Revolución de Mayo - Universidad Católica Argentina

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Ecos de la Historia
.
Boletín del Instituto de Historia
Argentina y Americana
UCA
El Instituto de Historia Argentina y Americana depende de la Facultad de Filosofía y Letras de la Pontificia
Universidad Católica Argentina y fue creado en septiembre de 1996.
Director
Dr. Miguel Ángel De Marco
Editor
Prof. Alejandro Palacios
Colaboradores del
Boletín
Mg. María Fernanda de
la Rosa.
Lic. María Victoria Carsen
Secretaria del Departamento de Hist.
Dra. Paola Ramundo
Dir. Del Programa de Arqueología
Prof. María Sol Rubio García
Secretaria de la Revista Temas
Dirección:
Av. Alicia Moreau de
Justo 1500 P.B.
C1107AFD Buenos Aires
Argentina
Tel: (54-11) 4349-0200
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Contenido
Pág.
EDITORIAL
1
ARTÍCULOS
2
DOCUMENTOS
VISUALES
12
En adhesión a los Festejos por el Bicentenario
Patrio, se edita este número especial del Boletín
Ecos de la Historia por
iniciativa de los miembros
del Departamento de
Historia de la Facultad
de Filosofía y Letras,
con especial agradecimiento a todos los que hicieron
posible su realización.
Año II Nº 5 - Noviembre 2010
ISSN 1852-5474
LA REVOLUCIÓN DE MAYO
Por María Fernanda de la Rosa
El acontecimiento revolucionario, en el día en que
estalla, transforma profundamente la situación anterior e instituye una nueva modalidad de la acción
histórica que no está inscripta en el inventario de esa
realidad; afirma François Furet en su obra Pensar la
Revolución Francesa.
En efecto, la gesta de Mayo fue un suceso
medular en la historia argentina, una bisagra entre
el pasado y el futuro que enfrentó a una generación
con el desafío de construir una nueva nación. Tras
pasar por el tamiz español, las ideas del racionalismo francés y los criterios
revolucionarios de 1789,
habían penetrado en el espíritu de los americanos. Los
derechos del hombre y del
ciudadano, y el sentimiento
cada vez más difundido de
soberanía popular, se exaltaban junto al significado que
habían adquirido los conceptos de libertad, igualdad y
fraternidad. Paralelamente,
aquellas ideas se confundían
con la más pura tradición
del estado moderno español, que anclada en el siglo
XVI, rescataba los principios
de la escolástica difundida
desde Salamanca, donde
ante la ausencia del monarca, era precisamente el pueblo el depositario del poder.
El año 1810 encontró a toda la América
hispana dispuesta ideológicamente para los grandes
cambios que se anunciaban; pero solamente Buenos Aires, cabeza del último virreinato, estaba
preparada para afrontar inmediatamente y sin claudicaciones un movimiento de transformación política y social de tanta dimensión. En efecto, el Río de
la Plata no sólo contaba con una activa burguesía
económica e intelectual, sino que las invasiones
inglesas habían demandado la formación de cuerpos militares, entre los cuales, los regimientos
criollos adquirieron un prestigio comprometido
que se puso al servicio de la Revolución; la conciencia de la fuerza, fue acelerando la evolución de
las mentalidades de la época, a la vez que consolidaba un proceso que se señalaba irreversible.
Durante las intensas discusiones desarrolladas en el Cabildo Abierto del 22 de mayo de
1810 se expresaron los partidarios del más radical
absolutismo, que defendían el poder del virrey y el
mantenimiento del orden establecido, y también
quienes entendían que la crisis imponía un cambio
profundo, mediante el cual el pueblo debía asumir
el control político del virreinato. Y fue así, que en
el marco de una creciente agitación el Cabildo
cedió al clamor de los ciudadanos, designando a
Cornelio Saavedra para presidir una Junta de Gobierno de representación mayoritariamente criolla.
Por encima de lo dicho, no debemos
olvidar que la Revolución de Mayo se nutrió de
multiplicidad de factores, los
mismos que provocaron
procesos similares contra el
poder español en las demás
capitales americanas. A la
crisis política, las tensiones
económicas, el cuestionamiento del régimen y el sometimiento de la Península al
poder francés, se unía un
íntimo sentimiento de marginación social, donde los conflictos entre criollos y españoles y las rebeliones indígenas mostraban hasta que
grado estaba comprometido
el orden impuesto por los
borbones desde la Península.
En los albores del siglo XIX,
la revolución inauguró en la
América española un proceso complejo, pero iluminado
con objetivos superiores, a
partir de una moderna interpretación del poder y del lugar que debía ocupar el
ciudadano. Las características de la guerra, la constante inestabilidad política, las profundas transformaciones de la organización territorial demuestran
que el camino de la libertad estuvo plagado de
intensos conflictos: existieron etapas de expansión
económica seguidas ciclos crisis; momentos políticos de apertura seguidos de otros de clausura y
oscurantismo; etapas de inclusión seguidos de
otros caracterizados por exclusiones social; muchos de los cuales nos acompañan todavía hoy.
Por todo esto, la mirada en perspectiva
del pasado y la extensa relación de aciertos y desaciertos, ilusiones y desengaños, éxitos y fracasos,
impone a las nuevas generaciones argentinas desafíos originales y la ineludible obligación de reafirmar
los valores que han distinguido a la Nación ante el
mundo.
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Ecos de la Historia ISSN 1852-5474
LA SITUACIÓN ESPAÑOLA Y LOS MOVIMIENTOS REVOLUCIONARIOS
HISPANOAMERICANOS
Por Cecilia Bahr *
Los españoles, a comienzos del siglo XIX, vivieron una situación sumamente compleja que dejó una enorme marca en el
imaginario colectivo de ese pueblo. Al mismo tiempo y con una
estrecha relación se iniciaron los movimientos revolucionarios
hispanoamericanos, por lo tanto es indispensable tener en
cuenta la situación peninsular para poder comprenderlos
Desde 1788, gobernaba España Carlos IV, un monarca poco
interesado en los asuntos de gobierno quien había heredado un
reino con incipientes reformas, con una economía en problemas, con una población en franco crecimiento y con una alianza
en el plano internacional con Francia marcada por los Pactos de
Familia. También heredó un ministro, Floridablanca, miembro,
con otros destacados personajes de relevancia en la escena
política española, de los grupos que admiraban las ideas ilustradas1.
Al iniciarse, en 1789, la Revolución Francesa se produjo entre
los “ilustrados” españoles un sentimiento de enorme sorpresa y
temor. El ministro tratará de aplicar un operativo cerrojo en las
fronteras, sobre todo en la de los Pirineos, y con esto impedir la
entrada del flujo revolucionario, pero ante la arremetida de las
ideas ultrapirenaicas fue sustituido en el cargo por Aranda, que
nada pudo hacer. El radicalismo de la revolución francesa abrió
el camino para que llegara un nuevo ministro: Manuel Godoy,
quien dirigió el Estado español, salvo un pequeño paréntesis,
hasta 1808, gracias a la confianza que le otorga el rey. En adelante los hechos en los que se vio inmersa España dependerán, en
alto grado, de los acontecimientos franceses.2
En 1793, Godoy rompiendo con la tradicional alianza francesa,
se embarcó en una guerra contra la Revolución “regicida”- se
había intentado de todas maneras salvar a Luis XVI y su familia
sin conseguirlo- pero los reveses militares sufridos en el país
Vasco y Cataluña iban a convencerlo en la necesidad de pactar
con los termidorianos en 1795, cosa que se llevó a cabo por la
paz de Basilea. A partir de ese momento, España selló sus destinos a los de Francia y el ministro se transformó en “Príncipe de
la Paz” 3.
En cuanto a su política interna, Godoy no dudaba en presentarse como heredero
de la Ilustración. Así
realizó una serie de
reformas entre ellas
la desamortización de
una parte de los bienes eclesiásticos aunque, en rigor de verdad, más que dictadas
por algún tipo de
consideración ideológica, pareciera que
estuvieron dadas por
la necesidad imperiosa de numerario para
frenar el deterioro de
las finanzas públicas.
Ahora bien, ante los
acontecimientos franceses la elite ilustrada
Manuel Godoy, por Agustín Esteve. Su española se dispersó.
actuación resultó clave en la alianza Un grupo descubrió
con Francia que habría de poner en que la revolución
había atentado contra
jaque a todo el imperio español .
la autoridad del estado monárquico al cual ellos habían servido y
sobre el cual habían asentado sus ideales, pero se resistieron a
abdicar de sus ideas. Por otra parte, el miedo a la revolución
alimentó la resurrección de las fuerzas conservadoras, opuestas
a la ilustración, que se valieron de las acometidas francesas
para dar lugar a una reacción casi xenófoba contra la
“pestilencia franca” y contra los renovadores. Estas dos corrientes acabaron estando representadas, poco después, en los
enfrentamientos dentro de la familia real 4.
Pero a partir de 1804 las cuestiones que se plantearon rebasaron el ámbito de actuación de las elites. España habiendo unido sus destinos a Francia, como ya se ha dicho, se vio envuelta
en las luchas napoleónicas. La derrota de la escuadra francoespañola en Trafalgar a manos de los ingleses desencadenó una
ruptura del comercio con el imperio colonial y, si a ello se le
sumaba la profunda crisis agrícola y epidémica de 1803 y 1804,
se puede comprender la magnitud de la problemática que marcó
la agonía financiera y política del Estado español.
En 1808, la alianza francesa determinó que los ejércitos de
Bonaparte entrasen en España para pasar a Portugal, que había
desoído la orden francesa de cerrar los puertos al comercio
inglés, fiel a su alianza británica. Previamente, se había firmado
un pacto entre Napoleón y Godoy por el cual se dividiría Portugal en dos partes: un para Francia y la otra para el ministro.
Obviamente esto no se concretó pues en ese año estallan dos
hechos fundamentales: el motín de Aranjuez y la Guerra de la
Independencia española.
El primer acontecimiento ocurrió en marzo de ese año en el
palacio al cual había sido llevada la familia real española. La residencia fue tomada, Godoy era derribado acusado de
“despotismo ministerial” y el rey, Carlos IV, es obligado a abdicar a favor de su hijo y heredero, jurado como Fernando VII.
Napoleón, quien ya tenía en mente una ocupación de España,
llama al padre y al hijo a Bayona. Ambos son obligados a renunciar al trono y el francés decide nombrar rey de España a su
hermano José 5. En ese momento va a comenzar una guerra sin
cuartel contra el invasor que para muchos va a tener un carácter de gesta y que se conoce con el nombre de Guerra de la
Independencia 6.
Ya el advenimiento al trono de Fernando, su viaje a
Bayona y la presencia extranjera había
provocado en la
población española,
sobre todo de Madrid, un clima de
agitación que llevó a
su explosión el 2 de
mayo cuando se
conoció la noticia
del secuestro del
último de los infantes, Francisco de
Paula. Un grupo se
opuso, se abrió fuego y fue un reguero
de pólvora, los madrileños se adueña- La rendición de Bailén (fragmento),
ron de la ciudad, el por Casado de Alisal, batalla donde se
ejército de ocupa- destacó un joven capitán de la cabación comandado por llería española: José de San Martín.
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Murat reprimió violentamente y toda España se declaró en contra de los franceses en la que fue una guerra sin tregua7. Los
soldados desertaban para incorporarse a los ejércitos fieles a
Fernando VII, que será llamado “el deseado”. Esta impetuosidad
y la ayuda inglesa permitieron la victoria de Bailén, luego de la
cual las tropas de ocupación se debieron replegar hacia el norte.
Surgieron en toda España un poder revolucionario con juntas
locales, aprovechando la representatividad que los grupos de
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quienes apoyaban incondicionalmente a Fernando VII. Estos
últimos serian los que formaron las juntas, como ya hemos mencionado, y luego, unas Cortes mayoritariamente liberales que
buscaron sentar las bases de una monarquía parlamentaria. Las
ideas burguesas se abrieron camino de manera imparable en
cualquiera de los dos bandos.
En 1810, los ejércitos franceses lograron llegar al sur y apresar a los miembros de la Junta Central, quienes actuaban como
un gobierno paralelo en nombre de “el deseado”, pero la constante guerrilla popular y los apremios de Napoleón en otras
partes de Europa hicieron que, en 1813, se retirase de España y
le devolviese el trono a Fernando. Las aspiraciones de las elites
debieron esperar un tiempo para volver al poder pues el rey era
partidario de la monarquía absoluta.
El triunfo en la guerra dejó un país devastado, pero tal vez, la
más grave de sus consecuencias fue la pérdida del imperio colonial americano. Restaurarse de esas heridas le llevó, por lo
menos, hasta mitad de siglo XIX.
Los fusilamientos del 3 de mayo de 1808, por Francisco de
Goya, retrata como pocas obras la crueldad de la guerra y
la locura en la que se vio inmersa la España ocupada.
poder tenían en los gobiernos comunales, más tarde juntas provinciales, que finalmente designaron una Junta Central que se
estableció en el sur, pues era territorio libre Estas juntas nos
eran populares ni por composición ni por programa, pero tenían
en común con los grupos populares la esperanza de que el rey
volviera 8.
En 1809, el ejército francés avanzaba imparablemente. En los
sitios de Zaragoza, Valencia, y Gerona, el pueblo español participó al lado del ejército en la defensa y fueron innumerables los
testimonios de actos heroicos de hombres y mujeres, en torno
a los cuales se han formado múltiples leyendas. Por otra parte,
destacaban las partidas de “guerrilleros”, que llevaban a cabo
una guerra de astucia y desgaste, sin responder a ningún tipo de
estrategia y que procedían, por lo general, de los estratos más
humildes: labriegos, artesanos. Por lo tanto la guerra fue totalmente popular 9.
La situación de la mayor parte de la población era muy difícil.
Por una parte debían soportar los males directos de esa guerra:
requisas, saqueos, tanto de parte de los enemigos franceses
como de los aliados ingleses, sin olvidar a los bandoleros que
aprovechando las circunstancias hacían su agosto y, por otro
lado, hizo su aparición el hambre –el año 1809 fue un año difícil,
pero el peor será 1812- y la peste –la fiebre amarilla también
llamada vómito negro hizo estragos en el sur a partir de septiembre de 1810- ayudada por el contrabando que ayudaba a la
propagación de los gérmenes, la subalimentación y la miseria
que hacían a las personas más vulnerables.
Mientras en el campo de batalla la guerra fue claramente popular, las elites intentaron acomodarse a la nueva situación política. Dentro de este grupo surgieron dos bandos: uno fue el de
los afrancesados que eran los que por su historia, sus ideas o
las circunstancias de vida se convirtieron en colaboradores del
invasor y quienes pese a las penurias siguieron creyendo en la
posibilidad de reformas liberales de la mano de José I (se debe
tener en cuenta que apenas tomado el gobierno español, los
franceses habían abolido la inquisición, habían creado una junta
de instrucción pública, habían suprimido la justicia señorial y los
derechos feudales) mientras, el otro grupo era el que nucleaba a
Fernando VII (el deseado), por Vicente López Portaña y
Jpsé Bonaparte, por Jean Wicar.
Notas
1.
2.
3.
4.
5.
6.
7.
8.
9.
LYNCH, John, La España del siglo XVIII, Barcelona, Crítica, 2004, cap.. X
Manuel Godoy es un personaje sobre el cual se han tejido innumerables historias. De familia poco encumbrada llegó al poder no por una
carrera, sino por la amistad que le profesaban el rey y la reina, quienes le otorgaron innumerables títulos –entre otros: duque de Alcudia,
grande de España, príncipe de la Paz, Comendador mayor de la Orden de Santiago- y riquezas. El mismo Godoy justifica su actuación y
da su versión de la historia en sus memorias escritas en París 40 años
después. PRINCIPE DE LA PAZ, Memorias, Madrid, BAE, 1956, 2 vols.
AMALRIC, Jean-Pierre y DOMERGUE, Lucienne, La España de la
Ilustración (1700-1833), Barcelona, Crítica, 2001,ofrecen un amplio
análisis de las relaciones entre España y Francia
Ibidem, en el capítulo 3, se analiza el desempeño de las elites ilustradas
españolas
Sobre las ideas de Napoleón con respecto a España ver FUGIER,
André, Napoleón y España, Madrid, Sociedad Estatal de Conmemoraciones culturales, Centro de Estudios políticos y Constitucionales,
2008
La guerra de la Independencia española ha sido analizada desde distintos puntos de vista en Jerónimo Zurita, Revista de Historia, Zaragoza,
Institución Fernando el Católico, N° 83 Aproximaciones a la Guerra
de Independencia, 2008.
Francisco de Goya fue testigo de estos hechos de Madrid y los plasmó con dramatismo en una serie de pinturas y grabados muy conocidos .
El proceso juntista ha sido muy bien explicado en AYMES, J. R., La
guerra de la independencia en España (1808-1814), Madrid, Siglo XXI,
2008
Son numerosos los héroes y heroínas a quienes las historias populares han rescatado del olvido como Juan el Empecinado, Agustina de
Aragón, Pedro Velarde, Manuela Malasaña, etc.
* Cecilia Bahr es Lic. en historia y Secretaria del Instituto de Historia de España (UCA)
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Ecos de la Historia ISSN 1852-5474
SIGNIFICADOS DE MAYO
Por Guillermo Andrés Oyarzábal *
El Bicentenario de la Revolución de Mayo se ha proyectado
entre los argentinos como una fiesta de conciliación, donde las
diferencias pudieron ser desplazadas, a la luz de un acontecimiento cuyo valor y significación no se discute.
Para algunos, el 25 de Mayo es el único origen de la Patria,
para otros, un cambio trascendente que abre en el país un período de renovación política y social, que inmerso en su propia
dinámica, culminará con la declaración de la Independencia. Pero
más allá de estas u otras interpretaciones, nadie desconoce su
importancia como punto de partida de un proceso cardinal y de
proyecciones universales. En efecto, el movimiento revolucionario que nació en el Río de la Plata en mayo de 1810, tomó su
lugar en relación con la compleja realidad de su tiempo, y fue
dibujando su perfil en la ecléctica trama tejida entre el pasado y
el presente.
Raíces y tradición
Los vínculos originales que unieron los territorios españoles
con los americanos, hallaron su marco jurídico pocos años después de la llegada de Colón a territorios americanos, tras la
integración de las Indias Occidentales a la corona castellana
indicada por Isabel La Católica en su testamento (1504). El
hecho fue reafirmado por el primer heredero de todos los reinos españoles, Carlos V, quien en 1519 celebraba la unión perpetua e inalienable de tierras y gentes de América a Castilla.
Esto ha sido interpretado como la aceptación tácita de los
principios planteados en la época por el padre Francisco de
Vitoria quien, desde Salamanca argumentaba sobre la necesidad
de establecer un pacto de vasallaje entre los reyes castellanos y
los príncipes indios. De esta manera se establecía un compromiso, en principio indisoluble, donde América sólo quedaba ligada
a Castilla, formando parte de ella; pero en absoluto del Estado
Español.
Desde el punto de vista político, los pensadores del Siglo de
Oro desarrollaron la doctrina del pacto social; para ellos, el
poder residía en el pueblo y era éste quien lo delegaba, legitimando el poder de sus gobernantes. Este pensamiento expuesto
y defendido en su tiempo por el padre jesuita Francisco Suárez,
fue superado y deliberadamente olvidado en Europa por los
defensores del absolutismo, y se mantuvo encubierto en muestras tierras donde la realidad americana hizo que fuera mucho
más difícil su desplazamiento.
Guerra y crisis política.
En Bayona se plantearon muchas de las aspiraciones políticas
y sociales que los ilustrados proponían en los ambientes cortesanos, ideales que se encontraban a la vanguardia del interés
popular y preocupaban a la burguesía americana: como la supresión de los privilegios señoriales, la libertad de comercio y la
representación americana en cortes; pero aquel acto, forzado
por el Emperador de los franceses, no había sido más que una
farsa. La decisión de Napoleón de incorporar los dominios españoles a su Imperio a través de una nueva dinastía en la figura de
su hermano José, desencadenó un sangriento movimiento de
resistencia que buscaría fundamentos jurídicos en el pasado.
Efectivamente, como reacción a los intentos de dominación
francesa, desde 1808 comenzaron a formarse en España Juntas
de Gobierno, que establecieron de hecho mandatos paralelos,
por desconocer la autoridad del rey impuesto.
Convulsionada Europa, vencida España no es difícil comprender la crisis política americana y las dudas que surgieron en
cuanto a la legitimidad del gobierno. Ante el cautiverio de Fer-
nando VII en Valencay, por orden de Napoleón y la usurpación
del trono, los españoles peninsulares intentaron gobernar a
través de una Junta Central, con asiento en Sevilla. Los americanos se mantuvieron ligados a ella, expectantes de la situación
peninsular, donde se sostenía por el esfuerzo de la guerra cierto equilibrio entre el poder francés y el español, que no acababa
por ser doblegado. Pero al caer Sevilla, en enero de 1810, e
instalarse en la pequeña isla de León (Cádiz) un Consejo de
Regencia, a instancias de los intereses británicos, ya no se podía
concebir representación alguna.
Este proceso afectó profundamente a los distintos reinos y
provincias americanas. Como desde 1808 en España, en toda
América surgieron Juntas de Gobierno. De esta manera el cerco
napoleónico, además de confirmar con hechos los vicios del
antiguo régimen contribuía al nacimiento de una nueva conciencia de protagonismo popular. Sucede que, al mismo tiempo que
se reafirmaban los valores de la libertad y el patriotismo, se
reconocía la influencia inobjetable de la Revolución Francesa; a
partir de conceptos antes apenas difundidos, como los derechos
y prerrogativas de los ciudadanos y las referencias concretas a la
felicidad pública.
Hacia fines de 1809 los ejércitos franceses derrotaron en
España a los últimos bastiones de resistencia, provocando la
disolución de la Junta Central, y la creación en la isla de León,
Cádiz, de un Consejo de Regencia de discutida legitimidad. El
acontecimiento abría para América una oportunidad única, en la
medida que se veía impuesta a tomar decisiones hasta ese momento impensadas.
En el Río de la Plata
En Buenos Aires, Baltasar Hidalgo de Cisneros, un honorable oficial de la Armada Española que había combatido en Trafalgar, se desempeñaba como virrey del Río de la Plata, y por lo
tanto, conocía el caldeado ambiente pre-revolucionario porteño.
Por otra parte, no era la primera vez que se encontraba en un
escenario parecido. En 1808 había participado en el movimiento
insurreccional juntista de Cartagena (España), destituyendo al
entonces Capitán General y tomando su lugar.
El 18 de mayo redactó una proclama donde
explicaba los acontecimientos al pueblo, subordinando retóricamente el
mando a la gloria de pelear entre los criollos por
“los sagrados derechos
del monarca”. Y el 20, el
virrey, tras consultar la
opinión de los jefes militares sugirió la aceptación
del Consejo de Regencia,
en virtud de que la península no estaba totalmente
perdida. De esta manera
intentaba tomar la iniciativa y evitar cualquier pretensión transformadora, Baltazar Hidalgo de Cisneros,
pero al mismo tiempo último virrey español en el Río
reconocía la crisis y mosde la Plata.
traba su debilidad.
Ante las propósitos de Cisneros la negativa de los criollos
fue categórica, y Saavedra contestó: ¿Cádiz y la isla de León son
España?...Los derechos de la Corona de Castilla a que se incorporaron las Américas, ¿han recaído en Cádiz y la isla de León,
Año II Nº 5 - Noviembre 2010
que son parte de unas de las provincias de Andalucía? No, señor. No queremos seguir la suerte de España ni ser dominados
por los franceses: hemos resuelto reasumir nuestro derecho, y
conservarnos por nosotros mismos”.
La autoridad no pudo sino ceder a los insistentes reclamos
de los comandantes de los regimientos americanos y se convocó
el 22 de mayo un Cabildo Abierto, que ante la caducidad de la
autoridad del virrey, derivada de la situación en España, resolvió
reemplazarlo por una Junta. Como señalara Mitre en su Historia
de Belgrano: “los mismos españoles sancionaban la teoría revolucionaria, que los patriotas iban por su parte a poner en práctica”. Tulio Halperín Dhongui en la Nueva Historia de la Nación
Argentina, advierte que “los revolucionarios no esgrimieron
armas ideológicas, sino argumentos destinados a justificar su
derecho a heredar el poder, invocando casi olvidadas normas de
derecho positivo”.
Ciertamente, subyace en el espíritu de los americanos un
marcado descontento debido al papel secundario que les cabía
en el régimen de los Borbones. América, que había sostenido al
Imperio Español durante los siglos XVI y XVII, ya no contaba
con la condición de igualdad frente a los reinos peninsulares. La
burocracia, los intereses particulares, la corrupción del Estado,
las ambiciones de los españoles europeos por ocupar los principales sectores de poder y monopolizar el comercio indiano,
fueron las razones de la creciente animosidad, que frente a los
desaciertos de Carlos IV se hacía marcadamente visible. La
oportunidad abierta por las heridas del sistema, no debía ni sería
desaprovechada por quienes desde largo tiempo venían madurando una solución contra el desacreditado régimen peninsular.
Por lo expuesto, se advierte en los orígenes de la revolución
Mayo un movimiento en defensa de los intereses de poder
americanos y en contra de cualquier resabio de despotismo;
donde lo que crece no es la igualdad revolucionaria que cobrara
vida en 1789, no es la igualdad del ciudadano, ni del hombre
concreto: es la igualdad política.
Lo dicho se advierte con claridad incluso en el discurso de
los nuevos dirigentes, donde la invocación al pueblo se repite
como un tópico en tanto la comunidad aparece como fuente de
legitimidad, pero en un contexto donde todavía resultaba impropia cualquier profundización en torno de las formas de gobierno
y se esgrimen los sagrados derechos del Rey cautivo Fernando
VII.
Es importante comprender la pertinencia de esto, pues
mientras que el pensamiento político del absolutismo concentra
y unifica en la persona del monarca, el escolástico de los siglos
XVI y XVII entiende al pueblo como cuerpo de Nación, estableciendo un pacto entre el rey y su reino, según la tesis superadora del padre Suárez. Adecuados a la época, los criterios sostenidos en el siglo XVI por los padres Vitoria, Suárez y Mariana se
exaltaron en el Rio de la Plata, junto a las ideas más modernas
del racionalismo francés y su interpretación de la soberanía.
En efecto, Juan José Castelli en una eclética síntesis planteó
dogmáticamente en aquellas jornadas de Mayo el principio de
reversión de los derechos de soberanía en el pueblo, dando
lugar a la primera manifestación en defensa de los intereses de
poder americanos.
En este proceso los ejércitos de mar y tierra habrían de
tener una responsabilidad vital. Las expediciones de Belgrano al
Paraguay y al mando del ejército del Norte; de Balcarce al Alto
Perú; la desafortunada campaña naval de Azopardo; el persistente sitio de Montevideo conducido por Rondeau y la definitiva
suerte de las armas argentinas sobre aquella plaza, decidida tras
el bloqueo impuesto por el almirante Brown. Las fascinantes
operaciones corsarias donde además de hostigar el tráfico mercante español y mostrar al mundo la bandera argentina, se difundieron los valores de la libertad y las ideas revolucionarias del
Río de la Plata. Paralelamente, la resistencia de Güemes en el
Norte; y por último, el cruce de los Andes, tras el cual el gene-
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ral San Martín, en una compleja e impecable operación conjunta,
logró proyectar el poder militar hacia el Perú, proclamando su
Independencia; son sólo algunos de los tantos hechos que coronaron de gloria el proceso comenzado en 1810.
En la medida que la guerra se desarrollaba, se producían
transformaciones profundas junta a una acelerada evolución de
mentalidades que fueron modificando en los argentinos la manera de interpretar la realidad y su propia existencia. La unidad
político territorial heredada del régimen, dio lugar a la aparición
de nuevas administraciones y en los hombres un progresivo
espíritu federal.
Manuel Belgrano, José Rondeau,
Guillermo Brown, Martín Miguel de
Güemes y José de San Martín. Con mayo o menor pericia
militar pero idéntico compromiso con la causa de la
emancipación, combatieron exitosamente a las fuerzas
realistas durante la primera década revolucionaria.
Grito de libertad
Debemos advertir, entonces, que en todo sentido, Mayo es
un grito de libertad; pero de libertades de carácter político, no
privado, tendientes a garantizar la participación en un gobierno
propio. En España no se reconoció el pensamiento que imperó
en nuestro continente, y esta fue la causa que desató la guerra.
La Revolución de Mayo señala el punto de partida de nuestra
emancipación de España, un proceso que evolucionó con rapidez, viéndose envuelto y superado por expectativas independentistas, que culminaron formalmente con la declaración de la
Independencia en julio de 1816.
Pero no es en la idea de independencia, un criterio que se
concibe, materializa y profundiza una vez lanzada la guerra, sino
en la noción de emancipación entendido como un paso intermedio hacia la Independencia, donde radica el verdadero sentido
urbano de entonces,
la gran capital
de nuestra celebraciónEldeimaginario
Mayo. Emancipación,
porencontraría
todo un símbolo
en respeto
la calle
que emancipación es libertad,
es gobierno
propio, es
Florida, eje de losrepresenta
festejos y un
la vidriera
por las tradiciones, y fundamentalmente
cambio
donde
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sectores
adinerados
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en la
contra
el mal gobierno.
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opulenMayo, por otra parte,
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de su laprogreso
material.
¿Peropolíticas
que es
sino el primer gran paso
evolución
de formas
el imaginario
urbano?
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de Rapropias. No niega el pasado,
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el cual
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Iglesia, eslo elrecrea
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nuestra identidad, por fael
el contrario,
lo define
como
entre
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que nos
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uno
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que
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el camino hacia la conformación
de una
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urbano
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* El Dr. Guillermo en
Andrés
Oyarzábal
es profesor
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donde los
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adilar e investigador deylalaUCA,
Miembro
de número
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Academia Nac. de lanerados
Historiamostrarían
y Jefe del Departamento
extranjeros
la opulencia
su prode Estudios Históricos
Navales de
la Armadade
Argentina.
greso material. ¿Pero que es el imagi-
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Ecos de la Historia ISSN 1852-5474
El primer acto de violencia revolucionaria, la resistencia del ex virrey
Liniers en Córdoba
Por Julio Luqui Lagleyze *
Al llegar las noticias al Perú sobre los sucesos de Mayo de 1810
en Buenos Aires, el Virrey José Fernando de Abascal, decidió cortar la insurrección y llevar adelante una contrarrevolución realista,
para lo que contaba con el apoyo del ex-Virrey del río de la Plata
D. Santiago de Liniers, quien en la capital de la Intendencia de Córdoba del Tucumán, donde residía, le había avisado que se aprestaba
a la resistencia por pedido del depuesto Virrey D. Balthazar Hidalgo de Cisneros. Según nos cuenta el presbítero Alcántara Jiménez
en sus apuntes1:
"Tras la deposición de Cis­neros el 25 de Mayo, este trató de
dirigirse reserva­damente a su antecesor y condiscípulo rogándole
que salvara al país de su ruina.....Se le presentó felizmente a deshoras de la noche el intrépido joven Lavín2 , ofreciéndole sus servicios....escribió una carta familiar a Liniers comunicándole su triste
situación y el extraño suceso que en aquel día había ocurrido,
confesaba su error de no haber abrazado sus amistosos consejos,
manifestaba que sólo en su fidelidad estribaba la única esperanza
de contener el impetuoso torrente de los revoltosos, a cuyo fin le
cedía sin restricciones sus omnímodas facultades…Lavín llegó a
Córdoba e inexperto se dirigió a la casa del Dean Funes, quien
astuto e infiel pasó con él a la casa del Obispo y a la habitación de
Liniers fingiendo celo de la causa del Rey para que le admitieran en
la Junta secreta para discutir los planes de defensa, para hacer
revelaciones a los disidentes de Buenos Aires".
Así según las palabras del presbítero, que era el capellán mayor
y confesor del propio Obispo de Córdoba Don Rodrigo de Orellana, se inició el único intento de resistir la Revolución en el hoy
territorio argentino.
El mismo día de la llegada del emisario de Cisneros, el Gobernador Gutiérrez de la Concha reunió al Obispo, a Liniers, a los
oidores Moscoso y Zomalloa, a los Alcaldes de primero y segundo
voto, al coronel de milicias provinciales Allende, a dos oficiales
reales y al asesor del gobierno Rodríguez. Según nos cuenta el
mismo presbítero, el primer acto fue el de tomar juramento de
manos del Obispo de guardar silencio y secreto de lo ocurrido en
Buenos Aires, hasta que los propios sublevados lo comunicasen,
tomando las medidas de seguridad que parecieran convenientes.
Liniers manifestó su desconfianza por las tropas cordobesas y propuso dirigirse hacia el Alto Perú con el objeto de levantar allí un
ejército y caer con él sobre Buenos Aires o rechazarlos en Córdoba. Igualmente se ordenó a los comandantes de los fuertes y de
milicias que se presentasen en Córdoba con toda la tropa y armamento disponibles.
El 3 de junio ya los rumores se habían esparcido por la ciudad y
no era necesario guardar secreto alguno, el Gobernador Intendente dirigió un oficio a su par de Potosí, Francisco de Paula Sanz,
informándole de lo que había sucedido:
"…que una junta había acordado deponer del mando al Exmo.
Sr. Virrey, dando el superior gobierno político al Cabildo de dicha
Capital y el de armas a uno de los comandantes a pretexto de
haber sido creado el Exmo. Sr. Virrey por la Suprema Junta Central, que había cesado el 6 de febrero del corriente año.....hasta el
24 su excelencia no había entregado el bastón aunque por la
fuerza había condescendido a su deposición..... "
"La misma noche avisé la desagradable novedad al Exmo. Sr.
Liniers, ex-virrey, que reside en esta ciudad y al Ilmo. Sr. Obispo
suplicándole que al día siguiente se acercasen a mi casa adonde
privadamente llamaría a otros de los primeros residentes y minis-
tros de los respectivos cuerpos, para tomar consejo y acor­dar las
medidas que debían tomarse para el caso que fuera cierta la expresa novedad y juntos los indicados suje­tos tuve la satisfacción
que en un todo conformes dije­sen que debíamos estar por la
legitima autoridad de su excelencia y de los jefes subalternos sacrifi
­cando sus vidas por sostener el orden establecido sin admitir la
menor novedad y que no dudando un momento de la acen­drada
fidelidad de V.S. se le comunicara la noticia por chasque particular.....para que esa pro­vincia no sea sorprendida y V.S. pueda con
tiempo tomar las medidas oportunas....y para que sabiéndose V.S.
comu­nicar sus ideas pueda uniformar las mías para el mejor
servicio y sostener el orden y autoridades legítimas. Debo advertir
que todo este pueblo fiel ha recibido con aplauso la expuesta resolución y ofrece sus fuer­zas para sostenerla....Debe V.S. continuar la
noticia al Sr. Presidente de Charcas, gobernadores intendentes de
las demás provincias y al Exmo. Sr. Virrey de Lima. Ds. Gde. V.S.
Ms.As. Córdoba junio 3 de 1810. J.G. Concha." 3
El 5 de junio de 1810 el gobernador convocó en su casa una
Junta de Guerra, formada por él, Liniers, el Coronel Allende y el
Tesorero Joaquín Moreno con el fin de confeccionar un plan de
defensa "que no sólo asegurase la tranquilidad y sosiego público con obe
­diencia a las autoridades establecidas por nuestro soberano". En esta
junta acordaron la organización de toda la tropa que pudiese ponerse sobre las armas.4
Los oficios de la Junta de Buenos Aires para el Gobernador
Intendente de Córdoba llegaron el 7 de junio y para su lectura se
reunieron en junta y "juraron sacrificarse por defender la justa causa
de la Nación Española y de nuestro Monarca Don Fernando VIIº. Según
la “Memoria Anónima” el Dean Funes se hallaba en la reunión y
defendió a los de Buenos Aires, lo que ofendió a Liniers quien dijo:
"…que todo aquel que adhiriese al parti­do de la Junta revolucionaria de Buenos Aires y apro­base la deposición del Virrey…
debía ser tenido por un traidor a los intereses de la nación española, que la conducta de Buenos Aires con la Madre Patria, en la
crítica situación en que se hallaba por la atroz usurpación de Napoleón era igual a la de un hijo que viendo a su padre enfermo,
pero de un mal que probablemente salvaría, le asesinase en la
cama por heredarlo...." 5
Acto seguido el gobernador mandó quemar los
papeles del "subversivo
gobierno de Buenos Aires", anun­ciando a los
Gobernadores de las
otras provincias las órdenes.
Se tomaron varias
previsiones a partir de
junio, como la de aumentar el número de tropas,
pagarles sus sueldos con
un aumento, como forma
de evitar deserciones, se
contrató un armero para
la reparación de armamento, se compraron
piedras de chis­a, cartucheras y chuzas; se montaron 9 cañones en Cór- Santiago de Liniers
doba y se trajeron cañones desde la frontera, con
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los cañones y sus tropas se forman dos compañías. Para julio la
actividad es intensa, se fabrican cartuchos con pólvora traída de
Mendoza y hacen vestuarios a la tropa que se concentra en el antiguo convento de los Jesuitas.6
El 25 de julio se reunieron en casa del Gobernador los miembros de la resistencia y el gobernador expuso las noticias llegadas
desde Buenos Aires y un informe del comandante de observación
en el Río Tercero; se sabía que la expedición porteña era de unos
1.200 hombres y 8 piezas de artillería y se hallaba a poca distancia
del límite de la jurisdicción cordobesa. Se dispuso que al día siguiente salieran 100 hombres armados y con 2 cañones, al mando
del coronel Allende y el comandante Martínez, para acercarse a las
tropas de Buenos Aires. Se dispuso además tentar a los porteños a
la deserción, ofreciendo $50 a cada desertor y si alguno lograba
incendiar las carretas de la pólvora y municiones se los gratificaría
en proporción de la acción.7
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Luego de la salida del Gobernador, en agosto de 1810 solo
quedaron en Córdoba un sargento con un piquete de Pardos de
Córdoba y otro de milicianos, en total no más de 30; que fueron
los únicos testigos militares de la entrada de los revolucionarios en
la ciudad de Córdoba. El 8 de agosto hicieron su entrada las tropas
de Buenos Aires, al mando del coronel Ortiz de Ocampo, siendo
recibidos con aclamaciones por los habitantes más jóvenes y el
repique de las campanas de los Templos. Al día siguiente se separó
de sus funciones a los cabildantes sospechosos y Córdoba se incorporaba al Gobierno patriota.8
Mientras la fuerza de Liniers se reducía a 60 Blandengues de la
Frontera. El 3 de agosto en la Aguadita, explotaron las carretas de
la pólvora y municiones. Los problemas aumentaron cuando los
maestres de postas del camino se negaron a colaborar, por lo que
debió abandonarse la artillería, clavando cañones y quemando cureñas. El 4 en Río Seco, se enteraron de la noticia de la entrada
El fusilamiento de Liniers, por Franz Van Riel. Como se puede apreciar, el artista ha querido aquí realzar el coraje del exvirrey, enfrentándolo heroicamente a sus verdugos. Ésta y otras licencias artísticas, como la presencia de infantes en
lugar de húsares, es característica de muchas representaciones sobre acontecimientos históricos, en dónde la falta de
El imaginario urbano de la gran capital
información precisa se suplía con recursos estéticos librados a la inventiva del pintor o ilustrador. Fuente: Gran Panoraencontraría todo un símbolo en la calle
ma Argentino del 1er Centenario, Buenos Aires, Buenos Aires.
Florida, eje de los festejos y la vidriera
donde
losasectores
adinerados
mostraríLiniers había reunido 1.000 hombres de todas las armas, e incluporteña en Córdoba y que
salían
perseguirlos.
En Tulumba,
decia los visitantes
extranjeros
opulendieron dividirse en tresan grupos
por rumbos
distintos lapara
que
so al regimiento de milicias de Córdoba, pero empezaron a merde su
progreso
¿Pero que
alguno llegara a destino.cia
Liniers
y su
ayudantematerial.
Lavín tomaron
por es
el
mar por la deserción y le quedaron sólo 400 hombres, por lo que
el imaginario
urbano?
En palabras
de Racamino "a la izquierda" hacia
las sierras,
el Obispo
tomó rumbo
"a
el 27 de julio decidieron marchar al Alto Perú en busca de las troes de
el la
lugar
de intersección
la derecha" y el grupofael
de Iglesia,
Gutiérrez
Concha,
Rodríguez,
pas de apoyo que, según los planes de Abascal, debían venir bajanentre por
el esquema
que nos
formuAllende y Moreno, siguieron
el caminomental
a Santiago
del Estero,
do a Tucumán enviadas, según creían, por Francisco de Paula Sanz.
"acompañados por aquellos
oficiales
que
nopercibido,
habían querido desamEl 31 salieron de Córdoba y la noche misma en que salieron
lamos
en base
a lo
El les
imaginario
urbano
ca- 9
pararlos, sin embargo que
dieron libertad
parade
quelalogran
hiciesen".
desertaron 50 hombres y siguieron luego las deserciones al grado
pital
encontraría
tododonde
un símbolo
que de las cuatro compañías cordobesas, solo algunos oficiales
El 5 de agosto hicieron
noche
en una choza,
se entregaen siendo
la calledespertados
Florida, eje
de losnoche
festejos
acompañaron hasta el final a sus jefes. Los Partidarios de la Fronteron a un profundo sueño,
a media
por
y la
vidriera
los sectores
ra de la Carlota, desertaron al mediodía. Todo era debido, dice el
la partida del teniente de
húsares
Josédonde
María Urien,
quien losadidesmostrarían
a los
visitantes
cronista realista, por la seducción hecha por el Deán Fúnes, agente
pertó con las bayonetasnerados
al pecho, los
hizo vestirse
y mandó
atarlos
de sangre
su prode la Junta de Buenos Aires.
con los brazos atrás, conextranjeros
tal fuerza quelaaopulencia
Liniers le salió
por
greso material. ¿Pero que es el imagi-
Ecos de la Historia ISSN 1852-5474
Página 8
las yemas de los dedos. Esperaron atados hasta el amanecer y
marcharon a reunirse con Balcarce, encargado de buscar a los
conjurados. La misma suerte corrieron los otros que fueron capturados por sendas partidas, el obispo por el teniente Manuel Rojas y
Gutiérrez de la Concha por Domingo Alvariños. Todos fueron
conducidos hasta Pozo del Tigre, desde donde Balcarce avisó el 7
a Ortiz de Ocampo.
Ortiz de Ocampo resolvió enviarlos a Buenos Aires, pues no
quería cumplir la implacable orden de la Junta de "arcabucearlos
donde los hallare". Por ello escribió a la Junta con su opinión, mientras los prisioneros continuaban su marcha hasta las cercanías de
Córdoba y pararon en la Posta de los Ranchos. El 15 de agosto, en
Asunción de la Virgen, el Obispo Orellana ofició Misa, luego de la
cual todos ratificaron su juramento de Fidelidad a Fernando VII.
Continuaron varios días hasta que el 25 hicieron alto en la Esquina
del Lobatón, en las cercanías de Cruz Alta. El 26 llegó el coronel
Domingo French, con la orden explícita de la Junta de "arcabucear
donde los encontrara a quienes se habían alzado contra los sagrados derechos del Rey". Por una ironía de la historia, Liniers sería
ejecutado por "infidelidad a Fernando VII".
A las 8 de la mañana salieron de la posta y a las 10 se encontraron con Castelli que venían de Buenos Aires. En el mismo lugar en
que los encontró hizo quedar a los criados y dirigió los coches
hacia un pequeño bosque llamado monte de los Papagayos, cerca
de la Posta de Cabeza de Tigre. Salieron del camino, bajaron de los
coches y fueron atados y puestos en fila; Castelli, representante de
la Junta, leyó la sentencia. Sólo salvaba la vida el Obispo Orellana,
quien pidió clemencia para sus compañeros pero no fue oído. Liniers pidió al prelado que cesara las súplicas diciendo que:
"Todo es en vano, estamos en la mano de la fuerza; conformidad,
mucho más merecen nuestras culpas, ; más glorioso nos es morir
que sus­cribir las miras de la Junta; morimos por defender los
derechos de nuestro Rey y de nuestra patria, y nuestro honor va
ileso al sepulcro." 10
Luego de vendarles los ojos, los pusieron en fila al frente a un
pelotón de húsares. La ejecución estuvo al mando de Balcarce, al
bajar su sable y gritar fuego se ponía fin a la vida del Reconquistador de Buenos Aires, "al coronel French, soldado de la reconquista, le tocó descargar su pistola en la cabeza del Reconquistador".11
Según varias memorias el pelotón que fusiló a Liniers en Cabeza
de Tigre, estaba formado por 40 húsares del Rey (ex de Pueyrredón), todos extranjeros que habían desertado y eran antiguos
soldados británicos capturados en las Invasiones, pues no lograrían
que los soldados criollos o españoles fusilasen al ex-Virrey.12
En tanto en Córdoba, a fines de agosto de 1810, los anteriores
“defensores” del Rey formaron un Batallón de "Patricios Voluntarios de Córdoba”, en el que estaban todos los oficiales que poco
antes secundaban al ex-Virrey y estaban en la conspiración, los que
repentinamente eran revolucionarios, con la sola intención de
salvar la vida.13
Así el intento de resistencia realista en Córdoba, fue ahogado
en sangre, y los planes del Virrey del Perú se vieron alterados. En
gran medida la muerte de Liniers se debió a la inactividad del Mariscal Vicente Nieto, que debía, pero no se atrevió a avanzar siquiera hasta Salta, cuando sus ordenes eran bajar hasta Córdoba. Dejó
a Liniers sin apoyo cercano y le aconsejó retirase a Jujuy a en­con­
trarse con la vanguardia realista al mando de José de Córdova y Ro
­xas, el que tampoco avanzó más que al límite de la intendencia de
Charcas. La excusa de ambos era que desconfiaban de sus tropas,
mayoritariamente porteñas, la propaganda revolucionaria era muy
grande y era imposible ir hasta Córdoba. Liniers no llegó a retirarse a Jujuy, sus tropas le abandonaron y la intendencia se perdió.
La noticia de la heroica y cruel muerte de Liniers llegó a Lima
recién a principios de noviembre. El Virrey Abascal debió entonces
variar su plan para evitar perder el alto Perú como había perdido
Salta y Córdoba. En los meses que siguieron armó la estrategia que
le daría el control del Alto Perú los siguientes años, deteniendo a
las fuerzas patriotas de Buenos Aires en sus límites.
Juan José Castelli fue uno de los más encendidos miembros de la revolución que estallara en Buenos Aires, con
una posición decisivamente criolla y emancipadora durante las jornadas de Mayo.
Su compromiso le valieron el encargo de aplastar el intento contrarevolucionario liderado por Liniers, ejecutándolo
en Córdoba e impidiendo su traslado a Buenos Aires. Fue
posteriormente nombrado vocal de la Primera Junta y
comisionado en el ejército del norte. Falleció tempranamente en 1812 de cáncer. Fuente: Grabado Anónimo
Notas
1.
2.
Apuntes del presbítero Alcántara Giménez sobre la repercusión de
la Revolución de Mayo en Córdoba; en Biblioteca de Mayo, tomo V,
“Autobiografías, memorias, diarios y crónicas” paginas 4331 a 4338.
Se trata de Melchor José Lavín, que llegaría a ser un importante jefe
realista en el Alto Perú.
3.
Cfr. Universidad de Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras,
"Mayo Docu­mental", Tomo XI pàg. 249 documento nº 1446. Buenos
Aires 1965. El original en el Archivo General de Indias, Sevilla.
4.
Cfr. Archivo General de la Nación Argentina, Acta de Junta de Guerra
5.
Biblioteca de Mayo, Anónimo "Relación de los últimos hechos del
en XIII-12-4-3.
General Liniers", T.V. pág 4353 y siguientes.
6.
Todos los detalles de los aprestos de los rea­listas se hallan en AGNRA XIII.12.4.3.
7.
AGNRA, Archivo de Gobierno de Buenos Aires Tomo 24 fojas 333 y
ss.
8.
Bernardo Lozier Almazan, "Liniers y su Tiempo", pág. 246.
9.
Biblioteca de Mayo, t.v. 4357. Lozier Almazan, op.cit, pág. 246.
10. Biblioteca de Mayo, 4369. Lozier Almazan, op.cit. pag. 251.
11. Paul Groussac, "LINIERS", pág. 407.
12. Así lo expresan la "Memoria sobre los últimos días del General Liniers", Anónima y la "Memoria sobre la guerra insurreccional del Perú",
de Antonio Ma­ría Álvarez. Lo cita también el padre Grenón en "La
Resis­tencia intima a la Revolución de Mayo."
13. AGNRA, XIII.12.4.3. Papeles de Córdoba 1810.
* Julio Luqui Lagleyze es profesor de la UCA e investigador en el Departamento de Estudios Históricos Navales.
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REVOLUCIÓN E INDEPENDENCIA, IGLESIA CATÓLICA Y PATRONATO
ECLESIÁSTICO. UNA INTERPRETACIÓN HISTÓRICA.
Por Miranda Lida *
En 1810 el patronato —un aspecto central para la definición
de la relación entre la Iglesia y el Estado— estaba lejos de ser
una certeza; por el contrario, más bien inspiraba interrogantes
que no encontrarían fácil solución. Y si suscitaba dudas, ello era
así porque nada cierto podía afirmarse acerca del Estado en un
territorio tan fragmentado y difícil de integrar como el del Río
de la Plata. Las relaciones entre la Iglesia y el Estado en tiempos
revolucionarios deben ser abordadas, pues, teniendo en cuenta
las peculiaridades históricas de las dos partes involucradas.
Pero antes que nada definamos en qué consistía el patronato.
Constituía una tradicional prerrogativa de la corona española
que le permitía al monarca participar de las decisiones en torno
a diversos asuntos eclesiásticos, algunos de ellos de suma importancia política y económica: ya sea el nombramiento de los clérigos en los diferentes puestos eclesiásticos, incluyendo a los
obispos y arzobispos, el mantenimiento de los templos o la recolección de los diezmos, entre los principales ítems. Si este
derecho parecía a primera vista colocar al rey bajo un halo de
grandeza, dado que le confería un lugar muy próximo al del Papa
con el cual podía llegar por momentos a confundirse —más de
una vez los historiadores se han lamentado de esta confusión—,
en la práctica ésta era sin embargo una imagen un tanto distorsionada de la realidad. Veamos por qué.
El patronato, como tantas otras atribuciones de las que gozaba la corona, no se ejercía férreamente, y el rey no tenía completa libertad al respecto; así como el rey necesitaba negociar
permanentemente con gobernadores y virreyes los impuestos
que la corona percibía de América, también negociaría con ellos
en torno a las materias espirituales. Eran muchos los intereses en
juego en torno a cualquier designación para un puesto eclesiástico, y era necesario negociar con cada uno de ellos, ya sea el
cabildo eclesiástico local, el cabildo secular, el gobernador o el
virrey, entre los más importantes. Gracias a esta lógica sumamente complicada, las familias de las elites locales podían lograr
que sus hijos accedieran a una alta dignidad eclesiástica sin necesidad de recurrir al rey o al Papa para solicitarla; les bastaba con
tejer buenas relaciones con los virreyes o los poderes locales.
Dado que las decisiones no se digitaban desde España, sino
que se resolvían muchas veces a nivel local, es comprensible que
el propio clero de Indias apoyara sin objeciones la vigencia del
sistema de patronato. Este multifacético sistema le permitió por
ejemplo a una familia de élite, como la de los Funes en Córdoba,
mover sus influencias a fin de obtener para uno de sus sobrinos
un puesto cómodo y bien pago en la catedral. En esto consistía
el patronato; era una forma de negociación que permitía que los
puestos eclesiásticos se decidieran en virtud del prestigio y la
influencia que los interesados tenían en la sociedad local. Tan
sólo las designaciones episcopales solían quedar apartadas de
este juego, dado que en ellas el peso de Roma y de la corona
tendía a ser más decisivo.
Fue en este contexto que la revolución de 1810 se topó con
la tremenda dificultad de designar obispos. Pronto las tres diócesis rioplatenses de Córdoba, Buenos Aires y Salta quedaron
vacantes y surgió el problema de cómo concertar las designaciones episcopales en tan enmadejado sistema de patronato. Muchas veces se ha dicho que la dificultad residió en las reticencias
que tuvo la Santa Sede a la hora de asimilar las revoluciones de
independencia en Hispanomérica. Pero también habría que considerar que la creciente autonomía local que adquirieron los
pueblos y las ciudades rioplatenses luego de 1810 tornaba sospechosa una autoridad como la episcopal, cuya jurisdicción en
todos los casos abarcaba más de una provincia: los obispos tenían jurisdicciones mucho más amplias que la de cualquier gobernador de provincia o “caudillo” local. En este marco, no es casual que las provincias que carecían de una sede episcopal propia comenzaran a sentirse incómodas con las autoridades eclesiásticas que ejercían su autoridad desde fuera de la respectiva
provincia. En este contexto, el patronato era un problema complejo y multifacético.
A poco de andar, la revolución trajo consigo en el Río de la
Plata un importante debate en torno al sujeto de imputación de
la soberanía (no estaba claro a quién debía adjudicársele el ejercicio de la soberanía una vez que se desmoronó la legitimidad
monárquica). Y si no estaba claro quién era el soberano, tampoco podía por ende estar claro quién era el patrono —¿o patronos?— de la Iglesia. En este contexto, pues, no resulta en absoluto fructífero formular la pregunta de si la revolución estuvo a
favor o en contra del sistema de patronato. Para la revolución el
problema que había que resolver era, ante todo, la necesidad de
consolidar el poder central, una de cuyas prerrogativas sería el
patronato. Esta necesidad no se debía a la ansiedad por invadir
la independencia de la Iglesia, sino más bien a la urgencia por
evitar que las demás instancias de poder distribuidas a lo largo
del territorio rioplatense se hicieran cargo de esa misma función, en detrimento de Buenos Aires, que se arrogaba el derecho implícito a constituir la sede del poder central. Porque, en
efecto, la autoridad de la Junta de Gobierno no tardó en verse
amenazada por los nacientes separatismos provinciales. Con
ello, el derecho de patronato se vio rápidamente afectado, puesto que los gobiernos de provincia en disputa con el poder central pretendían de igual modo arrogarse el derecho de patronato. Tanto es así que las pujas entre las provincias y el poder
central en torno al derecho de patronato continuarían vigentes
de hecho durante años, incluso después de 1853.
De hecho, incluso en los tiempos coloniales los poderes locales tenían facultades en materia de patronato, de tal modo que
podían decidir los nombramientos eclesiásticos del clero de su
jurisdicción. Ni siquiera el muy borbónico sistema de intendencias introducido por Carlos III a fines de siglo XVIII impidió que
las autoridades de segundo orden como los gobernadores de
provincia fueran patronos de la Iglesia a nivel local. Para la revolución, entonces, el problema a resolver no era cómo se posicionaba el Estado ante la Iglesia, sino más bien qué era la Iglesia
y qué era el Estado. Y en ningún caso la respuesta era fácil.
Veamos algunos ejemplos. ¿Cómo se hacía para designar un
párroco en una provincia del interior? El mecanismo normal era
a través de un concurso que solía ser convocado y organizado
por el obispo. Pero hete aquí que los concursos no se hacían sin
la vigilancia del patrono de turno: en Buenos Aires, era el virrey
quien se encargaba de arbitrar en los concursos; en Córdoba o
en Salta la tarea estaba depositada tradicionalmente en manos
del gobernador local. Pero después de 1810 las cosas ya no
serían tan claras porque los poderes cuya legitimidad se derivaba
de la monarquía obviamente se habían desmoronado; ¿había
acaso algún motivo para que el gobernador de Mendoza admitiera resignar el patronato en las manos del gobierno cordobés?
Llevar a cabo un concurso de parroquias en Mendoza, después de 1810, podía convertirse en una tarea bastante embrollada porque ¿quién debía arbitrar ese concurso: el gobernador de
Mendoza o el de Córdoba, donde se hallaba la sede episcopal?
En realidad, los dos estaban ansiosos por intervenir dado que
los dos tenían, además, fuertes vinculaciones con la sociedad
local y candidatos favoritos para el puesto que se concursara.
Dado que las instancias de poder no eran únicas, ni en el
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Ecos de la Historia ISSN 1852-5474
guerra que sucedió a 1810, llegó un momento en el que ya no se
“Estado” ni en la “Iglesia”, explicar el modo en que funcionaba el
sabía quién era el patrono, puesto que ya no lo era el rey. Era
sistema de patronato no puede reducirse a una lógica binaria en
necesario proporcionar algún tipo de solución a este problema.
la que cada uno de estos términos aparece inexorablemente
Las respuestas no tardaron en sobrevenir. Ya en 1810 el paenfrentado al otro.
tronato fue considerado un problema a resolver; la Junta de
Algo similar podemos advertir en torno a la administración de
Gobierno que asumió el poder en mayo se sintió obligada a
las rentas de la Iglesia y las enormes perturbaciones que la Rereunir a un grupo de doctores en derecho canónico para que
volución provocó en este rubro. El antiguo sistema de diezmos
tomara alguna decisión capaz de encaminar el modo en que el
se tornó insostenible, al menos desde la óptica de las tres sedes
poder central resolvería los asuntos eclesiásticos. Pero los docepiscopales del Río de la Plata: una vez que las provincias cotores consultados, que no eran porteños sino cordobeses —
menzaron a reclamar, e incluso a ejercer, su autonomía, se ocuentre ellos, el deán Funes—, terminaron por resolver que el
paron de administrar por cuenta propia los diezmos de su resderecho de patronato permaneciera en suspenso, y que Buenos
pectivo territorio, lo cual redundaba en detrimento de las cabeAires evitara tomar decisiones que pudieran afectar el estado de
ceras diocesanas, que dejaron de percibir lo que les corresponcosas, en especial, en las provincias.
día de las provincias subalternas. Así ocurrió por ejemplo en la
No obstante, tiempo después, en cuanto Buenos Aires logró
relación entre las provincias cuyanas y la sede episcopal cordoocupar un lugar hegemónico en el orden político, su posición
besa: buena prueba de ello puede encontrarse en el recurrente
quiso hacerse sentir con más fuerza, tal como ocurrió a la hora
lamento del deán Funes, que no tardó en advertir que la revolude la asamblea de 1813, o de la reforma constitucional de 1819.
ción a la que tanto se había esforzado en apoyar lo perjudicaba
En estas coyunturas, Buenos Aires
de manera muy rotunda su propio
pretendió ejercer el patronato en
bolsillo. Y también lo mismo poforma casi indiscriminada. Pero
dría decirse de las provincias del
ninguna de ellas estuvo destinada a
litoral con respecto a la sede episdurar: la crisis de 1820 clausuró
copal porteña. Ninguna provincia
cualquier ensayo de centralismo
quería rendir sus diezmos a una
político y eclesiástico. Tan sólo en
cabecera episcopal ajena, ubicada
1826, a la hora del Congreso Consen una provincia vecina; así, las
tituyente, nuevamente se volvió una
rentas eclesiásticas de cada jurisvez más sobre el tema del patronadicción tendieron a nutrir las arcas
to. ¿Qué se discutía en esa ocasión?
de los ejércitos provinciales, en la
A esta altura no debería sorprenmedida en que se aceleró el ciclo
dernos: lo que estaba en juego era
de guerras revolucionarias y civiles
si el patronato le correspondía a
luego de 1810. Los diezmos, de
Buenos Aires, a la totalidad de las
este modo, se politizarían, a la par
provincias del interior o solamente
que la revolución politizaría la
a aquellas pocas provincias que
sociedad en su conjunto.
tenían en su seno una catedral. La
También los puestos eclesiásticaída de Rivadavia, sin embargo,
cos se politizaron, y terminaron
dejó la cuestión en suspenso una
por convertirse en el chivo expiavez más. De cualquier forma lo que
torio de las disputas políticas que
nos interesa subrayar es que el
atravesaban a la sociedad: tal es así
problema en torno al patronato se
que los párrocos solían ser remohalla estrechamente vinculado a las
vidos de su puesto si se hallaba en
dificultades que presentan la propia
duda su lealtad política. Las decisiones en torno a los nombra- Dean Gregorio Funes. Fuente: Abad de Santillán, Die- consolidación del Estado y la formientos eclesiásticos se politizaron go, "Historia Argentina". Bs. As., Tipográfica Editora Ar- mación de un poder central sólido.
Siguiendo esta misma lógica, podea tal punto que se hallaron atrave- gentina. 1971.
mos preguntarnos por qué la reforsadas por los principales debates
ma eclesiástica rivadaviana halló su más férrea oposición en
políticos de la época. Si uno de los problemas políticos más
Córdoba, mientras que logró ser emulada en San Juan. Para
importantes de la primera década revolucionaria fue el que se
explicar este problema no debemos olvidar que la primera era
desató a causa del despertar de crecientes tendencias autonouna sede episcopal —aunque venida a menos, dado que la revomistas en las diversas regiones y pueblos que componían el vilución la debilitó profundamente— mientras que la segunda era
rreinato, no es de extrañar que tales tensiones se manifestaran
una simple iglesia de provincia. Si tenemos en cuenta estas conacompañadas por una fuerte vocación por impregnar a la Iglesia
diciones se hace evidente que a esta última le convenía decididade esta misma autonomía local. El resultado será, pues, que a
mente adoptar una política eclesiástica reformista, dado que le
medida que se fragmente la geografía política rioplatense de la
ofrecía la posibilidad de contar con una disciplina eclesiástica
mano de tendencias políticas federalistas, habrá de fragmentarse
propia, con vistas a independizarla de la sede episcopal cordobeigualmente la geografía eclesiástica: más tarde o más temprano,
sa, de la que por entonces dependía. No era simplemente la
cada gobierno provincial se declaró patrono de su jurisdicción,
defensa de los principios ortodoxos lo que está en juego en la
designó párrocos, administró diezmos y comenzó a adoptar
sumamente hostil actitud de Córdoba hacia la reforma eclesiásposturas cada vez más enérgicas con respecto al patronato y a
tica porteña de 1822, y sus ecos sanjuaninos; era más bien, por
los asuntos eclesiásticos. ¿Por qué Mendoza iba a continuar
el contrario, el temor de que esa reforma se propagara por las
tolerando que Córdoba decidiera quiénes serían sus párrocos?
provincias del interior, provocando un cataclismo aún mayor en
Por todo ello, no puede deducirse de este proceso un crela disciplina eclesiástica y en la autoridad episcopal en las dióceciente regalismo por parte del poder central: no hubo la más
sis del interior.
mínima intención de ofender los derechos de la Iglesia. Lo que
La autonomía local, tanto política cuanto eclesiástica, podía
hubo, en cambio, fue la intención de conservar el tinte local y
incluso por momentos llevar a resultados que parecen paradójiprovinciano que la revolución no hizo más que acentuar; afirmar
cos: tal es así que podía ocurrir que en nombre del patronato,
y conservar, en suma, la autonomía local. En el contexto de
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Izquierda: Catedral de Córdoba, 1852, por Juan Roqué. Derecha: Jura de la Constitución, 1854, Pirámide de Mayo y al
fondo Catedral de Buenos Aires, Anónimo. Fuente: La Fotografía en la Historia Argentina, Bs. As. Clarín, 2005.
Buenos Aires y Córdoba se enfrentaron ya en los inicios de la revolución cuando esta última se
convirtió por breve tiempo en bastión contra-revolucionario. Ambas sedes catedralicias constituyeron modelos de diócesis distintos y esto se reflejó incluso en su arquitectura. Si bien en
ambas hay un carácter ecléctico, en la de Córdoba hay algunas más reminiscencias del barroco
colonial, mientras que en la de Buenos Aires su fachada construida en tiempos de Rivadavia es
definitivamente neoclásica. Nótese que en esta última aún no se hallaban las figuras del frontis.
se fortalecieran los vínculos con la Santa Sede, por más contradictorio que esto parezca. Veamos un ejemplo. Hemos ya advertido que las provincias cuyanas tenían cierta tendencia a regir
los destinos de sus iglesias con prescindencia de Córdoba, donde residía el obispo a quien legítimamente le correspondía atender esa jurisdicción. Así, por ejemplo, a fines de la década de
1810 rechazaron de lleno el enviado que les mandó Córdoba
para poner orden en las iglesias cuyanas. Y más tarde, para
hacer valer sus derechos que creían plenamente fundados en el
patronato, en 1828 las provincias cuyanas terminaron por enviar
un delegado a la Santa Sede, con el propósito de crear, de ser
posible, una nueva sede episocopal y ganar una completa independencia con respecto a Córdoba. Y en efecto, lograron poco
después su cometido. Puede verse que la vigencia del sistema de
patronato no tenía por objeto necesariamente provocar cortocircuitos con la Santa Sede.
En la iglesia de Córdoba, según hemos ya advertido, las consecuencias de la revolución fueron dramáticas: no sólo la autoridad eclesiástica tuvo serias dificultades para percibir diezmos y
ejercer jurisdicción en la diócesis, sino que además la propia
diócesis terminó por disgregarse cuando las provincias de Cuyo
se independizaron para constituir una jurisdicción eclesiástica
independiente. De este modo, las aguas por las que navegaba la
iglesia cordobesa eran demasiado turbulentas, y buena prueba
de ello es el sorprendente rechazo que sintió Castro Barros
ante la decisión de la Santa Sede de independizar la jurisdicción
cuyana de la diócesis cordobesa. ¡Nada menos que Castro Barros, que gustaba en presentarse como el paladín de la ortodoxia romana!
La iglesia de Buenos Aires, en cambio, que desde antes de la
revolución había tenido estructuras diocesanas más sólidas que
las de Córdoba, logró sobrellevar las dificultades con relativo
éxito. En lugar de sumirse en un creciente caos después de
1820, logró renacer de sus cenizas, precisamente a través de la
reforma eclesiástica rivadaviana. El éxito de Buenos Aires fue
posible gracias al hecho de que Rivadavia no sólo emprendió una
reforma eclesiástica; se ocupó también de construir el Estado de
Buenos Aires, sobre una base republicana. Donde había un Estado, la Iglesia podía comenzar a definirse con más nitidez. Las
provincias del interior, en cambio, debieron aguardar hasta 1853
para que sus respectivas iglesias comenzaran lentamente el camino de construcción institucional. Acompañaron, en este sentido, el desarrollo del propio país.
Bibliografía
José Carlos Chiaramonte, Ciudades, provincias, Estados. Orígenes de la
Nación argentina (1800-1846), Buenos Aires, 1997.
Roberto Di Stefano, El púlpito y la plaza. Clero, sociedad y política de la
monarquía católica a la república rosista, Buenos Aires, 2004.
José Luis Kaufmann, La presentación de obispos en el patronato regio y su
aplicación en la legislación argentina, Buenos Aires, Dunken, 1996.
Miranda Lida, Dos ciudades y un déan. Biografía de Gregorio Funes (17491829), Buenos Aires, Eudeba, 2006.
Víctor Tau Anzoátegui, Formación del Estado federal argentino (18201852). La intervención del gobierno de Buenos Aires en los asuntos nacionales, Buenos Aires, Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, 1965.
Américo Tonda, “El ejercicio del real patronato por el virrey del Río de
la Plata (1807-1808)”, Revista de historia del derecho, Buenos Aires, 3
(1975).
* Miranda Lida es doctora en Historia (Di Tella) ,
investigadora del CONICET, docente en la Univ.
Torcuato Di Tella y en la UCA, además de directora del Programa de Hist. de la Iglesia en la Argentina Contemporánea (UCA).
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DOCUMENTOS VISUALES
Prof. Alejandro Palacios
Trazar una iconografía sobre la revolución de Mayo es una
empresa que excedería por mucho las escasas páginas de esta
publicación, por lo que no será intención aquí analizar las representaciones sobre los hechos que tuvieron lugar en la semana de
mayo o adentrarnos sobre cuestiones que ya han sido bastante
transitadas (Si el color de las cintas que repartían French y Beruti
eran celestes y blancas, si había paraguas, cuánta gente había en la
plaza etc.). Intentaremos en cambio bucear sobre algunas otras
imágenes alegóricas de la Revolución, con el objetivo de analizar
algunos de los símbolos que quedaron absolutamente identifica-
dos con aquel acontecimiento. Y para ello una fecha ineludible es
el aniversario del primer Centenario, que ya ha sido abordado
desde la fotografía en el número 1 de Ecos de la Historia. Si bien el
Centenario no dio origen a la totalidad de las representaciones y
alegorías que hoy conocemos y relacionamos directamente con
el 25 de mayo, ciertamente logró cristalizar muchas de ellas de
forma tal que quedaron fuertemente impregnadas en el imaginario visual hasta nuestros días. Veremos entonces una selección un
tanto recortada pero bastante representativa de ellas .
Arriba izquierda: Cabildo del 22 de Mayo, óleo de Pedro Subercasaux, Museo Histórico Nacional,
1909. Arriba derecha: Billete de 500 Pesos Argentinos, reverso, 1981. Producida por encargo de la
Nación con motivo del Centenario, Subercasaux planteó su composición pictórica teatralmente, colocando al
espectador casi como testigo de la alocución de Castelli a favor de la soberanía de la colonia. Como
dispositivo visual esta imagen de los hechos de mayo fue enormemente exitosa y su reproducción masiva
alcanzó a textos, sellos postales, láminas e incluso el papel moneda circulante.
Nótese cómo el artista identifica a los orígenes de la nación no con España sino con la
Europa toda. En una mirada centrada sobre Bs. As., aparece en primer plano su status
de puerto con la obra de Madero y la otra única gran estructura identificable es el
Congreso Nacional, al que por el costo de su obra apodaron “el palacio de oro”.
Izquierda: Gran Panorama
Argentino, Buenos Aires,
1910. Además de pinturas,
circularon hacia 1910 en
distintos soportes un conjunto
variado de representaciones
alegóricas como ésta, que
ilustra uno de los álbumes del
Centenario. En consonancia
con la visión auto-celebratoria
de la generación de 1910, el
autor trazó aquí un panorama
de los logros alcanzados en
aquellos primeros cien años,
con la figura de la república
apoyada en una pala y la
siguiente frase a sus pies: “El
esfuerzo vence todas las
cosas”. Nótese cómo en afán
de ponderar la riqueza del
país, los atuendos de la figura
femenina distan de ser la
sobria túnica con la que
estamos familiarizados para
llenarse de boatos dorados y
gemas. Entre las alegorías al
pie están las artes, la industria
y el comercio, pero también el
riel, que es símbolo de
modernidad y progreso.
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Arriba:Publicidad Cigarrillos Centenario (1),
1910. Tapa de Junio (2) de 1910, Año XIII, Nº
608 y 609. Izquierda: Tapa de Mayo de 1906 (3),
Año IX, Nº 399. Revista Caras y Caretas, Bs. As.
La bandera y el escudo argentinos comienzan a circular hacia 1813 como símbolos patrios, pero las representaciones sobre la Revolución tienen casi invariablemente la presencia de un componente más de inspiración francesa: la figura de la libertad-república, que
aparece ya en 1856 con la escultura que Joseph Dubordieu realizase para el coronamiento de la Pirámide
de Mayo. La túnica y el gorro frigio son los elementos
que caracterizan a Marianne (como se denominó en
Francia a la figura) y a su contraparte criolla, pero
esta representación apareció a veces también con lanza o espada y escudo, e incluso casco. El paso del
tiempo hicieron que gradualmente se la asocie también con la madre patria y que fuese adoptando algunas variaciones estilísticas; pero como parte del conjunto de imágenes y símbolos que comenzó a cimentar un imaginario visual sobre la nación independiente,
la imagen fue muy exitosa, de fácil reconocimiento y
enormemente difundida. Las tapas 2 y 3 son clásicos
ejemplos de esta figura republicana: en el primer caso
nótese que el atuendo es más contemporáneo pero el
gorro inmediatamente evoca la figura de la libertad,
que guía al pueblo que acaba de romper sus grilletes.
Por otra parte el perfil de la tapa de 1906 (3) había
sido ya inmortalizado en los patacones de plata acuñados entre 1881 y 1883. La publicidad de cigarrillos
(1) nos permite ver hasta que punto esta figura estaba ya articulada en el imaginario y que sencillo resultaba su identificación.
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Hay también otros símbolos e
imágenes que forman parte
del
“paquete visual” que se consolidó a
principios del Siglo XX. Y uno de
esos elementos es la figura del
gaucho, instalada desde la literatura
y la pintura por la generación del
‘80 como un elemento constitutivo
de la nacionalidad, y que se
empleaba a veces para encarnar en
ella al pueblo todo. Vemos por
ejemplo que es un gaucho el que
aparece en la ilustración Nº 1 recibiendo a la libertad triunfante y
saludando al Sol de Mayo. Pero en las láminas Nº 3 y 4 además
aparecen también otros elementos que refieren no ya
únicamente al gaucho sino muy especialmente a la producción
rural. La Argentina experimenta en el primer decenio del Siglo
XX un crecimiento económico basado en el boom exportador que
la colocó entre las 10 mayores economías del mundo, por lo que
no es de extrañar que la actividad agropecuaria se haya
incorporado en ese momento al imaginario visual de los
argentinos como algo característico e idiosincrático de nuestro
país y digno de ser exaltado.
En las láminas Nº 2 y 5 vemos también otro elemento que
circuló ampliamente durante el período: la imagen del progreso.
En la tapa del año 1900 encontramos en la composición
alusiones a la modernización material que estaba teniendo lugar
en la Argentina con referencias a la industria, el ferrocarril, y la
mecanización agrícola (que también aparece en la lámina 2) y la
imagen del progreso como el forjador de ese desarrollo. La idea
de progreso es propia del positivismo decimonónico imperante a
fines del Siglo XIX e incluso una alegoría de él ilustraba toda la
serie de Pesos Moneda Nacional puesta en circulación por la Caja
de Conversión en 1897. Pero en la generación del Centenario
existía además el deseo de mostrar el éxito de la joven nación en
términos de sus avances materiales, por lo que no resulta
extraño que esta imagen forme parte circunstancialmente del
conjunto de representaciones en torno a la revolución.
5
Arriba: Alegoría de Mayo (1), 1909,
Año XIV Nº 555; alegoría de Mayo
(2), 1905, Año VIII, Nº 347; Tapa de
Mayo de 1911 (3), Año XIV Nº 555;
Tapa de Mayo de 1909 (4), y Tapa
de Mayo de 1900 (5), Año III, Nº
80 ; en todos los casos revista Caras
y Caretas, Buenos Aires.
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Si en el 1900 la figura central es el progreso,
en el año 1901 vemos un cambio total del
registro. Aquí no aparece ninguna alegoría a
la libertad o la república y la figura central
no es otro que Marte, el dios de la guerra.
¿Pero era éste parte de las alegorías
frecuentemente empleadas? Ciertamente no,
pero tanto la tapa como el contenido de
aquel número están influenciados por el
contexto de los acontecimientos de política
exterior que están teniendo lugar en el
mencionado año. Los diferendos limítrofes
entre Argentina habían llevado a ambas
naciones
a
entablar
una
carrera
armamentista por lograr la supremacía naval
en el cono sur. Y hacia 1901 todavía estaba
pendiente la resolución de la reina Victoria
sobre el límite cordillerano, pero la jefa de
estado británica falleció en enero sin poder
llegar a emitir laudo alguno. Por lo tanto en
medio de una presión creciente, una figura
femenina no era seguramente la más
apropiada para ilustrar un nuevo aniversario
de la Revolución. Y entonces la tradicional
imagen republicana quedó desplazada por
una figura masculina: la representación de
Marte, que no está en actitud beligerante
pero sí expectante y con las armas listas
para la acción. La tapa refleja también el
hecho de que ya en 1908 Argentina había
superado el poderío naval chileno y el
contenido interior del número es un recorrido
visual sobre las fuerzas armadas con acento
sobre sus equipos más modernos.
No
resulta
nada
inocente
entonces
este
despliegue justo en el aniversario del 25 de
Mayo, ya que este acontecimiento posee ya
en el imaginario una fuerte impronta bélica.
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Arriba e izquierda: Tapa y páginas interiores, revista
Caras y Caretas, Mayo de 1901, Año IV, Nº 138.
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Izquierda:
Cigarrillos
Centenario,
Caras
y
Caretas, Bs. As., 1911,
Año
XIV
Nº
661.
Derecha:
Cigarrillos
Centenario,
Caras
y
Caretas.
Con un nombre
de
mucho atractivo comercial
para la época y una
agresiva publicidad en
medios
gráficos,
Centenario
siempre
apelaba a ilustraciones
atractivas y cargadas de
símbolos. La imagen de la
derecha es la que poseían
los atados, una sobria
efigie de la república,
mientras
que
a
la
izquierda vemos a la
república
en
una
car act er iza ción
poco
frecuente, con pechera de
coracero y espada.
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La circulación de símbolos y referencias que permitieron constituir un imaginario visual no se circunscribía
sólo a los encargos pictóricos oficiales o las ilustraciones conmemorativas, pues la publicidad en medios
gráficos también jugaba un rol en la difusión de símbolos y representaciones. Argentina era a principios del
Siglo XX un mercado de consumo moderno con respecto a otros países de Latinoamérica, en dónde la
publicidad de un producto cobrara cada vez mayor importancia a la hora de determinar su éxito comercial. Y
uno de los productos en los que existía más competencia era el de cigarrillos, pues el consumo per cápita
era hacia 1900 mayor que el de Estados Unidos y numerosas las firmas que lo producían competían en el
mercado. Las empresas apelaban a distintas estrategias para atraer clientes, como concursos y sorteos.
Pero también apelaban al creciente nacionalismo y al culto a los héroes que tanto parecían deleitar a los
consumidores en vísperas del Centenario. Cigarrillos Centenario por ejemplo empleó alegorías patrióticas en
casi todas sus publicidades en 1910 y eran varias las marcas que en fechas patrias adaptaban su publicidad
con contenidos alusivos.
Izquierda:
Cigarrillos
Monterrey,
Caras
y
Caretas, Bs. As., 1907,
Año X, Nº 451. Derecha:
Cigarrillos
Monterrey,
Caras y Caretas, Bs. As.,
1906, Año IX, Nº 399.
Nótese que en ambas
publicidades de Monterrey
está el Sol de Mayo, un
símbolo que aludía al
surgimiento de la nación
independiente. La gráfica
de la izquierda es más
interesante pues en ella
hay otros símbolos como
el escudo y la imagen de
la república, pero también
aparece
Mercurio
enarbolando la bandera,
que era una figura a la que
s e
a p e l a b a
constantemente
pa ra
vender productos y para
referirse a la economía.
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