El perfil del licenciado en archivonomía ante los nuevos retos

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El perfil del licenciado en archivonomía ante los nuevos retos
Joaquín Flores Méndez
Director
Escuela Nacional de Biblioteconomía y Archivonomía
jfloresm@sep.gob.mx
Una de las razones por las que la Archivonomía como disciplina no ha podido
alcanzar legitimidad en la sociedad bien puede obedecer a que su utilidad ha
estado restringida a ciertos ámbitos profesionales, o bien a que ha sido
considerada como auxiliar de otras disciplinas e, incluso, asumida sólo como un
conjunto de técnicas para el buen resguardo de “papeles importantes”. Los que
aquí nos reunimos sabemos bien que, como indica Edward Higgs:
[…] la profesión archivística en el mundo occidental ha batido un
camino desigual desde su papel como apéndice del sistema
administrativo pasando por la ciudadanía revolucionaria y la erudición
medievalista, hasta el mundo de la gestión de la información. Sin
embargo, sería demasiado optimista concluir que los archiveros han
asumido totalmente las implicaciones de las nuevas tecnologías de la
información en su disciplina. Ante la revolución de la información que
está teniendo lugar, la profesión archivística necesita enfrentarse a este
nuevo reto, para que la memoria colectiva del futuro no se empobrezca
irremediablemente.1
No obstante, la falta de legitimidad social no se resuelve sólo incluyendo en
la agenda de discusión la incorporación de las nuevas tecnologías, pues hay un
aspecto fundamental que requiere una reflexión de mayor envergadura, me refiero
a los fundamentos y sentido de la disciplina en sí mismos. Desde esta perspectiva,
la falta de presencia y aprecio de la archivonomía en el ánimo de la sociedad se
1
Edward Higgs, “De la erudición medieval a la gestión de la información: la evolución de la
profesión archivística”, XIII Congreso Internacional de Archivos, Beijing, China, 2-7 Septiembre
1996.
1
hace patente cuando, por ejemplo, la asignación de personal para trabajar en el
archivo de una organización es considerado como un castigo, incluso para
aquellos, que en principio, se adiestraron en la organización de documentos. Por
otra parte, podría relacionarse con la falta de vocación de los archivistas y,
finalmente, porque con mucha frecuencia quienes “archivan” no son precisamente
los que cuentan con un adiestramiento profesional en la materia.
Si bien en el siglo XVIII una “carrera” significaba todo un proyecto de vida
para la persona que decidía emprenderla, con varias etapas de desarrollo,2 en la
actualidad se ve sólo como una forma de subsistencia básica en donde no se
conocen las funciones del archivista ni el para qué de lo que realiza; desde este
punto de vista sigue siendo válida la reflexión que hace John E. Kicza sobre las
profesiones de los individuos en la época de los Borbones cuando señala que:
La profesión de un individuo era frecuentemente un indicio inadecuado
de su verdadera función, ya que muchas personas practicaban la suya
única o predominantemente por cuenta de su familia y hasta lo hacían
en áreas no directamente relacionadas con ésta… [por lo que] Se
requiere un examen más cuidadoso para cerciorarse de sus funciones
reales […]3
A más de 200 años de distancia de los individuos estudiados por el
historiador, parece que su argumento sigue siendo válido para la profesión de
archivista, pues quienes cultivan la disciplina no han logrado justificar plenamente
la función social que cumplen a partir de la pertinencia disciplinar y la producción
2
Salvador Rodolfo Aguirre, “Relaciones de méritos del archivo de la Real Universidad de
México y el estudio de carreras”, en Mariano Mercado Estrada, coord., Teoría y práctica
archivística III, México, Centro de Estudios Sobre la Universidad, 2003, Cuadernos del Archivo
Histórico de la UNAM 13, p. 81.
3
John E. Kicza, Empresarios coloniales. Familias y negocios en la ciudad de México
durante los Borbones, México, Fondo de Cultura Económica, 1986, pp. 256-257.
2
de conocimiento científico propio. Si bien tradicionalmente a los archivistas se les
ha confiado la tarea de custodiar y difundir el patrimonio documental con el
objetivo de ponerlo al servicio de la sociedad, esta función no se ha cumplido
cabalmente y, por tanto, hoy existe una deuda del gremio para con la sociedad de
la que forma parte, pero esta deuda es corresponsabilidad también de las
instituciones que los forman.
En este ámbito, es importante señalar que las funciones sustantivas de la
gran mayoría de las instituciones de educación superior contempla formar
profesionistas útiles para la sociedad y, pese a ello, las instituciones de educación
superior que en algún momento se han impuesto la tarea de formar archivistas no
hemos sido capaces de impulsar el desarrollo de la disciplina así como de apoyar
a los profesionales para establecer los vínculos con la sociedad que, a su vez,
coadyuven a mostrar la utilidad y el beneficio social que resulta del trabajo
inherente a la preservación de la memoria de las instituciones. No hemos podido,
por otra parte, dotarlos de las estrategias que les permitan poseer y desarrollar los
métodos necesarios para acceder con éxito al reto que significa organizar y
resguardar documentos administrativos; métodos que también pueden ser
aplicados a otras necesidades diferentes de investigación histórica y que son una
de las características de la profesión del archivista.
En descargo del poco éxito en las funciones del individuo dedicado a la
archivonomía, hay que señalar que la tarea que desempeña el archivista no es
sencilla ya que las instituciones les han confiado precisamente la custodia de la
memoria de su origen, desarrollo y formación, en palabras de Couture y
Rousseau:
3
[…] el archivista es responsable ante la sociedad del mantenimiento del
patrimonio archivístico, es decir, de las pruebas y testimonios del papel
que juega su institución dentro de esa misma sociedad. Es
directamente responsable de la transmisión de la memoria social a las
generaciones futuras. A él es quien la sociedad confía la tarea de
administrar eficazmente la documentación y de seleccionar los
documentos que pasarán la barrera del tiempo. En los albores del siglo
XXI, al archivista le corresponde más que nunca adaptar las
necesidades de su profesión, a las necesidades de la sociedad de la
cual forma parte.4
Si esto es así, el archivista debe entenderse a sí mismo como un hombre y
una mujer de su tiempo, incluso cuando trabaje directamente con documentos
históricos ya que debido al desarrollo de la tecnología el resguardo de la memoria
de la sociedad impone nuevos retos, lo que supone, por ejemplo, no perder de
vista lo que señala T. Cook, a saber, que:
Los documentos informáticos nos llevan a la era de los archivos y
documentos virtuales, donde el documento físico, tan esencial en gran
parte del discurso archivístico tradicional de nuestro siglo, se convierte
en algo de importancia secundaria en comparación con el contexto
funcional en el que se produce, describe y utiliza el documento.5
A lo anterior es de sumarle que una más de las asignaturas pendientes para
el gremio archivístico es la de ubicar a la disciplina en su alcance verdadero, ya
que, por ejemplo, José Bernal Rivas la propone como ciencia que evoluciona
hasta ser una disciplina que forma parte de otra ciencia al proponer que:
4
Carol Couture y Jean Yves Rousseau, Los archives en el siglo XX, México, AGN, 1988,
pp. 9-10.
5
Terry Cook, “Interacción entre la teoría y la práctica archivística desde la publicación del
manual Holandés en 1898”, XIII Congreso Internacional de Archivos, Beijing, China, 2-7
Septiembre 1996, p. 17.
4
La situación actual en la formación de los archivistas es el reflejo de la
evolución del concepto mismo de la archivística, por una parte, y de las
diferentes tradiciones archivísticas por otra. Pues de una ciencia
empírica para el arreglo y organización de los archivos ha pasado por
tres etapas sucesivas, ciencia auxiliar de la historia, en el siglo XIX,
ciencia auxiliar de la administración, al tiempo que se iniciaban los
grandes cambios socioeconómicos de principios del siglo XX y
finalmente, la consideración de que es una parte integrante de las
ciencias de la información, lo que ha llevado a la inclusión de los
archivos por parte de la UNESCO, en los sistemas nacionales de
información. Su evolución de una ciencia descriptiva, a una ciencia
funcional, la ha convertido en una disciplina dentro de las ciencias de la
información.6
Si seguimos el argumento del autor, todo parece indicar que, después de que
la archivonomía alcanzó el estatus de ciencia (empírica o auxiliar); es decir, que
una vez que reunió los elementos propios de una ciencia, se redujo a una
“disciplina” vinculada con otros campos de conocimiento. Desde esta perspectiva,
tal vez convenga reflexionar si en algún momento reunió los elementos que
constituyen al conocimiento científico, esto es, si el quehacer de los archivistas
supuso o supone la producción de conocimiento científico, sobre el que conviene
tener presente que es aquel que reúne los siguientes atributos:
[... es] producido por la actividad humana que llamamos ciencia. Sus
principales características se definen diciendo que se trata de un
conocimiento racional, metódico, objetivo, verificable y sistemático, que
se formula en leyes y teorías, y es comunicable y abierto a la crítica y a
la eliminación de errores. Como conocimiento racional y objetivo que
es, se realiza según enunciados descriptivos, que se refieren a hechos
del mundo material, que pueden ser verdaderos o falsos, y cuya verdad
es controlable y demostrable; en calidad de conocimiento obtenido con
un método, es una actividad que planifica sus objetivos que intenta
conseguir con los mejores medios y, por ello, somete a prueba
experimental, contrastándolos con los hechos, sus enunciados
principales. El saber científico no se reduce al mero conocimiento de
6
José Bernal Rivas Fernández, “El archivista: un profesional de la información”, en
Bibliotecas y Archivos: órgano de la Escuela Nacional de Biblioteconomía y Archivonomía, Vol. 1,
No. 4, enero-abril, 1997, 2ª. Época, p. 28.
5
hechos, sino que va más allá de los mismos, porque es también saber
sistemático que se construye a partir de hipótesis, que se someten a
contrastación, y que pueden convertirse en leyes y teorías, con las que
se obtienen explicaciones y predicciones. Se orienta, por lo mismo, a
obtener un consenso universal sobre la verdad de sus enunciados, pero
no excluye ni la crítica fundamentada o la revisión de los errores que
contiene, ni la afirmación de que el conocimiento científico es
provisional.7
Si la archivonomía y sus seguidores no avanzan en este terreno para la
elaboración de “métodos sistemáticos de investigación empírica, análisis de datos,
elaboración teórica y valoración lógica de argumentos para desarrollar un cuerpo
de conocimiento sobre una determinada materia”,8 ¿cómo o a partir de qué
criterios podemos definir un perfil profesional para el archivista y que éste obtenga
un reconocimiento social?
Esta tarea me parece que es impostergable si lo que se quiere es formar
profesionales, pues de no hacerlo estamos reduciendo los ámbitos de la
archivonomía a los propios de la formación técnica en la que se aplican reglas y
procesos, e incluso a veces sólo partes de procesos, casi de manera mecánica y
al margen de la reflexión y el análisis que son inherentes al conocimiento
científico. En relación con esta afirmación quisiera aclarar que, cualquiera que sea
el resultado de una profunda reflexión acerca de la naturaleza y destino de la
archivonomía (en la que sin duda los que tienen que emprenderla son ustedes, los
archivónomos), no intento demeritar estas actividades, pues debemos valorar –y
por mi parte valoro en todas sus dimensiones– el trabajo realizado por quienes
7
Jordi Cortés Morató y Antoni Martínez Riu, Diccionario de filosofía en CD-ROM,
Barcelona, Empresa Editorial Herder S.A., 1996.
8
Anthony Giddens, Sociología, Madrid, Alianza Editorial, 2001, p. 802.
6
denominamos como técnicos. Es decir, que no pierdo de vista la importancia del
trabajo realizado y la función social que cumplen estos profesionales, pero
conviene tener presente que la “organización, clasificación y depuración de
archivos” no constituye en modo alguno y de forma exclusiva un trabajo
estrictamente manual y mecánico, pero aun cuando este sea el camino y el tipo de
profesionales que queremos y se necesita formar, debemos de dotarlos de una
visión holística que les permita entender la trascendencia de un trabajo con estas
características. Hasta aquí algunas reflexiones sobre la archivonomía en tanto
disciplina, pero la otra parte de lo que me interesa comentar con ustedes tiene que
ver con diversos aspectos relacionados con el trabajo de los archivistas y que no
se pueden perder de vista al definir el perfil de de un archvista.
Si bien los archivos como tales ya son reconocidos como de importancia para
algunos segmentos de la población, salvo contadas excepciones, la mayoría de
ellos están dirigidos por personas entusiastas que comprenden la importancia de
la conservación de los repositorios, aunque en general, carecen de una formación
global que les permita ubicar la importancia del uso de los materiales, lo que
facilitaría en principio, a investigadores de otras disciplinas su trabajo.
Por otra parte, la legislación que protege los archivos en México tiene aún
limitaciones y la puesta en marcha de la política nacional de conservación de
archivos -que tiene réplicas en algunos estados- no es muy antigua. Sin embargo,
esta legislación no define el perfil del responsable de los archivos, si bien propone
que una de sus funciones primordiales sea la de preservar la memoria de la
nación, o citando a Raymundo González:
7
Entre los fines de la reforma en marcha está convertir… al profesional
de esta rama, en un agente de la democracia y del estado de derecho.
La responsabilidad del archivero para con la sociedad y el Estado debe
estar normada por ley[…] Debe además pautarse la normativa ética en
el desempeño de esta función, pues no sólo es custodio del patrimonio
nacional sino que tiene a su alcance información sensible, para el
Estado e incluso para las personas privadas. La tarea […] en el
presente tiene rasgos […] pedagógicos: Es dialógica porque trata de
reconocer el terreno real en que pisa, un conocimiento que parte del
diagnóstico y de la lógica[…] de las prácticas vigentes, para poder
transformarlas en respuesta a las necesidades reales del servicio… Es
también inclusiva, porque quiere atraer a los archiveros empíricos a
conocer las teorías actuales y, además, es crítica, porque invita a
discutir las prácticas empiristas para hacer la autocrítica de sus
procedimientos y adoptar los nuevos [... y] Requiere de reflexividad
para tomar decisiones ponderadas, respetando los principios
fundamentales de la archivística.9
En este mismo sentido, el perfil del archivista debe responder a las
necesidades de información que la sociedad empieza a demandar. Deberá ser
creativo para utilizar las herramientas que le proporcionan las nuevas tecnologías
de información para preservar los documentos, cintas sonoras y videos así como
los soportes que garanticen su resguardo e integridad para estar en posibilidad de
reconocer los que pudiesen ser modificados o eliminados, de aquellos que
representan un momento de importancia histórica. Debe ser capaz de diferenciar
entre la importancia del sustento de la información y de la información misma.
Para esta tarea, es necesario dotar al archivista de los conocimientos que le
permitan realizar los trabajos de selección de la información en forma adecuada.
Esta tarea de formación de recursos humanos calificados corresponde a las
instituciones de educación superior que son las que tienen o debieran tener un
compromiso ineludible, pues depende de ellas la formación de archivistas
9
Raymundo González/www.hoy.com.do, 30 Noviembre 2007.
8
formados globalmente que sirvan como interlocutor entre las elites,10 el documento
y la población.
Sin embargo, un archivista debe ser un individuo capaz de improvisar y ser
competente en la labor que desempeña, en palabras de Richard Boyatzis: “[…] el
empleado competente en su trabajo es aquel que sabe lo que tiene que hacer en
el momento oportuno y que, además, lo hace”.11
En todo caso, todos estos problemas que enuncio no pueden dejar de lado la
reflexión y el análisis sobre la pertinencia social del archivista, independientemente
del nivel académico en el que se esté formando, sea este de profesional asociado
o de licenciatura, sólo así se avanzará en la obtención del reconocimiento social
aunque quizá buscar la independencia de la disciplina que le permita desarrollar
conocimiento científico propio, es responsabilidad de quienes se forman como
licenciados en archivonomía.
A manera de conclusión, que más que conclusión intenta provocar la
discusión, me permito señalar que el perfil del licenciado en archivonomía ante los
nuevos retos es responsabilidad de todos nosotros, lo cual implica que también lo
está el futuro de la disciplina.
10
Luciano Osbat, “A historian's reflections on the future of archives”, en Archivum:
International Review on Archives, published by the International Council on Archives, Vol. 45, 2000,
p. 199-213.
11
R.E. Boyatzis, The competent manager: A model for effective performance. New York,
John Wiley & Sons, 1982.
9
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