, pensando en un no. Además, dada la fragilidad de la situación política postelectoral, en la que los líderes actuales encarcelan a los del pasado, no es seguro que Arusha haya cumplido su objetivo de restablecer la confianza entre las partes. ¿Se podía esperar otra cosa del peso de la deuda de sangre que existe entre los burundeses? Más allá del contenido del acuerdo, aún letra muerta en la mayoría de sus disposiciones, se encuentra el ejercicio que resultará beneficioso. A falta de una reacción crítica adecuada de manos de la mediación –que, no obstante, se encontraba en posición de exigir a las partes un mayor pragmatismo–, se obtuvo el consenso bajo el principio de un mecanismo dual que seguía siendo abstracto y difícil de implementar y que, lo que es más, delegaba el asunto en terceras partes; en este caso, la comunidad internacional. El acuerdo también contenía importantes lagunas (la ausencia de un alto el fuego, la presencia de los grupos armados en la mesa de negociación, y el nombramiento de gestores de la transición). Era evidente que el asunto de las reformas –y, por ende, el de la justicia– sufriría importantes retrasos. Es cierto que este ejercicio ha sido largo, demasiado largo para los observadores externos que se impacientan por las argucias de los burundeses. Sin embargo, no ha sido lo suficientemente largo según ciertos diplomáticos, ya que, con la retirada, no se ha logrado restablecer la confianza entre los burundeses. Criticado desde todos los flancos, el acuerdo que concierne al pasado, de todas formas logrará la difícil hazaña de ser considerado –y para algunos, de seguir siendo– la base de todo el proceso de paz de Burundi. Incluyendo a sus detractores de entonces, que comprendieron rápidamente el provecho que podían sacarle. La justicia en el proceso de paz burundés La falta de una interpretación consensuada entre los actores. Aunque los actores identificaron de común acuerdo la cultura de la impunidad como una de las causas fundamentales del conflicto, esta interpretación consensuada se detuvo en este hecho. Nadie estaba dispuesto a cuestionarse sus propias responsabilidades. Cada grupo intentó manipular el tema de la justicia para convertirlo en un instrumento para desacreditar al grupo rival en el terreno político. El acuerdo de Arusha es ante todo un acuerdo político: con el fin de obtener un consenso, la mediación y las partes aceptaron principios con los que generalmente no es posible transigir. Para los negociadores burundeses, un medio de escape consistía en delegar el asunto tanto a terceras partes como a sus sucesores políticos. En Burundi, se acostumbra a decir que cuando un político quiere zanjar un problema, crea una comisión. Naturalmente, el tema de la justicia ha recibido el mismo tipo de trato. Esta imposibilidad ha tenido efectos positivos. A pesar de que no se haya producido un debate sobre las responsabilidades, ni a corto ni a medio plazo, ha tenido un impacto significativo. Si ciertas personas hubieran estado expuestas a una acusación seria por su responsabilidad en lo ocurrido, el proceso de paz podría haberse visto afectado. Todos –los burundeses, la mediación, la comunidad internacional– eran conscientes, y todos acataron las reglas del juego. La inclusión de la cuestión de la justicia no tuvo un impacto significativo en el proceso... En el caso de Burundi, se puede afirmar que la inclusión en el acuerdo de una preocupación 83 En cierto sentido, el informe Kalomoh podría ser considerado un “tratado independiente”, dado que proporciona soluciones a posteriori diferentes a las inicialmente dispuestas en el acuerdo de Arusha. 34 por la justicia no tuvo ninguna repercusión sobre la paz. Desde un punto de vista práctico, la paz dependía en gran medida de la participación de los grupos armados en las negociaciones y de la voluntad de las partes de deponer las armas. El acuerdo tampoco fue capaz de promover un sentido de la justicia y de respeto de los derechos humanos. Durante las negociaciones de Arusha, al igual que durante la transición, todos los debates relacionados con la justicia continuaron siendo eminentemente políticos. Los derechos humanos no se vieron respetados. La mayoría de las reformas referentes a la justicia no se aplicaron o, cuando se hizo, resultaron de imposible cumplimiento. Algunas incluso fueron rechazadas, imitando la justicia tradicional de la Bashingantahe. La mínima aplicación dependía más de una voluntad y gestión políticos que de la voluntad de promover la justicia y los derechos humanos. La única repercusión de este proceso se puede encontrar en el nuevo impulso que ha caracterizado desde entonces a la sociedad civil, aun cuando las autoridades se muestran reacias a considerarla como un verdadero interlocutor. ... pero ha resultado ser la única manera de mantener el asunto a la orden del día. A lo largo del acuerdo, en los orígenes de la inclusión de principios tan importantes como la exclusión de cualquier medida de amnistía o de inmunidad de delitos mayores, reside una mezcla sutil entre el deseo de las partes de ajustar cuentas con el otro grupo encolerizado, una necesidad de cobertura (y de impunidad) para aquellos que hubieran podido sufrir molestias, y una preocupación por responder a la radicalidad de sus respectivas bases, contrarias a cualquier compromiso. Parece que entonces, una referencia a un principio tan importante como la imposibilidad de amnistía para los delitos graves –o al menos la de la idea de un plazo para cualquier medida de amnistía– sentó las bases que han ayudado a que la cuestión se mantenga a la orden del día. Por lo que respecta a saber si estas cuestiones de justicia podían o debían discutirse más adelante, en negociaciones independientes del tratado de base, la mayor parte de los interlocutores expresaron sus dudas: probablemente, el tema de la justicia no se habría mantenido a la orden del día, no más de lo que hubiera podido intervenir el informe Kalomoh, si, en la base, no se hubiera convertido en el objeto de las disposiciones del acuerdo de Arusha. Los debates actuales sobre la justicia de transición encuentran su fuente y legitimidad en el acuerdo de Arusha, y sin este último, el tema de la justicia probablemente habría sido barrido por completo a partir de entonces. La especificidad del problema de Burundi... Si establecer un mecanismo judicial ha resultado difícil hasta el día de la fecha, es porque, en el caso de Burundi, el propio aparato del estado está formado por criminales, desde la independencia e independientemente de los dirigentes del momento. No se puede ser, a la vez, juez y autor de un crimen.Es por esta razón, entre otras, que la reconciliación siguiendo el modelo sudafricano o la fórmula de Sierra Leona tienen sus seguidores. La solución sudafricana dividió la reconciliación de un tratamiento judicial de la delincuencia. Pero por muy censurable que fuera el apartheid, Sudáfrica no experimentó las olas delitos mayores que han caracterizado la historia de Burundi. Algunos interlocutores burundeses plantearon la oportunidad de leer y tratar la situación de Burundi a la luz del contexto y de la solución sudafricanos. De hecho, no existe ninguna garantía de que estos delitos graves no se vuelvan a producir en el futuro de Burundi. Vale la pena hacer hincapié en que el propósito de la mediación es actuar sobre las causas arraigadas por las que las partes recurren a la violencia. Aunque los casos de Sudáfrica o de Sierra Leona han servido, cada uno en su momento, inspirar la solución de la situación burundesa, este presenta un carácter específico: la deuda de sangre entre las partes es inconmensurable. En Arusha, no se ha tenido en cuenta a las víctimas. No obstante, actualmente parece que la cuestión de la compensación a las víctimas podría constituir un punto de convergencia entre los que abogan por la reconciliación/perdón y los que insisten en cuestionar las responsabilidades. 35 ... pero que en adelante también encaja en la esfera de influencia de la justicia internacional. Las partes no hicieron un cálculo exacto de las consecuencias de incluir en el acuerdo de Arusha la imposibilidad de concesión de amnistía a los delitos mayores. Cualesquiera que sean sus motivos, esta mención ha agravado y agrava aún el arreglo de la situación de Burundi. El CNDD-FDD intentó esquivarla a través de una interpretación personal del concepto de la inmunidad provisional. Esta hizo su reaparición en el acuerdo firmado con las FNL. Si se prosigue con el debate la conveniencia o no de este tipo de mención en un acuerdo de paz, de ahora en adelante se deberá hacer a la luz de los últimos desarrollos de la justicia International84, especialmente en países como los de esta región, que se han visto marcados a fuego por delitos mayores. Entre la Paz y la Justicia, ¿quién tiene a quién como rehén? El proceso de paz de Burundi no ha zanjado el debate que enfrenta a los partidarios de la justicia como requisito previo para una paz duradera, con los que creen que es muy probable que la búsqueda de responsabilidades debilite el proceso político. Conclusión Estos últimos tienen, a su favor, unos resultados desoladores: falta de tratamiento de los excesos del pasado, y ninguna mejora significativa sensible a la situación del plan de respeto de los derechos humanos. En Arusha, se ha abordado el tema de la justicia, pero nunca de forma honesta. No ha sido más que un instrumento de descrédito político contra el grupo rival. Más tarde, la espada de Damocles, que aún pende sobre la cabeza de los ex combatientes ha favorecido los bloqueos. La reticencia de las FNL continúa ejemplificándolo en 2007. Sin embargo, si la cuestión de la justicia ha formado parte desde el comienzo de los debates de Arusha, es porque los propios burundeses la consideraban íntimamente ligada a los cimientos del conflicto. Desde el 84 El Tribunal Penal Internacional ha emitido órdenes de arresto internacionales contra diversos señores de la guerra congoleños y ugandeses. En ambos casos, fue secundado por los presidentes de sus respectivos estados. mismo momento en que la justicia se hizo ineludible, independientemente de los motivos que precedieron su inclusión en los debates, la pregunta que es preciso hacerse quizás no sea saber si la justicia debía o no debía abordarse, sino más bien cómo aprovechar esta oportunidad, en beneficio del país y de los burundeses. Si la mediación tiene responsabilidad en la situación actual, tal vez sea a este nivel. No hay duda de que ha lanzado sugerencias para lograr un mecanismo viable, pero no ha insistido por miedo a poner el propio proceso en peligro, sintonizando así con la pasividad de las comunidades regionales e internacionales. Actualmente, bajo el liderazgo de las Naciones Unidas, y también de la sociedad civil, que quiere recordar a los políticos que los montones de cadáveres que invaden la historia de Burundi son parte de un “billete a la justicia”, el tema sigue a la orden del día. Las Naciones Unidas se definen como los guardianes de los principios fundamentales de la justicia internacional. Esta postura se une a un movimiento que no ha dejado de cobrar importancia en los últimos años, con el apoyo de la CPI, y con el que los equipos de mediación deberán transigir. Ahora bien, tal vez sea necesario reformular la cuestión del lugar de la justicia en un proceso de paz: ¿la justicia sigue siendo una opción o se vuelve un paso obligado? Ciertamente, el camino puede ser más largo, si cabe. Incluso puede desencadenar en fracaso. El pragmatismo impone su ley: no hay espacio razonable para la justicia ya que permanece incólume la idea de que las normas internacionales, por otra parte indiscutibles, carecen de pertinencia debido a la especificidad de su propio caso. No hay más espacio dado que un proceso de paz – ya largo y doloroso de por sí – no se completa de manera definitiva con la integración política de todos los grupos armados. Por último, el margen continuará siendo reducido mientras los criminales sigan teniendo la posibilidad de lucir la vestimenta de juez. La justicia se ha medido y sigue midiéndose, incómoda, por el rasero de los delitos que se han cometido en Burundi. Su sombra se ha cernido sobre la totalidad del proceso y será necesario que algún día Burundi se centre en su propia historia. Puesto que, más allá de lo 36 que se puede o no se puede negociar en los círculos internacionales, una vez de vuelta en su propio entorno y conflicto, los burundeses siguen enfrentados a su monstruo común. También es probable que sea esto lo que explica que en Burundi la justicia nunca haya dejado de ser una cuenta pendiente, por muy incómodo que resulte. 37 Lista de los participantes burundeses negociadores y signatarios del Acuerdo de Arusha – El Gobierno de Burundi – La Asamblea nacional – La Uprona (Unión para el progreso nacional) – El Frodebu (Frente para la democracia en Burundi) – El CNDD (Consejo nacional para la defensa de la democracia) de Léonard Nyangoma. – El Parena (Partido para la recuperación nacional) – El PIT (Partido independiente de los trabajadores) – El PL (Partido liberal) – El PP (Partido del pueblo) – El PSD (Partido social-demócrata) – El Inkinzo (Partido socialista y panafricanista) – La Abasa (Allianza burundo-africana para la salud) – La AV-Intwari (Allianza de los valientes) – El PRP (Partido para la reconciliación del pueblo) – El RPB (Reagrupamiento del pueblo burundés) – El Frolina (Frente para la liberación nacional) – El Palipehutu (Partido para la liberación del pueblo hutu) – La Anadde (Allianza nacional para el derecho y el desarollo) –se incorporó durante el curso del proceso – La Raddes (Addesión para la democracia y el desarrollo económico y social) –se incorporó al proceso más tarde 38 Bibliografía Acuerdo de Arusha para la paz y la reconciliación en Burundi, 28 de agosto de 2000. 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