DON PEDRO CALDERÓN DE LA BARDA UNA ENTREVISTA EN EXCLUSIVA PARA NUESTRA REVISTA Conseguimos entrevistar al gran autor del XVII, tras varios días de espera en el Madrid de los últimos Austrias. Don Pedro nos recibe el una pequeña estancia de su casa de la calle Mayor de Madrid. En una esquina hay una mesa alargada con recado de escribir, pliegos amontonados, un par de candiles y una menuda talla en madera de Nuestra Señora de Madrid; completan el austero mobiliario tres sillones frailunos de cuero, una alacena repleta de libros y un reclinatorio frente a un pequeño crucifijo. Por la breve ventana entra la luz de la tarde recortada por el encaje de unos visillos tejidos sin duda por mano de monja. Nos invita a sentarnos junto a la mesa y nos ofrece una jícara de chocolate un poco frío, que aceptamos gustosos. — Disculpen que no haya podido recibirles hasta hoy, ya saben que el Corpus está cerca y paso la mayor parte de mi tiempo en el Buen Retiro, preparando los escenarios de las representaciones. La corte y sus majestades han depositado una carga pesada, aunque gozosa, sobre mis viejos hombros. — No se preocupe don Pedro, hemos aprovechado para dar buenos y provechosos paseos por las calles de la Villa y los alrededores. — ¿Por los alrededores? — Sí claro, por conocerlos y por respirar aire puro en el camino de Hortaleza, o por el Sotillo; hasta una buena caminata hemos dado más allá de los atochares y la ermita del cerro. — ¡Ah, ya veo! había que airearse ¿verdad? Ustedes, los del siglo XXI, creían tener la exclusiva del tráfico, la polución, el ruido y todo eso... Pues ya ven, donde ustedes tienen eso que llaman automóviles, tenemos nosotros carrozas, carros, caballerías de todo tipo y sillas de mano, amén de los viandantes ordinarios, el tropel de pedigüeños y menesterosos de todo tipo que atascan las calles, y el “agua va” que lo termina de emporcar todo. Nuestro entrevistado sacude delicadamente algunas motas polvo de la mesa y luego pasa un dedo por el cuello de su ropa eclesiástica como para sentirse más cómodo —Estas calles nuestras son mucho más estrechas que las de ustedes. — Si, más estrechas y más... — Ya sé, ya sé: más... malolientes ¡Que se creían! ¿que también tienen ustedes la exclusiva de los humos y el mal olor?¡Todo lo contrario! La peste que produce la combustión de esos coches suyos no puede compararse con la de nuestro siglo, con su basura y aguas sucias arrojadas a la calle, sus excrementos batidos en el polvo, sus habitantes...que también huelen lo suyo, y esos humos de las cocinas que —Dios me perdone— pero parece que las comadres no quemasen otra cosa sino cuernos de diablo y tripas de tarasca. — Dejemos, don Pedro, si le parece, tan desagradable tema, y vayamos al asunto que nos ha traído hasta su siglo y su casa: el teatro. — Ya... es mi sino. Desde hace años, cualquiera que habla conmigo sólo quiere que le cuente cosas de teatro. Está bien, a fin de cuentas el caso de ustedes es distinto. ¿Es cierto eso que me cuentan de que han organizado un certamen de teatro en mi honor? — Muy cierto, "La vida es sueño" se llama, y ya va para el tercer año que se celebra. Sonríe ligeramente con una lícita vanidad contenida —¡Ah! ¿si?¿le han puesto el nombre de esa obra que escribí siendo joven? —¿Joven? — Pues claro. Treinta y uno tenía entonces y no olvide que tengo ya setenta y nueve. Lo que ocurre es que todo el mundo me ve en los retratos como soy ahora: este cura de edad avanzada, pelo blanco y reposadas maneras. Pero no siempre fui así. Sus manos, hasta ahora reposadas y un tanto temblorosas, se agitan como si los recuerdos le hiciesen recobrar la misma vitalidad que los ojos han sabido mantener. —De joven tuve muchos momentos revoltosos y emocionantes, en la guerra de Cataluña, por ejemplo; o cuando fui padre en secreto, o cuando Pedro de Villegas acuchilló a mi hermano Diego en el Mentidero, y le perseguí, espada en mano, hasta debajo de las mismas sayas de las monjas trinitarias...¡menudo escandalazo se formó! ¡aún recuerdo los sermones iracundos de fray Hortensio Paravicino contra los "jóvenes sacrílegos"! ¡Hasta su majestad Felipe IV, que Dios tenga en su gloria, se murió de risa! Que no era como este impresentable Carlos II de ahora ; que a pesar de que le viene grande la corona no se la puede poner porque no le cabe en su gorda cabezota... De repente nos mira con unos ojos especialmente pícaros y con un atisbo de fingida preocupación — ¿Esto no lo pondréis en la entrevista, verdad? —No os preocupéis, sólo la leerán los aficionados del siglo XXI. Pero... nos sorprenden esas afirmaciones. ¿Vos no trabajáis para Palacio? —Sí, pero no por eso tengo que tragar con todo. Siempre fui hombre de ideas propias y si a los cincuenta y un años reposé mis ímpetus, me hice sacerdote y mejoré mi vida, no por eso renuncié a mi personalidad; y si no, ved mis obras y veréis. Si muchos años después hice una nueva versión en auto sacramental de "La vida es sueño" fue por mi puesto de poeta para fiestas reales, no porque quisiera mejorarla. Apenas hemos probado el chocolate que, a juzgar por su costra, ha debido quedarse totalmente frío —¿En qué obra estáis trabajando ahora? — Escribo "Ni amor se libra de amor! La estrenaré en el Coliseo del Retiro ante la corte. Tengo ya muchos años y casi vivo de humildes rentas, pero sigo trabajando Baja la voz como si quisiera hacernos una confidencia El trabajo me salva de tanta estupidez como veo en este mi siglo que ustedes llamarán "de oro" pero que cada vez es más "de barro" —Quisiéramos saber de qué se siente más satisfecho un hombre como vos que ha hecho y escrito tantas maravillas. —Gracias por el halago. ¿Que de qué me siento más satisfecho? Pues de haber metido pensamiento en el teatro y haberlo hecho con lenguaje no aburrido, con cierto alcance poético y con eso que llaman en su siglo penetración psicológica —lo mismo creen que lo han inventado ustedes— y que en realidad no es más que conocer a los hombres y mujeres y hacerlos vivir de cierto en el teatro. En ese momento un pequeño gato sin raza conocida se cuela en la estancia y don Pedro saca un mendruguillo de pan del bolsillo de su sotana y se lo da. El animalillo escuchará el resto de nuestra conversación, acurrucado bajo la mesa y royendo lentamente el pan. —Bueno, también estoy orgulloso de que me nombraran caballero de Santiago, pese a que intentaron negármelo por ser hijo de escribano ¡ya ve usted que época más necia me ha tocado vivir! Además me enorgullece haber he- cho la primera Zarzuela, antes de que se inventase: me refiero a "El golfo de las sirenas"; y de haber vertido en mi "Alcalde de Zalamea" ideas tan modernas que sólo el su siglo serán capaces de valorarlas... Sí, estoy orgulloso de muchas cosas, pero con un orgullo discreto; no olvide usted que soy yo quien escribió lo de "En esta vida todo es verdad y todo es mentira" y lo del "Gran teatro del mundo"... así que lo veo todo con bastante relatividad. —Don Pedro, no queremos fatigarle más... —No, hijos, no, si a mis años lo único que le fatiga a uno es la vida misma... Bueno, y esto de escribir todo a mano y con estas plumas tan limitadas...¡No saben ustedes lo que tienen con eso de los bolígrafos! ¡y no digamos con los ordenadores! —En todo caso, dejaremos muchas cosas en el tintero para próximas entrevistas que esperamos que nos conceda. ¿Desea decirnos algo para despedirse de los espectadores del Certamen de teatro clásico "La vida es Sueño"? —Pues sí: que me gustaría poder acudir a las representaciones esas del Centro de Teatro del Torito, para ver obras de otros autores que escribieron después de mi época; que me han contado que algunos son magníficos... pero ¡en fin! ¡uno es de otro tiempo! — A propósito, ¿que hubierais hecho vos, don Pedro, de vivir en el siglo XXI. —¿No se enterarán estos patanes contemporáneos míos si os lo digo? — Le prometemos que no. — Pues también me hubiera dedicado a escribir pero... ¡para el cine y la televisión! Me encantaría colaborar con Spielberg. UNA ENTREVISTA FINGIDA La siguiente “entrevista” la escribí para la revista de una de las ediciones del Certamen de Teatro Clásico “La vida es sueño”, que se celebra cada año en Madrid y que coordino desde su creación. La reproduzco aquí aunque no tiene más importancia que la anécdota en sí, pero puede entretener.