MORENO Y LA CONTRARREVOLUCIÓN Por DANIEL LARRIQUETA La Revolución de Mayo tuvo un partido político que la sostuvo por lo menos durante los diez años que se cierran con la disolución del Congreso en 1820.Ese patrimonio es casi exclusivo de la Argentina: ni en Chile, ni en la Lima de San Martín ni en la Caracas de Bolívar las ideas revolucionarias tuvieron el respaldo militante de un sólido grupo humano. Eso sucedió en Buenos Aires y se desplegó por el país. El numen de ese partido era Mariano Moreno. Durante los seis meses en que fue el nervio del gobierno revolucionario Moreno se prodigó con una energía inigualable, combinando las decisiones de gobierno con las fundamentaciones ideológicas de la Revolución. Así entendió la política: pensamiento y acción. En ese enfoque está la creación de la Gaceta de Buenos Aires, que sería el órgano intelectual e informativo del Gobierno y cuya aparición el 7 de junio de 1810 ha creado la efemérides del periodismo argentino. Pero esa creación y las extremadamente enérgicas medias de gobierno inspiradas por Moreno aquel año sólo adquieren su verdadero relieve si se observa la realidad política y militar del momento. En la noche del 25 de mayo de 1810, mientras la Junta se instalaba y dictaba sus primeras órdenes, el depuesto virrey Cisneros recibía a un militar español de 17 años que se ofrecía a galopar hasta Córdoba llevando las órdenes necesarias para que Santiago de Liniers organizara la contrarrevolución. Cisneros le entregó los pliegos riesgosos y secretos y José Melchor Lavín galopó para llegar a su destino en la noche del día 28, una proeza. De inmediato Liniers puso en marcha el plan contrarrevolucionario. Las tropas cordobesas del gobernador Concha debían reforzarse con los envíos de Nieto y Sanz desde el Alto Perú; se ordenaba a la flotilla española de Montevideo que se aprestara a trasladar hasta Rosario a unidades del ejército del Paraguay que bajo las órdenes de Velasco sumaban más de 6.000 hombres, y todos juntos converger sobre la rebelde Buenos Aires. Actuarían con la misma energía y acaso ferocidad con que Nieto y Sanz habían reprimido las recientes sublevaciones altoperuanas. Semejante acumulación de recursos sería irresistible para Buenos Aires sitiada desde el río por las naves de guerra españolas. La Junta reaccionó en proporción a la amenaza despachando hacia Córdoba al ejército revolucionario y ordenando el destierro de Cisneros y los oidores que fueron embarcados en un buque inglés que no se detendría hasta llegar a Gibraltar, para evitar que el virrey asentara un nuevo gobierno en Montevideo. Y cuando el mando revolucionario titubeara en Córdoba sobre el destino de los jefes apresados, la Junta firmó y reiteró la orden de ejecución de Santiago de Liniers y sus acólitos. De ese modo rudo y sin contemplaciones la Junta, siempre liderada por Mariano Moreno, agostó la contrarrevolución y pudo asentar el nuevo gobierno y su sueño continental sobre un principio de autoridad proporcional a los riesgos. Había empezado la Guerra de la Independencia, con una promesa de luz, pero por un largo camino de dolor que sólo hombres excepcionales podían emprender sin hesitaciones.