Ecos de la Historia . Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana UCA El Instituto de Historia Argentina y Americana depende de la Facultad de Filosofía y Letras de la Pontificia Universidad Católica Argentina y fue creado en septiembre de 1996. Director Dr. Miguel Ángel De Marco Editor Prof. Alejandro Palacios Colaboradores del Boletín Mg. María Fernanda de la Rosa. Lic. María Victoria Carsen Secretaria del Departamento de Hist. Dra. Paola Ramundo Dir. Del Programa de Arqueología Prof. María Sol Rubio García Secretaria de la Revista Temas Dirección: Av. Alicia Moreau de Justo 1500 P.B. C1107AFD Buenos Aires Argentina Tel: (54-11) 4349-0200 Contactos boletin_ecos@uca.edu.ar www.uca.edu.ar/ecos Contenido Pág. EDITORIAL 1 ARTÍCULOS 2 DOCUMENTOS VISUALES 12 En adhesión a los Festejos por el Bicentenario Patrio, se edita este número especial del Boletín Ecos de la Historia por iniciativa de los miembros del Departamento de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras, con especial agradecimiento a todos los que hicieron posible su realización. Año II Nº 5 - Noviembre 2010 ISSN 1852-5474 LA REVOLUCIÓN DE MAYO Por María Fernanda de la Rosa El acontecimiento revolucionario, en el día en que estalla, transforma profundamente la situación anterior e instituye una nueva modalidad de la acción histórica que no está inscripta en el inventario de esa realidad; afirma François Furet en su obra Pensar la Revolución Francesa. En efecto, la gesta de Mayo fue un suceso medular en la historia argentina, una bisagra entre el pasado y el futuro que enfrentó a una generación con el desafío de construir una nueva nación. Tras pasar por el tamiz español, las ideas del racionalismo francés y los criterios revolucionarios de 1789, habían penetrado en el espíritu de los americanos. Los derechos del hombre y del ciudadano, y el sentimiento cada vez más difundido de soberanía popular, se exaltaban junto al significado que habían adquirido los conceptos de libertad, igualdad y fraternidad. Paralelamente, aquellas ideas se confundían con la más pura tradición del estado moderno español, que anclada en el siglo XVI, rescataba los principios de la escolástica difundida desde Salamanca, donde ante la ausencia del monarca, era precisamente el pueblo el depositario del poder. El año 1810 encontró a toda la América hispana dispuesta ideológicamente para los grandes cambios que se anunciaban; pero solamente Buenos Aires, cabeza del último virreinato, estaba preparada para afrontar inmediatamente y sin claudicaciones un movimiento de transformación política y social de tanta dimensión. En efecto, el Río de la Plata no sólo contaba con una activa burguesía económica e intelectual, sino que las invasiones inglesas habían demandado la formación de cuerpos militares, entre los cuales, los regimientos criollos adquirieron un prestigio comprometido que se puso al servicio de la Revolución; la conciencia de la fuerza, fue acelerando la evolución de las mentalidades de la época, a la vez que consolidaba un proceso que se señalaba irreversible. Durante las intensas discusiones desarrolladas en el Cabildo Abierto del 22 de mayo de 1810 se expresaron los partidarios del más radical absolutismo, que defendían el poder del virrey y el mantenimiento del orden establecido, y también quienes entendían que la crisis imponía un cambio profundo, mediante el cual el pueblo debía asumir el control político del virreinato. Y fue así, que en el marco de una creciente agitación el Cabildo cedió al clamor de los ciudadanos, designando a Cornelio Saavedra para presidir una Junta de Gobierno de representación mayoritariamente criolla. Por encima de lo dicho, no debemos olvidar que la Revolución de Mayo se nutrió de multiplicidad de factores, los mismos que provocaron procesos similares contra el poder español en las demás capitales americanas. A la crisis política, las tensiones económicas, el cuestionamiento del régimen y el sometimiento de la Península al poder francés, se unía un íntimo sentimiento de marginación social, donde los conflictos entre criollos y españoles y las rebeliones indígenas mostraban hasta que grado estaba comprometido el orden impuesto por los borbones desde la Península. En los albores del siglo XIX, la revolución inauguró en la América española un proceso complejo, pero iluminado con objetivos superiores, a partir de una moderna interpretación del poder y del lugar que debía ocupar el ciudadano. Las características de la guerra, la constante inestabilidad política, las profundas transformaciones de la organización territorial demuestran que el camino de la libertad estuvo plagado de intensos conflictos: existieron etapas de expansión económica seguidas ciclos crisis; momentos políticos de apertura seguidos de otros de clausura y oscurantismo; etapas de inclusión seguidos de otros caracterizados por exclusiones social; muchos de los cuales nos acompañan todavía hoy. Por todo esto, la mirada en perspectiva del pasado y la extensa relación de aciertos y desaciertos, ilusiones y desengaños, éxitos y fracasos, impone a las nuevas generaciones argentinas desafíos originales y la ineludible obligación de reafirmar los valores que han distinguido a la Nación ante el mundo. Página 2 Ecos de la Historia ISSN 1852-5474 LA SITUACIÓN ESPAÑOLA Y LOS MOVIMIENTOS REVOLUCIONARIOS HISPANOAMERICANOS Por Cecilia Bahr * Los españoles, a comienzos del siglo XIX, vivieron una situación sumamente compleja que dejó una enorme marca en el imaginario colectivo de ese pueblo. Al mismo tiempo y con una estrecha relación se iniciaron los movimientos revolucionarios hispanoamericanos, por lo tanto es indispensable tener en cuenta la situación peninsular para poder comprenderlos Desde 1788, gobernaba España Carlos IV, un monarca poco interesado en los asuntos de gobierno quien había heredado un reino con incipientes reformas, con una economía en problemas, con una población en franco crecimiento y con una alianza en el plano internacional con Francia marcada por los Pactos de Familia. También heredó un ministro, Floridablanca, miembro, con otros destacados personajes de relevancia en la escena política española, de los grupos que admiraban las ideas ilustradas1. Al iniciarse, en 1789, la Revolución Francesa se produjo entre los “ilustrados” españoles un sentimiento de enorme sorpresa y temor. El ministro tratará de aplicar un operativo cerrojo en las fronteras, sobre todo en la de los Pirineos, y con esto impedir la entrada del flujo revolucionario, pero ante la arremetida de las ideas ultrapirenaicas fue sustituido en el cargo por Aranda, que nada pudo hacer. El radicalismo de la revolución francesa abrió el camino para que llegara un nuevo ministro: Manuel Godoy, quien dirigió el Estado español, salvo un pequeño paréntesis, hasta 1808, gracias a la confianza que le otorga el rey. En adelante los hechos en los que se vio inmersa España dependerán, en alto grado, de los acontecimientos franceses.2 En 1793, Godoy rompiendo con la tradicional alianza francesa, se embarcó en una guerra contra la Revolución “regicida”- se había intentado de todas maneras salvar a Luis XVI y su familia sin conseguirlo- pero los reveses militares sufridos en el país Vasco y Cataluña iban a convencerlo en la necesidad de pactar con los termidorianos en 1795, cosa que se llevó a cabo por la paz de Basilea. A partir de ese momento, España selló sus destinos a los de Francia y el ministro se transformó en “Príncipe de la Paz” 3. En cuanto a su política interna, Godoy no dudaba en presentarse como heredero de la Ilustración. Así realizó una serie de reformas entre ellas la desamortización de una parte de los bienes eclesiásticos aunque, en rigor de verdad, más que dictadas por algún tipo de consideración ideológica, pareciera que estuvieron dadas por la necesidad imperiosa de numerario para frenar el deterioro de las finanzas públicas. Ahora bien, ante los acontecimientos franceses la elite ilustrada Manuel Godoy, por Agustín Esteve. Su española se dispersó. actuación resultó clave en la alianza Un grupo descubrió con Francia que habría de poner en que la revolución había atentado contra jaque a todo el imperio español . la autoridad del estado monárquico al cual ellos habían servido y sobre el cual habían asentado sus ideales, pero se resistieron a abdicar de sus ideas. Por otra parte, el miedo a la revolución alimentó la resurrección de las fuerzas conservadoras, opuestas a la ilustración, que se valieron de las acometidas francesas para dar lugar a una reacción casi xenófoba contra la “pestilencia franca” y contra los renovadores. Estas dos corrientes acabaron estando representadas, poco después, en los enfrentamientos dentro de la familia real 4. Pero a partir de 1804 las cuestiones que se plantearon rebasaron el ámbito de actuación de las elites. España habiendo unido sus destinos a Francia, como ya se ha dicho, se vio envuelta en las luchas napoleónicas. La derrota de la escuadra francoespañola en Trafalgar a manos de los ingleses desencadenó una ruptura del comercio con el imperio colonial y, si a ello se le sumaba la profunda crisis agrícola y epidémica de 1803 y 1804, se puede comprender la magnitud de la problemática que marcó la agonía financiera y política del Estado español. En 1808, la alianza francesa determinó que los ejércitos de Bonaparte entrasen en España para pasar a Portugal, que había desoído la orden francesa de cerrar los puertos al comercio inglés, fiel a su alianza británica. Previamente, se había firmado un pacto entre Napoleón y Godoy por el cual se dividiría Portugal en dos partes: un para Francia y la otra para el ministro. Obviamente esto no se concretó pues en ese año estallan dos hechos fundamentales: el motín de Aranjuez y la Guerra de la Independencia española. El primer acontecimiento ocurrió en marzo de ese año en el palacio al cual había sido llevada la familia real española. La residencia fue tomada, Godoy era derribado acusado de “despotismo ministerial” y el rey, Carlos IV, es obligado a abdicar a favor de su hijo y heredero, jurado como Fernando VII. Napoleón, quien ya tenía en mente una ocupación de España, llama al padre y al hijo a Bayona. Ambos son obligados a renunciar al trono y el francés decide nombrar rey de España a su hermano José 5. En ese momento va a comenzar una guerra sin cuartel contra el invasor que para muchos va a tener un carácter de gesta y que se conoce con el nombre de Guerra de la Independencia 6. Ya el advenimiento al trono de Fernando, su viaje a Bayona y la presencia extranjera había provocado en la población española, sobre todo de Madrid, un clima de agitación que llevó a su explosión el 2 de mayo cuando se conoció la noticia del secuestro del último de los infantes, Francisco de Paula. Un grupo se opuso, se abrió fuego y fue un reguero de pólvora, los madrileños se adueña- La rendición de Bailén (fragmento), ron de la ciudad, el por Casado de Alisal, batalla donde se ejército de ocupa- destacó un joven capitán de la cabación comandado por llería española: José de San Martín. Año II Nº 5 - Noviembre 2010 Murat reprimió violentamente y toda España se declaró en contra de los franceses en la que fue una guerra sin tregua7. Los soldados desertaban para incorporarse a los ejércitos fieles a Fernando VII, que será llamado “el deseado”. Esta impetuosidad y la ayuda inglesa permitieron la victoria de Bailén, luego de la cual las tropas de ocupación se debieron replegar hacia el norte. Surgieron en toda España un poder revolucionario con juntas locales, aprovechando la representatividad que los grupos de Página 3 quienes apoyaban incondicionalmente a Fernando VII. Estos últimos serian los que formaron las juntas, como ya hemos mencionado, y luego, unas Cortes mayoritariamente liberales que buscaron sentar las bases de una monarquía parlamentaria. Las ideas burguesas se abrieron camino de manera imparable en cualquiera de los dos bandos. En 1810, los ejércitos franceses lograron llegar al sur y apresar a los miembros de la Junta Central, quienes actuaban como un gobierno paralelo en nombre de “el deseado”, pero la constante guerrilla popular y los apremios de Napoleón en otras partes de Europa hicieron que, en 1813, se retirase de España y le devolviese el trono a Fernando. Las aspiraciones de las elites debieron esperar un tiempo para volver al poder pues el rey era partidario de la monarquía absoluta. El triunfo en la guerra dejó un país devastado, pero tal vez, la más grave de sus consecuencias fue la pérdida del imperio colonial americano. Restaurarse de esas heridas le llevó, por lo menos, hasta mitad de siglo XIX. Los fusilamientos del 3 de mayo de 1808, por Francisco de Goya, retrata como pocas obras la crueldad de la guerra y la locura en la que se vio inmersa la España ocupada. poder tenían en los gobiernos comunales, más tarde juntas provinciales, que finalmente designaron una Junta Central que se estableció en el sur, pues era territorio libre Estas juntas nos eran populares ni por composición ni por programa, pero tenían en común con los grupos populares la esperanza de que el rey volviera 8. En 1809, el ejército francés avanzaba imparablemente. En los sitios de Zaragoza, Valencia, y Gerona, el pueblo español participó al lado del ejército en la defensa y fueron innumerables los testimonios de actos heroicos de hombres y mujeres, en torno a los cuales se han formado múltiples leyendas. Por otra parte, destacaban las partidas de “guerrilleros”, que llevaban a cabo una guerra de astucia y desgaste, sin responder a ningún tipo de estrategia y que procedían, por lo general, de los estratos más humildes: labriegos, artesanos. Por lo tanto la guerra fue totalmente popular 9. La situación de la mayor parte de la población era muy difícil. Por una parte debían soportar los males directos de esa guerra: requisas, saqueos, tanto de parte de los enemigos franceses como de los aliados ingleses, sin olvidar a los bandoleros que aprovechando las circunstancias hacían su agosto y, por otro lado, hizo su aparición el hambre –el año 1809 fue un año difícil, pero el peor será 1812- y la peste –la fiebre amarilla también llamada vómito negro hizo estragos en el sur a partir de septiembre de 1810- ayudada por el contrabando que ayudaba a la propagación de los gérmenes, la subalimentación y la miseria que hacían a las personas más vulnerables. Mientras en el campo de batalla la guerra fue claramente popular, las elites intentaron acomodarse a la nueva situación política. Dentro de este grupo surgieron dos bandos: uno fue el de los afrancesados que eran los que por su historia, sus ideas o las circunstancias de vida se convirtieron en colaboradores del invasor y quienes pese a las penurias siguieron creyendo en la posibilidad de reformas liberales de la mano de José I (se debe tener en cuenta que apenas tomado el gobierno español, los franceses habían abolido la inquisición, habían creado una junta de instrucción pública, habían suprimido la justicia señorial y los derechos feudales) mientras, el otro grupo era el que nucleaba a Fernando VII (el deseado), por Vicente López Portaña y Jpsé Bonaparte, por Jean Wicar. Notas 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. LYNCH, John, La España del siglo XVIII, Barcelona, Crítica, 2004, cap.. X Manuel Godoy es un personaje sobre el cual se han tejido innumerables historias. De familia poco encumbrada llegó al poder no por una carrera, sino por la amistad que le profesaban el rey y la reina, quienes le otorgaron innumerables títulos –entre otros: duque de Alcudia, grande de España, príncipe de la Paz, Comendador mayor de la Orden de Santiago- y riquezas. El mismo Godoy justifica su actuación y da su versión de la historia en sus memorias escritas en París 40 años después. PRINCIPE DE LA PAZ, Memorias, Madrid, BAE, 1956, 2 vols. AMALRIC, Jean-Pierre y DOMERGUE, Lucienne, La España de la Ilustración (1700-1833), Barcelona, Crítica, 2001,ofrecen un amplio análisis de las relaciones entre España y Francia Ibidem, en el capítulo 3, se analiza el desempeño de las elites ilustradas españolas Sobre las ideas de Napoleón con respecto a España ver FUGIER, André, Napoleón y España, Madrid, Sociedad Estatal de Conmemoraciones culturales, Centro de Estudios políticos y Constitucionales, 2008 La guerra de la Independencia española ha sido analizada desde distintos puntos de vista en Jerónimo Zurita, Revista de Historia, Zaragoza, Institución Fernando el Católico, N° 83 Aproximaciones a la Guerra de Independencia, 2008. Francisco de Goya fue testigo de estos hechos de Madrid y los plasmó con dramatismo en una serie de pinturas y grabados muy conocidos . El proceso juntista ha sido muy bien explicado en AYMES, J. R., La guerra de la independencia en España (1808-1814), Madrid, Siglo XXI, 2008 Son numerosos los héroes y heroínas a quienes las historias populares han rescatado del olvido como Juan el Empecinado, Agustina de Aragón, Pedro Velarde, Manuela Malasaña, etc. * Cecilia Bahr es Lic. en historia y Secretaria del Instituto de Historia de España (UCA) Página 4 Ecos de la Historia ISSN 1852-5474 SIGNIFICADOS DE MAYO Por Guillermo Andrés Oyarzábal * El Bicentenario de la Revolución de Mayo se ha proyectado entre los argentinos como una fiesta de conciliación, donde las diferencias pudieron ser desplazadas, a la luz de un acontecimiento cuyo valor y significación no se discute. Para algunos, el 25 de Mayo es el único origen de la Patria, para otros, un cambio trascendente que abre en el país un período de renovación política y social, que inmerso en su propia dinámica, culminará con la declaración de la Independencia. Pero más allá de estas u otras interpretaciones, nadie desconoce su importancia como punto de partida de un proceso cardinal y de proyecciones universales. En efecto, el movimiento revolucionario que nació en el Río de la Plata en mayo de 1810, tomó su lugar en relación con la compleja realidad de su tiempo, y fue dibujando su perfil en la ecléctica trama tejida entre el pasado y el presente. Raíces y tradición Los vínculos originales que unieron los territorios españoles con los americanos, hallaron su marco jurídico pocos años después de la llegada de Colón a territorios americanos, tras la integración de las Indias Occidentales a la corona castellana indicada por Isabel La Católica en su testamento (1504). El hecho fue reafirmado por el primer heredero de todos los reinos españoles, Carlos V, quien en 1519 celebraba la unión perpetua e inalienable de tierras y gentes de América a Castilla. Esto ha sido interpretado como la aceptación tácita de los principios planteados en la época por el padre Francisco de Vitoria quien, desde Salamanca argumentaba sobre la necesidad de establecer un pacto de vasallaje entre los reyes castellanos y los príncipes indios. De esta manera se establecía un compromiso, en principio indisoluble, donde América sólo quedaba ligada a Castilla, formando parte de ella; pero en absoluto del Estado Español. Desde el punto de vista político, los pensadores del Siglo de Oro desarrollaron la doctrina del pacto social; para ellos, el poder residía en el pueblo y era éste quien lo delegaba, legitimando el poder de sus gobernantes. Este pensamiento expuesto y defendido en su tiempo por el padre jesuita Francisco Suárez, fue superado y deliberadamente olvidado en Europa por los defensores del absolutismo, y se mantuvo encubierto en muestras tierras donde la realidad americana hizo que fuera mucho más difícil su desplazamiento. Guerra y crisis política. En Bayona se plantearon muchas de las aspiraciones políticas y sociales que los ilustrados proponían en los ambientes cortesanos, ideales que se encontraban a la vanguardia del interés popular y preocupaban a la burguesía americana: como la supresión de los privilegios señoriales, la libertad de comercio y la representación americana en cortes; pero aquel acto, forzado por el Emperador de los franceses, no había sido más que una farsa. La decisión de Napoleón de incorporar los dominios españoles a su Imperio a través de una nueva dinastía en la figura de su hermano José, desencadenó un sangriento movimiento de resistencia que buscaría fundamentos jurídicos en el pasado. Efectivamente, como reacción a los intentos de dominación francesa, desde 1808 comenzaron a formarse en España Juntas de Gobierno, que establecieron de hecho mandatos paralelos, por desconocer la autoridad del rey impuesto. Convulsionada Europa, vencida España no es difícil comprender la crisis política americana y las dudas que surgieron en cuanto a la legitimidad del gobierno. Ante el cautiverio de Fer- nando VII en Valencay, por orden de Napoleón y la usurpación del trono, los españoles peninsulares intentaron gobernar a través de una Junta Central, con asiento en Sevilla. Los americanos se mantuvieron ligados a ella, expectantes de la situación peninsular, donde se sostenía por el esfuerzo de la guerra cierto equilibrio entre el poder francés y el español, que no acababa por ser doblegado. Pero al caer Sevilla, en enero de 1810, e instalarse en la pequeña isla de León (Cádiz) un Consejo de Regencia, a instancias de los intereses británicos, ya no se podía concebir representación alguna. Este proceso afectó profundamente a los distintos reinos y provincias americanas. Como desde 1808 en España, en toda América surgieron Juntas de Gobierno. De esta manera el cerco napoleónico, además de confirmar con hechos los vicios del antiguo régimen contribuía al nacimiento de una nueva conciencia de protagonismo popular. Sucede que, al mismo tiempo que se reafirmaban los valores de la libertad y el patriotismo, se reconocía la influencia inobjetable de la Revolución Francesa; a partir de conceptos antes apenas difundidos, como los derechos y prerrogativas de los ciudadanos y las referencias concretas a la felicidad pública. Hacia fines de 1809 los ejércitos franceses derrotaron en España a los últimos bastiones de resistencia, provocando la disolución de la Junta Central, y la creación en la isla de León, Cádiz, de un Consejo de Regencia de discutida legitimidad. El acontecimiento abría para América una oportunidad única, en la medida que se veía impuesta a tomar decisiones hasta ese momento impensadas. En el Río de la Plata En Buenos Aires, Baltasar Hidalgo de Cisneros, un honorable oficial de la Armada Española que había combatido en Trafalgar, se desempeñaba como virrey del Río de la Plata, y por lo tanto, conocía el caldeado ambiente pre-revolucionario porteño. Por otra parte, no era la primera vez que se encontraba en un escenario parecido. En 1808 había participado en el movimiento insurreccional juntista de Cartagena (España), destituyendo al entonces Capitán General y tomando su lugar. El 18 de mayo redactó una proclama donde explicaba los acontecimientos al pueblo, subordinando retóricamente el mando a la gloria de pelear entre los criollos por “los sagrados derechos del monarca”. Y el 20, el virrey, tras consultar la opinión de los jefes militares sugirió la aceptación del Consejo de Regencia, en virtud de que la península no estaba totalmente perdida. De esta manera intentaba tomar la iniciativa y evitar cualquier pretensión transformadora, Baltazar Hidalgo de Cisneros, pero al mismo tiempo último virrey español en el Río reconocía la crisis y mosde la Plata. traba su debilidad. Ante las propósitos de Cisneros la negativa de los criollos fue categórica, y Saavedra contestó: ¿Cádiz y la isla de León son España?...Los derechos de la Corona de Castilla a que se incorporaron las Américas, ¿han recaído en Cádiz y la isla de León, Año II Nº 5 - Noviembre 2010 que son parte de unas de las provincias de Andalucía? No, señor. No queremos seguir la suerte de España ni ser dominados por los franceses: hemos resuelto reasumir nuestro derecho, y conservarnos por nosotros mismos”. La autoridad no pudo sino ceder a los insistentes reclamos de los comandantes de los regimientos americanos y se convocó el 22 de mayo un Cabildo Abierto, que ante la caducidad de la autoridad del virrey, derivada de la situación en España, resolvió reemplazarlo por una Junta. Como señalara Mitre en su Historia de Belgrano: “los mismos españoles sancionaban la teoría revolucionaria, que los patriotas iban por su parte a poner en práctica”. Tulio Halperín Dhongui en la Nueva Historia de la Nación Argentina, advierte que “los revolucionarios no esgrimieron armas ideológicas, sino argumentos destinados a justificar su derecho a heredar el poder, invocando casi olvidadas normas de derecho positivo”. Ciertamente, subyace en el espíritu de los americanos un marcado descontento debido al papel secundario que les cabía en el régimen de los Borbones. América, que había sostenido al Imperio Español durante los siglos XVI y XVII, ya no contaba con la condición de igualdad frente a los reinos peninsulares. La burocracia, los intereses particulares, la corrupción del Estado, las ambiciones de los españoles europeos por ocupar los principales sectores de poder y monopolizar el comercio indiano, fueron las razones de la creciente animosidad, que frente a los desaciertos de Carlos IV se hacía marcadamente visible. La oportunidad abierta por las heridas del sistema, no debía ni sería desaprovechada por quienes desde largo tiempo venían madurando una solución contra el desacreditado régimen peninsular. Por lo expuesto, se advierte en los orígenes de la revolución Mayo un movimiento en defensa de los intereses de poder americanos y en contra de cualquier resabio de despotismo; donde lo que crece no es la igualdad revolucionaria que cobrara vida en 1789, no es la igualdad del ciudadano, ni del hombre concreto: es la igualdad política. Lo dicho se advierte con claridad incluso en el discurso de los nuevos dirigentes, donde la invocación al pueblo se repite como un tópico en tanto la comunidad aparece como fuente de legitimidad, pero en un contexto donde todavía resultaba impropia cualquier profundización en torno de las formas de gobierno y se esgrimen los sagrados derechos del Rey cautivo Fernando VII. Es importante comprender la pertinencia de esto, pues mientras que el pensamiento político del absolutismo concentra y unifica en la persona del monarca, el escolástico de los siglos XVI y XVII entiende al pueblo como cuerpo de Nación, estableciendo un pacto entre el rey y su reino, según la tesis superadora del padre Suárez. Adecuados a la época, los criterios sostenidos en el siglo XVI por los padres Vitoria, Suárez y Mariana se exaltaron en el Rio de la Plata, junto a las ideas más modernas del racionalismo francés y su interpretación de la soberanía. En efecto, Juan José Castelli en una eclética síntesis planteó dogmáticamente en aquellas jornadas de Mayo el principio de reversión de los derechos de soberanía en el pueblo, dando lugar a la primera manifestación en defensa de los intereses de poder americanos. En este proceso los ejércitos de mar y tierra habrían de tener una responsabilidad vital. Las expediciones de Belgrano al Paraguay y al mando del ejército del Norte; de Balcarce al Alto Perú; la desafortunada campaña naval de Azopardo; el persistente sitio de Montevideo conducido por Rondeau y la definitiva suerte de las armas argentinas sobre aquella plaza, decidida tras el bloqueo impuesto por el almirante Brown. Las fascinantes operaciones corsarias donde además de hostigar el tráfico mercante español y mostrar al mundo la bandera argentina, se difundieron los valores de la libertad y las ideas revolucionarias del Río de la Plata. Paralelamente, la resistencia de Güemes en el Norte; y por último, el cruce de los Andes, tras el cual el gene- Página 5 ral San Martín, en una compleja e impecable operación conjunta, logró proyectar el poder militar hacia el Perú, proclamando su Independencia; son sólo algunos de los tantos hechos que coronaron de gloria el proceso comenzado en 1810. En la medida que la guerra se desarrollaba, se producían transformaciones profundas junta a una acelerada evolución de mentalidades que fueron modificando en los argentinos la manera de interpretar la realidad y su propia existencia. La unidad político territorial heredada del régimen, dio lugar a la aparición de nuevas administraciones y en los hombres un progresivo espíritu federal. Manuel Belgrano, José Rondeau, Guillermo Brown, Martín Miguel de Güemes y José de San Martín. Con mayo o menor pericia militar pero idéntico compromiso con la causa de la emancipación, combatieron exitosamente a las fuerzas realistas durante la primera década revolucionaria. Grito de libertad Debemos advertir, entonces, que en todo sentido, Mayo es un grito de libertad; pero de libertades de carácter político, no privado, tendientes a garantizar la participación en un gobierno propio. En España no se reconoció el pensamiento que imperó en nuestro continente, y esta fue la causa que desató la guerra. La Revolución de Mayo señala el punto de partida de nuestra emancipación de España, un proceso que evolucionó con rapidez, viéndose envuelto y superado por expectativas independentistas, que culminaron formalmente con la declaración de la Independencia en julio de 1816. Pero no es en la idea de independencia, un criterio que se concibe, materializa y profundiza una vez lanzada la guerra, sino en la noción de emancipación entendido como un paso intermedio hacia la Independencia, donde radica el verdadero sentido urbano de entonces, la gran capital de nuestra celebraciónEldeimaginario Mayo. Emancipación, porencontraría todo un símbolo en respeto la calle que emancipación es libertad, es gobierno propio, es Florida, eje de losrepresenta festejos y un la vidriera por las tradiciones, y fundamentalmente cambio donde loslucha sectores adinerados mostrarípolítico profundo definido en la contra el mal gobierno. an a los extranjeros opulenMayo, por otra parte, no visitantes es una ruptura con la latradición, cia hacia de su laprogreso material. ¿Peropolíticas que es sino el primer gran paso evolución de formas el imaginario urbano? En palabras de Rapropias. No niega el pasado, aquel sobre el cual hemos forjado Iglesia, eslo elrecrea lugary de intersección nuestra identidad, por fael el contrario, lo define como entre el de esquema mental que nos formuparte inseparable de cada uno nosotros; al tiempo que abre el camino hacia la conformación de una Nación, cimentalamos en base a lonueva percibido, imaginario urbano de la gran cada en los principios de El la libertad y de la democracia. pital encontraría todo un símbolo la calle Florida, eje de los festejos * El Dr. Guillermo en Andrés Oyarzábal es profesor tituvidriera donde los sectoresde adilar e investigador deylalaUCA, Miembro de número la a los visitantes Academia Nac. de lanerados Historiamostrarían y Jefe del Departamento extranjeros la opulencia su prode Estudios Históricos Navales de la Armadade Argentina. greso material. ¿Pero que es el imagi- Página 6 Ecos de la Historia ISSN 1852-5474 El primer acto de violencia revolucionaria, la resistencia del ex virrey Liniers en Córdoba Por Julio Luqui Lagleyze * Al llegar las noticias al Perú sobre los sucesos de Mayo de 1810 en Buenos Aires, el Virrey José Fernando de Abascal, decidió cortar la insurrección y llevar adelante una contrarrevolución realista, para lo que contaba con el apoyo del ex-Virrey del río de la Plata D. Santiago de Liniers, quien en la capital de la Intendencia de Córdoba del Tucumán, donde residía, le había avisado que se aprestaba a la resistencia por pedido del depuesto Virrey D. Balthazar Hidalgo de Cisneros. Según nos cuenta el presbítero Alcántara Jiménez en sus apuntes1: "Tras la deposición de Cis­neros el 25 de Mayo, este trató de dirigirse reserva­damente a su antecesor y condiscípulo rogándole que salvara al país de su ruina.....Se le presentó felizmente a deshoras de la noche el intrépido joven Lavín2 , ofreciéndole sus servicios....escribió una carta familiar a Liniers comunicándole su triste situación y el extraño suceso que en aquel día había ocurrido, confesaba su error de no haber abrazado sus amistosos consejos, manifestaba que sólo en su fidelidad estribaba la única esperanza de contener el impetuoso torrente de los revoltosos, a cuyo fin le cedía sin restricciones sus omnímodas facultades…Lavín llegó a Córdoba e inexperto se dirigió a la casa del Dean Funes, quien astuto e infiel pasó con él a la casa del Obispo y a la habitación de Liniers fingiendo celo de la causa del Rey para que le admitieran en la Junta secreta para discutir los planes de defensa, para hacer revelaciones a los disidentes de Buenos Aires". Así según las palabras del presbítero, que era el capellán mayor y confesor del propio Obispo de Córdoba Don Rodrigo de Orellana, se inició el único intento de resistir la Revolución en el hoy territorio argentino. El mismo día de la llegada del emisario de Cisneros, el Gobernador Gutiérrez de la Concha reunió al Obispo, a Liniers, a los oidores Moscoso y Zomalloa, a los Alcaldes de primero y segundo voto, al coronel de milicias provinciales Allende, a dos oficiales reales y al asesor del gobierno Rodríguez. Según nos cuenta el mismo presbítero, el primer acto fue el de tomar juramento de manos del Obispo de guardar silencio y secreto de lo ocurrido en Buenos Aires, hasta que los propios sublevados lo comunicasen, tomando las medidas de seguridad que parecieran convenientes. Liniers manifestó su desconfianza por las tropas cordobesas y propuso dirigirse hacia el Alto Perú con el objeto de levantar allí un ejército y caer con él sobre Buenos Aires o rechazarlos en Córdoba. Igualmente se ordenó a los comandantes de los fuertes y de milicias que se presentasen en Córdoba con toda la tropa y armamento disponibles. El 3 de junio ya los rumores se habían esparcido por la ciudad y no era necesario guardar secreto alguno, el Gobernador Intendente dirigió un oficio a su par de Potosí, Francisco de Paula Sanz, informándole de lo que había sucedido: "…que una junta había acordado deponer del mando al Exmo. Sr. Virrey, dando el superior gobierno político al Cabildo de dicha Capital y el de armas a uno de los comandantes a pretexto de haber sido creado el Exmo. Sr. Virrey por la Suprema Junta Central, que había cesado el 6 de febrero del corriente año.....hasta el 24 su excelencia no había entregado el bastón aunque por la fuerza había condescendido a su deposición..... " "La misma noche avisé la desagradable novedad al Exmo. Sr. Liniers, ex-virrey, que reside en esta ciudad y al Ilmo. Sr. Obispo suplicándole que al día siguiente se acercasen a mi casa adonde privadamente llamaría a otros de los primeros residentes y minis- tros de los respectivos cuerpos, para tomar consejo y acor­dar las medidas que debían tomarse para el caso que fuera cierta la expresa novedad y juntos los indicados suje­tos tuve la satisfacción que en un todo conformes dije­sen que debíamos estar por la legitima autoridad de su excelencia y de los jefes subalternos sacrifi ­cando sus vidas por sostener el orden establecido sin admitir la menor novedad y que no dudando un momento de la acen­drada fidelidad de V.S. se le comunicara la noticia por chasque particular.....para que esa pro­vincia no sea sorprendida y V.S. pueda con tiempo tomar las medidas oportunas....y para que sabiéndose V.S. comu­nicar sus ideas pueda uniformar las mías para el mejor servicio y sostener el orden y autoridades legítimas. Debo advertir que todo este pueblo fiel ha recibido con aplauso la expuesta resolución y ofrece sus fuer­zas para sostenerla....Debe V.S. continuar la noticia al Sr. Presidente de Charcas, gobernadores intendentes de las demás provincias y al Exmo. Sr. Virrey de Lima. Ds. Gde. V.S. Ms.As. Córdoba junio 3 de 1810. J.G. Concha." 3 El 5 de junio de 1810 el gobernador convocó en su casa una Junta de Guerra, formada por él, Liniers, el Coronel Allende y el Tesorero Joaquín Moreno con el fin de confeccionar un plan de defensa "que no sólo asegurase la tranquilidad y sosiego público con obe ­diencia a las autoridades establecidas por nuestro soberano". En esta junta acordaron la organización de toda la tropa que pudiese ponerse sobre las armas.4 Los oficios de la Junta de Buenos Aires para el Gobernador Intendente de Córdoba llegaron el 7 de junio y para su lectura se reunieron en junta y "juraron sacrificarse por defender la justa causa de la Nación Española y de nuestro Monarca Don Fernando VIIº. Según la “Memoria Anónima” el Dean Funes se hallaba en la reunión y defendió a los de Buenos Aires, lo que ofendió a Liniers quien dijo: "…que todo aquel que adhiriese al parti­do de la Junta revolucionaria de Buenos Aires y apro­base la deposición del Virrey… debía ser tenido por un traidor a los intereses de la nación española, que la conducta de Buenos Aires con la Madre Patria, en la crítica situación en que se hallaba por la atroz usurpación de Napoleón era igual a la de un hijo que viendo a su padre enfermo, pero de un mal que probablemente salvaría, le asesinase en la cama por heredarlo...." 5 Acto seguido el gobernador mandó quemar los papeles del "subversivo gobierno de Buenos Aires", anun­ciando a los Gobernadores de las otras provincias las órdenes. Se tomaron varias previsiones a partir de junio, como la de aumentar el número de tropas, pagarles sus sueldos con un aumento, como forma de evitar deserciones, se contrató un armero para la reparación de armamento, se compraron piedras de chis­a, cartucheras y chuzas; se montaron 9 cañones en Cór- Santiago de Liniers doba y se trajeron cañones desde la frontera, con Año II Nº 5 - Noviembre 2010 los cañones y sus tropas se forman dos compañías. Para julio la actividad es intensa, se fabrican cartuchos con pólvora traída de Mendoza y hacen vestuarios a la tropa que se concentra en el antiguo convento de los Jesuitas.6 El 25 de julio se reunieron en casa del Gobernador los miembros de la resistencia y el gobernador expuso las noticias llegadas desde Buenos Aires y un informe del comandante de observación en el Río Tercero; se sabía que la expedición porteña era de unos 1.200 hombres y 8 piezas de artillería y se hallaba a poca distancia del límite de la jurisdicción cordobesa. Se dispuso que al día siguiente salieran 100 hombres armados y con 2 cañones, al mando del coronel Allende y el comandante Martínez, para acercarse a las tropas de Buenos Aires. Se dispuso además tentar a los porteños a la deserción, ofreciendo $50 a cada desertor y si alguno lograba incendiar las carretas de la pólvora y municiones se los gratificaría en proporción de la acción.7 Página 7 Luego de la salida del Gobernador, en agosto de 1810 solo quedaron en Córdoba un sargento con un piquete de Pardos de Córdoba y otro de milicianos, en total no más de 30; que fueron los únicos testigos militares de la entrada de los revolucionarios en la ciudad de Córdoba. El 8 de agosto hicieron su entrada las tropas de Buenos Aires, al mando del coronel Ortiz de Ocampo, siendo recibidos con aclamaciones por los habitantes más jóvenes y el repique de las campanas de los Templos. Al día siguiente se separó de sus funciones a los cabildantes sospechosos y Córdoba se incorporaba al Gobierno patriota.8 Mientras la fuerza de Liniers se reducía a 60 Blandengues de la Frontera. El 3 de agosto en la Aguadita, explotaron las carretas de la pólvora y municiones. Los problemas aumentaron cuando los maestres de postas del camino se negaron a colaborar, por lo que debió abandonarse la artillería, clavando cañones y quemando cureñas. El 4 en Río Seco, se enteraron de la noticia de la entrada El fusilamiento de Liniers, por Franz Van Riel. Como se puede apreciar, el artista ha querido aquí realzar el coraje del exvirrey, enfrentándolo heroicamente a sus verdugos. Ésta y otras licencias artísticas, como la presencia de infantes en lugar de húsares, es característica de muchas representaciones sobre acontecimientos históricos, en dónde la falta de El imaginario urbano de la gran capital información precisa se suplía con recursos estéticos librados a la inventiva del pintor o ilustrador. Fuente: Gran Panoraencontraría todo un símbolo en la calle ma Argentino del 1er Centenario, Buenos Aires, Buenos Aires. Florida, eje de los festejos y la vidriera donde losasectores adinerados mostraríLiniers había reunido 1.000 hombres de todas las armas, e incluporteña en Córdoba y que salían perseguirlos. En Tulumba, decia los visitantes extranjeros opulendieron dividirse en tresan grupos por rumbos distintos lapara que so al regimiento de milicias de Córdoba, pero empezaron a merde su progreso ¿Pero que alguno llegara a destino.cia Liniers y su ayudantematerial. Lavín tomaron por es el mar por la deserción y le quedaron sólo 400 hombres, por lo que el imaginario urbano? En palabras de Racamino "a la izquierda" hacia las sierras, el Obispo tomó rumbo "a el 27 de julio decidieron marchar al Alto Perú en busca de las troes de el la lugar de intersección la derecha" y el grupofael de Iglesia, Gutiérrez Concha, Rodríguez, pas de apoyo que, según los planes de Abascal, debían venir bajanentre por el esquema que nos formuAllende y Moreno, siguieron el caminomental a Santiago del Estero, do a Tucumán enviadas, según creían, por Francisco de Paula Sanz. "acompañados por aquellos oficiales que nopercibido, habían querido desamEl 31 salieron de Córdoba y la noche misma en que salieron lamos en base a lo El les imaginario urbano ca- 9 pararlos, sin embargo que dieron libertad parade quelalogran hiciesen". desertaron 50 hombres y siguieron luego las deserciones al grado pital encontraría tododonde un símbolo que de las cuatro compañías cordobesas, solo algunos oficiales El 5 de agosto hicieron noche en una choza, se entregaen siendo la calledespertados Florida, eje de losnoche festejos acompañaron hasta el final a sus jefes. Los Partidarios de la Fronteron a un profundo sueño, a media por y la vidriera los sectores ra de la Carlota, desertaron al mediodía. Todo era debido, dice el la partida del teniente de húsares Josédonde María Urien, quien losadidesmostrarían a los visitantes cronista realista, por la seducción hecha por el Deán Fúnes, agente pertó con las bayonetasnerados al pecho, los hizo vestirse y mandó atarlos de sangre su prode la Junta de Buenos Aires. con los brazos atrás, conextranjeros tal fuerza quelaaopulencia Liniers le salió por greso material. ¿Pero que es el imagi- Ecos de la Historia ISSN 1852-5474 Página 8 las yemas de los dedos. Esperaron atados hasta el amanecer y marcharon a reunirse con Balcarce, encargado de buscar a los conjurados. La misma suerte corrieron los otros que fueron capturados por sendas partidas, el obispo por el teniente Manuel Rojas y Gutiérrez de la Concha por Domingo Alvariños. Todos fueron conducidos hasta Pozo del Tigre, desde donde Balcarce avisó el 7 a Ortiz de Ocampo. Ortiz de Ocampo resolvió enviarlos a Buenos Aires, pues no quería cumplir la implacable orden de la Junta de "arcabucearlos donde los hallare". Por ello escribió a la Junta con su opinión, mientras los prisioneros continuaban su marcha hasta las cercanías de Córdoba y pararon en la Posta de los Ranchos. El 15 de agosto, en Asunción de la Virgen, el Obispo Orellana ofició Misa, luego de la cual todos ratificaron su juramento de Fidelidad a Fernando VII. Continuaron varios días hasta que el 25 hicieron alto en la Esquina del Lobatón, en las cercanías de Cruz Alta. El 26 llegó el coronel Domingo French, con la orden explícita de la Junta de "arcabucear donde los encontrara a quienes se habían alzado contra los sagrados derechos del Rey". Por una ironía de la historia, Liniers sería ejecutado por "infidelidad a Fernando VII". A las 8 de la mañana salieron de la posta y a las 10 se encontraron con Castelli que venían de Buenos Aires. En el mismo lugar en que los encontró hizo quedar a los criados y dirigió los coches hacia un pequeño bosque llamado monte de los Papagayos, cerca de la Posta de Cabeza de Tigre. Salieron del camino, bajaron de los coches y fueron atados y puestos en fila; Castelli, representante de la Junta, leyó la sentencia. Sólo salvaba la vida el Obispo Orellana, quien pidió clemencia para sus compañeros pero no fue oído. Liniers pidió al prelado que cesara las súplicas diciendo que: "Todo es en vano, estamos en la mano de la fuerza; conformidad, mucho más merecen nuestras culpas, ; más glorioso nos es morir que sus­cribir las miras de la Junta; morimos por defender los derechos de nuestro Rey y de nuestra patria, y nuestro honor va ileso al sepulcro." 10 Luego de vendarles los ojos, los pusieron en fila al frente a un pelotón de húsares. La ejecución estuvo al mando de Balcarce, al bajar su sable y gritar fuego se ponía fin a la vida del Reconquistador de Buenos Aires, "al coronel French, soldado de la reconquista, le tocó descargar su pistola en la cabeza del Reconquistador".11 Según varias memorias el pelotón que fusiló a Liniers en Cabeza de Tigre, estaba formado por 40 húsares del Rey (ex de Pueyrredón), todos extranjeros que habían desertado y eran antiguos soldados británicos capturados en las Invasiones, pues no lograrían que los soldados criollos o españoles fusilasen al ex-Virrey.12 En tanto en Córdoba, a fines de agosto de 1810, los anteriores “defensores” del Rey formaron un Batallón de "Patricios Voluntarios de Córdoba”, en el que estaban todos los oficiales que poco antes secundaban al ex-Virrey y estaban en la conspiración, los que repentinamente eran revolucionarios, con la sola intención de salvar la vida.13 Así el intento de resistencia realista en Córdoba, fue ahogado en sangre, y los planes del Virrey del Perú se vieron alterados. En gran medida la muerte de Liniers se debió a la inactividad del Mariscal Vicente Nieto, que debía, pero no se atrevió a avanzar siquiera hasta Salta, cuando sus ordenes eran bajar hasta Córdoba. Dejó a Liniers sin apoyo cercano y le aconsejó retirase a Jujuy a en­con­ trarse con la vanguardia realista al mando de José de Córdova y Ro ­xas, el que tampoco avanzó más que al límite de la intendencia de Charcas. La excusa de ambos era que desconfiaban de sus tropas, mayoritariamente porteñas, la propaganda revolucionaria era muy grande y era imposible ir hasta Córdoba. Liniers no llegó a retirarse a Jujuy, sus tropas le abandonaron y la intendencia se perdió. La noticia de la heroica y cruel muerte de Liniers llegó a Lima recién a principios de noviembre. El Virrey Abascal debió entonces variar su plan para evitar perder el alto Perú como había perdido Salta y Córdoba. En los meses que siguieron armó la estrategia que le daría el control del Alto Perú los siguientes años, deteniendo a las fuerzas patriotas de Buenos Aires en sus límites. Juan José Castelli fue uno de los más encendidos miembros de la revolución que estallara en Buenos Aires, con una posición decisivamente criolla y emancipadora durante las jornadas de Mayo. Su compromiso le valieron el encargo de aplastar el intento contrarevolucionario liderado por Liniers, ejecutándolo en Córdoba e impidiendo su traslado a Buenos Aires. Fue posteriormente nombrado vocal de la Primera Junta y comisionado en el ejército del norte. Falleció tempranamente en 1812 de cáncer. Fuente: Grabado Anónimo Notas 1. 2. Apuntes del presbítero Alcántara Giménez sobre la repercusión de la Revolución de Mayo en Córdoba; en Biblioteca de Mayo, tomo V, “Autobiografías, memorias, diarios y crónicas” paginas 4331 a 4338. Se trata de Melchor José Lavín, que llegaría a ser un importante jefe realista en el Alto Perú. 3. Cfr. Universidad de Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, "Mayo Docu­mental", Tomo XI pàg. 249 documento nº 1446. Buenos Aires 1965. El original en el Archivo General de Indias, Sevilla. 4. Cfr. Archivo General de la Nación Argentina, Acta de Junta de Guerra 5. Biblioteca de Mayo, Anónimo "Relación de los últimos hechos del en XIII-12-4-3. General Liniers", T.V. pág 4353 y siguientes. 6. Todos los detalles de los aprestos de los rea­listas se hallan en AGNRA XIII.12.4.3. 7. AGNRA, Archivo de Gobierno de Buenos Aires Tomo 24 fojas 333 y ss. 8. Bernardo Lozier Almazan, "Liniers y su Tiempo", pág. 246. 9. Biblioteca de Mayo, t.v. 4357. Lozier Almazan, op.cit, pág. 246. 10. Biblioteca de Mayo, 4369. Lozier Almazan, op.cit. pag. 251. 11. Paul Groussac, "LINIERS", pág. 407. 12. Así lo expresan la "Memoria sobre los últimos días del General Liniers", Anónima y la "Memoria sobre la guerra insurreccional del Perú", de Antonio Ma­ría Álvarez. Lo cita también el padre Grenón en "La Resis­tencia intima a la Revolución de Mayo." 13. AGNRA, XIII.12.4.3. Papeles de Córdoba 1810. * Julio Luqui Lagleyze es profesor de la UCA e investigador en el Departamento de Estudios Históricos Navales. Año II Nº 5 - Noviembre 2010 Página 9 REVOLUCIÓN E INDEPENDENCIA, IGLESIA CATÓLICA Y PATRONATO ECLESIÁSTICO. UNA INTERPRETACIÓN HISTÓRICA. Por Miranda Lida * En 1810 el patronato —un aspecto central para la definición de la relación entre la Iglesia y el Estado— estaba lejos de ser una certeza; por el contrario, más bien inspiraba interrogantes que no encontrarían fácil solución. Y si suscitaba dudas, ello era así porque nada cierto podía afirmarse acerca del Estado en un territorio tan fragmentado y difícil de integrar como el del Río de la Plata. Las relaciones entre la Iglesia y el Estado en tiempos revolucionarios deben ser abordadas, pues, teniendo en cuenta las peculiaridades históricas de las dos partes involucradas. Pero antes que nada definamos en qué consistía el patronato. Constituía una tradicional prerrogativa de la corona española que le permitía al monarca participar de las decisiones en torno a diversos asuntos eclesiásticos, algunos de ellos de suma importancia política y económica: ya sea el nombramiento de los clérigos en los diferentes puestos eclesiásticos, incluyendo a los obispos y arzobispos, el mantenimiento de los templos o la recolección de los diezmos, entre los principales ítems. Si este derecho parecía a primera vista colocar al rey bajo un halo de grandeza, dado que le confería un lugar muy próximo al del Papa con el cual podía llegar por momentos a confundirse —más de una vez los historiadores se han lamentado de esta confusión—, en la práctica ésta era sin embargo una imagen un tanto distorsionada de la realidad. Veamos por qué. El patronato, como tantas otras atribuciones de las que gozaba la corona, no se ejercía férreamente, y el rey no tenía completa libertad al respecto; así como el rey necesitaba negociar permanentemente con gobernadores y virreyes los impuestos que la corona percibía de América, también negociaría con ellos en torno a las materias espirituales. Eran muchos los intereses en juego en torno a cualquier designación para un puesto eclesiástico, y era necesario negociar con cada uno de ellos, ya sea el cabildo eclesiástico local, el cabildo secular, el gobernador o el virrey, entre los más importantes. Gracias a esta lógica sumamente complicada, las familias de las elites locales podían lograr que sus hijos accedieran a una alta dignidad eclesiástica sin necesidad de recurrir al rey o al Papa para solicitarla; les bastaba con tejer buenas relaciones con los virreyes o los poderes locales. Dado que las decisiones no se digitaban desde España, sino que se resolvían muchas veces a nivel local, es comprensible que el propio clero de Indias apoyara sin objeciones la vigencia del sistema de patronato. Este multifacético sistema le permitió por ejemplo a una familia de élite, como la de los Funes en Córdoba, mover sus influencias a fin de obtener para uno de sus sobrinos un puesto cómodo y bien pago en la catedral. En esto consistía el patronato; era una forma de negociación que permitía que los puestos eclesiásticos se decidieran en virtud del prestigio y la influencia que los interesados tenían en la sociedad local. Tan sólo las designaciones episcopales solían quedar apartadas de este juego, dado que en ellas el peso de Roma y de la corona tendía a ser más decisivo. Fue en este contexto que la revolución de 1810 se topó con la tremenda dificultad de designar obispos. Pronto las tres diócesis rioplatenses de Córdoba, Buenos Aires y Salta quedaron vacantes y surgió el problema de cómo concertar las designaciones episcopales en tan enmadejado sistema de patronato. Muchas veces se ha dicho que la dificultad residió en las reticencias que tuvo la Santa Sede a la hora de asimilar las revoluciones de independencia en Hispanomérica. Pero también habría que considerar que la creciente autonomía local que adquirieron los pueblos y las ciudades rioplatenses luego de 1810 tornaba sospechosa una autoridad como la episcopal, cuya jurisdicción en todos los casos abarcaba más de una provincia: los obispos tenían jurisdicciones mucho más amplias que la de cualquier gobernador de provincia o “caudillo” local. En este marco, no es casual que las provincias que carecían de una sede episcopal propia comenzaran a sentirse incómodas con las autoridades eclesiásticas que ejercían su autoridad desde fuera de la respectiva provincia. En este contexto, el patronato era un problema complejo y multifacético. A poco de andar, la revolución trajo consigo en el Río de la Plata un importante debate en torno al sujeto de imputación de la soberanía (no estaba claro a quién debía adjudicársele el ejercicio de la soberanía una vez que se desmoronó la legitimidad monárquica). Y si no estaba claro quién era el soberano, tampoco podía por ende estar claro quién era el patrono —¿o patronos?— de la Iglesia. En este contexto, pues, no resulta en absoluto fructífero formular la pregunta de si la revolución estuvo a favor o en contra del sistema de patronato. Para la revolución el problema que había que resolver era, ante todo, la necesidad de consolidar el poder central, una de cuyas prerrogativas sería el patronato. Esta necesidad no se debía a la ansiedad por invadir la independencia de la Iglesia, sino más bien a la urgencia por evitar que las demás instancias de poder distribuidas a lo largo del territorio rioplatense se hicieran cargo de esa misma función, en detrimento de Buenos Aires, que se arrogaba el derecho implícito a constituir la sede del poder central. Porque, en efecto, la autoridad de la Junta de Gobierno no tardó en verse amenazada por los nacientes separatismos provinciales. Con ello, el derecho de patronato se vio rápidamente afectado, puesto que los gobiernos de provincia en disputa con el poder central pretendían de igual modo arrogarse el derecho de patronato. Tanto es así que las pujas entre las provincias y el poder central en torno al derecho de patronato continuarían vigentes de hecho durante años, incluso después de 1853. De hecho, incluso en los tiempos coloniales los poderes locales tenían facultades en materia de patronato, de tal modo que podían decidir los nombramientos eclesiásticos del clero de su jurisdicción. Ni siquiera el muy borbónico sistema de intendencias introducido por Carlos III a fines de siglo XVIII impidió que las autoridades de segundo orden como los gobernadores de provincia fueran patronos de la Iglesia a nivel local. Para la revolución, entonces, el problema a resolver no era cómo se posicionaba el Estado ante la Iglesia, sino más bien qué era la Iglesia y qué era el Estado. Y en ningún caso la respuesta era fácil. Veamos algunos ejemplos. ¿Cómo se hacía para designar un párroco en una provincia del interior? El mecanismo normal era a través de un concurso que solía ser convocado y organizado por el obispo. Pero hete aquí que los concursos no se hacían sin la vigilancia del patrono de turno: en Buenos Aires, era el virrey quien se encargaba de arbitrar en los concursos; en Córdoba o en Salta la tarea estaba depositada tradicionalmente en manos del gobernador local. Pero después de 1810 las cosas ya no serían tan claras porque los poderes cuya legitimidad se derivaba de la monarquía obviamente se habían desmoronado; ¿había acaso algún motivo para que el gobernador de Mendoza admitiera resignar el patronato en las manos del gobierno cordobés? Llevar a cabo un concurso de parroquias en Mendoza, después de 1810, podía convertirse en una tarea bastante embrollada porque ¿quién debía arbitrar ese concurso: el gobernador de Mendoza o el de Córdoba, donde se hallaba la sede episcopal? En realidad, los dos estaban ansiosos por intervenir dado que los dos tenían, además, fuertes vinculaciones con la sociedad local y candidatos favoritos para el puesto que se concursara. Dado que las instancias de poder no eran únicas, ni en el Página 10 Ecos de la Historia ISSN 1852-5474 guerra que sucedió a 1810, llegó un momento en el que ya no se “Estado” ni en la “Iglesia”, explicar el modo en que funcionaba el sabía quién era el patrono, puesto que ya no lo era el rey. Era sistema de patronato no puede reducirse a una lógica binaria en necesario proporcionar algún tipo de solución a este problema. la que cada uno de estos términos aparece inexorablemente Las respuestas no tardaron en sobrevenir. Ya en 1810 el paenfrentado al otro. tronato fue considerado un problema a resolver; la Junta de Algo similar podemos advertir en torno a la administración de Gobierno que asumió el poder en mayo se sintió obligada a las rentas de la Iglesia y las enormes perturbaciones que la Rereunir a un grupo de doctores en derecho canónico para que volución provocó en este rubro. El antiguo sistema de diezmos tomara alguna decisión capaz de encaminar el modo en que el se tornó insostenible, al menos desde la óptica de las tres sedes poder central resolvería los asuntos eclesiásticos. Pero los docepiscopales del Río de la Plata: una vez que las provincias cotores consultados, que no eran porteños sino cordobeses — menzaron a reclamar, e incluso a ejercer, su autonomía, se ocuentre ellos, el deán Funes—, terminaron por resolver que el paron de administrar por cuenta propia los diezmos de su resderecho de patronato permaneciera en suspenso, y que Buenos pectivo territorio, lo cual redundaba en detrimento de las cabeAires evitara tomar decisiones que pudieran afectar el estado de ceras diocesanas, que dejaron de percibir lo que les corresponcosas, en especial, en las provincias. día de las provincias subalternas. Así ocurrió por ejemplo en la No obstante, tiempo después, en cuanto Buenos Aires logró relación entre las provincias cuyanas y la sede episcopal cordoocupar un lugar hegemónico en el orden político, su posición besa: buena prueba de ello puede encontrarse en el recurrente quiso hacerse sentir con más fuerza, tal como ocurrió a la hora lamento del deán Funes, que no tardó en advertir que la revolude la asamblea de 1813, o de la reforma constitucional de 1819. ción a la que tanto se había esforzado en apoyar lo perjudicaba En estas coyunturas, Buenos Aires de manera muy rotunda su propio pretendió ejercer el patronato en bolsillo. Y también lo mismo poforma casi indiscriminada. Pero dría decirse de las provincias del ninguna de ellas estuvo destinada a litoral con respecto a la sede episdurar: la crisis de 1820 clausuró copal porteña. Ninguna provincia cualquier ensayo de centralismo quería rendir sus diezmos a una político y eclesiástico. Tan sólo en cabecera episcopal ajena, ubicada 1826, a la hora del Congreso Consen una provincia vecina; así, las tituyente, nuevamente se volvió una rentas eclesiásticas de cada jurisvez más sobre el tema del patronadicción tendieron a nutrir las arcas to. ¿Qué se discutía en esa ocasión? de los ejércitos provinciales, en la A esta altura no debería sorprenmedida en que se aceleró el ciclo dernos: lo que estaba en juego era de guerras revolucionarias y civiles si el patronato le correspondía a luego de 1810. Los diezmos, de Buenos Aires, a la totalidad de las este modo, se politizarían, a la par provincias del interior o solamente que la revolución politizaría la a aquellas pocas provincias que sociedad en su conjunto. tenían en su seno una catedral. La También los puestos eclesiásticaída de Rivadavia, sin embargo, cos se politizaron, y terminaron dejó la cuestión en suspenso una por convertirse en el chivo expiavez más. De cualquier forma lo que torio de las disputas políticas que nos interesa subrayar es que el atravesaban a la sociedad: tal es así problema en torno al patronato se que los párrocos solían ser remohalla estrechamente vinculado a las vidos de su puesto si se hallaba en dificultades que presentan la propia duda su lealtad política. Las decisiones en torno a los nombra- Dean Gregorio Funes. Fuente: Abad de Santillán, Die- consolidación del Estado y la formientos eclesiásticos se politizaron go, "Historia Argentina". Bs. As., Tipográfica Editora Ar- mación de un poder central sólido. Siguiendo esta misma lógica, podea tal punto que se hallaron atrave- gentina. 1971. mos preguntarnos por qué la reforsadas por los principales debates ma eclesiástica rivadaviana halló su más férrea oposición en políticos de la época. Si uno de los problemas políticos más Córdoba, mientras que logró ser emulada en San Juan. Para importantes de la primera década revolucionaria fue el que se explicar este problema no debemos olvidar que la primera era desató a causa del despertar de crecientes tendencias autonouna sede episcopal —aunque venida a menos, dado que la revomistas en las diversas regiones y pueblos que componían el vilución la debilitó profundamente— mientras que la segunda era rreinato, no es de extrañar que tales tensiones se manifestaran una simple iglesia de provincia. Si tenemos en cuenta estas conacompañadas por una fuerte vocación por impregnar a la Iglesia diciones se hace evidente que a esta última le convenía decididade esta misma autonomía local. El resultado será, pues, que a mente adoptar una política eclesiástica reformista, dado que le medida que se fragmente la geografía política rioplatense de la ofrecía la posibilidad de contar con una disciplina eclesiástica mano de tendencias políticas federalistas, habrá de fragmentarse propia, con vistas a independizarla de la sede episcopal cordobeigualmente la geografía eclesiástica: más tarde o más temprano, sa, de la que por entonces dependía. No era simplemente la cada gobierno provincial se declaró patrono de su jurisdicción, defensa de los principios ortodoxos lo que está en juego en la designó párrocos, administró diezmos y comenzó a adoptar sumamente hostil actitud de Córdoba hacia la reforma eclesiásposturas cada vez más enérgicas con respecto al patronato y a tica porteña de 1822, y sus ecos sanjuaninos; era más bien, por los asuntos eclesiásticos. ¿Por qué Mendoza iba a continuar el contrario, el temor de que esa reforma se propagara por las tolerando que Córdoba decidiera quiénes serían sus párrocos? provincias del interior, provocando un cataclismo aún mayor en Por todo ello, no puede deducirse de este proceso un crela disciplina eclesiástica y en la autoridad episcopal en las dióceciente regalismo por parte del poder central: no hubo la más sis del interior. mínima intención de ofender los derechos de la Iglesia. Lo que La autonomía local, tanto política cuanto eclesiástica, podía hubo, en cambio, fue la intención de conservar el tinte local y incluso por momentos llevar a resultados que parecen paradójiprovinciano que la revolución no hizo más que acentuar; afirmar cos: tal es así que podía ocurrir que en nombre del patronato, y conservar, en suma, la autonomía local. En el contexto de Año II Nº 5 - Noviembre 2010 Página 11 Izquierda: Catedral de Córdoba, 1852, por Juan Roqué. Derecha: Jura de la Constitución, 1854, Pirámide de Mayo y al fondo Catedral de Buenos Aires, Anónimo. Fuente: La Fotografía en la Historia Argentina, Bs. As. Clarín, 2005. Buenos Aires y Córdoba se enfrentaron ya en los inicios de la revolución cuando esta última se convirtió por breve tiempo en bastión contra-revolucionario. Ambas sedes catedralicias constituyeron modelos de diócesis distintos y esto se reflejó incluso en su arquitectura. Si bien en ambas hay un carácter ecléctico, en la de Córdoba hay algunas más reminiscencias del barroco colonial, mientras que en la de Buenos Aires su fachada construida en tiempos de Rivadavia es definitivamente neoclásica. Nótese que en esta última aún no se hallaban las figuras del frontis. se fortalecieran los vínculos con la Santa Sede, por más contradictorio que esto parezca. Veamos un ejemplo. Hemos ya advertido que las provincias cuyanas tenían cierta tendencia a regir los destinos de sus iglesias con prescindencia de Córdoba, donde residía el obispo a quien legítimamente le correspondía atender esa jurisdicción. Así, por ejemplo, a fines de la década de 1810 rechazaron de lleno el enviado que les mandó Córdoba para poner orden en las iglesias cuyanas. Y más tarde, para hacer valer sus derechos que creían plenamente fundados en el patronato, en 1828 las provincias cuyanas terminaron por enviar un delegado a la Santa Sede, con el propósito de crear, de ser posible, una nueva sede episocopal y ganar una completa independencia con respecto a Córdoba. Y en efecto, lograron poco después su cometido. Puede verse que la vigencia del sistema de patronato no tenía por objeto necesariamente provocar cortocircuitos con la Santa Sede. En la iglesia de Córdoba, según hemos ya advertido, las consecuencias de la revolución fueron dramáticas: no sólo la autoridad eclesiástica tuvo serias dificultades para percibir diezmos y ejercer jurisdicción en la diócesis, sino que además la propia diócesis terminó por disgregarse cuando las provincias de Cuyo se independizaron para constituir una jurisdicción eclesiástica independiente. De este modo, las aguas por las que navegaba la iglesia cordobesa eran demasiado turbulentas, y buena prueba de ello es el sorprendente rechazo que sintió Castro Barros ante la decisión de la Santa Sede de independizar la jurisdicción cuyana de la diócesis cordobesa. ¡Nada menos que Castro Barros, que gustaba en presentarse como el paladín de la ortodoxia romana! La iglesia de Buenos Aires, en cambio, que desde antes de la revolución había tenido estructuras diocesanas más sólidas que las de Córdoba, logró sobrellevar las dificultades con relativo éxito. En lugar de sumirse en un creciente caos después de 1820, logró renacer de sus cenizas, precisamente a través de la reforma eclesiástica rivadaviana. El éxito de Buenos Aires fue posible gracias al hecho de que Rivadavia no sólo emprendió una reforma eclesiástica; se ocupó también de construir el Estado de Buenos Aires, sobre una base republicana. Donde había un Estado, la Iglesia podía comenzar a definirse con más nitidez. Las provincias del interior, en cambio, debieron aguardar hasta 1853 para que sus respectivas iglesias comenzaran lentamente el camino de construcción institucional. Acompañaron, en este sentido, el desarrollo del propio país. Bibliografía José Carlos Chiaramonte, Ciudades, provincias, Estados. Orígenes de la Nación argentina (1800-1846), Buenos Aires, 1997. Roberto Di Stefano, El púlpito y la plaza. Clero, sociedad y política de la monarquía católica a la república rosista, Buenos Aires, 2004. José Luis Kaufmann, La presentación de obispos en el patronato regio y su aplicación en la legislación argentina, Buenos Aires, Dunken, 1996. Miranda Lida, Dos ciudades y un déan. Biografía de Gregorio Funes (17491829), Buenos Aires, Eudeba, 2006. Víctor Tau Anzoátegui, Formación del Estado federal argentino (18201852). La intervención del gobierno de Buenos Aires en los asuntos nacionales, Buenos Aires, Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, 1965. Américo Tonda, “El ejercicio del real patronato por el virrey del Río de la Plata (1807-1808)”, Revista de historia del derecho, Buenos Aires, 3 (1975). * Miranda Lida es doctora en Historia (Di Tella) , investigadora del CONICET, docente en la Univ. Torcuato Di Tella y en la UCA, además de directora del Programa de Hist. de la Iglesia en la Argentina Contemporánea (UCA). Ecos de la Historia ISSN 1852-5474 Página 12 DOCUMENTOS VISUALES Prof. Alejandro Palacios Trazar una iconografía sobre la revolución de Mayo es una empresa que excedería por mucho las escasas páginas de esta publicación, por lo que no será intención aquí analizar las representaciones sobre los hechos que tuvieron lugar en la semana de mayo o adentrarnos sobre cuestiones que ya han sido bastante transitadas (Si el color de las cintas que repartían French y Beruti eran celestes y blancas, si había paraguas, cuánta gente había en la plaza etc.). Intentaremos en cambio bucear sobre algunas otras imágenes alegóricas de la Revolución, con el objetivo de analizar algunos de los símbolos que quedaron absolutamente identifica- dos con aquel acontecimiento. Y para ello una fecha ineludible es el aniversario del primer Centenario, que ya ha sido abordado desde la fotografía en el número 1 de Ecos de la Historia. Si bien el Centenario no dio origen a la totalidad de las representaciones y alegorías que hoy conocemos y relacionamos directamente con el 25 de mayo, ciertamente logró cristalizar muchas de ellas de forma tal que quedaron fuertemente impregnadas en el imaginario visual hasta nuestros días. Veremos entonces una selección un tanto recortada pero bastante representativa de ellas . Arriba izquierda: Cabildo del 22 de Mayo, óleo de Pedro Subercasaux, Museo Histórico Nacional, 1909. Arriba derecha: Billete de 500 Pesos Argentinos, reverso, 1981. Producida por encargo de la Nación con motivo del Centenario, Subercasaux planteó su composición pictórica teatralmente, colocando al espectador casi como testigo de la alocución de Castelli a favor de la soberanía de la colonia. Como dispositivo visual esta imagen de los hechos de mayo fue enormemente exitosa y su reproducción masiva alcanzó a textos, sellos postales, láminas e incluso el papel moneda circulante. Nótese cómo el artista identifica a los orígenes de la nación no con España sino con la Europa toda. En una mirada centrada sobre Bs. As., aparece en primer plano su status de puerto con la obra de Madero y la otra única gran estructura identificable es el Congreso Nacional, al que por el costo de su obra apodaron “el palacio de oro”. Izquierda: Gran Panorama Argentino, Buenos Aires, 1910. Además de pinturas, circularon hacia 1910 en distintos soportes un conjunto variado de representaciones alegóricas como ésta, que ilustra uno de los álbumes del Centenario. En consonancia con la visión auto-celebratoria de la generación de 1910, el autor trazó aquí un panorama de los logros alcanzados en aquellos primeros cien años, con la figura de la república apoyada en una pala y la siguiente frase a sus pies: “El esfuerzo vence todas las cosas”. Nótese cómo en afán de ponderar la riqueza del país, los atuendos de la figura femenina distan de ser la sobria túnica con la que estamos familiarizados para llenarse de boatos dorados y gemas. Entre las alegorías al pie están las artes, la industria y el comercio, pero también el riel, que es símbolo de modernidad y progreso. Año II Nº 5 - Noviembre 2010 Página 13 1 3 2 Arriba:Publicidad Cigarrillos Centenario (1), 1910. Tapa de Junio (2) de 1910, Año XIII, Nº 608 y 609. Izquierda: Tapa de Mayo de 1906 (3), Año IX, Nº 399. Revista Caras y Caretas, Bs. As. La bandera y el escudo argentinos comienzan a circular hacia 1813 como símbolos patrios, pero las representaciones sobre la Revolución tienen casi invariablemente la presencia de un componente más de inspiración francesa: la figura de la libertad-república, que aparece ya en 1856 con la escultura que Joseph Dubordieu realizase para el coronamiento de la Pirámide de Mayo. La túnica y el gorro frigio son los elementos que caracterizan a Marianne (como se denominó en Francia a la figura) y a su contraparte criolla, pero esta representación apareció a veces también con lanza o espada y escudo, e incluso casco. El paso del tiempo hicieron que gradualmente se la asocie también con la madre patria y que fuese adoptando algunas variaciones estilísticas; pero como parte del conjunto de imágenes y símbolos que comenzó a cimentar un imaginario visual sobre la nación independiente, la imagen fue muy exitosa, de fácil reconocimiento y enormemente difundida. Las tapas 2 y 3 son clásicos ejemplos de esta figura republicana: en el primer caso nótese que el atuendo es más contemporáneo pero el gorro inmediatamente evoca la figura de la libertad, que guía al pueblo que acaba de romper sus grilletes. Por otra parte el perfil de la tapa de 1906 (3) había sido ya inmortalizado en los patacones de plata acuñados entre 1881 y 1883. La publicidad de cigarrillos (1) nos permite ver hasta que punto esta figura estaba ya articulada en el imaginario y que sencillo resultaba su identificación. Ecos de la Historia ISSN 1852-5474 Página 14 1 2 4 3 Hay también otros símbolos e imágenes que forman parte del “paquete visual” que se consolidó a principios del Siglo XX. Y uno de esos elementos es la figura del gaucho, instalada desde la literatura y la pintura por la generación del ‘80 como un elemento constitutivo de la nacionalidad, y que se empleaba a veces para encarnar en ella al pueblo todo. Vemos por ejemplo que es un gaucho el que aparece en la ilustración Nº 1 recibiendo a la libertad triunfante y saludando al Sol de Mayo. Pero en las láminas Nº 3 y 4 además aparecen también otros elementos que refieren no ya únicamente al gaucho sino muy especialmente a la producción rural. La Argentina experimenta en el primer decenio del Siglo XX un crecimiento económico basado en el boom exportador que la colocó entre las 10 mayores economías del mundo, por lo que no es de extrañar que la actividad agropecuaria se haya incorporado en ese momento al imaginario visual de los argentinos como algo característico e idiosincrático de nuestro país y digno de ser exaltado. En las láminas Nº 2 y 5 vemos también otro elemento que circuló ampliamente durante el período: la imagen del progreso. En la tapa del año 1900 encontramos en la composición alusiones a la modernización material que estaba teniendo lugar en la Argentina con referencias a la industria, el ferrocarril, y la mecanización agrícola (que también aparece en la lámina 2) y la imagen del progreso como el forjador de ese desarrollo. La idea de progreso es propia del positivismo decimonónico imperante a fines del Siglo XIX e incluso una alegoría de él ilustraba toda la serie de Pesos Moneda Nacional puesta en circulación por la Caja de Conversión en 1897. Pero en la generación del Centenario existía además el deseo de mostrar el éxito de la joven nación en términos de sus avances materiales, por lo que no resulta extraño que esta imagen forme parte circunstancialmente del conjunto de representaciones en torno a la revolución. 5 Arriba: Alegoría de Mayo (1), 1909, Año XIV Nº 555; alegoría de Mayo (2), 1905, Año VIII, Nº 347; Tapa de Mayo de 1911 (3), Año XIV Nº 555; Tapa de Mayo de 1909 (4), y Tapa de Mayo de 1900 (5), Año III, Nº 80 ; en todos los casos revista Caras y Caretas, Buenos Aires. Año II Nº 5 - Noviembre 2010 Si en el 1900 la figura central es el progreso, en el año 1901 vemos un cambio total del registro. Aquí no aparece ninguna alegoría a la libertad o la república y la figura central no es otro que Marte, el dios de la guerra. ¿Pero era éste parte de las alegorías frecuentemente empleadas? Ciertamente no, pero tanto la tapa como el contenido de aquel número están influenciados por el contexto de los acontecimientos de política exterior que están teniendo lugar en el mencionado año. Los diferendos limítrofes entre Argentina habían llevado a ambas naciones a entablar una carrera armamentista por lograr la supremacía naval en el cono sur. Y hacia 1901 todavía estaba pendiente la resolución de la reina Victoria sobre el límite cordillerano, pero la jefa de estado británica falleció en enero sin poder llegar a emitir laudo alguno. Por lo tanto en medio de una presión creciente, una figura femenina no era seguramente la más apropiada para ilustrar un nuevo aniversario de la Revolución. Y entonces la tradicional imagen republicana quedó desplazada por una figura masculina: la representación de Marte, que no está en actitud beligerante pero sí expectante y con las armas listas para la acción. La tapa refleja también el hecho de que ya en 1908 Argentina había superado el poderío naval chileno y el contenido interior del número es un recorrido visual sobre las fuerzas armadas con acento sobre sus equipos más modernos. No resulta nada inocente entonces este despliegue justo en el aniversario del 25 de Mayo, ya que este acontecimiento posee ya en el imaginario una fuerte impronta bélica. Página 15 Arriba e izquierda: Tapa y páginas interiores, revista Caras y Caretas, Mayo de 1901, Año IV, Nº 138. Ecos de la Historia ISSN 1852-5474 Página 16 Izquierda: Cigarrillos Centenario, Caras y Caretas, Bs. As., 1911, Año XIV Nº 661. Derecha: Cigarrillos Centenario, Caras y Caretas. Con un nombre de mucho atractivo comercial para la época y una agresiva publicidad en medios gráficos, Centenario siempre apelaba a ilustraciones atractivas y cargadas de símbolos. La imagen de la derecha es la que poseían los atados, una sobria efigie de la república, mientras que a la izquierda vemos a la república en una car act er iza ción poco frecuente, con pechera de coracero y espada. 1 2 La circulación de símbolos y referencias que permitieron constituir un imaginario visual no se circunscribía sólo a los encargos pictóricos oficiales o las ilustraciones conmemorativas, pues la publicidad en medios gráficos también jugaba un rol en la difusión de símbolos y representaciones. Argentina era a principios del Siglo XX un mercado de consumo moderno con respecto a otros países de Latinoamérica, en dónde la publicidad de un producto cobrara cada vez mayor importancia a la hora de determinar su éxito comercial. Y uno de los productos en los que existía más competencia era el de cigarrillos, pues el consumo per cápita era hacia 1900 mayor que el de Estados Unidos y numerosas las firmas que lo producían competían en el mercado. Las empresas apelaban a distintas estrategias para atraer clientes, como concursos y sorteos. Pero también apelaban al creciente nacionalismo y al culto a los héroes que tanto parecían deleitar a los consumidores en vísperas del Centenario. Cigarrillos Centenario por ejemplo empleó alegorías patrióticas en casi todas sus publicidades en 1910 y eran varias las marcas que en fechas patrias adaptaban su publicidad con contenidos alusivos. Izquierda: Cigarrillos Monterrey, Caras y Caretas, Bs. As., 1907, Año X, Nº 451. Derecha: Cigarrillos Monterrey, Caras y Caretas, Bs. As., 1906, Año IX, Nº 399. Nótese que en ambas publicidades de Monterrey está el Sol de Mayo, un símbolo que aludía al surgimiento de la nación independiente. La gráfica de la izquierda es más interesante pues en ella hay otros símbolos como el escudo y la imagen de la república, pero también aparece Mercurio enarbolando la bandera, que era una figura a la que s e a p e l a b a constantemente pa ra vender productos y para referirse a la economía. 3 4